Capitulo LX: "Siempre te voy a amar"

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Lysandro salió del salón y recorrió los corredores atestados de soldados, algunos arrastraban a esclavos para interrogarlos

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Lysandro salió del salón y recorrió los corredores atestados de soldados, algunos arrastraban a esclavos para interrogarlos. Los nobles deambulaban a paso rápido cubriéndose el rostro y secando sus lágrimas con pañuelos de seda, ninguno le prestaba atención, tampoco él lo hacía. Era como si no estuviera allí, su cuerpo no le pertenecía.

De algún modo llegó a la habitación de Karel. Dos guardias a cada lado custodiaban la puerta. Lysandro les mostró el anillo de oro en su cuarto dedo que lo acreditaba como escudero del príncipe y, entonces, lo dejaron entrar.

La habitación se encontraba suavemente iluminada por el resplandor de las velas y calentada por los braseros. Las ventanas que daban al jardín se hallaban cerradas y las cortinas bermellón corridas. La princesa, más pálida que nunca, se encontraba sentada en un diván al lado de Karel. Lysandro se detuvo en el umbral, deseaba ver al hechicero, pero temía que Jonella se molestara.

El príncipe reposaba en el centro de la cama, envuelto en un resplandor de energía violeta.

Lysandro se acercó a paso lento, el corazón le latía con fuerza, era increíblemente doloroso verlo en ese estado.

—Alteza. —Hizo una escueta reverencia frente a ella y esperó que no lo echara.

—Está muy débil —le dijo Jonella en un susurro, poniéndose de pie—. He hecho todo lo que está a mi alcance, pero...

Los labios de la princesa temblaron y dos gruesas lágrimas rodaron por las mejillas, donde había un sin fin de huellas que el llanto ya había dejado en ellas. Sin previo aviso, Jonella se arrojó a los brazos del escudero y se aferró a su cuello. Lysandro, sorprendido, dudó; sin embargo, le abrazó la espalda y luego deslizó la mano por su cabeza, acariciándole el cabello a manera de consuelo.

—Ya no sé qué más hacer —sollozó la princesa.

—Habéis hecho mucho manteniéndolo con vida, Alteza.

Ella se soltó de él y se separó un par de pasos. Lo miró con la boca apretada en una fina línea.

—¿Queréis estar con él? Os dejaré un momento a solas.

Lysandro asintió y Jonella caminó a la antecámara. Cerró las puertas para darles privacidad.

Caminó temblando y se sentó en el borde de la cama, al lado de Karel. Lysandro observó su rostro: los ojos cerrados, los labios rosados relajados, era como si solamente durmiera. Apretó su mano y a pesar del calor que irradiaba la energía violeta, estaba fría.

—Karel, ¿me escuchas? —le preguntó con la voz entrecortada.

Lysandro apretó los ojos y dos lágrimas cayeron en sus manos. No pudo contenerse más y se abrazó a él, llorando, desconsolado.

—¡Te amo, te amo, te amo! ¡Siempre te voy a amar! ¿Me estás escuchando? —Lysandro se separó de su pecho y miró su rostro moreno, con ternura empezó a peinar hacia atrás los cabellos castaños—. Tú me devolviste la vida, por ti volví a reír, mi hermoso príncipe hechicero, ¿qué voy a hacer sin ti? ¿Recuerdas? Soy tuyo hasta mi último aliento. —Deslizó los dedos por sus mejillas, luego delineó el contorno de sus labios. La desesperación era un enorme agujero en su pecho que estaba tragándoselo todo—. ¡No me dejes, Karel! —Volvió a abrazarse a él, ya sin poder controlar el llanto, ni la angustia. En medio de las lágrimas volvió a suplicarle al oído—: ¡Por favor, respóndeme! ¡Dime que me estás escuchando, mi amor! ¡Quiero decirte que te amo, te amo!

El amante del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora