Capítulo 64

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Instantes después Alba ayudó a Natalia a subir los escalones de entrada a la habitación de la radio y salió dispuesta a esperarla en el exterior. Natalia, con su mejor sonrisa le pidió a Grecco que le pusiera con el número de Vero y el italiano lo hizo con prestaza y una mirada de complicidad que incomodó a la pediatra.

- Salgo – le dijo el joven cuando había establecido comunicación – espere unos segundos y escuchará.

- Gracias Francesco, lo recuerdo – le respondió afable, llamándolo por primera vez por su nombre, mostrándole confianza, sin dejar de sonreírle intentando congraciarse y que olvidase lo ocurrido en la cabaña, por si la enfermera llevaba razón en sus temores.

- De nada, doctora, con usted siempre es un placer – reconoció cerrando la puerta tras él.

Natalia sonrió y se dispuso a esperar hasta que escuchase la voz de Vero al otro lado.

En el exterior Alba que estaba dando cortos paseos mientras fumaba compulsivamente un cigarrillo temerosa de lo que pudiese querer la psiquiatra. El italiano casi tropieza con ella al bajar los escalones y le lanzó una hosca mirada, se detuvo un instante y emprendió camino de los barracones sin cruzar palabra.

- Grecco – lo llamó la enfermera - ¡espera! – le pidió corriendo tras él - ¡Greco, espérame, por favor! – volvió a pedirle comprobando con alivio que el italiano se detenía y se giraba hacia ella encarándola.

- ¿Si?

- Eh... yo... quería disculparme por lo de antes – le dijo con precipitación – eh... estaba ayudando a la doctora Lacunza a vestirse y... me molestó que entrases sin esperar y vieses....

- No pasa nada – sonrió ante la sorpresa de la enfermera – tú tienes la razón. Debí esperar. ¿No se ha molestado conmigo?

- ¿Nat?

- Si.

- No, claro que no – le sonrió también – Nat no se enfada por esas cosas.

- ¡Bellísima donna! – exclamó girándose y dejándola allí perpleja por aquella simpatía que derrochaba el italiano al hablar de Natalia, cuando siempre resultaba ser bastante seco y hosco. Germán iba a tener razón y se había enamorado de ella. Estaba claro que la pediatra no se equivocaba cuando le aseguraba que no había visto nada entre ellas.

Más tranquila miró hacia la radio, pero Natalia debía seguir con su conversación, porque no estaba asomada a la puerta. Miró el reloj y resopló consciente de que le tocaría esperar unos buenos minutos conociendo lo que tardaba siempre en terminar con la psiquiatra. De pronto recordó la promesa hecha al médico de hablar con Sara y cambió el sentido de su marcha, dispuesta a ver a su amiga, segura de que Natalia tardaría aún un buen rato.

Subió los escalones de dos en dos y se detuvo un momento en la puerta. Sara mantenía la persiana echada y no parecía escucharse nada en el interior. Conociéndola quizás estuviese ya en el hospital saltándose todas las recomendaciones de Germán. Llamó con los nudillos y esperó un instante el permiso para entrar, pero no escuchó nada. Volvió a llamar más fuerte y de nuevo obtuvo el silencio por respuesta.

- ¡Sara! – llamó en voz alta al tiempo que golpeaba la puerta con más ímpetu - ¿puedo pasar?

- Pasa – oyó la débil voz de la joven.

La enfermera entró y cerró la puerta tras ella deteniéndose un instante hasta que sus ojos se acostumbraron a la tenue luz del interior. Sara se encontraba echada en la cama y su mala era signo más que evidente de que no se encontraba bien. Alba se acercó hasta ella con una leve sonrisa.

La ClínicaWhere stories live. Discover now