Salvatore ➳The Vampire Diarie...

By lynmex

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❝A lo largo de mi vida he aprendido que no hay que prometer cosas que no vas a cumplir; porque lo único que l... More

Prólogo.
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By lynmex


—Tenemos que salir de aquí –Enzo gruñó golpeando los barrotes–. ¡Tenemos que salir de aquí!


Dena lo observó en silencio, sin emitir una sola palabra o parpadear a pesar del espeso humo flotando en el aire. Todo su cuerpo se sentía liviano mientras se mantenía parada detrás del vampiro desesperado, tan liviano como una diminuta pluma cayendo del cielo y no tenía miedo, no estaba asustada por caer hasta el suelo y morir en manos de las llamas del fuego. No sentía absolutamente nada, no había dolor por el hecho de que Damon la hubiera dejado ahí a su suerte, encerrada en una jaula llena de verbena en medio del aparente infierno.


— ¡Ayúdame! –el hombre se giró, sus manos el rojo vivo–. ¡Dena, vamos a morir!


¿Morir?


Tal vez solo Enzo, porque ella no iba a morir.


Los últimos años se había preguntado constantemente porque seguía con su padre aunque ya no tuviera la necesidad de estar con él, de irse por su propio camino para poder hacer sus cosas, sin embargo ahí seguía, y ahora, él la había dejado primero.


Sabes que este momento llegaría, amor mío. Nosotros solo le dimos un empujoncito.


Se ríe entre dientes, provocando que Enzo le mire como si estuviera loca. Y la verdad era que no estaba muy alejada de la realidad.


—Él me dejo aquí –las palabras se atoraron por la risa que se convierte en una carcajada limpia–. Se fue. Se fue sin mí.


Enzo apretó los labios ante el ataque que la mujer tiene, sus carcajadas sonaban por todo el lugar junto al siseo que hacían las llamas del fuego, su rostro pálido apenas visible por el humo.


—Dena...


— ¡Me dejo aquí! –el grito seguido del golpe a los barrotes por parte de Dena lo interrumpen–. ¡Me dejo aquí! ¡A mí, su maldita hija!


Se acercó, sosteniéndola para que no siga golpeando los barrotes llenos de verbena. Entendía lo que Dena estaba sintiendo, entendía que le dolía que alguien tan importante como su padre le hubiera dejado ahí, sin mirar atrás, mandando al demonio todo y demostrándole que verdaderamente no la quería. Porque un padre siempre iba a hacer todo para salvar a sus hijos y Damon no lo hizo.


—Tienes que calmarte –trató de que su voz sonara serena a pesar del caos–. Sé que duele, lo sé, pero no puedes quedarte aquí a lamentarlo.


—M-Me dejo, Enzo...


—Te prometo que lo haremos pagar, te lo prometo, cariño. Una vez que estemos fuera de aquí iremos tras él, no vamos a quedarnos aquí a morir.


—No vamos a morir –susurró separándose del vampiro, las voces en su cabeza riéndose.


—Lo haremos si no salimos de aquí. El fuego nos va a alcanzar.


—No vamos a morir –repite, su pulso acelerándose ante el estruendoso ruido en el exterior–. No voy a morir.


Ante las palabras, la puerta de la entrada por donde había salido Damon se rompe con un golpe, el cual hace que su atención vague hasta ella y en medio de toda la neblina y llamas provocadas por el fuego, en medio de aquella desgracia, sabe que había estado posponiendo lo inevitable al estar con su padre todos esos años, sabe que es hora de hacer lo que debe, de ir al lugar en donde debe de estar.


A lado de aquella figura parada en la entrada que le mira con una sonrisa encantadora, a lado de esa figura que conoció setenta años atrás, aquella que siempre iba a tener un ojo en ella a pesar de los años. Esa persona que era la clave de todo, el fin del juego.


—Veo que aquí hace un poco de calor, ángel –la voz se metió por sus oídos causándole una curvatura de labios y que sus bellos se erizaran–. Lo bueno que ya llegue para sacarte de aquí.


¡Si! ¡Si! ¡Si!




































































—Odio el desorden –dijo viendo los pedazos de vidrio en el suelo–. Pero odio más que no respondan a mis preguntas.


Dio un paso hacia delante esquivando el cuerpo sin vida de Jeremy, Elena al ver como Dena se apartaba se tiró a su lado, buscando el anillo Gilbert en su dedo. Suspiró conmocionada cuando vio que lo tenía puesto.


—D-Dena –logró murmurara Stefan, intentando tocarla, pero se detuvo al ver como los ojos azules de la chica lo perforaban antes de pasar hacia la dirección en donde Elena estaba.


— ¿El anillo Gilbert o me equivoco? –le preguntó de repente–. Esos anillos siempre arruinando una muerte segura –negó con la cabeza, observando la decoración de la casa–. Debo decirles que en realidad yo quería matarlo.


— ¿Quién eres tú? –rugió Elena, parándose del suelo.


Dena la miró y casi se río en su cara, la doppelganger sí que era valiente. ¿Cómo se atrevía hablarle así? A ella. No dudo en aparecer delante de sus ojos, quedando cara a cara.


Tiene agallas, amor mío. Una lástima que al final no le sirvan de nada.


—La doppelganger Elena –tomó un mechón de su cabello–. Eres muy valiente para desafiar a un vampiro, yo bien, podría...–acercó su cara al cuello de la morena–, comerte.


—Basta, la estás asustando –demandó el vampiro castaño. Tomándola del brazo y separándola de su novia.


Dena se tensó ante el agarre.


—Claro que no, solo estábamos teniendo una agradable charla –se soltó–. Ya sabes, si va ser mi tía tengo que conocerla o darle una probadita. Nunca entenderé que le ven a... estas simples doppegangers, aunque debo admitir que ella es más hermosa que Katherine.


Alaric y Elena miraron a Stefan sin entender.


— ¿De qué están hablando? ¿Quién eres tú? –inquirió el humano sin entender nada de la conversación.


— ¿No le hablaron de mí a su perra y sus perritos? –se puso la mano en el pecho con ofensa fingida, volteando a ver a los dos vampiros–. Eso dolió, familia.


—Dena, no tienes que hacer esto –por primera vez, habló Damon llamando su atención.


Dena alzó una ceja. —Yo no estoy haciendo nada, solo vine a que me dijeran en donde esta Katherine –pausó–, tenemos algunos asuntos pendientes que arreglar y ustedes son los que están alargando más esto.


—Nosotros necesitamos... Necesitamos hablar.


— ¿Hablar? ¿De qué? –frunció el ceño–. ¿Vas a hablar de lo que quiero saber?


Damon boqueó, sintiendo pesadez en su pecho. Quería gritar, correr, saltar, bailar, llorar, hacer cualquier cosa por el simple hecho de que delante de él estaba la mujer que era parte de él, aquella que tenía la mitad de su alma, la que creyó perder. La que creyó por tantos años haber matado. Se veía hermosa, seguía siendo aquella niña de sus recuerdos, su princesa, su bebe, su todo.


— ¿Cómo...cómo es posible que estas viva? –susurró apenas audible, pero los dos vampiros restantes lograron escucharlo.


No gracias a ti –las palabras salieron de Dena automáticamente con voz ronca–. Pero tranquilo –ríó–. Ya lo supere, igual que tú a los pocos días.


—Podría por favor alguien explicarnos qué pasa aquí –pidió Alaric.


Dena simplemente caminó hasta en uno de los sillones sentándose en este como si fuera su casa –y lo era-, extrañando la sensación de su cuerpo en estos. Se cruzó de piernas, extendiendo los brazos en el respaldo.


—Bien –con su dedo señaló a Elena, a Alaric y a Jeremy–. Que alguien le cuente a la doppelganger, al intento de cazador y al muertito de ahí quién soy.


Sin importarle las miradas de que llevan todos, Dena se relajó esperando a que alguien hablara.


— ¿Me dirán o no? –preguntó el cazador.


Tanto Stefan como Damon se miraron entre ellos, diciéndose miles de cosas con la mirada.


—Ella es parte de nuestra familia –habló Stefan con cuidado, pasando la mirada de Elena hasta Alaric, causando una mueca sarcástica en la cara de Dena–. Es una Salvatore.


— ¿Una Salvatore? ¿No se supone que ustedes son los únicos? –Elena se abrazó más a su hermano cuando la ojiazul le miró.


—Sí, ella es una Salvatore.


No lo eres, amor mío, retumbó en su cabeza, sin embargo lo ignoro.


—No entiendo –dijo.


Dena rodó los ojos. —Belleza, sí que tienes la capacidad de procesar las cosas muy lentas –le dijo burlona–. ¿No notas el parecido?


Elena y Alaric entrecerraron los ojos mirándola detenidamente. Tenía el pelo negro, piel blanca, una sonrisa que le hacía estremecerse como la de Damon y sus ojos, sus ojos...


Elena miró a Damon, quien no había apartado la vista en ningún momento de Dena y se sorprendió de ver miles de emociones bailando en los ojos del vampiro.


—Dena es hija dé Damon –soltó Stefan, diciendo lo que ella ya sabía–. La única hija que tuvo antes de convertirse en vampiro.


—Corrección –interrumpió Dena–. Única hija que tuvo antes de que tú lo convirtieras.


Golpe bajo.


Stefan se tensó, ella se lo estaba echando en cara, le dolía que ella también lo hiciera.


— ¿Tienes una hija? –preguntó Alaric hacia Damon–. ¿Por qué no lo sabíamos?


—Por qué pensaba que estaba muerta –murmuró–. Así fue durante sesenta y un años, hasta ahora.


— ¿Estás diciendo que tienes una hija la cual pensaste que estaba muerta y ahora aparece viva? –Damon asintió hacia el hombre–. Esto es... que...que drama, hermano.


—Lo mismo digo –Dena rió–. Me agradas, ahora puedes estar seguro que no voy a matarte –le guiñó el ojo juguetona.


Se quedaron en silencio por un breve momento, el cual fue roto por el jadeo que Jeremy hizo cuando despertó, tomando una gran bocanada de aire y mirando a todos lados mientras su cuerpo se inclinaba hacia arriba.


— ¡Jer! –Elena lo sostuvo con fuerza–. Oh, Jeremy.


Este miro a su hermana, confundido. — ¿Q-qué pasó?


—Oh bueno, te mate –respondió la vampira–. Pero reviviste, yo tenía la plena intención de acabar contigo y se hubiera logrado si no tuvieras ese anillo.


— ¿Por qué has hecho eso? –inquirió observándola.


—Estaba enfadada y me gusta matar personas –se encogió de hombros–. Y más si llevan el apellido Gilbert.


Jeremy empujó a Elena levantándose del suelo, dio unos pasos hacia la vampira dispuesto a encararla.


— ¿Quién eres tú? –apretó los puños.


La vampira rodó los ojos. —Y vamos con la misma pregunta –se volteó hacia su tío–. ¿Acaso aquí tienen el hábito de entrometerse en todo? –pero el vampiro no contesto–. Bien, no respondas, pero todos deben de saber que no hay que meterse en problemas ajenos –hizo un ademán–. Regresando al tema anterior –murmuró, se sintió una ráfaga de aire y vieron a la pelinegra parada detrás de Jeremy, tomándolo del cuello.


— ¿Qué estás haciendo? –preguntó Damon con el ceño fruncido.


Dena alzó en el aire el anillo Gilbert —Sería una lástima que el pequeño Jeremy muriera en verdad –fingió tristeza–. Ahora ya que he perdido la cuenta de cuanta veces lo pregunte, lo hare de nuevo –sus ojos se oscurecieron–. ¿En dónde está la hermosa Katherine Pierce?


—Dena, cariño, suelta a Jeremy, él no ha hecho nada –rogó Stefan diciendo ese apodo que solía decirle cuando era niña esperando a que no hiciera alguna idiotez, pero no tuvo efecto y en cambio la vampira soltó una enorme carcajada, provocando escalofríos en todos los presentes.


— ¿Enserio? –olió el cuello del muchacho–. A mi parecer él tuvo mucho que ver en el intento para matar a Kath. Y la verdad nadie notaría la ausencia de un mocoso punk.


—Sí, sabemos que a nadie le importaría que muriera, pero el apenas es un niño –gruñó Damon–. No te atrevas a matarlo.


— ¿Dándome órdenes, papi? –negó riendo–. ¿Desde cuándo te interesa el bienestar de otras personas que no sea el tuyo o el mío? Bueno, ignora lo último. Muy cómico –entonces Jeremy soltó un estremecedor grito por el golpe que le dio Dena en la columna, hubiera caído al piso a no ser por el agarre de la vampira–. Paralizado de la cintura para abajo, ¿te suena familiar, Stefan?


Y él sabía de lo que ella estaba hablando. Estaba haciendo lo mismo que le hizo Katherine a la chica del baile cuando ambos estaban bailando y no quiso darle la piedra.


— ¡Suéltalo! –chilló la morena–. Por favor, no le hagas nada.


Arrugó la nariz cuando vio a la doppelganger llorar. Era tan dramática. Con un leve movimiento de mano hizo que el cuello de Jeremy quedará a su disposición. Con una de sus largas uñas hizo una pequeña cortada haciendo que gotas de sangre empezarán a brotar.


Lamió la herida, saboreando el delicioso sabor de la sangre. Ah, como le encantaba el saber que era poderosa. Era un oráculo, uno condenado que veía el futuro, que podía cambiarlo y jugar con el en sus manos. La vida de millones estaba entre sus dedos, enredados como hilos listos para ser cortados. Y lo mejor de todo; era inmortal.


— ¿Alguna vez han escuchado que la vida está en la manos de cualquier persona? –murmuró–. Mas precisos... ¿En las mías?


—Dena, no lo hagas –Damon dio un paso hacia delante, sabiendo que iba hacer su hija–. No lo condenes, no todavía.


—Tarde –en un rápido movimiento volteo al chico tomándolo de ambos lados de la cabeza. Sintió como el poder empezaba a fluir por su cuerpo. Una serie de imágenes empezaron a proyectarse en su cabeza y sonrío internamente cuando ella empezaba a formar cada una de ellas.


Damon alarmado corrió hasta ellos, empujando a su hija hacia la pared y viendo el cuerpo de Jeremy caer al piso, pero esta vez inconsciente.


— Stefan, llévate a Jeremy y a Elena –ordenó–. ¡Ahora!


Elena y Stefan tomaron el cuerpo de Jeremy saliendo de la mansión lo más rápido posible, quedando solamente Damon, Alaric y Dena.


Esta última se paró del suelo, tocando su cabeza.


—Vaya, eso dolió –talló su cuello–. Y como presiento que no me dirán en donde está Katherine. Iré a recoger mis cosas y traerlas, ya extrañaba estar en casa –murmuró con una sonrisa y una mano en la cabeza, se dio media vuelta caminando hasta la puerta, pero antes de salir por esta se detuvo–. D  iez del seis del trece.


Y sin más salió, azotando la puerta detrás de ella.


— ¿Qué significa eso, Damon? –preguntó Alaric, sin entender.


Damon tomó una bocanada de aire. —La fecha de la muerte de Jeremy.


Alaric se tensó, mirando sin poder creerle. —Tenemos otro problema.


—Un enorme problema, Alaric, uno enorme –murmuró mirando la puerta por donde había desaparecido su hija.


































No sabía cómo sentirse, no sabía que pensar. Estar sentada en el sillón de esa casa le traía tantos recuerdos. Recuerdos agradables y unos que otros tan amargos que creyó lanzar al fondo de su subconsciente todos esos años.


Basta de pensar en ello, amor mío.


Dena bufó. —Si solo fuera tan fácil.


Era de noche cuándo llegó hacia un par de horas, probablemente en ese mismo momento eran más de las tres de la madrugada. Pero no tenía sueño, no quería dormir. Lo único que había hecho desde que llegó fue dejar sus maletas en su antigua habitación, bajar las escaleras, servirse un trago y sentarse en el sofá a ver las llamas casi existentes de la chimenea.


Y quería reírse justo como en su cabeza se escuchaba, de la misma manera, con el mismo sentimiento, burlándose de lo que fuera tan divertido aun si era de ella.


Había arruinado su plan, ella misma se había desviado de su objetivo yendo hacia un punto sin retorno que jamás pensó tomar. En ningún momento se le había pasado por la cabeza el hecho de revelarse frente a su familia, eso era algo que no tenía pensado hacer, pero aunque no fuera ella misma había momentos que tomaba decisiones impulsivamente, justo como lo hizo. Su familia ya sabía que estaba viva, una completa lastima sin embargo no tenía por qué seguir escondiéndose. No más.


Nunca te escondiste, amor mío.


Gruñó mirando su mano, observándola atentamente hasta que algo llamó su atención. Dejó el vaso en la mesa de centro, tocando con sus dedos de la otra mano su índice izquierdo. Era fanática de tener un manicure hermoso y refinado para alguien de su estatus, sin mencionar que a ninguna mujer le gustaba tener las uñas de las manos todas mal cuidadas y ella no era la excepción. Pero había algo que arruinaba la armonía del bonito manicure y era esa uña del dedo índice que estaba roja e infectada, totalmente horrible.


Tomó con cuidado la uña, jalándola y dándose cuenta que dolía más de lo que se había imaginado. Casi gimió por el dolor cuando tiró de esta y la sacó, pero se contuvo. No quería que nadie la escuchara a pesar de que no había nadie en la casa a parte de ella.


No se preguntó por qué cuando alzó la uña y la observó atentamente, ni siquiera se molestó por mirar la herida punzante de su dedo que no había empezado a sanar.


La respuesta la sabia, la supo desde hace un par de décadas. Y el silencio tan repentino en su cabeza que pocas veces de gestaba simplemente lo confirmaba.


Su cuerpo estaba rechazando curarse y no solo eso, sino que le tomaba más tiempo de lo debido. No estaba muriendo por mucho que le gustase la idea ya que eso era algo imposible en un vampiro. Pero lo que le sucedía era algo parecido.


Tiró la uña al suelo con un movimiento eufórico, sin importarle si alguien la viera y simplemente se inclinó tomando el vaso otra vez para beberse el contenido de un solo trago.


Escuchó la puerta principal de la casa abrirse lentamente dando por hecho de que Damon había regresado de a donde sea que se hubiera ido más temprano.


—D-Dena –murmuró el ojiazul deteniéndose en el marco que dividía el pasillo de la sala de estar.


La chica volteó lentamente, chocando mirada con mirada. Damon parecía sorprendido de verla ahí, sentada en el soda tranquilamente mientras sostenía un vaso vacío.


Después de tantos años evitando aquel acontecimiento, ahí tenía el reencuentro, después de tantos años estaban los dos solos; padre e hija. Después de tanto tiempo se miraron a los ojos sin saber qué pensar, sin saber que sentir, sin saber si correr hacia el otro y fundirse en un abrazo. Después de tanto tiempo estaban ahí, encarándose en uno con el otro, reencontrándose. Ambos estaban ahí, en ese mismo lugar. Pero solo uno tenía las emociones cruzándole por los ojos. Y ella solo esperaba impaciente por qué terminara este aburrido encuentro. Quería que él se fuera y la dejara sola.


¿Por qué repentinamente su cuerpo se estremeció?


Simplemente no le importaba o quería hacerse indiferente.


—Veo que ya llegaste –le dijo, la burla en su voz era muy notable–. ¿Tuviste una noche agotadora?


Damon salió de su estado de aturdimiento y caminó hasta donde estaba Dena con paso vacilante, para servirse un tragó y disipar el golpeteo de su corazón.


—A decir verdad, mi vida es un drama juvenil –respondió, tomando el vaso y sirviéndose hasta el tope de bourbon–. Uno con muchos espectadores.


—Algo de lo que no estoy realmente sorprendida –se acomodó mejor cuando Damon se frente a ella en el otro sofá –. Toda la vida te has creído el actor de tu propio drama.


— ¿Un idiota? –inquirió con pesar, leyendo entre líneas las palabras de la mujer.


—Exactamente.


—Bueno, me lo dicen a menudo –bebió del vaso, aunque solo quería disimular el dolor. Era cierto, le habían dicho muchas veces idiota, pero nunca se había sentido así con esa palabra que lo caracterizaba.


—El mismo cuento se repite, ¿no es así? –negó riendo–. ¿Qué le viste?


—No lo sé –y a pesar de que Dena no dijo un nombre y de no tener la obligación de contestarle, lo hizo–. No lo sé.


Entonces Dena lo miró y casi vomita al ver el brillo en los ojos de su padre, ese solo brillo que tenía ella en sus ojos al mirarlo con admiración, con amor. Pero ahora simplemente no estaban, era unos fríos ojos azules. Sin emoción, sin nada de sentimiento.


—Patético –escupió–. Si lo sabes. Tal vez, solo tal vez vaya a visitarle, quién sabe, quizás puedo darle un vistazo y verificar que sea lo que creo que es.


Damon de inmediato se tensó.


—No vas hacerlo, Dena –apretó el vaso, levantándose dispuestos a irse–. Te lo prohíbo.


— ¿Eso es una orden? –alzó una ceja–. Has perdido ese derecho, querido –se levantó ella igual, mirando como caminaba a la salida–. ¿Por qué huyes?


Damon se detuvo. —Huir es para cobardes, a mi simplemente me aburrió esta conversación.


Dena se rio entre dientes. —Oh, tú debes saber mucho de eso.


—Déjalo ya, Dena.


—No, ¿por qué te esmeras tanto en protegerla? ¿Por qué es igual a Katherine? –tomó aire–. O ¿por qué su nombre es similar al de Lena?


Su bello se erizó, con el corazón bombeando fuertemente su pecho. Se dio media vuelta y se detuvo en seco al verla. Sus ojos e abrieron de golpe a divisar el cambio en su hija en tan solo un parpadeo.


—Tal vez la proteges por qué te recuerda a mí –respondió la dulce voz que más amó en toda su vida.


—Cambia –ordenó a Dena convertida en Lena–. Detente con esto, Dena –gruñó–. No tienes que meter a tu madre en esto.


Dena en la forma de Lena parpadeó y entonces cambio, su cuerpo fue un borrón por un segundo antes de adquirir otra apariencia.


— ¿Qué tal este? ¿Te gusta? –habló con la voz característica de la doppelganger Katherine, moviendo sus risos y el ostentoso vestido.


—Detente, ya.


—Uno mejor –rio–. Este –ahora, los risos habían cambiado, sustituyéndolo con un cabello lacio y sin vida, ropa rasgada y sangre en todo su cuerpo. Damon dio un respingo–. Duele ver al amor de tu vida así, aunque sea solo una ilusión. ¿Verdad? –le dijo, dando dos paso hacia él y regresando a su forma original–. Duele como el infierno.


—Basta –murmuró.


—Una vez apagaste tu humanidad, dejando morir a quien fue tu familia –se acercó a él, quedando tan cerca que su boca estaba en el oído del vampiro, susurrándole–. Y ahora vas a sentir cómo se siente ver morir a alguien que amas con los sentimientos a flote.


Se alejó de él, pasando por su lado y haciendo una mueca. ¿Qué demonios fue todo ese espectáculo que acababa de dar?


—Enciéndela –la voz de Damon hizo que se detuviera–. Enciéndela, por favor.


Lo último sonó como una súplica que provoco una oleada de risas en la cabeza de la mujer.


Dena sonrió de lado sin voltearse antes de chasquear la lengua y retomar su camino hacia las escaleras. —He dicho que tú no me das órdenes.


Y lo dejó ahí, con miles de preguntas en la boca y una pesadez en el pecho.










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