Salvatore ➳The Vampire Diarie...

By lynmex

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❝A lo largo de mi vida he aprendido que no hay que prometer cosas que no vas a cumplir; porque lo único que l... More

Prólogo.
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By lynmex


El miedo es natural en el prudente, y es saberlo vencer es valiente.




Dena gruñó removiéndose en el suave colchón bajo su espalda, jadeando levemente cuando dolor se expandió desde su cadera por todo su cuerpo.


¿Qué demonios era lo que había hecho?


Sus sentidos estaban agudizados por un momento y por otro parecían perderse. Había podido escuchar a Damon caminar de un lado a otro por el piso de la biblioteca hasta las escaleras, también a una persona caminar por fuera de la casa y la respiración agitada de Rose en la habitación al final del pasillo. Cada vez que se movía el costado de su cadera dolía como el infierno, su piel picaba ardiente cuando rosaba la tela de su ropa, su pecho se contraía apenas dejándole pasar el aire a sus pulmones y sus parpados se sentían tan pesados como miles de barras de hierro.


¿Por qué se sentía así?


—Relájate, querida –una mano presiono contra su pecho, impulsándola hacia abajo contra el colchón.


—Tú –cada bello de su cuerpo se erizo ante la voz que le hablo y lucho contra la bruma en sus ojos, logrando enfocar a duras penas a la persona quien la mantenía quieta.


Ojos tan claros como la miel, piel blanquecina, cabello castaño y esa sonrisa, la única que podía causarle escalofríos y terror a la misma vez.


—No te ves contenta de verme –le murmuró sonriendo aún más–. Lo comprendo, después de todo tampoco estoy precisamente feliz de estar aquí.


Dena intentó moverse lejos de su toque, tratando de quitarse sus manos de encima, lejos de su piel. Lejos de ella.


Lejos de las malditas manos de Esther Mikaelson.


—E-Es una alucinación –cerró los ojos con fuerza, soltando un pequeño alarido cuando su cuerpo dolió–. N-No está aquí, n-no está aquí.


Escuchó una cándida risa, provocando que abierta los ojos de golpe. La mujer seguía ahí, luciendo tan divertida con verla de esa manera.


—Estoy aquí, mi hermosa niña –quitó la mano de su pecho, llevándola hasta su mejilla para acariciarla suavemente.


—No, tu estas... Tú estas muerta.


—Y tú estas a punto de estarlo –susurró quedo–. Siente ese dolor en tu cadera, siente como el veneno de licántropo quema tus venas. Siéntelo, Dena.


Abrió la boca para decir algo, pero se cayó cuando las imágenes se proyectaron en su cabeza. Se suponía que las cosas no iban a pasar de esa manera. Ella había salvado a su padre, joder. Todo había pasado tan rápido que las cosas apenas terminaron de ser digeridas en su cabeza antes de lanzarse contra el lobo y proteger a Damon. No tenía ni idea del por qué y sin embargo había actuado por instinto, como si su cuerpo se hubiera alertado antes de que su propia conciencia lo hiciera.


—Estoy aquí porque las hiciste enfadar –la mano dejo de acariciarla, para agarrarle la mandíbula con fuerza–. Nos hiciste enfadar, Dena –la miró directamente a los ojos–. Por querer salvar a alguien estúpido terminante haciendo algo estúpido. Recuerda porqué estás aquí. No para reencontrarte con el pasado de alguien que nos encargamos de extinguir, no para jugar al té con los Salvatores ni mucho menos para tener una velada familiar. Estas aquí para acabar con lo que yo misma cree, para acabar con personas como los Salvatores y miles más iguales a ellos, recuérdalo. Eres tú la llave para acabar con esto, eres tu quien va a hacerlo, eres tú la que nosotras moldeamos, no la humana de hace un siglo. Eres lo que nosotros quisimos que seas. Tienes prioridades y la familia que te dio la espalda no lo es –pausó–. Esta es última advertencia que tendrás de nosotros referente a esto, soy consciente de que eres lo suficientemente astuta e inteligente para no querer desafiarnos.


La presión en su mandíbula desapareció de un momento a otro, así como la figura de Esther de su campo visual y de la habitación, dejándola jadeante en la cama.


El veneno de lobo era un arma mortal para los vampiros, consumía el cuerpo de manera lenta hasta matarte y en el proceso venían un par de síntomas que te volvían un peligro en potencia. La peor de todas; las alucinaciones.


Alucinaciones tan malas, justo como Esther Mikaelson. El veneno de lobo parecía actuar como químico activo para el hipocampo que mandaba la señal directa a la corteza cerebral en busca de los recuerdos que de almacenaban ahí. El problema era que la mayoría de los recuerdos eran malos, aquellos que habían marcado la vida de los vampiros. Unos que podían destrozarlos y transformarlos en seres sin razonamiento.


Parpadeó luchando contra la pesadez de sus ojos, pero estaba cansada, se sentía cansada y asustada de que la mujer de sus recuerdos volviera a aparecer. Quería que todo acabara, quería salir al jardín y acostarse en una hamaca mientras el viento la arrullaba así como lo hacía cuando era pequeña. Quería sentirse parte del mismo viento, flotar como la hoja de un árbol o la pluma de un ave. Quería dormir y no despertar.


La luz se perdió de sus ojos, ya no podía verla más cuando sus pestañas tocaron sus pómulos. Gimió quedó, peleando por mantenerse despierta, pero ya era tarde y solo se dejó perder en la bruma de recuerdos que el veneno provocaba.
















Sus pequeños ojos tardaron en abrirse, se sentían pesados y cansados, lagrimeaban y la tenue luz anaranjada que venía de algún lado solo lograba molestarla más. Parpadeó un par de veces, intentando salir por completo de la bruma del sueño al que había sigo inducida y cuando lo logro, se percató del gran foco azul que brillaba en el techo oscuro sobre su cabeza.


Se quedó quieta, como una estatua cuando la reconoció como la luna y el cielo nocturno. Su piel se erizo cuando el viento golpeo su cuerpo justo en el momento en que recordó los últimos instantes antes de quedar inconsciente.


—No... –susurró mientras intentaba sentarse–. No. ¡No! ¡Suéltame!–gritó cuando ninguna de sus extremidades respondían a sus llamados–. ¡Suéltame!


—Deja de gritar, cariño, es molesto –Emily Bennett apareció en su campo de visión–. Por otro lado, qué bueno que despertaste, seria aburrido hacer esto contigo inconsciente.


—Suéltame, por favor, Emily –pidió en un sollozo cuando las lágrimas empezaron a salir de sus pequeños ojos–. Por favor, por favor.


La morena se le quedó mirando por unos instantes. —No.


— ¿Por qué haces esto? –preguntó–. ¡Yo no te he hecho nada!


—Oh, cariño, eres demasiado pequeñas para entenderlo –respondió con simpleza–. Imagina que tú tienes el mejor jardín con las flores más hermosas en todo el pueblo, pero hay muchas niñas que quieren, anhelan y desean tu jardín porque es el mejor de todos, entonces ellas van y arrancan cada una de tus flores para ponerlas en su jardín y hacer lo que quieran con ellas, desfrutando de la dicha de tener tan hermosas flores para ellas –Emily acerco su dedo índice a la cien de la niña, golpeándola levemente–. Es algo similar con eso que tienes ahí y el poder que implica poseerlo.


Dena dejo de removerse cuando el miedo ante la comprensión se expandió por todo su cuerpo y las lágrimas siguieron cayendo con más fuerza. Era solo una niña, por dios, tenía siete años, siempre había procurado portarse bien con las demás personas como Damon le había enseñado y no le hacía daño a nadie, ni siquiera a los ratones que habían en la casa de su abuelo y que se encargaba de cuidar como sus mascotas o a las chacharachas o a las hormigas. Ella era buena, su alma era pura, era inocente.


Quizás ella misma fuera alguien importante, pero no se sentía así, ni mucho menos poderosa. Se sentía como una niña de siete años que le gustaba jugar con su tío, correr por el bosque, sembrar flores en su jardín y treparse en la espalda de su padre.


No voy a dejar que nada te pase, cariño.


La voz en su cabeza habló con voz melodiosa y tranquila, tratando de calmarla, pero aun así si no comprendía del todo el porqué de la situación, sabía que estaba perdida.


—Quiero a mi papá –lloró.


Emily alzó una ceja. —Me temo que papi no va a venir por ti, hermosa –el sonido de ramas crujiendo hizo que la bruja volteara hacia la derecha, asintiendo–. Es hora de comenzar.


Cada una de las extremidades de la niña se movieron por si solas cuando Emily movió las manos. Dena se sentó en la superficie fría en donde estaba acostada antes de dar un salto y que sus pies descalzos tocaran la hierba del suelo, entonces se percató del lugar en donde estaba: era alguna parte del bosque, donde los arboles rodeaban una gran extensión de tierra, en esta habían grandes antorchas clavadas en la tierra haciendo un círculo.


Fue empujada por la magia de Emily al centro del lugar, cayendo de rodillas al suelo en el mismo momento en que decenas de mujeres empezaron a aparecer por los árboles, caminando alrededor del círculo y colocándose a la misma par que las antorchas, rodeando el círculo por completo.


—Vamos, Dena, deja de llorar –Emily pidió con cinismo–. Esto es lo mejor que puede pasarte en la vida.


— ¡Mentirosa! –gritó–. ¡Eres una mentirosa!


—No lo soy, querida –hizo un ademan con la mano–. Te presento a las cien brujas más poderosas de Nueva Orleans, ellas pueden decirte que no miento y que esto, es el inicio de una nueva dinastía –empezó a camina hacia su dirección–. Primero que nada, yo siempre supe que eras, Dena. Siempre supe que eras un Oráculo cambiaformas. El único en tu especie. Y he estado esperando este momento con ansias.


— ¡Yo no te hice nada! ¡Déjame en paz!


—Ciertamente no me hiciste nada, pero hay personas allá fuera que traen caos y desbalance a la naturaleza que las brujas nos encargamos de mantener en equilibrio. Tu eres la única que puede hacer que todo regrese a su balance antes de que Esther Mikaelson creara a los vampiros –llegó hasta ella–. Pero sé muy bien que tú Destino, esa voz en tu cabeza, no va a querer hacerlo a voluntad, por eso mismo vamos a someterlo, vamos a adueñarnos de ti vida, de su vida y de todo el poder que poseen para siempre –sonrió extendiendo las manos a casa lado de su cuerpo, una sonrisa afilada naciendo en su boca–. Recuerda esto, Dena; si hay alguien a quien debas de odiar –bisbiseo entre dientes–. No es a nosotros, es a Los Originales.


Y la tortura empezó.
















—Mis acciones a lo lardo de esta vida solo terminan haciéndote daño –Damon susurró acariciando la majilla de su hija, quien dormía tranquilamente–. Siempre soy el causante de que te pasen las cosas malas y sé que si no hubiera intentado retar a esa mujer posiblemente no hubiera venido aquí con intensión de matarme –rio sin gracia–. Si solamente no hubiera hecho las cosas por mí mismo no estarías aquí, con una mordida mortal.


Pero el hubiera no existe y él lo sabía muy bien. Le jodia, porque sabía que cada vez que él decidía hacer las cosas a como quería la que siempre terminaba pagando los platos rotos era Dena. Así fue cuando no quiso escucharla cuando le dijo que no le agradaba Katherine, así fue cuando Giuseppe descubrió a los vampiros del pueblo y en vez de quedarse con Dena fue en busca de ayudar a la vampira, cuando en vez de buscar la manera de ayudarla con el trauma que Emily Bennett le dejo solo se limitó a esconderla del mundo, cuando decidía apagar su humanidad, cuando lo único que le importaba era liberar a Katherine de la tumba, cuando la dejo en medio del fuego por miedo a no poder salvarla. Siempre Dena pagaba los males que el hacía, su cobardía, su miedo, sus decisiones. Todo.


Negó con la cabeza mientras se ponía de pie, pero de detuvo abruptamente cuando vio como la ojiazul empezaba a respirar con rapidez y pequeñas gotas de agua salían de sus ojos cerrados.


— ¡Cállense! ¡Cállense! ¡Cállense! –exclamó la ojiazul de un momento a otro, sobresaltándolo mientras se removía salvajemente en el colchón, sus ojos cerrados con fuerza y lágrimas cayendo por sus mejillas–. ¡Déjenme en paz! ¡Deténganse!


— ¡Dena! –Damon gritó saltando sobre ella y sosteniéndola con fuerza contra la cama–. ¡Cariño, detente!


— ¡Papá! ¡Quiero a mi papa! –el corazón de Damon se detuvo al escucharla y lucho contra las lágrimas y el nudo en su garganta. Las manos de Dena fueron a parar a su cara, enterrando sus uñas en la piel y rasguñándolo–. ¡Cállense!


— ¡Dena, detente! ¡Es solo un sueño!


— ¡Dejen de cantar! ¡Me duele! ¡Papá!


—Damon –un agitado Stefan apareció por la puerta, luciendo una mueca preocupada que se incremente cuando vio a su hermano sobre su sobrina, quien estaba moviéndose violentamente.


— ¡Ayúdame! –pidió el pelinegro. Stefan se movió en un parpadeo, acercándose a la cama y sosteniendo los brazos de la mujer lejos de la cara de su hermano–. Bebé, despierta. Abre los ojos, cariño.


Dena peleó por soltarse hasta que desistió y comenzó a respirar con rapidez. Sus movimientos frenéticos de detuvieron y empezó a temblar. Sus ojos revolotearon debajo de sus parpados.


—Eso, bebé, abre los ojos –Damon tuvo que sentarse en medio de sus piernas, jalándola hacia arriba contra su pecho, sostuvo la cabeza llena de sudor y lágrimas de Dena con una mano–. Abre los ojos, cariño. Mírame. Vamos, sé que puedes.


Los segundos fueron eternos, pero Dena lentamente abrió los ojos, dejándole ver esas bonitas esferas azules como el cielo. Lucia desconcertada cuando logro enfocarlo, pero Damon la conocía, era su hija, era una parte de él y supo reconocer el vivo miedo en sus ojos.


—Grite tu nombre y nunca llegaste –bisbiseó con los ojos perdidos, Stefan le lanzo una mirada a Damon, quien apretó los labios con fuerza. Dena sonrió suavemente, cerrando los ojos antes de apoyar su cabeza en el pecho de Damon–. Rompiste tu promesa –susurró muy quedo perdiendo la conciencia lentamente–, y ellas me consumieron.

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