La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 151

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By marlysaba2



Natalia había pasado toda la mañana haciéndose las pruebas. Comió algo rápido en cafetería con Teresa, y se marchó a casa, ante la sorpresa de ésta que comenzó a temer por su salud de nuevo. Pero a Natalia la movían otros motivos. Estaba firmemente decidida a dar un nuevo rumbo a su vida, e iba a comenzar por tomarse alguna tarde libre y pasarla con Mara. Su madre tenía razón, la niña estaba triste por la muerte de su abuela y el cambio en su vida y ella apenas le dedicaba tiempo para explicarle todo y hacerla sentir mejor. Entró con la intención de paras la tarde con ella. Fue a su cuarto creyendo que estaría allí pero no la encontró, se encaminó al cuarto de vigilancia y le preguntó al chico que controlaba las cámaras.

- Hace un momento salió al jardín con el perro.

Natalia sonrió, era increíble como le gustaban los animales a esa pequeña. Salió en su busca, pero apenas había descendido la rampa de acceso a la vivienda, comenzó a sonar su teléfono. Era Cruz. Su corazón se aceleró pensando en la conversación que había tenido hacía unos momentos con ella.

- ¿Ya hemos terminado?

- Si. Nat. Ya están todas las pruebas. En cuanto tengamos los resultados sabremos a qué se debe ese cansancio aunque imagino que se trata de un desajuste del tratamiento, posiblemente tendremos que subir la dosis.

- ¿Otra vez?

- Ya sé que es duro y que te sienta mal pero tus riñones no terminan de funcionar como debieran.

- Vamos que me vaya haciendo la idea de que es eso.

- Sí. Lo más lógico es que sea eso.

- En fin...

- ¿Te vas a casa?

- No. Como con Teresa.

- Deberías irte a descansar.

- Sí. Después de comer pienso tomarme la tarde libre.

- Así me gusta. Si me hicieras más caso, ya estarías mucho mejor.

- Con el juicio apenas he podido descansar.

- Pero ay ha pasado y ahora lo importante es que te centres en tu recuperación total y comiences los ejercicios.

- Ya... eh... Cruz... ¿me has pedido tóxicos?

- No. ¿Por qué? – la interrogó con la mirada preocupada - ¿sospechas que han vuelto a las andadas? ¿te has notado algo más que no me has dicho?

- No. Es que... nada son... tonterías mías.

- ¿Qué pasa Nat?

- Nada. Que... me extrañaba estar tan cansada y... me dio por pensar si no estaríamos otra vez como antes.

- No creo que debas preocuparte por eso, el cansancio seguro que se debe a lo que te he dicho.

- Eh... otra cosa Cruz... ¿hablaste ayer con Vero?

- No. ¿Por qué?

- Por... por nada – sonrió y rápidamente buscó una salida - Me comentó algo de un caso de una niña y...

- Sí la chiquilla que le amputaron la mano. Pero no tienes que preocuparte está todo controlado.

Cruz no había hablado con Vero. Unas cosquillas en el estómago la hicieron tomar una decisión.

- Cruz. Pide la prueba de tóxicos.

- Tendré que sacarte sangre de nuevo.

- Hazlo.

- ¿Seguro que no me ocultas nada?

- Es que no me fío. Desde que me contasteis todo lo que me habían hecho... no me fío ni de mí misma.

- Si así te quedas más tranquila, yo te la pido.

- Y cuando estén los resultados llámame, sea la hora que sea.

- Tranquila, pero ya verás como son todo, imaginaciones tuyas, y no te juzgo porque vaya culebrón en el que te has visto envuelta.

El teléfono seguía sonando y Natalia se apresuró a responder.

- Cruz, dime.

- Soy Vero, Nat.

- ¿Vero? ¿qué haces con el teléfono de Cruz?

- Ni tengo su teléfono, ni la he visto en todo el día – rió – ¿se puede saber en qué piensas? Me habían dicho que estabas en casa ¿no te habré despertado de la siesta?

- No. Solo... paseaba por el jardín y... antes me ha llamado Cruz y no me ha dado tiempo a cogerlo y... al oírlo de nuevo he dado por hecho que sería ella.

- Pues no. Soy yo. Quería saber si sigue en pie la cena de esta noche.

- No. Me voy a quedar en casa.

- Podemos cenar allí.

- No. Quiero acostarme temprano – le dijo secamente.

- ¿Estás enfadada por algo?

- ¿Por qué iba a estar enfadada?

- No sé. Esta mañana eras toda amabilidad y estabas deseando que salieramos esta noche y ahora... estás muy seca.

- Me he pasado toda la mañana de un lado a otro con las pruebas y estoy cansada eso es todo.

- ¿Tienes ya algún resultado?

- No.

- Bueno, pues te dejo descansar. Ya te llamo mañana.

- Mañana tampoco podré salir.

- No me refería para salir, me refería para saber qué tal las pruebas. ¿Se puede saber qué te pasa?

- Vero no puedo seguir de charla que estoy ocupada.

- Vale. Hasta mañana

Natalia colgó y suspiró contrariada. Vero se comportaba con ella siempre tan solícita y cariñosa que le resultaba muy difícil creer que estuviera intentando envenenarla. No podía evitar sospechar de todos después de lo sucedido. No quería hacerlo de ella, pero era obvio que le mentía. Le había dado esa pastilla y le había asegurado que Cruz se lo había recomendado, cuando la propia Cruz negaba haber hablado con ella.

El teléfono volvió a sacarla de sus cavilaciones. En esta ocasión era Cruz que insistía.

- Dime Cruz

- Ya están los resultados de tóxicos.

- ¿Y?

- Y no hay nada, raro. Solo muestran los medicamentos que tomas y una ínfima cantidad de lorazepam ¿tomaste anoche algún ansiolítico?

- Sí, anoche Vero me dio medio orfidal.

- Con tu insuficiencia renal y lo delicado que tienes el hígado no debes excederte.

- Yo no tomo nada. Ni siquiera sabía que me la había dado. Me hizo una manzanilla y...

- ¿Por eso querías las pruebas de tóxicos? ¿desconfías de ella?

- Reconozco que sí, que... cuando me dijiste que no habías hablado con ella, saltaron todas mis alarmas. Me aseguró que eras tú la que se lo habías aconsejado.

- Y lo hice, pero no anoche. El otro día, cuando declaramos en el juicio te vimos muy nerviosa, ¿recuerdas que yo misma te pregunte si dormías?

- Sí.

- Cuando volvimos aquí lo comentamos y le dije que si ella lo veía conveniente, podía administrarte un ansiolítico suave.

- Pero no es recomendable con insuficiencia renal.

- Bueno... si quieres mañana hablamos con calma de esto. Pero tranquila que todo está dentro de la normalidad teniendo en cuenta tu caso. Ahora tenemos que esperar el resto de resultados, ¿de acuerdo?

- Sí.

- No te preocupes que todo va a ir bien.

- Gracias Cruz.

Apenas había colgado cuando Mara se echó encima de ella y Thersi también. Su perra la lamió hasta que se hartó y la niña aguardó riendo al ver los esfuerzos de la pediatra por controlar la euforia del animal.

- ¡Thersi! Ven aquí y deja a Nat que la vas a gastar – reía sin parar, hasta que cogió una pequeña pelota y se la tiró todo lo lejos que le permitieron sus fuerzas  – coge la pelota, ¡Thersi! ¡la pelota!

La perra corrió tras el juguete y poco después se quedaba en la lejanía jugueteando con ella, en espera de que la pequeña fuera a quitársela.

- ¡Nat! – la niña se abrazó a ella.

- ¡Bichito! ¿dónde estabas metida?

- Jugando con Thersi.

- Os habéis hecho muy amigas.

- Sí – sonrió y saltó sobre la pediatra - ¿burro?

- Pero solo un poquito.

- ¿Te vas atrabajar?

- No. Hoy me quedo aquí contigo – le sonrió sin querer decirle que estaba tan cansada que dudaba mucho de que pudiera cargar con ella más de un minuto.

- ¡Bien! – exclamó contenta – arre, arre – rió propinando un par de golpes al brazo de Natalia para que comenzara a mover la silla.

- Mucho te gustan a ti los animales, vamos a tener que ir al zoo.

- ¿Qué es el zoo?

- ¿No sabes lo qué es el zoo? – la miró con ternura y la niña negó con la cabeza mostrándose tímida – un lugar en el que hay muchos, muchos animales.

- ¿Cómo los del libro?

- ¡Todos los del libro! Leones, osos, hipopótamos, serpientes, monos... ¿quieres que vayamos?

- ¿De verdad?

- De verdad.

- ¿Y nos pueden comer?

- ¡Claro que no! No pueden hacernos nada porque los veremos desde lejos. Este sábado, si no llueve, vamos al zoo y luego nos vamos de picnic como en el campamento hacías con Alba. ¿Qué te parece? ¿te gusta el plan?

- Si – respondió.

- ¿No te alegras, bichito? – le preguntó al no verla mostrar su entusiasmo habitual.

- Sí. Me gusta estar contigo – se acurrucó en sus brazos y Natalia la rodeó protectora.

- Si prefieres que hagamos otra cosa... – propuso intentando indagar si le ocurría algo por lo que no quisiese ir.

- No. Yo hago todo lo que tú me digas.

- Pero yo quiero que tú también me digas qué te gusta hacer.

- María José me dice que tengo que hacerte caso en todo.

- Bueno, pues entonces dime qué quieres hacer el sábado en vez de ir al zoo.

La niña descendió de sus rodillas y comenzó a saltar de un pie a otro. Natalia ya la conocía y sabía que sí mostraba su nerviosismo.

- Puedes decírmelo, bichito.

- ¿Podemos ir a visitar a María José? Le gusta que me siente con ella y enseñarme a leer y sus rosquillas están muy buenas y...

- ¿Echas de menos el campamento?

Natalia le levantó la barbilla y la observó divertida. La niña ladeó la cabeza y asintió con miedo de que eso molestase a la pediatra.

- Un poco, pero no te enfades.

- No me enfado, me preocupa que no estés a gusto aquí conmigo. ¿No te gusta esta casa?

- Sí. Me gusta tu casa, es grande.

- Me parece a mí que no te gusta mucho, mentirosilla – le sonrió y la subió en sus rodillas haciéndole cosquillas – confiesa bichito...

- Me gusta, me gusta – repetía entre risas – pero... no me gustan los hombres que miran la tele todo el día.

- ¿Y eso por qué?

- Nunca quieren jugar.

- Son policías y no miran la tele, están trabajando. Miran lo que se ve en todas las habitaciones de la casa. Mira ¿ves eso de ahí?

- Sí – respondió la pequeña que dirigió sus ojos al lugar que le señalaba Natalia.

- Son cámaras para saber lo que pasa en toda la casa.

- ¿Y cuando estoy aquí me ven?

- Exactamente bichito, ven todo lo que haces. Aquí, en tu cuarto, en la cocina...

- ¡Uy! – se llevó una mano a la boca y se sonrió - ¿todo, todo?

- ¿Qué pasa? – le preguntó aguantando la risa, ante el rostro compungido de la niña.

- ¿Ven cuando hago pipi?

- No. Eso no pueden verlo. Pero si pueden ver cuando coges más comida de la que puedes comer para guardarla bajo la cama – le reveló que conocía su secreto, aguantando a duras penas las ganas de reír.

La niña inclinó la cabeza creyendo que la regañaba y jugueteó con el borde de su vestido nuevo.

- Eh... no te estoy regañando. Pero una princesita como tú no tiene que hacer esas cosas. Puedes comer todo lo que quieras sin necesidad de esconder la comida. Siempre que tengas hambre vas a la cocina y Rosa te dará lo que quieras.

- Ya lo sé. Me lo dijo tu mamá.

- ¿Y por qué la escondes entonces?

- No es para mí.

- ¿Y para quién es?

- Para Pancho. Hace muchos días que no lo veo y tendrá mucha, mucha hambre – abrió sus bracitos.

Natalia la atrajo y la besó con cariño.

- ¿Por eso no quieres ir al zoo?

- Tengo que darle de comer. Seguro que está muy, muy preocupado porque no me ve – intentaba explicarle sus motivos y Natalia sonreía al saber que era ella la preocupada por no saber nada del animal.

- Vamos a hacer una cosa. Mañana mismo nos vamos al campamento y buscamos a Pancho y le damos de comer, y luego vamos a ver a María José y le decimos que ella le de todos los días que nosotras no podamos hacerlo.

- ¿De verdad?

- De verdad. Y así, el sábado podemos irnos al zoo.

- ¡Síííí! – ya si mostró lo mucho que le gustaba la idea.

- Y ahora vamos a entrarnos que comienza a hacer frío para mí.

- ¿Y a qué jugamos?

- Quiero ver todo lo que te ha enseñado María José. Ve yendo a tu cuarto y buscas uno de tus cuadernos, que ahora voy yo. Tengo que hacer una llamada.

- ¿A quién? ¿A tu mamá?

- No. A una amiga con la que me he enfadado antes y tengo que disculparme.

Mara obedeció y salió disparada hacia su cuarto mientras Natalia llamaba a Vero y tras excusarse por sus bruscas formas de la anterior llamada, le proponía cenar fuera. La psiquiatra no se hizo de rogar, y sin ocultar su alegría se despidió de Natalia hasta la noche.

Pasaron el resto de la tarde jugando y bañándose en el jacuzzi. La niña al principio era reacia a meterse en él pero luego, a la hora de la cena, Natalia no era capaz de sacarla de allí. Disfrutaba viéndola descubrir todo con su carilla de ilusión y sorpresa. Fue Natalia la que le preparó la cena a la niña que la seguía como un perrillo faldero por todas las habitaciones.

- Y ahora a la cama. A cepillarte los dientes venga.

- Es muy temprano.

- ¿Tú no me ibas a hacer caso en todo?

- Vaaale – aceptó de mala gana.

- ¿Quieres que te lea un cuento?

- ¡Sí!

Cuando la niña se durmió. Natalia abandonó la habitación, satisfecha y contenta de las horas compartidas. Esa pequeña tenía la virtud de devolverle una alegría y una paz interior que a veces le costaba encontrar. Recordó que debía comunicar a los agentes sus planes para esa noche y se dirigió a la entrada. Cuando regresaba a su habitación su madre regresaba de la calle y se sorprendió de verla en casa.

- ¡Uy, hija! ¡Qué susto me has dado! ¿qué haces detrás de la puerta?

- ¿Ya estás aquí? Creí que cenarías con ese abogado.

- Ya he estado con él esta tarde. Vengo de ver a tu padre, ya te dije esta mañana que iría. Está muy preocupado porque...

- No empieces mamá.

- Ya sé que estás muy cansada y muy ocupada con todo – respondió con retintín – pero podías haberme acompañado. Ya no sé qué decirle a tu padre para justificar que no vayas a verlo.

- La verdad, mamá. Dile la verdad. Que no quiero ir, que no quiero verlo, que no quiero saber nada de él. Por mí como si se pudre allí dentro.

- ¡Natalia! No digas esas cosas.

- Está bien. Pero no insistas, porque no voy a ir a verlo.

- Pero hija, hoy podías haber hecho un esfuerzo. Cada día está más delgado y desmejorado y no deja de preguntarme por ti. Solo quiere saber que lo perdonas y que entiendes que él no quería hacerte daño, que estaba entre la espada y la pared.

- Ya fui a verlo a la cárcel y... le dije que... lo entendía.

- Pero después del juicio el sabe que... no te contó todo que te has enterado de más detalles...

- ¿Detalles? – elevó la voz.

- Natalia, no empieces a gritar. Estamos hablando con calma.

- Con calma estarás tú que parece que no te afecta nada yo no puedo hacerlo, mamá.

- ¿Qué trabajo te cuesta?

- No puedo, mamá, no puedo verlo como si tal cosa cuando sé... lo que sé.

- Pero hoy podías haber sacado, aunque fuera cinco minutos... aunque solo sea para que te vea allí, si no hace falta ni que le hables...

- No voy a ir, y no insistas. Y para que los sepas, hoy me he estado haciendo esas pruebas que tanto querías que me hiciera y he pasado toda la tarde con Mara.

¿No te quejas de eso, de que no paso tiempo con ella?

- ¿Las pruebas? ¿las que quería hacerte Cruz?

- Sí.

- Podías habérmelo dicho y te hubiera acompañado.

- Mamá, es mi clínica. No necesito que nadie me acompañe.

Su madre suspiró. Por mucho que lo intentaba Natalia se mostraba cortante y a la defensiva con ella. Y podía entenderlo. No le perdonaba que siguiera apoyando a Mikel, pero lo que su hija no podía entender es que ella siempre lo había amado, y aunque había cosas que jamás alcanzaría a comprender ni siquiera a perdonar, en esos momentos no era capaz de dejarlo solo. Cuando todo se solucionara, sería el momento de plantearse otras cuestiones.

- Perdona, mamá – rompió el silencio que se había creado tras su tajante respuesta – no te he dicho nada para no preocuparte y porque sé que estás muy angustiada con lo de... papá.

- Hija – le acarició la mejilla con ternura - Y cuando sabrás algo.

- No lo sé mamá. Mañana o pasado.

- Pero no te han dicho nada.

- Sí, que en cuanto estén los resultados, seré la primera en saberlo.

- ¡Hay! Esperemos que todo salga bien.

- Sí, esperemos.

- Bueno hija, voy a cambiarme ¿te veo en la cena?

- No. Cena tú sola. Salgo con Vero, estaba esperado a que Mara se durmiera.

- ¿Has pasado toda la tarde con ella?

- Si, ya te lo he dicho. Hemos jugado un rato, hecho deberes y bañado en el jacuzzi – Natalia sonrió mientras recordaba las ocurrencias de la pequeña – ha avanzado mucho con la lectura y ¡nada como un pececillo! Me pregunto dónde habrá aprendido.

- En cualquier riachuelo si esa cría es una salvaje.

- ¡Mamá!

- Hija, no me negarás que es como una fierecilla sin domar.

- Un poco revoltosa si que es – volvió a sonreír.

- Te estás encariñando con esa criatura, y no deberías hacerlo. Cuando le encuentren una familia tendrá que marcharse de aquí.

- Eres única, mamá, ¡única! Para fastidiar el día a cualquiera.

- Yo solo te digo la verdad, hija.

- Ya... a veces preferiría que fueras menos sincera, y que simplemente me dieras un abrazo y me dijeras que todo va a ir bien.

- No puedo. Yo no te he educado en la debilidad y el engaño. Soy tu madre, y las madres estamos para eso. Para hacerte ver donde hay una piedra y que no tropieces en ella.

- ¿Y qué tal si alguna vez, me dejas caer y solo estás ahí para darme la mano y curarme?

- Ya no tienes cinco años Natalia. Pero si lo que quieres es que te mienta. Puedo hacerlo y fingir que no me preocupa que te lleves una desilusión con esa niña.

- Ya... para qué cambiar ¿no, mamá?

- Has quedado a cenar – le dijo cambiando de tema - deberías ir arreglándote que se te va a hacer tarde, ¿porque no pensarás ir así?

- No. No lo pensaba.

- Bueno hija – se agachó y le dio un beso en la mejilla – que disfrutes de tu cena.

- Gracias y tú... descansa un poco. Ah! Volveré tarde.

- Hasta mañana, hija.

Madre e hija se despidieron sin saber que esa noche sería muy larga para ambas.



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Vero reía a carcajadas la última ocurrencia de Natalia.

- ¿Se puede saber qué te pasa hoy? ¡estás "sembrá"! como tú dices.

- Que he pasado una tarde estupenda y estoy de buen humor.

- Pues que sepas, que esta tarde me diste un buen susto, ya creía que esos ánimos matutinos habían volado y te había dado por pagarla conmigo.

Natalia la miró fijamente torció la boca en una mueca picarona y elevó las cejas.

- ¿Nos vamos? – le preguntó con una medio sonrisa.

- ¿Ya? Aún es temprano – Vero mostró sus pocas ganas de dar por finalizada la velada.

- ¡Pero si son casi las doce!

- ¿Ya? – repitió mirando el reloj sin dar crédito - ¡contigo el tiempo vuela!

- No me halagues que no me lo merezco.

- ¿Y eso por qué?

- Por ser una mal pensada.

- ¿Tú? ¡pero si eres un alma cándida! Si no de qué te iba a haber pasado lo que te ha pasado. Eres demasiado confiada.

- Eso mismo me dije esta mañana, y por eso quiero compensarte.

- ¿Compensarme de qué? ¡si me has hecho pasar la mejor noche de las últimas semanas! Me duele el estómago de tanto reírme.

- Sí, ¡ahora va a ser de reírte! no será de ese entrecot que te has metido entre pecho y espalda ¡a quién se le ocurre pedir carne por la noche!

- A mí, que estaba hambrienta, entre unas cosas y otras apenas comí al medio día.

- Y ahora te arrepientes.

- Solo a medias – rió.

- Pues eso habrá que rebajarlo, te invito a una copa.

- ¿Pero no querías irte porque era tarde?

- Es tarde para seguir en el restaurante, no para otras cosas.

- ¿Te me estás insinuando?

- En absoluto – respondió con calma – solo quiero seguir disfrutando de tu compañía.

- Compañía – repitió fijando sus ojos en ella - ¿quieres ir a bailar?

- No. Prefiero que vayamos a casa, puedo encender la chimenea, nos sentamos en el sofá y charlamos tranquilamente.

- ¿Charlar? – Natalia percibió un ligero deje de decepción - ¿charlar de qué?

- No te pongas seria. Que solo era una idea, no es que quiera charlar de nada en concreto es que... me siento a gusto hablando contigo.

Vero sonrió consciente de lo que ello significaba. Natalia quería confiarle alguna de sus preocupaciones. Pero ella pensaba hacerse de rogar aunque fuera un poco.

- ¡Y me darán las tantas! Será mejor que te lleve a casa y nos despidamos.

- ¿No quieres esa copa? – se mostró desilusionada.

- Mejor otro día.

- ¿No te apetece nada, nada? – impostó la voz con tono meloso.

- La verdad es que sí, que me apetece mucho – sonrió al ver los morros que le ponía – pero mañana madrugo y luego tendré unas ojeras que ni la mejor de las maquilladoras será capaz de disimular. Y no me pongas esa cara que no vas a convencerme con morritos.

- ¿Entonces con qué puedo convencerte?

- ¡Eres imposible!

- Ya sabes que cuando quiero algo...

- ¿Tantas ganas tienes de que vaya a tu casa?

- Me lo estoy pasando muy bien esta noche y después de los días que llevo ya era hora de divertirse. No me apetece meterme ya en la cama.

- Pues a mí es lo que más me apetece – le insinuó con una media sonrisa.

- Vero... - protestó y desvió la vista a la mesa.

- Perdona. Tenía que intentarlo –admitió.

- ¿No vienes entonces?

- ¿Con qué piensas convencerme?

- ¿Qué quieres?

- Una copita de ese licor casero que tienes.

- ¿Con eso nada más?

- Nada más – la miró con franqueza. Quería hacerle ver que no intentaría nada.

- ¡Qué facilota eres! – bromeó.

- Es que no sé negarte nada.

- Pues ya está, te vienes y te quedas a dormir.

- ¿Otra vez? Voy a tener que pagarte un alquiler por la habitación. Además, no va a poder ser, mañana grabo a primera hora y...

- En casa aún hay ropa tuya, anda, no me hagas rogarte.

- Está bien. Vamos a tu casa, pero algún día podías venirte tú a mi apartamento.

- Algún día – sonrió y accionó la silla para salir de la mesa.

Cuando ya estaban en el coche, Vero continuó con la conversación.

- Oye, ¿por qué decías que querías compensarme?

- Porque hoy he dudado de ti – reconoció – creí que... habías mentido sobre tu conversación con Cruz y que no me habías dado orfidal sino cualquier otra cosa.

- Entiendo – respondió con seriedad.

- No te enfades. Ya sé que Isa demostró que tú no tenías nada que ver con lo que hacían en ese laboratorio, pero...

- Te ha quedado la duda.

- No es eso, es que...

- No te preocupes. Lo entiendo. Has estado sometida a mucha presión. Te han administrado drogas y venenos y... entiendo que seas suspicaz. Es más, la culpa es mía. No debí decirte que había hablado con Cruz esa noche porque lo hice, la verdad es que nuestra charla fue hace días.

- Lo sé. Me lo ha dicho ella.

- ¿Le has preguntado?

- Sí, ya te he dicho que... no sé, saltaron mis alarmas, pero ya sé que me he equivocado. A veces, creo que todo el mundo me mira de forma extraña que... cualquiera, conocido o no, puede... venir contra mí.

- Yo nunca iré contra ti, Nat. De eso puedes estar segura.

- Pues si te soy del todo sincera, no lo estoy de nada. De hecho, hasta me arrepentí de pedirte que te llevaras la carta para Alba, me dio por pensar que no la echarías.

- ¡La carta! – exclamó.

- ¿Se te ha olvidado?

- No, que va. Lo que se me ha olvidado es darte el recibo. Te la he mandado certificada y todo. No quiero que pienses que vuelvo a interponerme entre vosotras. Quiero cumplir mi promesa. Mira si puedes alcanzar mi bolso – miró hacia atrás con rapidez – está en mi cartera.

- Deja el recibo y atiende al volante.

- ¿Puedes cogerlo?

- Ya me lo darás luego ¿cuánto te ha costado?

- Nada.

- No. Dímelo que ahora mismo te lo pago.

- Que no es nada, Nat, de verdad. Cualquier día me invitas a una cerveza o un café.

Ambas guardaron silencio. Natalia la observaba aliviada de ver que todo habían sido imaginaciones suyas, y contenta de haberse equivocado.

- Vero...

- ¿Sí?

- Gracias por todo. Por esta noche y... por todo.

- No tienes que dármelas. Para mí es un gran alivio que no se haya roto nuestra amistad después de todo lo que ha pasado.

- Para mí también. Te necesito en mi vida... ¡loquera! – sonrió y acarició levemente la mano de la psiquiatra que reposaba en el cambio de marchas.

Vero rió su ocurrencia, nunca la había llamado así, de cualquier otro incluso se habría ofendido, pero viniendo de ella, le pareció de lo más insinuante y prometedor.

Poco después estaban sentadas frente a la chimenea, Vero disfrutaba de una copa del licor de café casero que hacía Rosa mientras Natalia bebía una infusión.

- Lo de cambiar el rumbo de tu vida iba en serio – bromeó la psiquiatra señalando la taza - ¿poleo menta? ¿Desde cuándo te ha gustado a ti el poleo menta?

- La verdad es que me aficioné a beber todo tipo de potingues en Jinja.

- ¿Recuerdas Jinja? – Vero la miró con interés y sorpresa. No le había comentado nada.

- Eh... pues... sí... no sé por qué lo he dicho pero la verdad es que me acabo de acordar de eso y... de... - guardó silencio y Vero la instó a seguir.

- ¿De qué más?

- De Alba... - confesó y calló de nuevo.

- No me importa que me hables de ella, es más me agrada que lo hagas. Eso significa que todo está entre nosotras como debe estar.

- Vero...

- ¿De qué más te has acordado?

- Alba me cuidaba en Jinja, me... yo estaba enferma y ella... ¡era tan paciente y cariñosa! Recuerdo como me mimaba y... - sus ojos se humedecieron – era todo tan perfecto.

Vero sonrió abiertamente.

- ¡Eso es maravilloso, Nat! estaba segura de que irías recordando poco a poco. Solo necesitas soltar presión. Relajarte y los recuerdos volverán por sí solos.

- Sí – sonrió pensativa – también recuerdo a Germán. Hasta ahora... no recordaba casi nada de él.

- Y ¿qué más re...?

El teléfono silenció a Vero que miró extrañada hacia su bolso. Era su móvil el que sonaba.

- ¿Quién me llama a mí a estas horas?

- La maquilladora pesada esa – aventuró Natalia dejando entrever que le molestaba.

- No creo – se levantó y rebuscó en su bolso – se ha cortado – comentó antes de encontrar el aparato – era Isabel, ¿qué extraño? – frunció el ceño con la vista fija en la pantalla.

- ¿Isa? ¿Qué quiere de ti a estas horas?

- No sé. Desde que trabajamos juntas en tu defensa la he visto muy poco, y... que yo sepa no hay nada que...

El teléfono volvió a sonar.

- No lo cojas – le pidió Natalia – ¡es increíble! esta mujer es más obsesa del trabajo que yo.

- Tengo que cogerlo. Es extraño que me llame – respondió contestando de inmediato – ¿sí? Isabel qué ocurre.

Natalia vio como Vero respondió con monosílabos.

- Sí, estoy con ella... no sé, lo tendrá apagado o sin voz, hemos estado cenando fuera.... Sí, sí, dime.... eh... vaya... – Natalia se sintió incómoda con la mirada que Vero le lanzó – comprendo..., sí, sí no te preocupes yo... yo se lo digo. Tranquila que iremos en cuanto podamos. Sí, sí, gracias Isabel.

- ¿Qué pasa? – Natalia la interrogó con la mirada y Vero leyó su preocupación.

La pediatra notó que su corazón se aceleraba y que los nervios se apoderaban de su cuerpo ante la seriedad que había adoptado el rostro de Vero.

- Nat, tengo que darte una mala noticia.

- Eso ya lo sé por tu cara ¿qué ha pasado?

- Eh... ven – se sentó junto a ella y la cogió de la mano – lo siento, siento tener que decirte esto...

- Dímelo ya porque me va a dar algo.

- Se trata de tu padre.

- ¡No quiero saber nada más de lo que me ha hecho, ni de ese...!

- ¡Nat! – la frenó antes que dijera algo de lo que estaba segura se arrepentiría al instante – ha muerto. Tu padre ha muerto.

Los ojos de Natalia se abrieron de par en par, una extraña sensación de irrealidad, culpa y vacío se formó en lo más profundo de su ser y creció poco a poco, invadiéndola con lentitud y fuerza, de forma devastadora.

- Nat... ¿me has oído?

La pediatra era incapaz de escucharla. ¿Su padre muerto? Decenas de preguntas se agolpaban en su mente, pero sobre todo la imagen de su madre. ¿Qué iba a decirle a su madre?

- Nat...

- Mi madre...

- ¿Quieres que vaya a despertarla?

- Tengo... tengo que ir yo. Tengo... - la miró tan desconcertada que Vero se puso en pie.

- Ve a cambiarte y ponte algo de más abrigo – le sugirió al ver que estaba casi temblando, la noche sería larga y por experiencia sabía que con una impresión así no habría ropa que la hiciese entrar en calor - yo voy a buscar a tu madre. Isabel nos espera en la prisión.

- ¿Allí?

- Sí, quiere vernos allí. No me ha dicho nada más. Solo que nos demos prisa.

Vero, abrazó a Natalia en un intento de hacerla reaccionar y darle todo su apoyo. Luego, salió de la sala en busca de María y Natalia permaneció sentada en el sofá, inmóvil. Incapaz de hacer nada. Incapaz de saltar a su silla. La noticia la había dejado completamente bloqueada. No podía llorar, no sabía qué hacer ni qué pensar. Pocos minutos después Vero entraba de nuevo.

- Tu madre no está en su habitación.

Natalia no se inmutó.

- Nat... tu madre no está en su cuarto – repitió más alto y se situó frente a ella,

- ¿Qué?

- No ha deshecho ni la cama. El guardia de la puerta dice que la llamaron sobre las diez y media y que salió.

- ¿A esas horas? Pero... ¿qué...?

- ¿Tienes su móvil? Si quieres yo la llamo.

- Sí, por favor – le pidió. La idea de darle a su madre la noticia la llenaba de angustia.

Pero antes de que Vero marcara el número se arrepintió.

- Dámelo. Tengo que hacerlo yo.

- Nat... no es necesario.

- Sí, yo lo hago – aseguró con firmeza. Vero le cedió el teléfono y Natalia espero escucharla voz de su madre, pero no fue así – está apagado.

- Tenemos que irnos Nat.

- Eh... sí – frunció el ceño – esto es muy raro Vero, mi madre me dijo que cenaría y se metería en la cama.

- La han llamado, habrá tenido que salir por algún motivo.

- Pero... ¿quién? Si le hubieran dicho lo de mi padre me habría llamado a mí o a ti, sabía con quién cenaba.

- No lo sé, Nat. Isa me ha dicho que ella acaba de comunicárselo y que como tú tenías el teléfono apagado, y sabía que cenabas conmigo, me ha llamado a mí.

- ¿Y si le ha pasado algo a mi madre?

- No pienses cosas raras. Ya nos enteraremos cuando vuelva. Ahora tenemos que irnos – Vero se situó tras ella y la empujó hacia la puerta - . ¿por qué no la vas llamando por el camino?

Natalia se dejó arrastrar hacia la puerta. Tenía la sensación de estar inmersa en una horrible pesadilla sin fin. Cada vez que creía que las cosas iban a arreglarse y que todo iría a mejor sucedía algo que devolvía todo a la oscuridad.



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Alba había pasado todo el día en el campo de refugiados. Cuando vio abrirse el portón del campamento solo tenía una idea fija en la cabeza: meterse en la cama. Estaba destrozada.

Germán aguardaba, como tantos días la llegada de los miembros de su equipo. Pero ese, a Alba le pareció que estaba especialmente serio y nervioso. Detuvo a Jesús para pedirle el informe del día y antes de que ella tuviera tiempo de escabullirse hacia las duchas Germán reclamó su atención.

- ¡Alba! ¡Alba! espera tengo que hablar contigo.

- Dime – suspiró mostrando lo agotada que se encontraba.

- Tengo... que contarte algo.

- Ya sé que no te hace gracia que vaya tantos días al campo, pero...

- No es eso. Es otra cosa.

- Dime – lo miró interesada - ¿qué es eso tan importante que no puede esperar a que me duche? ¡estoy muerta!

- Adela ha llamado...

- ¿Adela? ¿qué ha pasado? – preguntó asustada, las palabras "Tendrás noticias de Madrid. Malas noticias" no habían dejado de martillearle el cerebro todo el día y ahora esa seriedad de su amigo la alteró completamente.

- El padre de Nat... se ha suicidado en la cárcel.

- ¿Suicidado?

- Se ha ahorcado en su celda.

- ¡Madre mía! – exclamó llevándose las manos a la boca - ¿seguro que ha sido un suicidio?

- Eso es lo que me ha dicho Adela, no ha podido hablar mucho, estaba con Nat en el tanatorio, esperando que llegara el cuerpo de su padre, después de la autopsia.

- Entonces no es seguro.

- Es lo que la policía les ha comunicado.

- No... no puedo creerlo... y... ¿y Nat? ¿has hablado con ella?

- No. No he podido. Adela dice que está hecha polvo... deberías llamarla.

- No. No creo que sea buena idea.

- ¿Por qué? seguro que necesita...

- No puede ser Germán – respondió con genio - y no insistas, no puedo llamarla. Ya... ya le dices tú de mi parte que lo siento – respondió con rapidez corriendo hacia las duchas.

- Pero ¡Alba! – gritó intentando que se detuviera, sin éxito.

La enfermera se metió bajo el agua temblando. El pánico se había apoderado de ella, convencida de que esa muerte no era lo que parecía. Convencida de que era un aviso para que no se echase atrás en lo prometido, para que cumpliese su palabra. ¿Qué podía hacer ahora? No tenía ninguna posibilidad de dar marcha atrás. Tenía que haber sido más valiente en Madrid y haber escuchado a Natalia y haberse confiado a ella. Pero ahora estaba en un callejón sin salida. No podía hablar con nadie, si lo hacía, pondría en peligro a esa persona. No podía llamar a nadie, sin que se enteraran.

La esperó a las puertas de las duchas y en cuanto la vio a parecer la asaltó de nuevo.

- Niña...

- ¿Qué haces aquí?

- Esperar a que me cuentes qué te pasa. ¿Crees que no me doy cuenta?

- Germán... - sus ojos se llenaron de lágrimas.

- Niña... sea lo que sea puedes confiar en mí. Yo te ayudaré.

- No – se negó tragando saliva – no... no puedes ayudarme porque... lo único que me pasa es que... Nat y yo... hemos roto y... no hay marcha atrás. Y... me cuesta mucho aceptarlo, eso es todo. Por... por eso no quiero hablar con ella...

- Lo entiendo, pero esto... es su padre.

- Lo sé... pero... no puedo – insistió llorosa, la idea de no apoyarla en un momento así la torturaba. Natalia nunca se lo perdonaría. Nunca podría explicarle porqué lo hacía.

- Ven aquí – la abrazó con cariño – porque no es el momento, pero si no Lacunza me iba a oír, ¡vaya si me iba a oír!

Alba sollozó entre sus brazos, dejando salir toda la angustia que la carcomía, sintiéndose culpable por no decirle toda la verdad. Luego se separó de él con lentitud.

- Gracias, Germán.

- No tienes que dármelas – le acarició la mejilla y le enjugó una lágrima que corría por ella - ¿quieres que vayamos a cenar a Jinja o...?

- No. No tengo hambre y... es peligroso salir de aquí.

- Cualquier cosa que necesites... dímelo.

- Gracias – lo tomó de la mano - ¡eres el mejor amigo que se puede tener! – le dijo con una tímida sonrisa.

- Anda, ve a meterte en la cama. Ahora te llevo yo algo.

- No, de verdad.

- Sin rechistar, no puedes estar todo el día trabajando y no comer.

Se inclinó la besó en la mejilla y la empujó hacia su cabaña, mientras él desaparecía en dirección a las cocinas.



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La habitación que les habían asignado en el tanatorio estaba perfectamente iluminada. Una luz blanca y tenue que le confería al espacio un habiente de frialdad que la hacía temblar. Quizás era ella la que se sentía fría y no el entorno. De hecho, los canapés que había sobre la mesa y que no sabía quién habría llevado, el café en los pequeños vasos de plástico y el barullo susurrante de los presentes producían una calidez que estaba muy lejos de sentir. Adela se encontraba sentada junto a ella. Como siempre, se había hecho dueña de la situación librándola a ella de toda responsabilidad. Pendiente de todo, se dedicaba a atender a los presentes, a recibir a los que llegaban a presentarle sus respetos y, sobre todo, pendiente de ella, siempre presta a estar al quite cuando alguien la mareaba más de cinco minutos, pendiente de ofrecerle algo de comer o de beber, de acompañarla al baño, de darle un abrazo o dedicarle una palabra de ánimo... Solo deseaba que todo aquello pasase cuanto antes, que su madre diera señales de vida y recibir una llamada que llevaba esperando desde que Adela le dijera que ya había hablado con el campamento, ¿a qué espera Alba para llamarla? Necesitaba oír su voz, necesitaba escuchar de su boca que todo iba a ir bien, que ella no había tenido parte de culpa en ese suicidio, necesitaba que le prometiera que volverían a verse pronto, porque la echaba tanto de menos que se ahogaba. Se ahogaba como se había ahogado su padre, solo, sepultado entre los problemas y el miedo, ¿por qué no escuchó a su madre cuando le dijo que fuera a verlo? Ahora se arrepentía de ser tan terca, de dejar que su orgullo hablara siempre ganando la partida a su corazón. No soportaba la idea de que su padre se había quitado la vida asfixiado por sus problemas y solo. Como siempre había temido acabar ella, sola.

- Nat... ¿quieres salir a tomar un poco el aire? llevas demasiado tiempo ahí sin moverte, ¿no quieres dar un paseo o cambiar de postura?

La pediatra miró a Adela desconcertada y negó con la cabeza. Desde que llegara al tanatorio desde hacía ya ¿cuánto tiempo? minutos, horas, apenas era capaz de controlarlo, de saber cuánto hacía que recibió la llamada de Isabel, el tiempo se había convertido en eterno, en su peor enemigo. La conversación en la cárcel con la detective la había dejado en un estado de confusión aún mayor que el que le dejara la noticia de la muerte de su padre.

- Todo apunta a que es un suicidio Nat, pero... la autopsia tiene que confirmarlo.

Eran ya muchos años junto a la detective para saber cuándo le ocultaba algo. Y rápidamente supo ver que en esa ocasión Isabel no le estaba diciendo toda la verdad. Pero ella apenas era capaz de controlar sus encontrados sentimientos como para indagar en algo que no deseaba saber. Sin embargo, Vero, no estaba dispuesta a dejar pasar la ocasión.

- Lo dices en un tono... ¿hay algo que te haga dudar?

- Un par de detalles que... no me cuadran – confesó clavando sus ojos en la pediatra – Nat... ¿conoces a algún amigo de tu padre que se llame Ignacio López?

- No.

- Esta tarde visitó a tu padre. Desde ese momento tu padre tuvo un comportamiento extraño.

- ¿Qué quieres decir con extraño?

- No salió de su celda a la hora de la cena. Le dijo al guardia que estaba indispuesto y pidió ir a la enfermería. Allí hizo una llamada a tu madre.

- ¿A mi madre?

- Sí. Como ya supondrás las llamadas de los reclusos son grabadas por seguridad. Solo le dijo que no se encontraba bien, que la quería mucho, que os quería mucho a todos, y que recordara lo que le había dicho la última vez.

- ¿Y qué le había dicho?

- Esperaba que eso me lo dijeras tú.

- Yo... yo no... no lo sé. Yo... no hablo mucho últimamente con mi madre. Salvo para discutir sobre él.

- Nat... estamos investigando quién es ese Ignacio López, pero... mucho me temo que tanto el carnet como el nombre es falso. Estamos esperando la orden del juez para poder revisar las cintas que graban la sala de visitas y... me gustaría que tanto tú como tu madre...

- No sé dónde está mi madre – reconoció con temor – y... ¿y si mi padre con eso le estaba pidiendo que hiciera algo? Mi madre salió de casa sobre las diez y media y su teléfono está desconectado. No... no me contesta... y... ¿y si le ha pasado algo?

Una mano se posó en su hombro. Cruz estaba frente a ella con una leve sonrisa de circunstancias.

- Lo siento mucho, Nat.

- Gracias.

- Nat... - Claudia se abrazó a ella – lo siento, cariño.

- Gracias.

- ¿Estás sola? ¿no han llegado tu hermano? – Claudia miraba por la sala en busca de su familia - ¿y tu madre?

- Su madre no sabemos dónde está – intervino Adela – y su hermano no vendrá. Al final lo entierran en Sevilla. Tenía muchos amigos en Madrid por eso hemos decidido hacer aquí una pequeña misa y luego volar a Sevilla.

- Cualquier cosa que necesites...

- Ya lo sé Cruz, gracias.

- ¡Ay, Nat, Nat! – Teresa apareció tras ella y le cogió la cara con ambas manos - ¡ay, mi niña!

La pediatra notó que por primera vez se le saltaban las lágrimas. La recepcionista la abrazó y se mantuvo así, durante un eterno minuto en el que Natalia luchó por no derramar una lágrima.

- Me gustaría presentarle mis respetos, ¿me acompañas?

- Teresa... Natalia está muy cansada, llevamos toda la noche en vela y...

- No, Vero, no importa. Claro que te acompaño, Teresa – respondió con firmeza y, con mano temblorosa, intentó pasar del mullido sillón en el que la habían acomodado a su silla.

- Nat... - Vero intentó evitarlo. Natalia no se había atrevido a ver a su padre hasta ese momento y le extrañaba que hubiese cambiado de opinión justo en ese momento.

- Verónica, déjala despedirse de él, es bueno que lo haga – le recomendó Teresa mientras ayudaba a Natalia a sentarse.

La psiquiatra se apartó para dejarlas pasar y justo en ese momento todos los presentes en la sala guardaron silencio. Natalia levantó la cabeza y se separó un poco de Teresa para ver qué provocaba ese repentino mutismo. Su madre estaba allí, en la puerta y la expresión de desolada y acusadora que le dedicó en cuanto sus ojos la localizaron, hablaron por ella.



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El día había discurrido como uno más en el campamento. Germán no la había dejado marchar al campo de refugiados y había hecho bien, porque cuando llegó el correo se encontró con una carta de Natalia. Su corazón se aceleró y el color rojizo tiñó sus mejillas. No se había atrevido a abrirla, temiendo que alguien se hubiera dado cuenta y que descubriesen que la tenía. Había pasado por la central, lo lógico es que ya lo supiesen, y en ese caso Natalia se ponía en peligro al escribir, y la ponía a ella sin saberlo.

Cuando estaba decidida a solucionar aquello de forma drástica, la sirena comenzó a sonar y tuvo que correr al patio. Llevaba lloviznando todo el día y en justo en esos momentos la lluvia arreciaba. Codo con codo junto a Germán fueron atendiendo a los heridos que llegaban de una refriega entre guerrilleros y soldados, bajo una improvisada lona que habían tenido que extender entre los árboles y las argollas situadas en el edificio para ese menester. Siempre le había gustado trabajar junto a él, pero últimamente las horas a su lado se le hacían interminables. Ya no disfrutaba de su trabajo como antes. No podía. Germán a cada momento le lanzaba indirectas para que se confiara a él o para que le contara qué se traía con el Inspector Wizzar. Y ella debía una y otra vez darle largas o lo que era peor, mentirle. No podía dejar de pensar en Oscar, en aquellos tipos que la amenazaban y en esa carta.

Terminaron con el último de los heridos cerca de las dos y media de la mañana. Agotados y empapados. Tenía la sensación de que sus piernas iban a dejar de sostenerla de un momento a otro y Germán no se encontraba mucho mejor. Pero el médico le pasó un brazo por el hombro satisfecho con el trabajo realizado y la atrajo hacia él.

- ¡Enhorabuena enfermera milagro! ¡has estado genial!

- Tú has sido el que has estado genial, yo me he limitado a seguir tus indicaciones.

- No seas modesta. Que la mitad de las veces te me adelantas.

- ¿Llegaran más heridos?

- Espero que nos den un respiro. Venga alegra esa cara que ¡se acabó por ahora!

- Sí, ¡por fín! – intentó sonreír.

- ¿Te apetece un buen pelotazo?

- No. Me voy a duchar y a meterme en la cama y tú deberías hacer lo mismo.

- ¿Ya no soy una buena compañía?

- La que no lo sería soy yo. ¡Estoy muerta!

- Y de mal humor desde que has recibido esa carta, ¿qué te dice mi Lacunza? ¿tengo que tirarle de las orejas?

- No sé lo que dice. No la he leído. Y se la voy a devolver sin abrir.

- Pero ¿por qué?

- Porque es así como debe ser – respondió mientras encaminaba sus pasos hacia los baños, sin ganas de seguir hablando con él.

- ¡No hay quien las entienda! ¡vaya dos! – masculló con las manos en los bolsillos viéndola alejarse.

Minutos después Alba entraba en su cabaña, y se sentaba a la mesa, con papel y lápiz ante ella, dispuesta a solucionar de una vez todo aquello. Germán estaba sentado en los escalones de su cabaña, con un café entre las manos y sus ojos fijos en la iluminada ventana de Alba. Tenía claro que la negativa de Alba a compartir con él un café no se debía a su cansancio, si no a lo hermética y huraña que se había vuelto, de pronto parecía desconfiar de todos y de todo. Se terminó la taza y se levantó dispuesto a entrar, pero antes, echó una última mirada a la cabaña de su amiga. Había cambiado mucho desde que la encarcelaron y él estaba dispuesto a averiguar qué es lo que le había sucedido allí dentro para que estuviera arruinando su vida como estaba haciendo.

La enfermera garabateaba unas líneas en el papel con decisión. Escribió una breve nota y la introdujo en un sobre, junto a ella metió la carta de Natalia y escribió la dirección de la central en el sobre. Quería que supieran que no deseaba recibir más cartas de ella. Luego tomó un folio y su expresión decidida se tornó en otra de angustia.

- Nat... - murmuró con las lágrimas saltadas. Tomó aire y comenzó a escribir.

"Son las tres de la mañana y llueve, no ha dejado de hacerlo en todo el día. Hemos estado trabajando hasta hace unos minutos. Debería meterme en la cama y dormir, pero hace muchos días que no puedo dormir pensando en ti. Pensando en lo que debo hacer para solucionar todo esto.

Tiemblo, Nat. Estoy temblando solo de pensar la cara que pondrás cuando leas estas líneas. Pero créeme, es necesario que yo las escriba y tú las leas.

Tengo la sensación de que no te has enterado de nada de lo que te dije en Madrid o de que no quieres escuchar lo que te digo. Por eso he de hacerlo yo. He de dar este paso y decirte adiós. Un adiós definitivo.

No vayas a pensar que esto es fácil para mí porque no lo es. Es duro, muy duro. Lo más duro que he hecho en mi vida. Pero es lo mejor para las dos. Ahora quizás no te des cuenta, pero ya lo harás. Y cuando llegue ese momento solo espero que recuerdes que hice esto pensando en ti. Solo en ti.

No deja de llover y escucho la fuerza de esa lluvia golpear contra mi ventana. Escucho el ensordecedor ruido de los truenos que tanto te asustaban. No son nada con el repiqueteo de mi corazón y con las lágrimas que recorren mis mejillas por lo que estoy haciendo. ¡Me cuesta tanto!

No puedo dejar de temblar. No puedo dejar de arrepentirme de esto. Me detengo y continuó una y otra vez. Siempre he sabido que eres el amor de mi vida, pero nunca he sido tan consciente de cuánto te amo hasta este preciso momento. Y es este amor el que me está haciendo dudar tanto, el que me está impidiendo dar el paso que debo dar, con firmeza y decisión.

Te escribo, mi amor para decirte que lo nuestro se acabó para siempre. No quiero que vuelvas a llamarme, no quiero que vuelvas a escribirme. No quiero que preguntes por mí a nadie. Olvídame. Decirte esto me deja el alma rota y el corazón sangrando, pero ni las lágrimas que brotan de mis ojos, ni el temblor de mis manos, ni la profunda tristeza que me embarga, van a impedir que haga esto.

Mi amor, nunca olvides lo mucho que te he amado y lo mucho que te sigo amando. Lo haré hasta el día de mi muerte y aún así, después de ella, si hay algo más allá, te aseguro que seguiré haciéndolo. Como esas estrellas de las que me hablaste. ¡Lástima que ninguna tengamos el valor de ellas!

Adiós, Nat".

Entre lágrimas, dobló la cuartilla, la metió en un sobre y lo cerró. Garabateó la dirección de la pediatra que tenía apuntada en su agenda y no puso remite. Luego salió de la cabaña, bajo la lluvia corrió al barracón central. Allí estaba la saca del correo que habrían de recoger a la mañana siguiente. Dejó la carta en ella y regresó a su cabaña. Estaba helada, y empapada, pero ni siquiera reparó en ello. Ni siquiera se molestó en secarse. Se tiró en la cama sin poder parar de llorar.



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Natalia se había quedado paralizada ante la mirada de su madre. Deseaba correr hacia ella y consolarse mutuamente, pero era incapaz de moverse. Todos reaccionaron con rapidez. Comenzaron a darle el pésame y la condujeron hacia donde ella se encontraba.

Teresa se levantó con presteza y saludó a su madre para después indicarle que tomara asiento junto a la pediatra, pero Rosario se negó con cortesía y se situó en el extremo contrario. Natalia aguardó unos instantes y luego dirigió la silla hacia ella.

- Mamá...

Su madre la ignoró y le volvió la cara, entablando conversación con la que Natalia intuyó que era una amiga de sus padres, desconocida para ella.

- Mamá... - lo intentó de nuevo alargando la mano para rozar el brazo de María que con rapidez lo retiró y le lanzó una mirada furiosa.

- Natalia – su voz sonó ronca y amenazadora, pero Natalia no estaba dispuesta a arredrarse, convencida de que era el dolor el que hacía comportarse a su madre de ese modo – creo que no hace falta que te diga nada.

- Mamá... por favor... solo quiero que hablemos, que...

- No tengo nada que hablar contigo – respondió en voz baja y con genio, indicándole que la molestaba y que no era el momento ni el lugar.

- Te he estado llamando, ¿dónde estabas? ¡me tenías muy preocupada! – la pediatra no se daba por vencida.

- Marga, ¿me disculpas un momento? – María se volvió a su amiga para que las dejase solas.

- Claro que no – la besó y se levantó – lo siento mucho Natalia – se inclinó a besar también a Natalia - estoy en la puerta, me gustaría que te vinieras a casa unos días. Cuando murió Paco, la casa se me caía encima, no tienes que pasar por eso, en vez de volver a Sevilla te vienes aquí conmigo.

- Ya está en mi casa – saltó Natalia con rapidez.

- Gracias Marga, lo haré. Ahora seguimos hablando – le sonrió agradecida y se volvió a su hija.

- Mamá... no quiero que te vayas de casa. Ahora necesitamos...

- ¿Necesitamos? ¿Ahora te preocupa qué necesito?

- Mamá...

- No. No quiero escuchar ni una palabra. Te lo dije, Natalia, ¡te lo dije! Que tu padre no estaba bien, que estaba muy raro. Pero no, tú no podías escucharme, ni siquiera por una vez en tu vida. Tenías que hacer como siempre tu santa voluntad. Tenías que castigarlo hasta el final, ¿sabes lo que te quería? ¿eh? ¡eras la niña de sus ojos! ¿sabes lo que le dolía cada mirada de desprecio que le lanzabas en el juicio?

- Mamá... no podía...

- ¿Qué no podías? ¿qué no podías? – elevó la voz y Adela se acercó a ellas discretamente, dispuesta a intervenir si era necesario.

- Sí, entiéndeme, tú te has enterado de las mismas cosas que yo...

- Yo sé perdonar, pero tú... - la miró con desprecio y suspiró - ¿Ya tienes lo que querías?

- Mamá... no digas eso.

- Eso es lo que tú me has estado diciendo todas estas semanas. Que no te importaba nada de él. Pues ya lo tienes, ya está muerto. Estarás contenta.

- No. No lo estoy – sus labios temblaron y sus ojos se humedecieron – estoy triste y... sé que tú también... yo...

- Tú ni siquiera tendrías que estar aquí. No sé cómo no te da vergüenza fingir que...

- ¡María! – Adela se adelantó y cogió a la madre de su amiga por el brazo dispuesta a zanjar aquella situación y evitar que los comentarios, que ya ese estaban suscitando, continuasen con disimulo - ¿quiere un café o un poco de agua? – la retiró de Natalia con toda su intención – te voy a enseñar la sala de descanso que nos han asignado, allí podrás tumbarte un rato y descansar sin que nadie te moleste y retocarte un poco.

- Gracias, Adela – también parecía aliviada de cerrar la discusión con su hija.

Natalia se quedó allí parada. Sentía las miradas de los demás puestas en ella y deseó salir de allí inmediatamente pero no podía hacerlo. Tenía que cumplir con todos. Tenía que mostrar una entereza que estaba muy lejos de sentir. Vero se percató de ello y se adelantó a Teresa que ya estaba de nuevo dispuesta a acaparar a la pediatra.

- Nat, acompáñame fuera un momento.

- No, Vero – intentó negarse.

- Te vendrá bien - le aseguró.

Con decisión se situó a su espalda y empujó la silla camino del pasillo exterior.

- Vero... no podemos marcharnos las dos de aquí.

- Llevas aquí muchas horas, a nadie le extrañará que te tomes un pequeño descanso.

- No lo entiendes, tiene que haber alguien de la familia...

- No vamos a tardar, es solo un momento.

La psiquiatra rodeó el interminable corredor y llegó hasta un pequeño patio trasero donde se encontraba la cafetería y un pequeño jardín con bancos.

- ¿Quieres que te invite a algo?

Natalia negó con un gesto. Vero la empujó hacia el jardín y la colocó de frente a un banco donde ella tomó asiento.

- Vero... debería volver.

- No. Lo que debes es descansar un poco y tranquilizarte.

- Estoy bien. Y estoy tranquila.

- No lo creo. He visto como respirabas agitada, ¿te duele el pecho? – Natalia negó de nuevo - Tu madre...

- Mi madre tiene razón. No quise escucharla, no quise oír hablar nada de él. Ni si quiera le di las gracias a mi padre por lo que testificó en el juicio. Y ahora... tengo que asumir...

- No tienes que asumir nada. Eso es lo que quería decirte porque te conozco demasiado bien y no quiero que te sientas culpable. Tu padre ha tomado sus decisiones y tú no eres responsable de ninguna de ellas, ni cuando decidió sacrificarte para salvar sus bodegas y su reputación, ni cuando ha decidido acabar con todo.

Los ojos de Natalia se llenaron de lágrimas, apretó los labios y se controló de nuevo.

- Deberías llorar si tienes ganas. Aquí no te ve nadie.

- No. Gracias por tus palabras, pero... tengo que volver a la sala y tengo que... hablar con mi madre.

- Sabe que lo sientes, solo está dolida y afectada. Es más fácil echarle la culpa a alguien que asumir su parte de responsabilidad en todo esto.

- Mi madre no es responsable de nada, si dices que yo no lo soy, ella menos que ha estado siempre a su lado.

- No me refería solo a... lo que ha hecho tu padre, me refería a todo lo demás. Pero vamos a dejarlo. Yo lo que quiero es que tomes algo y te despejes un poco.

- Gracias Vero, pero no me entra nada. Y tengo que volver – respondió cansada.

- Nat... has pasado toda la noche sin dormir. Hace casi veinticuatro horas que cenamos y desde entonces no has comida nada y has bebido nada más que un par de sorbos de agua.

- No te preocupes tanto Vero. Estoy cansada, pero estoy bien – suspiró – vamos dentro.

Vero no insistió más pero no dejó de observarla toda la noche. Cruz se quedó con ellas un buen rato hasta que Adela, que había ido un momento a su casa a llevar a su hija, que había insistido en ir a ver a la tía Natalia, regresó.

- Bueno, yo me marcho que la canguro estará ya desesperada, le dije que sería para un par de horas ¡y mira!

- Si ya nos iremos yendo todos – dijo Vero.

- ¿Al final el entierro es en Sevilla? – Cruz mostró interés en saberlo.

- Sí – respondió Adela.

- No vamos a poder ir casi ninguno.

- Yo la acompañaré – afirmó Adela.

- Yo no puedo – dijo Vero – me gustaría hacerlo, pero no tengo forma de cambiar la grabación.

- No os preocupéis que no la voy a dejar sola con su madre – Adela hizo un gesto de complicidad que las otras dos aceptaron con una medio sonrisa – de momento se está conteniendo, pero yo conozco a María y antes o después arremete contra ella.

- ¿Isabel os acompaña?

- Eso nos ha dicho. No me ha dado muchos detalles, pero por lo visto María le ha comentado algo de unos documentos que Pedro quería que entregara en la policía el día que él faltara.

- ¿Es eso lo que hablaron en la famosa llamada? – preguntó Cruz con interés.

- No estoy segura – Adela miró por encima del hombro y comprobó que madre e hija charlaban con los pocos acompañantes que ya iban quedando – pero parece que sí, que María habría intentado hacerse con ellos. Por lo visto, unos estaban en una caja de seguridad aquí en Madrid, pero los demás están en Sevilla.

- No sé cómo ha estado este hombre para hacer lo que ha hecho y dejar... - Cruz cerró la boca al ver que Teresa se acercaba a ellas.

- ¿Te vas ya Cruz?

- Sí, Teresa.

- ¿Me puedes acercar a casa?

- Claro, mujer. Yo te acerco – respondió con amabilidad.

- Voy a despedirme de ellas – dijo Teresa dejándolas de nuevo solas.

- Total ya llego tarde – sonrió Cruz pensando en la niñera - ¿tú te quedas Vero?

- Debería irme, mañana tengo la grabación que he anulado hoy, pero no sé qué van a hacer, ¿se quedan aquí toda la noche? – miró a Adela.

- María desde luego, sí. Es la costumbre en nuestra tierra.

- Nat debería irse a descansar – les dijo Cruz a ambas – a ver si la convencéis. Parece agotada.

- Si se queda su madre no va a consentir en irse.

- Deberían irse las dos – insistió Cruz a sabiendas de que era inútil – bueno... que descanséis. Mañana os llamo.

- Gracias Cruz por todo. Para Nat es un alivio tenerte y poder confiarte todas las responsabilidades.

La cardióloga sonrió y apretó el brazo de Adela con cariño.

- ¿A qué hora os vais?

- Creo que sobre las once está previsto que salga el coche fúnebre hacia el aeropuerto.

- ¿Os quedaréis allí unos días?

- No lo sé. Pero tal y como está el patio, ¡lo dudo!

- Bueno, voy a despedirme de ellas, que mañana no podré pasar ni un momento antes de que salgáis para Sevilla.

Teresa ya estaba esperando a Cruz que con rapidez se despidió de Rosario y le dio un fuerte abrazo a Natalia.

- Ánimo, y descansa un poco.

- Sí – respondió la pediatra consciente de que no sería posible.

Apenas quedaban una decena de personas en la sala y algunas de ellas decidieron ir a cenar a la cafetería. Adela le explicó a Vero que eran parientes y amigos de Pedro. Cuando se quedaron solas con Natalia y su madre Adela, miró a Vero y le propuso ir a cenar algo.

- ¿Crees que es buena idea dejarlas solas?

- Creo que sí. Tienen que hablar, además ya he estado yo comentando con María algunas cosas y... en el fondo está deseando acercarse a Nat – se giró hacia las dos con decisión – nosotras nos vamos un momento a cafetería, antes de que cierren, ¿queréis que os traigamos algo?

- No gracias, Ade. En la sala de descanso hay de todo.

- Habla por ti, Natalia. Yo me voy con vosotras – dijo Rosario al ver que se quedaría sola con su hija.

- Mamá, quédate, por favor.

- ¿Qué vas a decirme? ¿qué lo sientes? – se volvió enfadada.

- Bueno, nosotras nos vamos.

Adela empujó a Vero que no estaba nada convencida de que Adela estuviese en lo cierto. Más bien parecía que María estaba dispuesta a arremeter contra su hija.

- Mamá, ven, siéntate.

- Estoy cansada de estar sentada.

- Yo también – sonrió intentado hacer una broma que relajara un poco la tensión entre ellas.

- ¿Eso es lo que te importa tu padre? Ahí, de cuerpo presente y tú gastando bromitas.

- Mamá, afloja un poco, por favor.

- Muy bien. ¿Qué quieres decirme?

- Echo de menos los días que me cuidabas y que me decías que yo era importante para ti.

Los ojos de su madre se humedecieron y desvió la vista.

- Mamá... sé que no soy la persona que tú hubieras querido. Sé que me he equivocado muchas veces y que... ¡no sabes lo culpable que me siento por no haberte escuchado y haber ido a ver a papá! Sé que nunca has estado orgullosa de mí y que esto... lo que ha pasado con papá... puede separarnos para siempre.

- No te lo voy a perdonar nunca. ¡Nunca!

- Lo sé. Pero no puedo cambiar las cosas. No puedo echar el tiempo atrás y... evitarlo... pero... aunque no me creas, lo siento, ¡lo siento mucho! y... estoy triste y... - el nudo de su garganta le impedía hablar con fluidez, tragó saliva y se detuvo un momento, sin que su madre dijera absolutamente nada – Mamá... - intentó el contacto físico y tomarla de la mano, pero su madre se levantó de su asiento.

- ¿Has terminado?

- Perdóname.

- Tú no podías visitar a tu padre. Yo no puedo perdonarte esto.

- Mamá... por favor... estás siendo cruel.

- No más que tú, no más que tú – repitió perdiendo fuerza.

- Mamá... ¿qué puedo decir para que me creas?

- Nada, Natalia. Ya no puedes decir, ni hacer nada.

- Mamá... - sollozó sintiendo que la impotencia comenzaba a apoderarse de ella – yo... te quiero y... también lo quería a él... yo... estaba enfadada y decepcionada y... no podía mirarlo a la cara sin pensar en todo lo que había hecho, en que he estado a punto de morir por su cobardía... y... daría lo que fuera por haberme ido contigo ayer, por haberle dicho que... ya lo había perdonado... que estaba dispuesta a declararme culpable... y... y... - se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar ante la fría mirada de su madre, que aguardó a verla serenarse sin hacer el más mínimo acercamiento.

- ¿Has terminado? – le preguntó cuando la vio más calmada.

Natalia elevó sus ojos hacia ella sin comprender cómo podía ser así. Como podía mantenerse fría y distante cuando prácticamente le estaba suplicando.

- Muy bien, Natalia. Vamos a comportarnos como personas civilizadas. En Sevilla habrá muchos más ojos puestos en nosotras que aquí. Y estarán tu hermano y Ana y las niñas. Bastante tenemos ya con lo que tenemos como para que tú y yo contribuyamos aún más.

- Me importa una mierda lo que piensen los demás.

- Eso ya lo sé – le dijo despectiva – si no de qué habrías hecho, las cosas que has hecho, pero a mí sí que me importa. Estarán mis amigos y toda la familia...

- ¿Y qué quieres? ¿qué me comporte como si no pasara nada?

- Eso exactamente. Te quiero a mi lado, como dios manda. Seremos la familia perfecta. Pero luego, recogeré las cosas de tu casa y me iré con Marga una temporada. Y espero que respetes mi dolor y te comportes como te pido. ¿Lo harás?

- Sí es lo que quieres... sí, lo haré. Haré todo lo que quieras.

- Bien. A tu hermano ni una palabra. Adora a tu padre y... también a ti. No quiero que sufra por nosotras.

- Ya... - apretó los labios en una mueca de desilusión. Su hermano no debía sufrir más de lo necesario, pero y ella ¿acaso le importaba lo que sufría ella?

- ¿Alguna objeción?

- No. Ninguna – respondió con un hilo de voz.

- Muy bien. Ve a echarte un rato en la sala de descanso, tienes mala cara – le dijo más afable - Yo me quedo aquí.

- No, mamá, yo me quedo, ve y descansa tú.

- No voy a dejar a tu padre solo. Hazme caso y ve a echarte un rato – se acercó a ella y le dio un breve beso en la mejilla.

- Bueno... solo un rato luego... vengo y te vas tú ¿de acuerdo?

Su madre asintió y dirigió sus pasos a la pequeña ventana que comunicaba con la estancia donde estaba el féretro de Pedro. Le dio al botón y se quedó observando a su marido. Natalia estaba parada en la puerta, pendiente de ella. Por primera vez vio a su madre derrumbarse y llorar amargamente. Entró de nuevo, se situó a su espalda y con un gran esfuerzo intentó ponerse de pie, sin éxito.

- ¿Qué haces? – su madre la miró desconcertada.

- Mamá... ven... cierra eso y ven aquí – tiró de su mano y la sentó en una silla cercana – mamá... - la abrazó y María por primera vez se dejó consolar por su hija.

Permanecieron abrazadas, llorando juntas un largo minuto. Luego María se retiró. Apoyó la mano en la mejilla de su hija y le dio un cálido beso que reconfortó a la pediatra.

- Anda, hija, ve a acostarte.

- ¿Estarás bien?

- Sí. Vete tranquila.

- Me espero hasta que lleguen los titos.

María sonrió y se recostó en la silla, cansada. Las dos permanecieron en silencio. Con las manos entrelazadas y una sensación de alivio que las ayudaba a sobrellevar el dolor de la pérdida.





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