La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 150

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By marlysaba2



Natalia llegó a casa agotada. Tras su charla con María José, se sentía algo más animada. No dejaba de darle vueltas a las palabras de la anciana. Tenía la habilidad de hacerla creer que podía lograr aquello que deseaba. Y lo que más deseaba en esos instantes era contarle a Alba que todo había ido bien en el juicio. No se había atrevido a llamarla antes porque en el fondo había esperado que la enfermera diera alguna muestra de interés por saber cómo iba todo. Pero ante su prolongado silencio y después de escuchar a María José había decidido arriesgarse y dar ella el primer paso. Cogió el teléfono, decidida, y buscó el número del campamento. Esperó ansiosa escuchar la voz de Grecco y unos interminables segundos después oyó al italiano. Lo saludó con rapidez, él siempre era muy afectuoso con ella, la trataba con familiaridad y cercanía y se veía obligada a corresponder, aunque no recordaba ni su cara. Tras el saludo el chico la dejó esperando, y fue en busca de la enfermera. El corazón de la pediatra latía apresurado solo al imaginar su voz. ¿Cómo la recibiría? Anhelaba que no se tomara a mal la llamada, no quería presionarla después de la despedida del aeropuerto, pero la noticia que quería darle era suficiente justificación como para que no se tomase a mal que hubiese optado por hablar con ella.

- Lacunza – la voz de Germán al otro lado la sobresaltó.

- Germán – murmuró decepcionada.

- ¡Vaya! Veo que te alegras de escucharme.

- No es eso, es que... ¿y Alba?

- En el campo de desplazados. Hoy le ha tocado la china.

- Eh... ¿mucho trabajo?

- ¡De locos! ¿Y tú cómo estás? ¡me alegro de oírte! Ya era hora que te dignaras a llamarnos que si no es por mi ex, no nos enteramos de nada.

- Lo siento. El juicio... y todo que me ha tenido... sin tiempo.

- Ya sé, ya. ¡El juicio! – exclamó socarrón – vamos Lacunza, que a mí no me la das.

- Es cierto, estoy muy liada.

- Y más animada por lo que veo.

- La verdad es que sí – disimuló su congoja, desde que comprendió que no escucharía a Alba unas enormes ganas de echarse a llorar se habían apoderado de ella – estoy muy bien y hoy mucho mejor – impostó un tono alegre – llamaba para deciros que... ¡me han absuelto!

- ¡No me digas! – exclamó haciéndose el sorprendido, a primera hora de la tarde Adela había llamado para informarles - ¡eso es una gran noticia! Estarás que no cabrás en el pellejo.

Natalia no pudo evitar lanzar una pequeña carcajada.

- Tú siempre tan expresivo.

- Qué quieres, uno ya es muy mayor para cambiar. Ya en serio Lacunza, ¡es estupendo! No sabes cuánto me alegro, y ahora qué. ¿Vas a tomarte unos días libres?

- La verdad es que no me lo había planteado, pero parece que todos os habéis puesto de acuerdo en decirme lo mismo.

- Claro mujer date una alegría para el cuerpo, que tu amiga ya me ha contado que llevas unas semanas que apenas comes y "atacá" de los nervios.

- En eso mismo estaba pensando yo.

- ¿Y por qué no te vas unos días por ahí?

- Lo mismo me tomo unos días y me voy para allá con el próximo vuelo que organicemos en la clínica.

- ¡Fantástico! Ahora la cosa está un poco movidita por aquí, pero el tráfico aéreo se reanudó hace tiempo. ¿Y cuándo sería eso? No es por nada, pero tengo que hacerme mis cálculos.

- Bueno... es Laura la que lleva el tema, tendría que preguntarle, pero... quizás en un par de semanas.

- Estupendo, todos nos alegraremos mucho de volver a tenerte por aquí.

Natalia guardó silencio deseando preguntarle si Alba también se alegraría, pero no se atrevió a hacerlo.

- Bueno Germán, que... solo quería deciros eso.

- Muy bien, creo que ahora que lo pienso en mi planning no tenemos viaje a tu clínica hasta dentro de tres emanas.

- Y yo... ahora que pienso también... no sé si yo podré en tres semanas, pero si no es así quizás me escape en las vacaciones unos días.

- ¿Ya te estás rajando?

- No, no es eso. Es que... me acabo de acordar que en tres semanas reabriremos el campamento y... tendré que organizar un montón de cosas.

- Vienes cuando tú quieras, aquí sabes que estamos encantados de verte, pero si lo dejas para vacaciones avísanos con tiempo que nos cojamos unos días también nosotros, ya sabes cómo es esto.

- Claro, claro, ya... ya os lo diría con tiempo y... bueno que... ¿cómo sigue el tema por ahí?

- Cada vez peor. Hay asaltos cada dos por tres. Lo que yo te diga esta tregua es una auténtica mierda. Pero tú tranquila que si quieres venir André te recoge en Kampala y te escolta hasta aquí.

- No si... ya te digo que lo más seguro es que no pueda ahora y... vosotros tened cuidado.

- Sí, le diré que tenga cuidado – respondió burlón.

- Me refiero a todos - saltó molesta al verse descubierta.

- Ya lo sé – soltó una carcajada – ¿no me preguntas por ella?

- Eh... sí... ¿cómo está?

- Está bien, triste, pero bien, centrada en el trabajo, como siempre, no para.

- Cuídala.

- Sabes que lo hago.

- Sí, lo sé.

- Cuídate tú también.

- ¡Germán! no cuelgues.

- Dime.

- ¡Gracias! gracias por... salvarme la vida.

- Otra vez con eso? ¿cada vez que llames me lo vas a decir?

- Es que si no llega a ser porque tú te das cuenta...

- ¿Con quién me iba a meter yo si no? – bromeó – eso sí, me debes una pasta, ¡que me gasté en llamadas lo más grande!

Natalia escuchó su risilla característica y suspiró. Apenas recordaba nada de los días en Jinja, no recordaba su reconciliación con él, pero se lo había contado Adela y se alegraba de poder hablar con él.

- Bueno Lacunza, si no quieres nada más...

- No, gracias por ponerte.

- De nada. Ya le cuento yo a Alba lo del juicio, aún tardará en regresar.

- Gracias.

Colgó decepcionada y abatida. Había esperado hablar con ella y ahora la poca alegría que sentía por lo del juicio se había esfumado. Era consciente de que debía estar contenta, alegre, de que quizás debería haberle hecho caso a Claudia y Adela y salir de esas cuatro paredes, irse a celebrarlo, pero algo en su interior se lo impedía, sentía que ese día, como todos desde que ella se marchara se le hacían eternos. ¡La sentía tan lejos! "Está en tus manos, no desistas de lograr tu sueño, ella te ama inmensamente, un amor limpio... su corazón late por ti" "Y el mío por ella" se dijo, con un profundo suspiro. Las palabras de María José la martilleaban, ¿qué podía hacer para aminorar esa angustia, esa sensación de soledad? Sus ojos se clavaron en el escritorio del dormitorio y una luz iluminó sus ojos "¡Ya sé lo que haré!" "Te escribiré una carta todos los días, hasta que te convenzas de que te amo, de que mi vida está a tu lado" Se dirigió hacia allí con una leve sonrisa en los labios y se dispuso a abrirle su corazón una vez más, y pensaba hacerlo así, día a día, aunque no obtuviese respuesta.



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En Jinja Germán esperaba a que llegasen los camiones del campo de desplazados, se estaban retrasando y no quería manifestar su preocupación, pero no dejaba de pasearse de un lugar a otro inquieto. Cuando al fin escuchó los motores y las bocinas al otro del portón, respiró aliviado y corrió hacia la entrada. Saludó a sus compañeros y le dedicó una amplia sonrisa a Alba que bajó de un salto apoyándose en su mano.

- ¡Vaya pinta traes! Debes estar hecha picón.

- La verdad es que sí, ha sido un día agotador.

- Por aquí no hemos estado mucho mejor.

- Ya imagino.

- Anda ve a darte una ducha que te tengo una sorpresa.

- ¿Una sorpresa?

- Sí, una sorpresa y una buena noticia – sonrió contento.

- Y a qué esperas, ¡cuéntame!

- ¡Han absuelto a Nat! – exclamó deseando ver su reacción.

- ¿De verdad? – preguntó con seriedad.

- Claro que de verdad – respondió extrañado ante la expresión de temor que vio en su rostro.

La enfermera apretó los labios y sus ojos se llenaron de lágrimas. ¡Cuánto deseaba estar allí con ella y poder celebrarlo juntas! Era la mejor noticia que podía darle. Deseó con todas sus fuerzas correr a la radio y llamarla, pero no podía hacer eso. No se fiaba de nadie, no se fiaba de que escuchasen sus conversaciones y no podía establecer contacto con ella. No debía hacerlo. Ni debía darle alas porque era imposible que tuvieran un futuro juntas.

- Eh... vamos niña... que es una buena noticia... creí que te alegrarías no que te echarías a llorar.

- Lloro de... de alegría.

- Sí, y a mí me ha salido pelo esta noche – dijo burlón – ¿qué te pasa?

- Que me alegro muchísimo, y... querría estar allí... con ella.

- Ya... ni te pregunto que luego me bufas. Pero estás donde has decidido estar.

- Ya lo sé – sonrió con tristeza – supongo que esa era la buena noticia, ¿y la sorpresa?

- Ahora no, primero date una ducha que estás hecha una pena, te espero en el salón que ya verás que buena cena tenemos hoy y luego con el café te cuento.

- Pero ¡serás...! ¿para eso me lo dices?

- Ya me conoces – le guiñó un ojo y se alejó a grandes zancadas.

Alba se dirigió a su cabaña en busca de ropa limpia y sus toallas. Se alegraba de corazón de la noticia recibida, y se sentía impotente por no poder llamarla y compartir con ella esa alegría. Pero tenía que cumplir su promesa. No iba a llamarla, ni iba a permitir que el contacto continuase entre ellas. Tenía que ser firme por el bien de ambas. Por eso no la había llamado ni una sola vez desde que regresara, por eso tan solo procuraba saber de ella a través de Germán, por eso no hacía nada para seguir en contacto, aunque lo cierto es que Natalia tampoco lo había intentado y eso, secretamente, le dolía en lo más profundo. Ella no podía llamar, pero había esperado que la pediatra lo hiciera alguna vez.



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Estaba inmersa en la escritura de aquella carta cuando llamaron a la puerta del cuarto y abrieron sin esperar, sonrió pensando que se trataría de Mara, la niña era su única alegría esos días. Pero se equivocó. Su madre se plantó ante ella con rostro acusador.

- Natalia...

- Si vienes a hablarme de tu marido...

- Hija... no le llames así, es tu padre y...

- No puedo llamarlo de otra manera. Y te lo digo en serio, no quiero hablar de él.

- No he venido para eso. Me parecía que ya habías llegado y ni siquiera te has molestado en pasar por la sala a saludar.

- Estoy cansada.

- ¿Tanto que no eres capaz de decirle a tu madre que ya estás aquí?

- Lo siento, estoy muy cansada y no tengo ganas de charla – se disculpó mohína - ¿tienes algún otro reproche?

- No es un reproche, solo quiero que todo esto... no nos separe a ti y a mí.

- Tú y yo nunca hemos estado muy unidas que digamos.

- Hemos tenido nuestras diferencias, pero... - su voz se quebró levemente y Natalia levantó la vista del papel y miró hacia la puerta de donde su madre no se había movido – eres mi hija.

- Mamá, ya te he dicho que lo siento, ¿vale? – le dijo más suave - Estoy cansada y no estoy de humor ¿quieres algo más?

- Sí. Salgo a cenar fuera, con el abogado de tu padre y...

- ¿A cenar con el abogado? ¿no sales mucho con él?

- ¿Qué insinúas hija?

- Que has tenido toda la tarde para hablar con él. Sabes que no me gusta que andes por ahí, estoy amenazada de muerte y... todos los que me rodeáis podéis correr peligro.

- En primer lugar, si eso es cierto, corre el mismo peligro por la tarde que por la noche y en segundo lugar te recuerdo que me paso las tardes con esa cría, ya que tú tienes que trabajar.

- Lo dices como si no fuera cierto. Tengo que ir a la clínica.

- Yo solo digo que deberías pasar menos tiempo en esa clínica, apenas hablamos.

- Ahora no puedo. Me paso las mañanas en el juzgado y tengo que ir...

- Natalia, ¿a quién pretendes engañar? Te has pasado semanas sin aparecer por allí. Porque te centres unos días en el juicio y... luego te vengas a casa... deberíamos hablar de ello, hija, tu padre quiere...

- ¡Mamá! te he dicho que no quiero hablar de eso. ¡No insistas!

- Hija, no se puede hablar contigo de nada sin que saltes enfadada. Y para que te quedes tranquila con el abogado solo trato el caso de tu padre. Acaso crees que yo sería capaz de...

- Perdona mamá, estoy cansada y... no estoy de humor... no pretendía insinuar nada.

- ¿Y por qué estás de mal humor? Deberías estar aliviada. Te ha ido muy bien en el juicio.

- Y tú podías manifestar un poco de alegría por el resultado ¿no crees?

- ¿Por eso estás así conmigo? ¡Natalia! – exclamó con una leve sonrisa - Me alegro, hija, ¡claro que me alegro! ¿cómo puedes dudarlo?

- Quizás porque no has sido ni para dedicarme un segundo de tu tiempo en todos estos días. La prensa no deja de insinuar que mis padres me protegen mintiendo y que se nota en lo distanciada que te muestras y...

- ¿Desde cuándo te importa a ti la prensa?

- Creía que a vosotros sí, sobre todo a ti.

- Hija, tú no sabes lo que se nos viene encima, lo de tu padre es mucho más gordo de lo que parecía y... sé que aún se guarda cosas, por mucho que he intentado que lo cuente todo. Tiene miedo. Y no solo por lo que pueda pasarle a él si habla. Por eso me ves seria, no porque no me alegre de que haya salido absuelta.

- Estoy cansada mamá – le repitió sin ganas de charla.

- Y porqué sigues ahí con papeles, deberías cenar algo y descansar. Tienes muy mala cara, cariño – se acercó al escritorio y Natalia volvió los papeles con rapidez.

- ¿No te fías de tu madre? no voy espiarte.

- No es eso.

- Pues lo parece.

- Es... es que estoy escribiendo una carta y... es algo... personal.

- Ya. Una carta para Alba supongo.

- ¿Y qué si es así?

- Nada. Ya te dije que si es la persona que tu escoges yo lo acepto.

- Pero... – la instó a que siguiera – porque tú siempre tienes un pero.

- Pero nada, hija.

- ¡Vamos mamá! Que nos conocemos, ese tono tuyo de desaprobación es inconfundible.

- Está bien. Reconozco que no entiendo a esa chica. No para de pregonar su amor por ti, pero yo nunca la veo a tu lado cuando más la necesitas. Y... se ha marchado hija, y deberías hacerte a la idea – le acarició el pelo y Natalia refrenó las lágrimas mirando hacia abajo y tragando saliva, en el fondo sentía que su madre tenía toda la razón, y ella estaba allí intentando abrir su corazón a alguien que quizás no merecía que lo hiciera – cariño, ¿por qué no vas a cenar algo?

- No tengo hambre y en cuanto termine con esto me acostaré.

- Deberías comer algo y deberías escuchar a Cruz, me ha dicho que hable contigo, dice que te niegas a hacerte una revisión y eso no puede ser, este juicio ha sido muy duro y no se te ve bien.

- Mamá... lo que es duro es tener que... escuchar que tu padre ha intentado matarte.

- Sabes que eso no es así, se equivocó hija y ya te ha pedido perdón.

- No me contó todo.

- Porque se avergüenza, pero te quiere mucho...

- ¡Sí! Me quiere muchísimo – la interrumpió irónica.

- Sabes que es así y te lo ha demostrado ¿no te vale lo que ha dicho en el juicio? Te ha exonerado de todo dejando a su abogado con el culo al aire, gracias a eso te han absuelto

- Me han absuelto porque había pruebas para ello.

- Y porque tu padre se retractó, tienes que reconocerle eso.

- No tengo que reconocerle nada.

- Natalia, esa rabia que sientes no te va a ayudar a sentirte mejor.

- Estoy cansada mamá y te he dicho que no quería hablar de él y aquí estamos, haciendo lo que tú quieres. No sé cómo te las arreglas, pero siempre me llevas a tu terreno ¿alguna vez vas a escucharme?

- Tienes razón, dejemos a tu padre, yo quería hablarte de otra cosa.

- ¿De qué?

- Esa niña que tienes aquí, recogida.

- ¿Qué pasa con María? Porque si te molesta siento decirte que lo siento, pero se queda.

- ¿Quién te ha dicho a ti que me moleste, hija? A veces me hablas como si fuera un ogro.

- Tu tono de desagrado, también lo conozco de sobra, mamá.

- Sí, ya sé que crees conocer todos mis tonos – recalcó sarcástica - pero no es por lo que tú crees, hija.

- ¿Y por qué es?

- Esa niña no puede estar sola todo el día. Llegas de trabajar y ya estás encerrada aquí. Ni siquiera cenas con ella. Yo... no puedo quedarme aquí todas las tardes. Tú misma me lo acabas de decir.

- Estoy cansada, ya te lo he dicho. Deja de cuestionar todo lo que hago.

- Muy bien. Pero esto vas a escucharlo, Natalia. Si esa niña está aquí es porque querías encargarte de ella y si te has arrepentido...

- ¡No me he arrepentido!

- Pues entonces empieza a hacerlo. La dejas sola todo el día, y es una cría que se siente desubicada. Apenas te ve, y si está aquí es por ti. Yo puedo encargarme de ella unas horas, pero ni comes aquí, ni cenas aquí, ni te molestas en acostarla o en preguntarle como está.

- Eso ha sido solo hoy. Ayer...

- Ayer la viste diez minutos, antes de que se metiera en la cama.

- No te preocupes, si tanto te supone quedarte con ella unos días ya me encargaré de buscar a alguien.

- Hija, yo no he dicho eso, pero llegará un día en que yo no estaré aquí para echarte una mano con ella, y mira que es un cielo de niña.

- Sí que lo es.

- Natalia, reacciona de una vez y asume tus responsabilidades. La clínica no lo es todo y esa niña te necesita, y si ahora mismo no eres capaz de cuidarla llama a los servicios sociales que es lo que tenías que haber hecho desde el primer momento.

- Tienes razón, estos días con el juicio... he estado desatendiéndola, pero... eso va a cambiar.

- Eso espero hija, por tu bien y... por el suyo. Bueno... te dejo tranquila que se me hace tarde. Descansa cariño – se agachó la besó en la frente - Llegaré tarde, no te vayas a asustar si Thersi ladra.

- No te preocupes. Que te diviertas.

- No es una cena de placer, ya te lo he dicho.

Su madre salió y Natalia continuó escribiendo la carta. Terminó de escribir un buen rato después. Se sentía aliviada después de haber plasmado sus sentimientos en aquel papel, lo releyó con detenimiento y lo dobló. Abrió el cajón del escritorio y buscó un sobre, pensaba echar esa carta al día siguiente. Miró el reloj, apenas eran las nueve y media, pero estaba deseando cerrar los ojos y poder descansar. El teléfono sonó justo en el instante en que se disponía a saltar a la cama. Miró la pantalla, era Vero. No había hablado con ella en todo el día y seguro que la llamaba para enterarse de primera mano de todo lo sucedido esa mañana. No le apetecía hacerlo, pero terminó por descolgar.

- Hola Vero, dime.

- Uy, qué tono. ¿Te pillo en mal momento?

- Estaba a punto de acostarme.

- ¿A estas horas? ¿Y después de esa sentencia? ¡Tendrías que estar celebrándolo!

- Estoy muy cansada.

- Eso es el bajón de la tensión.

- Será... - dijo sin convencimiento. Lo cierto era que en los últimos días no se encontraba nada bien, todos se habían percatado de ello, y aunque insistía que era debido a la falta de descanso por el juicio y, secretamente, creía que también a la tristeza que sentía por la marcha de Alba, comenzaba a sospechar que pudiera tratarse de algo más.

- ¿Qué pasa? ¿te encuentras mal?

- La verdad es que llevo toda la tarde algo mareada.

- ¿Mareada? Y... ¿estás sola?

- Sí.

- ¿Y tu madre?

- Acaba de marcharse, ha salido a cenar con el abogado de mi padre.

- Eh... si no te encuentras bien deberías llamar a Adela o a Cruz y que se quedaran contigo esta noche.

- Exagerada, solo estoy un poco cansada.

- En serio. No me hace gracia que te quedes sola encontrándote mal.

- No estoy sola, están los agentes y está Mara.

- Tú me entiendes, ellos no van a estar pendientes de ti, y Mara tampoco. Necesitas a alguien que esté... contigo.

- ¿Y eso por qué?

- Porque aún no estás del todo recuperada y han sido días muy duros y tensos. No me gusta que estés mareada y sola. ¿No te habrá subido la tensión? ¿te duele la cabeza?

- Vero... que yo soy la médico, y estoy bien. Solo necesito dormir.

- En ese caso no te molesto más, solo quería felicitarte y decirte lo mucho que me alegro de cómo ha salido todo.

- Gracias, Vero.

- De verdad, Nat. ¡Me alegro muchísimo!

- Lo sé.

- Bueno... descansa.

- Espera...

- ¿Qué?

- La verdad es que... tienes razón, no... no quiero estar sola.

- ¿Quieres que vaya?

- ¿Quieres venir?

- Iré encantada. Siempre que quieras tú.

- Sí que quiero.

- En media hora me tienes allí. No tienes que esperarme. Tú acuéstate.

- Gracias, Vero.



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Tras la cena, Germán le pidió que lo esperase en los escalones de su cabaña. Y allí estaba, aguardando verlo aparecer y que le diera esa sorpresa. Conociéndolo, sería cualquier fruslería que habría logrado conseguir en el mercadillo de Jinja, o cualquier chuchería de las que, de vez en cuando, le regalaba. Allí, privados de casi todo, cualquier detalle se celebraba como una auténtica fiesta. Minutos después Germán aparecía con dos humeantes tazas y se sentaba a su lado con una enorme sonrisa.

- ¿Lo quieres aliñado?

- No, que mañana madrugo.

- ¿Mañana? Mañana te toca quedarte aquí.

- No. Me he pedido regresar otra vez al campo.

- ¿Y eso por qué? ¿y cómo no me lo has dicho a mí primero? Ya te dije ayer...

- Que son demasiados días seguidos lo sé, pero estoy bien.

- ¿Por qué no me lo habéis comunicado?

- Porque sabía que te negarías.

- Es que no puedes ir tantos días seguidos, estás agotada y eso se ve a tres leguas.

- Pues dame ya mi sorpresa que me pueda ir a la cama.

- El problema no es las horas que te metes en la cama, el problema es que no duermes. Desde que saliste de la cárcel pareces otra – intentó sacar el tema que tanto le preocupaba.

- ¿Me vas a dar esa sorpresa o no? – se mostró como siempre esquiva.

- Mañana te quedas aquí.

- No, Germán. Prefiero ir, de verdad.

- El jefe soy yo. Y si no te veo en condiciones te quedas y no se habla más.

- ¿Me vas a abrir un expediente?

- Si es necesario, lo haré – afirmó oscureciendo su mirada.

- ¿Estás en serio?

- Muy en serio. No voy a dejar que te mates trabajando. No sé qué te pasa. Y respeto que no quieras contármelo, pero soy el responsable de mi equipo y llevas una semana seguida yendo al campamento. Mañana, te quedas.

Alba frunció el ceño ante su tajante respuesta.

- ¿Es una orden?

- Sí, lo es.

- Bien.

Apretó los labios y guardó silencio, consciente de que él tenía razón. Los dos lo hicieron durante unos tensos minutos, hasta que Germán lo rompió.

- No te enfades.

- No lo hago. Eres el jefe.

- Pero estás molesta.

- Ya te he dicho que prefiero estar allí.

- ¿Por qué? antes te daba pánico salir de aquí con la amenaza de la guerrilla.

- Ya me he acostumbrado y esos miedos pasaron.

- Ya... - suspiró incrédulo – antes... te gustaba confiarme tus problemas.

- No tengo problemas. ¿me vas a dar la sorpresa o no?

- Lacunza llamó esta tarde.

- ¿Nat?

- ¿Qué otra Lacunza puede llamarnos? Me contó lo del juicio.

- Creí que lo sabías por Adela.

- Quería decírtelo ella en persona, pero ya le dije que no estabas – la miró fijamente y de pronto frunció el ceño - ¿por eso es por lo que te empeñas en ir siempre tú al campamento? ¿no quieres estar aquí por si llama?

- No digas tonterías –se sonrojó un poco descubriéndose.

- Pues no vas a poder seguir escondiéndote mucho tiempo. Está tan contenta con la sentencia que quiere venir en el próximo vuelo que organicen y si al final no puede, lo hará en vacaciones.

- ¿Venir aquí?

- Sí – sonrió - ¿Qué te parece? ¿Es una buena sorpresa o no?

- ¡Menuda sorpresa! – respondió brusca y decepcionada – no tengo ganas de ver a Nat.

- Claro y yo no tengo ganas de que refresque. Ni de que me suban el sueldo, ni de que...

- No tendría que venir – musitó bebiendo de la taza.

- ¿Y eso por qué? ¿de verdad no te alegras? No me lo creo.

- ¡Vale! Sí que me encantaría verla, pero... no sé qué pretende haciendo esto. Le dejé muy claro que no podía venir.

- No se lo dejarías tan claro. Y además ¿por qué no va a poder?

- Porque no puede ser. Ya sabes cómo está aquí todo.

- ¿Ahora te vas a preocupar por eso?

- Son ganas de arriesgarse innecesariamente.

- Te doy la razón a medias, sí que se corren riesgos, pero... no estoy tan de acuerdo en que sea innecesariamente, querrá verte.

- No quiero que venga y ya está. Es tontería estar siempre así.

- ¿Así cómo?

- Déjalo.

- Niña, ¿no me vas a contar qué ha pasado entre vosotras?

- No hay nada que contar. Ella quiere una vida y yo otra. Hemos hablado y estamos de acuerdo en mantener el contacto, pero seguir con nuestras vidas.

- Entiendo – bebió un sorbo del café y la miró esperando que dijera algo más pero no lo hizo - Yo no te veo muy contenta con esa decisión.

- La quiero y... me está costando aceptar que todo ha terminado. Eso es todo.

- Lo cierto es que creí que te quedarías allí. De hecho, me ha extrañado que vuelvas tan pronto y que... ¿seguro que no hay nada más?

Fue ahora Alba la que se refugió en su taza de café y guardó silencio. No quería mentirle, pero tampoco podía contarle la verdad.

- A lo mejor... Nat se está cuestionando su vida y quiere... ver que tal respiras tú.

- Yo ya le dije todo lo que tenía que decirle – Alba lo miró a los ojos, consciente de su interés, tenía que seguir fingiendo y disimular ante él, porque era incapaz de contarle la verdad - sabe que estoy aquí, pero si lo que pretende es que caiga otra vez en el error de correr tras ella lo lleva claro.

- No me parece que pretenda nada, solo creo que... no quiere perder el contacto.

- Puede ser – suspiró y se levantó con lentitud – me voy a la cama.

- Sí, es tarde – hizo lo propio – buenas noches.

- Buenas noches, Germán.

- ¡Niña! – la llamó regresando sobre sus pasos antes de que se metiera en la cabaña.

- ¿Sí? – se volvió hacia el manteniendo la puerta entre abierta.

- Creo que Lacunza necesita que la llames, Adela me pidió que lo hicieras y... aún... no es muy tarde, podías...

Alba se mordió el labio inferior y bajó los ojos, indecisa.

- No puedo llamarla.

- ¿No puedes o no quieres?

- No puedo.

- No te entiendo...

- Sabes que escuchan las conversaciones...

- Sí, son interceptadas, todos lo sabemos, pero eso no es excusa, siempre has hablado con ella a pesar de eso. Basta con no decir nada comprometedor.

- Ya...

- En el fondo lo estás deseando... reconócelo, ¿no vas a felicitarla por la sentencia? Estoy seguro de que espera que lo hagas.

- No me entiendes, no sé cómo explicarte, que simplemente no puedo.

- ¿Tan mal habéis acabado? Porque a mí hablando con ella no me lo ha parecido.

- Todo se echó a perder por su culpa y, sobre todo, por la mía.

- ¿Y no podéis olvidaros de esos errores y perdonaros?

- No puede ser.

- Yo no te veo contenta, estás..., ya estás como cuando... lo de Margarette y... encerrarte en esa cabaña, trabajar hasta reventar y no hablar con nadie no es la solución.

- Yo no veo otra.

- Las hay. Ya las encontraste una vez, y tienes que volver a hacerlo.

- No. No puedo y... prefiero que dejemos el tema. Es mi vida, y hago con ella lo que quiero.

- Está bien. No te digo nada más pero antes tú no eras así.

- ¿A qué te refieres?

- Te ha llamado y no le devuelves la llamada... ¿qué trabajo te cuesta?

- Y a ti qué te importan tanto. Deja ya de insistir, no voy a llamarla.

- ¿Ves? A eso me refiero cuando te digo que has cambiado. Sabes que eso le hará daño y parece no importarte...

- ¿El problema es esa puta llamada? – preguntó elevando la voz - ¿si la hago dejarás de darme el coñazo?

- No te pongas así.

- ¿Qué no me ponga así? ¡No dejas de darme la brasa!

- Perdona yo solo quería que...

- ¡Está bien! – cerró la puerta de un sonoro golpe y bajó los escalones de un salto – haré esa llamada para que te quedes tranquilo y tu Lacunza no sufra. Y a ver si algún día te paras a pensar en lo que sufro yo.

- ¿Qué? – la enfermera no respondió y pasó a su lado empujándolo para apartarlo

- ¡Alba!

Alba ya no lo escuchaba corría hacia la radio visiblemente enfadada. Entró en la habitación con tanto ímpetu que Grecco se sobresaltó.

- ¿Qué sucede? – le preguntó el joven extrañado de verla allí a aquellas horas.

- Quiero que me pongas con este número – garabateó con rapidez el teléfono en los papeles y musitó – a ver si así me dejan tranquila.

- ¿Decías algo?

- Nada, y vamos que tengo prisa.

- Ya estaba recogiendo.

- Francesco, por favor, es importante – su tono se suavizo de inmediato – y... perdona, no tenía que haberte hablado así, pero estoy nerviosa y he tenido un día duro – se justificó – necesito hacer esa llamada.

- Está bien – marcó el número – imagino que querrás quedarte sola.

- Sí puede ser sí, lo prefiero y... ¡gracias!

Su corazón se aceleró mientras esperaba. Los nervios se iban apoderando de ella. Tenía una idea muy clara de lo que pretendía al llamarla, acabar con aquello. Evitar que Natalia fuese a Jinja y que siguiese con esas llamadas que podían ponerlas en evidencia. Pero mientras aguardaba le asaltaron las dudas, ¿se estaría equivocando? No tuvo tiempo de pensar nada más, escuchó el clip que le indicaba que se había establecido la comunicación.

- ¿Sí? ¿Germán? – escuchó la voz de Natalia al otro lado y de repente notó que su boca se había quedado completamente seca.

- No, Nat soy yo.

- ¡Alba! – la enfermera pudo notar su alegría a través de la distancia – no esperaba que llamases, Germán me dijo que volverías muy tarde.

- Tengo que decirte algo.

- ¿Ya te lo ha contado? – le preguntó con alegría.

- Eh... sí y... felicidades.

- No parece que te alegre mucho – su tono alegre mudó a uno de decepción – creí que te gustaría saberlo.

- Me alegro, pero esto no puede seguir así.

- A qué te refieres.

- A tus llamadas. Deja de hacerlo.

- Eh... - Natalia se había quedado sin palabras. Solo había llamado esa vez.

- Te dije que siguieras con tu vida. Hazlo.

- Pero... quedamos en seguir en contacto y...

- Y otra cosa. No vengas en el próximo viaje, aquí las cosas están muy revueltas y no es seguro.

- No si... tampoco es seguro que pueda ir... era una idea... quizás más Adelante...

- No quiero que vengas ni ahora ni más Adelante, ¿entiendes?

- Eh... no, no entiendo... ¿qué pasa?

- ¿No entendiste nada de lo que hablamos en el aeropuerto? Te lo dejé muy claro.

- Entendí que... tú me...

- ¡No vuelvas a llamar! – la cortó con rapidez temiendo que dijera que la quería – y... que te vaya bien, Nat.

Alba colgó con un nudo en la garganta. Salió de la radio sin poder controlar las lágrimas, pasó al lado de Germán, que la esperaba fuera, como una exhalación. El médico la alcanzó y la detuvo sujetándola por un brazo.

- ¿Has hablado con ella? ¿qué ha pasado? – le preguntó al ver su cara desencajada.

- ¡Olvídame! – lo apartó y corrió hasta la cabaña, cerró y echó el pestillo, se tiró sobre la cama, sin poder parar de llorar.

Podía imaginar la cara de la pediatra, incluso podía imaginar cómo debería estar sintiéndose. Pero era lo que debía hacer. Alejarla de ella. No podía responder a sus porqués. No podía hablar con nadie. No quería hacerle daño, era la persona a la que menos quisiera hacérselo. Con su dureza y sus palabras solo pretendía alejarla de ella. Necesitaba mantenerla a salvo, necesitaba saberla en la distancia, lejos, muy lejos de allí. Esperaba que con el tiempo no la recordase, que ni siquiera intentase buscar respuestas a su comportamiento, y esperaba que no mirase atrás, que olvidase pronto todo lo sucedido, que la olvidase a ella, que no recordase ningún buen momento, que se quedase solo con sus malos modos y sus desplantes, así podría odiarla. Sí, eso era lo mejor, que la odiase si con ello la olvidaba, esperaba que lo hiciera "ódiame, Nat, ódiame si es necesario, pero olvídame", "olvídame y sé feliz, haz lo que yo no puedo hacer, mi amor, yo nunca podré olvidarte, ni ser feliz".



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Vero llegó a la mansión más tarde de lo prometido. El tráfico estaba infernal y al final había pasado más de una hora desde que hablara con Natalia. La había llamado para disculparse por el retraso y para preguntarle si aún deseaba que fuera hasta allí pero no había conseguido contactar con ella, unas veces comunicaba y después simplemente no le daba señal. Los guardias le franquearon la entrada en cuanto se identificó y en pocos minutos estaba frente a la puerta del dormitorio de Natalia. Llamó con los nudillos y accionó el pomo. El dormitorio estaba a oscuras e, instintivamente, miró hacia la cama pensando que la pediatra se habría acostado, pero no era así, la cama permanecía intacta y vacía. Encendió la luz y entró, extrañada. Natalia no estaba allí. De inmediato, escuchó ruido en el baño y sonrió aliviada.

- ¿Nat?

- Vero... ¿ya estás aquí? – salió con una leve sonrisa en los labios que no logró disimular la hinchazón de sus ojos.

- Lo siento, he tardado más de lo que esperaba – se justificó mientras observaba su mal aspecto.

- No importa – su voz nasal revelaba también que había llorado.

- ¿Estás bien?

- Sí.

- Y... ¿qué hacías a oscuras?

- Me duele la cabeza. La luz me molesta.

- ¿Quieres que vuelva a apagarla?

- No. Ya se me ha pasado un poco.

- Ya veo – frunció el ceño preocupada. Entró con decisión y se acercó a la silla. - ven, deberías meterte en la cama y voy a llamar a Cruz.

- No. Si estoy bien – sonrió levemente.

- No lo parece.

- Gracias por venir. Y... espera, prefiero sentarme aquí – señaló la pequeña mesa junto al ventanal.

- Nat... - se calló sin atreverse a preguntarle nada. De sobra sabía que era mucho más recomendable dejarla sincerarse cuando estuviese preparada.

Vero se sentó frente a ella.

- Entonces... me siento aquí contigo.

- ¿Quieres tomar algo?

- No. Gracias.

Las dos guardaron silencio y Vero se removió incómoda en la silla. Al ver que la pediatra no decía nada se decidió.

- A ver... ¿vas a tardar mucho en decirme qué te pasa?

- No me pasa nada, solo que... no me apetecía estar sola.

- Ya... ¿has estado llorando?

- Sí.

- ¿Por qué?

- Imagino que... por lo que tú me dijiste, que la tensión de estos días me ha pasado factura.

- Entonces, hazme caso. Ven que te voy a ayudar a meterte en la cama.

- Me da cosa hacerte venir para...

- ¿A estas alturas me vas a venir con esas? – sonrió – he venido precisamente para eso, para que descanses tranquila y si necesitas algo que me lo pidas. ¡Venga! A la cama.

Natalia no se negó y accionó la silla para acercarla al lecho. Vero la frenó.

- Deja que te lleve yo.

- No hace falta.

- Me gusta hacerlo.

- Está bien.

Cuando estuvo acomodada y Vero le colocaba las almohadas de forma que quedara recostada la psiquiatra se sentó en el borde y la miró fijamente a los ojos.

- ¿Me vas a decir por qué llorabas?

- No. Lo que si te voy a decir es que es la última vez que lo he hecho.

- Ya...

- Es en serio. He tomado una decisión. No voy a llorar más por quien no se lo merece.

- ¿Tu padre? – intentó adivinar.

- Sí, mi padre y... también Alba.

- ¿Alba? ¿Ha pasado algo?

- Nada – sonrió – que mañana será otro día y que tendré una cosa menos de qué preocuparme.

- Que no es poco – le devolvió la sonrisa.

- ¿Te he dicho que estás hoy muy guapa?

- No, pero gracias. Aunque lo dudo, ¡no me ha dado tiempo ni a cambiarme! Ni siquiera me he quitado el maquillaje de la tele.

- Pues te sienta muy bien ese maquillaje de la tele.

- ¡Pero me está dejando la cara que es una pena! – exclamó elevando los ojos en un gesto entre burlón y desesperado.

- ¿Sabes que nunca he visto entero uno de tus programas?

- Haces bien – rió – no sirven para nada.

- Permíteme que lo dude. Eres una gran profesional.

- ¿Y ese halago a que viene?

- A que si te hubiera escuchado antes las cosas me irían mucho mejor.

- Uy, uy que aquí hay gato encerrado.

- No. De verdad. Solo quería darte las gracias, por venir esta noche y... y por todo.

- Pues... de nada otra vez.

Se quedaron mirándose fijamente y las dos sonrieron con timidez.

- Vero, ve y cierra el pestillo de la puerta.

- ¿Y eso? Estoy aquí, no debes tener miedo.

- No es miedo. No quiero que mi madre llegue y nos interrumpa.

La psiquiatra obedeció y regresó a sentarse en el borde de la cama, justo en ese momento las tripas de Natalia sonaron de tal forma que Vero abrió los ojos de par en par.

- ¿Han sido tus tripas? Pero qué tienes ahí ¿un alien?

Natalia soltó una pequeña carcajada.

- No he cenado.

- Eso lo arreglo yo inmediatamente – se levantó con presteza.

- Espera, no vayas a traerme nada que no tengo hambre.

- Tú puede ser que no, pero tu cuerpo protesta.

- Déjalo que proteste. No tengo el estómago para tonterías. Se me cogen los nervios y... no me aguanta nada.

- Yo creo que deberías tomarte algo, aunque fuera no sé un zumo o un vaso de leche.

- Odio la leche y el zumo me da acidez por la noche.

- Sí que estamos delicadita.

- Ya ves.

- ¿Y se puede saber qué quieres?

- Nada – se recostó y suspiró – si todo me sienta mal.

- Te voy a preparar una manzanilla y no me digas que no.

- Espera – la sujetó de la muñeca – no quiero que te vayas – le pidió con ojos suplicantes – cuéntame algo, del trabajo o de lo que sea.

Tiró de ella para que se sentara a su lado

- Poco tengo que contar, últimamente está todo muy tranquilo.

- ¿Y esa maquilladora que iba detrás tuya? Hace tiempo que no me hablas de ella.

- Esa no está muy tranquila – la miro burlona – más bien todo lo contrario.

- ¿Sigue dándote la lata?

- No me da la lata. Me cae bien y me río mucho con ella.

- Sabes lo que quiero decir.

- Pues sí, sigue insinuándoseme.

Natalia frunció el ceño, se incorporó y levantó su mano para acariciar la mejilla de la psiquiatra.

- Que vaya dejándote en paz esa pedorra.

- ¿Pedorra? – sonrió.

- Sí, pedorra.

- ¿Y eso?

- Eso es que no me hace ninguna gracia – apoyó la mano en la nuca de Vero y la acercó para besarla suavemente en los labios.

La psiquiatra no respondió y se retiró con suavidad.

- Eh... Nat... espera... creo que... es mejor que vaya a por esa manzanilla.

- ¿Qué pasa? ¿estás con ella y no me lo has dicho? – preguntó al ver que se incomodaba.

- No estoy con nadie. Mis sentimientos hacia ti no han cambiado.

Natalia sonrió e intentó besarla de nuevo. Vero esta vez la detuvo antes de que lo lograra.

- ¿Qué pasa? ¿no quieres?

- Así no.

- ¿Así no, cómo?

- Así, enfadada y dolida. Si tú y yo vamos a iniciar algo que sea cuando estés preparada y porque realmente lo desees.

- Lo deseo.

- No. No lo deseas.

- ¿Me rechazas?

- No. Solo quiero dejar pasar un poco de tiempo. Que te serenes y veas las cosas con perspectiva.

- Me rechazas –afirmó y se mordió el labio inferior. Vero leyó su dolor e imaginó lo que podía haber ocurrido con Alba porque Natalia tenía escrito en la frente un "tú también" que podía leer con total claridad.

- No – insistió, se inclinó y la besó con todo su amor y deseo – jamás podría rechazarte – sus palabras sonaron contundentes y llenas de pasión – y quién lo haga es imbécil y está ciega por no ver la maravillosa mujer que eres. Pero hoy, estoy aquí para ayudarte a descansar y cuidarte. Ya habrá tiempo de todo si es lo que realmente deseas. Y ahora, voy a por esa manzanilla.

Natalia la observó marcharse y secretamente se alegró de que Vero no hubiese querido continuar lo que ella había comenzado. Tenía razón, solo actuaba por despecho y dolida por las palabras de Alba, y aunque hacía unas horas había tomado la decisión de escribirle todos los días en esos momentos, dudaba si echar aquella carta al correo.

¡Estaba tan confusa! No dejaba de repetirse las palabras que le había dicho María José: "su corazón late por ti", "te ama..., su amor es fuerte, limpio...". Si era así, ¿por qué la había tratado de aquella manera? ¿por qué le pedía que no mantuvieran el contacto? Escuchó la voz de Alba "Nat, no podemos estar juntas, nos vigilan..." sería por eso, ¡tenía que ser por eso! Alba solo había querido mandar ese mensaje a quienes los escuchaban. No es que no quisiera saber de ella, ¡es que no podía demostrar a nadie que era así! ¡Tenía que mandar aquella carta cuanto antes! Era la única forma en que podía comunicarse con ella sin que las espiaran. La única forma de que supiera cuánto la amaba y lo mucho que deseaba que se sincerara con ella y le contara aquello que las separaba.

Vero pasó la noche junto a Natalia, acomodada en el confortable sillón anatómico. Por mucho que Natalia le insistió en que ocupara el vecino cuarto de invitados la psiquiatra se negó con rotundidad. Si estaba allí era para estar a su lado. La pediatra despertó temprano. Extrañada de haber dormido de un tirón tantas horas, era algo inhabitual en ella. Observó a Vero que dormitaba con la cabeza inclina en el pecho y una revista abierta caída sobre sus piernas, arrebujada en una manta que debía haber sacado del armario. Natalia no recordaba cuando, ni siquiera recordaba haberse tomado la manzanilla cuyo vaso vacío permanecía en su mesilla. Frunció el ceño imaginando el porqué de esa nebulosa en su mente, se destapó y se dispuso a bajar de la cama.

- Nat...

Vero se había incorporado de inmediato, al escucharla moverse.

- ¿Ya estás despierta?

- Sí.

- Buenos días – le sonrió afable – espera que encienda la luz.

- No hace falta, yo puedo desde aquí.

- ¿Has dormido bien?

- Sí, ¿me alcanzas la silla?

- Deberías comenzar a hacer esfuerzos y, aunque sea aquí, ir dejando de usarla.

- Aún es pronto. Me duelen mucho las piernas.

- Ya lo imagino, pero...

- Vero... no son ni las seis, deja que por lo menos vaya al baño antes de comenzar una de tus charlas.

- Perdona - sonrió asintiendo – deformación profesional.

- Por cierto... ¿qué me pusiste anoche en la manzanilla?

Vero enrojeció.

- Medio orfidal. No quería hacerlo, pero llamé a Cruz y me dijo que te lo diese.

- ¿Cruz?

- Cuando fui a hacerte la manzanilla la llamé y le comenté lo de tus mareos y lo del dolor de cabeza y... el cansancio y... que no te veía bien.

- Ya...

- Tenías muy mala cara Nat y me preocupé y como no querías que viniera nadie...

- Ya...

- Fue ella la que me dijo que te vendría bien dormir más de una hora seguida que si yo llevaba algo... te lo diese.

- Ya...

- No me mires así, ya sé que te prometí que no te daría nada que tú no quisieras, pero reconoce que anoche estabas alterada y no solo por lo del juicio y reconoce que te ha venido muy bien dormir del tirón.

Natalia terminó por sonreír.

- Lo reconozco. Pero – la señaló con el dedo – que no se convierta en una costumbre. No vuelvas a hacerlo porque me ha costado mucho todos estos superar la abstinencia de todo lo que me daban como para que vengas tú ahora.

- Lo sé. Por qué crees que solo te di media.

- Bueno... ¿quieres desayunar algo?

- ¡Me muero de hambre! Anoche no cené. Preferí quedarme aquí asegurándome de que estabas bien.

- Vero... ¿por qué haces esas cosas?

- ¿Tú que crees?

- Prefiero no pensarlo – sonrió con timidez - y... hablando de eso, tengo que darte las gracias por lo de anoche.

- ¿Anoche? ¿qué pasó anoche?

- Nada – respondió la pediatra comprendiendo sus intenciones – pero gracias, de verdad. Hoy...

- Te habrías arrepentido, ya lo sé. Anda ve a buscar algo para desayunar. Rosa ya debe haber llegado y... mientras yo me doy una ducha que quiero dejarte en tu casa antes de ir a la clínica. - ¿vas a ir a trabajar? Nat deberías...

- Chist, ahora hablamos. Tú ve en busca del desayuno.

Cuando Vero regresó acompañada de Rosa con dos bandejas repletas de todo. Natalia ya estaba sentada en la pequeña mesa, había descorrido las cortinas y tenía la vista clavada en el jardín que aún permanecía en la oscuridad de la mañana. Cuando Rosa las dejó solas. Natalia comenzó a beber de su taza de café, manteniendo las palmas en la misma para darse calor.

- Me gustan estos días fríos – comentó nostálgica.

- A mí también. Y me gusta desayunar contigo

- Y a mí que estés aquí. He... he estado pensando y... he decidido que mi vida va a ser distinta de aquí en adelante. Se acabó estar todo el día pendiente de preocupaciones.

- Me parece la decisión que has tomado en mucho tiempo.

- Y esta noche quiero que salgamos a divertirnos, a bailar, cenar ¿qué prefieres cine o teatro? O bueno lo que sea – le dijo al ver que Vero contaría el rostro en una mueca de desagrado – lo mismo quieres ver una exposición... o... ¿no quieres salir conmigo?

- Claro que quiero y me parece muy bien que hayas decidido dejar de estar aquí enclaustrada, pero tómate las cosas con calma, que descansar unos días no te vendrá mal.

- Eso es lo que pretendo. Descansar y desconectar. Voy a ir a la clínica, pero solo para hacerme esas pruebas. Y cuando comprobéis que todo está bien, quiero que mi vida cambie. Por lo menos hasta el próximo juicio. Voy a disfrutar de la vida y olvidarme de mi padre y de todo. ¿Qué te parece?

- Lo dicho, ¡Es la mejor decisión que podías tomar!

- Y voy a ir pensando en cómo cambiar ciertas cosas.

- ¿Qué cosas?

- Cosas – sonrió – por cierto, cuando te deje en el centro ¿puedes hacerme el favor de echar esa carta al correo?

- Claro, ¿aquella de allí?

- Sí.

Vero se levantó y la cogió. Miró el destinatario y sus ojos se volvieron hacia Natalia.

- Para Alba.

- Sí, es la única forma en que puedo decirle lo que quiero sin correr peligro.

- ¿Peligro? Tan fiera es – bromeó risueña.

- No es por ella es... bueno... da igual...

- Si te da miedo no da igual.

- No es miedo, es... prevención. Ese país es... especial.

- ¿Te despides de ella?

- ¿Por qué piensas eso?

- Por... por lo de anoche.

- Anoche no pasó nada. Tú misma lo has dicho.

- Perdona...

- No exactamente. No me despido de ella. Le... le he abierto mi corazón y... anoche me hiciste pensar y tienes razón. Yo la quiero, y ella a mí también, pero si nuestras vidas van a estar separadas es hora de que lo aceptemos y... nos abramos a otras posibilidades.

- ¿Paso a estar en esa categoría?

- No. Tú ya eres una realidad – torció la boca en una mueca burlona.

- Muy contenta te has levantado tú hoy... - le devolvió la sonrisa sintiéndose también feliz.

- Pues sí. Ya te lo he dicho, ¡quiero que las cosas cambien! Y... o empiezo a hacer algo para que lo hagan o mucho me temo que no lo harán nunca.

- ¿Y se puede saber qué plan tienes?

- A su debido tiempo, ¡curiosa! De momento... solo te diré que no voy a desistir de ninguno de mis sueños. Voy a luchar por hacerlos todos realidad.



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Alba se levantó muy temprano. Apenas había dormido, pero quería salir cuanto antes para escabullirse de Germán y hablar con Jesús. Últimamente trabajaban juntos porque era él quien iba al campamento de desplazados hasta que Germán estuviera completamente restablecido.

Pero ese no iba a ser su día de suerte, en cuanto puso un pie en el hospital supo que se había equivocado. Un sonriente Germán estaba allí, con cara de pocos amigos, aguardando.

- ¿Qué haces levantado? Sabes que aún tienes que tomarte las cosas con calma.

- Sí. Lo sé. Pero te esperaba.

- ¿A mí?

- Sí. Sabía que intentarías saltarte mis órdenes a la torera. Y no estoy dispuesto a que lo hagas.

- Germán... por favor... necesito trabajar...

- Lo que necesitas es descansar. ¡Mira qué ojeras tienes! Por no hablar de esos ojos hinchados.

- No empieces.

- ¿Por qué estás así?

- Por nada.

- No es normal que te pases los días trabajando y las noches llorando. Y si tengo que llamar a Lacunza para cantarle las cuarenta, lo haré.

- Germán, ¡deja ya de decir tonterías! No me pasa nada, y si me pasase Nat no tendría nada que ver.

- Es temprano y todos están aún durmiendo. Te invito a un café.

- Germán... no necesito hablar.

- Y yo creo que sí. He estado dejando pasar los días esperando que me cuentes qué te ocurre...

- No tengo porqué contarte nada.

- Muy bien. Pero yo sí que tengo que suspenderte hasta que te vea centrada en el trabajo.

- ¡Hago bien mi trabajo! – exclamó desesperada, Germán no podía hacerle aquello.

- Eso tengo que decidirlo yo. Y si lo creo conveniente mandarte de regreso a España.

- ¡No! ¡a España no!

- Pero ¿se puede saber qué pasa?

- No pasa nada ya te lo he dicho, ¿por qué se te ha metido eso en esa cabezota tuya?

- Niña, no hay más que verte. ¡Hasta Jesús me lo ha comentado!

- ¿El qué? ¿se ha quejado de mí?

- Claro que no.

- Entonces... ¿o es que se ha quejado alguien?

- Nadie lo ha hecho – reconoció – pero niña... entiéndeme, solo quiero que no llegue el día en que el cansancio te haga tomar una mala decisión. Lo hago por ti. No te veo bien.

- Pero estoy bien. Por favor, déjame ir. ¡Por favor!

- Hoy no, Alba.

- Por favor.

- Además, quiero que te quedes porque tenemos que hablar de otra cosa.

- ¿Qué cosa?

- Anda, vamos a por ese café y te cuento.

Alba lo siguió resignada hasta el comedor, se sirvieron el desayuno y se sentaron uno frente a otro.

- Te echo de menos trabajando a mi lado.

- Germán...

- Es verdad. Me gustaría ir al campo con vosotros como antes y...

- No puedes. Es más aún es pronto para que estés ya aquí encargándote de todo.

- Nos faltan médicos y enfermeras.

- ¿No te han contestado de la central?

- Sí, que están en ello pero que son malos tiempos y bla, bla, bla... – hizo un gesto despectivo y hastiado indicándole que no pensaba reproducir toda la conversación.

- Vamos que tendremos que seguir doblando turnos.

- Pues sí, y de eso quería hablarte. Hoy hace falta ir a la aldea de Yumbura. Necesita medicamentos y varias cosillas más. Tardaré un par de horas en ir y volver y... quiero que te encargues tú de todo aquí.

- ¿Yo?

- Sí, tú – le sonrió – confío en que lo harás muy bien.

- ¿No quieres que vaya al campo por si el cansancio me hace equivocarme y ahora quieres que me quede aquí sola?

- Esto está controlado.

- ¿Y si llegan enfermos o heridos? ¿qué hago?

- Los organizas como tú sabes y me esperas.

- ¿Y si llega alguien grave, o muy grave?

- Haces lo que puedas y esperas. Como cuando estamos en plena faena.

- No es lo mismo.

- Cuando yo llegue me encargo de todo

- ¡Esa es otra! Tú tampoco tendrías que estar atendiéndolos.

- Es lo que hay.

- Yo... prefiero ir a la aldea – lo miró temerosa de que creyera que era otra forma de salir del campamento.

- ¿Sola y en moto?

- Eh... si. Antes lo hacía y... ya es hora de que vuelva a hacerlo y olvide mis miedos.

- Así me gusta.

- ¿Vas a dejarme? – su tono de sorpresa divirtió al médico.

- Bueno... en realidad, eso es lo que quería que hicieras, pero como te conozco y te ibas a negar – confesó con timidez.

- ¡Germán! no me gusta que juegues así conmigo – se levantó para ocultar la risa que le daba el verlo azorado.

- Lo siento.

- Ahora... me vas a tener que compensar con algo.

- Si vas tú a la aldea ¡con lo que quieras! – exclamó contento de verla más animada y casi como antes.

- Ya me lo pensaré – se sentó de nuevo tras servirse otro café – pero ve preparándote que será algo... - hizo un gesto de estar pensándoselo – especial.

- Mientras no sean días libres...

- Pues me debéis ya unos pocos, que eso de hacer guardias continuas...

- Espero que eso cambie pronto.

- Bueno... voy a hacer mi mochila y... a decirle a Margot que hoy me quedo.

- Espera – la detuvo alargando la mano por encima de la mesa - Eh... Alba, yo... desde anoche quería preguntarte algo – balbuceó nervioso.

- Ya sabía yo que todo esto tenía un porqué, pues te aviso que si es de Nat no pienso responder.

- No. No es de ella. Es... es de Oscar.

- ¿Qué pasa con él? – sus ojos se oscurecieron y su mirada expresó temor.

- Tengo entendido que os visitó ayer en el campo.

- Sí.

- No me habías dicho nada.

- No tenía nada que decir. Fue Jesús quien lo atendió.

- Pero... ¿no pasó nada que debas contarme?

- No.

- Pues... me han contado que... fue a buscarte a ti.

- Eh si, pero era para un papeleo.

- ¿Qué papeleo tienes que hacer tú?

- Lo de la indemnización por lo de la detención y retención en la cárcel.

- Ya... ¿no quería nada más?

- No.

- Me han dicho que discutisteis.

- ¿Quién te ha dicho eso? ¡estoy harta de los cotilleos de todos!

- ¿Discutiste o no?

- No discutí. Y ahora déjame que me voy a preparar para ir a la aldea. Imagino que querrás que llegue temprano y te eche una mano.

- Sería lo ideal. Pero no corras y ten cuidado.

- Lo tendré.

- ¿Seguro que no pasa nada con Oscar?

Alba dudó un instante, ¡deseaba tanto poder confiarse a él y quitarse esa carga de encima! Pero rápidamente se arrepintió. No podía hacer eso. No era justo para él. Germán se percató de esa duda.

- Alba si... tienes algún problema con él, sabes que yo... estoy aquí para lo que necesites.

- No te preocupes que si tuviese con él un problema serías el primero en saberlo. Pero no lo tengo – intentó mostrar aplomo, sin éxito. Sus manos temblorosas y sus ojos huidizos la delataron.

Se inclinó, lo besó en la mejilla y se despidió de él. Su amigo supo que le había mentido y se dispuso a averiguar por sus propios medios qué era lo que sucedía allí. Si tenía que llamar al mismísimo Oscar para saber qué quería de su mejor enfermera lo haría, ¡vaya si lo haría! Iba a enterarse ese niñato de quién era él, no pensaba consentir que molestara a su personal, y si pensaba que Alba iba a suceder a Sara en el objeto de sus ataques, estaba muy equivocado.

Dos horas después, Alba regresaba de la aldea. Le había alegrado mucho reencontrarse con Yumbura, y a pesar del nerviosismo que le causaba circular por esos inseguros caminos, estaba contenta de haberse atrevido a hacerlo y de haberla visto. Ahora le esperaba una tarde junto a Germán. Siempre le había gustado trabajar con él, echaba de menos poder apoyarse en su hombro, confiarle sus preocupaciones y sus desvelos, pero ahora, cuando más lo necesitaba, no podía contarle nada si no quería ponerlo en más peligro del que ya estaba. No pasaba día que la cabeza no le estallara de tanto pensar en una solución que no conseguía ver por ningún lado. Quizás tenía que haber confiado en Natalia, haberla escuchado cuando le dijo que juntas podían enfrentarse a cualquier cosa. Desestimó la idea. Era imposible. No había nada que hacer.

El motor de un vehículo la hizo volver a la realidad. El camino estaba lleno de baches y socavones que lograba esquivar gracias a su pericia. El ruido del motor se acercaba y ella se echó a la derecha para dejarle paso. Era un jeep que la sobrepasó a toda velocidad haciéndola tragarse todo el polvo rojo del camino. Levantó una mano recriminándole su acción. Se detuvo para dejar que cogiera distancia y se quitó el casco, apenas veía con el polvo. Se entretuvo en limpiarlo y cuando estaba a punto de reanudar la marcha comprobó que el jeep regresaba. Su corazón se aceleró y se arrepintió al instante de su gesto desaprobatorio hacia el conductor. Arrancó con rapidez y le dio todo el gas que pudo a la moto para dejar atrás cuanto antes aquél coche, pero justo en el momento en que iban a cruzarse el vehículo se atravesó en su camino y ella tuvo que esquivarlo, perdiendo el control de la moto y dando con sus huesos en el suelo. Tumbada boca arriba escuchó como alguien descendía del jeep y se acercaba a ella. Intentó incorporarse, pero la espalda le dolía tanto que se dejó caer de nuevo sin resuello. La sombra del conductor la privó de la luz del sol que la cegaba. Levantó una mano temblorosa para levantar la visera del casco y poder ver. Y entonces vio de quien se trataba.

- Volvemos a encontrarnos – la miró con una fría sonrisa que le heló la sangre.

Alba se asió a la mano que le tendía para conseguir levantarse.

- ¿Te has hecho daño? – le preguntó con tal tono amenazante que Alba sintió flaquear sus piernas – si conduces así, cualquier día podrías tener un accidente fatal.

- ¿Qué hace aquí? ¿qué quiere?

- Tenemos una charla pendiente.

- Yo no tengo nada que hablar con usted.

- ¿Prefieres que sea mi jefe el que venga a verte, cómo la última vez?

- No – su voz sonó débil.

- Vengo a avisarte. Si no cumples lo acordado...

- ¡Estoy cumpliendo con lo que prometí! He regresado y no he vuelto a verla ni a hablar con ella.

- Mientes. Anoche se produjo una llamada.

- Era necesaria.

- No, no. Vuelves a mentir. Era una respuesta a la suya.

- ¡No! no miento.

- Tendremos que enseñarte a cumplir con tu palabra.

- Por favor, no miento. Es la última vez que la llamo. ¡Lo prometo!

No vale de mucho esa promesa. Ya prometiste en la cárcel  - varias cosas y no has cumplido ninguna.

- ¿Cómo que no? ¡Estoy aquí! – exclamó con desesperación - y si anoche la llamé es porque tenía que dejarle claro que no volviera a llamarme.

- Eso debió quedar claro en Madrid.

- Y así lo creí, pero ella no lo entendió.

- Bueno... eso ahora es lo de menos.

- ¿Lo de menos? – lo miró sin comprender qué quería decirle con eso, ¿qué más podían recriminarle?

- No te he detenido en estos caminos por una llamada. ¿Recuerdas lo que hablamos en la cárcel?

- Sí.

- No lo creo. Te has ido de la lengua. ¡Y alguien tendrá que pagar las consecuencias!

- ¡No he hablado con nadie! ¡se lo juro! ¡he hecho todo lo que me han dicho!

- No, no. Mi jefe dice que un buen amigo ha recibido una llamada más que interesante. ¿A quién le has contado nuestro pequeño acuerdo?

- A nadie – la voz le tembló recordando su conversación con Natalia en el aeropuerto, esperaba que Natalia no hubiera cometido ninguna imprudencia, que le hubiera hecho caso - Lo juro.

- Muy mal Reche, muy mal. Juras en vano. Habrá que enseñarte lo que ocurre con los que no saben guardar un secreto, ni cumplir sus promesas.

- No he hablado, lo juro – insistió – y... cumpliré con todo. ¡Declararé en el juicio! ¡lo haré!

- Claro que lo harás. Eso es indiscutible – se dirigió a su jeep – pero estos... errores... no pueden quedar si su correspondiente castigo. Ya sabes lo que pasó en esa prisión, ¿no aprendiste nada de aquello?

- Sí, lo aprendí.

- No lo parece.

- ¡Espere! Tienes que decirle que se equivoca que he cumplido con todo.

- Pronto tendrás noticias de Madrid. Malas noticias.

- ¿Qué quiere decir? – el temor la invadió por completo.

- Tú fallas. Alguien lo paga. Ya te enseñamos allí dentro qué pasa con la gente de tu calaña, ahora... tendrás que aprender qué ocurre con los que no saben cerrar la boca y cumplir con su palabra.

- ¿Qué vais a hacer? – preguntó con un hilo de voz y ante la sonrisa irónica de él, gritó - ¿qué vais a hacer?

- Ya tendrás noticias.

- ¡No! ¡por favor! Si le pasa algo a ella lo contaré todo.

- No lo harás. Ojo por ojo. Quedó muy claro, ¿o no?

- Sí. Y no he fallado. No he hablado con nadie.

- ¿No has hablado con jefe? – le preguntó sarcástico e inmediatamente Alba comprendió lo que podía haber sucedido. Le aliviaba saber que no era Natalia la que había hablado - Tú hablas... alguien lo paga. Ya sabes como funciona esto, ¿o no te quedó claro en la cárcel?

- Sí – respondió de nuevo ante su insistencia, con un hilo de voz.

- Ya sabes lo que tienes que hacer – se acercó a ella invadiendo su espacio hasta el punto que Alba se echó hacia atrás intimidada – y no falles esta vez – le acarició la mejilla con el dedo gordo mientras la sujetaba con fuerza por el cuello.

- ¡Suélteme! Me haces daño – se zafó de un rápido movimiento.

Él, fue aún más rápido. La agarró por la muñeca y se la torció hacia atrás hasta hacerla gritar.

- Quieta, fiera o tendré que enseñarte modales – acercó su rostro al de ella y Alba retiró la cara para evitar sentir su aliento y temiendo el libidinoso beso que vio venir – comienza a portarte bien o tendrás mucho que lamentar. Y la próxima visita puede no ser tan agradable.

La empujó haciéndola caer de culo en el suelo. La dejó en mitad del camino. Alba tardó unos minutos en reaccionar. Su cuerpo no dejaba de temblar y se negaba a obedecerla. Por fin se levantó, se puso el casco y salió disparada hacia el campamento. Su cuerpo seguía temblando y su corazón se disparó pensando en lo que estaría sucediendo en Madrid. No podía llamar, ni avisar a Natalia ni a nadie, sin que se enterasen. Se tranquilizó pensando en que si estaban tan interesados en que declarase en el juicio es porque querían perjudicar a Natalia y en ese caso no tenía que temer por ella. Y entonces otra idea la asaltó: "Mi madre". La simple idea de que le hiciera algo a Rafi para obligarla a ella a obedecer le revolvía el cuerpo de tal manera que tuvo que detener la moto y quitarse el casco para tomar aire. Estaba a punto de vomitar.

Cuando por fin llegó al campamento, Germán que ya estaba en el patio atendiendo a algunos enfermos, fue a su encuentro preocupado por su tardanza.

- ¿Dónde te habías metido? – gritó en la distancia mientras a grandes zancadas se le acercaba - un poco más y no llegas ni para comer – sonrió y borró la sonrisa en cuanto se fijó detenidamente en ella - ¿qué te ha pasado?

- Nada – respondió temblorosa.

- ¿Cómo que nada? ¿tú has visto cómo estás?

Fue en ese momento cuando la enfermera se dio cuenta de que una de sus rodillas sangraba abundantemente, que tenía los codos despellejados y toda su ropa cubierta de polvo rojo.

- Me caí de la moto.

- Pero ¿estás bien?

- Si.

- ¿Seguro? ¿estás temblando?

- Es solo es susto y un par de rozaduras.

- ¿Te has hecho daño en el algún sitio más? – le preguntó, levantando el ensangrentado pantalón para comprobar el estado de su rodilla.

- No, solo me molesta un poco la espalda.

- Estás muy pálida Ven, vamos a que te eche un vistazo. ¿No te has golpeado la cabeza?

- No. llevaba el casco.

- A ver deja que te mire – le tanteo el cuello con delicadeza – vamos dentro, quiero ver si...

- ¡No hace falta! – casi gritó - de verdad – lo miró y se mordió el labio inferior intentando controlar las lágrimas – voy... voy a ducharme.

- Bien. Date esa ducha y nos vemos en el hospital. Si hace falta o no, lo decido yo.

Su amigo se alejó un par de pasos y Alba lo miró con tristeza. ¡Lo necesitaba tanto! Pero no podía confiarse a él y eso estaba minando su amistad, si había algo que le dolía en los más profundo era que Germán se alejara de ella, justo en el momento en que más lo necesitaba. Fue a la ducha y obediente, se presentó en el hospital donde el médico ya la esperaba.

- Ven siéntate en la camilla – la ayudó a subir a ella y comenzó a explorarla – vaya si que tienes un buen golpe en la espalda, se te ha hinchado un poco esta zona de...

- ¡Ay!

- ¿Te duele aquí?

- ¿Cómo no va a dolerme?

- Has debido clavarte alguna piedra. Voy a ponerte un antiinflamatorio – se alejó en busca de la inyección y regresó en pocos segundos – y esta tarde quiero que descanses.

- Puedo trabajar.

- Prefiero que descanses, hoy es un día tranquilo. Puedo averiguarme solo.

- Germán... esta mañana... cuando me preguntaste si tenía algún problema con Oscar... no me creíste cuando te dije que no, ¿verdad?

- Cierto. No te creí. Pero ahora lo importante es que veamos ese golpe en la espalda.

- Te dije la verdad. No quiero que te preocupes por nada – le dijo cansada en un intento de que él dejara de ayudarla a sus espaldas, porque estaba segura de que eso era precisamente lo que había ocurrido.

- ¿Por qué te importa tanto?

- Porque no quiero que te montes una de tus películas y comiences a sonsacar a todos sobre el tema, que te conozco.

- La verdad es que sí que me conoces. Pero tranquila que después de sonsacar a un par me ha quedado claro que todo son imaginaciones mías.

- Si lo son. Deja de llamar a la gente, que parece que soy yo la que te va con el cuento.

- ¿Y como sabes que he llamado? – la interrogó frunciendo el ceño.

Era imposible que se hubiese enterado. Había estado toda la mañana en la aldea.

- Imaginaciones mías – respondió la enfermera con ironía – solo que yo no fallo como tú en ellas.

- ¿En qué andas metida Alba? y no me vuelvas a decir que en nada porque no te creo.

- Pues eso es lo único que puedo decirte.

- Soy médico y no me engañas.

- Tú lo has dicho, médico. No adivino. No ando metida en nada y no me pasa nada – afirmó con contundencia.

- No necesito ser adivino para darme cuenta que estas señales de tu cuello son de unos dedos, pero ahora me darás cualquier explicación absurda. No soy imbécil Alba. No quieres hablar. Lo respeto. Pero si tienes un problema y necesitas ayuda, quizás yo podría ayudarte.

- ¿Has terminado conmigo?

- ¿No respondes?

- No voy a seguir con esta conversación. Eso sí, deja de hacer llamadas para descubrir algo inexistente. Con eso solo consigues que yo quede como el culo.

- Está bien. Dejo el tema.

- Y si has terminado yo... me voy a comer – intentó bajarse de la camilla, pero Germán la sujetó.

- Espera, quiero limpiarte la rodilla.

- Eso puedo hacerlo yo.

- Quiero hacerlo yo – le sonrió con ternura y en silencio procedió a seguir con su trabajo.

Alba lo observaba trabajar y el nudo de su estómago se le subió a la garganta. ¿Y si le confiaba todo? Él era un hombre cabal, que siempre le había dado muy buenos consejos.

- Bueno esto ya está – el médico se incorporó y le acarició la mejilla – hoy estarás un poco dolorida, si luego quieres un calmante...

- Germán – lo interrumpió – no te preocupes tanto por mí – le pidió abrazándose a su cintura.

Él le besó la frente.

- No puedo evitarlo, niña. Y menos cuando veo que no estás bien.

- Vale que estoy un poco baja pero... pronto estaré mejor, solo necesito tiempo.

Y... a mi amigo – lo miró a los ojos fijamente y él sonrió.

- Aquí me tendrás. Y ahora vamos a comer que yo tampoco he comido.

- ¿Y eso?

- Te estaba esperando.

- ¡Gracias! – se apoyó en él, bajó de la camilla y juntos se dirigieron al comedor.

Por un momento había estado a punto de confiarle sus problemas y sus miedos, pero se había echado atrás en el último momento, temiendo la reacción del médico y que con ello fuera a liarlo todo un poco más.





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