Cap 5

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Sus palabras la emocionaron más que todas las palabras de amor que le había dicho antes. Eran una afirmación de sus propios sentimientos. Habían hecho el amor y él no pensaba marcharse en el primer avión. Iba a quedarse dormido en sus brazos y volverían a hacer el amor a la mañana siguiente. Tendrían seis días con sus respectivas noches para hacer el amor. Y cuando se terminaran...

Dakota no sabía nada de él. ¿Adónde iría él el séptimo día? ¿Cuántos años tenía? ¿Estaba casado? Decidió que necesitaba saber algo más y empezó por hacerle la pregunta más importante.

Jamie sonrió y respondió inmediatamente.

—Estoy soltero. Nunca he estado comprometido. En la universidad salí mucho con una chica, pero nunca ha habido nada serio con nadie más.

—Yo también soy soltera —dijo ella. —Tengo veinticuatro años. Me crié en una pequeña ciudad de Texas. Soy hija única y tú eres, con mucho, lo mejor que me ha pasado en la vida.

El hombre la estrechó contra él y se rió con suavidad. Le dijo que tenía veintiocho años, que se había criado en un suburbio de Irlanda, que era hijo único y que ella era lo mejor que le había ocurrido en la vida.

Y luego descubrieron que los dos ahora vivían en Seattle. Estuvieron de acuerdo en que su encuentro había sido obra de los hados, aunque ninguno de los dos antes había creído mucho en el destino.

Jamie no podía creerlo. Ella vivía en Seattle. ¿Se hubieran cruzado sus caminos si los hados no los hubieran cruzado en Tobago? No era probable. Seattle era una gran ciudad.

La estrechó más contra él, deleitándose en el calor de aquel cuerpo femenino. El pensamiento de que pudiera no haberla conocido nunca le hacía sufrir. Sus cuerpos volvieron a acoplarse juntos. Jamie notó que ambos se sentían empujados por una necesidad que no comprendían muy bien. Era como si la idea de que aquello podía no haber ocurrido, de no ser por el destino, los impulsara a demostrar que eran dignos de aquel generoso don.

Después, a él le costó trabajo resistir la urgente necesidad de pedirle que se casara con él. Sabía que era una locura. ¿Quién le pedía a una mujer que se casara con él después de conocerla durante sólo veinticuatro horas? Aunque él sabía con certeza que veinticuatro días, veinticuatro meses o veinticuatro años después seguiría sintiendo exactamente lo mismo que en aquel momento. Sabía que quería que Daki fuera su esposa, que quería pasar su vida con ella, que quería amarla hasta que la muerte los separara.

Si se lo hubiera pedido en aquel momento, la respuesta de ella habría sido afirmativa. Sabía que aquello era una locura, pero aun así, no habría vacilado. Quizá no supiera muchas cosas de él, pero sabía que era tierno, romántico, apasionado y el amante más excitante con el que pudiera soñar cualquier mujer. La hacía sentirse femenina y llena de vida. Si hubiera llamado a su familia aquella noche para decirles que acababa de conocer a un hombre con el que deseaba casarse, le hubieran dicho que sin duda tenía insolación y estaba loca. Y no se hubieran equivocado demasiado. Estaba loca, sí, pero no de insolación, sino de amor.

La cuarta noche que cenaban juntos, la camarera les dijo que había posibilidades de que un huracán azotara la isla en un par de días más. Los huéspedes del hotel tendrían que tomar ciertas precauciones.

Jamie tomó la precaución más importante de todas. A la luz de la luna, le pidió a Daki que se casara con él.

Fue una proposición muy romántica. Se arrodilló ante ella, le cogió las manos y dijo:

—Tenemos que vivir el presente, y ahora que has entrado en mi vida, cada momento es importante. Cásate conmigo, Daki. Cásate conmigo aquí en Tobago. Nos casaremos mañana y así, si llega el huracán, si entierra la isla entera en el mar, estaremos unidos para siempre.

La última parte de su proposición fue sin duda algo cursi y melodramática, pero ella no creyó ni por un momento que un huracán pudiera acabar con ellos. Estaba segura de que su amor los hacía invencibles.

—Sí, me casaré contigo, Jamie —contestó.

Apenas había terminado de pronunciar esas palabras cuando él la levantó en vilo. Soltó carcajadas y la besó en la boca, mientras le daba vueltas, ella también rio.

Todos los presentes en el restaurante aplaudieron con entusiasmo. Jamie la abrazó y ambos se echaron a reír otra vez. Después ella se echó a llorar y sonreír, llena de emoción.

La joven se sentía inundada de alegría.

—Soy la mujer más afortunada del mundo —murmuró entre las lágrimas.

—Y yo soy el hombre más afortunado —repuso él.

Le cogió las manos y le besó los dedos uno por uno. Le dijo que al día siguiente compraría un anillo de bodas y hablaría con el ministro de la pequeña iglesia que había en la bahía para que se hiciera cargo de la ceremonia. Después, dio la noticia a todos los presentes en la terraza y los invitó a todos a la boda.

A la mañana siguiente, mientras Jamie se fue a hacer los preparativos a la iglesia, Dakota bajó a la ciudad a buscar un vestido de novia. En un mercadillo al aire libre, en la capital de Tobago, encontró lo que buscaba. Era un vestido de algodón blanco, con escote de pico y falda amplia que le llegaba hasta media pierna. Estaba adornado por una delgada faja multicolor que se cerraba con unos botoncitos dorados en forma de corazón.

Cuando Daki le dijo a la vendedora que iba a llevarlo aquella tarde para su boda, la mujer la felicitó por su elección. Luego, al pagarle el precio ridículamente bajo que le pidió, la mujer insistió en regalarle también un chal de entero encaje blanco para que lo utilizara como velo. Le dijo que era su regalo de bodas. Conmovida por tanta generosidad, Daki la abrazó y la invitó a la boda. Los ojos oscuros de la mujer brillaron de alegría y le preguntó si podía llevar con ella a algunos familiares y amigos. La joven accedió y repuso que podían ir todos los que quisieran.

Tobago es una isla pequeña y sus tiendas no están precisamente bien surtidas. Jamie quería regalarle a su prometida un anillo especial, pero lo que veía era demasiado caro o no le atraía. Empezaba a perder las esperanzas cuando llegó a una casita muy particular. En una de las ventanas delanteras había un cartel pintado a mano que anunciaba a un tal James Acosta, artesano y joyero.

El joven decidió ir a preguntarle si hacía anillos. Al acercarse a la entrada, la puerta se abrió y un hombre muy alto, vestido de blanco, lo saludó con una inclinación de cabeza.

—¿Busca usted a James, amigo? —preguntó con fuerte acento caribeño.

—Sí. Bueno, la verdad es que busco un anillo. Un anillo de bodas.

—Ha venido al lugar adecuado, amigo.


♥♥♥

AYY REGRESE , :)

ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO, SÉ QUE AHORA ESTA CON SUPER AMOR LA HISTORIA, ESPERO Q NO SE CANSEN DE ELLO PERO YA PASARA JAJAJA ENTIENDAN, ES LA EMOCION DE LA BODA!!!



LOCAMENTE CASADOS (En edición)Where stories live. Discover now