El amante del príncipe

By sakurasumereiro

497K 63.3K 50.8K

En un reino cruel donde la homosexualidad está prohibida, el príncipe se enamora de un esclavo. **... More

Antes de leer
Glosario y Mapas
Capítulo I: "El goce está en hacer lo prohibido"
Capítulo II: "Te prepararé para ser rey"
Capítulo III: "Estoy para serviros"
Capitulo IV: "Prométeme que jamás la tocarás
Capitulo V: "No nací para esto"
Capítulo VI:"el príncipe Karel: quince jabalíes, ocho liebres, dos ardillas"
Capítulo VII: "Sois magnánimo"
Capítulo VIII: Por más que quería, no podía zafarse, no podía escapar
Capítulo IX: Es un rey y a su muerte se convertirá en un dios
Capitulo X: Mi nombre es Karel
Capítulo XI: Es un extraño
Capítulo XII: "¿Quieres que sea él?"
Capitulo XIII: "El rey será el último que quede de pie"
Capitulo XIV: "Yo nunca..."
Capitulo XV:"Que termine pronto"
Capítulo XVI: Tierra del mal
Capítulo XVII: ¡Vesalia planea atacarnos!
Capitulo XVIII: " Es noche de subasta"
CapituloXIX: "De ahora en adelante son libres"
Capítulo XX: "Continuaré buscando"
Capítulo XXI: "Me gustaría que te nos unierais"
Capitulo XXII: "Era el dueño de su destino"
Capítulo XXIII: "Todo se trata de ambición"
Capítulo XXIV: "Sois muy bueno con la espada"
Capítulo XXV: "Me salvaste"
Capítulo XXVI: Era él (I/II)
Capítulo XXVI:"Era él" (II/II)
Capítulo XXVII: "Ravna, mi consejera"
Capítulo XXVIII: "Tú serás mi perdición"
Capítulo XXIX: "¿Qué estoy haciendo?"
Capitulo XXX: "Eres una vidente"
Capítulo XXXI: "Eres extraordinario"
Capítulo XXXII: "Me quedaré con Su Alteza" (Parte I/II)
Capítulo XXXII: "Me quedaré con Su Alteza" (Parte II/II)
Capítulo XXXIII: "Cada día te amo más"
CAPITULO XXXIII: "Y siempre vuelve a levantarte"
Capítulo XXXIV: "¿Qué queréis de mí, Su Alteza?"
Capítulo XXXV: ¿Obtendré mi venganza?
Capitulo: XXXVI: "Pronto serás libre de nuevo"
Capítulo XXXVII: "No lo necesito"
Entrevista
CAPITULO XXXVIII: "Te cubriré"
Capítulo XXXIX: "No permitáis que muera"
Capítulo XL: "Para mí valen porque me los diste tú"
Capítulo XLI: "Permíteme estar a tu lado"
Capítulo XLII: "Gracias"
Capítulo XLIII: "Os esperan en Beremberg"
Capítulo XLIV: Demasiados recuerdos dañinos
Capítulo XLVI: "Estáis vivo y de vuelta"
Capítulo XLVII: Para mí es un honor serviros
Personajes
CAPITULO XLIX: "Creí que eras diferente"
Capitulo XLIX: ¿Estás enamorado de alguien más?
Capítulo L: Debemos prepararnos, Majestad
Capítulo LI: "No eres rival para mí"
Capítulo LII: "Ni siquiera sé qué sientes por mí"
Capitulo LIII: "¿De qué le sirve vuestro amor?"
Capítulo LIV: "Tuyo nada más"
Capítulo LV: "¡Viniste a rescatarme!"
Capítulo LVI: "¿Le crees?"
Capítulo LVII: "Mátalos a todos"
Capítulo LVIII: "Vuestros días están contados"
Capítulo LIX: "¡Vergsvert paga la afrenta!"
Capitulo LX: "Siempre te voy a amar"
Capítulo LXI: "¿De qué se me acusa?"
Capítulo LXII : "No voy a dejarte"
Capítulo LXIII: "¡Tengo que ir por él!"
Capítulo LXIII: "Tenemos que salir de aquí"
Capítulo LXV: "¡Yo no tengo rey!" (I/II)
Capítulo LXV: "¡Yo no tengo rey!" (II/II)
Capítulo LXVI: "Hasta mi último aliento". FINAL I/II/
Capitulo LXVI: "Hasta mi último aliento" FINAL II/II
Del modo de creación y otras cosas random
EXTRA: Lysarel (I/III)
EXTRA: Lysarel (III/III)
Extra de San Valentín: El perfume
Extra de San Valentín: Brianna y Arlan
Extra Halloween: Exhibicionismo
Extra M-Preg: "¿Qué pasaría si Lysandro se toma la píldora roja?"

EXTRA: Lysarel (II/III)

4.6K 449 987
By sakurasumereiro

Era un camino que muchas veces había recorrido, pues Lysandro a menudo viajaba a Nurumarg, la ciudad grande de Briön más próxima a Cumbres de Vel. Iba una o dos veces cada lunación para proveerse de ingredientes que no se hallaban en la aldea cercana a su casa.

Había cabalgado mil veces de ida y vuelta hasta allá y nunca le pareció tan bonita la ruta como en ese momento. El sol resplandecía y calentaba un poco la fría tarde otoñal, ni una sola nube empañaba el azul límpido del cielo. Atravesaron un campo de flores que, solo en ese momento, Lysandro se percató de cuán hermoso era.

A pesar de que el viaje era agradable, no pararon hasta arribar a Nurumarg. El cielo comenzaba a cambiar de rosa a malva cuando atravesaron las murallas junto a otros viajeros.

La ciudad era bastante próspera, con cada calle empedrada y casas que lucían fuertes, construidas con piedra y madera; a pesar de la hora vespertina y próxima al anochecer, los pobladores andaban de un sitio a otro sujetando canastas y zurrones llenos de compras. Sin embargo, a Lysandro, que ya conocía la ciudad y sabía de su movimiento, le pareció más agitada de lo usual. A medida que los caballos avanzaban a marcha lenta por la amplia calle central, les iba llegando más clara la razón.

La algarabía de muchas risas y la música de panderetas y flautas se incrementaba a medida que se acercaban al centro de la ciudad.

—Parece que celebran algo —le comentó Karel, mirando alrededor.

Lysandro notó los banderines azules y dorados que adornaban la calle principal, juntos con las lámparas de aceite en lo alto de los postes de madera que continuaban hacia la derecha del camino y se perdían entre las personas que allí se agrupaban. Más lejos en esa calle podían verse toldos de colores de puestos ambulantes. El joven a caballo recordó que se encontraban en la novena lunación del año y que por esas fechas los Brioneses celebraban el fin de la cosecha y se preparaban para el invierno.

—Es el Festival de la Briola —dijo Lysandro mientras se alejaban del alegre alboroto por una calle paralela.

—¡Oh!, ¡tienes razón! —le contestó Karel—, lo había olvidado—. ¿Te gustaría venir más tarde?

Lysandro dudó, no era muy dado a las celebraciones. En seis años que tenía frecuentando Nurumarg nunca participó de su festival, siempre intentó evitarlo. Pero cuando miró la gran sonrisa en el rostro moreno y los ojos que lo veían esperanzados, aceptó.

—¡Perfecto! —Karel amplió la sonrisa—. Consigamos primero posada, aunque me temo que será difícil. Con un festival en la ciudad, todos los alojamientos estarán llenos.

Lysandro estuvo de acuerdo, así que ambos comenzaron a recorrer las calles buscando donde dormir. Cada posada a la que entraban, apenas pisaban el umbral, les decían: «sin habitaciones», así que por último uno solo bajaba del caballo para preguntar, casi resignado a no encontrar cupo.

Cuando ya se habían hecho a la idea de tener que dormir en las afueras de la ciudad, bajo la barrera mágica de Karel, hallaron una pequeña posada.

Lysandro desmontó y le indicó al hechicero que lo esperara mientras él preguntaba.

—¡Bendiciones! —saludó luego de cruzar el umbral.

Una joven que barría el brillante piso de madera lo recibió. La muchacha soltó la escoba, se sonrojó intensamente al verlo y se inclinó torpemente.

—¡Bendiciones, señor!

—Disculpadme, señorita, ¿tenéis habitaciones disponibles?

—¿Cuántas desea el señor? —preguntó la joven, mirándolo con los ojos muy abiertos. Lysandro dudó. Lo lógico sería pedir una sola, pero no quería desatar habladurías, aunque en esa ciudad nadie los conociera—. Porque solo tenemos una.

Internamente, se alegró por su buena suerte.

—¡Qué pena! Somos dos; sin embargo, hemos recorrido toda la ciudad y no hemos hallado alojamiento, así que mi compañero y yo aceptaremos.

La joven volvió a inclinarse. Un poco azorada, contestó.

—¡Oh, sí, señor! Hoy finaliza el festival de Briola y está todo lleno, es por eso. ¡Hay mucho movimiento en el centro!

—Pasamos por ahí para venir hasta acá —explicó una voz grave a sus espaldas—. Después de que nos instalemos nos gustaría visitarlo.

Cuando la muchacha fijó los ojos en Karel, Lysandro notó que se sonrojaba todavía más, el joven frunció el ceño en respuesta y carraspeó.

—También necesitamos lugar para nuestros caballos y comida para ellos —dijo Lysandro interrumpiendo el embelesamiento de la joven posadera.

—Sí —respondió la doncella, fijando en él una mirada brillante—, ya mando al mozo. ¿Y vuestras excelencias querrán comer también?

Lysandro vio a Karel que le dirigía una mirada afable.

—¿Quieres comer aquí o prefieres hacerlo en el festival?

—¿Qué tal es la comida en ese festival?—preguntó a su vez el hechicero a la joven.

—¡Oh!, ¡Es deliciosa! Los señores encontraréis comida muy variada allí, al igual que bebidas, sobre todo vino. De cualquier forma, podría reservaros la cena por si no conseguís nada de vuestro agrado allá.

—¡Esa es una excelente opción! —Karel sonrió todavía más—. ¡Sois muy buena anfitriona! Ten.

El hechicero sacó de uno de los bolsillos de su chaqueta su monedero de piel y le dio una reluciente moneda de plata, que la muchacha recibió muy alegre. Se inclinó varias veces ante él y se despidió para llamar al mozo y preparar la habitación.

—Creo que es un buen sitio. —Karel miró apreciativo a su alrededor. El vestíbulo se encontraba muy limpio y el hogar encendido añadía calidez.

Antes de que Lysandro pudiera contestar, la doncella regresó.

—Señores, la habitación que tenemos cuenta con una sola cama. —Las mejillas de la joven se encendieron y bajó la mirada—. Espero no os molestéis, no contamos con más habitaciones.

Lysandro abrió la boca para responder, pero Karel lo hizo antes.

—No os aflijáis. Somos muy buenos amigos, no tendremos problema en compartir la cama.

Lysandro sintió que sus mejillas se calentaban, seguro estarían más rojas que las de la muchacha.

—Siendo así, todo está listo. Por favor, seguidme.

La habitación era amplia con una pequeña mesa y dos sillas, un armario donde colocaron las bolsas de viaje, una cama amplia que parecía bastante confortable y detrás de un biombo con delicadas flores dibujadas, se hallaba una gran tina de madera para el baño. Los braseros habían sido encendidos, al igual que las lámparas de aceite y algunas velas en candelabros de porcelana, así que la luz y el calor la hacían, además, acogedora. Al ver la habitación amplia, bonita, poco ostentosa y aun así elegante en su sencillez, Lysandro se mordió el labio inferior y pensó en su desaliñada casa, que era incluso más pequeña que ese cuarto de la única posada libre en la ciudad, por tanto, no debía ser el mejor.

Karel le abrazó la cintura por detrás y le besó el cuello.

—Es bastante sencilla, pero creo que estará bien para pasar esta noche —le dijo el hechicero.

—Sí, está muy bien —secundó Lysandro con voz apagada—. Será mejor que nos vayamos ya al festival, antes de que termine.

Ambos salieron rumbo al centro de la ciudad.

Se fueron a pie, conversando por todo el camino. En lo que comenzaron a escuchar la música y las voces, Lysandro se sorprendió, el tiempo se le hizo corto a pesar de que la posada estaba distante. De nuevo se maravilló de lo fácil que era conversar con Karel, tal parecía que no habían transcurrido diez años, sino que había sido ayer cuando se despidió de él en las afueras del castillo de Vergsvert.

La calle empedrada era amplia, multitud de lámparas de aceite la iluminaban mientras los banderines de colores danzaban por encima de sus cabezas, sacudidos por el viento. Las personas caminaban riendo, algunos muy jóvenes, entre la adolescencia y la niñez, lo hacían bailando al son de las flautas y las panderetas. Aquella música y tantas risas... Lysandro se mordió el labio inferior un poco aturdido, hasta que Karel entrelazó los dedos con los suyos. Sentir el calor que emanaba de su palma, saber que por fin estaba a su lado, fue como un bálsamo; de inmediato, la ansiedad que pugnaba por regresar volvió a esconderse entre las sombras de su alma. Lysandro exhaló y se dispuso a disfrutar de todo lo que había a su alrededor.

Había tarantines con comida que se asaba a la vista de todos; ventas de alhajas y bisutería, telas finas como terciopelo, tafetán y la muy costosa seda de araña. Uno de los tenderetes exhibía mercancía interesante. El joven arrastró a Karel hasta él.

Pastas verdes, negras y blancas en cajas lacadas; frasquitos con tapas de diseño enrevesado, cuyo contenido colorido y brillante llamaba la atención; botellas más grandes y menos excéntricas; hojas y raíces secas en bolsas de telas transparentes; aceites y perfumes; ungüentos y emplastes. Lysandro estaba maravillado de encontrar en un puesto ambulante tantos productos.

—¡Mira, Karel, tal vez aquí esté la tintura de bérgamo que necesito!

Karel a su lado asintió, tomó uno de los frasquitos y le quitó el tapón cubierto de láminas de plata. De inmediato, una fragancia exótica y penetrante salió del interior y se dispersó en el aire, haciendo girar hacia ellos las cabezas más próximas. Lysandro arrugó la nariz cuando la identificó.

—Este perfume... —exclamó Karel con aire de ensoñación—, ¡Me recuerda tanto a ti! ¡Siempre lo usabas, cuando te visitaba!

Era cierto, esa era la fragancia que se aplicaba cada noche en el Dragón de fuego. Lysandro se estremeció con un desagradable escalofrío.

—¡Lo siento! —Karel tapó la botella y lo miró apenado—. No debí... debí suponer. Lamento haber traído a tu memoria malos recuerdos.

—También hay buenos recuerdos junto a los malos —le contestó Lysandro acariciándole la mano enguantada que sostenía el frasquito con la esencia perfumada— ¿Y si escojo otro? Así podrás evocarme con un aroma distinto a ese, ¿qué te parece?

Karel sonrió.

—¡Es una idea maravillosa! —Estuvo de acuerdo el hechicero.

Ambos comenzaron a destapar y oler las pequeñas botellas aromáticas cuando un hombre se acercó desde el otro lado del amplio mesón.

—¡Excelsos visitantes! —los saludó con voz afectada y todo exagerado—. ¡Os aseguro que hallaréis lo que buscáis entre mis productos! Veo que os agradan los perfumes. Ese que sostiene el apuesto joven fue fabricado por las hadas de Skógarfors, y este otro destilado en una noche de luna azul en el Cañón de Fuego.

Lysandro apartó la mirada de las botellas para agradecer la amabilidad del vendedor y se encontró con unos ojos más negros que los suyos, que lo miraban con intensidad. El hombre le sonrió revelando la escasa dentadura.

—Tal vez el apuesto joven desee conservar por siempre tan encantadora belleza. —Le ofreció un pequeño frasco con un líquido blanco y brillante en su interior. Lysandro negó de inmediato y el vendedor frunció el ceño—. Es extraño encontrar personas atractivas que no se sientan apegadas a su juventud y donosura. ¿Tal vez porque no necesitáis de ella para hallar la felicidad? —Sin disimulo, el hombre miró a Karel quien se había alejado unos pasos y examinaba una botella de aceite. Con una amplia sonrisa desdentada, el vendedor tomó una pequeña cajita azul laqueada—. Tal vez esto os gustará más.

El vendedor la abrió, en su interior había una sola píldora de color rojo intenso y brillante, como la sangre. Lysandro jamás había visto una como esa. Pasó la yema del índice por la superficie y la encontró lisa y caliente.

—¿Qué es?

—Esta píldora os concederá un hijo. Tiene la facultad de hacer que aquel que la ingiera se embarace.

«Aquel que la ingiera, no aquella» pensó Lysandro. «¿Será posible?» De soslayo miró a Karel, entretenido destapando los frasquitos pequeños de diseños excéntricos y oliéndolos después. Un hijo. Lysandro sacudió un poco la cabeza.

—¡Oh, no, señor! —respondió muy rápido, apartando la mirada del hechicero—. No es esto lo que busco. Quisiera tintura de bérgamo.

—Un pedido sencillo —respondió el vendedor, un tanto decepcionado—. La tengo por aquí.

El hombre se alejó un poco para rebuscar entre algunas cajas. Karel, con el aceite en una mano y varios frascos de colores en la otra, regresó junto a él.

—¿Encontraste la tintura? —Lysandro asintió. Los ojos del hechicero vagaron hasta la cajita azul con la gran píldora roja. —¿Qué es eso?

—Algo un poco extraño que quería venderme. ¿Y esos frascos? —preguntó Lysandro señalando los que Karel tenía en la mano.

—Los perfumes —El hechicero sonrió y dejó las botellas sobre la mesa, al alcance de él—. ¡Escoge uno!

Lysandro dudó un poco. Tenía desde que abandonó el Dragón de fuego sin usarlos. El único aroma en su cuerpo era el del jabón que empleaba para el baño y su fragancia no era nada extraordinaria. Algunos olores lo hacían evocar cosas, no quería enfrentarse a malos recuerdos. pero la idea de comprar un perfume había sido suya, no podía echarse para atrás y menos cuando al levantar el rostro vio la mirada ilusionada de Kare,l que esperaba su respuesta. Lysandro suspiró y destapó la botellita con el líquido rosado dentro.

El aroma, demasiado dulce, no le gustó. Destapó otra, esta de color ámbar intenso. Olía a postres, le agradó pero no para él. Pensó en Cordelia, hubiera sido ideal para ella. La apartó. La que tenía el líquido de un color entre azul y verde lo sorprendió. Su aroma era fresco como el olor de los bosques húmedos luego de la lluvia, y tenía cierta nota floral que lo hacía pensar en cosas limpias. Sonrió encantado por el aroma.

—¿Cuál te gusta a ti? —le preguntó a Karel antes de mencionarle su elección.

El hechicero sonrió y señaló la misma botella que él tenía en la mano, la de color turquesa.

—¡Es el mismo que me gusta a mí! —contestó Lysandro—. ¡En ti olerá delicioso! Buscaré otro para mí.

—¡No! —le dijo Karel sujetándolo suavemente de la muñeca—. Me gusta para ti.

Lysandro se enganchó en la mirada intensa. Algo en los ojos del príncipe lo hacía sonrojar. De pronto sentía que llevaba haciéndolo a cada rato, como si fuera un adolescente enamorándose por primera vez. No era justo que Karel lo pusiera de esa forma. Asintió torpemente y apartó los ojos.

—¿Y esa otra? —preguntó el hechicero al ver el frasco con el líquido ámbar.

—Me gusta, pero no para mí. Pensé que tal vez podríamos regalársela a Brianna cuando nos visite.

—De acuerdo. Escoge uno también para Mirla. Estoy seguro de que se pondrá muy feliz si le llevas un pequeño obsequio.

Después de tantos años de conocerlo, de todo el tiempo que permanecieron separados, estar de nuevo con Karel era como si siempre hubiesen vivido juntos y al mismo tiempo el hechicero continuaba sorprendiéndolo con su forma de ser. Estaba seguro de que haría de todo para complacerlo, que nunca le negaría nada. Un enorme deseo de guindarse de su cuello y besarlo hasta dejarlo sin aliento lo invadió, pero en lugar de eso volvió a sonrojarse y murmuró un «gracias»

El vendedor regresó con el pedido. Una enorme sonrisa desdentada apareció en su rostro al ver que comprarían varios de sus perfumes y, además, se llevarían diez frascos, que era toda la existencia del turquesa, que le había gustado a Lysandro.

Con uno de los zurrones cargados de botellas, continuaron el recorrido por la calle llena de tarantines, hasta detenerse en un puesto que vendía juguetes de madera. De inmediato, Lysandro volteó a mirar a Karel, emocionado.

—Para Lys —asintió el hechicero, adivinándole el pensamiento.

En la mesa había espadas de madera de pequeño tamaño y escudos, ideales para las manos de un niño; figuras de animales talladas en madera y otras de guerreros que protagonizaban las leyendas locales; muñecas con vestidos de tela suave y cabello real; cometas; dados; canicas.

Karel tomó un caballo de madera que tenía cuatro ruedas.

—Karelsius tenía uno como este —dijo con los ojos empañados por el recuerdo—, era su favorito.

Lysandro lo miró apenado, cuanto debía dolerle el perder a su hijo. Hubiese querido echar el tiempo atrás y haber acompañado al hechicero en un momento tan terrible.

—Lo siento mucho —Lysandro cubrió con la suya la mano que sostenía el juguete.

Karel suspiró, luego lo miró con una pequeña sonrisa y los ojos anegados de tristeza.

—¿Crees que podría gustarle a Lys?

—¡Le encantará!

Además del caballo, compraron la cometa y las canicas. Continuaron caminando en silencio, mirando los diferentes puestos, dejando que la melancolía se disolviera.

Más adelante se encontraron con músicos que tocaban rodeados de un pequeño público. Lo hacían de manera muy virtuosa, tanto qué varios de los expectadores bailaban al son de la alegre melodía. Lysandro recordó que Karel no le contestó sobre su habilidad con la flauta cuando le preguntó la noche pasada.

—Nunca hubiera pensado que te gustaba la música. —Empezó la conversación Lysandro.

Karel apartó el rostro de los músicos y lo miró.

—Estudiamos muchas cosas en Augsvert, algunas obligatorias y otras opcionales. La música es obligatoria, pero aprender algún instrumento es opcional. —El hechicero regresó la mirada al grupo musical—. Siempre me gustó la flauta. Cuando Karelsius murió solo en ella encontré consuelo. Solía pasar días enteros tocando encerrado en mi habitación.

Lysandro exhaló todo el aire de sus pulmones. ¿Cómo fue tan estúpido de preguntar algo así? Debió imaginar el motivo de que Karel tocara la flauta recientemente. Había querido conversar de algo entretenido y sin proponérselo revivía la nostalgia en el hechicero.

—Lo siento, Karel —se apuró a disculparse—. ¡No debí preguntar, debí imaginarlo!

Karel giró a mirarlo, de nuevo sonreía.

—No eres adivino, ¿cómo ibas a saberlo? No te angusties, estoy bien. Ya no duela como antes, aunque Karelsius es una herida que siempre estará allí.

Lysandro asintió, sabía a qué se refería, pues él pensó en Cordelia. Ya no dolía igual; sin embargo, muchas cosas le recordaban a ella. A veces sonreía evocándola e imaginando que pensaría o diría o cómo sería de adulta. Los muertos de ambos siempre vivirían en sus corazones. Entrelazó los dedos con los de Karel, sin importarle que estuvieran rodeados de personas o que algunas de ellas los estuvieran observando. El hechicero respondió apretando su mano.

Cuando la pieza musical terminó, Karel les dejó algunas monedas y continuaron el paseo. Una tienda casi oculta entre los tarantines llamó la atención del príncipe. Afuera de la entrada, algunos muñecos de madera de tamaño real exhibían ropas, tales como capas de lana de confección fina, gorros y camisas de lino teñidas. También en una mesita había varias piezas de seda de araña de colores, cuidadosamente dobladas.

—¿Te gustaría ir a mirar? —le preguntó Karel volteando hacia él.

Lysandro aceptó, así que el príncipe lo tomó de la mano y caminó con él hasta allá. En el interior de la tienda solo había dos personas, ambas muy elegantes, que voltearon a mirarlos. Mientras al príncipe lo observaron con aprobación, a él lo detallaron de arriba abajo. Podía imaginar lo que pensaban al verlo en esa tienda con sus ropas viejas.

El hechicero no pareció darse cuenta de las miradas, agarró entre sus dedos la capa oscura que se exhibía y lo llamó a su lado.

—Es gruesa —dijo el hechicero—, ideal para el invierno en las montañas. —Era lógico que si Karel iba a vivir de ahora en adelante con él, se preparara para la época más fría del año, que estaba muy próxima—. ¿Qué te parece? ¿Te gusta?

Karel siempre vestía de negro, así que pensó que le quedaría muy bien ese modelo. El diseño era moderno y el broche que la cerraba, dorado y bastante lujoso, adecuada para un príncipe como él. La tocó y se dio cuenta de que además de gruesa, la lana era de excelente calidad.

—Es muy bonita.

Karel asintió pensativo, luego giró hacia la vendedora que aguardaba expectante cerca de ellos.

—Me llevaré dos como esta. Me gustaría ver las camisas, por favor. ¡Oh! Y guantes.

La joven asintió, solícita y se perdió en la trastienda. Uno de los dos hombres que antes los había mirado, se acercó a ellos.

—La capa que habéis escogido es bastante apropiada para estos climas —dijo dirigiéndose a Karel—. ¿Sois de la capital?

—No, señor —le contestó Karel—, me he asentado recientemente en las montañas de Cumbres de Vel.

—¡Oh! Será un placer teneros como vecino. Soy Helvar Olsen, edil de Nurumarg. —El hombre hizo una reverencia.

—Soy Karel Rossemberg y él es Lysandro Thorlack —Tanto el príncipe como él hicieron la respectiva reverencia frente al edil.

—Un placer conocerlo a vos y a vuestro sirviente.

—¿Mi sirviente? —Karel frunció el ceño y preguntó enojado—: ¿pensáis que Lysandro es mi sirviente? ¡Es mi ... amigo! ¡No os equivoquéis, señor!

Karel giró sobre sus talones y se alejó del hombre que permaneció impávido mirándolo. Lysandro no estaba muy seguro si debía disculparse con el edil, después de todo no era descabellado que hubiera supuesto de esa forma al contemplarlo. Al final hizo un escueto asentimiento de cabeza y fue con Karel.

—¡Qué imbécil! ¿Cómo va a creer eso? —El hechicero estaba ruborizado de la rabia.

—Es lógico que lo pensara, Karel. No te enojes, no tiene importancia.

—Claro que la tiene. Ahora tú creerás que yo...

En ese momento la vendedora se acercó cargando en sus brazos varias camisas de lino, algunas blancas y otras de colores como azul y marrón. También trajo guantes y pantalones. Todo lo dejó en una mesa frente a ellos.

Karel exhaló y se giró a mirarlo un poco aprehensivo.

—Lys, me gustaría que escogieras para ti las camisas que más te gusten.

—¿Qué? —se sorprendió Lysandro. No creyó que las piezas fueran para él. Aunque tenía sentido, sus ropas estaban raídas y viejas, por eso lo confundían con un sirviente y era lógico que Karel no quisiera alguien tan desaliñado a su lado. De pronto se sintió muy mal.

—¿Te avergüenzas por mi aspecto?

—¡No! ¡Claro que no! ¡Sabía que pensarías eso! ¡Maldito edil!

Lysandro se llevó la mano al rostro.

—¿Entonces? Ese hombre creyó que soy tu sirviente por como estoy vestido. Quieres comprarme ropa para que no luzca mal junto a ti.

Karel suspiro y cerró los ojos un instante, al abrirlos de nuevo le tomó las manos.

—Realmente no debes creer eso. Sabes que nunca me ha importado ese tipo de superficialidades, Lysandro. Si no quieres, está bien, debí preguntar antes. Lo único que quiero es que uses vestimenta apropiada para el frío, no te ofendas pero la que llevas no te abrigará lo suficiente.

Karel lucía consternado, y Lysandro no tenía intención de hacerlo sentir mal, en el fondo sabía que el hechicero solo buscaba agradarlo.

El edil los miraba con disimulo. Se giró del todo para dejar de verlo y concentrarse en Karel.

—Lo siento. —Suspiró—. Es solo que, esto de qué pagues todo... Realmente me siento mal por no poder ofrecerte más. Desde mi casa tan pequeña y poco confortable, la habitación de la posada es más grande. Y ahora mi aspecto. —Cerró los ojos un momento—. Sé que lo haces para hacerme sentir bien, pero...

—¡Déjame hacer esto, por favor! Quiero expresar lo feliz que me siento de volver a estar a tu lado. ¡Si pudiera regalarte la luna lo haría!

De pronto un suspiro los hizo voltear. La vendedora los miraba con ojos brillantes. Al verse sorprendida se sonrojó y se enderezó.

—¡Perdón! —se excusó la joven con una pequeña reverencia—, es que os decís cosas muy hermosas, vosotros sois muy dulces. ¡Perdonad otra vez!, ¡no debí decir eso!

Lysandro rio en voz baja, ¡pequeño espectáculo estaban dando!

—¿Creéis que debería aceptar sus regalos? —le preguntó Lysandro a la joven con una pequeña sonrisa, tratando de aligerar la situación.

Tal vez estaba haciendo las cosas demasiado complicadas. Mientras vivió en Illgarorg con Karel, él siempre lo colmó de regalos: pañuelos de seda, ropas finas. Nocturno fue la cumbre de todos sus obsequios y nunca se molestó por ellos. ¿Qué sentido tenía hacerlo ahora? Era lógico que al reencontrarse siguiera dándole regalos. Y era cierto, una de sus tantas formas de expresar afecto consistía en darle presentes. Él, en cambio, siempre fue muy seco. Recordó que se había propuesto expresarle mejor su cariño.

A la vendedora se le iluminó la cara cuando él sonrió. Ella dio un par de palmadas antes de hablar.

—¡Creo que sí, señor! Además, todas estas prendas os quedarán muy bien, porque sois muy apuesto.

Karel carraspeó y la chica le dirigió una mirada medio aterrada al ver la expresión, un tanto oscura, que había aparecido en su rostro.

—De acuerdo —aceptó Lysandro y comenzó a probarse los guantes de piel de cervatillo.

Los hombres que habían estado en la tienda salieron sin decir una palabra y Lysandro lo agradeció. Los prejuicios eran dañinos, tenía que dejar de prestarles atención, empezando por los que él mismo tenía.

La joven asistía a Lysandro cada vez que este se probaba una pieza nueva, de vez en cuando giraba aprehensiva a mirar a Karel, quien no les apartaba los ojos de encima. Al final, compraron dos capas negras, dos pares de guantes, camisas de lino y de lana, pantalones y calzas acordes para el frío. También le llevaban una capa a Mirla y otra para Lys.

Cuando salieron de la tienda, Lysandro le agradeció a la joven y Karel le dejó de propina dos monedas de plata.

Más tarde, por fin, hallaron un sitio donde comer que no estuviera abarrotado. Las únicas mesas desocupadas estaban afuera de la taberna, escogieron una y dejaron las bolsas a un lado. La luna comenzaba a menguar y la brisa fría del otoño recorría la calle, sin embargo, parecía no importarle a las personas que continuaban divirtiéndose en el festival.

Alrededor, casi todas las mesas estaban llenas, hombres y mujeres conversaban y reían mientras comían, era difícil no contagiarse de la alegría imperante. Pidieron estofado de cordero y papas asadas. Para tomar, el mozo les trajo muestras de todos los vinos de uvas con los que contaban.

—Siempre preferiré el de pera —contestó Lysandro dejando el vaso sobre la mesa y girando para mirarlo.

Karel, con el mentón apoyado en la palma de la mano, lo observaba con una sonrisa. Lysandro se turbó un poco al verlo.

—¿Qué? ¿Por qué me miras así?

—¿Cómo te miro? —preguntó el príncipe sin variar la mirada.

—No sé, como sí, contemplaras algo maravilloso.

Karel amplió la sonrisa.

—Es justo así. Me siento muy feliz, siento una dulzura inexplicable en mi corazón al verte.

—¿Cómo puedes decir siempre ese tipo de cosas, Karel? —Lysandro se refugió en el vino.

—¿Por qué no? Es así como me siento. ¡Eres perfecto y es maravilloso estar contigo!

—Me idealizas, no es bueno —Pensativo, Lysandro pasó la yema del índice por el borde del vaso.

—Estoy enamorado. —declaró con sencillez, Karel. Después bebió un poco de vino—. No puedo evitarlo. Me haré responsable por lo que siento, no me hagas caso. No tienes que hacer nada para cautivarme, ni llenar alguna expectativa. Soy solo yo y mis sentimientos, tú solo sigue siendo como eres.

En ese momento, el mozo llegó con los platillos humeantes y de aspecto delicioso. El estómago de Lysandro gruñó, sin embargo, no dejó de pensar en las melifluas palabras de Karel. También él creía que el hechicero era maravilloso, hermoso, dulce y muy tierno, pero no lo decía, se guardaba sus sentimientos, nunca podría expresarse tan abierta y fácilmente como Karel aunque se esforzara. Tal vez el hechicero tenía razón, debía relajarse y aceptar lo que el otro sentía, sin miedo.

Lysandro levantó el rostro y lo miró a los ojos, finalmente sonrió con el corazón temblando de amor.

Comieron en medio de una charla ligera, era la primera vez que Lysandro hacía algo como aquello. Las veces en las que había ido a Nurumarg siempre evitó el festival, tampoco se quedaba a dormir en la ciudad. Y aunque alguna vez comió con Jakob en una taberna mientras vivió en Illgarorg, esta vez era diferente. Con Karel todo lo era y al mismo tiempo se sentía cotidiano.

Permanecieron un rato más en la taberna, charlando, hasta que el cansancio comenzó a hacer mella en ellos. El príncipe compró una botella del vino que más les gustó a ambos y se marcharon. De regreso por la calle del festival compraron también algunos bocadillos y dulces. El camino de regreso les pareció más corto.

La luna, muy alta, brillaba en el cielo, rodeada de un séquito de brillantes estrellas. La brisa fría soplaba en las calles silenciosas, iluminadas por las lámparas de aceite en los dinteles de las puertas. Ellos caminaban y hablaban en voz baja para no molestar a los durmientes. Lysandro tenía la impresión de que en aquella ciudad, en ese momento, solo ellos existían.

En la posada algunos comensales compartían en el comedor. La moza se les acercó y preguntó si necesitaban algo. Ambos negaron y subieron.

La calidez interna de la habitación les dio la bienvenida, las ventanas se hallaban cerradas y los braseros encendidos. Depositaron las compras en uno de los sillones y Karel destapó el vino, sirvió un poco en dos copas.

—No sé qué voy a hacer con tanta ropa —dijo Lysandro recibiendo el vino y echándole un vistazo a sus obsequios.

Karel subió una ceja y sonrió de lado antes de hablar.

—Pues si prefieres estar desnudo, no es problema para mí.

Lysandro se atragantó con el vino y tosió repetidamente.

—¡Karel! —exclamó rojo hasta las orejas.

Karel rio su desvergüenza y lo abrazó por la cintura.

—Pero si es verdad, te ves mejor desnudo.

—¡Dioses! ¡Las cosas que dices! —le reclamó Lysandro mientras Karel le arrancaba un estremecimiento con un beso húmedo en su cuello. Antes de que las manos del hechicero empezaran a desvestirlo, Lysandro se separó de él. Llevaba desde el día anterior, cuando lo escuchó tocar la flauta, queriendo hacer algo—. Perdona, regreso en un momento.

—¡¿Qué?! ¡¿A dónde vas?! —preguntó Karel desconcertado.

—Ya regreso.

Lysandro bajó las escaleras, acalorado, tanto por los comentarios de Karel como por sus besos. ¿Cómo el hechicero podía atreverse a decir esas cosas? Nada más recordarlo, sintió de nuevo las orejas calientes. Era cierto que su experiencia en sexo era amplia y que en el Dragón de fuego recibió comentarios mucho más atrevidos, hizo cosas que prefería no recordar, pero en aquella época ninguna de esas vivencias lograron desencadenar una ínfima parte de lo que Karel conseguía provocar en él. Se ruborizaba como un jovencito inexperto. Temblaba como una hoja cuando él lo besaba, cuando lo miraba de esa forma tan particular. Se sentía más enamorado que hacía diez años en Illgarorg.

Al final de las escaleras respiró profundo dos veces para tranquilizarse. Luego fue con la moza y rogó internamente que tuviera lo que necesitaba, por suerte así fue. No era tan fina como la de Karel, pero serviría para lo que tenía en mente. Sonrió mientras volvía con el hechicero.

—Estaba a punto de bajar a buscarte —le dijo en cuanto abrió la puerta.

Lysandro enarcó una de sus cejas oscuras.

—¡Qué exagerado eres! Apenas si me demoré. —Le mostró lo que había ido a buscar—. ¿Podrías tocarla para mí, por favor?

Karel tomó la flauta y la observó dándole la vuelta, luego lo miró con curiosidad.

—¿Deseas que toque algo en particular? —le preguntó.

—¿Recuerdas la música que solía bailar en el Dragón de fuego? —Ante su pregunta, Karel asintió—. ¿Podrías tocar una melodía ascendente similar a esas, por favor?

El hechicero frunció el ceño, parecía cada vez más confundido.

—¿Estás seguro? No creo que sea buena idea, podría traerte malos recuerdos.

Lysandro sonrió un poco nervioso antes de hablar de nuevo:

—No la misma melodía. Además, ahora no habrá tambores ni panderetas, solo necesito que el ritmo sea similar. ¿Puedes? Si llego a sentirme mal, te pediré que pares, ¿está bien? Quiero hacer esto, por favor.

Karel aceptó, aunque no se veía del todo convencido. Lysandro tampoco lo estaba, pero quería saber si podía bailar como antes. Para él bailar nunca fue un problema, lo desagradable venía después, comenzaba con los aplausos y las risas y terminaba en la cama. La danza siempre fue liberadora.

No veía las caras enmascaradas de los espectadores cuando bailaba, en ese breve instante se abstraía, era solo él moviéndose al compás de la música. Hasta que conoció a Karel.

Nunca llegó a decírselo, pero hubo un tiempo en que bailaba para él, para deleitarlo con sus pasos, para luego ver la admiración en los ojos del hechicero.

—Bien, tú me avisas cuando comienzo —le dijo Karel.

Lysandro tomó uno de los sillones cubierto de cojines y mantas y lo acomodó de tal forma que quedara un amplio espacio en la habitación.

—Siéntate —le pidió al hechicero. Exhaló varias veces y se preparó mentalmente—. Ahora, puedes comenzar.

—¿Bailarás? —preguntó por fin, Karel, con un brillo de sorpresa en los ojos verdes. Lysandro asintió. Con las cejas enarcadas, volvió a preguntar—: ¿Bailarás para mí?

Lysandro sonrió más y asintió de nuevo, comenzaba a emocionarse al ver la expectación con la que lo miraba Karel. El hechicero llevó la flauta a los labios e inició con una nota baja y grave que poco a poco ganaba cuerpo y cadencia, haciéndose más aguda, ascendiendo.

Lysandro empezó a moverse. Extendió los brazos a los lados y los balanceó como si fueran ondas, luego hizo lo mismo con su cintura y cadera, dio un giro y se despojó del abrigo. Sin dejar de cimbrearse y de espaldas a Karel, también se quitó la camisa raída de lino.

La música había comenzado su ascenso, así que Lysandro se balanceó mas rápido, dobló la cintura hacia atrás y giró la cabeza hasta poder ver a Karel, agitó un poco los hombros y se irguió, se dio la vuelta para quedar de frente a su músico y único espectador. Bailaba siguiendo el ritmo de la melodía, ya solo tenía puesto el pantalón cuando se soltó el cabello negro.

Como un gato depredador, cimbreando caderas y mirándolo fijamente, fue acercándose a Karel, que tocaba la flauta con las mejillas encendidas. Lysandro sonrió complacido al ver el deseo brillar en los ojos verdes. Subió el pie y lo colocó en la orilla de la silla, entre las piernas del hechicero. Volvió a mover brazos y torsos en ondulaciones sugerentes, hasta doblarse hacia atrás y regresar hacia adelante, acercándose tanto como si quisiera besar al músico, que no despegaba los ojos de los suyos.

Lysandro bajó el pie de la silla y se giró para continuar el baile; sin embargo, la música cesó abruptamente. El calor del cuerpo de Karel detrás del suyo lo abrasó. La dura erección del hechicero, presa en el pantalón, le quemaba la parte baja de la espalda cuando esté se pegó a él. Las manos le aferraron la cintura, la boca húmeda y ansiosa fue a posarse en su cuello para recorrerlo de arriba abajo, dejando un camino de besos.

Al bailarín se le escapó un gemido, fue a girarse y, sin embargo, Karel no lo permitió. El hechicero barrió hacia adelante la negra cortina de cabello, dejando la nuca expuesta y empezó a besarlo allí, en el lugar donde nacía el pelo. Deslizó los labios hacia abajo, dejando huellas de besos hasta el sitio entre los omóplatos.

Lysandro abrió la boca para poder respirar mejor, sentía que se ahogaba. Cada beso desataba un estremecimiento que le recorría el cuerpo, semejante a un latigazo, y le erizaba el vello. Mientras lo besaba en la nuca y los hombros, con las manos le acariciaba el abdomen y los pectorales. Karel tomó uno de los pezones, rosados y erectos, y comenzó a frotarlo entre el índice y el pulgar. Lysandro gimió de nuevo, quería girarse, deseaba besarlo, pero cuando trató de hacerlo, la mano que se había mantenido en su cintura, se deslizó dentro del pantalón y se enrolló alrededor de su pene; en consecuencia, Lysandro se olvidó de voltearse y jadeó más alto. Necesitaba apoyar las manos en algún sitio, estaba temblando y sentía que si Karel lo soltaba, se caería. Así que, caminó hasta la mesa que tenía enfrente y apoyó las manos en la orilla.

La erección incrustada entre sus nalgas cada vez estaba más dura, y el pecho contra su espalda, más ardiente. Karel cerró la boca en su hombro y lo mordió, apartó de nuevo el cabello a un lado y le lamió el cuello, mientras la otra mano continuaba la deliciosa labor de masturbarlo. Lysandro se mordió el labio inferior, cerró los ojos y se apoyó más en la mesa hasta inclinarse un poco sobre ella. El hechicero aprovechó y le desató el pantalón que cayó a sus pies.

Sintió frío en la parte inferior del cuerpo, luego una caricia seguida de la mano, cerrándose con fuerza en una de sus nalgas.

—¡Ah, Karel! —suspiró estremeciéndose de placer.

El hechicero se inclinó sobre él y le mordisqueó el lóbulo de la oreja antes de susurrarle al oído.

—En estos diez años no sabes cuantas veces he fantaseado con volver a verte bailar. —La lengua de Karel le lamió la oreja y Lysandro volvió a estremecerse—, con tenerte de esta forma.

La mano que le apretaba la nalga lo soltó. El hechicero empezó a introducirle un dedo y cuando este cupo, entonces metió otro. Lysandro apretó el borde de la mesa hasta que los nudillos se le pusieron blancos, se remojó los labios que sentía secos y giró un poco la cabeza buscando a Karel, que acercó la suya y finalmente lo besó en la boca.

Fue un beso apasionado, caliente, brusco y rápido. Karel se separó y continuó con su labor hasta lograr introducir un tercer dedo, luego los sacó y entonces, Lysandro sintió la punta ardiente y mojada deslizarse entre sus nalgas, humedeciéndolo primero, entrando poco a poco luego, mientras el hechicero lo agarraba fuerte de la cintura y él continuaba inclinado sobre la mesa, apretando los dientes.

Cuando, finalmente, el miembro de Karel entró, el hechicero suspiró y deslizó la mano por toda la espalda de Lysandro, de abajo arriba, hasta cerrarla alrededor de su pelo. Tiró un poco de él y Lysandro se arqueó hacia atrás, Karel se acercó y al oído le susurró con voz grave y ronca:

—Te amo —Y comenzó a embestirlo.

Cada embestida lo empujaba hacia adelante. Karel tiraba de su cabello manteniéndolo en posición, pero cuando lo soltó, sin remedio, volvió a inclinarse sobre la mesa. Embestida tras embestida, Lysandro fue inclinándose hasta el punto de tener la mejilla pegada a la madera y los brazos extendidos sobre esta. Una de las manos de Karel le acariciaba el cabello, en tanto la otra continuaba en su cadera, fijándolo en el sitio mientras lo penetraba con fuerza.

De pronto, Karel paró, Lysandro se levantó de la mesa y giró un poco el rostro.

—¿Qué sucede? —preguntó ansioso.

—Nada, amor —Karel le mordió el hombro—. Aguanta un poco, ¿sí?

De nuevo, Karel tomó sus pezones y comenzó a darle vuelta entre los dedos, mientras permanecía dentro de él sin moverse. Lysandro cerró los ojos hasta que comenzó a desesperarse, sentía el pene duro y caliente dentro, deseaba moverse, quería correrse, así que el mismo se deslizó hacia adelante para luego empujarse hacia atrás.

—¡No hagas eso, amor! —Karel le dio una nalgada.

Lysandro gimió, el golpe, aunque suave, ocasionó una deliciosa descarga, estaba muy cerca del orgasmo.

—¡Karel, no puedo más! —suplicó con los ojos húmedos.

El hechicero se rio entre dientes y le dio varios golpecitos en el pene.

—Realmente estás muy duro.

Volvió a torturarle los pezones, a morderle el hombro, a chuparle la oreja. Lo tomó del pelo y tiró suavemente de este hacia atrás, Lysandro se arqueó, entonces Karel salió de su cuerpo y volvió a entrar con fuerza. Aquello lo tomó por sorpresa. Karel lo penetraba duro y profundo mientras tiraba de su cabello, a la tercera embestida, Lysandro se corrió entre gemidos altos. Un instante después, también lo hizo el hechicero.

Finalmente, Karel salió de su cuerpo. Lysandro se giró y, con la respiración entrecortada, lo besó en los labios, descargando en el beso toda la urgencia que había sentido antes. Cuando se separaron, Lysandro enarcó una ceja y sonrió de lado al verlo. El hechicero continuaba vestido, apenas si se había bajado un poco el pantalón.

—¡Fueron muchas las ganas, ¿eh?! —dijo Lysandro, todavía temblando.

—¿Y eres capaz de reírte? —le replicó el hechicero, con la respiración desacompasada—. ¡Lo tenías todo premeditado! ¡Fui tu víctima!

Lysandro rio con ganas y luego se mordió el labio.

—¿Víctima? ¡No te escuché suplicar!

—No, quien suplicó fue otro.

Karel lo abrazó por la cintura y le dio un beso profundo y apasionado. Las manos aún ardían cuando empezaron a recorrerle los costados de su cuerpo. Si continuaba tocándolo y besándolo de esa forma, pronto volvería a excitarse.

—¡Eres sorprendente! —le dijo el hechicero luego de soltarlo—. Jamás creí que te vería bailar así otra vez. Gracias.

—Nada que agradecer, tenía muchas ganas de hacerlo. —Lysandro sonrió y se pegó más a su cuerpo, acurrucándose entre sus brazos—. Empiezo a tener frío.

Karel lo abrazó.

—Vamos a la cama. Mañana por la mañana pediremos un baño con agua tibia.


***ULTIMA PARTE DISPONIBLE

Continue Reading

You'll Also Like

25.6K 3K 30
Vhariah Iner es lo que se puede definir como un "chico de casa": amable y tranquilo. Su vida girando entorno a su familia, amigos y la escuela. Pero...
982 53 14
Fecha:07/08/23 Fanfic:The penthouse (Mirage) Créditos:A quien le correspondan Eung-Yeong:las apariencias a veces engañan pero nunca nos damos cuenta...
63.6K 5.7K 13
-Dicen que extorciona a viejos ricachones. -Otros dicen que vende su cuerpo. -Es un completo zorro astuto. Rumores de distintos disparates eran murmu...
727K 100K 129
Adulto joven muere y reencarna en un dragón de fuego y rayo. la sinopsis sera actualizada en el futuro.