Capítulo 86

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Natalia abrió los ojos al amanecer. Una, aún tenue, luz comenzaba a filtrarse por la claraboya. Tenía la sensación agradable de estrenar el mundo, las noches junto a Alba eran perfectas, reconfortantes, la llenaban de energía, de esperanza y la hacían creer, firmemente, que todo iba a salir bien. Pensando en ella alargó la mano para acariciarla, para sentirla, para cerciorarse de que seguía ahí, junto a ella, pero Alba ya no estaba en el saco. Una desagradable sensación la invadió, su ausencia siempre le dejaba un regusto a vacío que sabía absurdo, pero que no era capaz de controlar. Le iba a resultar muy difícil volver a Madrid y vivir separada de ella, ¡muy difícil!

La enfermera entró en la tienda común con una enorme sonrisa de satisfacción. No podía evitar sentirse eufórica, a pesar de que le encantaría seguir allí, en las montañas, unos días más. Todo había salido como lo planeara. Habían visto a los gorilas y Natalia...

¡Natalia estaba rendida a sus pies! lo leía en sus ojos, lo notaba en sus caricias, lo intuía en sus palabras veladas, lo percibía en sus sonrisas, en sus bromas, en sus confidencias...

- ¡Niña! ¿se puede saber en qué estás pensando? – chascó Germán delante de su cara sus dedos con una sonora carcajada.

- Eh... ¡buenos días!

- Te has caído del saco – sonrió al verla ya esperando a que se calentase el agua.

- Bueno... venía a por agua y no quiero que se nos haga tarde.

- Pero... creía que anoche... ya... - balbuceó con timidez.

Alba enarcó las cejas con una mueca divertida que hizo enrojecer a su amigo que carraspeó nervioso.

- Imagino que la noche bien... ¿no?

- ¡Perfecta!

- ¿Y Lacunza?

- Ya te he dicho que perfecta.

- ¿No le ha dolido la cabeza, ni...?

- No, está bien.

- ¿Y cómo ha despertado?

- Aún duerme – sonrió – la verdad es que le costó un poco conciliar el sueño.

- ¿Se puso la heparina? – preguntó con el ceño fruncido.

- No – respondió, malinterpretando su gesto y mirándolo temerosa de que se enfadase por ello, segura de Natalia la había liado para no ponérsela – me dijo que tú preferías que usase la que le dabas en Jinja y...

- Sí, es cierto – reconoció asintiendo.

- ¿Y por qué? – sus ojos reflejaban interés y desconcierto.

- No estoy seguro, pero... tengo la sensación de que cada vez que se ponía una de esas... se sentía mal.

- ¿Crees que están en mal estado?

Germán la miró y comprendiendo que aunque Natalia se había negado a ponerse la heparina no le había contado nada a Alba de sus sospechas.

- ¿Te ayudo a llevar los cubos? – esquivó a respuesta.

- No. Tengo la mano mucho mejor – le dijo mostrándosela.

- ¿Os esperamos para desayunar?

- ¡Claro! No tardamos – le sonrió – pero... ¿me vas a decir qué pasa con la heparina? – no pensaba conformarse con esa respuesta vaga, comenzaba a estar harta de que le hablasen con evasivas.

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