Capítulo LXV: "¡Yo no tengo rey!" (II/II)

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Volvía a estar en un calabozo, la oscuridad, la humedad y la frialdad eran las mismas, pero él no

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Volvía a estar en un calabozo, la oscuridad, la humedad y la frialdad eran las mismas, pero él no.

A diferencia de cuando Viggo lo apresó, ahora Lysandro estaba tranquilo, la paz de su corazón solo la perturbaba la tristeza que vio en los ojos de Karel cuando los soldados se lo llevaron.

Odiaba pensar que por su culpa el hechicero era infeliz, pero lo que había hecho les daría tranquilidad a ambos y valía la pena todo el sacrificio. Estaba seguro de que con el tiempo, Karel lo entendería y cuando él muriera, poco a poco, lo superaría, aunque el recuerdo de lo que habían vivido siempre estuviera en su corazón.

Cerró los ojos. Sentado contra la pared de piedra fría y húmeda, se quedó dormido. Despertó cuando un soldado abrió la reja para darle la comida.

Aquella rutina se repitió unas siete veces más. Debido a eso, llegó a la conclusión de que era el número de días que llevaba en la celda. Ni una vez Karel fue a verlo.

No saber nada de él, empezaba a angustiarlo. ¿Estaría Karel tan enojado que no quería verlo? Matar a Viggo los había separado para siempre y aunque estaba consciente de que eso pasaría cuando tomó la decisión, también sabía que le ocasionaría una pena muy honda, pero era la única manera de que Viggo lo dejara en paz.

Esa no era su única preocupación. A menudo le asaltaba el pensamiento de que hubiera pasado algo y que Karel se encontrara en problemas. Tal vez Oria decidió juzgarlo por aquella acusación que Viggo lanzó contra él. ¿Y si lo exiliaron?, o peor, ¿y si también era un prisionero en esa misma mazmorra? Por más que trataba de apartar los pensamientos ominosos, estos siempre hallaban la manera de colarse en su mente y socavarla.

La reja de hierro volvió a abrirse, un soldado deslizó un cuenco de barro con comida.

—¡Esperad! —suplicó Lysandro. Ya antes le había preguntado a otros guardias y ninguno le había respondido, aún así, volvió a intentarlo—: ¿Podéis decirme si el príncipe Karel está bien, por favor?

El soldado no respondió y Lysandro agachó el rostro, se mordió el labio invadido por la ansiedad.

Tampoco sabía que sería de él. Al principio creyó que lo juzgarían y condenarían, después de todo, asesinó a sangre fría al rey. Pero el tiempo continuaba transcurriendo y su rutina seguía igual, nada pasaba, ni siquiera lo habían juzgado.

¿Y si La Señora lo reclamaba? Viggo le dijo que lo hizo, quizá ese sería su destino, volver a ser un esclavo.

Se suicidaría, no volvería a serlo jamás.

Se había quedado dormido en el suelo, tumbado de costado, cuando alguien lo zarandeó. Lysandro abrió los ojos y vio sobre él una sombra negra. Asustado, se echó hacia atrás para escapar y chocó contra la pared húmeda y rocosa.

—¿Qué queréis? ¿Quién sois?

Una mano, también negra, salió del interior de la capa y le tocó el hombro, Lysandro la apartó de un manotazo.

El amante del príncipeWhere stories live. Discover now