Muriendo Por El Asesino ©

By YourDoom

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"- Podría matarte justo ahora y nadie lo sabría. - ¿Eso quiere decir que vas a matarme? - Probablemente." En... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Epílogo
NOTA DE LA AUTORA: DOS LIBROS MÁS

Capítulo 25

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By YourDoom

Mi corazón dio un vuelco tremendo. Creo que puedo decir que me lo tragué. Sentí cómo me golpeó el estómago al caer. Mi novia. O mi ex novia, no estaba del todo seguro. Cynthia. Me había delatado. Mis piernas flaquearon y estuve a punto de caer al piso. «Cynthia me ha delatado». Me lo repetí una y otra vez, tratando de asimilarlo, pero seguía sin parecerme real.


-Realmente no te lo esperabas, ¿cierto? -Maxwell sonreía con satisfacción frente a mí.


-Pero... ¿cómo es que...? -era incapaz de articular una oración completa y coherente a la vez.


-Tal vez lo comprendas mejor en tu celda -mi cara se desfiguró en una mueca de incomprensión y miedo-. Vámonos.


Maxwell caminó hacia la puerta, la abrió y se hizo a un lado para dejarnos pasar a mí y los hombres que me llevaban retenido. Forcejeé un poco por zafarme pero no tenía el más mínimo sentido, así que lo dejé a los pocos segundos.


Salimos de la casa y Maxwell cerró la puerta tras nosotros. Se adelantó nuevamente y abrió una de las puertas de atrás del auto para luego rodear el vehículo y dirigirse al lado del piloto. Los hombres, ambos musculosos, me metieron al carro sin mucho esfuerzo. No presenté objeción. Uno de ellos se sentó al lado de Maxwell y el otro a mi lado.


Al llegar a la misma comisaría en la que había estado meses antes, me llevaron por un laberinto de pasillos y puertas hasta llevarme a una sala con unas pocas celdas y un escritorio contiguo a la entrada. El oficial menos robusto, el de los rasgos más finos, que respondía al nombre de Delgado en mi mente, abrió una de las celdas y me hizo pasar, mientras el otro, que no tenía características merecedoras de un nombre y por tanto era conocido como Poli en mi ahora desgarrado subconsciente, estaba custodiando la puerta, esperando a su colega.


Mi celda -lamentablemente ahora era mía-, era la única ocupada de las tres que habían en la habitación. Me senté en el único objeto presente en el pequeño cubículo. Parecía una especie de banca metálica que también hacía de cama.


Me dejé caer sobre ella. El material estaba casi tan helado como yo. Delgado cerró la celda con llave.


-Yo me quedo -le dijo a Poli. El fortachón solo asintió y se retiró, cerrando la puerta.


El silencio se instaló en la habitación como un alma en pena; no sé si quería acompañarme o atormentarme. Creo que eran ambas. Honestamente, me atormentaba su compañía.


Escuché el chirriar de la silla de Delgado cuando la arrastró para acomodarla y sentarse. Dejó el manojo de llaves en la mesa y el silencio volvió a plantarse en el centro del cuarto.


Cerré los ojos y una lágrima se me resbaló por la mejilla. ¿Qué había hecho con mi vida? Bueno, con lo que quedaba de ella. Mis padres habían muerto por mi culpa, y ahora estaba encerrado entre cuatro paredes, sin fuerzas para luchar por salir. Finalmente, alguien me estaba dando mi merecido. Anton había obtenido lo que quería: arruinarme la vida. Y yo le había ayudado.


-Conoces tus derechos, ¿cierto? -la voz de Delgado me hizo enderezarme sobre mi asiento. Lo observé sin comprender del todo- Tienes derecho a permanecer en silencio. Cualquier cosa que digas podrá ser usada en su contra ante un tribunal. Tienes derecho a consultar a un abogado y/o a tener a uno presente cuando seas interrogado por la policía. Si no puedes contratar a un abogado, te será designado uno.


Delgado me observó esperando una respuesta. Yo suspiré y asentí estando de acuerdo. ¿Qué más podía hacer?


-Tengo derecho a hacer una llamada también.


-Así es -la voz de Delgado empezaba a sonar más serena, más real. Ya no sonaba a ese tono amenazador de policía-. Imagino que querrás llamar a tus padres.


Agaché la mirada y observé el pequeño charco que acababa de dejar una de mis lágrimas. Tragué saliva y levanté la vista de nuevo.


-Mis padres fallecieron -la palabra "fallecer" dolía menos que el hecho de "morir". Morir es sinónimo de dejar de existir. Fallecer no es más que eso-. Solo me queda mi hermano. Debe seguir en el hospital con el papeleo por lo de mis padres.


Las cejas de Delgado se juntaron en una sola y gruesa línea sobre sus ojos.


-Alguien entró a nuestra casa y les disparó. Murieron en el hospital -suspiré y apreté la mandíbula-. A eso me refería con que debían de investigar lo de mi hogar y no encarcelarme sin buenas bases.


-La acusación fue...


-Sí, ya lo sé, de la hija del oficial -puse los ojos en blanco-. Es increíble que la policía ahora se base en palabras y no en hechos para hacer justicia.


Delgado se inclinó en su escritorio, apoyándose sobre sus codos.


-Bueno, si de justicia estamos hablando, tu hermano puede poner la denuncia, ya que, pues -se encogió de hombros-, estando aquí adentro no puedes serle de mucha ayuda.


Me recosté en el asiento nuevamente. «Los mataron por mi culpa y ahora estoy tras las rejas. ¿Qué más justicia que esta?». No comenté nada más; tenía derecho a guardar silencio.


La silla chirrió de nuevo. No me moví. Si Delgado quería irse o quedarse, era su decisión. Él aun gozaba de libertad. Yo, en cambio, permanecería encerrado aunque él ya no estuviese en la habitación. Escuché unos cuantos pasos, pero no la puerta. Delgado no había salido de la habitación. Me pasé un brazo por encima de la cabeza. Permanecí quieto. Demasiado silencio.


De pronto, sentí que alguien me observaba. Moví el brazo para darle lugar a mi vista. La sombra de Delgado se reflejaba en el suelo de concreto. Me erguí. Delgado estaba frente a mí, a rejas de distancia, tendiéndome un teléfono celular.


-Probablemente no puedas llamar a nadie hasta en la noche o mañana temprano -señaló su celular con la mirada-. Será mejor que avises antes de que tu hermano se preocupe más de lo que debería.


Observé al muchacho con cautela. Podía estar jugando y queriendo burlarse de mí, nada más. Me acerqué lentamente. No se movió ni un milímetro. No me apartó la mirada. Estiré mi mano entre las rejas y tomé el celular. Bajó la mano y se la limpió en el pantalón junto con la otra.


-Espero que te sirva, aunque creo que no tengo mucho crédito -regresó a su escritorio-. Avísame cuando lo desocupes. Y trata de ser rápido; no debería ayudarte. Pueden despedirme si me descubren.


Asentí y marqué el número de Alan. Contestó al cuarto tono.


-¿Alan? -había poca señal.


-Jason, ¿qué pasa? ¿ya vienes para acá? Estoy terminando -de fondo se escuchaban las enfermeras charlatanas y el sonido de los teléfonos.


-Alan, estoy detenido.


-¿Detenido?


-Sí. En la comisaría, quiero decir.


-¿Qué? ¿Por qué?


Miré a Delgado de reojo. Estaba escribiendo en una pequeña libreta, ajeno a mis palabras.


-¿Por qué crees tú? -susurré.


-¿Qué ha pasado? -preguntó Alan, sin entender del todo.


-No puedo explicarte mucho por ahora -seguía susurrando por precaución. Delgado me había ayudado, pero eso no me aseguraba que el tipo tuviera un corazón de oro-. Cynthia me acusó de complicidad por lo de Kelly. El oficial es su padre.


-Esa perra... -Alan bufó-. Iré a sacarte de ahí en cuanto termine esto.


-No, Alan...


-Alan nada. Iré a sacarte dije -y colgó.


-Alan... -era inútil. Bloqueé el teléfono y lo sostuve entre mis manos. Me levanté. Delgado me imitó. Saqué el celular por las rejas-. Aquí tienes. Muchas gracias. En serio.


-No hay de qué, viejo -tomó su celular y regresó a su sitio.


Lo observé con detenimiento. Era joven. Tendría aproximadamente la edad de Alan. No se veía como una mala persona. No lo era. Era un buen muchacho.


Sonreí por su reciente gesto y me acosté nuevamente en la banca, pasé un brazo por sobre mi cabeza, cerré los ojos y me obligué a dormir.




-Chico, tienes visita -un golpe en la puerta me hizo despertarme. Poli, el tipo que me había esposado junto con Delgado, estaba de pie junto a la puerta. Delgado ya no estaba en su escritorio. Poli dejó pasar a Alan-. Tienes cinco minutos. Estaré aquí afuera, así que no intenten nada.


-Gracias -musitó Alan y esperó a que Poli cerrara el despacho-. Ahora, tú -se acercó a la celda, señalándome con su dedo índice-, explícame qué está pasando.


Me puse de pie para estirar los músculos y me apoyé en las rejas. Suspiré.


-Llegué a mi casa y esta gente estaba dentro. Me esposaron y me dijeron que Cynthia me había acusado de complicidad de asesinato.


-¿Complicidad? ¿Pero qué anda hablando...? -levanté las cejas y miré al suelo- Espera, tú le dijiste, ¿cierto? -permanecí en silencio y me encogí de hombros- ¡Jason, ¿es en serio?


-Algo así. Ella me descubrió. Es complicado.


-¿Y qué le dijiste?


-Que yo supe y encubrí el asesinato.


Alan se pasó las manos por el cabello.


-A veces realmente pienso que te caíste de niño.


-Gracias, también te quiero -ironicé.


-Tendré que buscar la manera de sacarte de aquí.


-No, Alan... -traté de interrumpirlo.


-Podré pagar una multa o... ¡yo qué sé! Una manera debe de haber.


-Alan, no quiero que me saques de aquí.


-¿Cómo dices? -Alan giró su rostro para tratar de escuchar mejor.


-Lo que oíste. Yo me encargaré, ¿sí?


Alan rió.


-Ya de suficientes cosas te has encargado como para dejar que te encargues de una más.


-Confía en mí.


Alan abrió la boca para hablar cuando fue interrumpido por Poli, que atravesó la puerta.


-Se acabó el tiempo. Fuera de aquí.


Hice una mueca de disgusto por la actitud de Poli. Alan me observó buscando qué hacer.


-Estaré bien, yo me encargo. Vete -la incertidumbre y el miedo volvían a ser parte de mis tejidos.


-Ten cuidado, Jason -Alan asintió y se dirigió a la puerta.


-Lo tendré -prometí. La puerta se cerró.


Me giré para volver a la banca, pero el sonido de la puerta al abrirse me hizo regresar sobre mis pasos.


-Carter, un aviso -el oficial Maxwell entró a la sala-: serás llevado a juicio, mañana por la mañana. ¿Tienes algún abogado? -negué con la cabeza- Bien, se te asignará uno.


Asentí, mostrándome de acuerdo.


-Además, tienes derecho a una única llamada. Es tu oportunidad de hacerlo, ¿lo tomas o lo dejas?


-Lo tomo -respondí. Maxwell se sacó un manojo de llaves del bolsillo y abrió mi celda para dejarme salir.


Salí de la celda y esperé a que Maxwell la cerrara y me guiará por los pasillos. Lo seguí y me llevo a una oficina más concurrida. Había varios escritorios ocupadas por policías y secretarias que tecleaban o atendían llamadas.


-Allí está el teléfono -Maxwell señaló una cabina que parecía teléfono público. Se acercó a un escritorio con una muchacha que utilizaba el teléfono; le hizo unas pocas señas, ella asintió y él tomó del escritorio una ficha que luego me pasó a mí-. Tienes una única llamada.


Asentí y me acerqué al teléfono. Observé la moneda y la hice girar entre mis manos. Suspiré, la inserté en la abertura de monedas y marqué el número.


-¿Buenas noches? -la suave voz de Cynthia me quitó el aliento. Después de un día de no haberla escuchado, escuchar su voz sabiendo la situación en la que había ayudado a ponerme, me helaba la sangre.


-Gracias -musité.


-¿Disculpe? -no reconoció mi voz por unos instantes, pero luego casi pude ver la expresión de sorpresa en su rostro- ¿Jason?


-Que te vaya bien, Cynthia.


-Jason, espe... -me quité el teléfono de la oreja y corté la llamada. Me di media vuelta, observé a Maxwell para indicarle que ya estaba listo.


Me llevo de regreso a mi celda.


-Será mejor que empieces a acostumbrarte -ladró Maxwell al cerrar la celda para luego salir y dejarme solo.


Ahí pasé la primera noche.

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