My First And Last | Nomin

By kyuvhun

118K 10.6K 30.3K

¿Debería intervenir en este caos de destino que ha decidido jugar con nuestras almas en un juego sin fin? Ten... More

Presentación
Esta es la historia de un amor
254.13.26
J.C.
Las curvas de esa chica
Oh my God
Cenando en París (I)
Cenando en París (II)
El Mapa de tu Corazón
The Truth Untold
el cine
stereosexual
resonance pt.1
resonance pt.2
champagne problems
Hermano Sol, Hermana Luna
...ready for it?
Levitating
i did something bad
melting
el fallo positivo
make a wish (I)
make a wish (II)
after school (I)
after school (II)
summertime in paris (I)
summertime in paris (II)
naturaleza muerta
come back, be here
fly love
me colé en una fiesta
i can't handle change
un año más
esto no es un capítulo
los amantes
tq
la fuerza del destino
descanso dominical
the room
no tienes nada que perder
everybody wants to rule the world (I)
everybody wants to rule the world (II)
cuerpo y corazón
late night talking
por la cara
sweet.
no estoy bien.
¿te hace un renyang?
candy
hoy no me puedo levantar
esto no tiene nombre (I)
esto no tiene nombre (II)
cuando la vida te da limones...
¡Haz limonada!
¡Feliz cumpleaños! (I)
¡Feliz cumpleaños! (II)
to be loved is to be changed
la última cena

¿que por qué no me callo? ah, sí, porque soy imbécil

881 68 89
By kyuvhun

Número de palabras: 14.7k


🥤

Mi cama era demasiado pequeña para dos personas, pero a nosotros no nos importaba.

Despierto demasiado temprano para mi gusto. Al principio me cuesta entenderlo, y es que son los rayos de sol que se abren paso por mi ventana -completamente subida- y bañan cada esquina de mi habitación los que hacen que arrugue los ojos con incomodidad y que me separe cada vez más del rico sueño en el que estaba.

Durante un momento sopeso la opción de levantarme y cerrarla, pero el pensar en abandonar la calentita cama y caminar descalzo por el frío suelo, aunque sean solo unos pocos metros, me clava más aún en el cómodo colchón. Me escondo bajo las sábanas dándole la espalda al maldito sol, e intento durante lo que me parece una eternidad volver a conciliar el sueño, hasta que el calor se vuelve asfixiante y me veo en la obligación de escapar de nuevo a la superficie, y de hacerme a la idea de que mi día acaba de comenzar.

Es injusto, porque justo a mis espaldas, y sumido en un profundo e insoportable coma, tengo a un samoyedo del tamaño de un ser humano durmiendo a pata suelta, indiferente a los cálidos rayos de sol que a mí tanto me molestan y a mi constante bamboleo del colchón por culpa de ellos. Me rindo y me giro hasta tenerle ante mí. Encarando el techo, su respiración es lenta y pesada, y de sus labios entreabiertos escapan pequeños soplos de aire, pero su ceño está fruncido como siempre. Es insoportablemente adorable.

Dejo que mis pensamientos intrusivos ganen cuando saco una mano para alisar las pequeñas arrugas entre las cejas con mi dedo gordo. El gigante perro ni se inmuta, y me da la confianza suficiente como para pasar la punta del dedo índice por el puente de su nariz, fascinado por su rectitud y perfección. Mis dedos continúan su camino por sus labios suaves, hidratados a diferencia de los míos ásperos como la lija, y terminan su trayectoria en el mentón. Nada.

Me quedo Dios sabe cuántos minutos así, acurrucado y observando en silencio a mi persona favorita en el mundo dormir como quien observa el amanecer por primera vez. Los pequeños rayos se posan en su rostro calmado, delineando su perfil a contraluz, y creo que por imágenes así recibiría con gusto el sol cada mañana de mi vida, aunque ello supusiera dormir un poco menos.

A lo mejor vivir juntos no es tan mala idea.

No es la primera vez que fantaseo con algo así. Con tener algo como lo que tenemos ahora, pero en la quietud de nuestro propio hogar, en una cama de matrimonio en condiciones en la que me pegaría a él cuando el frío se colara por las rendijas de las ventanas. Quién sabe, a lo mejor hasta tendríamos ventanas en condiciones y calefacción automática, y no habría necesidad de acurrucarnos como dos polluelos en un nido. Quizás me pegaría a él igualmente.

Llevo un rato jugueteando con la cadena plateada del collar en su pecho a juego con mi pulsera cuando le siento respirar con irregularidad, y como en una secuencia programada, sus pestañas tiemblan antes de aletear rápidamente. Está despierto.

—Por fin.

Pestañea una, dos, tres veces. Con la nariz y los párpados arrugados por la luz cegadora del sol, sus ojos se abren despacio, confusos, igual que un recién nacido que ve por primera vez el mundo a su alrededor. Mi voz ronca le alerta, y cuando entiendo que no ve tres en un burro sin sus gafas, y que lo mismo piensa que soy mi madre, extiendo un brazo hacia mi mesita de noche para entregárselas.

—¿Llevas mucho rato despierto? —Sus ojos se empequeñecen al ponérselas y verme a través de los gruesos cristales.

—Un poco. Anoche se me pasó bajar la persiana —explico señalando la ventana al lado de la cama.

Jeno la fulmina con la mirada y vuelve a mí con ojos suaves.

—Lo siento...

Me muerdo el labio en un intento por contener una sonrisita.

—No pasa nada. Estábamos ocupados con otras cosas.

Puedo señalar con exactitud el momento en el que asimila mis palabras y un rubor carmesí le tiñe las mejillas. Avergonzado, se cubre el rostro con las manos y rueda en la cama, intentando alejarse de los recuerdos.

—No sé ni qué hora es, pero seguro que demasiado temprano para hablar de esto —murmura ahogado tras ellas, flexionando todos los músculos en sus brazos y hombros y haciéndome reír nervioso—. Buenos días, supongo.

Definitivamente, son buenos días para mí.

De pronto, parece acordarse de algo de suma importancia, porque me mira con ojos grandes y redondos:— ¿Te duele algo? ¿Cómo te encuentras?

Niego enseguida, pero aun así me estiro como un gato perezoso en la cama, buscando algún punto de dolor que tal vez no haya descubierto. Me sale un bostezo casi sin querer que él copia en efecto rebote segundos después.

—Estoy perfectamente —le aseguro con una sonrisita llena de satisfacción mientras me incorporo sobre un codo en la almohada—. Tienes que dejar de preocuparte ya por eso, lo estamos haciendo bien.

Lo estábamos haciendo, que era lo importante. Todavía no me podía creer que ambos habíamos pasado de vivir una noche infernal en UCI a estar desnudos en mi diminuta cama, amaneciendo juntos después de haber hecho el amor a una fina pared de distancia de mi madre y mi padrastro. Un acto de rebeldía por mi parte y de valentía para Jeno, teniendo en cuenta que fue él quien se lanzó primero, para mi propia y agradable sorpresa. Yo diría que lo estábamos haciendo fenomenal.

Sin embargo, su mirada afligida y perdida en algún lado de la habitación me alarma. Extiendo mi mano libre hacia él, preocupado.

—¿Qué pasa? ¿Jeno?

Él sacude la cabeza, despertando pequeñas motas de polvo que bailan a su alrededor bajo la luz cálida del sol.

—No es nada —me miente. Permanezco callado, esperando que el peso de mi silencio haga su trabajo—. Bueno, es lo de siempre.

Se peina hacia atrás con frustración y eleva la vista al techo de la habitación, como si al evitar mirarme pudiera hablar con más facilidad.

Espero paciente, pero con un nudo en la garganta.

—Es que, cuando pienso en lo de anoche... No puedo-, ugh, lo siento.

Siento que algo fino y puntiagudo se clava en mi corazón. La sonrisa se me borra poco a poco de la cara, y es como si todos mis miedos se hicieran realidad. Mi mano que acariciaba suavemente su brazo cae entre nuestros cuerpos.

—¿No te gustó? —La garganta se me cierra tanto que mi voz sale estrangulada. Hay algo que me duele mucho, quizás sea su tono despectivo al hablar de algo que para mí fue maravilloso, o el hecho de que ni siquiera se atreva a mirarme. Tal vez...— ¿...Hice algo mal?

Jeno me mira asustado.

—¡No! Claro que no, no tiene nada que ver contigo —me asegura, incorporándose en la cama para tomar mi mano de nuevo y negar efusivamente—. Me refería a que me siento horrible una vez más.

Veo la vergüenza reflejada en sus ojos, y es como si un dolor nuevo reemplazara a otro en la cavidad de mi pecho.

—¿Es por la dismorfia?

Jeno asiente y se deja caer en el colchón. Agotado, suspira con pesadez.

—Pero eso es solo una pequeña parte. ¿Sabes cuando vuelves a casa después de haber pasado todo el día fuera socializando y comienzas a darle vueltas a todo lo que dijiste o hiciste ante los demás? —Por supuesto que lo sabía. Yo era el rey de darle vueltas a las cosas—. Pues es la mejor forma que tengo para describirlo. Es como una voz en mi cabeza diciéndome que no soy atractivo y que aunque intente ser romántico o sensual solo parezco ridículo, que doy vergüenza y grima y que debo lucir horrible desde fuera.

—¿Eso piensas mientras lo hacemos? —me atrevo a preguntar, horrorizado.

—Un poco, pero intento concentrarme en ti y solo en ti —me explica—. Lo pienso sobre todo ahora, en frío. Recuerdo a mi yo de anoche y... —Sus facciones se contorsionan en una mueca de pura repulsión—. Es como si él y yo fuéramos dos personas completamente distintas, alguien que ahora no reconozco y del que me avergüenzo, como si no entrara en mi personalidad que yo pudiera hacer cosas así.

—Jeno, lo dices como si hacer el amor fuera algo malo, cuando es lo más natural.

—Hay más —confiesa avergonzado y con una pizca de culpabilidad en la mirada.

Pestañeo con cierta incredulidad. ¿Esto puede ir a peor?

—Ayer me di cuenta de que me cuesta mucho mantener relaciones si no me anticipo y me preparo mentalmente para ello —confiesa en un único soplo de aire—. Me di cuenta en el coche, pero luego también cuando llegamos aquí. No es que no quiera hacerlo contigo, pero como es algo en lo que apenas pienso, me pongo tan nervioso y me da tanta vergüenza cuando surge espontáneamente que si no voy preparado y mentalizado siento que no voy a ser capaz de hacerlo bien o de que disfrutes... Me explico fatal, lo siento.

—Creo que te he entendido —murmuro asimilándolo todo—. Contéstame con sinceridad, ¿te has forzado alguna vez solo porque querías satisfacerme?

—No —contesta de inmediato, tranquilizando mi pobre corazón. Una de sus manos acuna mi mejilla con suavidad—. No me he 'forzado' como tal, porque siempre he querido, es más bien que me daba miedo hacerlo contigo y me he tenido que dar un empujoncito a mí mismo.

—Vale, ok... —Intento entenderlo todo y ordenar mis propios pensamientos—. Creo... Creo que eres muy duro contigo —empiezo, provocando una pequeña risa de ambos por la hipocresía de mis palabras—, que eres tan perfeccionista y te exiges tanto que te olvidas de que el primero que tiene que disfrutar eres tú. Te adoro, y aprecio muchísimo que me quieras cuidar en todo momento por estar en la posición más... 'comprometida' de los dos, pero es que yo también quiero que disfrutes y te dejes llevar. Y la verdad es que te lo mereces igual que el resto de personas de este planeta, y lo sigues haciendo aunque no seas perfecto y cometas errores. Y es normal que tengas inseguridades o que te den vergüenza hacer o decir ciertas cosas, porque si te soy sincero a mí también me pasa, pero es que solo lo hemos hecho dos o tres veces contadas, no podemos esperar... no sé, ser Dioses del sexo.

Tomo su rostro bonito entre mis manos, echando su pelo hacia atrás y dejando expuesta su frente para que me mire fijamente. No tiene escapatoria, esto le va a entrar por activa o por pasiva:

—¡Y a mí me pareces atractivo, así que eso te hace una persona atractiva! ¿Me oyes? ¡Es un hecho! —Me cuesta mantener la seriedad cuando sacudo su cara aplastada entre mis dedos con energía sobre la almohada. Solo cuando él me ofrece un leve asentimiento dejo de zarandearle—. ¡Me voy a meter en tu cabeza y voy a gritarle a quien haga falta que te deje follar conmigo en paz!

Me dejo caer de nuevo en mi pequeña parte del colchón, agotado. A lo mejor he gritado un poco demasiado, y a lo mejor las paredes de cartón de mi casa lo han captado todo, pero a estas alturas qué más da. Necesito que, aunque su mente le diga lo contrario, me escuche y entienda lo que para mí es una verdad indiscutible.

Un brazo caliente abraza mis hombros, y después, siento todo su cuerpo pegarse al mío bajo las sábanas. Jeno frota su frente contra mi hombro y suspira con derrota, haciéndome cosquillas en la piel.

—Gracias. Tienes razón. —Su voz sale en un susurro apagado, tan diminuto que siento que se va a perder si no le sujeto—. Y lo siento.

Acaricio con mis propios brazos el suyo, besando la piel suave y caliente a mi alcance. No puedo tolerar que la persona más pura del mundo se sienta así.

—No pasa nada. Al menos no te lo has callado, como habría hecho yo.

—Ya no lo harías. Lo sé porque te he visto cambiar.

El sonido chirriante de una puerta abriéndose y cerrándose afuera atrae nuestra atención. No somos los únicos despiertos.

—No quiero salir de la cama... —le escucho decir con un tono adorablemente quejumbroso—, ¿y si nos hacemos los dormidos todo el día?

Me giro con cuidado de no mover su brazo hasta quedar frente a él, su rostro apenas a centímetros del mío, apretando los ojos para mantenerlos cerrarlos de forma evidente. Dejo que mis dedos peinen suaves su pelo, escondiendo algunos mechones negros tras su oreja. Sus párpados tiemblan antes de abrirse, encontrándome a un par de respiraciones de distancia. Quiero besarle, darle los buenos días como es debido y quizás un orgasmo o dos de paso, pero al mismo tiempo quiero arroparlo entre mis brazos y alejarlo del sufrimiento del mundo y de su mente, esconderlo y protegerlo...

—¿Cómo? ¿No quieres desayunar con mi maravillosa familia? —sugiero con ofensa—. Qué maleducado.

Una pequeña risa convierte sus ojos en dos lunitas.

—Me temo que voy a tener que rechazar su maravillosa oferta, ya me han traído el desayuno a la cama.

Se me sube toda la sangre a la cabeza. O tal vez hacia otra cabeza. No sé. Solo sé que su voz suena demasiado tentadora, que su boca está demasiado cerca de la mía, y que me parece ilegal que me tenga prohibido besarle por las mañanas. Jeno pasea su mano caliente con aire desinteresado por mi costado, acercándose cada vez más a una zona muy peligrosa, jugando conmigo y con mi pobre paciencia. Me tengo que morder el labio cuando pasa de largo de mi trasero, y solo tiene que rozar mi pierna para que la lance por encima de su cadera sin vergüenza alguna.

—No sigas.

Soy claro y cortante. Claramente, Jeno se lo toma como un reto, como si le hubiera gritado desesperado "¡Sigue, sigue!" y desliza su mano por mi muslo con una sonrisa tan desafiante como boba. Saca un gritito poco masculino de mí cuando me atrae por la rodilla, pegándome a él hasta que nuestras narices chocan, y me siento enrojecer tanto que creo que voy a empezar a sudar.

Permanezco inmóvil, sujetándome a sus hombros para evitar moverme un centímetro más. No voy a ser yo el que empiece, aunque esté a un movimiento de mis caderas de desatar un imparable efecto dominó y me muera de ganas por hacerlo. No lo voy a hacer. Voy a ignorar sus oscuros ojos puestos en mis labios, rogándome que dé ese empujón por los dos.

Apenas le he besado cuando tres ligeros golpes en la puerta me provocan un infarto:

—¡Chicos, voy a ir a por churros!

Y ahora, Jeno está a kilómetros de mí en el lado opuesto de la cama, y yo a punto de caerme de ella de la fuerza con la que nos he separado. Me llevo las manos al pecho para intentar calmar mi pobre corazón. Ni siquiera el recordar que la puerta está cerrada con cerrojo me tranquiliza. Jeno, respirando erráticamente mientras observa la puerta con ojos saltones, no está mucho mejor que yo.

Ambos escuchamos, paralizados, las pisadas de mi padrastro al alejarse.

—No puedo más. —Suelto todo el aire que he aspirado en toda mi vida, desinflándome contra el colchón como un globo—. Voy a la ducha.

—Voy contigo.

Mi corazón deja de latir durante un segundo. Parece que Jeno quiere terminar con mi vida hoy de una vez por todas. Cuando me incorporo y me siento en la orilla de la cama, de espaldas a él, la cabeza me da vueltas igual que si me hubiera bebido una botella entera de ginebra en tiempo récord.

—Voy a ducharme —digo despacio, asegurándome de dejar claras mis intenciones.

—Yo también.

Me levanto mareado, solo para sentir algo colándose brevemente por mi puerta trasera y que me hace saltar lejos de la impresión.

—¿¿¿Qué demonios haces??? —escupo abochornado, inflando las mejillas con vergüenza—. ¿Qué es esta obsesión tan, tan, tan malsana que tienes con mi pobre culo?

Tirado a lo largo de la diminuta cama, Jeno se ríe de mí sin sentir un ápice de pena por lo que acaba de hacer.

—Mmm, no sé. A ver, déjame que lo toque otra v-

—¡No!

En cuanto veo las sábanas volar por los aires, rodeo la cama en una carrera hacia el baño y una huida juguetona de él, sabiendo muy bien que no tengo escapatoria.



Este es uno de los desayunos más raros de mi vida. Principalmente, porque de primeras no desayuno, a no ser que cuentes el café malo de la uni (droga que llevo intentando dejar como año y medio) como una ingesta calórica equivalente a la comida más importante del día, pero tener a mi madre sentada frente a mí y a Jeno a mi lado llenándose los morros de chocolate mientras devoran en silencio los churros que ha traído el hombre al que hasta hace poco tiempo no quería reconocer y ahora llamo 'padrastro' tampoco es que me parezca una estampa muy cotidiana.

—¿Habéis dormido bien? —pregunta él de forma casual, tomando otro churro ardiente y mojándolo en su taza con chocolate fundido antes de llevárselo a la boca y morder la masa crujiente.

Llevamos 10 minutos así, rodeados por el sonido crujiente de continuos mordiscos y un silencio tan pesado como el chocolate derretido. Irónico, porque soy el único que no lo está probando por mi inoportuna intolerancia.

Jeno asiente un par de veces antes de cubrirse la boca con la mano:

—Muchas gracias por el desayuno, y por dejarme dormir aquí.

Mi padrastro le sonríe con las comisuras llenas de chocolate y dirige un rápido vistazo a mi madre, la cual no ha levantado la vista de su taza en todo este tiempo, como si estuviera sufriendo una resaca mortal.

—No quiero hablar por los dos porque esta no es mi casa, pero eres bienvenido cuando quieras.

—G-Gracias.

La efímera conversación termina con Jeno volviendo la vista a su taza con timidez y con la punta de las orejas rojas. Luego, ese silencio incómodo me pesa otra vez.

Una sola mirada a mi madre es suficiente para que se me quite el hambre. ¿Tanto le costaría sonreír? ¿Decir algo al respecto? ¿Ser amable con Jeno por una vez, aunque fuese mentira, en vez de la bruja frígida con cara de amargada a la que nos tiene acostumbrados?

—¿Estás bien? —Jeno se inclina para observarme de cerca, preocupado al ver que he dejado de comer.

—Sí, es que tengo un poco de sed.

—¿Quieres probar mi chocolate? —sugiere acercándome su taza con dulzura—. Por un poco no te pasará nada, ¿no?

Miro la taza con hambre pero la rechazo, porque probablemente me desharía en el váter.

—Creo que voy a ir a por un vaso de agua.

Me levanto casi de inmediato, con una sensación asfixiante que me oprime el pecho hasta dejarme casi sin respirar. Ojalá se tratase solo de un churro atorado en mi garganta, pero creo que me está dando un mini ataque de ansiedad en vivo y en directo. Me escurro hasta la cocina, donde tomo un vaso y bebo agua fría del grifo, aunque poco ayuda ya. El pulso me va a mil y la sensación de que algo malo va a pasar, aunque no sé el qué ni por qué, me atrapa por todas partes. Un clásico. No puedo dejar de pensar en el comportamiento de mi estúpida madre y en la conversación que hemos tenido Jeno y yo en la cama, y de llegar a la conclusión de que el común denominador soy yo. Todo es mi culpa. Como siempre.

Debería ponerle freno a estos pensamientos irracionales antes de que me consuman, pero es demasiado fácil creerlos. Es tan fácil y adictivo pensar que si mi madre es infeliz es porque odia el concepto de mi existencia y prefiere volverse de piedra antes que darme el gusto de aceptar a Jeno y de fingir que no somos una familia disfuncional y completamente rota durante 5 minutos, o creer que Jeno se siente así de mal porque no soy suficiente para él ni le hago sentir atractivo, como sí me hace sentir él a mí.

En otro pensamiento intrusivo no menos estúpido pero sí impulsivo, me tiro el agua restante del vaso directo a la cara. El frío no me hace el daño que a mí me gustaría, pero es suficiente para que deje de llegar a terribles conclusiones que mi psicóloga desaprobaría. Unos segundos después, me doy cuenta de lo que he hecho. El agua gotea al suelo desde las puntas de mi pelo, y empapa mi sudadera verde con manchas húmedas oscuras.

Agarro el paño de cocina con prisa y me seco sin dejar de repetirme lo idiota que soy. Soy ridículo. Ni con ayuda profesional se puede arreglar lo tonto que soy por ahogarme siempre en mis trampas mentales.

—¿Y qué plan tenéis para hoy?

Sentado de nuevo en la mesa con mi 'familia' y unas inexplicables manchas oscuras en mi sudadera, Jeno busca mis ojos durante un segundo:— Yo tengo que estudiar.

—¿Cómo vas a estudiar un Domingo? ¡Los Domingos son para descansar y pasárselo bien!

—Es que esta tarde tengo clases en la academia y el mes que viene son los exámenes finales y... —explica con pena. Solo Jeno podría sentir vergüenza de decepcionar a un adulto por no cumplir con la agenda de un adolescente promedio que tiene resaca un Domingo por la mañana por salir de fiesta.

Lo que me recuerda...

—Tengo que irme contigo —revelo de repente, para sorpresa de todos, incluida la mía. Casi me olvido de esto, y me parece horrible por mi parte, porque llevaba toda la semana esperando este día con ganas:— Hoy me toca cuidar a la niña, ¿te acuerdas?

Las cejas de Jeno se elevan con genuina sorpresa, pero antes de que tenga oportunidad de aclararse la garganta para volver a hablar, mi padrastro nos observa como si estuviera al borde de un colapso mental:

—¿¿¿Qué niña??? —pregunta descompuesto y con un churro empapado en chocolate comenzando a chorrear por sus dedos—. ¿Cómo que una niña? ¿¿Tan pronto??

Jeno y yo intercambiamos una mirada claustrofóbica.

—¡¡No!! —gritamos a la vez—. ¿C-Cómo piensas que...? —Añado yo, sintiendo toda mi cara arder y sudar. La ducha no me ha servido para nada.

—Jaemin el otro día consiguió impedir que secuestraran a una niña pequeña en la academia donde estudio chino —explica Jeno con rapidez. Mi madre levanta la mirada de su taza y se queda observándole, poniéndole visiblemente nervioso. Tal vez por eso, Jeno se lía y se le olvida que habíamos dejado morir este tema:— A-Alguien lo grabó y se hizo viral en Internet, así que ahora es como un héroe en nuestra universidad.

—¿Qué dices! ¡Yo quiero verlo! ¿Era un pedófilo? ¿Y llamasteis a la policía?

Mi padrastro, que parece entender mejor la situación ahora, se vuelve más y más entusiasmado con cada pregunta. Quiere saberlo todo, y yo creo que prefiero morirme antes que revivir los eventos de aquella tarde.

—No hay vídeo —sentencio—. Lo importante es que todo salió bien, y ahora cuido a la pequeña mientras su madre está en clase.

—Pues vaya madre, dejándose a la niña sola... Algunas personas no deberían tener hijos si no pueden comprometerse a cuidarlos —acaba él comentando mientras se cruza de brazos—. Menos mal que estabas tú ahí.

Es un comentario sin mala intención pero insensible, típico de un hombre sin hijos que no ha tenido que preocuparse nunca por cuidar de una vida más que la suya. No sabe nada de la complicada situación en la que se encontraba la mujer, pero igualmente opina sobre su vida como si él pudiese haberlo hecho mejor.

Nada que ver con mi madre, a la que clavo mis ojos esperando que esas palabras le suenen de algo, le duelan y despierten un sentimiento llamado culpabilidad en su estómago. Me devuelve la mirada asesina, perfectamente consciente de lo que pienso al respecto. A saber qué versión de la historia le habrá contado a él. Me hierve la sangre.

Sin dejar de mirarme se levanta con tosquedad, haciendo que la silla se arrastre con un chirrido horrible.

—He terminado. ¿Has terminado? —Señala la taza de mi padrastro, agarrando el asa con impaciencia. Desconcertado ante el repentino cambio de actitud, el pobre pega la espalda en la silla, y antes de que pueda emitir un solo sonido ella ya se la está llevando con pasos largos a la cocina.

Sus ojos son lo único que se mueven en todo su cuerpo cuando nos mira a Jeno y a mí.

—¿He dicho algo malo?


🎶

Jeno y yo nos marchamos poco después. Desde que he recordado que tengo una excusa para volver a pasar el día junto a él siento que no aguanto ni un segundo más en mi propia casa. Me asfixio. Preparo rápido mi mochila con mis cosas para estudiar mientras él espera sentado en una esquina de la cama, siguiéndome con la mirada, y tras despedirnos de mi padrastro, porque sí, la bruja ni siquiera tiene la decencia de asomar el pelo, cierro la puerta de mi casa con la sensación de haber cerrado una ventana por la que entraba mucho ruido, solo que yo soy el que se queda fuera.

El fuerte olor a nuevo de la carrocería del coche de Jeno me despeja. Nada más entrar en él, suelto mi mochila entre mis piernas en el asiento del copiloto y conecto mi móvil al sistema de sonido en cuanto el silencioso motor comienza a ronronear. Pongo música a un volumen moderado, uno que no admite una conversación sin alzar un poco la voz. Quiero que se entienda que no quiero hablar de ello sin tener que hablar de ello. No quiero hablar de ello porque hacerlo me envenena. Porque cada palabra que pronuncio en su nombre corroe mi lengua, la intoxica, y me vuelve una persona agria y desagradable, y Jeno se merece mucho más que eso.

Por suerte, nos conocemos tan bien que ya casi nos leemos el pensamiento. Él arranca, se coloca el cinturón, y me ofrece un pequeño beso casto en los labios antes de mirar por el espejo retrovisor y poner el intermitente. Instantáneamente mi enfado se evapora, como burbujas de aire que explotan al emerger a la superficie del agua. Abrocho mi cinturón de seguridad con una sonrisa boba en la cara que capto en el espejo retrovisor de mi puerta con vergüenza, y suspiro con la tranquilidad de saber que voy a estar todo el día junto a él.


🍌🍩

Jeno y yo somos como piezas de un mismo engranaje. Cuando uno se mueve, el otro le sigue de forma automática. Nos hemos acostumbrado tanto a la presencia del otro que actuamos en sincronía, como en un lenguaje silencioso que hemos aprendido sin darnos cuenta. A veces me pregunto cómo llevamos saliendo solo 3 meses, si parece que nos conocemos de toda la vida y de la pasada.

—Chenle me va a matar.

—Hablaré con él.

—Te matará a ti primero.

—Entonces moriremos juntos. Como Jack y Rose en Titanic.

—Esa comparación no es...

—No te metas con mis metáforas.

Jeno se ríe suave, meciendo nuestras manos unidas mientras caminamos hacia el portal de su piso. La única inconveniencia de tener coche y vivir en una zona de pisos era buscar un hueco libre para aparcar, en mi barrio por algún motivo siempre teníamos suerte, pero en el suyo era otra historia distinta. Aunque a mí no me importaba caminar un poco, siempre y cuando fuera de la mano junto a él.

Ya ni me acuerdo de ella. No puedo hacerlo cuando sobre nuestras cabezas se despliega un cielo azul despejado, y algunos rayos de sol se cuelan por las copas de los árboles, convirtiendo nuestro paseo en un cuadro de luces y sombras. Estábamos en primavera y el aire se respiraba con calidez, era imposible que con ese maravilloso tiempo y con esa increíble compañía le dedicara un pobre pensamiento a personas que no me hacían bien.

No desperdiciamos ni un segundo al entrar al ascensor de su portal para lanzarnos a los labios del otro. Es una conexión mental inexplicable, un mero vistazo a la sonrisa del contrario reflejada en el espejo que nos atrae en esa coreografía que ninguno ha aprendido pero que conocemos de memoria. Le atraigo contra una de las cuatro paredes del pequeño ascensor, hasta que me da la risa floja por el sonido hueco que hace mi cabeza cuando choca contra el metal y me vuelvo incapaz de seguirle el ritmo.

La puerta automática se abre y con ella pongo los pies de nuevo en el suelo. Se supone que he venido a estudiar, o más bien, a dejarle estudiar. Jeno tira suave de mi mano con la misma sonrisa bobalicona que tengo plastificada en la cara, y después la libera para sacar las llaves. Por un segundo veo que la preocupación por Chenle arruga su rostro, y mi corazón se acelera sin saber qué esperar de los siguientes minutos.

Chenle y yo no es que seamos especialmente afines. De los tres que conviven juntos, su personalidad es la que más me cuesta pillar, con su voz de pregonero y ese humor infantil que roza lo ofensivo. Nuestras opiniones y formas de vida chocan demasiado, y por eso a veces me quedo infartado cuando le veo llevándose tan bien con mi Jisung, como si hubieran crecido siendo hermanos. No saber por dónde va a salir ahora me pone nervioso.

—¡He vuelto!

Jeno deja las llaves sobre el mueble del recibidor nada más entrar. Un imperante silencio nos recibe, el cual no significa nada porque puede que ambos se encuentren en sus habitaciones escuchando música, o simplemente durmiendo. Son solo las 12 de la mañana, de no estar ennoviado con Jeno ahora mismo estaría despertándome.

Pero, conociendo a Chenle, es raro que no se escuche ni su zumbido de mosca porculera.

—Voy a mirar, ¿vale? —dice Jeno antes de desaparecer en dirección a sus habitaciones, igual de extrañado que yo.

Camino con cautela hasta llegar al salón, y suelto mi mochila y mi abrigo con cuidado sobre el cojín de uno de los sofás. Hay un par de mantas tiradas en el sofá central frente a la tele, y dos boles con restos de palomitas y maíz sin explotar en la mesita, señal de que anoche probablemente sí se llevó a cabo el visionado de una película. Pero si Jeno estuvo conmigo, y Renjun había quedado con Yangyang, ¿quién acudió a la llamada de un pobre y plantado Chenle?

—No hay nadie. —Jeno vuelve tan rápido que me da un susto de muerte—. He mirado en sus habitaciones y en el baño. Estamos solos.

—Oh.

Pestañeo rápido, sorprendido. Creo que en ningún momento había concebido esa posibilidad.

—Entonces... —Da un par de pasos hacia mí con duda—. ¿Vamos a estudiar a mi habitación?

—Sí, sí, claro —suelto una risita nerviosa, patética, que él imita con la misma incomodidad y sin dejar de jugar con sus dedos. Silencio.

Nuestros sentimientos se encuentran antes de que lo hagan nuestros cuerpos. Lo hacen con fuerza, con un deseo que erupciona sin previo aviso de nuestros pechos y que doblega cualquier otra voluntad. Jeno y yo nos unimos en un beso apasionado y desesperado en mitad del salón, y me queda muy claro que ninguno de los dos va a volver a poder pronunciar la palabra 'estudiar' sin reírse en mucho tiempo.

—Espera. —Me arranca de sus labios a regañadientes para salir disparado hacia la puerta principal. Yo le sigo igualmente, accionado por la fuerza de ese engranaje que nos lleva a movernos en sincronía. De repente estar a más de un metro de distancia se convierte en una agonía. Entonces, le observo insertar la llave en la cerradura, bloqueándola y dejándome pasmado:— Que llamen al timbre si quieren entrar.

No puedo creerle. Me vuelvo a lanzar contra él besándole hambriento, atrapando su cuerpo contra la pared con un golpe seco pero duro, y posiblemente doloroso. Mi acometida es recibida con un gemido de sorpresa que parte sus labios y que me lleva a comprobar que está bien y no le he abierto la cabeza contra la madera, pero Jeno se ríe con una maldita sonrisa torcida ante mi genuina preocupación, y ahora le quiero matar de verdad.

Uno mi boca a la suya con violencia mientras sus manos me recorren sin descanso. Con un par de dedos da un toque en mis piernas, y yo salto sin pensarlo dos veces, enganchándolas en su cintura y enredando mis brazos en su cuello. Nos tambaleamos un poco, y sin dejar de besarnos en todo momento, chocamos contra el mueble de la entrada, sobre el que me suelta haciendo que algo que no pienso mirar se caiga al suelo con un ruido escandaloso.

Le necesito, le necesito de formas que no he hecho nunca. Le atraigo más y más y nunca parece ser suficiente. Él va a por mi cuello y yo a por su camisa, la misma que anoche le hacía ver como todo un caballero y que se ha tenido que volver a poner esta mañana ahora me molesta. Tiro de ella con desesperación, arrugándola entre mis dedos y comenzando a sacarla de sus pantalones.

—Fuera. —Demando ahogado.

Jeno ni siquiera la desabotona antes de sacársela por la cabeza y tirarla al suelo. Mi camiseta vuela inmediatamente después por los aires, dejando mi torso expuesto a un frío que me estremece por poco tiempo. Recorro su pecho antes de atraerle en un nuevo beso, y Jeno aprieta mi espalda baja deliciosamente, haciéndome desfallecer por su calor. Nos convertimos en un desastre de labios y manos vagando por todas partes, apretando, mordiendo, lamiendo, buscando una forma de mitigar una sed infinita a la que ninguno le puede dar explicación. Tal vez sea la frustración de la ducha en la que ninguno se ha atrevido de verdad a hacer nada, o quizás Haechan tenga razón al decir que el primer mes es imposible salir de la cama. Sea lo que sea le deseo como nunca, más incluso que la primera vez.

Jeno me vuelve a tomar entre sus brazos con demasiada facilidad. Me cuelgo de su cuello como si mi vida dependiera de ello, inhalando su olor a mí, a mi gel de ducha y al perfume caro de anoche, y antes de que me dé cuenta, estamos yendo hacia su habitación. Mi corazón late desaforado ante la expectativa de volver a hacerlo en menos de una semana. Dios, creo que no han pasado ni 12 horas. No debería necesitar preparación.

Jeno me suelta en su cama perfectamente hecha sin llegar a subirse en ella. Mis ojos hambrientos le esperan, expectantes, y cuando se empieza a desabrochar el cinturón siento que el corazón se me va a salir por la boca. Es la primera vez que le tengo así ante mí, que puedo admirar a plena luz del día las curvas de su cuerpo de adonis, musculado y definido, las venas pronunciadas que delinean un camino hacia su pelvis, y su piel nívea y radiante. Me siento al borde de la cama relamiéndome los labios, dispuesto a tomarle de todas las formas habidas y por haber.

Su miembro salta libre ante mis ojos y a mí me hierve la cabeza solo con imaginar que esta vez me folla la boca. Estamos en la posición perfecta. Recorro su extensión con una mano, tentándole con una pequeña sonrisa, y le tomo sin esperar un segundo más, obteniendo un maravilloso suspiro de alivio a cambio. Voy rápido, sintiéndome un experto en la materia a estas alturas, y cuando noto sus manos acariciar ambos lados de mi cara sonrío victorioso para mis adentros. Relajo la mandíbula y me aferro a sus caderas, mandándole una señal.

Jeno enlaza sus ojos con los míos antes de empujarse dentro de mi boca, lento al principio y después adquiriendo confianza. Sus dedos se entierran en mi pelo sin llegar a apretar, con el único propósito de sujetarme y no de controlarme como a mí me gustaría, pero algo es algo. Todavía puedo notar la vergüenza en su toque cuidadoso, el miedo a hacerme daño detrás de sus movimientos controlados, y ojalá pudiera decirle que no me voy a romper e incluso que lo estoy esperando con ganas, pero en cambio, me quedo mirándole con ojos húmedos y suplicantes, buscando llevarle a ese punto de desquicie.

De repente, Jeno se detiene en seco y un hilo de saliva cae de mi boca cuando me libera.

Me empuja hacia atrás en la cama, y en varios movimientos ágiles e impacientes acabo desnudo ante él.

—Date la vuelta —gruñe, demandante.

Trago saliva, rodando en la cama tal y como me pide y quedando boca abajo en el gran colchón. A mis espaldas escucho cómo termina de desprenderse de su ropa mientras yo me arranco la piel de los labios con impaciencia y una sensación graciosa en el estómago. No tengo ni idea de qué pretende hacer conmigo hasta que siento unas manos ejercer una ligera presión en mis caderas, tirando de ellas hacia arriba, y me quedo a cuatro sobre la cama.

Oh.

Decir que me muero de vergüenza sería quedarme corto, no sé dónde meterme. Todo mi descaro y mi actitud lanzada se desvanecen en un segundo, para ser opacadas por un profundo calor que me hace sudar por cada poro de mi cuerpo. Sé que dije que quería que hiciese conmigo lo que quisiera, pero honestamente, no pensé que se lo tomaría tan en serio justo ahora.

Le noto conducir sus manos por mi ahora húmeda espalda, erizando mi piel a su paso. Sus labios se unen, dejando un hilo de besos que me hacen temblar y suspirar. Su tacto desaparece de repente, dejándome a ciegas, y cuando escucho el cajón de la mesita de noche abrirse no puedo mantener la boca cerrada:

—Deja el condón.

Puedo imaginar perfectamente la cara que estará poniendo.

—¿De verdad?

—Sí. Ni tampoco necesito que me prepares, no hará falta esta vez. —La desesperación habla por mí. Le quiero ya—. Te lo juro, Jeno, por favor...

—Vale —dice escueto.

Grito en mi interior. Eso ha sido fácil.

Intento relajarme como de costumbre y no pensar en la postura en la que estoy, pero no veo posibilidad de lograrlo cuando me siento completamente expuesto ante él. En vez de eso, me centro en el clic del tapón de la botellita de lubricante, y le imagino mirándome con hambre mientras se toca y se prepara para llenarme. Me arde tanto la cabeza que es posible que acabe teniendo fiebre.

Incapaz de saber nada más allá de lo que ven mis pobres ojos, mi cuerpo no puede evitar dar un pequeño brinco asustado cuando vuelvo a sentir su toque en mi cintura, estabilizándome. Se me escapa una risa nerviosa que muere en cuanto noto la punta de algo frío en mi entrada, y aguanto la respiración casi sin darme cuenta a medida que presiona y se abre paso dentro de mí, poco a poco, sin el tacto artificial del condón y con una lentitud que me desquicia.

—¿Bien?

—Mmh.

Se introduce más aún, para mi sorpresa, y el no tener ni idea de cuánto queda ni sentir aún el roce de su pelvis contra mi trasero hace que me cuestione mi propia cordura. Le conozco, le he tenido dentro las suficientes veces como para tener una idea de hasta dónde puede llegar en mi interior, pero esta postura está jugando con mi mente de formas que me van a hacer perder la cabeza.

Ni siquiera está completamente dentro cuando empieza a salir. Me muerdo la lengua, a punto de llamarle nombres por no llenarme del todo cuando, de repente, lo hace, se entierra hondo, empujándome en la cama, y un gritito agudo de dolor raspa y escapa por mi garganta. Au.

—¿Te ha dolido? —Jeno se detiene en seco, probablemente a punto de sufrir un infarto por haberme hecho daño.

—Un poco —confieso—, pero no ha sido nada. No pares.

La cara entera me arde. Silencio.

—¿No?

—No. Por favor, sigue —gimoteo con súplica. Creo que si a estas alturas no le ha quedado claro que quiero que me destroce no sé cómo se lo voy a tener que decir—. Jeno... Fóllame ya, por el amor de Dios.

Tal vez eso será suficiente.

Ojalá pudiera verle la cara en estos momentos, pero sé que de poder haberlo hecho me habría quedado callado como una zorra.

—¿Tú sabes lo estrecho que estás? —dice grave, a la vez que se entierra dentro de mí y me saca un gemido desde el fondo de mi garganta.

Joder. Agacho la cabeza, una corriente de placer mezclada con dolor recorriéndome entero. Lo sé y me da igual, sé que en el fondo él también tiene que estar disfrutándolo como loco. Pronto, la sensación dolorosa se mitiga hasta desaparecer por completo, y me balanceo adelante y atrás, pidiendo más, buscando que lo vuelva a hacer.

Sus caderas se encuentran a medio camino de mi trasero cuando comienza a tomarme, despacio, dándome tiempo a que me acostumbre a su tamaño mientras su mano libre me acaricia la espalda. Cierro los ojos, sintiéndole. No estamos así ni medio minuto hasta que vuelve a hundirse en mí como antes, cortando mi respiración por un instante, y esta vez continúa haciéndolo sin descanso, continúa chocando nuestras pieles con palmas que opacan mis ruidos y que me hacen imposible levantar la cabeza más de dos segundos seguidos.

—¿Estás bien? —le escucho susurrar entrecortado, jadeante.

Busco la fuerza para controlar los músculos de mi cuello y asiento a duras penas, cegado por un placer que me sacude una y otra vez y que me aferra a las sábanas con puños fuertes.

La mano que me acariciaba la espalda vuelve a mi cintura, con dedos huesudos y finos que se hunden en mi piel. Entonces, la intensidad de sus estocadas aumenta, y mi cuerpo se rinde escurriéndose por la cama, hundiendo mi pecho en las sábanas frías y restregando mi cara ardiente en ellas con alivio. Lo único que me mantiene unido a la Tierra ahora mismo es él, que con sus manos fuertes me sujeta firmemente, y al mismo tiempo siento que si no lo hace me va a sacar el alma del cuerpo. Me embiste sin cuidado, rompiendo mis gemidos con sus estocadas cada vez más cortas y rápidas, golpeando mi próstata una y otra vez. Las piernas me empiezan a temblar, y sé que no voy a aguantar mucho más.

Le busco con una mano a ciegas que toma enseguida. Nuestros brazos se entrelazan con fuerza, encontrándose tras lo que parecen siglos sin rozarse, y siento una felicidad indescriptible, un júbilo que solo puedo asociar a lo mucho que echaba de menos su tacto. La espalda se me arquea sola, y mi orgasmo se ahoga en las sábanas cuando entierro la cara en ellas para gritar sin contención alguna. Me vuelvo débil, sacudido entre olas de placer. Jeno se viene poco después, y es la primera vez que tengo la absoluta certeza de ello, no solo porque su ritmo decae hasta quedarse inmóvil, sino porque esta vez le siento llenar mi interior con una calidez que se me hace foránea pero increíblemente placentera.

Su cuerpo colapsa sobre el mío, aplastándome en la cama y sacándome todo el aire de los pulmones. Estoy agotado, como si hubiera corrido una maratón aunque no me haya movido ni un centímetro. Creo que ha sido el mejor orgasmo que he tenido en mi vida.

Sonrío exhausto, aflojando mi agarre en las pobres sábanas. Su respiración igual de acelerada me hace cosquillas en la nuca, y sus labios cálidos encuentran mi piel y dejan besos lánguidos por mis hombros que disfruto enfrascado en un estado de éxtasis post-orgásmico. Sus besos trazan mis omóplatos, y cuando empiezan a descender por mi espalda y al final Jeno sale de mí, la incómoda sensación de que algo acuoso y escurridizo se me escapa sin poder evitarlo me hace emitir un sonido vergonzoso y cerrar las piernas por inercia, como si así pudiera evitar el inminente desastre.

—Espera.

Jeno se levanta y trae una toalla pequeña con prisa del baño. Me vuelve a incorporar en la cama, provocando que el líquido viscoso chorree profusamente entre mis piernas y que yo jadee asustado mientras él me pasa la toalla con cuidado. Creo que ahora entiendo un poco mejor la practicalidad del condón.

—Te he dejado las sábanas hechas un asco —lamento observando la mancha húmeda y oscura de mi propio semen aplastado por mi estómago.

—No pasa nada, hoy me tocaba lavarlas.

—¿Entonces podemos repetir?

Realmente mi intención no era decir eso en voz alta. Jeno se ríe a mis espaldas, solo para darme un inesperado agarrón por detrás que me gusta tanto como me avergüenza. Su obsesión por mi culo está a otro nivel.

—¿Eso es un sí? —Me doy la vuelta para observar su expresión. Su sonrisita mientras me come con los ojos es irresistible.

—Túmbate —me ordena.

—No, esta vez quiero montarte —digo con una confianza desconocida hasta para mí. Sus mejillas se oscurecen más de lo que ya están, para mi propia satisfacción.

No tardamos nada en ponernos manos a la obra. Esta vez retiramos las sábanas antes de que él se tumbe boca arriba con la cabeza en la almohada y de que yo me suba en sus caderas. Le atrapo admirando mi cuerpo expuesto a la luz que entra por sus ventanas, y aunque me hace sentir halagado, esta vez quiero demostrarle lo mucho que me hace disfrutar con su cuerpo. Quiero ayudarle a que se sienta tan atractivo como me hace sentir a mí, que se olvide durante unos minutos de la presión por tener que complacerme y lo deje todo en mis manos.

Me dejo caer levemente sobre su torso para besarle despacio, frotando mis labios con los suyos con lentitud. Sus brazos me atrapan por la cintura y yo le chisto para que los aparte. Nada de tocarme. Jeno me observa cohibido tras los cristales de sus gruesas gafas, pestañeando con inocencia. Cuesta creer que es el mismo chico que me acaba de poner mirando a Cuenca.

—Eres tan guapo y tan lindo a la vez... —susurro entre besos perezosos que reparto por todo su rostro—. Te adoro.

—Yo te amo.

Mi pobre corazón se detiene durante un instante y retoma sus latidos a una velocidad ensordecedora. No puedo con tanto amor, no estoy hecho para sentir tantas emociones con esta intensidad. Quiero enterrarle en besos porque es todo lo que se merece, alcanzar cada rincón de su corazón con mis labios y curar hasta la última inseguridad para que no tenga que volver a sufrir en vano. Y eso hago, arrastro mis labios por todo su cuerpo, adorándole, idolatrándole como si de un mismísimo dios se tratase. Dejo un pequeño beso sobre la piel porcelana de sus muslos que le hace reír y observo su pulido cuerpo y perlado de sudor brillando ante mí. Es un dios, no me cabe duda.

La impaciencia de volverle a sentir me urge a agarrar el bote de lubricante y vertir una cantidad generosa sobre mi mano con prisa. La extiendo alrededor de su miembro semi-erecto que se sobresalta ante mi toque hasta cubrirlo completamente, y se me escapa una risilla cuando juego a masturbarle sin ejercer apenas fuerza en mis dedos y él resopla frustrado.

—Ya voy, no desesperes —canturreo posicionándome otra vez sobre él.

Con el corazón acelerándose por momentos, hinco mis rodillas a cada lado de su cadera, dirijo su miembro a mi entrada, y me dejo caer hasta sentarme del todo en su pelvis con un leve jadeo de placer, impresionado por la forma en la que cada vez se vuelve más y más fácil. El pecho de Jeno se infla, y sus manos vuelan hasta colocarse sobre los huesos de mis caderas pero sin llegar a sujetarme. Así me gusta. Me deleita saber que tengo el control, que por mucho que disfrute ser dominado puedo mandar sobre él cuando quiera. Roto mis caderas tentadoramente, advirtiendo sus pequeños temblores y respiraciones entrecortadas con cruel diversión.

—¿Qué pasa? —pregunto con inocencia, delineando el centro de su pecho con un dedo—. ¿Te encuentras mal?

Jeno suspira tapándose la cara.

—Eres insufrible —le escucho murmurar ahogado.

—Pensaba que me amabas.

—Ya no. Ahora mismo te odio —dice, pero veo una diminuta sonrisa asomar por las comisuras de sus labios. Entonces, doy un pequeño salto que le arranca un gemido agudo y humillante. Se aparta las manos y me fulmina con la mirada, suplicándome que lo repita otra vez. Me gusta hacerle sufrir demasiado, pero más aún darle lo que quiere, así que vuelvo a botar sobre sus caderas, y a provocar que se retuerza cuando su miembro se desliza con facilidad en mi interior. Me apoyo en su pecho, y por fin, por fin, como jadea él en una mueca de puro placer, comienzo a moverme sobre su cuerpo hasta alcanzar un ritmo que ambos disfrutamos entre jadeos entrecortados que llenan la habitación.

Simplemente se siente demasiado bien. Contemplo su bonito rostro bajo el mío mientras le monto, deseando poder grabarme a fuego en la retina cómo se contorsiona con gusto cada vez que le tomo entero, pero los ojos se me cierran solos y no me queda más remedio que imaginarle devorándome con la mirada sin llegar a ponerme un solo dedo encima. Tal vez sea hora de darle su recompensa por ser un chico tan bueno.

Dirijo sus manos a mis caderas con una sola orden:

—Ayúdame.

Y Jeno no duda un segundo antes de agarrar mi trasero con ambas manos y estampar sus caderas contra las mías, llegando hasta el fondo de mí. Me hace gemir e inclinarme hacia delante, aferrándome a sus hombros con mi vida como si me fuera a caer de la mismísima cama, solo para volverlo a hacer y que yo me desbarate más y más sobre su pecho, abriendo las piernas y enredándolas con las suyas. Joder. Me muevo adelante y atrás sin parar de gemir, reuniéndome con sus estocadas que rebotan en mi piel cada vez con más fuerza. Menos mal que no hay nadie en el piso, porque estamos dando el concierto del siglo. La cabeza me empieza a dar vueltas, y cuando justo estoy a punto de correrme y me tenso a su alrededor, Jeno disminuye el ritmo, arruinándomelo todo.

La sarta de insultos que le dedico no cabría en el libro más largo del mundo. Le asesino con la mirada, clavo mis uñas en la piel sudada de sus hombros y Jeno acelera con una sonrisa macabra, volviéndome loco de nuevo. Mis gemidos se agudizan con mi orgasmo inminente pero Jeno vuelve a parar, y creo que voy a llorar. Me tiene así durante minutos enteros que se me hacen horas, gimoteando exhausto mientras me maneja a su antojo y me lleva a los límites de la locura para después traerme otra vez. Lo peor es que me gusta, aunque también me haga querer matarle.

Todo mi enfado se disipa cuando en vez de dejarme con las ganas una vez más, toma mi rostro para besarme. Es mi mayor perdición. Mis gemidos se ahogan en sus labios en un beso desordenado e inconexo, y el orgasmo me golpea con tanta intensidad cuando por fin llega que durante unos segundos veo blanco de lo mucho que aprieto los ojos. Mi cuerpo tiembla incontrolablemente mientras aún monto despacio el suyo, hasta que me llena con otra descarga caliente y me detengo del todo, dejándome caer rendido sobre él.

El latir errático de su corazón contra el mío es todo lo que puedo oír y sentir durante los siguientes minutos.

—¿...Para qué nos hemos duchado?

A punto de quedarme dormido, una carcajada explota en mi pecho y se estrella contra la piel de su cuello. Levanto un poco la cabeza para comprobar que, efectivamente, estamos empapados en sudor. Paso los dedos por el pelo pegado a su frente, peinándole hacia atrás y dejando un beso sobre la piel expuesta y salada.

—No sé qué vamos a hacer en verano —le contesto, deslizándome perezosamente a un lado de la cama, con toda la sensación incómoda que conlleva el quedarme vacío y goteando por ahí abajo. Jeno busca la toalla perdida en algún lado y enseguida comienza su autoproclamada tarea de limpiarnos con ella, pero me da la impresión de que la sustancia pegajosa y sudada de nuestros estómagos solo se va a quitar con un poco de agua. Al final el pobre se rinde y se vuelve a tumbar a mi lado, creyendo que acariciarme y hacerme cosquillas por todo el cuerpo con la yema de sus dedos es una idea mucho mejor. Al menos, yo estoy conforme con ella.

—Si estuviéramos solos y tuviéramos todo el tiempo del mundo, ¿crees que estaríamos todo el día haciendo el amor? —le pregunto mientras juego con uno de los mechones de su pelo, susurrando aunque no haya nadie que nos pueda oír.

—Definitivamente me costaría salir de la cama si tú estuvieras desnudo en ella.

Su respuesta es mucho mejor de lo que esperaba oír.

—Ojalá tus padres nos dejen quedarnos unos días en tu casa de campo este verano... —No es la primera vez que saco este tema de conversación, pero es que necesito que él comprenda lo importante que es para mí—. Y si no, nos iremos tú y yo solos, a escondidas.

No quiero sonar como una persona obsesionada y dependiente, pero es que mi estabilidad mental depende completamente de pasar buena parte del verano en esa casa, sin nada por lo que preocuparme más que por echarme suficiente crema solar para no quemarme bajo el horrible sol, y lejos de la ciudad, del estrés de los exámenes que ya habremos terminado, y sobretodo, lejos de mi madre. Necesito vivir esos días de enajenación mental junto a él allí, aunque tengamos prohibido quedarnos a solas más de cinco minutos (ya nos las apañaremos).

Jeno me contesta dejando un beso casto que calma mi agitación interna cuando, de pronto, mi estómago gruñe, retorciéndolo con un hambre que tenía ignorado hasta ahora. Ambos reímos y su mano se posa sobre mi barriga, sintiéndola con diversion.

—Lo que vamos a hacer es meter algo de comida ahí dentro —decide incorporándose e instándome a seguirle—. Venga, vamos.


🫧🚿

Esta vez salimos de la ducha en una especie de burbuja de pura felicidad que nos envuelve a ambos. Lo hacemos todo juntos y todo en perfecta sincronía: nos lavamos el pelo mutuamente, nos terminamos de duchar a la vez, y nos vestimos metiendo el mismo pie en los pantalones y el mismo brazo en las camisetas, justo como el reflejo de un espejo.

Su cuarto, y el piso en general, están hechos un caótico desastre. Encuentro la ropa que he traído puesta desperdigada por todas partes, mis vaqueros tirados en una esquina de la habitación, mi ropa interior en otra, y mi pobre sudadera en el suelo de la entrada junto a su camisa a medio abotonar. Es ridículo la que hemos liado en tan poco tiempo. Tras ordenarlo todo un poco y meter la ropa y las sábanas sucias a la lavadora, nos disponemos a cocinar algo que nos apetezca a los dos. Con todo lo que tiene Jeno en su balda del frigorífico (que no es poco y me llena de alivio el comprobarlo) nos da para hacer fideos udon con cerdo y verduras, y mientras yo frío el cerdo en una sartén él lava en silencio las verduras en el fregadero detrás de mí.

Nuestra compenetración máxima me empieza a asustar, pero no voy a caer en la trampa de siempre y a sabotearlo todo ahora. Simplemente estamos viviendo ese júbilo post-coital, esa euforia propia de la liberación de endorfinas que nos convierte en idiotas incapaces de sentir una onza de repulsión o fastidio por la invasión de nuestro espacio personal. Estoy bastante seguro que de no haber estado una hora entera follando, Jeno ahora me tendría bien alejado de la cocina mientras me obligaba a dejarlo todo en sus manos. Pero aquí estábamos, abrazados mientras picaba el cerdo con una espátula en una mano y le acariciaba el pelo de la nuca con la otra.

Nos habíamos convertido en algo insoportable.

—¿Estás cansado? —me pregunta con voz tierna tras verme bostezar. Asiento con ojos llorosos, descansando mi cabeza en su hombro sin dejar de remover la carne. Cansado es una infravaloración para describir cómo me siento, pero no voy a decirle que apenas siento las piernas porque me ha dado la follada de mi vida—. ¿Quieres echarte una siesta cuando termines de comer? Yo fregaré los platos y te despertaré antes de irnos a mi academia.

Lloro internamente. Él es tan pero tan dulce, que no me equivocaría al asegurar que ninguna de las palabras que pronuncio en mi cabeza a diario han pasado alguna vez por su mente inocente.

—Una siesta suena tan bien... —le sonrío dejando que mis labios se presionen contra la piel lechosa de su cuello. Ahora yo huelo a él.

De repente, el repiqueteo muy débil de unas llaves a lo lejos pone todos mis sentidos alerta.

—Alguien viene.

Jeno y yo nos separamos y nos quedamos mirando a la puerta de la cocina expectantes, esperando una pista que nos permita determinar la identidad del primer sujeto que está a punto de dejarse caer en todo el día.

La primera persona, de las dos que veo, es la última a la que esperaba ver otra vez en esta casa.

—¿Tú otra vez por aquí?

Jisung entra a la cocina cargado con una bolsa y sale al segundo con una mano en el pecho y un infarto en el corazón al vernos. Como no podía ser de otra manera, Chenle entra detrás de él, pisando fuerte, y se dirige hacia mí con un dedo acusatorio. Ni siquiera se ha quitado las gafas de sol, así que es, cuanto menos, intimidante.

—¿Qué haces aquí? —escupe palabra por palabra.

—Estoy con mi novio —le devuelvo el tono socarrón señalando a Jeno con obviedad, sin inmutarme—, ¿acaso Jisung es tu novio ahora?

Jisung se da la vuelta otra vez nada más poner un pie en la cocina, llevándose las manos a la cabeza.

—¡Me robaste a Jeno anoche! —grita la zanahoria, me grita específicamente a mí—. Pagarás por lo que has hecho.

—¿Quieres una felación, Chenle?

—Haya paz.

Ninguno hace caso a Jeno cuando se interpone entre los dos.

—Que sean dos.

—¡Nadie le va a hacer una felación a nadie! —Jeno se pellizca el ceño, agotado, y tras varios segundos de silencio se gira a Chenle y suspira:— Lo siento, lo de anoche fue mi culpa. Al final me lié y se me olvidó avisarte. Perdón.

El semblante de Chenle se serena, y da la impresión de que su figura entera decrece un par de centímetros, igual que el pelaje de un gatito cuando deja de bufar.

—Vale, tío. No pasa nada. ¡Pero! Me debes una película.

Se me ocurre una idea mejor.

—¿Y si vemos una todos juntos mientras comemos?


🧜

Nuestra luna de miel se ha acabado abruptamente, pero Jeno y yo ahora tenemos algo incluso mejor: ¡somos padres!

O al menos, así se siente el tener a Chenle y Jisung revoloteando y poniendo patas arriba la cocina con bolsas de comida que acaban de comprar mientras nosotros nos vemos obligados a ocupar una pequeña esquina y terminamos lo nuestro. Pronto nos echan de la habitación con los platos calientes en mano, y nos sentamos en la mesa del salón-comedor dispuestos a elegir una película que nos interese lo suficiente a los cuatro. A Jeno le da igual, a mí me da la impresión de que me voy a quedar frito con cualquier cosa, y sé que a Jisung le gustan las películas de animación, pero no tengo ni idea de Chenle.

—¿Qué tal esta? —sugiero, deteniéndome con el mando en una muy colorida llamada 'Elemental'; leo la sinopsis y me echo a reír:— Parece muy hetero, perfecta para Chenle.

Jamás en mi vida me había fijado en si las películas, las series o incluso la música que consumía estaban dirigidas a un grupo muy específico y oprimido de personas hasta que empecé a salir con Jeno. Antes vería cualquier cosa y no pensaría más que me ha encantado o lo he odiado a muerte, pero ahora me resultaba imposible no pasarlo todo por un filtro y evaluar lo potencialmente homosexual que podría llegar a ser. Y si no era mínimamente gay, no me interesaba.

Jeno comparte mi pequeño chiste con una risita que curva sus ojos y señala la siguiente peli en la pantalla:

—¿Y si vemos 'Luca'?

—Mi polla con peluca.

Chenle sale de la cocina con aire jocoso y bol en mano, seguido por Jisung, al que le tiemblan las manos intentando no derramar su contenido, unos fideos caldosos y picantes. Ambos se reúnen con nosotros en la mesa, justo antes de que pulse el play y la cabecera de Disney empiece a sonar.


🧜

—Jaemin... Nos tenemos que ir pronto.

Una caricia caliente en mi mejilla me arrastra fuera de mi maravilloso sueño en el que Jeno y yo adoptábamos un perro samoyedo y un gato siberiano. Mis ojos se abren despacio, siguiendo la dirección de la suave voz que me ha despertado, y visualizan a Jeno, agachado delante del sofá en el que hace cinco minutos estaba tumbado junto a mí. La televisión está apagada, y Chenle y Jisung no están a la vista, pero les oigo a lo lejos.

—¿Me he quedado dormido? —murmuro con la boca seca, incorporándome mareado. Una fina manta se escurre por mi torso al hacerlo, no entiendo nada a mi alrededor, cuando de repente lo recuerdo:— ¿Qué pasó al final? ¿Ganaron la Copa Portorosso?

Jeno me observa confuso, como si me hubiera dado un golpe y ahora me faltara un tornillo, hasta que sus ojos se trasforman en dos lunitas crecientes y su risa suave calma mi intranquilo corazón.

—Mejor si la volvemos a ver juntos otro día, no quiero arruinarte el final.

Su mano extendida me insta a levantarme del sofá. Un breve recorrido por el piso para recoger mis cosas antes de irnos me confirma lo que ya intuía, que me he quedado sopa durante la película, y que mientras yo estaba en el país de los sueños a Jeno le ha dado tiempo a recoger la mesa, fregar los platos, limpiar la cocina, tender la colada, e incluso poner sábanas nuevas en la cama. Y todo sin llegar a despertarme.

—Estabas muy cansado como para escuchar nada —alega una vez que estamos en el coche de camino a la academia—. No te habrías despertado ni aunque Chenle se hubiese puesto a dar voces con el megáfono.

—Me pregunto qué habré podido hacer para estar tan agotado —mascullo en plan sarcástico, reprimiendo una sonrisita detrás de mis labios—. Oye, a ti... ¿te ha gustado?

Sueno cauteloso, con temor a una negativa que chafe mi burbuja de felicidad. Hasta mirarle me da miedo.

—¿La película? Sí, me ha encantado —contesta tranquilo.

La sangre se me sube a las mejillas.

—No, me refería a... Mmh.

—Oh. Oh. Me gusta siempre —admite igual que abochornado que yo—. ¿Quieres saber si me siento mal?

Asiento con tímida curiosidad. Si después de todo lo que ha transpirado entre nosotros esta mañana no se siente culpable, creo que voy a ponerme a echar cohetes.

—Te sorprendería lo bien que se porta mi cabeza cuando estoy contigo. Cuando me quedo a solas, esa ya es otra historia...

—Entonces no me voy a ir nunca —giro el cuello para mirarle muy serio—. No te voy a dejar solo ni un momento del día.

—¿Por qué parece que me estás amenazando? —lloriquea asustado, haciéndome reír.

Si solo supiera la adicción tan malsana que tengo ahora mismo por él, creo que pondría una orden de alejamiento.

Es, ciertamente, difícil de creer. En un momento pienso que no puedo quererle más, que mis sentimientos han tocado techo y que voy a combustionar de lo mucho y lo intenso que le amo, y al minuto siguiente descubro un nuevo límite al que puede llegar mi obsesión. Últimamente he comenzado a soñar de nuevo con él, y si ahora no fuera porque mi corazón se acelera por ver a mi pequeña y pasar un rato con ella, me estaría ahogando en ansiedad por tener que pasar una hora alejado de Jeno.

Su mano busca la mía sobre mi regazo y la aprieta con ternura. El gesto me reconforta, si no fuera porque también me transporta unos meses atrás, cuando desde el asiento trasero del coche de Mark observé sus dedos entrelazarse con los de Haechan, y me pregunté si algún día Jeno y yo tendríamos algo así de fuerte e inquebrantable.

Pensar que el amor no lo puede todo me destruye.


🧮👸

Mi pequeña Sohye llega a la academia de la mano de su mami, con su mochila rosa y la misma prisa que la semana pasada.

—Te vas a quedar con Jaemin hasta que mami vuelva, ¿vale? —le dice la mujer entre respiraciones aceleradas mientras la sienta a mi lado en la mesa de recepción y comienza a sacar todas sus cosas de la mochila, sin gastar mucho cuidado con ellas—. Te va a ayudar a terminar los deberes, y luego podéis colorear, ¿sí?

Recoloco sus libros y útiles escolares con cuidado mientras una sonrisa repta por mi rostro. La idea de verme dibujando y coloreando con una niña pequeña, lejos de parecerme ridícula, me resulta de lo más entretenida. Me hace la misma ilusión que hacer de conejillo de indias de Naeun en sus experimentos de belleza.

—Hola.

Me hago tan pequeñito como ella cuando la saludo con una mano. Ella me mira con interés, no aparta la mirada de mí mientras su madre le da un beso y desaparece hacia una de las aulas. Me pregunto si me recuerda, si habrá olvidado ya lo que ocurrió la última vez que nos vimos o si el mero hecho de volverme a ver le recordará todo de forma traumática.

—¿Me enseñas los deberes que tienes? —le pregunto con dulzura, abriendo su libro de matemáticas.

No había necesitado más que mencionar por llamada que estaba estudiando Magisterio Infantil para que su madre estuviera encantada conmigo. Aunque luego confesara que aún no contaba con experiencia alguna, ella estaba más que agradecida por haberme ofrecido a cuidarla, y había dejado claro que rechazar su dinero no era una opción. Así que aquí me encontraba, más feliz que una perdiz enseñando sumas y restas con los dedos y cobrando por ello.

Por una vez, la vida parecía tratarme con amabilidad. Tenía al novio más guapo y bueno del mundo, había encontrado mi vocación, y aunque mi relación con mi madre no estaba exactamente en el punto que a mí me gustaría, estábamos poco a poco formando algo parecido a una familia. Era como si todo estuviera empezando a encajar en su lugar, como si todo el sufrimiento y el dolor por el que había pasado estuvieran siendo por fin compensados.

Estoy contando uno por uno los huevos de una huevera con ella cuando la pantalla de mi móvil, abandonado sobre la mesa hace rato, se ilumina con una nueva notificación entrante.

"Tienes planes para esta noche?"

"Quiero enseñarte algo"

Es mi padrastro, lo cual me resulta extraño porque nos hemos visto justo esta mañana. Lo que sea que quiere enseñarme ya tiene que ser importante, porque...

"Te invito a cenar hot pot"

Qué fácil es comprarme.

"puede venir jeno también?"

"Preferiría que esto fuera algo entre tú y yo"

"Ya lo verás"

"😃"

Su elección de emoji me perturba. No me hace mucha gracia tener que separarme de Jeno esta noche, o nunca en general, pero creo que puedo aguantar un ratito si se trata de un poco de hot pot gratis.

Quedamos en que pasará a recogerme con el coche cuando Jeno y yo salgamos de la academia. Durante los siguientes 20 minutos, Sohye colorea vestidos de las princesas Disney de su libro de ilustraciones con colores demasiado artificiales mientras yo garabateo en una hoja en sucio, dándole vueltas a lo que mi padrastro querrá enseñarme. No soy consciente de lo rápido que me late el corazón hasta que la pequeña a mi lado me enseña orgullosa a su princesa Aurora terminada, y me saca de mi vorágine de ansiedad.

—¡¡Qué guapa!! —exclamo, viendo cómo se vuelve tímida cuantos más detalles resalto.

Es increíble que todavía me dé miedo pasar tiempo a solas con hombres mayores, incluso aunque sean hombres como mi padrastro que me han demostrado su inocua naturaleza repetidas veces. Hay algo en mí que no permite que me relaje del todo, por muchas horas que lo trabaje en terapia y lo consciente que sea de mis propios pensamientos irracionales. Simplemente he asumido que voy a cargar con el trauma de por vida.

La hora de irnos se aproxima, y a medida que comienzan a salir alumnos de sus clases terminadas intento distraer a mi pobre corazón. Me centro en Sohye, respondiendo con interés a todas sus llamadas de atención en todos sus dibujos. Jeno llega poco después, se sienta frente a nosotros abrazando su mochila, y sin decir un ruido, nos observa con una sonrisa calmada. Mis intentos por tranquilizarme se esfuman porque el corazón me vuelve a galopar con fuerza en el pecho, pero esta vez por la imagen mental que me creo en la que ambos somos papis y Sohye nuestra pequeñina.

Su verdadera mamá aparece a los pocos minutos junto a otro río de alumnos, rompiendo mis fantasías.

—¿Te has portado bien con Jaemin? —le pregunta con ternura acariciando su cabeza. Ella sigue dibujando en su mundo, como si no estuviéramos aquí.

—No ha hecho un ruido en toda la hora —confirmo con una sonrisa—. Es un angelito.

—Será contigo, seguro que tienes algo que la calma. En casa es un torbellino, no para quieta.

Me gusta que me digan que se me dan bien los niños. Me hace sentir importante, como si cuidándolos y asegurándome de que se sientan seguros conmigo contribuyese a crear un mundo mejor, uno sin infancias traumáticas. Si pudiera, los tendría a todos bajo mi protección.

Una vez nos hemos despedido de Sohye hasta la semana que viene, Jeno se queda esperando conmigo fuera de la academia. Se reclina contra la pared de ladrillo, tranquilo, mientras a mí una fuerza oculta me impulsa a caminar en círculos en la acera y a morderme las uñas.

—¿Qué ocurre? ¿Te encuentras mal? —me pregunta, captando enseguida mi intranquilidad.

Niego con la cabeza repetidas veces sin dejar de dar vueltas. Es una estupidez.

—¿Te puedes creer que me siento nervioso?

—¿Por? —Su semblante se ensombrece con preocupación—. ¿Te ha hecho algo?

—No, no —me apresuro a aclarar, deteniéndome en seco—. No sé. Creo que no saber qué es lo que quiere enseñarme y pensar en meterme en el coche con él me ha alterado un poco. Ya sabes, desde que me ocurrió aquello con... estar encerrado en un coche me da un poco de yuyu.

El mero hecho de mencionarlo me acelera la respiración.

—¿Te ocurre eso conmigo también?

—No. Contigo es diferente. Tú me haces sentir seguro.

Jeno enmudece, digiriendo mis palabras en silencio, y se cruza de brazos.

—Creo que me quedaría más tranquilo si no te subieras a ese coche, pero-

—Ya viene.

Reconozco el modelo al torcer la esquina. Mi corazón salta en mi pecho, y me giro hacia Jeno intentando mantener la calma.

—Es una idea un poco loca, pero voy a compartir mi ubicación contigo, ¿vale?

Creo que mi expresión facial no inspira nada de tranquilidad, porque Jeno asiente tan serio que sus cejas casi se tocan.

—Estaré muy pendiente.

—Eres el mejor, te quiero.

Le beso en los labios justo antes de que el coche se detenga a mis espaldas con un ronroneo suave.

—Disculpen que interrumpa su momento, ¿saben si por aquí hay una academia de chino?

Me sorprende que entre toda mi ansiedad todavía me quede algo de humor para reírme.

—No, debes de haberte confundido de barrio —digo, girándome hacia el desorientado conductor con una sonrisa que me es devuelta al instante tras unas gafas de sol.

Jeno da un último apretón disimulado a mis manos antes de dejarlas ir. Le doy la vuelta al coche y me monto en él, repitiéndome a mí mismo que estoy paranoico por culpa de mis traumas y que no me va a ocurrir nada. Aun así, nada más cerrar la puerta coloco la mochila sobre mi regazo, para así ocultar la pantalla de mi móvil cuando le envío mi ubicación en tiempo real a Jeno durante la próxima hora, solo por si acaso.

—¿Qué tal con vuestra hijita? —me pregunta una vez nos hemos despedido de él y el coche arranca de nuevo. Su sonrisa es tan sincera que me hace sentir mal por asumir cosas horribles con su persona.

—Muy bien —contesto con otra sonrisa diminuta.

Puede que aún no conozca a este hombre con profundidad, y es posible que nunca llegue a hacerlo, al menos no de la misma forma que mi madre lo llegará a conocer, pero jamás me ha dado motivos para dudar de él. Desde el primer momento sentí que su interés por mí, aunque extraño, era genuino, sin preguntas para acercarse más a mi madre, segundas intenciones ni nada que hiciera saltar mis alarmas. Ha conseguido que confíe en él, que le cuente cosas de mi intimidad con Jeno con tanta facilidad que me asusta, y nunca me ha juzgado por ello ni me ha hecho sentir incómodo. Simplemente es una buena persona, y la probabilidad de que todo se tuerza y la historia se repita es tan improbable como surrealista.

Quiero dejar de darle vueltas al tema, pero aun así me veo incapaz de relajarme del todo en el coche.

—¿...me estás escuchando?

Mi cabeza se gira con rapidez en su dirección.

—¿Eh? ¿Me has dicho algo?

Se ríe incómodo, mandando rápidos vistazos en mi dirección pero sin perder de vista la carretera:— Te había dicho que si querías poner música. ¿Estás bien? Te noto nervioseta.

—Sí. —Pero abrazo mi mochila contra mi pecho como si me la fueran a robar, y una de mis manos sujeta el tirador interior de la puerta sin necesidad alguna de hacerlo. Mi respuesta parece confundirle aún más, y me percato de lo monosilábico que estoy sonando:— O sea, estoy bien. No quiero poner música. Ja ja.

—Okaay. ¿Qué te pasa? —Enarca una de sus cejas, extrañado por mi absurdo comportamiento—. ¿Problemas en el paraíso?

Me cuesta entender que se refiere a Jeno y a nuestra relación.

—No, qué va. Estamos bien. Es otra cosa, pero no te preocupes. ¿A dónde vamos?

No entiendo la dirección que estamos tomando. Reconozco el área, porque estamos cerca del centro de la ciudad, pero no sé a dónde me está llevando si no es al restaurante de hot pot.

—¿Otra cosa?

—¿A dónde vamos? —repito, esta vez más fuerte y demandante. Inhalo con esfuerzo, comenzando a agobiarme—. ¿Y qué es lo que me querías enseñar?

—Wow, wow, tranquilo. Pensé que como todavía queda un poco de rato hasta la cena, podíamos ir a tomar un helado a ese sitio que me encanta, que hace buen tiempo. Y no te lo puedo enseñar ahora, estoy conduciendo. —Sus ojos bajan por un instante a mi mano agarrando el tirador con la fuerza suficiente para poner mis nudillos blancos—. Jaemin, ¿estás bien? No te irás a tirar del coche en marcha, ¿no?

Si él tiene cara de acojone, no quiero imaginar la mía.

No sé si debería contarle que la última vez que un hombre quiso enseñarme "algo" estuve a punto de morir violado en mitad de la nada, y ahora tengo estrés postraumático y un miedo irracional a estar encerrado con uno en un coche, o si tal vez va a ser demasiado y me va a juzgar como no lo ha hecho nunca.

—Estoy bien. No pasa nada.

—¿Seguro?

—Sí.

Libero el pobre tirador que no me ha hecho nada con un amargo sentimiento de culpabilidad. He trabajado en terapia cómo redirigir mis pensamientos para no caer en sus trampas mentales, pero mi cuerpo sigue estancado en aquel día, parece no querer olvidar lo que ocurrió, atrapado en ese modo de lucha o huida perpetuo que me paraliza.

Para alivio de mi sistema nervioso, pronto comienzo a reconocer el camino hacia la heladería. Aparcamos en el primer hueco que encontramos, y en cuanto mis pies tocan el suelo de la calle siento un alivio inmediato que se transforma enseguida en una sensación humillante. Pues claro que íbamos a ir a la heladería, he montado un drama para nada. Le mando un mensaje tranquilizador a Jeno que contesta al instante, y mi corazón se derrite un poco al imaginarle esperando que le escribiera todo este tiempo. Él es el único que me entiende y me valida en mi locura.

Tras pedirnos un helado cada uno, yo un cucurucho sabor pistacho sin lactosa y él de fresa, el cual me sabe horrible cuando me deja probarlo, damos un paseo hasta acabar sentados en un banco de un pequeño parque. Vemos a la gente pasar, en un silencio adornado por algunos pájaros que pían a la puesta de sol y que tiñe las hojas verdes de los árboles de un tono anaranjado precioso, uno que me encantaría fotografiar con mi cámara.

Creo que le he dado demasiadas vueltas ya.

—Quiero explicarte por qué me puse así antes en el coche, pero necesito que me prometas que no le vas a decir nada a mi madre, y que no me vas a juzgar.

Mi padrastro me observa en silencio, probablemente sacando conjeturas en base a mi inesperada petición.

—Te lo prometo.

—¿Me lo juras?

Extiende su mano libre con el meñique levantado, en señal de promesa. Lo entrelazo con el mío durante unos segundos, aceptando la sinceridad de sus ojos que no dejan de analizarme con curiosidad, y al dejar caer mi mano de nuevo sobre mi regazo, suspiro profundamente.

—La versión corta es que me intentaron violar en un coche. La versión larga es un poco más dramática, y solo se la he contado a mi abuela, Jeno, mi psicóloga y un amigo de confianza.

—Madre mía —exclama, abriendo los ojos en demasía y arrepintiéndose al segundo—. P-Perdón. Sigue.

Me río pensando en cómo va a reaccionar a todo lo que le voy a soltar.

Uno pensaría que al haberlo contado ya varias veces habría desarrollado cierta tolerancia e inmunidad al relatar los hechos, pero me sorprendo a mí mismo luchando contra el nudo que se forma en mi garganta mientras lo hago, contra las lágrimas que se agolpan al borde de mis ojos y escuecen con dolor al intentar refrenarlas. Es un tipo de dolor distinto a la culpabilidad y la vergüenza que sentía originalmente al contarlo, es un dolor que me va a acompañar durante el resto de mi vida por el simple hecho de haberlo vivido.

Para cuando he terminado de hablar apenas queda gente en el parque, el helado se ha derretido escurriéndose por mis dedos, y el sol se ha despedido de nosotros para dar paso a la última cálida noche de Abril.

—Siento mucho que hayas tenido que pasar por algo así —lamenta él tras un minuto entero de silencio—. ¿Te daba miedo que yo te hiciera lo mismo?

Asentí:— Pero no porque hubiera visto algo sospechoso en ti, simplemente estoy traumatizado.

—¿Y por qué no quieres que se entere tu madre?

Me encojo de hombros.

—Mejor ahorrarle ese sufrimiento —miento. Sé perfectamente que si se lo cuento lo único que voy a conseguir es sentirme culpable otra vez con sus palabras hirientes, no tiene ningún sentido hacerlo—. Y ya tengo apoyo suficiente con Jeno, mi psicóloga y mi abuela.

Él parece tragarse la mentira, al fin y al cabo, es un motivo bastante razonable.

Una ráfaga de viento más fría de lo normal me pone los vellos de la nuca de punta y me lleva a abrazarme los brazos desnudos bajo su mirada atenta.

—Será mejor que vayamos al restaurante ya, empieza a hacer frío.


🍺🍺🍺🍺🍺

No hay desgracia en la vida que un poco de hot pot no pueda arreglar.

Mi estado de ánimo resucita nada más entrar por la puerta del cálido restaurante e inhalar el maravilloso olor a especias picantes en el ambiente. Un camarero nos dirige a una mesa para dos, mientras yo, ilusionado y dando saltitos, le cuento a mi padrastro lo especial que es este lugar para mí.

—¿Así que Jeno también te cameló con un poquito de helado y hot pot?

—Algo así —sonrío misterioso, dejándome caer en mi asiento contra la pared y recordando lo complicado y confuso que había sido todo al principio, nada que ver con cómo eran las cosas ahora—. Si quieres también te lo puedo contar, pero es una historia muuuuy larga y frustrante.

Sentado frente a mí, exhibe una amplia sonrisa que le llega hasta los ojos y resalta unas pequeñas arrugas.

—Soy todo oídos.


Creo que no he hablado tanto en toda mi corta vida. En todo el tiempo que le narro cómo Jeno y yo nos conocimos, con todos los malentendidos, confusiones, y los pequeños pero decisivos momentos que nos hicieron progresar, me da tiempo a engullir una cerveza y media, a consumir una cantidad cancerígena de cilantro mezclada con salsa de cacahuete, y a dejarle impresionado por la capacidad de mi estómago para tolerar el picante mientras no paro de comer y parlotear. Lo cierto es que me arden las mejillas y siento que comienzo a arrastrar las palabras, pero no estoy seguro de si es por el efecto del alcohol en mi sistema, el picante en mi lengua, o la vergüenza que me da ser consciente de que el hombre sonriente frente a mí conoce hasta el último detalle de mi relación con mi novio, y prácticamente de mi vida (incluida la sexual) durante los últimos dos años.

Pero es que me siento tan cómodo con él que no veo motivos para guardarme nada.

—Es increíble la paciencia que habéis tenido durante todo este tiempo, sois la definición de quien la sigue la consigue.

Con un sorbo largo termino mi segunda cerveza y dejo la jarra con fuerza desmedida sobre la mesa, haciendo un ruido tosco que me sorprende hasta a mí. La tomo de nuevo para examinarla muy de cerca, en busca de alguna grieta en el cristal transparente, y cuando no encuentro nada, la levanto en busca de algún camarero para que me traiga otra.

—Es lo que tiene ser gay enclosetado y que te guste otro chico guapíiisimo que te envía señales mixtas, que nunca llegas a saber si lo que sientes es admiración por él o ganas de comerle los morros. Pero me alegra confirmarte que la espera mereció la pena, porque Jeno es el amor de mi vida, lo tengo claro.

—¿Cómo lo sabes? —me pregunta con aire divertido.

—Pues puorque le quiero —me encojo de hombros como si fuera la cosa más obvia del mundo, pero es que lo es—. Y es un trozo de pan, y follamos que da gusto, y me quiero casar con él y tener hijos con él aunque no nos podamos quedar embarazados, y-, espera, tengo que decirle que sigo vivo para que duerma bien esta noche.

Su sonora carcajada me hace reír con una risa floja a mí también. Me siento liviano, mareado de lo mucho que me estoy riendo, o bebiendo, la verdad es que no lo sé. Tomo el móvil y doy gracias a que tengo mi conversación con Jeno fijada con corazoncitos, porque no veo una sola letra de la pantalla y de no tenerla bien a la vista podría estar escribiéndole cosas subidas de tono a mi abuela ahora mismo.

—¿Ya estás tan seguro de tantas cosas?

—¿Eh? —Dejo el móvil de nuevo sobre la mesa, completamente atolondrado—. ¿Qué me has dicho?

Él niega y suelta sus palillos sobre la mesa:— Espera, déjame enseñártelo antes de que dejes de distinguir izquierda y derecha.

Observo mis propias manos con confusión, pero entonces, su repentina seriedad me desconcierta aún más, así que hago un esfuerzo por seguir sus movimientos cuando se saca el teléfono del bolsillo trasero del pantalón y comienza a toquetear la pantalla con prisa.

—¿Te gusta?

Extiende el móvil hasta ponérmelo delante de las narices.

En la pantalla hay una foto de un anillo. Un anillo con un pequeño diamante en el centro.

Un anillo de compromiso.

—No te quedes empanado ahora, ¡dime algo! ¿Crees que le gustará, o lo ves muy simplón?

Observo el anillo en busca de algún adjetivo que lo describa. Sin embargo, solo puedo pensar en una cosa. Una cosa que me horroriza:

—¿Te vas a casar con mi madre?

Me sorprende lo bien que soy capaz de vocalizar de repente. Él sonríe radiante, mostrando una hilera de dientes alineados. Parece que va a comenzar a emanar pura luz de la felicidad que irradia.

—Le voy a pedir matrimonio, sí. Y si Dios lo permite y me dice que sí, ¡voy a ser tu padre!

Mi ebrio cerebro no procesa la situación hasta que no escucha la última palabra. Padre.

Me quedo petrificado. Hay una pequeña parte de mí, la más egoísta, que sabe que esto es bueno, que es algo por lo que debería alegrarme con él, que me debería permitir a mí mismo sentir su felicidad porque significa que voy a tener una familia, le voy a tener a él como algo permanente en mi vida.

Pero todo esto se siente mal.

—¿No te hace ilusión? Menuda cara estás poniendo...

—¡No, n-no! —tartamudeo, intentando tomar control de mi expresión facial. Río incómodo—. Solo estoy... sorprendido.

Una camarera me trae una jarra entera de cerveza justo a tiempo. La necesito.

—No te lo esperabas, ¿eh? No eres el único que tiene las cosas claras, solo que nosotros ya tenemos una edad para hacerlas de verdad. Tu madre tiene 37, yo 36, y honestamente siento que no necesito esperar más, que es la mujer con la que me quiero casar y quién sabe, ¿a lo mejor darte un hermanito?

Mi estómago se revuelve ante la idea de mi madre teniendo otro hijo. Me resulta inconcebible, casi ilegal, pero entonces comprendo, con increíble tristeza, que no tendría que preocuparme por él, porque crecería siendo querido de verdad.

Me acerco la jarra de cerveza a mis labios con desesperación.

La conversación se vuelve más soportable cuanto más alcohol tengo en mi sistema. En algún momento pierdo la cuenta de cuántos litros he ingerido ya, solo sé que son suficientes para no sentir nada mientras le escucho hablar maravillas de mi madre y lo mucho que la ama, y sonrío incluso. Cada vez me hace más gracia. Todo es tan irónico, que no puedo parar de reír. El hombre frente a mí, este buen hombre, quiere atarse a la desgraciada de mi madre para siempre, la idoliza hasta el punto de querer tener hijos con ella. No sabe lo que dice, no entiende lo que ocurre en realidad. Pero la vida es así de graciosa algunas veces.

—Estoy muy feliz por vosotros —le digo de repente y sin parar de reír tontamente. Siento que hasta el cerebro me da vueltas dentro de la cabeza.

—¿Qué te hace tanta gracia? —le escucho decir.

—No sé. Es que no puedo dejar de preguntarme cómo saldrá ese niño... ¡o niña!, no quiero ser sexista, sin todas las palizas, los gritos, los insultos... ni el miedo a que entren en su habitación-, ¿sabes que tengo una cerradura en mi puerta por eso?

—¿...Qué?

—¿No te lo he contado todavía? La puse con el dinero de mi primer trabajo cuando me harté de que entraran a mi habitación puestos hasta las cejas y borrachos. Como estoy ahora. Bueno, solo buorracho, porque llevo mucho tiempo sin meterme nada. En realidad nunca lo he hecho, bueno sí, una vez en una fiesta me fumé un porro y acabé pasándolo fatal. ¿Eso cuenta como drogarse?

—Creo que es hora de que dejes de beber. —Aleja mi última jarra a medio terminar de mí.

Pero hablar con él se ha vuelto tan fácil que ya no puedo parar.

—Seguro que esta vez todo saldrá bien. Supongo que es lo bueno de tener hijos a los que quieres y que no te arruinan la vida, que no los intentas ahogar nada más nacer. Fue a rehabilitación y volvió con todo ese rollo de ser una nueva persona, todo es agua pasada y bla bla bla, ya sabes ¿no? No, espera, mejor si no le dices que te he dicho esto último, no he dicho nada. ¿Qué estoy diciendo?

Descanso mi pesada cabeza sobre la palma de mis manos en la mesa con una risa floja. Todo me hace demasiada gracia. Suspiro agotado, luchando contra la pesadez de mis párpados.

—Ya. Voy a... pedir la cuenta. Quédate aquí, ahora vuelvo.


Cuando vuelvo a abrir los ojos todo está oscuro y en silencio, pero el mundo me sigue dando vueltas. No lo entiendo, ¿cómo puede dar vueltas lo que uno no puede ni ver?

—¿Estás despierto? Espera, te ayudo a subir. No debería haberte dejado que bebieras tanto cuando tienes clase mañana. No debería haberte dejado beber en general.

Me cuesta entender también dónde estoy. Una sensación que oprimía mi pecho y mi cintura se libera con un click, y comprendo, quitándome el molesto cinturón de seguridad de encima, que me encuentro sentado en el coche de mi padrastro, y que me ha traído a casa. Y no me he enterado de nada.

—No, ya voy-, ya puedo yo. Déjame. —Aparto sus manos de mí, ganándome un "vale, vale", y me las apaño para salir del coche con pies torpes y trastabillar hasta la puerta de mi portal. Saco las llaves de mi mochila por puro hábito y no sé cómo lo hago, pero consigo abrirla a la primera.

—¡Espero que duermas bien!

Tras un leve asentimiento de cabeza, arrastro los pies hasta mi casa en modo automático, y de ahí voy directo a mi cama, sobre la que literalmente me desplomo como un saco de patatas. Solo tengo que hacer una última cosa antes de volver a descansar los ojos durante horas.

Busco mi teléfono en el bolsillo de mis pantalones. El brillo de la pantalla me deslumbra de forma dolorosa, pero no me detiene para buscar nuestra conversación y pulsar el icono de llamada antes de pegarme el aparato al oído.

Cierro los ojos con una sonrisa al volver a escuchar su bonita voz.

Jaemin...



🐰🐶NOTAS DE LA AUTORA🐶🐰

buenos días tardes noches(?)

no sé cómo me ocurre siempre para tardar meses en actualizar, solo puedo decir que lo siento mucho 😔  cada vez se me hace más difícil escribir (he tardado exactamente 22 días CONTADOS en escribir este cap), creo que porque al ser tan largos los capítulos se me hace muy complicado no repetir expresiones o palabras todo el rato e invierto bastante rato releyendo y cambiando cosas, y aun así creo que todo se siente muy repetitivo 🫠 además, después de actualizar siempre siento que necesito un tiempo para despejar la mente y olvidar algunas palabras fdjhjdahdj y así empezar con la cabeza fresca de nuevo

creo que, si lo he hecho bien, en este cap se puede apreciar que jaemin no está muy allá todavía ?) obvio está mucho mejor que antes, ahora tiene a jeno y a la psicóloga y como dice él parece que las cosas están empezando a encajar en su sitio, pero siento que todavía está lejos de estar recuperado (lo de tirarse el vaso de agua fría a la cara???? ok) menos mal que aquí sabemos que los procesos de recuperación no son lineales!!

 jeno tampoco es que esté mejor 😭 el pobre me da mucha penita con sus problemas de autoestima, pero al menos parece olvidarlos mientras está con jaemin, si es que los dos se necesitan!!! (en el buen sentido y no el dependiente)

he dejado caer algunas cosas que no se si se entenderán, pero podéis empezar a sacar vuestras propias conjeturas sobre lo que va a suceder en el futuro, creo que no iríais muy desencaminadas

más cosas:

- el smut de este capítulo es el último hasta dentro de varios (habéis tenido un montón hasta ahora, no os podéis quejar)

- confirmamos que fue jisung quien corrió a los brazos de chenle para ver esa película en los sofás? confirmamos 👀

- el padrastro de jaemin es un buen hombre de verdad, pero no diré nada más

- el siguiente capítulo dará comienzo al arco final, y de ahí no estoy segura, pero estimo que quedarán unos 5 capítulos para acabar 😁 me he prometido acabar la historia este año, así que estaremos metiéndole muchísima caña!

- el título de este capítulo (y el de "esto no tiene nombre" también) están inspirados en los nombres de dos capítulos de amanecer (la saga crepúsculo),  es que todos los títulos de los capítulos narrados por jacob me parecen graciosísimos y quería empezar a darles ese toque a los míos también, pero no sé si me habré pasado o se ven ridículos JSJAHJDF 🥲🥲🥲

- el número de jarras de cerveza que se tomó jaemin es el mismo que he puesto de emojis al final 😃

para quien me quiera seguir en twitter (hablo mucho de los dreamies y amo mucho a jaemin (aunque por aquí no lo parezca), pero no suelo mencionar el nombre del fic por ahí porque me sigue gente que me moriría de verguenza si supiesen lo que escribo jefdjhfjfh) mi @ es _kyuchun !!!!! 


como siempre, podéis dejarme preguntas, comentarios, dudas, lo que sea, por aquí 🌟 pero lo que más aprecio son los comentarios, incluso si son solo "jajajaaja" porque me hacen saber lo que más os ha gustado (que siempre suele ser algo en lo que yo no me habría fijado nunca lmao 😭)

(estaba pensando en abrirme un curiuscat ?) pero no sé si nadie querrá hacerme muchas preguntas o comentarios por ahí lmao)

(p.d.: alguna vez os habéis duchado con alguien? yo siempre me preguntó como se hará para lavarse las partes íntimas delante de la otra persona sin morir de la verguenza 🤔)

y feliz comeback! 🌱 (carat cake te amo eres mi reina eres mi todo 💎💎💎)

Continue Reading