La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 161

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By marlysaba2



Alba la condujo al interior y corrió el grueso cortinaje, dejándolas en una tenue penumbra.

- Así estaremos mejor, hace calor.

- Sí.

- ¿Qué me miras?

- ¡Estás preciosa!

- ¡Nat! pero si he perdido kilos y tengo unas ojeras que...

- Hazme caso – la interrumpió - ¡estás guapísima!

- ¡Tonta! – se gachó y dejó su rostro al nivel del de ella, sonriendo, prolongando el instante de fundirse en el deseado beso.

Apoyó la frente en la de Natalia. Rozó con su nariz la de la pediatra, mientras sus ojos no dejaban de escudriñarse. Natalia buscó sus ardientes labios y con suavidad los acarició con los suyos. El vello se les erizó. Alba deseaba que Natalia tirase de ella y la sentase en sus rodillas, pero no lo hizo. No le importó. No soportaba más la espera y la besó. Ambas se entregaron a ese beso con toda el alma.

- Nat – suspiró separándose de ella, acariciando su rostro – sigo sin creerlo. Te beso y cuando abro los ojos temo que no estés – confesó, yendo a servirse un vaso de agua - ¿quieres?

- No, gracias.

- ¡Pues yo me muero de sed! – exclamó bebiendo con ansia.

La impresión y el nerviosismo habían secado su garganta y su boca. Soltó el vaso y se dejó caer en el sillón que tenía al lado.

- Es real. Estoy aquí – Natalia suspiró igualmente - Alba... ¿podrás perdonarme? Yo... debí ponerte sobre aviso, pero... no era seguro.

- Estás empeñada en contarme todo ¿verdad? – la miró con resignación.

- Sí, lo estoy. Necesito que me escuches...

- Está bien. Lo haré – admitió - Lloré tantas noches por no haberte escuchado en su momento que no pienso volver a repetir mis errores.

Se levantó y descorrió la cortina de nuevo. La luz inundó la habitación. Cerró la cristalera y condujo la silla de Natalia al lado del sillón y se sentó frente a ella. Natalia buscó sus manos, las acarició, bajó los ojos hacia ellas. Alba esperaba esa explicación que quería darle en silencio. Pero Natalia no hablaba y ella se impacientaba al paso de cada segundo.

- Nat... - se levantó, buscó sus labios y la besó con tanta pasión que ambas volvieron a estremecerse - ¿tanto te preocupa lo que tienes que contarme?

- Lo que me preocupa es que no seas capaz de perdonarme – fijó sus temerosos ojos en ella.

- Nat... no sé de qué me hablas cuando me pides que te perdone aunque puedo imaginarlo, pero si hay alguien que tiene que pedir perdón aquí soy yo, no tú, mi amor. Tú, no.

- No, no... no, cariño...

- Sí. No te llamé cuando murió tu padre, te exigí que no escribieras, ni llamaras cuando me moría por dentro si no lo hacías y... todo por cobarde. Por no saber qué hacer. Lo que ocurrió en el zulo... me marcó mucho más de lo que creía... me obsesioné con que iban a matarte delante de mí y... no soportaba la idea de verlo otra vez y... no podías venir aquí porque nos matarían a las dos... por eso era brusca contigo, por eso quería que me olvidaras y te quedaras allí.

- Alba...

- Oscar sabía todo y yo... no podía declarar contra ti... lo prometí, pero no podía y... llamé a Isabel... pero... - sus palabras salieron atropelladas, nerviosas, inconexas, necesitaba decirle todo aquello que había callado. Todo lo que la ahogaba noche tras noche – no quería que vinieras... porque no quería que te pasara nada, él me dijo que...

- Chist... lo sé todo. No tienes que contarme nada. Soy yo la que te he mantenido al margen de esta loca idea, por tu seguridad y... también por la mía. Aunque esperaba que mi última carta te hiciera ver la luz... que recordaras lo de la estrella, y supieras que iba a venir a por ti.

- Esas cartas no las recibí. Solo después de detener a Oscar, Sara me las hizo llegar, y fueron un regalo, pero también una tortura porque estabas muerta y yo ya no podía responderte.

- Lo siento... siento mucho... como ha pasado todo...

- ¡No! soy ya lo que debe disculparse, la que siente ser tan cobarde, la que...

- Chist...

- Nat... ¿cómo puedes estar aquí, así, conmigo... después de cómo me he comportado?

- Te quiero, eso es lo único que me importa.

- Pero... ¿cómo has podido perdonarme? ¿Cómo puedes olvidar cómo te hablé, cómo te traté, cómo te dejé de nuevo? Cada vez que leía esas cartas... - se levantó del sillón, nerviosa, y comenzó a pasear por la habitación.

Natalia la seguía con la mirada e intentaba tranquilizarla con sus palabras.

- No tenías más opciones. Y si las tenías, no fuiste capaz de verlas. La culpa no es tuya, sino mía. Yo era la que estaba metida, sin quererlo, en todo este lío, y te metieron a ti de rebote, para hacerme daño, para hundirme, pero solo gracias a ti y a tus palabras veladas no lo consiguieron.

- No sabía cómo comunicar contigo sin que me descubrieran... - se detuvo junto a la mesa, a unos metros de ella y se volvió a mirarla – sé que te puede parecer una tontería pero... yo tenía la sensación de que me seguían a todas partes, de que escuchaban todas mis conversaciones... me estaba volviendo loca... y no sabía qué hacer ni cómo solucionarlo... y no podía pedir ayuda a nadie porque... porque me dijeron que los denunciarían por haberme encubierto... por... ese abogado me dijo que si obedecía nadie saldría perjudicado, pero que si no... me atuviese a las consecuencias y... desobedecí y... murió tu padre y yo...

- ¡No fue por tu culpa! No tiene nada que ver.

- Lo sé. Ahora lo sé. Pero cuando estuve en la cárcel... me enseñó fotos... me enseñó las fotos que salieron en aquella revista, besándonos en el hotel, dijo que aquí no solo serían un escándalo, sino que moriríamos por ellas, y que todos lo que supiesen nuestra relación caerían con nosotras. No quería que Germán fuera a la cárcel, ni que Sara... Sé que he sido una cobarde, pero no sabía qué hacer, de verdad que no lo sabía... No podía ir a Madrid, no quería que vinieras aquí...

- Cariño... nada de eso tiene importancia...

- ¿Podrás perdonarme?

- No hace falta. Y si lo hizo alguna vez, hace mucho que lo hice.

- Parece un trabalenguas – bromeó sonriendo, tremendamente aliviada al ver que Natalia no le guardaba ningún rencor.

- Sí. Mi cabeza está hecha un lío en muchas cosas, solo tiene una clara, que quiero estar contigo.

- Pero Nat yo...

- No digas nada más y responde a mi pregunta, ¿me invitarás a cenar algún día? – sonrió con timidez.

Alba le devolvió la sonrisa. No entendía esa obsesión con que la invitara a cenar. Vagamente recordaba una broma que le hizo al volver a Madrid. Suponía que se refería a eso. Natalia se levantó de la silla con dificultad, volvió a dar unos pasos hacia la enfermera. Alba sintió la tentación de acercarse a darle la mano, parecía tan titubeante como un bebé. Llegó junto a ella con rapidez para evitar que siguiera avanzando, sus manos se buscaron y se acariciaron suavemente, jugando los dedos de la una con los de la otra, sin atreverse a dar un paso más hasta que los ojos de ambas se humedecieron emocionados y sin esperar se fundieron en otro cálido abrazo. Alba sintió que las lágrimas corrían por sus mejillas, unas lágrimas llenas de felicidad. El desconcierto que experimentaba quedaba anulado por aquel sentimiento de euforia, Natalia estaba abrazada a ella, le acariciaba la espalda y creía soñar.

- Lo haré – esbozó una tímida sonrisa, respondiendo a su requerimiento – te invitaré a cenar – aseguró permaneciendo aferrada a sus manos – Nat... yo... que estés aquí es... tan irreal – terminó por confesar – nos dijeron que estabas muerta.

- No podía... no podía morir sin decirte algo – le confesó poniéndose seria.

- ¿El qué? – preguntó sintiendo de pronto un temor que la invadía de arriba abajo.

- Que yo... yo... Alba yo... He tardado mucho tiempo en aprender, en darme cuenta de lo que sucedía aquí dentro – se tocó su cabeza soltando a la enfermera y tambaleándose.

- ¡Ten cuidado! – exclamó - ¿por qué no te sientas? Adela me ha dicho que tengas cuidado y no hagas esfuerzos.

- ¿Cuándo te ha dicho eso?

- Cuando he bajado a por la silla.

- Estoy bien. Adela exagera.

- No si lo que me ha contado es cierto. La bala te rozó la femoral y estuviste a punto de desangrarte.

- ¡Vaya! Sí que os ha cundido ese minuto.

- Se preocupa por ti y yo también. Siéntate.

- Alba... déjame terminar. Déjame explicarte todo – casi suplico y Alba asintió permaneciendo en pie frente a ella – Alba yo... tengo mucho que contarte... imagino que... quieres saber todo lo que ha pasado, aunque me digas que no... pero antes... antes quiero que sepas porqué me decidí a venir a aquí. Yo... quiero que sepas que yo... - se detuvo tragó saliva y la miró con seriedad - me negaba a mí misma lo que era obvio e intentaba darle mil excusas a mis sentimientos. Y... ha tenido que ser otra persona la que hablara por mí. La que me dijera lo que me pasaba. Yo era incapaz de darme cuenta por mí misma quizá porque no quería, porque quería restarle importancia. No era el momento más adecuado para darme cuenta de lo que sentía, porque mi vida estaba hecha un caos en todos los sentidos. He estado perdida durante mucho tiempo, pero por fin, aun con el dolor y el miedo a equivocarme, escuché a esa persona y... me he dado una tregua a mí misma. He entendido algunas cosas que no conseguía comprender.

- Nat.... de verdad que no hace falta... he leído tus cartas.

- Pero quiero decírtelo, yo... he aprendido que no es lo que tú quieres, a veces es lo que es. Y lo que es, no es ni más ni menos que aprender a decir lo que sientes. A no tener miedo a nada ni a nadie. Y poder pronunciar esas palabras que tanto anhelabas y que yo vetaba una y otra vez, las palabras más difíciles que he pronunciado nunca y que espero pronunciar todos los días de nuestras vidas si tú me dejas. Yo... yo... Alba yo... ¡Te amo! – ladeó la cabeza con un gesto pícaro - ¡te amo, Alba! – exclamó sonriendo - ¡Te amo!

- ¡Calla! – la silenció colocando un dedo sobre sus labios, sin poder evitar la tentación de acariciarlos con suavidad con su dedo índice, sus ojos bajaron hacia ellos y suspiró – calla y... ¡bésame!

Natalia clavó sus ojos en ella, con parsimonia se inclinó, temerosa, casi sin atreverse a hacer lo que le había pedido, juguetona, hasta que Alba, sin poder prolongar más ese momento, se empinó y selló sus labios con un beso dulce y profundo, un beso lleno de promesas que poco a poco fue ganado en intensidad y deseo. Se separaron y permanecieron unos instantes observándose, sonrientes, jugueteando con las manos, asimilando que estaban allí, una frente a la otra. Natalia le acarició la mejilla y dio un par de pasos hacia atrás, escudriñándola, mostrando la satisfacción que sentía ante su visión, estaba más guapa que nunca. Luego la atrajo y se abrazó a ella. Un abrazo lleno de sentimiento, lleno de amor, en el que se dijeron lo mucho que se habían añorado, lo mucho que habían llorado, lo mucho que lo habían deseado y se prometieron que sería el primero de los muchos que se darían.

- Me ha dicho Germán que el avión salía esta noche – rompió el momento la pediatra separándose de ella unos centímetros manteniéndola sujeta de las manos.

- Sí – reconoció – te llevaba a Madrid... y era lo más difícil que he hecho en mi vida.

- Si supieras lo que siento que hayas tenido que pasar por esto...

- Supongo que... no tenías forma de evitarlo – sonrió comprensiva - hablé con tu madre, iba a llevarle tus cosas a Sevilla y... también con las autoridades, por María.

- Gracias por encargarte de ella.

- Era lo menos que podía hacer por ti.

- Estarás... preguntándote... qué ha pasado – titubeó un instante al ver que no le hacía ninguna pregunta al respecto – pero antes yo... quería proponerte algo. Pero si estás muy ocupada – dijo burlona señalando a las maletas abiertas y a medio llenar - o si... - se interrumpió al ver que la enfermera se acercaba a escasos centímetros de distancia de su rostro, le soltaba las manos, y le acariciaba la cara, cerciorándose de que era cierto que estaba allí, mirándola fijamente a los ojos mientras hablaba – Alba... yo quería... proponerte - su vista cambió a los labios... - Alba yo...

- ¡Calla ya! – le dijo besándola con tal intensidad que Natalia se tambaleó. Tras unos segundos se separaron. Alba la cogió de la mano y susurró – ven.

La condujo a una cómoda butaca y le indicó que se sentase, subiéndose encima de ella y repitiendo el beso.

- ¡Cómo pesas! – exclamó la pediatra tras un instante.

- Perdona – dijo Alba haciendo el intento de levantarse. Pero Natalia la retuvo.

- Me encanta sentirlo – susurró besándole el cuello – Alba...

- Pero no puede ser... no quiero hacerte daño en la pierna.

- Te aseguro que no me duele nada la pierna – la atrajo y la besó de nuevo - ¡qué ganas tenía de estar así contigo! Creí que todo sería más complicado.

- Ya ves, la vida puede ser fácil si nosotras nos lo proponemos.

- ¡Tienes mucha razón! – la besó de nuevo.

- Nat... ¿qué querías proponerme? – preguntó interrumpiendo el beso sin dejar de acariciarla con aquella expresión de felicidad e incredulidad.

- ¡Qué te cases conmigo!

- ¿Cómo?

- Eso, que nos casemos.

- Pero... Nat... así... sin más.

- Bueno... cuando venía hacia aquí... me he estado preparando lo que iba a decirte y me he estado preguntando... muchas cosas y me respondía a mí misma y... sí, sin más.

- Creí que tu empecinamiento en que te invitara a cenar era para eso.

- Pues no. O... bueno sí, pero... no soy capaz de esperar más.

- Sí.

- Sí, qué.

- Que sí, que me caso contigo – la besó con pasión – sin más.

- Vaya... esperaba... que te hicieras de rogar.

- No. No quiero perder más tiempo. ¡Ni un segundo!

- ¡Te amo! – exclamó de nuevo con mucha más facilidad que la primera vez. Alba sonrió abiertamente y acercó sus labios a los de la pediatra. Rozándolos ligeramente, acariciándolos con la punta de la lengua, hasta que Natalia la apresó y la introdujo en su boca, besándose con pasión.

- Nat... - sus ojos gritaban "yo también te amo" - ¿qué te preguntabas?

- ¿Cuándo? – la miró desconcertada, aún en la nube a la que la había transportado ese beso.

- Antes decías que te preguntabas muchas cosas cuando venías hacia aquí.

- Sí... - sonrió -... me preguntaba si te enfadarías al verme o te alegrarías, si... me estaba equivocando, si sería adecuado preguntarte lo que te he preguntado... antes de contarte nada o si sería mejor esperarme a que supieras toda la historia.

- ¿Y qué? ¿he respondido lo que querías a tus preguntas?

- ¡Me has hecho la persona más feliz del mundo! – exclamó abrasándola con aquella mirada.

Natalia había hecho todo el camino desde el despacho de Adela temiendo ese encuentro, temiendo su reacción, temiendo preguntarle, temiendo su respuesta, pero ahora, besándola cada vez más apasionadamente, ahora que la tenía entre sus brazos, solo podía pensar en que esas preguntas que se hacía, en que esas dudas que la atormentaban, se habían disipado con un simple sí, con un abrazo y un beso y en que estaba segura de que ya había llegado la hora de ser feliz. De que al fin, podrían ser felices juntas.

- Nat... - el estruendo de sus tripas hizo que se callara y mirara a la pediatra que tenía puesta una expresión burlona y que terminó por soltar una carcajada.

- ¡Madre mía! ¿qué es eso?

- Debe ser el agua, que no me ha sentado muy bien.

- ¿Sabes? Antes de subir... me he permitido pedir algo de comer en la cafetería, porque... porque creo que debemos hablar, ¡largo y tendido!

- Me parece perfecto. ¡Porque tengo un hambre que me muero! – exclamó reparando repentinamente en que su estómago no solo sonaba, sino que protestaba sordamente con fuertes pinchazos

- Deben estar a punto de subirla, pero voy a llamar para que la traigan ya. Que ese alien que tienes ahí dentro va a acabar contigo.

- Ya llamo yo – se levantó solícita – tú descansa.

Media hora después estaban sentadas en la mesa junto a la terraza. Les habían servido la comida y de nuevo se encontraban solas. Alba comía con tal gana que Natalia sonría solo de verla. No podía imaginar un momento más feliz que estar allí juntas disfrutando de cada bocado. Solo había algo que la inquietaba, su reacción cuando le contara todo.

- ¡Hummm! ¡esto está buenísimo!

- Ya veo, ya, ¿me dejarás probarlo? – preguntó bromeando.

- ¡Perdona! – exclamó con la boca llena, sirviéndole de inmediato un poco en su plato – no sé qué me pasa, pero de repente me comería un caballo.

- Reconozco que yo también tengo hambre...

- Pues come y deja de hablarme de Oscar. ¡Qué se pudra en la cárcel el muy cabrón!

- Sí, ¡qué se pudran todos en ella! – exclamó con un suspiro recostándose en el respaldo.

- ¡Qué fuerte lo de tu suegra y tu cuñada! Cuando Germán me lo contó no podía creérmelo.

- Ni yo. Por suerte, ya no podrán seguir con sus tejemanejes.

- ¡Eran algo más que tejemanejes!

- Lo importante es que no saldrán en mucho tiempo.

- Y que no podrán hacerte nada – sonrió alargando la mano por encima de la mesa y acariciando la de la pediatra que jugueteaba con un trozo de pan – sigues comiendo muy poco.

- Ya lo haces tú por mí – la miró burlona.

- Nat... - protestó – perdona tienes razón, me estoy pasando. ¡Pero es que está todo buenísimo!

- Lo has pasado muy mal, ¿verdad? – le preguntó de pronto, intuyendo el motivo de su repentino apetito.

- ¿Tú qué crees? – la miró con seriedad.

- Que nunca debiste pasar por eso, que... hubiera dado lo que fuera por habértelo evitado. Porque me pongo en tu lugar y... ¡me hubiera muerto!

- ¡Tonta! – sonrió enternecida – la verdad es que estos días ha sido los más duros de mi vida y eso que después de... de lo del orfanato creía que no habría nada peor... No podía dormir, no podía concentrarme en el trabajo, no podía parar de llorar, no podía comer...

- Bueno, lo importante es que todo ha pasado y que... ¡tu estómago se ha abierto de par en par! – se mofó de ella.

Alba rió con ganas asintiendo, y dándole la razón, al llevarse el último trozo de carne a la boca. La pediatra la miró fijamente. Disfrutaba viéndola feliz. Sintiendo que entre ellas existía un vínculo tan fuerte y tan intenso que todo lo demás era secundario.

Los minutos siguientes los pasaron poniéndose al día. Natalia le contó con pelos y señales todo lo que ocurriera en España desde que Alba se marchó. Le habló de su padre, de su madre, de sus esfuerzos por adoptar a María, del susto que se llevó con María José, hasta que llegó a lo que Alba esperaba, lo que había ocurrido en esas últimas semanas. Comenzó contándole cómo habían descubierto los negocios de Oscar y cómo planearon desenmascararlo. Lo que no esperaban era que alguien lo avisase. Pero en eso consistía exactamente la operación en comprobar quién estaba detrás de todo aquello.

- ¿Quieres decir que también sospechaban de mí?

- ¡Sospechaban de todos! Pero no. De ti no.

Alba sonrió contenta de que así fuera, no podía imaginar que nadie creyese que ella podía hacerle daño a Natalia, al menos el daño del que estaban hablando, porque era muy consciente de que se lo había hecho, aunque fuera por evitar un mal mayor.

- Cuando me dijiste aquellas cosas en el aeropuerto terminé por hablar con Isabel y ella no podía hacer mucho desde allí, pero estaba segura de que eras una víctima, lo que no sabíamos era ni cómo, ni porqué. Al final, se puso en contacto con la INTERPOL. Por lo visto Oscar ya estaba en el punto de mira de la policía. Y... cuando nos aseguramos de que podía estar usando su relación contigo para beneficiar a su padre y sus socios, logrando que me condenaran en el juicio... Todo se puso en marcha.

- ¿El qué?

- Una operación para terminar de desenmascarar a quienes estaban en la sombra.

- Yo creía que con Sacha en la cárcel y con todos los detenidos cuando lo del campamento ya no había nadie en la sombra.

- Bueno... mi padre insistía en que había una mujer que era la que ordenaba todo, y cuando detuvieron a Evelyn parecía que podía ser ella, pero no... - suspiró – pero vamos que nada de esto significa que hubiesen sospechado de ti en ningún momento.

- Es que te había entendido que tú dijiste lo de tu viaje solo a las personas que podían estar implicadas.

- ¡No! si te conté que venía por carta era porque confiaba en ti. Lo que no imaginaba era que Oscar interceptaría esas cartas y que las leería. Aunque de todas formas dio igual, ya lo sabía.

- ¿El qué? – preguntó saboreando el postre.

- Que yo venía aquí.

- ¿Quién se lo dijo?

- Esto te va a encantar – le respondió con seriedad.

- ¿El qué?

- Yo... no le dije a nadie lo de este viaje. De hecho nadie sabía que venía con otra identidad. Ahí estaba el cebo. Isabel no dejaba de darle vueltas a todas las pruebas y según ella todas indicaban hacia la misma dirección. Estaba convencida que en cuanto yo saliese de Madrid y viniese a buscarte... - se calló un momento y la observó atentamente porque comenzaba a fruncir el ceño.

- ¿Y quién sabía que venías?

- Solo lo sabíamos Isabel, la INTERPOL y yo, claro está. Ni siquiera María y eso que tuve que aleccionarla para que no metiera la pata. Por eso me busqué un nombre que no la obligara a llamarme de otra forma.

- ¡El de la nueva pediatra!

- Era horrible. No es que el mío sea mucho mejor... ¡Pero imagino lo que diría Germán y lo que os reiríais a mi costa! Bueno... a costa de la nueva pediatra.

- Pues no. Nunca supimos ese nombre. Ya sabes cómo es Germán, no se le ocurrió preguntar a Sara por la nueva, ¡ni siquiera cómo se llamaba! y luego... pasó lo que pasó y... la realidad es que nunca he sabido cuál era ese nombre.

- ¡Natividad! – confesó con los ojos bailones esperando su reacción - ¿te imaginas?

- ¿Natividad? ¿pretendías que me pasara la vida llamándote Natividad?

- No – soltó una carcajada – Fue el único que se nos ocurrió para que pudierais llamarme Nat, sobre todo pensamos en María, para que no se equivocara. Pero nada de eso hizo falta, porque al llegar al aeropuerto de Kampala, Isabel me llamó y me dijo que había cambio de planes. A Oscar lo habían avisado. Alguien le había informado de que yo venía a Kampala. Tenía los teléfonos pinchados de su casa y el despacho y analizaron sus conversaciones. No decían nada claro, pero estaban seguros de que hablaba de mí y de que había recibido la información de España. Imaginaron que esa llamada fue al móvil, porque no había ni rastro de ella en sus teléfonos. Y el día que yo llegué Oscar faltó a trabajar y contactó con la guerrilla. No había tiempo de hacer casi nada. Yo venía convencida de que aquí podría tener otra vida, y me encuentro que ya nada sería como había planeado.

- ¿Sabías que iba a pasar lo que pasó?

- No exactamente. Sabíamos que podía intentar algo, pero me aseguraron que no sufriríamos daño ni María ni yo. Me acompañaban varios agentes encubiertos. Y como yo era el objetivo, por seguridad, me separaron de María. En realidad, solo esperaban un ataque, no que pretendieran secuestrarme.

- ¡Pero pasó! ¿cómo se te ocurre ponerte en peligro de esa manera y con María?

- Quise dejar a María aquí con Sara, pero no consintieron. Tenía que seguir asumiendo mi papel de la nueva pediatra con su hija, porque podíamos estar equivocados y esos movimientos de Oscar no tener nada que ver conmigo. Además, ¿sabes lo que cuesta una operación como esa de los agentes especiales de la INTERPOL? No podía abortarse solo por una posibilidad.

- ¡Pero si ya sabían que eras tú la que habías venido! No tenía ningún sentido que siguieras aparentando ser quien no eras y que os pusierais en peligro.

- Nadie lo sabía. Salvo Oscar, claro, y... todo se complicó.

- ¡Claro que se complicó! ¡vaya chapuza! No estás muerta de milagro.

- Sí. Todo salió mal. No eran un par de guerrilleros sacándose un extra como habían supuesto. Era un grupo de asalto bien organizado. Separaron el convoy con la bomba. Acribillaron el jeep, mi acompañante repelió el ataque, pero en cuanto bajó la ventanilla lo alcanzaron. Yo no sabía qué hacer, la metralla y la sacudida de la bomba me dejó medio atontada, y cuando me bajé del jeep comprobé que no podía mantenerme en pie, estaba herida en la pierna, sangraba tanto que tuve que hacerme un torniquete con mi chaleco, luego intenté ponerme en pie y vi como alguien se me echaba encima, después de eso apenas recuerdo nada...

- ¡Cuando vimos el coche lleno de sangre y fuera del camino! – se le saltaron las lágrimas de recordarlo y Natalia cogió su mano y la acarició.

- Cariño... ¿fuiste allí?

- ¡Hubiera ido al fin del mundo para buscarte! Pero Germán no me dejaba.

- Hacía bien.

- Te hiciste un torniquete... - musitó mirándola con admiración.

- Creí que no serviría de nada y que moriría en aquel camino ¡tan cerca de ti que...! – también. Se le quebró la voz, pero se rehizo y continuó la narración - Me desperté en un helicóptero, no paraba de preguntar por María y por ti, tuvieron que sedarme y... luego supe que estaba en el hospital militar francés que hay en Gabón, allí he estado estas semanas.

- ¿Sola?

- ¿Cómo sola?

- ¿Adela estaba contigo? – su voz se había enronquecido y su tono acusador hizo que Maca comprendiera lo que pensaba.

- Adela se enteró de que estaba viva unas horas antes que vosotros. Ayer, me comunicaron que Oscar estaba detenido y que también había habido otras detenciones en España. Dejaba de ser objeto de protección y podían trasladarme a donde quisiese y contactar con quien quisiese, oficialmente ya no estaba muerta. Inmediatamente les pedí que me trasladaran aquí. Si Adela estaba aquí es porque eso fue lo que planeamos, pidió a Luís el puesto del director que se jubilaba para venirse conmigo y... aunque yo estaba muerta ella no podía renunciar al puesto.

- ¡Ah! Porque cada vez que pienso las veces que he hablado con Adela...

- No te enfades. Ya sé que lo has pasado fatal, pero... Yo quería que os avisaran. Pero por mi seguridad, montaron todo el operativo. Era mejor que creyeran que estaba muerta y que se delataran. Yo insistía en que se pusieran en contacto con mi familia y con vosotros... pero... ellos trabajan así. Lo importante era pillar a Oscar con las manos en la masa y que con él cayese su padre, que es realmente el pez gordo, pero para eso todos los que lo rodeabais debíais comportaos con naturalidad.

- No te mato porque sé cómo lo iba a pasar, pero sino... ¡te mataba, Nat!

- Lo siento, mi amor, ¡lo siento! Yo quería que te avisaran – repitió por enésima vez - incluso hice algo que no debía, le dije a María que si yo no regresaba... te dijera que volvería. Esperaba que ella ti hiciera comprender que...

- ¡Y doy fe de que lo ha hecho! – la interrumpió - Me ha vuelto loca todos estos días! Atrapasueños para arriba, atrapasuelos para abajo, brincando por todos los sitios, asegurando que cumplirías tu promesa.

- Hablando de eso, tendré que llevarla a la piscina.

- Eso seguro, ¡no sabes la perra que tiene!

- Bueno... cuando vea a Paula se le pasa seguro, ¡le ha cogido una devoción!

- ¿Adela se ha traído a su hija?

- Sí. ¿Qué pasa?

- Nada – respondió con rapidez.

- ¿No te enfades, cariño?

- No me enfado – suspiró – y ni lo hago porque soy tan feliz de que estés bien y aquí conmigo que por mucho que quiero no puedo enfadarme contigo. Pero...

¡no vuelvas a hacerme una cosa así!

Natalia sonrió con timidez.

- ¡Te lo prometo! – exclamó con rotundidad - y... gracias por no enfadarte.

Alba se levantó de la silla y se agachó a su lado.

- ¡Te quiero, Nat! ¡Rogué tantas veces porque todo fuera un mal sueño! y que estuvieses bien que... - suspiró – aún no me creo que estés aquí.

- Cariño...

Alba se incorporó y la besó con dulzura.

- No puedo enfadarme contigo. ¡Te quiero tanto!

- ¡Y yo a ti! – tiró de ella y la sentó en sus rodillas.

Volvieron a besarse. Un par de besos cortos, llenos de amor. Luego, Alba se abrazó a ella y se recostó en su hombro.

- ¿Y quién era esa mano en la sombra? – preguntó con curiosidad y se incorporó mirándola atentamente, en espera de que le revelara el nombre de quien había orquestado todo.

- Esta es la parte que te digo que te va a encantar.

- ¿A mí por qué?

- Porque sí – suspiró - ¿recuerdas que te he dicho que Oscar sabía que yo iba a venir aquí?

- Sí, claro.

- ¿Y que recibió una llamada de España?

- Sí, sí...

- Esa llamada... no era de los teléfonos habituales y que ya tenían registrados. Era de...

- ¿De quién? – preguntó al ver que se callaba.

- De la consulta de Vero. A ella fue a la única que le dije que me venía. Ella fue la que avisó a Oscar.

Los ojos de Alba se abrieron de par en par. Sin dar crédito a lo que escuchaba.

- ¿Quieres decir que ella es la mujer en la sombra?

- Las pruebas que hay contra ella así lo indican.

- No puede ser ella.

- Creí que te alegraría.

- ¿Cómo va a alegrarme? ¡Han estado a punto de matarte! Y aun así, yo creía que sabía conocer a las personas. Vale, que Vero ha sido una... en fin, que se ha aprovechado y malmetido entre nosotras, pero siempre he creído que te amaba, que te amaba de verdad.

- Y yo – suspiró con lo que a Alba le pareció algo de melancolía y no pudo evitar sentir el pinchazo de los celos - Pero ya ves.

- ¿Te has entristecido?

- Sí. La tenía por mi amiga y... mira... está claro que yo sí que no sé juzgar a las personas.

- Pero... ¿es seguro?

- Sí.

- ¡Te lo dije! – se levantó con rapidez de sus rodillas - ¡te dije que no te fiaras de ella!

- Ya lo sé.

- Y te dije que no tomaras esas mierdas que te daba.

- Sí – suspiró – yo... me cuesta mucho creerlo.

- ¡Es que es increíble! La muy hija de puta, ¿la han detenido?

- Ayer hablé con Isabel y no me dijo nada de ella, pero me dijo que no tenía de qué preocuparme, que ya estaban todos detenidos. Por eso me dejaron venir – apretó los labios y desvío la vista de los ojos de la enfermera que la acusaban y a un tiempo la interrogaban con dureza.

- ¿Y desde cuando sabéis que es Vero? ¿La detuvieron antes de que te vinieras?

- No, ya te he dicho que no – Natalia la observó intentando comprender qué había tras ese tono acusador – a mí me lo ha contado Adela, esta misma noche. Nos hemos pasado toda la noche hablando.

Alba tras pasearse por la habitación visiblemente alterada se giró hacia ella y sonrió aliviada.

- Perdóname, Nat, pero... cuando... has puesto esa cara de tristeza... no sé, pensé que...

- Alba ¡te amo a ti! solo a ti – se apresuró a disipar esa sombra de duda que había pasado por su ojos - Y... aunque tuve mis dudas, no eran porque no te amara, sino porque creía que eras tú la que ya no sentías nada por mí y... barajé la opción de seguir mi vida sin ti, pero... me di cuenta de que eso no era posible, de que solo sería feliz a tu lado y... me decidí a buscarte, a... cambiar de vida y... arriesgarme a que me mandaras a paseo.

- ¡Jamás haría eso! Pero estás loca...

- Eso mismo me dijo Isabel ¡puso el grito en el cielo cuando le conté mis intenciones! Y más porque Sacha había jurado vengarse de mí y fuera de Madrid no podía protegerme.

- Me da pánico Sacha.

- Pues que no te lo de, porque está en aislamiento y así seguirá lo que le quede de vida.

- ¿Estás segura?

- ¡Segurísima! Me lo confirmaron los de la INTERPOL.

- No sé yo si son muy de fiar después del lío en el que te han metido.

- Me metí porque quise.

- Entonces a ver que yo me entere... ¿Oscar estaba liado con Sacha y con Vero?

- No. De ninguna manera. Era su padre el que le obligaba a hacer ciertos recados como mandarle veneno de serpiente, aquí es fácil encontrarlo en el mercado negro y el que le ordenaba alguna cosilla, pero él apenas sabía nada de los "negocios" de su padre en Madrid. Es su padre el que está aliado con Sacha en el negocio de trata de blancas.

- ¿Y Oscar qué pinta entonces?

- Oscar se enteró de todo cuando yo estuve aquí. Él fue quien habló con su padre y su padre fue quien le dio el soplo a sus socios. A partir de ahí, actuó por libre, cuando se enteró de que volvía aquí decidió hacerse valer y tener iniciativa.

- Pero no tiene mucho sentido, si él no estaba en el ajo, ¿por qué Vero lo avisó de que venías?

- Bueno... imagino que porque Vero quería acabar conmigo.

- Pero tú misma me has dicho que en esas conversaciones el padre de Oscar le decía que te dejara.

- Sí, pero ya te digo que Oscar ha declarado que quería demostrarle a su padre que podía confiar en él para sus negocios.

- ¡Valiente mamarracho! – exclamó con toda el alma – pero lo de Vero... ¿ella era la cabecilla de toda la organización?

- Ade dice que en su casa han encontrado papeles comprometedores, una agenda con teléfonos que la vinculan a la mafia rusa y...

- O sea que se buscó la forma de acercarse a ti para tenerte controlada y lavarte la cabeza sobre el campamento.

- Eso es lo que no entiendo, Vero siempre me apoyó, siempre me empujó a que pusiera en marcha el proyecto. Era mi padre el que se mostraba reacio y ella siempre me decía que debía tomar las riendas de mi vida, que me arrepintiese de hacer las cosas, no de no hacerlas. ¡Le habría sido tan fácil quitarme de la cabeza lo del poblado chabolista! Yo la escuchaba siempre, la escuchaba de verdad...

- ¡Eso no hace falta que me lo jures! – mostró lo mucho que le había molestado siempre la ascendencia de la psiquiatra en ella

- Lo siento, pero durante mucho tiempo Vero fue mi válvula de escape, mi amiga, mi...

- Vale, vale, ya sé lo que fue...

- Por eso no comprendo cómo... ¿por qué me animó a abrir el campamento si iba en contra de sus intereses? No tenían que haberme envenenado, ni someter a ese chantaje a mi padre para que convenciese, ¡le hubiera bastado con decirme que no me veía capacitada y yo no lo habría hecho!

- Lo mismo disfrutaba con el riesgo y el poder de tenerte en sus manos.

- Lo mismo – murmuró cabizbaja.

- ¿Y cómo se metió en todo esto?

- No sé. Yo te cuento lo que me han dicho en la INTERPOL. Pero parece que la cosa viene de lejos, del tiempo en que estuvo en Alemania en unos seminarios de psiquiatría, allí... se enamoró del hijo de uno de los principales capos de la mafia checa y una cosa llevó a la otra.

- Pero ella... ¿no es lesbiana?

- Eso creía yo. Vamos, ella me decía que desde siempre, pero... ¡cualquiera sabe!

- Mi amor... - se gachó y le acarició las mejillas con ambas manos – no estés triste, ya pasó todo.

- Sí, lo importante es que ya no hay peligro alguno. Todos están detenidos y yo puedo vivir donde quiera, aquí o allí.

- ¿Allí?

- Es un decir... - sonrió – si estoy aquí es porque quiero estar aquí, contigo.

- Nat... - la rodeó de nuevo con sus brazos, se sentó sobre ella y le dio un suave beso – creo que es mejor que nos sentemos en el sillón, ¿no crees?

- Sí, estaré más cómoda en mi silla, está me está dando ya dolor de espalda.

Alba ayudó a Natalia a levantarse y andar unos pasos hasta la silla que habían dejado junto a la mesa grande.

- Puedo sola, Alba.

- Pero me gusta ayudarte.

- Pero no te acostumbres que luego me mimas demasiado y lo que tengo es que recuperarme cuanto antes.

- Muy bien. Te dejo sola. Voy al baño un momento.

Natalia sonrió feliz. Alba se había tomado todo con un aplomo y una tranquilidad que no esperaba y eso la llenaba de satisfacción y alegría. Estaba a punto de sentarse en la silla cuando llamaron a la puerta y Maca enarcó una ceja, extrañada. No eran ni las cinco y Adela les había dicho que estarían toda la tarde en la piscina. Con dificultad llegó hasta ella y la abrió.

Adela estaba allí, sonriente, pero al verla frunció el ceño y miró hacia el interior. Vio la mesa puesta y pero ni rastro de Alba.

- Nena, ¿qué haces de pie?

- Ade... - protestó dejándola pasar – no empieces.

- Sabes que no debes hacer esfuerzos.

- Alba no me deja hacer nada, no te preocupes – respondió siguiéndola con dificultad - ¿y tú qué? ¿todo bien con Germán?

- Sí, eso venía a decirte. Que nosotros nos vamos para Jinja, la niña quiere ver donde trabaja su padre – elevó una ceja con gesto de resignación – ¿y Es?

- En el baño.

- ¡Ya me habías asustado! – la miró burlona - ¿has comido?

- Sííí, mamá.

- No te pongas así, no quiero tener más sustos contigo que el cupo está más que lleno.

- Ya lo sé – suspiró - ¿Has hecho lo que te pedí?

- Sí, toma – le metió un papel en el bolsillo del pantalón – ahí tienes la dirección y todo está preparado como querías.

- ¡Gracias!

- Ten cuidado, Nat.

- Lo tendré.

- Bueno... que... nosotros nos llevamos a María, si me das el resto de sus cosas...

- Claro pasa, creo que las tiene en la habitación de al lado.

En ese momento Alba salía del baño a toda prisa.

- Hola Alba – la saludó Adela, risueña – le decía a Natalia que nos vamos a Jinja

¿puedes darme las cosas de María? Nos la llevamos al campamento.

- ¿Os vais?

- Sí, hemos hablado y nosotros nos encargamos de todo.

- Pero... ¿y qué hago yo?

- Tú te quedas conmigo ¿no? – Maca la miró sorprendida con su reacción.

- Sí, claro, pero... si no voy a España... tendré que volver al trabajo.

- No te preocupes por eso. No creo te vayan a sancionar ¿no, Ade?

- Bueno, según como se porte – bromeó – si me la cuidas te doy unos días libres y así tenéis más tiempo para poneros al día.

Alba atravesó la habitación y se situó al lado de Natalia, rodeando su cintura y mirándola a los ojos.

- ¡Pienso cuidarla todos los días de mi vida!

Las dos se quedaron mirándose fijamente, las sonrisas pintadas en sus rostros, como si se encontrasen completamente solas. Alba se empinó y besó a Natalia en los labios, suavemente.

- Ejem, ejem, siento interrumpiros, pero... sigo aquí y tenemos algo de prisa ¿me das esas cosas o las cojo yo?

- No. Ya voy yo – suspiró como si le costara un mundo separarse de la pediatra.

Alba se perdió en el fondo de la otra habitación y comenzó a recoger todo con rapidez.

- Gracias Ade.

- ¿Qué tal? – le susurró su amiga – parece que bien, ¿no?

- Bien... ¡muy bien!

- Ya te lo dije, nena. ¡No sabes cuánto me alegro!

- ¿De verdad todo bien con Germán?

- Sí. Bueno, ya sabes, estamos algo... violentos. Es normal después de tanto tiempo. Y... no para de lanzarme puyitas sobre el trabajo ¡la que me espera! – sonrió – pero ¡ya lo meteré yo en "verea"!

- ¿Se ha tomado muy mal que seas su jefa?

- No. Es todo pose, ya lo conoces. Además, desde que ha llegado Paula parece otro.

- ¿Ya está Paula aquí?

- Sí. Ha comido con nosotros.

- ¿Cuándo vuelves?

- Mañana mismo. Yo sí que no puedo tomarme días libres.

- Ade... ¡muchísimas gracias por todo! Si no fuera por ti...

- A mí no tienes que agradecerme nada, ¡me basta con que me prometas que serás feliz! Y ella que no se preocupe. Tenéis todo el tiempo del mundo. Disfruta que te lo mereces.

- ¡Ahora mismo estoy como en una nube! No me imaginé que se tomaría todo tan bien.

- Bueno... no todos los días lloras la muerte de alguien querido y luego te alegras de recuperarlo. Imagino que le da todo igual mientras te tenga a su lado. Germán me ha estado contando lo mal que lo ha pasado...

- Chist...

Alba salió del dormitorio y le tendió la bolsa a Adela.

- Aquí está todo. Tened mucho cuidado – le dijo con sincera preocupación.

- Germán dice que no hay problema, que está la cosa está tranquila.

- Sí, lleva una semana mucho mejor.

- Bueno... pues... os dejo... ¡llamadnos!

- Sí, mañana mismo vamos nosotras para allá nosotras – dijo Alba.

- Bueno... quien dice mañana... dice pasado o al otro – respondió Maca guiñándole un ojo - ¿no, cariño?

Adela soltó una carcajada.

- Ahí os quedáis – salió cerrando la puerta tras ella.

- Muy contenta veo yo Ade – comentó Natalia con un brillo de complicidad en su mirada - Todavía ésta y Germán...

- ¡Ni en broma! – exclamó Alba visiblemente molesta.

- ¿Y a ti que más te da?

- Que no. Que Germán lo ha pasado fatal por su culpa y... ¡que no!

Natalia enarcó as cejas con tal gesto de burla y sorpresa que Alba enrojeció y cambió de tercio.

- Aún no me hago a la idea de verte andar, mi amor.

- Me cuesta bastante y me canso más.

- Pues ven aquí y siéntate, que ya es mala suerte que justo cuando voy al baño, tengan que llamar a la puerta ¿te duele mucho la herida?

- A ratos.

- ¿Tomas calmantes?

- Cuando no me queda otra, acabé de pastillas hasta aquí.

- ¿Y el riñón? no te pregunté nada.

- De mis yayas ya hablaremos porque son unas cuantas. Aunque quizás sea mejor que antes de comprarlo, conozcas el paño.

- Me dan igual las secuelas que tengas, ¡te quiero!

- Pues no debería darte igual – respondió irónica - porque vas a ser mi enfermera y... tendrás que cargar conmigo.

- ¿Sabes una cosa?

- ¿El qué?

- Que estoy pensando hablando de eso que me he precipitado y que antes de contestar a tu pregunta... tienes que pasar una prueba.

- ¿Qué pregunta?

- La de si me caso contigo.

- ¡Pero si ya me has contestado!

- Te he dicho que sí, que quiero, pero una cosa es que quiera y otra muy distinta es que lo haga.

Natalia se puso seria y frunció el ceño.

- ¿Qué pasa? Si es por todo lo que me has estado contando de la nueva ley y por lo que temes de las amenazas de Oscar... - la miró intentando adivinar, pero al ver que no decía nada - ¿o es por lo que te he contado yo? Te aseguro que no pude evitarlo, que yo...

- No es nada de eso – la interrumpió con los ojos bailones casi sin poder aguantar las ganas de reír al verla tan apurada.

- ¿Y entonces?

- Pues... que te veo yo muy lanzada pero que esta vida es muy dura y no sé... si quieres de verdad quedarte aquí conmigo...

- ¡Claro que quiero de verdad!

- ¿Estás segura?

- ¿Sabes que Vero me preguntó lo mismo? ¿y sabes qué le respondí? ¡Qué no! No estoy segura de ser capaz de vivir aquí. Pero sí lo estoy de que quiero vivir a tu lado, aquí o donde sea.

- Mi amor...

- Quiero estar contigo y no quiero perder más tiempo...

- Yo tampoco quiero perderlo, pero... tampoco quiero que no seas feliz aquí.

- Si es a tu lado, lo seré.

- Pues antes tienes que pasar una prueba – sonrió con misterio.

- A ver... ¿qué prueba es esa? – preguntó aliviada al ver que todo no era más que un juego.

- Voy a cumplir mi promesa y te voy a invitar a cenar.

- ¡Pero si acabamos de comer!

- Sí, acabamos de comer, pero no te voy a invitar aquí en Kampala. Coge lo que quieras que os vamos de aquí.

- Espera, espera, que... el sitio quiero escogerlo yo.

- De eso nada. Si invito yo, escojo yo.

- Pero yo quiero probar un restaurante que me dijeron que era el mejor de la ciudad.

- ¿Ya empezamos?

- Anda, ¿qué trabajo te cuesta? Quiero que vayamos al... - se soltó de una de las muletas y rebuscó en su pantalón – al Khana Khazana.

- ¿A ese? ¡pero si es hindú! Y no te gusta la comida hindú, además habrá un montón de cosas que no podrás comer.

- Pero me han dicho que es precioso.

- Sí, comí con Nancy allí y es un paraje de ensueño.

- Por eso quiero ir.

- ¡Ay! ¡Qué caprichosita estás! – exclamó haciéndole entender que cedía por su tono condescendiente – venga, siéntate – le llevó hasta ella la silla y la ayudó a tomar asiento – así está mejor, que como te resientas de la herida Adela me mata.

- Eso sí que es verdad – rió abiertamente

- ¿Y si vamos a ese restaurante hindú y si luego no te gusta nada?

- Bueno... tienes razón – rió misteriosa – la verdad es que bromeaba, no quiero ir al hindú ¿qué te parece The lawns? me lo han recomendado muy encarecidamente.

- ¡Su especialidad es la carne de cocodrilo!

- Bueno... pero habrá otras cosas. Y seguro que algo me gustará – torció la boca en un misterioso mohín.

- ¿Y no quieres que te lleve yo a un sitio que conozco fuera de la ciudad?

- Alba... yo... prefiero no salir de Kampala.

- Pero si está muy cerca, a orillas del lago.

- Pero ¿es seguro? Porque yo no quiero más sorpresas como la de mi llegada.

- Todo lo seguro que es este país.

- ¿Y a dónde iríamos?

- Ya te lo he dicho a orillas del lago, al otro lado, a un par de kilómetros a las afueras. Al restaurante de mi amiga Flatar.

- Alba... y... si... ¿ni para una, ni para la otra?

- ¿Qué quieres decir?

- ¿No será mejor que nos quedemos aquí, tranquilas, charlando?

- No. La vida aquí no es tranquila y ya me has contado todo.

- Pero... la habitación está reservada...

- Es una cena, Nat... ya tendremos tiempo de volver a la habitación.

- ¿Y no podemos ir a ese restaurante que me han recomendado? Anda... ¡me apetece mucho verlo! Me han dicho que el jardín es precioso.

- Sí que lo es.

- Oye, ¿y tú cómo conoces todos los restaurantes de Kampala?

- Todos no.

- Pero los mejores... parece que sí.

- Tengo buenos amigos – sonrió misteriosa.

- ¿Qué amigos?

- ¿Te vas a poner celosa?

- No – sonrió - ¿entonces vamos?

- Está bien ¡iremos! Pero que sepas que quiero que superes la prueba de fuego, y ver si de verdad estás dispuesta a renunciar a todo por estar aquí.

- Lo estoy, te puedo asegurar que lo estoy – la cogió de las manos – nada me hace sentirme tan liberada, tan feliz y tan segura que estar aquí contigo. ¡Es la mejor decisión que he tomado en mi vida!

- Muy bien, pues vamos a ducharnos y salimos cuanto antes.

- ¿Juntas? digo la ducha.

- No, eso... - se agachó y la besó con dulzura - tendrá que esperar – sonrió insinuante, aunque se moría por abrazarla, por recorrer su cuerpo palmo a palmo, se moría por hacerle el amor, pero esta vez no se iba a dejar llevar, esta vez hablarían de todo, de su futuro mucho antes de sellarlo.

Una hora después bajaban en el ascensor dispuestas a cenar en el restaurante más famoso de Kampala. Alba se habían empeñado en que Natalia llevase su silla y por mucho que la pediatra había insistido en que ya podía manejarse con las muletas, al final había cedido ante la rotundidad de Alba, que solo consintió en que cargase con las muletas con el compromiso de no usarlas demasiado.

- Voy a recepción un momento – le dijo la enfermera al salir del ascensor.

- ¿Voy pidiendo el taxi?

- No. No lo pidas – sonrió misteriosa.

- Entonces voy contigo.

- Mejor ve bajando la rampa.

Natalia se alejó camino de la salida y Alba corrió a la recepción, no sin antes asegurarse de que Natalia la había obedecido y salía del hotel. Minutos después se encontraba con ella en la puerta.

- Me parece que vamos a tener que esperar.

- De eso nada – Alba blandió ante sus ojos unas flamantes llaves.

- ¿Has alquilado un coche?

- ¡Exactamente! Esta noche tienes chofer de categoría.

- ¡Serás creída!

- Mira ese es el nuestro – se acercó al joven que le hacía señas – vamos Nat.

Poco después la enfermera conducía por la ciudad y miraba de reojo a Natalia que guardaba silencio observando todo.

- ¿Qué? ¿ha cambiado mucho desde la última vez que estuviste aquí?

- La verdad es que apenas recuerdo la ciudad. Fue todo tan rápido y...

- Pero ya recuerdas todo ¿no?

- Sí, bueno, creo que sí – sonrió alargando la mano para rozar la de la enfermera que descansaba en el volante.

- Nat, aquí no.

- ¡Pero si estamos en el coche!

- Esto te lo tienes que tomar en serio, aquí hay que tener mucho cuidado con lo que se hace públicamente.

- No te preocupes que lo tendré – aseguró con un suspiro de resignación, retirando la mano – oye, ¿el restaurante no estaba en el centro?

- Sí, en pleno centro.

- Y... ¿no estamos saliendo de la ciudad?

- Sí. Eso hacemos.

- ¡Alba! – la miró perpleja – pero...

- No quiero cenar en ese lugar de pijos, por mucho jardín maravilloso, mucha música, y mucho romanticismo que haya.

- Pero...

- Pero nada. Cenamos en casa de Flatar, quiero ver qué tal te desenvuelves aquí.

- ¡Ya lo viste la última vez que estuve! Anda, da la vuelta y vamos al restaurante.

- No seas cría y hazme caso, te va a gustar.

- ¿Cría? ¿y tú cómo eres?

- ¿Nos vamos a enfadar el primer día?

- No. No quiero enfadarme, pero...

Alba puso el intermitente y se orilló en el camino de tierra que salía de la ciudad y llevaba al lago, deteniendo el coche.

- ¿Qué haces? – preguntó sorprendida.

- Mi amor - le puso la mano en la pierna mirándola a los ojos – si para ti es muy importante ir a ese restaurante, vamos ahora mismo, pero si puedes esperar a comer allí hasta mañana o pasado, déjame que te lleve a casa de Flatar.

- Supongo... que puedo esperar...

Alba le lanzó una mirada llena de amor y una amplia sonrisa iluminó su rostro.

- ¡Te comería a besos ahora mismo!

- Si me sigues mirando así, seré yo la que lo haga – susurró sin poder apartar la vista de sus ojos – anda arranca y llévame a casa de tu amiga.

- Te va a encantar, es un restaurante pequeño, íntimo, con un porche con mesas al lago, y tiene hasta habitaciones, aunque en esta época del año está cerrado el alojamiento y solo abre los fines de semana.

- Pero hoy es viernes.

- Sí. Los viernes por la noche abre.

- ¿por qué tienes tanto interés en llevarme allí?

- Ya te lo he dicho, quiero comprobar si eres capaz de superar una prueba.

- ¿Y si no lo soy?

- Pues... si no lo eres... tendremos que plantearnos ciertas cosas.

- ¿Cómo qué? – preguntó con temor.

- Primero, la prueba y luego... ya tendremos tiempo de hablar.

- ¡Alba...!

- Mira, allí es – le señaló al fondo del camino.

Natalia observó una casa bastante grande de estilo colonial, con un enorme porche y unos faroles a la entrada que daban luz al agua del lago. ¡Estaba casi en la orilla! Alba dejó el coche en una amplia explanada de tierra y piedras que hacía las veces de aparcamiento, donde se encontraban otros vehículos estacionados.

- ¿Ves por qué quería que te trajeras la silla?

- Sí, ahora lo entiendo, pero si no me hubieras enredado para traerme aquí no me hubiera hecho falta.

- Anda gruñona, apóyate en mí y vamos dentro.

- Alba ya puedo hacer las cosas sola.

- Perdona, se me olvida – le sonrió y miró hacia un lado y otro del aparcamiento. Se encontraban completamente solas y con rapidez, le robó un beso que la llenó de excitación y nerviosismo y que a Natalia le supo a gloria.

- Ummm – Natalia tiró de ella y le dio otro – creo que voy a poder acostumbrarme a esto de esconderse. ¡Tus besos saben mejor!

- No seas morbosa – rió rozando de nuevo sus labios – y mejor nos estamos quietas que nos van a pillar.

Poco después entraban en el restaurante. Las mesas del porche estaban todas ocupadas. El ambiente era agradable y romántico. Mucho más sencillo que el lugar al que Natalia quería llevarla, pero tenía un encanto especial, que le confería el ser un sitio completamente local, alejado de esos restaurantes a la inglesa que eran tan habituales allí. Alba corrió a saludar a una señora de unos cincuenta años que se alegró visiblemente de verla, se la presentó como la dueña del local, Flatar. Rápidamente les buscó una mesa situada en un rincón apartado del centro junto a un enorme ventanal desde el que podían observar las barcazas que salían de pesca a esas horas de la noche. Natalia observaba todo con atención y Alba adivinó por su mirada que le satisfacía lo que veía.

- ¿Qué? ¿te gusta o te parece muy cutre?

- No está mal.

- ¿No está mal?

- La verdad es que está muy bien – sonrió - ¿de qué la conoces? – señaló a la señora.

- Colaboraba con el orfanato de Margarette, ayuda a las chicas que por edad no pueden seguir allí, les busca un trabajo en la ciudad y a veces ella misma les da trabajo aquí. La conocí casi al llegar aquí, y... nunca hemos perdido el contacto.

- Me resulta impresionante.

- ¿El qué?

- Que aquí, cualquier persona, la que parece más normal, puede hacer grandes cosas.

- Bueno, hay de todo, como en todos los sitios.

Flatar se acercó hasta la mesa y les preguntó qué deseaban tomar.

- Aún no lo hemos pensado – se apresuró a justificarse la pediatra, pero Alba sonrió y miró a su amiga.

- A mí me traes un vino del tuyo y agua para ella. Y dinos qué tienes hoy.

- Hoy he hecho un sadza que, aunque está mal que yo lo diga, me ha salido exquisito.

- ¡Perfecto! Sadza para las dos.

- Eh... espera Alba – Natalia la miró temerosa, no tenía idea de qué podía ser aquello.

- Si no está acostumbrada a la comida de aquí para turistas tengo unos huevos...

- No, no, Flatar, Nat probará el sadza.

- Muy bien, pues ahora mismo lo preparo todo.

La señora se marchó y Natalia miró a Alba con el ceño fruncido.

- Imagino que ese sadza o como se llame, forma parte de esta prueba que debo superar.

- Exactamente.

- Alba esto es absurdo ¿qué pretendes comprobar así? que algo no me guste, no quiere decir que no esté dispuesta a quedarme aquí.

- No se trata de que algo no te guste, se trata de que aquí hay veces que no podrás escoger lo que te apetezca, hay lo que hay, y eso es lo único que podrás comer.

- Ya lo sé, ¿recuerdas que estuve casi dos meses aquí?

- Una cosa es estar pensando en que te marcharás y otra muy distinta es venir para quedarse.

- Muy bien. Me comeré eso, sea lo que sea – levantó el mentón orgullosa y más suave le preguntó - ¿qué es?

Alba soltó una carcajada y acaricio su rodilla por debajo de la mesa. Maca se removió en el asiento.

- ¡Cómo me gusta sentirte! – exclamó sonriente.

- ¿Por qué crees que le he pedido esta mesa? – la miró burlona – y el sadza es un plato típico de aquí, Flatar siempre hace dos o tres platos al día, no más, y solo entre eso se puede elegir, cocina con productos de su jardín y con animales criados por ella.

- Vale, pero... qué es eso que has pedido.

- Harina de maíz blanco con hojas de calabaza hervidas y mantequilla de maní.

- ¡Alba! - exclamó haciendo una mueca de desagrado – eso suena... ¡fatal!

- Nat... - Alba enarcó las cejas – espera a probarlo.

- No puedo tomar mantequilla, ¿no querías que te hablara de mis yayas? Pues bien, hay muchas cosas que no puedo comer, por el hígado y el riñón.

- Ya... no te busques excusas que conozco esa lista.

- ¿Y cómo vas a conocerla?

- Es lo primero que le he pedido a Adela. ¡Ese minuto ha dado mucho de sí! – la miró con un halo de misterio que divirtió a la pediatra - Quiero que estos días sean perfectos y no quiero que te pongas enferma ni que dejes de cuidarte.

- Pues no me hagas probar eso.

- Bueno... si no te gusta ya pedimos otra cosa.

Natalia cedió y probó el sadza. No podría decir nunca que era de sus platos preferidos, pero había de reconocer que estaba mucho mejor de lo que había esperado. Cuando ya estaban a punto de terminar, Alba se levantó y fue a hablar con Flatar. Cuando regresó sus ojos brillaban intensamente y la sonrisa dibujaba una expresión de felicidad en su rostro que embelesó a la pediatra.

- Bueno, Nat, ha llegado el momento.

- ¿Qué momento?

- El de que superes la prueba.

- Pero... ¿no era comerme esto?

- No – rió abiertamente – ahora nos traerán el postre y... luego... verás.

- ¿El qué?

- No seas impaciente.

- Dame una pista.

- Nada de pistas, espera y verás...

Natalia hizo lo que le pedía, no volvió a insistir y aguardó a ver ese postre mientras la enfermera daba buena cuenta de lo que quedaba en el plato y le hablaba de todo lo que hacía Flatar para ayudar a las jóvenes violadas y usadas como niñas soldado una vez que conseguían salir de las garras de los guerrilleros.

- ¿Te aburro? – le preguntó al ver que Maca se echaba hacia atrás en la silla.

- No, en absoluto. Me gusta escucharte.

La enfermera miró el reloj y sonrió.

- Debes estar cansadísima, en cuanto terminemos te metes en la cama.

- ¡Es lo que estoy deseando! – susurró insinuante.

- Nat... hablo en serio, me dijiste que no habías dormido nada esta noche...

- Estoy acostumbrada a no dormir, ¿recuerdas mi insomnio?

- Sí, claro que lo recuerdo.

- Pues no quiero dormir esta noche, de hecho no quiero que termine nunca – la miró con intensidad.

- Pero... - bajó la voz – mi amor...

- Hazme la prueba esa ya, y vamos al hotel – susurró insinuante.

- ¿No estás a gusto aquí? – preguntó fingiendo entristecerse.

- Tengo que reconocer que sí – sonrió – es... como tú decías, íntimo y acogedor y Flatar un encanto.

- Pero... porque hay un pero.

- Me cuesta no poder cogerte de la mano, no poder... inclinarme y besarte con libertad.

- Sabes que aquí eso es así.

- Sí – suspiró – pero hoy... no sé... ya no queda casi nadie aquí – comentó insinuante mirando hacia la única mesa que quedaba ocupada en el salón – nadie nos vería...

- Puede que en el salón no, pero en las habitaciones todavía sí, ¿no oyes las voces?

- Sí – suspiró resignada - ¿aquí hay reservados?

- No exactamente, habitaciones pequeñas con par o tres de mesas.

- Ya...

- Lo siento... teníamos que haber ido al restaurante que tú querías.

- ¡No! – le sonrió - ya iremos cualquier día.

- Pero tenías mucho interés en ir.

- Me habían hablado bien de él.

- No sé... yo creo que tenías un interés especial.

- ¿Y qué interés iba a tener?

- Dímelo tú – la observó enarcando una ceja – has insistido mucho.

Natalia suspiró y asintió.

- ¿Te digo la verdad?

- ¿Qué verdad?

- Hablé con Adela para... que reservara una mesa especial, en un apartado del jardín y... en fin que pensaba hacer algo que...

- Nat... ¡lo siento! ¿por qué no me lo dijiste?

- ¿Y estropear la sorpresa?

- Ya lo has hecho – sonrió.

- Tienes razón... - se encogió de hombros e hizo una mueca que divirtió a la enfermera y la enterneció a un tiempo.

- ¡Siempre has sido un desastre!

- La verdad es que sí.

- Pero no deberías dejar que me salga siempre con la mía.

- ¿Y cómo lo impedía?

- Te lo he puesto difícil.

- Un poco, pero... ya habrá tiempo... - confesó misteriosa.

- Ahora mismo... - bajó de nuevo la voz y miró hacia atrás - ¡te besaría sin pensarlo!

- ¡Y yo a ti! Y... me cuesta mucho tener que estar todo el rato mirando por encima del hombro, bajando la voz y...

- Es lo que hay Nat.

- Lo sé y... podré acostumbrarme, de verdad, no creas que me estoy quejando, ¡lo importante es estar contigo! Sea donde sea.

- Y yo contigo... - bajó la mano y la pediatra hizo lo mismo, sus dedos se buscaron por debajo de la mesa, sus labios dibujaron unas sonrisas de complicidad que sustituían al beso que no podían darse. Sus miradas lanzaron el "te amo" que no se atrevían a pronunciar.

Se quedaron unos instantes así, embelesadas la una con la otra, sintiendo que esa furtiva caricia las excitaba y llenaba de una felicidad especial. Tan absortas estaban que ninguna se dio cuenta de que alguien se acercaba a la mesa.

- ¡Joder! ¡pero qué ven mis ojos! ¡Alba! – exclamó sin apartar la vista de la pediatra – y tú... ¡me dijeron que habías... muerto! Me alegro de que se equivocaran.

Alba se levantó de inmediato de la silla.

- ¡Raúl!

Él la rodeo por la cintura y sin que tuviera tiempo a reaccionar la besó en los labios ante la perpleja mirada de Maca que ensombreció su rostro de inmediato.

- ¿Qué haces? – preguntó la enfermera empujándolo.

Natalia frunció el ceño, Alba lo había apartado con más suavidad de la que hubiera deseado. De hecho, ella se habría levantado de buena gana de la silla y le habría partido la cara de un bofetón, pero Alba no era ella.

- No has vuelto a llamarme – le dijo ignorando su gesto - creí que la última vez nos lo habíamos pasado muy bien.

- Eh... sí... yo... he tenido mucho trabajo...

- Ya... - sonrió atrayéndola hacia él y miró a Natalia – no es tan tímida cuando no estás delante – confesó con una sonrisa que exasperó a la pediatra.

- ¡No digas tonterías! – protestó Alba enrojeciendo.

- ¡Raúl! Te esperamos fuera – lo llamaron sus compañeros y el médico la soltó.

- Bueno, me alegro de veros ¡ha sido toda una sorpresa Nat, en serio! – exclamó con aparente sinceridad - y me quedaría a tomar una cerveza con vosotras, pero... tengo que irme ¿estaréis mucho en la ciudad?

- No. Mañana nos...

- Vuelvo a Madrid mañana – la cortó Natalia con tal rapidez que Alba abrió los ojos de par en par asustada de que eso fuera cierto y de que lo que acababa de ocurrir fuera el motivo.

- Bueno... - cogió a la enfermera de la mano - llámame Alba y repetimos lo de las vacaciones cuando quieras. Me alegra mucho verte Nat y... ver que estás tan bien.

Natalia asintió sin responder. No pudo evitar que los celos la hicieran enrojecer y sentir una enorme impotencia. ¡No soportaba ver que besaban a su chica!

- Lo dicho. Nos vemos.

Se alejó de la mesa y Alba lo siguió con la mirada hasta que lo vio abandonar el local. Luego se sentó despacio y enfrentó la mirada de la pediatra. No era capaz de interpretar lo que sus ojos expresaban, pero creyó ver dolor y miedo en ellos.

- Nat... esto... - señaló hacia atrás con el dedo – lo del beso... puedo explicártelo.

- No. No digas nada. No quiero oírlo.

No tuvo tiempo de decir nada más porque Flatar llegó con una enorme tarta. Un cuatro y un cero lucían bajo la luz de las llamas de cada vela.

La enfermera sonrió tímidamente, y apartó con rapidez un par de platos para que pudiera soltarla en la mesa. Natalia miraba con seriedad toda la escena. Y Flatar se dirigió a ella con una enorme sonrisa.

- ¡Feliz cumpleaños! Si Alba me hubiera avisado con más tiempo te habría hecho la tarta especial, pero... tendréis que conformaros con la del día.

Natalia estuvo a punto de decir que no era su cumpleaños, pero no lo hizo.

- Gracias – sonrió – esta está perfecta.

- Ya la sirvo yo – se apresuró Alba a evitar que su amiga siguiera allí por más tiempo. Tenía que hablar con Natalia.

- ¿Todo bien?

- Sí, sí, Flatar, todo perfecto.

Flatar, percibió al instante en el tono de Alba que algo ocurría y con discreción, las dejó solas. Alba se volvió hacia la pediatra.

- Nat... esto... - señaló a la tarta - yo quería que... el día de tu cumpleaños creía que estabas muerta y... recordé todo lo que hablamos sobre lo que haríamos cuando llegara nuestro cuarenta cumpleaños. Ni este sitio, ni esta tarta, ni nada es lo que tú te mereces ni lo que imaginamos, pero... se me ocurrió que, ya que no lo pudimos celebrar en su día, hoy que nos habíamos reencontrado y que... en fin que pensé que podíamos celebrarlo...

- Gracias, Alba.

- ¿No te ha gustado la idea? Estás muy seria.

- No, de verdad, ¡me encanta la tarta y la sorpresa! – forzó una sonrisa – sobre todo la sorpresa.

La enfermera captó cierta ironía en sus palabras.

- Nat, por favor, Raúl y yo no...

- No. Te he dicho que no digas nada. No quiero saber nada – la silenció levantando la mano y poniendo el dedo en sus labios – ¡nada!

- Pero... ¿lo de ir mañana a Madrid va en serio?

- Estoy harta de que todo el mundo sepa lo que hago y dejo de hacer, creí que aquí las cosas serían diferentes, no me apetece decirle a nadie qué voy a hacer mañana, ni pasado, ni al otro ¿lo entiendes? – preguntó con cierta furia – así que como decía mi abuela, ¡al que quiera saber, mentiras con él!

- Eso quiere decir...

- Lo que he dicho. Que no me fío de nadie y que no pienso revelarle a ese... cuales son mis planes, además no llego a alcanzar porqué está en este restaurante precisamente hoy y besando a mi...

- ¿Tu qué? – sonrió al ver que no sabía cómo calificarla.

- Besándote. No me gusta que te bese.

- Te juro que no volverá a hacerlo.

- ¿Y qué hace aquí?

- Casualidad Nat.

- O no.

- ¿Qué quieres decir?

- No sé. No sé lo que quiero decir.

- Si insinúas que yo sabía que iba a estar aquí...

- No. No pensaba en eso.

- Entiendo – murmuró atando cabos – Raúl no tiene nada que ver con lo que te ha pasado, es imposible, y si está aquí es porque él es el encargado de trasladar de su campamento a los pacientes más graves, ha llegado el último y le ha tocado el trabajo más peligroso.

- Puede que sea una mal pensada.

- No. Solo que lo has pasado muy mal, has confiado en muchas personas que te han traicionado y es normal que te hayas vuelto prevenida, pero cariño...todo ha terminado, y aquí... ya no tienes nada que temer.

Natalia lanzó un profundo suspiro y se echó hacia atrás, recostándose en el respaldo, sin dejar de mirarla con aquella expresión que desconcertaba a la enfermera.

- Nat... no quiero que pienses que... he tenido algo con él... solo...

- ¿Tú estás aquí porque quieres? – la interrumpió con firmeza - quiero decir conmigo.

- Nat, ¡por dios! ¡cómo puedes dudarlo!

- Entonces ya está. Eso es lo único que me importa a mí.

- Cuando me ha besado, creí que me moría si tú... te creías lo que... no es...

- Mira... estos días cuando he estado sola en ese hospital, apenas podía hablar con nadie. Solo podía pensar, y tú ocupabas gran parte de esos pensamientos. Y... no voy a dejar que nadie, ni nada, me haga olvidarme de lo mucho que deseo estar contigo y si tú también lo deseas...

- Lo deseo.

- Reconozco que me hubiera gustado verte rechazarlo con algo más de vehemencia.

- No podía, porque... - bajó los ojos avergonzada - porque... el beso... lo que ha hecho Raúl lo ha hecho por mi culpa – levantó los ojos hacia ella – Nat... yo he... lo he utilizado, le hice... entender que siento algo que no siento para... para... ¡Oscar me amenazó que pregonar que tú y yo teníamos una relación! Y... ya te dije que no sabía qué hacer, y... se me ocurrió que si me veían con alguien nadie creería sus palabras. No sé... ya sé que me equivoqué, que me he portado fatal con Raúl, y que... no tiene ni pies ni cabeza, pero... ya no tiene remedio lo que hice...

La miró anhelante, esperando su reacción y a un tiempo temiéndola.

- Alba... ¡olvídalo! No me des más explicaciones, no las necesito. Solo dime si... de verdad deseas pasar tu vida conmigo.

- ¡Claro que lo deseo, Nat! ¡con toda mi alma!

- Pues vamos a comernos esta tarta, y... a celebrar mi cumpleaños – sonrió – y... ya está.

- Nat... - sus ojos se humedecieron emocionada – yo quiero explicártelo. No quiero que nada pueda sembrar una duda entre nosotras, porque yo... ¡Te amo!

- Chist, ¡loca! Luego me regañas a mí.

- ¡Te amo! Y no me voy a callar – aseguró desafiante – conocerte fue lo mejor que me ha pasado en la vida, perderte lo más horrible y nadie, escúchame bien ¡nadie! Va a conseguir que calle lo que siento por ti. ¡Ni siquiera las leyes de este país!

- Muy valiente te veo.

- Ese valor me lo das tú, Nat, ya no voy a tener más miedos. No voy a huir asustada, porque tu amor me hace sentir una fuerza y un valor que... ¡te amo, Nat! ¡Te amo!



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