Nasty (A la venta en Amazon)

By lizquo_

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¿Alguna vez te enamoraste de quien no debías, y todos te acusaron de tonta por hacerlo? Nasty es un libro que... More

El color del infierno
Primera parte: Los genios se van al infierno.
Capítulo 1
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Segunda parte: Los ángeles son terrenales
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48

Capítulo 2

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By lizquo_




M: One Republic - What you wanted. 




Estaba desnuda en la foto. Aunque lo intenté, no logré recordar cuándo había permanecido en esa posición tan despreocupada sobre la cama, con una persona en la que confiaba muy poco —nada—. Pero era tarde para sopesar aquello, ¿no?

Nash aleteó la fotografía delante de mi rostro quizá para que regresara a la realidad.

Y vaya que esta es la realidad.

—Linda, ¿no crees? —se burló él—. No fue difícil tomarla. Te veías hermosa... —Bajó la mirada a mi boca, con gesto lascivo—. Típico de ti, Penélope.

Volvió a observar el papel, alejándolo de mi vista y me observó, esperando a que yo respondiera algo. Lo más asqueroso de la escena, era que él admiraba la impresión con la atención suficiente para que yo creyera en eso que me estaba proponiendo.

Me sentía enraizada al suelo del dormitorio. Él sonreía, en cambio. Se había recargado en la puerta de la entrada. Sus ojos titilaban contra la luz de la habitación: había satisfacción en sus facciones.

—Eres despreciable —dije.

Nasty, como solía llamarlo, sonrió de la única manera en la que saben sonreír los sinvergüenzas. Seguro de sí mismo, con una ceja oscura enarcada y esa piel del rostro límpida que, en ese momento, me hubiera gustado arañar con violencia. Lo que había en su cara era una mueca asquerosa. Un mohín torcido y siniestro; estaba orgulloso de haberse acostado conmigo, pero se veía aún más orgulloso por haberme enseñado la prueba de esa noche.

—El sábado no dijiste eso. —Se recargó en el marco. Detrás de él algunas inquilinas del edifico cruzaban el largo pasillo, dirigiendo, de manera rápida, una mirada hacia mí—. En realidad, parecías bastante entusiasmada.

Todavía mirándolo con aprensión, las ganas de llorar se agolparon en mi garganta. Nash se mordió un labio. Una mirada inquisitiva, por su parte, me recorrió el cuerpo entero.

Definitivamente había sido muy mala idea recurrir a él esa noche pretendiendo desquitarme; por mucho que dijera que era una manera de probarme que yo también podía caer bajo. Me había relajado compartir la cama con él y, entre sus caricias, permití que se apoderara de una parte de mí que no le había dado a nadie: la voluntad.

Aquel lapso de despecho, de ignorancia pura y de enajenación, fue mi manera de huir. Nash se había comportado como mi refugio: el refugio que, en última instancia, terminó siendo mi condena.

—Dámela, Nash. —Extendí la mano al frente e intenté que me entregara la fotografía—. No me hagas esto, por favor.

Mi respiración se aceleró y mis nervios se intensificaron. La reacción justa que él esperaba, creí. Él se encogió de hombros y se acercó a mí otra vez.

—Vas a tener que comportarte conmigo si la quieres de vuelta. —Fue todo lo que dijo antes de marcharse de la habitación.

Me senté en la cama con la pesadumbre de las circunstancias cayéndome encima cual si fuera un balde de agua helada. Delante de mí se encontraba Siloh, mi compañera de cuarto. Dejé caer la vista al suelo, humillada y enojada conmigo misma.

El chico en cuestión era popular dentro del campus, pero por razones incorrectas; su reputación y modales eran lo que se podía calificar como despectivos, tal vez extraños y muy, muy particulares.

Pero eso tú ya lo sabías, una voz insidiosa se hizo oír en mi cabeza.

—No creo que la muestre, Penny —musitó la chica rubia a mi lado—. Nash es...

Yo sabía que no encontraría nada favorable qué decir en cuanto a Nasha. El nudo gigantesco de rabia en mi interior no serviría para hacer algo que funcionara como calmante. Había sucumbido a una mala decisión y el tiempo no iba a darme la oportunidad de rectificar mis acciones.

Entonces pensé en mi madre, en lo lejana que estaba y en lo mucho que la necesitaba en situaciones como esa. Ya había dejado de ser una prioridad en su vida y trataba, día a día, de metérmelo en la cabeza. Era consciente de que mis actos y responsabilidades me correspondían a mí y no a ella: porque, sin importar su ausencia, no era ella la que había tenido sexo con Nash por despecho. Yo sí.

Hacía seis meses apenas que cursaba la universidad, y la promesa inicial, sobre no quitar la vista de mi meta, comenzaba a distorsionarse. Acababa de empezar por echar a perder mi reputación; la gente se daría cuenta de lo que había hecho y, por consiguiente, mi madre iba a enterarse, el resto de mi familia, las personas que tenían una imagen de mí... pulcra. Una imagen que me resultó hilarante en ese momento.

Mi manera de actuar no había sido la correcta. Era así desde cualquier ángulo que se le pudiera contemplar. Yo no confiaba en Nash y eso me tendría que haber bastado para alejarme de él; muy a pesar de su atractivo, su voz ronca y su inteligencia, cosas que me atrajeron de él como un imán.

Todo había comenzado por una simple clase de literatura, a la que fui obligada a asistir con tal de mejorar mi carácter huraño y altivo. Él asistía desde mucho antes. Prácticamente respiraba y comía letras; se quedaba absorto; escuchaba la diatriba de nuestra profesora y se metía de lleno a escribir cosas en un cuaderno que llevaba a todas partes consigo.

Físicamente, eres perfecta, me había dicho una vez, para luego agregar: pero lo que mantiene interesado al sexo opuesto no tiene nada que ver con la belleza corporal, y por ese lado no llevas mucha ventaja. Nash era así. Yo lo sabía.

Sabía qué clase de persona era.

Dentro de mi estómago la comida de todo el día se remolió con fuerza. No podía dejar que esa foto arruinara mi carrera: era todo lo que tenía. Mi madre vivía ensimismada en su propio cuento de hadas y ya para esos días estaba por el cuarto novio, de nuevo enamorada y despilfarrando el dinero que mi padre con mucho trabajo había reunido para su familia. Antes de fallecer.

—No me importa lo que sea, el bastardo. —Limpié, con la manga de mi suéter, las lágrimas que surcaban mis mejillas—. Si no recupero esa maldita foto y mi madre la llega a ver, me quitará todo el apoyo económico; no puedo...

Rompí en llanto al imaginar esa horrenda circunstancia. Porque sin dinero no tenía carrera y sin carrera jamás llegaría a ser independiente. La escuela de psicología de aquella universidad era de las mejores y perder mi matrícula en ella era similar a vivir una cadena perpetua.

¿Y si la foto llega a las redes sociales?

—Tranquila —dijo Siloh y se sentó a mi lado. Me echó una mano encima, cruzando los hombros—. Ya veremos cómo lo arreglamos.

—Ceder con él y conseguir que me la regrese. —Sonreí, irónica—. Es que, ¿qué más puedo hacer?

—Estamos refiriéndonos a Nash —me dijo mi compañera de cuarto, con tono afectado—. Ya sabes lo que eso significa. No es que vayas a ser su novia, Penélope. Tú...

—Sí, sí, Siloh —la interrumpí—. Ya sé que no es el mejor partido del mundo, de otro modo sería muy fácil. Por Dios... —Gimoteé tan fuerte que mi pecho se contrajo. La palma de Siloh estaba en mi espalda de manera reconfortante—. ¿En qué demonios estaba pensando?

—Eso mismo me pregunto yo —susurró ella.

La miré de soslayo y volví la vista a la puerta. Una ruina pública no era lo peor de todo, pero mis esfuerzos por conseguir un lugar allí habrían valido de nada. Rebusqué en mi mente señales, una al menos que me permitiera pensar claro. Era inútil. Lo que para mí había sido imperativo era salir del yugo de mi madre. Al cumplir los veintiún años todo sería diferente, pero necesitaba al menos estar bien frente a esa mujer que me había dejado sola desde hacía mucho tiempo.

—Ya sé en lo que me metí, Siloh. —La chica miró al suelo, avergonzada—. Fue un error. Soy consciente de ello. Pero a como dé lugar tengo que recuperar la fotografía.

—Mi hermano es su compañero de cuarto, ¿recuerdas? —sugirió ella. Enarqué una ceja, confundida—. Tal vez quiera ayudarnos.

Un dejo de pesadez la embargó. Por mi parte lo que sentía era un fuerte sentimiento de culpa. No confiaba en nadie. Apenas y había logrado hacerlo con Alfred, mi ahora exnovio. Y Siloh siempre se mostraba atenta a mis pláticas, a mis problemas; en cuanto a mí, no aportaba más que una cara fría y una actitud del asco a la relación de roommates.

Ya. Tu hermano.

Algo en las facciones de la muchacha no me agradó. Se puso de pie y sin mirarme a la cara, dijo—: No es tan desagradable como tú piensas.

Ni siquiera recordaba haber hablado con él. Sí, lo había visto en nuestros dormitorios alguna que otra vez; traté de evocar sus facciones: un rostro masculino, con cabello rubio cenizo y ojos azules, tan trasparentes que daban miedo, se dibujaron en mis recuerdos.

Se llama Sam...

—¿Crees que quiera? —pregunté.

Sus ojos me inspeccionaron con cuidado y se mordió los labios antes de decir:

—Estoy segura de que lo hará si se lo pides.

—¿No es amigo de Nash? —inquirí.

Si eran compañeros con La calamidad, cabía la posibilidad de que tuvieran una relación amigable. Era difícil creer que esa sanguijuela de cabellos oscuros pudiera entablar una relación estrecha. De pronto caí en la cuenta de que Siloh me estaba sugiriendo que le pidiera ayuda a un muchacho con el que no había cruzado ni media palabra.

—Siloh, no puedo pedirle que me ayude con la foto, ¿qué tal si la ve? No, no. No puedo hacerlo.

—Penny, en primera... Sam no es amigo a ciencia cierta de Nash. Mi hermano es educado y sabe comportarse; por eso tienen una buena comunicación. Y, en segunda, podemos encontrar otra forma si así lo deseas.

Dubitativa, asentí sin muchos ánimos. Me recosté en la cama y miré al techo. Pocos minutos después, Siloh salió de la pieza para ir a las duchas. No fue difícil imaginar cuán grande sería mi desgracia si Nash mostraba esa fotografía. Un clic, solo eso sería suficiente para arruinarme.

Lo que probablemente sucedería se me antojó terrorífico; estar con él, en lo sexual, no había sido difícil. Sin embargo, la dignidad que perdí en sus manos fue demasiado notoria.

Demasiado notoria.

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