Capítulo VIII: Por más que quería, no podía zafarse, no podía escapar

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La lluvia y los truenos se confundían con el clamor de la multitud

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La lluvia y los truenos se confundían con el clamor de la multitud. Decenas de personas de expresiones feroces lo rodeaban, pedían a voz en grito la muerte del traidor. Lysandro sentía en la cara la humedad y no podía distinguir si era debido a la lluvia o a sus lágrimas desesperadas. Empezó a correr para tratar de llegar hasta el hombre que, arrodillado, aguardaba por la sentencia.

Corría y mientras lo hacía sus pies se hundían en el fango, no podía avanzar.

Gritaba y la voz no salía. Nadie lo escuchaba, nadie lo miraba excepto el hombre condenado. Los ojos negros se fijaron en los suyos y sonrió. Aún lo hacía cuando el hacha le cortó el cuello.

Entonces intentó correr de nuevo y esta vez muchas manos lo tocaron, lo agarraron, intentaban sumergirlo en el fango y él, por más que quería, no podía zafarse, no podía escapar.

Despertó bañado en sudor y lágrimas.

Se sentó en la cama y, poco a poco, fue tranquilizándose. Se secó la humedad con las mantas y alisó su cabello hacia atrás, halándolo con fuerza en el proceso hasta hacerse daño, hasta que el dolor calmó el otro, el que llevaba en el alma. Entonces escuchó las risas.

Apartó las mantas y se levantó. Vestía solo un pantalón de lino crudo, sobre el pecho se colocó un abrigo de lana delgado sin abrochar y salió a la pequeña salita de donde provenían las voces alegres.

—¡Ah, Dormilón! Por fin despiertas —le saludó con una sonrisa Brianna, la joven a quien llamaban Gylltir.

—Llegó agotado anoche. —Se abrazó a su torso Cordelia—. Por fortuna es día del sol y hoy ninguno de los dos trabajará.

—Cordelia ha horneado panecillos de miel —dijo alegre, Brianna.

Lysandro se sorprendió, la miel era bastante costosa por lo que su hermana muy poco preparaba postres.

—¿De miel?

—Así es —le contestó Cordelia ofreciéndole uno—. Brianna la ha traído.

La joven sonrió y le dio un gran mordisco al que sostenía en sus manos.

—Ha sido un regalo y pensé en compartirlo con ustedes. Sé que te encantan los dulces, Lysandro.

Y era cierto. Los dulces eran su comida favorita, aunque fueran un gusto que no se podía dar a menudo. El joven devoró el panecillo: esponjoso en el centro, cubierto de una capa crocante y espolvoreada con trocitos de nuez en la superficie.

—¿Tienes planes para hoy? —preguntó a la visitante mientras acariciaba la cabeza de su hermana sin dejar de morder el postre.

—Tenía pensado ayudarlos con el huerto.

Brianna dijo aquello con una gran sonrisa en el rostro. Al joven siempre le sorprendía la muchacha. ¿Cómo podía estar a toda hora tan feliz? Siempre en su boca había alguna palabra amable, todo el tiempo estaba dispuesta a ayudar. Era como si no compartieran la misma realidad.

El amante del príncipeWhere stories live. Discover now