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Por lacanciondeapolo

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Carter Davis sólo tiene una cosa en mente: aprovechar las vacaciones de verano para olvidar a su ex. Ha alqui... Mais

Introducción.
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Epílogo.
Nota de agradecimiento.
Extra | Especial de Año Nuevo.

75.

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Por lacanciondeapolo

Carter.

Mi madre tiene suerte de tener una hermana maquilladora, porque me parece que no ha dormido ni una hora esta noche.

A las cinco de la mañana, le escribí un mensaje sin acordarme de qué hora era; sin duda, la emoción de tener el billete de Aiden en el ordenador me hizo perder la noción del tiempo. «Ya sé que te dije que podías quitar el sitio de Oliver en la mesa, pero ¿te importa si traigo a un amigo a la boda?». Al ver el reloj en la esquina superior derecha de la pantalla, pensé que la respuesta llegaría —si llegaba, pues mi madre iba a tener cosas más apremiantes que mirar el móvil— a las nueve o diez. No obstante, recibí una notificación tres minutos después: «Por mí genial, cielo, ya me lo presentarás».

Ahora, saliendo por la puerta del Aeropuerto Internacional de Chicago-O'Hare, pienso en lo extraño que es que vaya a presentar a Aiden a mi familia. Por más que me acompañe en calidad de amigo, mi madre no va a caer en esa mentira y una boda es una celebración algo íntima. Quizá también me choca lo mucho que me ha costado echar a Oliver de mi sistema y lo fácilmente que se ha colado Aiden en mi corazón. Es lo que mejor hace él, supongo. Colarse en las vidas de la gente esgrimiendo una sonrisa y guiñando un ojo.

Sin embargo, antes de conocer a los Davis, es hora de que le presente a Mia. La ubico entre las decenas de conductores asalariados de hoteles y taxistas que sujetan carteles con las manos. Ella nos recibe con algo mucho mejor que un cartel: un abrazo. Los famosos abrazos asfixiantes que he echado de menos a lo largo de este mes. Me saluda a mí primero.

—Carter, te odio muchísimo —dice, estrujándome—. No sabes lo largas que se me han hecho estas semanas. Pensaba que jamás volverías... y —deshace el abrazo para señalar inquisitivamente a Aiden— debes de ser el culpable.

Él se defiende sonriendo. En un milisegundo, Mia cambia su cara de acusación por su expresión de emoción absoluta y se lanza a los brazos de Aiden para saludarle.

—¡Por fin! —exclama—. Me estaba cansando de oír cosas fabulosas todo el día sobre ti y sobre tu culo. ¡Al fin nos conocemos! Déjame decirte, las fotos no te hacen justicia. —Por si acaso todavía no estaba lo suficientemente horrorizado, va Mia y añade—: Las tuyas, no las de tu culo... que no he visto en caso de que haya. La verdad, prefiero no saberlo.

Aiden se echa a reír. Mia tiene ese efecto.

—Encantado de conocerte, Mia.

—Igualmente, guapetón. Espero que hayas traído traje.

—Tengo uno en la maleta —dice Aiden—. Pero no puedo prometer que esté en condiciones para ponérmelo.

—Claro que sí, nada que no arregle una plancha. El que me preocupa es... —Se gira hacia mí y me asesina con la mirada—. Carter, te juro que pienso asesinarte como no tengas a mano un traje. Y no un traje cualquiera; tiene que ser uno que te quede tan bien que tenga que ir a buscar una fregona con urgencia para limpiar todas mis babas.

—Que sí, pesada —respondo—. Estoy bastante seguro de que hay uno en perfectas condiciones nada más abrir mi armario. —Me lo pienso y digo—: Sesenta por ciento seguro.

Mia parece escandalizada.

—¡¿Cómo que sesenta?! —chilla.

—Es broma, ya verás como está ahí cuando lleguemos.

Me mira con desconfianza, pero no dice nada más (por ahora). Recupera su buen humor sólo con mirar a Aiden y nos lleva en coche hasta casa, lanzando miradas furtivas de vez en cuando a través del espejo interior.

—Nada de enrollarse en la parte de atrás —avisa.

—Yo estoy mirando por la ventana —protesta Aiden.

—Ya lo sé, guapo, lo digo por el otro. No me fío de él.

Se me forma un nudo en la garganta al entrar en las calles de mi urbanización. Todo sigue exactamente igual a como lo dejé en las vacaciones de invierno, sólo que ahora he traído un pedacito de San Diego conmigo. De alguna forma, he conseguido tener —aunque sea por unos pocos días— lo mejor de ambos mundos. Aunque hace un mes me pareciera imposible, todo apunta a que me he reconciliado con la vida y el destino a tiempo para la boda. Tengo una buena sensación.

Mia insiste en ayudarnos a llevar las maletas al interior de mi casa, por lo que busco las llaves en mis bolsillos para ir abriendo la puerta. Noto que Aiden se pega mucho a mí, como si quisiera camuflarse a mis espaldas. Me imagino que el pobre debe estar nervioso. Giro una vez más la llave.

—Bienvenido a mi casa —le digo.

Sonríe, pero se queda callado, como si le diera vergüenza decir algo inconveniente y estuviera mi madre esperando al otro lado de la puerta. Conociéndola, dudo que esté aquí.

Lo confirmo en cuanto bramo su nombre por el hueco de la escalera. Al no recibir contestación desde ninguna de las plantas de mi casa, asumo que no está. Mia asiente.

—Me parece que se ha ido hace un rato. No me he enterado de la mitad de las cosas que tenía que hacer, pero incluían peluquería, manicura, cita con el sastre...

—¿Cita con el sastre? —bromeo—. Pobre Frank. El día de su boda y mi madre ya está teniendo una cita con otro tío.

—Veo que no has dejado el terrible sentido del humor en la residencia —dice Mia, y pone los ojos en blanco—. Bueno, pues eso, que cuando estéis listos tenéis que ir al local donde se hace la ceremonia. ¿Tienes la dirección del sitio?

—Sí. Me la mandó hace semanas por email.

Mia parece conforme. Vuelve a abrir la puerta.

—Vale, pues no lleguéis tarde —me avisa.

—Tendrían que matarme —prometo—. Y, aun así, encontraría la forma de arrastrarme para acompañarla al altar.

—Mejor intenta ir vivo, ¿sí?

—Comprendido.

—Genial, pues luego nos vemos. —Se dispone a irse, pero antes de salir me mira de nuevo—. Si no encuentras un traje, me avisas. Para asesinarte, digo, porque no creo que a estas alturas podamos encontrar ningún sitio donde alquilar uno.

—Me ha quedado clarísimo. ¡Hasta luego!

Aiden y Mia se despiden con una sonrisa cómplice y yo trago saliva. Parece que mi vida depende de encontrar el traje. Juraría que está, así que espero que no acabe descuartizado a manos de mi mejor amiga por un fallo tonto. Por si acaso, lo mejor es ir cuanto antes a mi cuarto a buscarlo.

—Ven, que te enseño mi habitación. —Agarro la mano de Aiden y me lo llevo escaleras arriba, al segundo piso.

Me entra el pánico a medida que subimos los últimos escalones; como tuve que madrugar el día que me fui en enero, dejé a mi madre a cargo de cambiar las sábanas, lo cual significa que no sé cuáles estarán puestas. La mayor desventaja de vivir con tu familia a cierta edad es que sigues teniendo la misma cama, por lo que ahora mismo es cuestión de azar que estén puestas las sabanas beis minimalistas o las de Toy Story 3 que me regalaron con diez años.

—Guau —dice en cuanto llega a mi cuarto.

Enarco una ceja. Espero que no sean las de Woody y Buzz Lighyear, porque desde aquí no puedo verlas.

—¿Guau? —El miedo en mi voz es perceptible.

Casi puedo oír las primeras sílabas de «escucha, me tengo que ir, hay una urgencia; aún no sé cual, pero cualquiera que me sirva para huir de un universitario que tiene sábanas con la portada de una película de animación». Pero todo está en mi imaginación, porque lo que de verdad dice es:

—Me encanta cómo tienes decorada tu habitación. No esperaba ver tantos cuadros. ¿Te gusta el arte?

Sonrío aliviado al ver que el cuarto está impoluto.

—Son míos. Me pasé los últimos años del instituto pintando y tomando clases para mejorar. Era mi forma de deshacerme del estrés antes de retomar el surf en la universidad. No son gran cosa, pero igualmente decidí col...

—Cierra el pico, están genial.

Le dejo que curiosee por la habitación y vea los cuadros con mayor detalle. Mientras que Aiden contempla uno de mis últimos autorretratos, me quedo mirándolo a él. Llevo años sin tocar mis pinturas, pero sólo con ver su cara quiero buscar un pincel y ponerme con un lienzo.

—¿Por qué me miras así? —pregunto. Aiden no aparta la mirada de mi rostro, como si pasara algo.

—Simplemente estoy impresionado —dice, y pausa para besarme—. Hay tanto que no sé sobre ti todavía.

Mi pulso se acelera.

—Lo sabrás todo.

—Eso espero. ¿Me ayudas a deshacer la maleta? —pide.

—Claro.

Buscamos el traje de Aiden entre sus cosas. Como era de esperar, el suyo está en perfectas condiciones. No hace falta que me diga que lo planchó hace poco, como tampoco necesito que me confirme que lo trajo para una tener una cita con su ex. Prefiero quedarme con que lo va a usar ahora conmigo. Eso sí, más vale que el mío aparezca.

—¿Tienes miedo de que no esté ahí? —inquiere.

Miro el armario.

—Si no lo está, tendrás que volver a San Diego a esparcir mis cenizas el próximo semestre.

—Siempre tan dramático.

—Oh, no sabes de lo que Mia es capaz. Te apuntaré algunos sitios bonitos desde los que lanzarlas. Lanzarme. Preferiblemente al atardecer. Así podré sentirme como un pájaro.

—Anda, deja de ser tan pesimista y ponte a buscar.

Afortunadamente, al abrir las puertas del armario nos reciben una camisa blanca, una chaqueta y unos pantalones de traje. Aiden descuelga las prendas de las perchas por mí y las deja con cuidado encima de la cama. Parece que estoy a salvo. Mucho me habría extrañado que alguien hubiera sacado mi ropa formal después de la boda del año pasado.

—Si en estos momentos me concedieran mi último deseo —dice—, elegiría verte con ese traje puesto.

Esas palabras me dejan fuera de combate.

—Siempre sabes qué decir.

—En otra vida fui poeta, no tengo ninguna duda.

—Pues parece que compartimos deseo. Ponte el tuyo.

—En cuanto te pongas tú el traje.

—¿A la vez? —ofrezco.

—Acepto.

Aprovechando que estamos solos, le hago un tour por la casa. Le enseño la casa en la que crecí, las esquinas donde se crearon recuerdos en mi infancia —entre ellas, la esquina de una mesa en la que me hice una brecha— y, cuando hemos terminado, volvemos a la habitación para cambiarnos.

—¿Ahora qué? —pregunta con el traje puesto.

Estoy tentado a reciclar su broma de ayer y decirle «ahora nos casamos». Porque verle así, tan increíblemente guapo, hace que respirar esté sobrevalorado. En cambio digo:

—¿Ahora? —Le tiendo la mano—. Nos toca ir a la boda.

¡Hola a todos!

¿Qué tal el capítulo (y ese maravilloso encuentro de los tres)?

Siento decir que esto se acaba. Quedan dos capítulos y un epílogo, lo que significa que...

*redoble de tambores*

La semana que viene se acaba Off-shore.

Lo sé, muy triste 😞

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