Friend of the Devil ━shingeki...

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━━Me gusta jugar en la arena, construyendo futuros y destruyendo pasados, mientras mi amigo el demonio se... More

FRIEND OF THE DEVIL
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━━━PRÓLOGO
━━ARCO I:
1. Yo conozco ese rostro
2. Días de estrés
3. Motivos
4. Hoy no
5. Belladonna
6. A través de cartas
7. Por una cuchara.
8. Mal presentimiento
9. Rojo, verde y amarillo
10. Pisadas de gigante
11. La Titán Hembra
12. De cadáveres y pesares
13. Culpa.
14. Traiciones, regalos y segundas oportunidades
15. Confiar
16. Es un mundo cruel.
━━ARCO II
17. Preludio al desastre
18. Caminos solitarios
19. 12 horas antes
20. Verdades y respuestas
21. Malas decisiones = consecuencias
22. Antes de partir
23. Guerrero
24. La chica del cabello bonito
25. Dile al demonio
26. Titanes que sonríen
27. Granos de café
28. Máscaras que pretenden
29. Confort
30. Sincero contigo
━━ARCO III
31. Aferrados al pasado
32. Semillas sembradas
33. Reencuentros
34. Perspectivas
35. De conversaciones y saludos
36. Persecuciones
37. De verdades y carcajadas
38. Empezó con una persecusión
39. Experimentos para dos
40. Un encuentro, una advertencia
41. Cuando se pone el sol
42. Y aquí entraba él
43. Momentos
44. Caso perdido
45. De roles y confianza
46. Planeaciones y traiciones
47. Todo estará bien
48. Juicios finales
49. Enfrentamientos
50. Pérdidas
51. Ser quién eres
52. Amigo leal
53. Resplandores
54. Reunión = Ejecución
55. Coronas, reuniones y nostalgia
56. Cadenas y anomalías
57. Saltos en el tiempo
58. Últimos detalles
59. Tentar a la suerte
60. Un día antes
61. De despedidas y silencios
62. Polvo, escombros y sangre
━━ARCO IV
63. Félix Kaiser
64. Al despertar
65. Visitante
66. Juicio a un demonio
67. Propuestas indecentes
68. Veredictos
69. De pianos y bailes
70. Finas presentaciones
71. Arrepentimientos
72. Marley estaba en guerra
73. Rocas y sangre
74. A ti más que a nadie
75. De explosiones y ataques
76. Regreso
77. Sobre estar sumergido y ascender a la superficie
78. Secuelas
79. La verdad duele
80. Normalidad
81. Lugares de ensueño
82. Núcleos
83. Sobre aceptación y confesiones
84. Charlas de medianoche
86. Sobre avanzar y comprometerse
87. Un último trato
88. Tras los muros
━━━ARCO V
89. De errores y vistazos

85. Deseos y lo que necesites

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CAPÍTULO OCHENTA Y CINCO
DESEOS Y LO QUE NECESITES
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Serena no había sido tema de preocupación hasta esa mañana.

Félix, la carta recién llegada por correo en mano, parpadeó lentamente mientras la observaba en silencio, casi estupefacto. El sello oficial que la mujer usaba para legitimar sus documentos y sus cartas estaba suavemente grabado en la cera con la que el sobre estaba cerrado, solo que extrañamente, en lugar de la S que se había acostumbrado a ver cada que recibía correspondencia de la mujer, se hallaba una flor con múltiples pétalos delgados y un centro ligeramente más grande que otros, no tanto como el de un girasol, pero si como el de una margarita. De hecho, la flor parecía ser una margarita ahora que la miraba mejor.

No sabía exactamente por qué ese detalle resaltaba más hacia él de entre todo en general.

—¿Es de Serena?

Félix miró hacia su costado, en donde Lara bebía tranquilamente de su té, una expectante mirada en sus ojos.

—Ah, sí. Es de ella.

La mujer arqueó una de sus cejas, como si no supiera a qué se debía esa duda en su voz que incluso él alcanzaba a detectar.

Estaban tomando el desayuno, sentados en la pequeña mesita que los trabajadores habían puesto en el patio a petición de ella. Tenían fruta recién cortada, fresca todavía, huevos refritos y pan y mermelada, y un poco de café. Lara bebía té porque hace pocas semanas le habían traído un nuevo “elixir” cortesía de unos lores de las naciones asiáticas, o algo así le había dicho ella. Siendo sincero, Félix no le había puesto mucha atención, estando atrapado entre maldiciendo su bendita suerte que lo trajo de vuelta a Marley y mandando todo al infierno porque estaba de vuelta en Marley.

La casa estaba en absoluto silencio porque los niños todavía estaban con su madre, y Willy estaba con ellos, hasta donde él sabía, tratando de enmendar su cagada con su mujer y lo mucho que le debía por haberla pasado por alto por tanto tiempo. Ni idea de en dónde estuvieran los padres de ellos, probablemente en algún asilo, o quizás ya en la tumba. No le importaba mucho, si le preguntaban, y tampoco quería sonar cruel ni nada por el estilo, pero los señores Tybur no le agradaban mucho y el sentimiento era obviamente mutuo, así que, ya que no existía mucho cariño entre ellos, Félix se sentía con la libertad de desearles lo peor. Mal karma y todo eso.

Lara tildó su cabeza suavemente, observándole con leve curiosidad.

—Luces sorprendido, ¿ocurre algo?

Él parpadeó muy lentamente.

—Oh, bueno, es que… La última vez que nos vimos discutimos un poco, y uh… Supongo que no hemos hablado tanto últimamente.

Serena tenía todo el derecho de decidir limitar la comunicación entre ellos luego de lo que hablaron esa vez en aquella fiesta. Félix no había sido necesariamente gentil con sus palabras, ni tampoco Serena. Los dos habían dicho cosas que probablemente no deberían, él más que nadie, así que las cortas y secas respuestas que procedió a recibir de parte de la rubia mujer no le sorprendieron en lo más mínimo. Esto, sin embargo, esto sí lo hacía.

—¿Discutieron? —Lara dejó su taza de vuelta sobre la mesa, mirándole con perplejidad. Félix sonrió, un poquito apenado, y se encogió de hombros tratando de sacarle importancia al tema—. No mencionaste eso.

—Bueno, no creí que fuera necesario. Dije un par de cosas que probablemente no debí haber dicho y, uh…

—¿Qué tipo de-?

—Nada alarmante, solo… —solo algo parecido a una amenaza, presión para que Serena se pasara a su lado y no siguiera en el de los Tybur, o en el de Marley, pero no había necesidad de que ella lo supiera—. Solo fui un poco grosero, nada más.

Lara le miró, todavía con sorpresa pintada claramente en sus ojos, y Félix dejó escapar una pequeña risa que delataba sus nervios. Su atención volvió hacia la carta aún en sus manos y con un cuchillo que estaba ahí en la mesa, la abrió de golpe y sacó el papel doblado en el interior con extrema lentitud, como si las palabras escritas en el pudieran herirle con tal de leerlas de mala manera.

Lo que seguramente pasaría. Serena no parecía ser alguien que perdonaba fácil, mucho menos de las que daba segundas oportunidades y ciertamente, Félix no la culparía si decidía no hacerlo. Precipitarse a abrir la boca fue su decisión, y tampoco se arrepentiría de ello cuando las cartas ya estaban en la mesa y todo lo que le quedaba era hacer su jugada. Así como todos los presentes esa noche, Félix lo hizo por igual, es solo que a él le gustaba un enfoque más directo, sin la necesidad de tantos jugueteos innecesarios que a final de cuentas no valdrían para nada. Si la balanza se atrevía a inclinarse, aunque fuese muy mínimamente hacia el costado contrario, chance es que el resto se vendría de ese mismo lado también.

Félix resopló, sintiendo cuán liso era el papel entre sus dedos, la tinta negra delicada en escritura, fina, levemente cursiva. Hasta arriba estaba un simple querido Félix.

Escuché por medio de mis pajaritos que sufriste un accidente durante un enfrentamiento a las afueras de la ciudad menor de Meridiano, lo que parece haberte llevado de vuelta a Marley. Traté de indagar un poco más acerca de lo ocurrido, pero no había mucha información que pudieran darme pertinente a lo ocurrido, lo que me llevó a pensar que, quizás, era hora de que me comunicase directamente contigo.

Logré saber por medio de mis escasas fuentes que decidiste repentinamente salvarle la vida a uno de tus compañeros y que tus acciones consiguieron mantenerte fuera de servicio en el futuro inmediato mientras te recuperas. Permíteme ser la primera en decir que estoy bastante sorprendida de tu acto de buena fe, especialmente después de nuestra pequeña charla la última vez que logramos vernos cara a cara.

De nuestras pocas interacciones, pero de nuestras abundantes cartas, lo cierto es que no te creí capaz de poner tu vida en riesgo a cambio de salvar otra, y la verdad es que pensaba de ti todo lo contrario. Cuando pienso en ti, no me imagino al rudo soldado que quizás debas ser cuando no llevas puesta ropa elegante y champús con olor a flores. Tal vez haya sido un error mío el quedarme con la impresión que Willy quería que dieras, ya que asumí que la mirada hambrienta en tus ojos coincidía con la mía en cantidades iguales, y que ambos perseguíamos un objetivo en común, estando aquí en este mundo al que hemos llegado a conocer como nuestro hogar, pero las apariencias engañan. Vi en ti lo que mi padre me dijo en una ocasión que vio en mí, pero el egoísmo es un buen aspecto en las personas más veces de las que no. Sin embargo, a ti te sienta de maravilla.

Mi carta puede parecerte un poco inesperada, pero yo también he llegado a considerarte un amigo mío muy querido, quizás algo más que eso. Eres un hombre tentador, lo admito, uno que parece tener una inclinación por ofrecer tratos y extender ofertas amables a aquellos que consideras dignos de ellos. Por lo tanto, consideré que era hora de darte una respuesta.

La flor que encontrarás junto a mis palabras es el tesoro nacional de mi nación, y es la flor que mi difunta madre amaba más que cualquier otro tulipán o diente de león, hasta el día en el que se marchó. Es una manzanilla. ¿Sabes que se cree que tienen grandes habilidades de restauración? También es una bebida dulce, y mi padre la adora, y tal vez no sea tan bella como una rosa, pero se dice que las manzanillas ofrecen fuerza a cualquier flor que la necesite para crecer fuerte. Los nutre a ambos, los fortalece, y crecen lado a lado hasta florecer como deben hacerlo. Tal como se supone que los buenos amigos deban hacer.

Espero saber de ti más a menudo, y pronto, y te deseo una pronta recuperación. Sin embargo, por favor deja de intentar ser un héroe, que no te sienta en lo absoluto.

Con amor, Serena.

Huh, es en lo que pensó una vez terminó de leer y su mirada se quedó atascada en esa última línea, cómo sonaban cuando trataba de repetirlas varias veces en su mente. Serena era de las mujeres más extrañas que Félix recordaba haber conocido durante lo que le duraba la vida, cada acción realizada por ella siempre siendo o demasiado anticipada o tomándolos con la guardia baja. Willy le había dicho en una ocasión que había sido esa una de las razones por las que le pidió a su padre no seguir adelante con la idea que había tenido de acordar un matrimonio entre ambos; la absoluta impredecibilidad de la entonces joven, que ya comenzaba a hacerse conocida en los círculos íntimos de varias figuras políticas que la familia Tybur frecuentaba.

Pero esto era exactamente lo que Félix había estado esperando; no anticipándolo a la orilla de su silla como antes probablemente estaría. La respuesta de Serena iba a llegar tarde o temprano, porque, así como él estaba dispuesto a mancharse las manos de sangre si eso significaba dar un paso más cerca de sus objetivos, Serena ya estaría uno por delante. Precipitarse a usar la carta del Retumbar que guardaba con tanto recelo quizás no fue una mala idea, pero ahora que Serena sabía que él estaba al tanto de los titanes ocultos, y que quizás también desvelaba que Paradis, o al menos ciertas personas dentro de la isla, también lo sabían, ponía un poco más de presión en ellos. Expectativas que quizás no podía llegar a cumplir porque usar el Retumbar significaba usar a Eren, y la razón por la que Félix se aventuró fuera de sus muros —más allá de su propio egoísmo— eran los dos chicos que dejó atrás.

Además, ahora que volvía a tener un poco más de acceso a ella… Supuso que era hora de ponerse a pensar seriamente acerca de esa promesa que le hizo a Historia tantos meses atrás. Si la descendencia de la familia real era tan importante que Zackley sentía la necesidad de persuadir a Historia acerca del comienzo de una planeación de ella… Quizás Félix ya tenía la respuesta a ello.

—Está… ¿Está todo bien? Conozco a Serena lo suficiente como para saber que ella es… El tipo de mujer que suele tener la última palabra en cualquier discusión.

Félix se inclinó hacia atrás en su silla con un resoplido escapándosele de entre los dientes y miró hacia un costado suyo, en donde Lara embarraba un poco de mantequilla en un pan tostado. La inmaculada forma en la que la mujer lo hacía se veía bien ensayada, y también extrañamente natural. A veces Lara también era extraña de esa manera en la que las mujeres de la alta sociedad parecían serlo. Recordaba haberlo visto en la señorita Diane, y a veces, también pudo verlo en Jocelyn.

—…Solo dice que me recupere pronto.

—Oh —murmuró ella, mirándole de reojo—. Creí que diría algo más. Sus cartas han sido un poco… Escasas estas semanas. Me pregunté por qué, pero…

—Hmm… Sí, uh… No sabía cómo decírtelo, supongo.

—Pudiste solo haberlo dicho.

Félix rio.

—Sí, claro. Y no habría sido la gran cosa ¿no es cierto? Serena no es así de relevante.

Lara se volteó a verlo de frente, sus ojos ligeramente entrecerrados. El cuchillo que todavía sostenía en su mano, y que gracias a Dios no causaría mucho daño si decidía usarlo en contra suya, brilló levemente con la luz del sol que alcanzaba a tocarlos en ese espacio del patio.

—Félix…

—Ugh. No era nada serio, así que no le di mucha importancia —trató de restarle cierta importancia con un ademán que él sabía no haría nada para aliviar la repentina preocupación de la mujer, o la leve irritación que podía verle al borde de la boca ligeramente crispada—. Solo… Algo tonto que estábamos hablando durante la fiesta y los dos nos pusimos un poco intensos. Nada más, todo está bien ahora.

—Félix.

Ah. Se preguntaba si ésta era preocupación genuina, o si Lara era un poco más parecida a Willy de lo que tenía pensado y lo único que le apremiaba era no ver su plan dar frutos. Como si Félix fuese tan estúpido que no notaría la insistencia de los hermanos por convencerlo de dejar atrás su vieja vida y conseguirse una nueva aquí en Marley, sutilmente sugiriendo encontrar a alguien nuevo y todo eso.

Willy no sería así de estúpido normalmente, al menos no el Willy que recordaba haber conocido en tantos ciclos anteriores, pero la sombra de Paradis probablemente lo perseguía hasta en sueños y no iba a desaparecer hasta que encontrara una solución permanente. Era o su ejército con sus guerreros, o por medios distintos que involucraban alianzas con poderes de otras naciones, y eso era exactamente lo que estaba buscando al básicamente empujarlo de cabeza hacia el mejor postor.

Y ya que los guerreros fallaron en varias ocasiones…

Mhm. Era casi poético como los dos andaban tras la misma cosa; asegurar una alianza para usarla en sus propios planes, en donde Willy buscaría la exterminación de su isla y Félix la reconquista de un territorio ya perdido años atrás. Aunque no era tanto la reconquista como tal. Marley no tenía mucho valor fuera de la proporción de su territorio, y la ubicación de este. Ni siquiera su armamento militar parecía ser tan competente como el que la Alianza del Medio Oriente usaba. La única ventaja que tenían eran los titanes y de esos solo les quedaban tres.

Su vista se deslizó hacia el frente, en donde los árboles que rodeaban a la propiedad formaban una barricada entre ellos y el resto de las casas en el vecindario. Debía empezar a tomarse más enserio qué podían hacer con Marley una vez las cosas se resolvieran y Paradis pudiera dar un paso hacia el ojo público. Si reconquistarlo era una opción viable que les beneficiaría, o si… Si aplastarlo sería lo mejor.

—Solo tu y mi madre son capaces de hacer que mi nombre suene así de extraño, Dios que horror —se talló las manos sobre el rostro y soltó un suspiro, dejando que la carta le cayera en el regazo—. No es nada, enserio. Creo que escuchó acerca de lo que, uh, lo que hice y decidió ser… ¿Amable? No lo sé, pero me disculparé con ella en cuanto pueda. Lo prometo.

—…Bien, pero si algo más ocurre, por favor, ven a mí ¿de acuerdo? Serena es… Complicada. Y lidiar con ella lo es aún más. No quiero que hagas o digas algo que dejé una mala impresión con ella.

El Ackerman se dejó caer hacia el respaldo de su silla y bajó sus manos hacia su regazo, buscando a tientas la carta, y cuando la tuvo, la apretó entre su puño.

Cualquier impresión que pudiera haber dejado ese día probablemente le había sido de más beneficio. Ahora parecían estar en la misma página, y si lo que leía en esas palabras era correcto, Serena había aceptado que era mejor estar de su lado que en su contra, lo que parecía ser un indicativo de que las cosas estaban por ir mejor. Suponía que eso era algo en lo que ambos distinguían de entre el resto; cualquier inhibición que pudiesen tener acerca de algo era rápidamente descartada si ponía en peligro lo que buscaban lograr. Serena era fría y calculadora y le gustaba sonreírle a la gente como si no hubiera escuchado ya de sus pajaritos hasta el color de sus sábanas, o qué les gustaba de desayunar, o lo que pensaban de ella y del resto de figuras políticas y líderes de naciones.

(Además, fue ella la que se le insinuó la primera noche que se conocieron. No estaba muy seguro de que él fuese capaz de dejar peor impresión que esa.)

Félix no era así, obviamente. Él no tenía pajaritos regados por ahí que le cantaran en el oído, pero si algo le estorbaba, o lo quitaba él o podía enviar a alguien más a hacerlo. (O podían obligarlo a sostener un arma contra la frente de quien fue un amigo suyo, a presionar el gatillo.

Alex, ¿aún estás enterrado en ese trozo de tierra sin nombre ni lápida a la que llorarle?)

…Debería pedirle a Kenny que reclutara personas para… Llevar a cabo tareas similares a las suyas cuando era su tío quien gobernaba. Tener un escuadrón así bajo su poder… Dios, ¿en qué cosas estaba pensando?

Se restregó las manos por el rostro, repentinamente sintiendo una oleada de agotamiento pasándole encima. Todo comenzaba a complicarse y esto apenas era el comienzo, la cabeza iba a estallarle si debía continuar por más tiempo, pero no había manera de escapar las situaciones en las que él mismo se había metido. Tampoco había motivos para continuar viviendo esta farsa, contenerse de decir las cosas como eran. Los Tybur eran sus captores por mucho que le gustaba pretender que no lo eran, o ignorarlo en ciertos casos, y Félix estaba enfermo de jugar al idiota que no notaba lo que querían hacer con él. Era fácil, sí, y en ocasiones era divertido, pero si buscaba moverse un poco más adelante debía terminar con esta farsa, y hacerlo rápido.

—¿Crees que Serena me quiera?

Preferiblemente ahora.

Lara se sobresaltó, tosiendo levemente cuando el sorbo de té se le atoró a media garganta. La taza repiqueteó cuando la dejó con descuido sobre la mesa y la rebanada de pan que había estado comiendo se salpicó levemente con la bebida.

—¿Disculpa?

—Digo, así como luzco ahora, ¿crees que aún esté interesada en mí? —hizo una seña hacia su rostro, hacia el resto de su cuerpo. La mirada de la mujer de cabellos oscuros descendió por igual junto a ese gesto y luego volvió a sus ojos, confundida—. O, no sé, ¿ya no hay posibilidad de ello?

Lara se duchaba con él en ocasiones. Bueno, no tan así, eso se escuchaba más vulgar de lo que realmente era. Su bañera era lo suficiente grande como para que dos o tres personas cupieran en ella, pero esa era una línea que ninguno de los dos se había atrevido a cruzar todavía, así que a veces, mientras él tomaba baños, Lara entraría y metería los pies a la tibia agua y le frotaría el cabello en suaves masajes para distribuir mejor el champú con olor a flores y ayudarlo a relajarse luego de tener que existir física y emocionalmente por todo un día.

Era sencillo así, cuando Félix podía simplemente cerrar sus ojos y pretender que nada existía fuera del cuarto de baño.

Pero eso también significaba que Lara lo veía como era; Félix no tenía reservaciones alrededor de ella y aún se preguntaba por qué. Nunca antes había tenido problema con mostrarse sin playera enfrente de otros, y a veces incluso lo hacía a propósito para conseguir otras cosas, obtener otro tipo de atención. Las cicatrices de ser un scout perteneciente a la Legión de Reconocimiento no eran algo de lo que avergonzarse, y estaba seguro de que nadie en la división lo hacía, pero… Estas eran distintas.

Tenía quemaduras en su cuerpo, puntadas en su piel de algunas heridas provenientes de un par de balas errantes que ni siquiera estaban destinadas para él. Marley comenzaba a dejar su marca en él y en ocasiones incluso cubría las que Paradis dejó, y aquello… Tenía un problema con aquello.

Lara le miró en silencio, su boca ligeramente entreabierta, al igual que sus ojos, que lo miraban como si no supieran muy bien qué es lo que estaba diciendo.

—… ¿Por qué…? ¿Por qué te preocupa eso?

Félix le sostuvo la mirada, preguntándose si valía la pena.

—¿Qué no es eso lo que tú y Willy quieren? ¿Que ella me quiera a mí? —su ceja se arqueó—. Toda esta charla de cómo se me permite olvidar y dejar atrás, encontrar a alguien más… Eso es lo que quieren ¿no? Que Serena me tenga a mi porque ustedes la tendrían a ella.

—Oh, Félix… Nosotros-

—Ya, no importa. Me ofende que creyeran que no iba a darme cuenta, pero eso no es importante ahora mismo. Solo quiero saber si-

Lara se estiró hacia él y le tomó la mano con fuerza, envolviendo la suya alrededor de sus dedos casi con desesperación. Félix dejó de hablar de golpe y cuando la miró, sintió un nudo atorársele en la garganta.

—Es por tu propio bien. Serena es una mujer con mucha influencia y hay rumores de que busca la candidatura de su país. Si quieres sobrevivir aquí en Marley, o tal vez allá afuera en las otras naciones, Serena es la mejor opción para que lo hagas. Willy y yo… —su voz se cortó abruptamente, y la sonrisa a medio formar que Félix iba a tratar de usar para aligerar sus palabras se desvaneció lentamente una vez encontró una pizca de miedo en sus ojos—. No quiero dejarte indefenso aquí con el resto.

Oh, cierto. Lara iba a morir una vez se acabara su tiempo y tuviera que pasar el Titán Martillo hacia alguien más. Lo que… Quizás era más pronto de lo que pensaba. Y no era inusual que Félix sintiera esta rabia cuando algo mínimamente conectado a esos malditos titanes era mencionado, pero era extraño que la sintiera por otros que no fueran allegados suyos. No se había sentido así ni por Pieck ni por Reiner, ni siquiera por Marcel Galliard luego de llegar a conocer a su hermano. Ese tipo de rabia era reservada para las circunstancias que llevaron al padre de Eren a dárselo a él, hacia las de Ymir o incluso las de Petra, no importase que la decisión hubiera sido de ella ultimadamente, Félix simplemente no concebía por qué.

Por qué tener a esos putos titanes era tan importante que estaban dispuestos a echar a perder su vida por ellos. A reducirla. Era un suicidio excepto que nadie estaba dispuesto a decirle como tal porque era más honorable llamarlo sacrificio que lo que realmente era.

(Frieda era un gran indicativo de ello. Esa rabia suya que lo consumía. Había cosas en esas vidas que Félix nunca iba a superar y Frieda encajaba perfectamente allí. Lara estaba por unírsele.)

—Oh —fue lo único que consiguió decir, sorprendido, tomado con la guardia baja. Le devolvió el apretón de mano tanto como pudo a pesar de que no entendía muy bien por qué lo hacía. Quizás fuera la desesperación o el repentino miedo, el de ella o el de él, quién sabe—. Uhm, gracias por… Gracias. Es solo… No hay necesidad de que mientan, si… Quiero decir, voy a vivir aquí ¿no? Y si ustedes… Quieren algo…

Su voz se fue apagando poco a poco, sin saber qué decir, y buscó distraerse con algo allá en el resto del patio, o con los pocos pájaros a los que apreciaba batir sus alas allá en el cielo, alejándose de la casa y probablemente de Lagos, tal vez de Marley completamente.

Félix quería a Serena, tal vez no como la mujer lo quería a él, pero… Sus intereses se alineaban, de momento. Y eso era suficiente, mejor que nada, de hecho. Le daba cierta seguridad de que la tenía en donde la quería, y si era necesario que fuera él quien se pusiera en donde ella lo quería para poder mantenerla a su lado, Félix estaba dispuesto a hacerlo.

Supongo que ahora Zackley podrá dejar en paz a Historia, pensó agriamente, arrugando su nariz como si percibiese un olor pútrido a su alrededor. Una alianza con Serena le proporcionaría más de lo que una alianza con Marley podría hacerlo; la tecnología de ellos era pobre comparada con la que sabía que existía gracias a la señorita Kiyomi y su lengua de víbora, y la influencia de la mujer se volvía un poco más peligrosa que la de Willy, aunque el nombre de la familia Tybur aún era importante. Muy importante.

Ah, qué complicado todo.

El azabache se echó hacia el frente y dejó caer la arrugada carta sobre la mesa, en cambio girándose para poder mirar a la menor de los Tybur con más atención. Los ojos grises de Lara se notaban turbulentos y abrumados, como si la sola mención de lo que habían querido hacer fuese suficiente para hacerla ponerse a llorar.

¿Qué era tan importante acerca de ello? ¿O por qué la hacía reaccionar de la manera en la que lo estaba haciendo? Si Félix no hubiera querido, Lara debería saber ya que no habría manera ni en el cielo ni en la tierra en la que lo obligaran. Era así de simple, podría ser así de simple.

Todo podría ser simple si tan solo dejaran de ser tan estúpidos, él por encima de todos ellos.

Esos pensamientos profundizaron en más, concisos y un poco irritados, ligeramente inclinándose hacia cierta curiosidad y desdén que llevaba sintiendo desde el momento en el que comenzó a vivir con ellos. Los Tybur siempre parecían querer algo. Los padres habían estado en una clara búsqueda de poder social cuando arreglaron el matrimonio de Willy, y el rubio imbécil obviamente también quería algo si es que sus charlas con él eran una sólida indicación de ello. ¿Supervivencia? Lo dudaba mucho, si se hablaba de la raza eldiana únicamente. Tampoco era elevación social porque los Tybur ya estaban en la cumbre de ella.

Marley, quizás, y el puesto que se había hecho en el mundo a base de sangre y huesos.

La señorita Natalie probablemente solo quería paz, y a él fuera de su casa. Fine quería el reconocimiento de su padre y el amor que podría darle si tan solo no estuviera tan ensimismado en su odio hacia sí mismo. ¿Qué diablos quería Lara, entonces?

Lo primero que le brotó de la boca fue la misma incesante pregunta que nunca se atrevería a hacerle en voz alta, no hasta ese momento.

—¿Qué hay de ti? ¿No hay algo que tú quieras?

Lara parpadeó con lentitud.

—¿Cómo dices?

Félix se encogió ligeramente de hombros.

—Digo… Siempre estás haciendo lo que Willy te pide, y pareces más interesada en lo que yo podría querer… Pero ¿qué hay acerca de lo que tú quieres?

—Tengo todo lo que podría haber querido.

Félix la miró con ambas cejas alzadas, escéptico.

—Mentirosa.

Aquello le sacó una sonrisa, una repentina carcajada que fue cortada abruptamente cuando se cubrió con su mano.

—Estoy siendo sincera.

—Mhm. Si tú lo dices —murmuró—. Es solo, no sé, Willy tiene a su esposa y a sus hijos, y supongo que tiene esto, la casa y el jardín bonito y la reputación. ¿Pero qué hay de ti? ¿Qué… Tienes tú?

Lara se mordió el labio inferior y desvió la mirada para que no viera la culpabilidad que se arremolinaba en sus iris color gris. Esa fachada con la que Félix se había familiarizado al principio se había quebrado hace rato, y él sabía que quizás la necesidad de pertenecer corría muy profundo por debajo de su piel como para que ella la reconociera como lo que realmente era, y no podía culparla por ello incluso si lo quisiera. Todos ellos habían sido criados con cierto propósito, y en unos más que en otros se recalcaba la existencia de dicho deber.

Él, por ejemplo. Félix había conocido su destino mucho antes de saber cómo vivir, la inevitable verdad de la muerte de su padre y la carga de una familia aún incompleta y no del todo sana que se posó sobre sus hombros cuando no era más que un niño pequeño. Le habría gustado pelearlo un poco más, quizás decirles que no, pero entonces la responsabilidad caería sobre alguien más que probablemente sería Frieda, y Félix, incluso entonces, no había estado dispuesto a permitir que eso ocurriera.

Así que ahí estaba, ciertamente, porque aprendió que rendirse entonces no era darse por vencido. Lara tampoco tenía por qué hacerlo.

—Te tengo a ti ¿no lo crees?

Lo súbito de esa respuesta lo hizo enderezarse de golpe, su cabeza moviéndose tan a prisa que juró que un hueso del cuello le tronó de una manera en la que esos huesos no debían tronarle. Lara tenía el codo recargado en la mesa, su mentón apoyado en su mano, mirándole con una gentil sonrisa y una aún más gentil mirada.

—…Sí, pero… Incluso yo sé que no soy suficiente.

Aquello le sacó cierto brillo en sus ojos, una chispa de diversión que él no entendió del todo.

—Quizás hubo cosas que antes quise, pero… Han sido años, y el tiempo no espera por nadie.

—Pues a la mierda el tiempo —dijo, a sabiendas de que ninguno de los dos era eterno. Lara menos, y quizás tenía razón en darse por vencida desde ya, desde antes, pero él no tenía ganas de hacerlo—. ¿No te gustaría tener algo que sea tuyo, enteramente tuyo, aunque fuera por solo unos segundos?

Lara ladeó el rostro, observándole con atención.

—No sé qué podría ser eso, Félix. Nunca… Consideré que sería una opción, no para mí por lo menos.

—Bueno… ¿Por qué no?

Y luego fue como si la máscara se deslizara, por un solo segundo, con un encogimiento de hombros descuidado y una risa sin humor. Félix parpadeó, aturdido.

—Creo que tú sabes bien la respuesta a esa pregunta.

Félix se le quedó mirando por un rato, en completo silencio. No le estaba hablando del titán porque Lara iba a llevarse eso con ella a la tumba, lo sospechaba. Lara era una Tybur y le debía a ellos lealtad, a sí misma, así que no le estaba hablando del Titán Martillo porque ella sabía bien que no tenía permitido hacerlo.

Se estaba refiriendo a Willy.

—Oh.

Qué injusto, ¿no es cierto?

Se removió, un poco incómodo, y carraspeó para deshacerse de las incesantes maldiciones atoradas en su esófago.

—¿Y qué te gustaría tener, en caso de que pudieses?

Sabía que ella ya tenía una respuesta para eso. Aquellos que no pueden tener anhelan demasiado, y sueñan más que otros. Así que era obvio que Lara ya sabía lo que tendría de serle permitido, así como él lo tuvo por el tiempo en el que lo hizo.

—Me gustaría tener una familia —fue lo que dijo al final, tan suave y tan delicado, casi en silencio, como si creyera que decirlo en voz alta le haría ser castigada—. Algo mío, así como tú dijiste. Algo… Alguien a quien dejar aquí, aunque yo ya no esté en este mundo.

Diablos. Y creía que él era el egoísta. ¿Pero era realmente egoísta querer dejar un legado que fuera testigo de que exististe alguna vez? Ni siquiera sabía si eso es lo que Lara quería más allá de la absurdez de querer tener descendencia.

Aunque en realidad no podía culparla, no cuando había vivido demasiado tiempo a la sombra de su hermano, siendo menos que una mota de polvo en el gran abismo que la espalda de Willy parecía proyectar. Fine y el resto de los niños amaban a su tía Lara y eso se distinguía en cada interacción que tenían, y eran infinitamente más notable de parte de ella, pero Lara no era Willy, y los niños, Fine en especial, parecían añorar por la presencia de su padre más de lo que podrían querer nunca la de su tía.

Félix había sido así en raras ocasiones, cuando veía a los otros niños tener lo que él no podía. Él había querido también, excepto que aprendió a rendirse y no esperar nada más, porque era mejor darse por vencido que salir herido. Solo en ocasiones.

Su mirada bajó hacia la carta sobre la mesa, el sello roto, la hoja en donde estaba escrito apenas asomándose una esquinita. Se le frunció el ceño muy levemente.

…Estaba a punto de hacer algo estúpido. Muy estúpido y él lo sabía bien.

—…Entonces hagámoslo. Tú y yo, si quieres —se relamió los labios, Dios—. Si… Si quieres, no sé, un bebé, podría… Podría hacerlo, tenerlo. Contigo. Tenerlo contigo.

Lara le miró en completo silencio, una expresión de aturdimiento, o quizás sorpresa, o alguna mezcla de las dos cosas pintándosele en la cara con absurda facilidad. Félix sintió una ola de calor subirle por el cuello hacia las mejillas, repentinamente abochornado de si quiera haber abierto la boca. Lara no se le quedaba atrás, porque en el momento en el que se atrevió a darle otro pequeño vistazo, la encontró con las mejillas tan rojas que parecían tomates, el gris en sus ojos resaltando gracias a ello, y haciendo un muy extraño contraste con su pálida piel de las manos, con las que trataba de cubrir cualquier rastro de vergüenza que pudiera sentir ante la sugerencia que acababa de hacer.

Félix se tuvo que tragar los nervios que sentía, hormigueándole bajo la piel como burbujas en la superficie de la bañera. Pero no iba a echarse para atrás, no podía, a decir verdad. Si lo veía de cierta manera que le quitara todo el increíble peso que tal proposición cargaba consigo, entonces entraría en la lógica de que Lara era una Tybur y tener a un bebé de sangre Tybur que fuera de la familia de Willy probablemente le traería más beneficios de los que no.

Si Serena no lo aceptaba, aunque se escuchara mal… Tendría a Lara, a final de cuentas.

Oh Dios, se escuchaba peor de lo que imaginó. Se escuchaba horrible, ¿en qué momento se le pudo haber ocurrido semejante estupidez? Félix gimoteó, sintiéndose cien veces más apenado, y se inclinó hasta poder enterrar su rostro entre sus manos, murmurando bajo el aliento promesas de no volver a abrir la boca e infinitos perdones.

—¡Lo siento, lo siento, lo siento...! Dios, no debí abrir la boca, no debí haber dicho nada. Lo siento, Lara, enserio, no sé por qué dije lo que te dije, no debería haber, ¡No sé por qué mierda-!

—Quizás si cierras la boca y lo piensas un poco, encontrarías algo coherente que decir.

Así inclinado sobre su regazo, casi doblado sobre sí mismo, se echó a reír. Alcanzó a ladear tantito el rostro para poder mirar a la mujer entre los espacios de sus dedos, notando la pequeña sonrisa con la que lo miraba, acentuada por el sonrojo aún presente en su piel. Félix tragó con pesadez y se enderezó, soltando un largo, pesado suspiro.

Tal vez debería comenzar a tomar en cuenta ese consejo de pensar antes de hablar. Le vendría de maravilla.

—¿Lo decías enserio?

Félix suspiró.

Esa era la pregunta ¿no? Y no solo se limitaba a lo que le había propuesto a Lara, iba mucho más allá porque era algo sumamente importante, o al menos lo era la sangre que corría por sus venas, y una vez llegara una mañana en algún otro día —que quizás aún estaba muy lejano—, iba a tener que volver a Paradis y retomar su posición como rey nuevamente… Y habría más de ello; habría más compromisos, tratos por hacer, liderazgo competente, expectativas de en dónde sus súbditos podrían buscar seguridad una vez que él ya no estuviera allí. Así que sí, esa era la pregunta que más necesitaba respuesta. Y lo hacía por Historia, porque ella era joven y estaba enamorada, y cosas así eran las que Félix se encargaba de llevar a cabo simplemente porque así es como debía ser. Ese era su deber.

Si esto era lo que necesitaba hacer para poder darle a ella una sensación de normalidad, por más breve que esta fuera… Bueno, había peores cosas que hacer, o que tener, o que verse obligado a hacer o convertirse en. Así que esto lo podía hacer, por ella, porque Historia se lo merecía más que nadie en este mundo, y Félix la amaba lo suficiente como para darse a sí mismo a cambio de que ella pudiera vivir solo un poco más, sin sentirse asfixiada. (Excusas, excusas, ¿qué acaso no se cansaba de tener que justificarlo todo?

(Está bien ser compasivo, Félix, le dijo una voz que no alcanzó a reconocer. Tienes un corazón, y está bien usarlo de vez en cuando, o va a terminar pudriéndose ahí en donde lo mantienes guardado.))

Su mirada se detuvo en Lara. Lo miraba como si supiese que Félix hacía esto por mera supervivencia, o porque tenía segundas intenciones con ello, pero aun así lo miraba y no existía nada de reproche por encontrar en sus ojos.

Una pequeña sonrisa tiró de sus labios hacia arriba, y el nudo en su pecho se deshizo lentamente.

—¿Por qué mentiría con algo así?

Lara le siguió mirando, una sonrisa a la par de la suya creciéndole en los labios, y luego miró hacia abajo, a la mesa en donde sus desayunos probablemente estaban enfriándose, y sus finos, delgados dedos se arrastraron por encima del mantel hasta tomar la carta que Félix dejó allí antes de abrir su bocota. Él la observó, en silencio.

—Hay cosas que yo… No puedo hacer, que no me permito a mí misma querer —comenzó a decir en un susurro—. Quedarme del lado de mi hermano, en donde pudiera ver crecer a mis sobrinos, es suficiente para mí. Aunque supongo que sería mentira si dijera que no me ha pasado por la cabeza que quizás, sí quiero algo más para mí misma.

La fina curvatura en su boca pareció minimizar un poco cuando la punta de sus dedos recorrió el papel, presionando sobre la cera en donde estaba inmortalizado el sello de Serena, al mismo tiempo que admitía querer más de lo que parecía estar autorizada.

Félix se encogió en sí mismo, repentinamente sintiéndose culpable de abrir la boca y traer de vuelta esos deseos que ella quizá ya había sepultado tiempo atrás.

Tal vez había hablado demasiado pronto. Honestamente, no estaba seguro de qué lo había poseído para hacer semejante pregunta, pero… Bueno, estaba intentándolo. Siempre parecía estar intentándolo, incluso si las cosas no salían exactamente como él las quería. Deseaba poder volver a casa, pero se rehusaba a hacerlo con las manos vacías. Estaba aquí en esta nación de mierda por el bien de Historia y el de Eren, porque quería que ambos tuviesen una vida que valiera la pena vivir, que ella no se desgastara en un papel que definitivamente no estaba lista para tomar, ni que Eren diera y diera y diera tanto de sí que al final, una vez fue arrebatado como tantas veces antes lo fue, los remordimientos de toda una vida fuesen los que finalmente lo rindieron.

Quería que sus dos chicos tuvieran una oportunidad, aunque fuera a costa suya.

(Él ya había tenido bastantes.)

—Estar con ella significaría asegurar una alianza entre nuestras dos naciones, y a cambio, también nos daría gran prestigio frente al resto—la voz de Lara era suave al hablar. Siempre lo era, pero había algo esta vez que la volvía aún más, un poco sombría, de cierta manera—. También te daría la oportunidad de irte de aquí, no volver, si es lo que quieres.

La súbita admisión se sentía como una apertura a algo más, y era Lara quien le daba el pase para poder usarla y largarse de ahí, sin la necesidad de tener que mirar atrás para comprobar. ¿Comprobar qué? Félix, dubitativo, la miró.

—¿No… Volver?

—Te protegería, Félix, y no tendrías que preocuparte de nadie más aquí en Marley nunca más.

Oh. Un par de ojos destellaron en su mente, demasiado rápido para ver correctamente a quién pertenecían, pero había pasado noches seguidas en vela soñando con su color y las manchas de verde y gris pintando el iris como para no reconocerlos. Un tipo diferente de vacilación obstruyó su garganta, y tragó lo que parecían ser agujas y espinas, sin ninguna clara distinción entre las dos.

Lara pareció leerlo en su rostro, antes de que él si quiera pudiera expresarlo, porque no hubo necesidad ni de decirlo para que ella asintiera con lentitud, dejando su mano reposar encima de la carta.

—Es una mujer poderosa, su nación está prosperando, y ambos serían capaces de balancearse el uno al otro sin tener que sacarse los ojos para hacerlo.

Félix rio entre dientes.

—Me tienes mucha fe. Mi actividad favorita estos días es disparar y matar gente, así que…

La sonrisa de Lara se derritió en algo mucho más gentil, y sus dedos buscaron los de él. Félix puso su mano sobre la mesa y se la ofreció voluntariamente, sus dedos meñiques entrelazándose segundos después.

—Solo quiero que estés a salvo —dijo—. Tan a salvo como puedas estarlo una vez todo esté dicho y hecho.

—No necesito que te preocupes por mí, sé perfectamente cómo cuidarme solo —tironeó de sus meñiques unidos—. Aunque, hm, estoy… Algo preocupado acerca de por qué hablas como si no fueras a estar aquí por mucho tiempo. ¿Hay… Algo que deba saber?

Sus ojos perdieron un poco de color, y esta vez fue ella quien tiró con suavidad de sus dedos y luego deshacer el agarre entre ellos. Félix se echó hacia atrás contra el respaldo de la silla y la observó en silencio, sabiendo que por mucho que insistiera, si es que se decidía a hacerlo, Lara no iba a decirle nada.

Le era leal a su familia y a su hermano, e iba a llevarse ese secreto a la tumba y dejar que muriera por eso.

Era divertido porque eso era exactamente lo que Frieda había decidido hacer cuando su padre decidió darle el Fundador a ella y no buscarlo a él como a Félix le habría gustado. La idiota probablemente había tenido confianza en que se quedaría callada y jamás diría nada, y le daría alguna excusa de mierda para que no sospechara, o quizás iba directamente a borrarle la memoria y dejar que deambulara por ahí como un imbécil sin la otra mitad de su alma.

Dios, ¿cómo había terminado viéndose envuelto con mujeres tan malditamente exasperantes? Por mucho que Félix las quisiera y les guardara respeto, en verdad que sabían cómo tentarlo a, no sé, darles un zape o algo por el estilo.

Pero Lara no dijo nada, tal como esperaba.

Era demasiado complejo el tratar de explicar cómo lo hizo sentir eso entonces, la opresiva necesidad de decirle que ya lo sabía y que estaba bien si quería algo más de lo que le sobraba de vida, porque Félix estaba dispuesto a dárselo (porque darle a ella lo que Frieda no pudo se sentía como retribución, una herida enmendada que realmente no necesitaba ser curada porque ya había cicatrizado tiempo atrás. Excepto. Excepto que no lo había hecho del todo, porque cada tanto chorreaba un poco de sangre, en sus momentos más vulnerables y cuando Félix presionaba él mismo en la herida buscando sentir el dolor para mantener vivo el incentivo. Lara y Frieda eran tan similares y a veces no se atrevía a pensar en lo mucho que su amiga quería del mundo y lo corta que fue su existencia, y Frieda ya no estaba aquí con él, pero Lara sí y eso debía ser suficiente. Ella probablemente también había pensado y encontrado a sí en la misma situación, sin nadie a quién recurrir porque su madre era fría y muy poco presente, deambulando por la casa como una especie de fantasma, tal como Frieda lo hacía en su habitación que aguardaba por su regreso. ¿Los padres de Lara serían similares?) y lo cierto es que él también estaba cansado de eso; el querer algo pero no poder tenerlo, no animarte a hacerlo, porque estabas aterrado de un futuro incierto que lo mantenía a la orilla de su asiento cada vez que contemplaba mínimamente la sola idea de salirse del guion.

Así que suspiró, miró la carta que descansaba en la mesa y luego la miró a ella.

—Bueno, si… Quieres, aquí estoy yo. Lo que sea que quieras, Lara, aquí estaré.

Ella le había sonreído con cierta gratitud manchándole una orilla de la boca, el gris en sus ojos como el de una noche de tormenta. Quizás fue aquello lo que lo llevó a salir de la casa esa noche, perdido en un laberinto de calles que pocas veces tenían sentido.

El remolino de pensamientos que se había quedado estancado en su cerebro esa mañana ciertamente no iba a irse pronto, y si no hacía algo acerca de el, entonces iba a pudrirle el cerebro de lo mucho que se la pasaría pensando acerca de eso.

Serena le había abierto una puerta que ni siquiera él había considerado con tanta avidez, así que recorrer las calles de Lagos por la noche mientras una fina lluvia caía encima suyo era sacrificio suficiente para echarle a andar con un poco más de rapidez. Sus pies resbalaban en el adoquín, un leve temblor sacudiéndole el cuerpo. Se quedó de pie frente al tribunal por un par de horas, las suficientes para notar seis guardias, contar las horas entre un turno y el siguiente.

A la mañana siguiente, le envió una carta a Serena, que probablemente contaría como una respuesta a la que ella le envió antes. La flor que había encontrado dentro del sobre junto a la primera carta era pequeña y cabía a la perfección en la palma de su mano. Félix la había dejado en el mueble junto a su cama, los pétalos blancos absorbiendo la luz del sol que lograba entrar durante el día gracias a los grandes ventanales que cubrían el muro.

No había mucho más que hablar con ella, ni con Lara, posiblemente. La verdad es que no importase cuál camino tomara, Félix iba a terminar consiguiendo lo que quería a final de cuentas, y lo único en lo que había una definitiva diferencia era en cómo iba a beneficiarlo —y si Willy trataría de asesinarlo mientras dormía, tal vez—. También estaban los motivos para hacerlo, claro, porque Lara era su amiga, Serena también, pero solo una de ellas tenía los días contados, y solo con una de ellas sentía un inquietante vacío en el estómago al pensar en dejarla ir así sin más.

La noche después a esa no llovió, y los adoquines no estaban tan resbaladizos. Supo andar por ellos con más tranquilidad, deslizándose suavemente hasta poder detenerse bajo la luz de las estrellas y observar por segunda vez el cambio de guardia, cuántos había, si quizás se les unían un par más. Descubrió que los dos guardias que patrullaban los pasillos inferiores andaban con más frecuencia frente a la puerta principal y en las habitaciones delanteras para poder mirar hacia fuera a través de las ventanas. Los otros dos probablemente mantenían guardia en el piso superior, cerca de las ventanas. Recordaba que así lo había hecho Willy una vez.

Se sentía un poco estúpido teniendo que hacer esto, forzándose a dejar la comodidad de su cama y aventurándose al exterior, sabiendo que estaba arriesgándose a ser descubierto por la menor de los Tybur. ¿Qué le diría Lara si se enteraba de que salía por las noches a espiar el tribunal porque ciertas sospechas suyas debían ser confirmadas? Ya tenía a Serena en la bolsa, ahora debía darle algo para mantenerla allí, o para darle razones para que ella misma decidiera hacerlo.

Así que la tercera noche se detuvo frente a la puerta doble de madera blanca y apoyó su frente contra ella, poco a poco ladeando su rostro hasta que pudo pegar su oreja en ella y escuchar hacia el interior. El lejano eco de las carcajadas de los guardias en el interior lo hizo despegarse con lentitud de la puerta y echar un vistazo a su alrededor, notando que la calle estaba solitaria.

Probó a darle un leve empujón a la puerta, y esta cedió casi de inmediato, así que la abrió, lento, muy muy lento, no queriendo llamar la atención de los hombres dentro. El ruido de sus risas fue ahogado por el del palpitar de su corazón, que parecía encarrerado por salírsele del pecho a como diese lugar. Ah, estaba aterrado. Si era encontrado aquí, metiéndose a la mitad de la noche en este edificio, estaba seguro de que las consecuencias serían mucho peores que solo ser incluido en un escuadrón de la muerte a la fuerza.

El pequeño hueco que consiguió abrir fue suficiente para que se apretara en el e ingresara, mordiéndose el labio inferior para no soltar ni un sonido. Los siguientes cinco segundos los usó volviéndola a cerrar, dejando que su mano descansara en la abertura y luego empujarla suavemente hasta que la puerta encajó con la otra, sellándola.

Bueno, eso estaba hecho. Ahora solo debía llegar al piso superior, entrar a la habitación bonita tapizada de libreros, y rezar por que nadie lo encontrara a la mitad del acto.

Sus pasos eran tan silenciosos como podía hacerlos sobre el suelo de mármol, el latir de su corazón acompasándolos, tap tap tap. Mientras más se movía hacia las escaleras, el sonido de las carcajadas se hacía más fuerte hasta que se detuvo en una de las últimas habitaciones antes de que el pasillo se abriera hacia la izquierda, que es también en donde estaban las escaleras. La luz del interior se derramaba pasado el umbral de la puerta, abierta de par en par para que ellos pudieran mantener un oído en el exterior, si es que alguien llegaba. ¿Quizás los del otro turno?

Se detuvo a un costado, pegándose tanto como pudo contra el muro, escuchándolos hablar sobre distintas cosas, personas a las que él no conocía.

—…Están avanzando más hacia el interior, Haruto me dijo-

—Tch, que como están las cosas Haruto no debería estar diciendo nada —exclamó uno de los hombres, voz un poco gruesa, claramente descontento con lo que sea que el primero iba a decir—. Magath estaba diciendo el otro día que otro de nuestros campamentos fue eliminado, y la correspondencia que venía para acá-

—Robada, lo sabemos. No te alteres. Se va a resolver. Esos monstruos van a-

El interior estaba oscuro, y él no sabía de qué putos campamentos estaban hablando, y definitivamente le iba a preguntar a Magath sobre eso más tarde, pero en esos momentos, su enfoque estaba claramente en otra cosa. Tuvo que agacharse hasta poder sentarse en el suelo, y luego, se arrastró a través de el a cuatro patas. Era exactamente lo que había hecho con Ymir esa vez que los vieron en Trost y tuvieron que huir como si el mismo diablo les estuviera pisando los talones.

Nunca en su vida había hecho él algo tan estúpido, y la verdad es que, hasta ese entonces, todavía no lograba comprender del todo porqué cada vez que él y Ymir estaban juntos teniendo que hacer algún trabajo para Kenny, siempre terminaban envueltos en algo así de absurdo. Quizás era la mala suerte que él cargaba consigo, o tal vez era Ymir.

Ymir parecía el tipo de chica que traía caos consigo a donde fuese. Tenía muchas pruebas, y ninguna duda.

Cuando consiguió llegar al otro lado, su pantalón de pijama que por fin se había puesto únicamente para poder salir al tribunal, estaba manchado con tierra en las rodillas y algo que no quería saber qué era en la pantorrilla, pero era entre verde y amarillo, y tal vez no era un bicho. Maldijo, teniendo que morderse los labios para no decirlo en voz alta, y por encima de la letanía de maldiciones haciéndole eco en la mente, alcanzó a escuchar a los hombres dentro de la habitación haciendo una leve pausa.

—…Huh, algo… Pasó corriendo por ahí.

—No otra vez, no tus estúpidas bromas otra vez. Cierra la boca, no hay nada ahí.

—¡Pero si lo acabo de ver! ¡Pasó por ahí, iba-! ¡Iba en cuatro patas!

Uno de los tipos se carcajeó.

—Mierda, ahora se nos metió un gato.

—¡Que no! ¡Que yo clarito vi a una persona!

—Vamos a checar, entonces.

Le siguieron carcajadas, el sonido de las patas de una silla rechinando contra el suelo al ser empujada hacia atrás. Félix se tragó la palabrota atorada en su garganta y se enderezó de golpe, arrastrándose por el suelo hasta dar vuelta al pasillo y alcanzar las escaleras.

—¡Lo ves! ¡No había nada! ¡Eres un-!

No se quedó a escuchar el resto, y se estaba debatiendo si valdría la pena bajar y tratar de hacer lo mismo, volverlos un poquito locos y hacerles pensar que había entes a cuatro patas corriendo por los pasillos. Pero que lo hubieran alcanzado a ver era suficiente para hacerle subir a prisa, rezando internamente porque no ocurriera nada más.

Arriba los pasillos estaban más oscuros, sumidos completamente en negrura que se apaciguaba un poco cuando la luz de la luna entraba por las ventanas que cubrían la parte delantera de la fachada. Félix trataba de ser silencioso porque si no recordaba mal, Porco le había dicho algo acerca de unos “micrófonos”, lo que sea que eso fuese, y ninguno tuvo la oportunidad de volver a tocar el tema antes de que Galliard volviera junto a Magath.

Ni siquiera sabía si seguían en el país. Quizá ya estaban de vuelta en el infierno, o camino hacia allá. Iba a enterarse cuando uno de esos dos volviera en un ataúd, o cuando los próximos lo hicieran, si es que llegaba a haber uno. Si se atrevía a preguntarle a Magath, el hombre simplemente no le diría nada y lo dejaría con la duda por el resto del tiempo que durara su recuperación.

(Ojalá no. Le gustaría ver a Galliard aunque fuese un solo segundo, antes de que se atrevieran a irse sin él.)

La oscuridad lo siguió en su camino hacia el piso superior, sus pisadas apenas y haciendo un ruido sobre el suelo de mármol. Iba contando sus respiraciones, eso sí, viendo qué le dolía del cuerpo mientras más prisa ponía en su andar. Después de todo, debía tener cierta mejora en su salud para que el doctor le diera la aprobación de poder hacer otro tipo de ejercicios, aparte de dar vueltas alrededor del vecindario de los Tybur.

Las pocas macetas que alineaban el muro le dieron una reservada bienvenida, los susurros de sus hojas que alguna ventana abierta producía acariciándole los oídos. Su mano iba cerrada en un puño alrededor de una pequeña llave que había olvidado devolverle a su dueño hace un par de días. Se detuvo de frente a la puerta, mirándole en silencio por unos pocos momentos, debatiéndose, otra vez, si era buena idea entrar y proseguir con lo que quería.

Si encontraba por lo menos una mera indicación de que estaba en lo cierto, podría enviárselo de inmediato a Serena, y el asunto estaría fuera de sus manos finalmente. Félix nunca iba a convertirse en lo que traería abajo a los Tybur, su estatus no se lo permitiría y nadie se atrevería a mirar en ello porque los Tybur eran algo así como intocables en más ocasiones de las que no, y él no podía lidiar con ellos solo porque sí. Serena, sin embargo, estaba en la posición perfecta para hacerlo.

La llave hizo un clic cuando la giró y le quitó el seguro, la puerta chirriando en la quietud del pasillo. Félix ingresó en la habitación como si detrás se ocultara cierto horror que no sería capaz de manejar, si lo hacía abruptamente.

Seguía igual a como la recordaba de esos días atrás, con el escritorio solo un poco desordenado, un par de papeles regados por ahí en la superficie y un par de libros dejados fuera de sus ranuras en el librero. Félix cruzó hacia el solitario escritorio con largas zancadas, el subir y bajar de su pecho ralentizando por la inactividad que era obvia dentro. Ni siquiera se molestó en arriesgarse a buscar entre los libreros, él fue directo a ese cajón que sabía que tenía exactamente lo que quería. Lo abrió con más fuerza de la necesaria y separó las pestañas, en busca del que necesitaba.

La hoja en cuestión estaba entre unos viejos planos del edificio en el que se hallaba y una lista de revisión de algún viejo tratado que parecía ser un borrador. Félix la sacó a prisa, repasando los párrafos rápidamente, encontrando similitudes y al final— la firma de Willy.

De su bolsillo, el mismo en el que había cargado la llave de la supuesta oficina del señor Wright, estaba otro papel que sacó y desdobló, poniéndolos lado a lado para compararlos con más facilidad.

Ese documento también era viejo, aunque no tanto como el resto parecían serlo. Era una especie de convenio que proveía poder titular al señor Wright ante cualquier situación que pudiera presentarse, delegando responsabilidades y autoridad por igual, tanto como dirigente del Tribunal de Lagos, como portavoz del presidente de Marley, reconocido únicamente por dos iniciales, W.T. Más abajo era en donde tomaba real sentido, porque entre las firmas que se hallaban reunidas al final del papel, estando la de Wright en ellas, también estaba un Wilhem Atticus Tybur.

Félix, parpadeando, releyó la firma, las letras fluidas, la tinta nítida, todo muy elegante.

¿Quién carajos le ponía Atticus de nombre a su hijo? No, espera, no podía distraerse ahora. Por más ridículo que fuese, tenía más problemas que solo el nombre del rubio imbécil, así que dejó esos dos documentos lado a lado, sabiendo que todo lo que necesitaba para convencer a Serena lo hallaría en ellos, y se precipitó hacia el librero esta vez, hurgando los tomos y leyendo las inscripciones en los lomos para encontrar el que estaba buscando, uno que Galliard muy descuidadamente le había enseñado.

Estaba entre otros dos que él mismo había vuelto a guardar, al revés. ¿En serio nadie se había dado cuenta de eso, o es que era un deliberado intento por hacerlo ver como tal? Como fuese, ya que realmente no tenía el tiempo para sentarse a considerar precauciones, lo sacó de golpe de su espacio y lo hojeó hasta llegar a la parte de los esquemáticos. Por qué saben qué, era hora de lanzar esa precaución hacia el viento y mandarla al carajo y cagarla como solo él sabía hacerlo.

No podía esperar más a que Kiyomi tomara una decisión, ni que Zeke se le acercara primero a ella. Tiempo no esperaba a nadie y Félix tenía una oportunidad aquí y sería demasiado estúpido si no decidía tomarla, así que tomarla hizo. Arrancó las hojas con los esquemáticos que le parecieron más interesantes e insertó el libro de vuelta en su sitio, marchando rápidamente hacia el escritorio para recoger los otros dos documentos necesarios.

Una vez en mano, los guardó en su bolsillo, tomó la llave de Wright y… Ah, venía lo complicado.

Era, o salir de vuelta por enfrente, o buscar una salida distinta. Si los guardias eran tan estúpidos como los guardias normalmente lo eran, cabía la posibilidad de poder pasar frente a sus narices sin que lo notaran otra vez, pero… ¿Valdría la pena arriesgarse? También podría ponerse creativo e improvisar un poco.

Qué hacer, qué hacer, qué hacer… Sus ojos se movieron hacia la ventana, todas esas ocasiones en las que había pensado en salir a través de ella cruzándole por la mente. Lentamente, se acercó hacia ella y corrió la cortina hacia un costado, revelando las estrellas en el cielo oscuro y las pocas luces que continuaban iluminando tenuemente el resto de la calle. Pequeñas gotas de agua golpeaban con suavidad al cristal, la fina lluvia que caía esa madrugada alzando un distintivo aroma que podía imaginarse incluso estando en el interior, seco y a salvo.

Félix suspiró.

Sus dedos le quitaron el pestillo y empujaron hacia fuera, abriéndola apenas unos centímetros, los suficientes para que el cupiera a través. Dios, ¿enserio iba a hacer esto? Fuera llovía, obviamente, y el viento era suave, un poco frío. La caída definitivamente iba a hacerle daño, pero había un par de setos pegados a los muros del Tribunal que definitivamente acolchonarían su desplome hacia abajo.

Se volvió un poquito, entre que sí y que no, y repasó su andar de vuelta a la puerta, trancándola nuevamente y poniéndole el seguro desde dentro. Luego se acercó al escritorio y dejó la llave bajo un par de papeles, tratando de hacerlo ver como si siempre hubiera estado allí. El corazón le latía, acelerado y a punto de salirse de su pecho, como si quisiera gritarle físicamente que dejara de pensar estupideces y tratar de hacerlas porque ninguno de ellos dos sería capaz de aguantarlas.

Cuando regresó a la ventana, pasó su cuerpo a través y se sostuvo de la alfeizar tanto como pudo, rezándole a cualquier dios que lo escuchara que por favor no muriera aún porque todavía no estaba listo. Debía intentarlo un poco más, llegar lo suficiente lejos para poder tener una idea más concreta de a qué se enfrentarían la próxima vez.

Luego, con el corazón fuertemente sostenido en su puño, se dejó caer.

━━━

(La carta que le envió de vuelta a Serena decía muy poco, solo lo que él consideró necesario decir en ese momento. Un querida Serena seguido de una corta explicación, una breve charla dispareja acerca de lo que Félix quería, reafirmando lo que ya le había dicho antes en esa fiesta en la que se vieron.

Félix sabía que ella entendería porque así es como parecía funcionarle el cerebro a la rubia, así que miedo no le había dado cuando decidió adjuntar esos papeles que tomó de la oficina de Wright para que ella misma los viera y fuera ella quien tomara la decisión final. Él ya sabía cuál era la suya, el lado en el que estaba. Ahora era el turno de Serena de reafirmarse, tal como él hizo.

Seguido de ello, al final, cerraba una breve disculpa, un agradecimiento, y un quedo, estoy dispuesto a darte lo que buscas, siempre y cuando sea recíproco. Ella lo entendería.)

━━━

Historia podía ver el movimiento del sol a través de la ventana, las cortinas abiertas de par en par, el viento colándose por una pequeña abertura.

Comenzaba a hacer un poco de frío, a pesar de que el verano aún seguía y faltaban semanas para que llegara el otoño. También había comenzado a llover un par de días atrás.

—Vete ya —escuchó que alguien le decía desde cierto punto de la sala—. Hasta acá puedo ver que se te cierran los ojos.

Kenny no era una de las mejores compañías que mantener a tu alrededor. Había días en los que el hombre era tan silencioso que ni siquiera notabas que estaba ahí, y luego había otros, como ese, en donde te diría cualquier cosa con tal de conseguir insultarte durante algún punto o el siguiente en la conversación, no importase cuánto tiempo durara. Según Nicolás —a quien Historia comenzaba a agradecerle sus intervenciones y notar cada vez más por qué Félix fue un imbécil al dejarlo—, el que estuviera tan irritable con ella y básicamente con el resto del mundo se debía a dos razones; una, era un viejo cascarrabias molesto consigo mismo y con el mundo y con probablemente el resto de la raza humana por razones que nadie nunca conocería, y segunda, Zackley probablemente le caía peor.

—Está bien, me gusta ver el atardecer desde aquí.

Se le había hecho costumbre, si era tan agraciada de admitirlo. Félix había tenido esta rara obsesión con las ventanas y le gustaba mantener las cortinas abiertas y observar el exterior, sin prestar real atención a cualquiera de las cosas que se estuviesen discutiendo entre ellos cuando lo hacían. Historia no había entendido muy bien por qué, y en más de una ocasión se le ocurrió que tal vez su querido primo simplemente no se interesaba lo suficiente en el Consejo y lo que ellos tuvieran para decir, prefiriendo fantasear mientras miraba hacia fuera, quizá perderse en sus recién obtenidos recuerdos.

La verdad es que ella no lo culparía, en caso de ser así, pero había algo acerca de esa vista. Quizá fuera la manera tan peculiar en la que conseguías observar hacia la ciudad y lo que había tras ella, el muro incluido. Los jardines que rodeaban al tribunal eran visibles desde aquella altura y los setos que alineaban perfectamente las entradas principales y las laterales, las que llevaban a los establos, por las que podían pasar carruajes o simples transeúntes, le daban un toque de distintivo color al adoquín de los caminos y la piedra del edificio. Las casas que se asentaban alrededor del tribunal se veían como dominós que podían caer si empujabas una de ellas de forma brusca, y luego se topaban con el muro, tan imponente y amenazador.

A Félix le gustaba quedarse de pie tras su silla, mirando hacia su izquierda en donde estaban los ventanales que siempre abría minutos después de llegar a la sala. Era raro no verlo ahí en ocasiones, como cuando ella se sentaba hasta la otra punta de la sala, antes, y podía verlo ahí todavía de pie, con los brazos cruzados y el rostro ladeado, sus ojos fijos en lo que sea que pudiese mirar cuando lo hacía.

Una sonrisa se le curveó en la boca ante el recuerdo, y sus dedos se movieron por la superficie de la mesa hasta tocar la áspera textura del diario que le dejó antes de partir. Historia, suspirando, recostó su cabeza sobre ella y hojeó el cuaderno, deteniéndose una vez las páginas se agotaron y la tapa se cerró con un seco sonido.

—¿Crees que deba usar esto como una guía? ¿O no debería preocuparme mucho por ello?

Kenny, sentado en la otra punta de la sala en una silla del rincón, literalmente en la esquina, levantó su cabeza y la miró con la ceja ligeramente arqueada.

—¿No sé? Huh, ¿por qué no le preguntas a Zackley?

La rubia se abstuvo de rodar los ojos. Definitivamente que la teoría de Nicolás tenía ciertos méritos y si Historia fuera más boba, la verdad es que ni siquiera lo habría notado.

—No le he dicho que lo tengo.

—¿Por qué no?

Ella se encogió de hombros con cierto descuido.

—¿Quieres que le diga que Félix está maldito y cada vez que muere vuelve a revivir? Porque puedo hacerlo.

Kenny gruñó, lo que no era una buena respuesta. No era una respuesta, punto, no había necesidad de reconocerlo como tal cuando realmente no lo era. Talisa le había dicho ya múltiples veces que debía dejar de excusar sus actitudes y comenzar a reconocerlas como los molestos gestos que eran, así que estaba tratando de hacerlo un poquito más.

—¿No deberías? —preguntó el otro de golpe, volviendo a su posición inicial. Recargado en la silla con los brazos sueltos a cada costado y su cabeza hacia atrás, casi colgando del respaldo—. Digo, ¿no deberían saber que, ya sabes, Félix es prácticamente inmortal?

—No lo sé —respondió ella, igual de cansada que él sonaba—. Ni siquiera estamos seguros de cómo explicarlo porque Félix no nos lo explicó a nosotros. No con detalles, por lo menos. Aunque no sé qué detalles podría darnos sinceramente. No sé si yo quisiera escucharlos.

—Mhm. No suena a que sea algo de lo que le gusta hablar ¿cierto?

—Tampoco es difícil adivinar por qué —murmuró—. ¿Puedes imaginártelo? Tan solo aquí escribió que la primera vez que fue a Marley vio a Armin mandar volar el puerto, y luego, en esta otra hoja, dice que fue Hange la que lo hizo con dinamita. ¿Cuántas veces crees tu que lo haya hecho?

—¿Las suficientes para que haya dos versiones del mismo hecho? Veinte, a lo mucho.

—Yo pensaba tal vez diez… Veinte suena muy exagerado —e implicaba más de lo que Historia se sentía cómoda sabiendo—. Hah, en fin. Incluso de saber cómo explicarlo, no creo que a él le gustaría que esto se volvería de conocimiento popular, o por lo menos, entre el resto de los comandantes. Ni siquiera puedo pensar en una razón para decírselos.

—Entonces no lo hagas, y deja de pensar en razones si no vas a usarlas. Solo te vas a causar un dolor de cabeza —Kenny abrió uno de sus ojos y la miró—. ¿Algo interesante de lo que deba estar al tanto?

—Un par de cosas. No sé cuán relevantes sean en este momento, pero creo que es algo que debemos mantener en cuenta.

—¿Cómo qué?

Historia tildó la cabeza, pensante. Había muchas cosas que Félix había escrito, y aunque la mayoría de ellas eran iguales hasta cierto punto, siempre difería en el momento en el que el comandante Erwin se decidía a llevar a cabo la insurrección en contra del gobierno de su padre. Lo cual era… Curioso, si se atrevía a admitir.

Tampoco había leído todo el diario. No se sentía muy capaz de hacerlo cuando comenzó a notar cómo ciertos párrafos terminaban abruptamente y luego comenzaba otro del mismo modo y continuaba así, sin parar, por al menos dos hojas. Como si los sueños se detuviesen y del mismo modo lo hacía él, y después era forzado a continuar de una manera distinta pero en el preciso instante.

No sabía muy bien cómo explicarlo, y tampoco quería hacerlo. Esto… ¿Cómo comenzaban a explicar algo como eso? Félix no estaba aquí para hacerlo y Historia sentía menos inclinación a compartir sus palabras con el resto mientras más leía.

—No en realidad —se escuchó a sí misma decir, casi ausente. Historia sacudió su cabeza y se enderezó, sus dedos explayados sobre la cubierta del diario y su mirada dirigida hacia fuera, en donde se hallaba el sol y la ciudad—. Supongo que podríamos comenzar por Shiganshina. Los últimos reportes de Pixis afirman el avistamiento de menos de una docena de titanes y no parece que haya más en camino. Si no me equivoco, alrededor de estas fechas es que Marley se involucra en algún problema con otro país, así que podríamos asumir que esa es la razón por la falta de titanes.

—Bien por nosotros entonces. ¿Has pensado acerca de lo que te dije de esa pocilga?

—Un poco —asintiendo, se pasó una mano por los cabellos rubios y los peinó hacia un costado. Desde fuera le llegó el sonido de la voz de Ymir junto a la de Petra, probablemente acercándose hacia donde estaban ellos dos. Se suponía que iban a cenar esa noche con los otros chicos de la Legión, una tradición que estaban tratando de formar para que se pudieran poner al tanto de lo que hacían—. Suena mejor que volverla a habitar, pero necesitaría algo más concreto para poder proponerlo en el Consejo. ¿Dijiste que se lo habías comentado al comandante Erwin, no?

Kenny alzó la cabeza de a poco, como si la mención del hombre directamente conectada a él le produjera alguna especie de expectativa. Historia sonrió, entre burlona y que no, y se encogió de hombros porque ella sabía mejor que nadie presente en esa isla que Kenny sería capaz de muchas cosas excepto de tener una conversación civilizada con el líder de la Legión de Reconocimiento.

—Sí…

—Bien. ¿Por qué no vas a verlo alguno de estos días y se ponen a trabajar juntos en esa propuesta? Ya sabes, Pixis va a querer detalles, y Nile va a necesitar datos. Un proyecto como ese necesita ser sustentado con algo que sea real, no solo un capricho tuyo.

—Oi —murmuró, con los ojos ligeramente entrecerrados—. Ya sé que lo haces a propósito.

—¿Yo? ¿Por qué crees esas cosas, Kenny?

La brillante sonrisa que le tiró al Ackerman podría haberlo dejado ciego, excepto que Kenny era inmune a esas cosas.

La puerta se abrió de un sopetón y tanto ella como él se giraron, viendo a Ymir de pie bajo el umbral, una sonrisa que igualaba a la suya en sus labios, y Petra estaba de pie a su lado, recargada en el muro y observando dentro con el mismo gesto.

—¡Reina mía, tu escolta ha llegado!

Historia alcanzó a escuchar el resoplido de su viejo acompañante por encima del rechinar de su silla cuando la echó hacia atrás para ponerse de pie. Kenny continuaba en la misma posición, sin ninguna intención de moverse hasta que se hiciera oscuro y se le dificultara de más el tener que volver hasta casa en el caballo.

Ah, lo que era ser un viejo tonto con miedo a los sentimientos.

—Piensa en lo que te dije, y llévate el diario contigo —empujó el cuaderno hacia él, solo un poquito, y Kenny lo miró con el ceño fruncido—. Y vete ya tu también. Talisa va a enojarse contigo si vuelves tarde otra vez y pisas uno de sus tulipanes con tu caballo.

—La vi afilando sus cuchillos esta tarde —comentó Ymir, con una sonrisa burlona en los bordes, mirando a su capitán—. Y ya sabes, ustedes Ackerman parecen ser expertos usándolos.

Kenny rodó los ojos.

—Cierra la boca y váyanse —luego miró a Ymir exclusivamente y le arrugó el gesto—. Me aburre escuchar tu voz, niña.

—Y a mí me aburres tú, anciano.

—Tch. Anden, largo.

Historia rio por lo bajo, al igual que Petra.

Era un poco extraño verlos actuar así porque normalmente tendrían a alguien más con ellos dispuestos a tirarse insultos entre sí, pero ya no faltaba mucho que volviera.

Los pasillos comenzaban a vaciarse. No es como que se llenaran, no a menos que hubiera mucho por hacer o que Flegel se encontrara alrededor, pero un poco de vida en ellos nunca venía mal. Sus pasos eran fácilmente reconocibles en el silencio que las acompañaba, junto al leve tarareo de Petra caminando tras ellas, siempre queriéndoles dar cierto espacio para que pudieran estar por sí mismas, sin la necesidad exclusiva de tener más personas a su alrededor.

Sus manos se rozaron al caminar, y el gesto se volvió más intencional cuando los dedos de Ymir tocaron suavemente los suyos. Historia se volvió y la miró.

—¿Qué pasa?

—¿Todo bien? —la voz de la castaña resultó suave, aterciopelada de maneras en las que Historia rara vez la escuchaba. Un escalofrío le reptó por la piel en donde la de Ymir la tocaba—. Te ves cansada. Podemos ir a casa si quieres, y vernos con los demás algún otro día.

Probablemente fuera una buena idea. Pero si se iba a casa y cenaba con Talisa, ese sería su último momento de tranquilidad hasta poder ir a la cama. Quería ir a ver a sus amigos, sobre todo porque la semana pasada no pudo asistir y sentía que les debía por lo menos una señal de existencia, o arriesgaría a que Connie y Sasha la fueran a arrastrar fuera de la casa de los Reiss por segunda vez, y entonces Talisa se enteraría de que había estado evitando a sus amigos otra vez y le daría la misma mirada que no era exactamente de decepción, pero sí de entendimiento, y no se creía capaz de poder soportarlo.

Tenía muchas cosas por hacer. Debía planear la reubicación de las familias que vivían en la ciudad subterránea, pero para eso debía tener confirmación absoluta de que ya no quedaban titanes en el Muro María, y para eso necesitaba que Pixis hiciera una exhaustiva operación con la mayoría de sus fuerzas cuando gran parte del personal del Garrison ya estaba siendo ocupado en las prisiones, que también se estaban volviendo otro problema porque si los nobles resultaron ser un hueso duro de roer, los idiotas que formaban parte de la Policía Militar dijeron, simultáneamente, aun no has visto nada, y consiguieron probar cuán equivocada estaba.

Además de eso, debía encontrar maneras de ampliar el comercio dentro de los muros antes de que sus huéspedes llegaran y les abrieran las puertas hacia el exterior. Historia ya sabía más o menos qué hacer una vez eso pasara, Félix se lo había advertido, pero aquello no le sacaba de encima la anticipación y los nervios. Shiganshina también, no podía olvidarse de Shiganshina y los cuerpos que todavía esperaban volver a casa. Eso, y quizás tomar más en cuenta la sugerencia de Eld de ampliar el actual cementerio.

Había… Muchas cosas que tenía que hacer.

Aun así se enderezó y movió su cabeza en negación, alzando un poco la barbilla. Los cabellos se le menearon de lado a lado, creando la impresión de que eran una cascada de oro, y Historia se giró para poder mirar a Ymir de frente.

—Estaré bien —dijo con una sonrisa—. Hace mucho no veo a los chicos, ya podré descansar más tarde. Así que vamos, lleguemos antes que Jean y tomemos ese asiento que tanto le gusta.

Sus dedos se rozaron con los de ella, e Historia dejó que sus meñiques se entrelazaran. De reojo vio a Ymir que se sonrojaba hasta el nacimiento del cabello, y por detrás de ellas, Petra le guiñó el ojo y giró deliberadamente el rostro para fingir que ella no veía nada.

—S-solo le gusta porque Eren siempre se sienta de frente a él —el susurro de Ymir, junto con el leve tartamudeo, hicieron que Petra se riera.

—Ah, amor joven —exclamó la pelirroja, adelantándose a ellas y reverenciando con exageración una vez se colocó de frente—. Iré a preparar su corcel, mi bella reina, y las veré mañana de vuelta. ¡Tengan una buena tarde!

Petra se giró sobre sus talones, la misma sonrisa que irradiaba sol mismo en su rostro, y comenzó a bajar más a prisa los escalones. Aun había un leve tono de risa en su voz que no pasó desapercibido para ellas. Ymir se inclinó hacia ella desde su costado, su boca deteniéndose junto a su oído.

—Tiene una cita con Eld.

—Ah, con razón está tan feliz.

—¡Las escuché!

Historia rio, sintiéndose más ligera de lo que lo había hecho en todo el día, y siguió a Ymir escaleras abajo sin chistar.

DIOS NO SABEN CUÁNTO ME COSTÓ HACER ESTO, PERO FINALMENTE ESTÁ AQUÍ.

No enserio, que me costó mucho porque simplemente no me salía y me desesperaba y TikTok es una muy buena distracción, la recomiendo mucho lel

En fin, que espero que les guste el cap, gracias por la paciencia, les quiero, tal vez vaya a agregar algo más o algo idk, pero aquí está y espero que les guste <3

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