Capitulo XIV: "Yo nunca..."

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—Florecita, ¿estás listo? —El kona entró sin avisar

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—Florecita, ¿estás listo? —El kona entró sin avisar.

Lysandro apartó el vaso con agua de sus labios, suspiró apesadumbrado y giró a verlo.

—Acabo de terminar mi presentación.

Sluarg se acercó a él, mirándolo de manera lasciva, lo acorraló contra la pared. Luego se presionó a su cuerpo, hundió la nariz gruesa en el blanco cuello y aspiró profundamente.

—Y, como siempre, ha sido ¡tan sugerente! —La mano del protector de esclavos acarició el costado de su cintura de arriba abajo varias veces mientras le besaba el hombro descubierto.

—¡Quítate de encima! —El esclavo lo empujó hasta que el otro se apartó.

—Te quieren afuera —le contestó el kona, saboreándose los labios y con el deseo llameando en los ojos—. Si no fuera porque ya tienes un cliente... ¡Ah! ¡Creo que vendré a visitarte antes del alba, cuando ese ricachón se haya ido!

—¿Afuera? ¿En los jardines? —El otro asintió. A Lysandro el hecho le pareció raro. Nunca salía de los contornos del Dragón de fuego. Lo más lejos que hubo llegado en los ocho años que llevaba siendo esclavo, era hasta su casa ubicada en la parte trasera de la edificación, y jamás ningún cliente lo había citado afuera. Aquello le causó desconfianza—. ¿Quién?

—¿Acaso eso importa? Estás aquí para complacer, no para preguntar. Luces delicioso así, sin camisa, pero han pedido que te vistas. ¡Ah!, y zapatos. Apresúrate.

Por un momento el joven pensó en negarse. A veces algunos clientes tenían ideas extrañas y peligrosas. Si bien era cierto que ninguno de ellos tenía la potestad de herirlos, también lo era que si pagaban lo suficiente la Señora lo consentiría. Después de todo estaba ahí para complacer, tal como había dicho Sluarg, ¿y qué era la vida de un esclavo comparada con un puñado de oro?

El hoors tomó del arcón una camisa blanca de lino y miró de soslayo al protector, este sonrió burlón.

—¿Qué pasa? ¿Tienes miedo? No dejaría que nada malo le pasara a mi favorito y más cuando tenemos una cita antes del alba. —Al terminar, soltó una carcajada—: Ahora vamos, no quiero que hagas esperar al cliente, niño.

Lysandro exhaló e hizo como Sluarg quería. Salieron afuera del edificio de piedra rojiza por la puerta principal. Se sentía extraño caminar en medio de aquellas estatuas de mujeres aladas que, a la luz de las antorchas, parecían querer darle un ominoso mensaje.

Continuaron hasta alcanzar uno de los costados y llegaron a un pequeño camino, casi oculto entre los árboles. La calzada terminaba frente a los altos muros que rodeaban al Dragón de fuego. Para sorpresa del esclavo allí había una pesada puerta de madera. El enorme cerrojo de hierro estaba descorrido y la hoja entreabierta. El muchacho volteó a ver al kona, quien lo contemplaba con una pequeña media sonrisa. Con la cabeza le indicó que entrara.

El amante del príncipeWo Geschichten leben. Entdecke jetzt