Cap 11

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Dakota se levantó de la cama. El joven empezó a desabrocharse la camisa y ella intentó apartar la vista. Deseaba imaginarlo como un científico aburrido en vez de como el bronceado Adonis que la había enamorado por completo hacía sólo una semana.

—Tenemos que arreglar el problema con la fundación. Tú no conoces a August. Se fia mucho de las reglas. Tú sólo llevas un día en el trabajo. No sabes hasta qué extremo acata las normas de conducta de los contratos. Hace dos años se encontró con dos empleados que salían del cine cogidos de la mano y los despidió al día siguiente. Si descubre que estamos casados, le dará un ataque y los dos perderemos el empleo. ¿Qué sentido tiene eso?

—No tiene por qué descubrirlo —repuso él, quitándose la camisa.

A pesar de su enfado, Dakota no pudo evitar mirar aquel bronceado pecho. Una oleada de deseo la invadió. Apartó la vista.

—No dará resultado. No sé mentir, Jamie.

—No tendrás que mentir —dijo él, acercándose a ella—. Sólo tienes que olvidarte de decir que te has casado.

—Pero, ¿no comprendes que todo sería mucho más fácil si no trabajáramos juntos? —insistió—. Va a ser bastante difícil adaptarnos a vivir juntos sin añadir además ese foco de tensión. Piensa en lo terrible que será tener que fingir en el trabajo que no somos más que dos extraños cuando en realidad dormimos juntos todas las noches.

Jamie sonrió con aire provocador.

—Creo que eso le pondrá un toque de aventura a nuestras vidas, querida.

La rodeó con sus brazos y la besó. Daki se esforzó por no excitarse, pero sentía que estaba perdiendo la batalla, aunque se negó a admitir su derrota.

—No es aventura. Es una locura. Una esquizofrenia —argumentó.

Jamie la miró a los ojos.

—Eh, piensa un momento en los superhéroes.

—¿Superhéroes?

—Claro. ¿Acaso ellos no son seres normales y aburridos cuando dejan su papel de aventureros? Mira a Superman y Clark Kent, por ejemplo. Y lo mejor es que nadie descubre que ambos son la misma persona.

—Jamie, Jamie. Tú estás hablando de personajes de historietas y yo de la vida real. Si uno de nosotros no renuncia, los dos terminaremos sin trabajo —lo miró muy seria—. Y ya sabes quién creo yo que debería hacerlo.

El hombre hizo caso omiso de su enfado y le acarició los hombros.

—¿Te das cuenta de lo que está pasando?

—¿Qué está pasando?

—Esta es nuestra primera pelea matrimonial.

La atrajo hacia él y le acarició la espalda.

—Y eso significa que esta es nuestra primera oportunidad de reconciliarnos con un beso —le murmuró al oído.

—Yo no quiero que nos reconciliemos —protestó ella con voz débil.

—Pero tenemos que besarnos.

—No, Jamie. No lo haremos hasta que hayamos arreglado esto.

—Dale tiempo, Daki. Como has dicho, tenemos que adaptarnos a vivir juntos. No podemos hacerlo todo en una noche. ¿Por qué no nos concentramos en los aspectos en los que ya tenemos alguna experiencia? ¿Te das cuenta de que llevamos mucho tiempo sin...?

—Suéltame, Jamie. Esto no saldrá bien. Nos estamos engañando a nosotros mismos, ¿no lo comprendes?

El hombre rehusó soltarla a pesar de sus protestas. Ella sintió unos enormes deseos de responder a sus caricias. ¿Qué locura era aquella? Decidió que toda la culpa la tenía la vendedora que le había vendido las lentillas marrones antes de su viaje a Tobago. Si no las hubiera comprado, no hubiera fingido ser alguien que no era, y en ese momento no estaría metida en aquel lío.

LOCAMENTE CASADOS (En edición)Where stories live. Discover now