La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 146

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By marlysaba2


Alba estaba junto a Germán en el centro del patio. Esperaban heridos y todos sus planes de marchar a Jinja y después a Kampala se habían desbaratado de un golpe de sirena. Grecco llegó hasta ellos con calma y paso firme.

- Reche, Lacunza otra vez, ¿estás disponible o tienes mucho trabajo?

Germán lo miró extrañado de aquel tono y aquellas palabras, pero Alba no se molestó en responder. Corrió todo lo rápido que le permitían sus fuerzas hacia la radio, con el corazón desbocado y mariposas revoloteando en el estómago. Esta vez no iba a dejarse llevar por temores, recelos e inseguridades. Esta vez iba a serle franca y a confesarle que en unos días estaría allí, deseando verla.

- ¿Nat? – preguntó con premura colocándose los cascos y golpeando el intercomunicador.

- ¿Alba? ¿eres tú? – escuchó en la lejanía.

- ¡Sí! Te oigo muy bajito, habla más alto.

- No puedo, estoy... estoy en un restaurante y... está lleno.

Alba frunció el ceño pero no dijo nada. No quería volver a estropear todo. Aunque se imaginaba con quien estaría a esas horas.

- Alba... yo también te oigo muy bajo.

- La radio está hecha una mierda.

- Yo... yo estaba aquí cenando y... me he dicho... voy a llamarla porque... antes... vamos que... el otro día yo...

- Yo también lo siento, Nat – sonrió para sus adentros - ¿es eso lo que querías decirme?

- Exactamente, eso era. Que... que siento lo que te dije y que... que eso

- ¿Qué? ¡no te oigo! – gritó.

- Que lo siento.

- Me alegra que me hayas llamado, ¿cómo estás?

- Mejor. Ya recuerdo muchas más cosas – le dijo con ilusión.

- ¿Aún no recuerdas todo?

- No. Aún no. Los últimos meses... solo algún detalle.

- Seguro que pronto recuerdas todo. ¿Y lo demás todo bien?

- Sí. Todo bien. Las últimas pruebas parece que están bien y... parece que vamos a reabrir el campamento y... he estado con María José.

- ¡No te oigo!

- ¡Qué estuve con María José!

- Nat no te oigo.

- ¿Alba? – preguntó al no escuchar nada al otro extremo - ¿Alba sigues ahí? De pronto escuchó una explosión tan fuerte que se separó el móvil del oído, asustada.

- ¡Alba! – gritó - ¡Alba!

Ya no le importaba que la gente del restaurante la mirase con disimulo. Vero, que aguardaba en la distancia concediéndole unos minutos de intimidad, se acercó a la mesa preocupada.

- ¡Alba! ¿qué ha pasado? ¡Alba!

- ¿Nat?

- ¡Sí! ¿qué ha sido eso?

- No sé. Tengo que dejarte.

- ¡Espera! Pero ¿qué pasa?

- No sé, una explosión.

- ¡Espera! ¡Ten cuidado! ¡Alba!

- Nat, ya nos vemos, tengo billete para... Una nueva explosión aún más fuerte la ensordeció.

- ¡Alba! ¡Alba!

Su llamada fue en vano. Ya no escuchaba absolutamente nada. Con el corazón en un puño y lágrimas en los ojos se quedó mirando el aparato.

- ¿Qué ocurre? – Vero se sentó frente a ella - ¿habéis vuelto a discutir?

Natalia no dijo nada. No podía. Solo procuraba controlar las lágrimas en un intento de no llamar la atención. Tarea inútil porque, ya sin disimulo, tenía más de los ojos que hubiera deseado puestos en ella.

- Ven, voy a sacarte de aquí – le dijo Vero situándose tras ella – y tranquilízate que no es bueno para ti alterarte de este modo.

Natalia ya no ocultó su consternación. Estaba convencida de que habían asaltado el campamento y de que algo horrible le había sucedido a Alba.



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La oscuridad en la que se encontraba no era lo más agobiante. Lo era aquél humo que no la dejaba respirar y aquellos cascotes que notaba caer sobre ella. No alcanzaba a comprender qué había sucedido. Debía haber sido una granada o dos. Porque tras la confusión inicial recordaba perfectamente haber escuchado dos explosiones. A tientas intentó salir de la radio. Oía con claridad gritos y voces en el exterior. Tenía que ayudar.

Entonces la voz de Germán y la luz iluminaron la habitación. Su amigo estaba frente a ella con la cara desencajada.

- ¿Estás bien?

- Sí, sí, no te preocupes – lo tranquilizó – ¿qué ha sido eso?

- ¡Han saboteado los dos transformadores y el grupo de emergencia! Estamos sin energía.

- Pero ¿van a entrar? – preguntó con temor.

- No, André y Blaise lo tiene todo controlado. Han debido colarse esta tarde con los enfermos...

- Hemos estado hasta arriba.

- ¿Seguro que no te ha pasado nada? Estabas justo al lado y...

Se acercó a ella intentando examinarla con rapidez a la tenue luz de la linterna que llevaba.

- Es un milagro que no te haya pasado nada, solo tienes un par de rasguños y tiznones.

- ¿Y los demás están bien?

- Sí, todos bien. Por suerte nos ha pillado lejos.

- ¿Cuándo va a acabar esto, Germán?

- Por desgracia me temo que acaba de empezar.

Alba reparó en la radio, el polvo y los cascotes había caído sobre ella, pero no parecía tener mayores daños.

- ¿Crees que funcionará?

- No parece que le haya afectado mucho, pero... lo veo difícil.

- Estaba hablando con Nat... Germán se percató de su tono abatido.

- ¿Y?.. ¿no ha ido bien?

- Sí... bueno... si... bien es solo que... no me dio tiempo a decirle lo que quería y... escuchó la primera explosión... tiene que estar preocupada – le explicó alterada - ¡tengo que hablar con ella!

- Vamos a ver a Grecco. Si hay alguien capaz de arreglar esta radio es él y mientras tú te das una ducha.

- ¿A oscuras? Voy a matarme.

- ¿Para qué se inventaron las velas, Albita? ¡Ni que fueras nueva aquí!

- Pero...

- Pero nada, no puedes ayudar a Grecco, y que te quedes con él no va a servir de nada. Ya sabes cómo se pone cuando te dedicas a soplarle el cogote.

- Yo no hago eso.

Germán le pasó el brazo por el hombro y la atrajo hacia él, feliz de verla bien, tiró de ella y la sacó de allí. Alba se encontró en la puerta, aún había un fino velo de humo que hacía picar los ojos y la garganta. Un olor entre gasoil y pólvora se le metía en la nariz, por lo demás, no parecía que hacía unos minutos hubieran sufrido dos explosiones. Todos seguían en sus quehaceres como si no hubiera sucedido nada. Sonrió. La vida allí era especial, a pesar de los peligros que corrían día a día. Se abrazó a Germán y se dejó conducir hacia los baños, con la sensación de que echaría mucho de menos todo aquello cuando se marchase.



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Las siguientes horas fueron desesperantes para la pediatra. Adela, que había acudido, preocupada, a su llamada, intentaba tranquilizarla. Mientras Vero se había perdido en la cocina en busca de una tila.

- ¿Cómo puedes estar tan tranquila? Es el padre de tu hija.

- Nat... voy a hacer como si no te hubiera escuchado.

- Perdona es que... estoy convencida de que era una explosión. Estoy segura de que les ha pasado algo.

- Ya has escuchado a Luís. Hasta dentro de unas horas no podrán decirnos nada.

- Ade, soy imbécil, ¡imbécil!

- Y eso porqué.

- Porque me paso el día diciéndome que lo mejor es que se quede allí y... no es así. Quiero que se venga y no se lo he dicho.

- Ya se lo dirás, ya verás.

Vero apareció con las tazas y las dejó sobre la mesa. Las tres bebieron en silencio. Mientras la pediatra no quitaba los ojos del teléfono como si así fuese a provocar que sonase antes.

- Deberías descansar un poco Nat, mañana tienes un día duro.

- No me lo recuerdes. ¡No te digo hasta donde estoy del juicio y de la abogada!

- Nena, tienes que centrarte en eso que la cosa es seria.

- Ya lo sé – suspiró con desgana - ¿por qué no llaman?

- Ya llama...

No le dio tiempo a terminar cuando el teléfono comenzó a sonar. Adela saltó con rapidez para responder.

- ¡Diga!

Los expectantes ojos de Natalia y Vero estaban clavados en ella, mientras la escuchaban pronunciar un "entiendo, ahora se lo digo", su rostro serio y sombrío las asustó.

- ¿Qué ha pasado? – Natalia manifestó su desesperación.

- No era Luís. Era Fernando.

- ¿Fernando? ¿a estas horas? ¿qué pasa?

- La abuela de Mara está en estado crítico. Cree que es mejor ingresarla y sacar a la niña de la chabola. Antes de llamar a los servicios sociales para que se encarguen de ella... quería comentártelo.

- Eh... claro... claro.

- Quiere que... lo llames con lo que decidas.

- Sí – Natalia parecía bloqueada.

- Nena... es Mara.

- Sí, sí – respondió con rapidez y se volvió hacia Vero - ¿puedes quedarte aquí y si llaman con lo que sea me avisas?

- Claro.

- Ade... ¿nos vamos al campamento?

- Yo... debería volver a casa con Paula... está preocupada por su padre.

- No quiero ir sola – la miró suplicante.

- Puedo acompañarte yo – Vero se ofreció de inmediato.

- No. Si no te importa prefiero que te quedes aquí. Voy... voy a encargarme de Mara, voy a traérmela aquí y quiero que tú te ocupes de ella – su voz sonó casi autoritaria y rápidamente la suavizó – si... quieres hacerme ese favor... yo... quiero estar con su abuela y... tengo que hablar con los servicios sociales

- No te preocupes – Vero sonrió – me encargaré de Mara. Pero... avísame si muere su abuela para que... hable con ella y... se lo explique.

- ¡Gracias Vero! Ade... - se volvió hacia su amiga – por favor...

- Está bien – aceptó con un suspiro - te acompaño al campamento, pero...no puedo quedarme mucho rato.

Natalia asintió y ambas salieron de allí a toda prisa. Vero se asomó a la ventana del salón y las vio montar en el coche de Adela. Suspiró con nostalgia. Le iba a costar mucho trabajo aceptar la idea de que no tenía ninguna posibilidad con ella. Se cruzó de brazos y dio un par de paseos por la enorme estancia, sin saber qué hacer mientras aguardaba. De pronto el sonido de un móvil la sobresalto. ¡Natalia se lo había dejado olvidado con las prisas! Miró la pantalla: "Alba campamento".

- ¿Sí? ¿Alba? – preguntó al escuchar un ruido y un pitido al otro lado - ¿Alba? ¿Alba?

No oyó nada más y la comunicación se cortó.



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Natalia estaba en su despacho, "mi último día de trabajo", pensó. Le gustaría que no fuera así, pero mucho se temía que no dependía de ella. "Quien lo diría, después de años trabajando mañana, tarde y noche, trabajando casi todos los fines de semana, éste va a ser mi último día, ¡un jueves! odio los jueves", se dijo pensativa. Se echó hacia atrás en el sillón y suspiró con tristeza. No le apetecía hacer nada. Giró la silla y miró hacia la lejanía por la ventana. El día era fresco pero soleado y desde su despacho podía observar la copa de los árboles. "Alba", murmuró. Sacudió la cabeza y puso el pequeño televisor que tenía en el despacho, sabía que no debía hacerlo porque la prensa se estaba ensañando con ella, pero no podía evitarlo.

Buscó una cadena con noticias, una locutora hablaba a las puertas del juzgado. "No hay novedades y de momento no ha trascendido nada de la vista de hoy", su compañero de redacción tomó la palabra para preguntar por lo que podían esperar al día siguiente. "Será un día complicado porque se espera la presencia de los familiares de la víctima, y las medidas de seguridad son muy estrictas. Además, mañana comienza el juicio contra Natalia Lacunza, acusada de homicidio imprudente y eso....". Cambió de cadena, era la hora de las noticias y parecían haberse sincronizado porque también hablaban de ella ".... a pesar de haber intentado salir impune del delito, ocultando pruebas y mintiendo, Natalia Lacunza será juzgada a partir de hoy y no será el único juicio al que deba enfrentarse porque también está acusada de homicidio por la muerte de Juan...". Otro cambio y más de lo mismo: "...Juan un hombre que vio como Natalia le robaba lo que más amaba, su mujer y su hijo, que sufrió la muerte del pequeño y los años en coma de su mujer a la que visitaba a escondidas, gracias a su suegro que nunca dejó de creer en él, acusado a instancias de Natalia de maltrato por su mujer, una mujer débil que se dejó embaucar por Lacunza...". Cruz entró en el despacho sin llamar y escuchó las palabras del televisor, "...consiguiendo destrozar una familia".

- ¿Qué haces? – le preguntó observándola y comprobando que las lágrimas corrían por su rostro.

- Es mentira, lo que dicen es mentira.

- Trae – dijo quitándole el mando y apagando el televisor – ¿qué esperas?

- ¿La verdad? no espero nada. Solo quiero que todo acabe de una vez.

- Natalia, aquí nadie cree lo que dicen.

- Gracias, pero... ¿qué voy a hacer Cruz?

- Va a salir todo bien. Confía en Isabel.

- Isabel... lleva años intentando y...

- Y ahora sabe la verdad, sabe lo que ocurrió y por dónde tirar.

- El juicio es mañana. Mi abogada dice que...

- Sé lo que dice, y estoy de acuerdo, pero... si Isabel encuentra lo que busca, cualquier juez lo aceptará. La fiscalía admitirá las pruebas.

- Sabes que esto no funciona así, tenían que haber sido presentadas antes.

- Sí son lo suficientemente importantes sí que la admitirán.

- ¿Y la acusación particular? ¿qué pasa con ella? porque parece que a todos se os ha olvidado que mis suegros me han demandado. Y que son ellos los que están montando todo ese circo. ¿Qué va a creer el jurado? ¿eh? no tengo posibilidades.

- Nat tienes que confiar en la justicia.

- ¿Qué justicia? ¿la que pinta a un maltratador asesino acosador, como un santo padre de familia destrozado por culpa de una lesbiana, ricachona que con dinero lo compra todo? ¿esa justicia?

- Eso es la prensa.

- Sí, ¡la prensa! la gran mentira. Y lo peor de todo es que sé que al final todo el mundo creerá que esa mentira es cierta, pase lo que pase en el juicio.

- Eso no va a ser así.

- ¡Venga ya Cruz! una mentira repetida hasta la saciedad se convierte en una verdad, y eso es lo que está pasando aquí, ¡sí ha salido en todos los telediarios! Por no hablar de esa mierda de programas.

- Nat, confía en Isabel y en Vero. Y en nosotras, recuerda que yo también testifico en el juicio. Diga lo que diga la prensa... el juicio será otra cosa.

- Va a ser eterno, y al final para nada – suspiró – la prensa me sigue a todos lados, y... todo se va a ir a la mierda.

- Nat no hables así.

- ¡En fin! – señaló los papeles que había sobre la mesa - estaba leyendo este informe económico, tenemos que...

- Nat, ¡olvida el trabajo! Y... ¡anímate! al final todo va a salir bien, ya verás. El jurado te va a ver indefensa, en tu silla, pagando las consecuencias de algo que no hiciste, porque tengo el informe de la ambulancia, y el de la clínica en la que te ingresaron y está claro que los golpes que tenías nunca se corresponderían con los del conductor, era Ana la que tenía esos golpes y eso, una vez probado, dejará por tierra cualquier otra consideración. Tu abogada es buena, confía en ella y confía en mí, después de este juicio todos te verán a ti como la víctima. Fue tu padre y ese Robledo el que orquestaron todo y los que deben pagar por ello.

- Pero yo... - guardó silencio, no podía decirle a nadie lo que estaba pensando hacer. No podía dejar que su padre fuera a la cárcel, estaba enfermo y... lo que hizo... lo hizo por ella, porque creyó que ella era la que conducía, Juan se encargó de hacérselo creer. Había estado tan enfadada con él... pero... ahora tenía dudas. Se mostraba firme con su madre, pero no podía evitar dudar.

- Tú vas a hacernos caso a todos, la primera a Raquel, tu abogada y después a mí. Vete a casa, pasea un rato, distráete.

- ¡Ojalá pudiera pasear! – musitó – no puedo dar un paso sin que alguien me fotografíe.

- Míralo por el lado bueno, así nadie se atrevería a hacerte nada.

- ¿Os vais a poner todos de acuerdo para decirme eso?

- ¿Quién te lo ha dicho?

- Vero. Hace tiempo.

- ¿Por qué no te vas a casa? – insistió.

- Sí, debería irme a casa, pero, ¡se me cae encima!

- Pues aunque se te caiga, aquí no haces nada. Vete y... deja de ver la televisión.

- Sí – musitó pensativa.

Cruz rápidamente supo qué le sucedía, no se trataba del juicio, ni de la prensa y sus infundios, se trataba de Alba.

- ¿Has sabido algo de Alba? – le preguntó con intención.

Natalia la miró y negó con la cabeza, incapaz de hablar de ello, pero la profunda tristeza que asomó a sus ojos lo hizo por ella.

- Teresa me dijo que habló con ella el otro día – le confesó Cruz - ¿no te lo ha contado?

- No – musitó revelando su sorpresa.

- Pues al parecer está muy bien – sonrió – me dijo que... quería hacer un viaje para verte – continuó y vio la ilusión asomar a los ojos de la pediatra - pero que la guerrilla estaba recrudeciendo los ataques, que no podía salir del país y que los aeropuertos de Entebbe y Kampala estaban completamente controlados. Pero que... lo intentaría.

- Es mejor que no venga – suspiró de nuevo melancólica - Aquí no puede hacer nada y... no me apetece verla.

- Eso si que no me lo creo.

- Tienes razón, ¡me muero por verla! pero ¿para qué? ¿para que vuelva a marcharse?

- Te recuerdo que la echaste tú.

- No me lo recuerdes – murmuró – aún no sé cómo... como he sido capaz de... hacer las cosas que he hecho.

- No eras tú y ya hemos hablado de ello.

- Sí – suspiró - pero está claro que para algunas personas eso no es suficiente – dijo con decepción – de todas formas, si se ha ido no fue por eso... hablé con ella y... creía haberlo arreglado, pero... está claro que no fue así.

- Dale tiempo, lo ha pasado muy mal.

- Me voy a casa – dijo accionando la silla sin ninguna intención de seguir hablando de la enfermera con ella.

- Haces bien – le dijo comprensiva, Natalia estaba cerrada en banda con el tema Alba, ya le ocurrió una vez, pero en esta ocasión parecía estar resignada, parecía sin intención de luchar por ella - ¿Te acompaña Claudia?

- No – sonrió con malicia – está... comprando con Gimeno un traje, su hija hace la comunión y ha invitado a Claudia a que vaya con él.

- ¿A la comunión de su hija?

- No, a comprar el traje – rió abiertamente por primera vez - le ha pedido que se quede en la puerta con Greta.

- ¿Y que ha dicho Claudia?

- ¡Imagínatelo!

Cruz soltó una carcajada imaginando la cara de Claudia y las ocurrencias de Gimeno.

- Son tal para cual – comentó la cardióloga.

- ¡Quién nos lo iba a decir!

- Claudia es una mujer especial, y muy inteligente, y Gimeno la hace reír, y eso es muy importante en una relación.

- Lo sé – suspiró pensando en la cantidad de veces que Alba la hizo reír con su inocencia, con sus bromas, con sus juegos.

- Entonces... ¿te vas sola a casa?

- Si. Vero está más perdida que nunca – suspiró con tristeza – creo que está enfadada porque desconfié de ella y me creí que había estado metida en todo desde el principio – le dijo a sabiendas de que su enfado era debido a su rechazo, y su confesión de que amaba a Alba y de que quería intentarlo con ella si todo salía bien.

- No te equivoques. No está enfadada – Natalia la miró con curiosidad - Vero está ayudando a Isabel en sus investigaciones – le reveló – por eso te digo que confíes en que todo va a ir bien, no sé mucho, pero por lo que sé... la única víctima aparte de ese niño eres tú, y lo van a demostrar.

- ¡Ojalá!

- Será así – le sonrió con dulzura – y por todo esto no te preocupes que yo me encargo de todo. Y Adela conmigo, por cierto, que nunca te lo dije, pero es un gran fichaje.

- Si - sonrió con ternura – Ade es capaz de cualquier cosa por ayudarme.

- Debió quererte mucho.

- Sí, nos quisimos mucho las dos, y... nos seguimos queriendo. Algo que no puedo decir de ninguna de mis ex.

- De Alba sí.

- Alba no es una ex – sonrió para sus adentros – al menos no, hasta que no hable con ella, pero... tendrá que esperar a después de... todo esto.

- ¿Y ese repentino cambio? hace un momento me ha parecido que estabas resignada a perderla.

- Estoy hecha un lío Cruz, y... no sé qué hacer...

- ¿Sobre qué?

- Nada, no me hagas caso, estoy nerviosa por lo de mañana – mintió, había estado a punto de confesarle sus dudas, sus preocupaciones, el deseo de alejarse de todo, aunque sabía que era imposible, como también sabía que si hacía lo que debía, nunca tendría una oportunidad con Alba.

- ¿Estás bien, Nat?

- Sí, no te preocupes.

- Tengo que dejarte – le dijo mirando el reloj - en media hora entro en quirófano y... hazme caso y vete a casa, mañana va a ser un largo día.

- Sí, sí, ya me voy - dijo accionando la silla y dispuesta a salir tras la cardióloga pero el teléfono comenzó a sonar.

- Nat... déjalo y vete a casa.

- Anda sal, atiendo esta llamada y me marcho.



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El vuelo le estaba resultando más tedioso que de costumbre. Aferrada a la carta que Natalia le envió, las horas se le hacían eternas. Leerla le daba siempre fuerzas y ánimos para todo. No podía dejar de pensar en que cada vez que la llamaba al móvil era Vero quien contestaba. Pero Germán tenía razón, si esa carta no mentía, si era cierto que Natalia la amaba de aquel modo, por mucho que Vero lo hubiese intentado, lo mismo ella tenía posibilidades. Lo mismo solo eran sus celos los que la hacían ver una realidad inexistente.

La idea de volver a encontrarse con ella la tenía en vilo y con los nervios cogidos en el estómago. No le había contado a nadie que regresaba, ni siquiera a Natalia. Se había negado a ponerse cada vez que la había llamado. Se arrepentía de ser como era, pero no podía evitar el deseo de "castigarla" por dejar que Vero siempre tuviese su móvil. Necesitaba comprobar con sus propios ojos que estaba equivocada y que sus sospechas eran del todo infundadas. Pero ahora que estaba por fin camino de España, dudaba si había hecho bien en no avisar a nadie. Solo se lo había dejado caer a Teresa, porque necesitaba saber si Natalia deseaba verla y sí, la llamada fue satisfactoria, aunque no del todo. Teresa le había contado un par de cosas que la tenían preocupada: que veía a Natalia muy cansada y que el juicio era esa misma semana. Quizás la pediatra no estuviese en el mejor momento para recibirla y para hablar de ellas, de lo que había entre ambas, si es que seguía habiendo algo. "Claro que lo hay", se dijo con una leve sonrisa.

El avión efectuó la maniobra de aterrizaje, y ella respiró aliviada de que así fuera. En cuanto se vio en tierra cogió su móvil, ¿hacía bien en llamarla? quizás lo mejor sería buscar el hotel e instalarse y luego ya, quedar con ella. Estaba deseando verla... más nerviosa de lo que nunca había estado antes... "seré tonta, si me tiemblan hasta las piernas", "es Nat, tranquilízate que solo es Nat". ¿Sólo? ¿había pensado sólo? ¡era Nat! la mujer de su vida, la persona con la que anhelaba pasar los años futuros, ¡claro que estaba nerviosa! Del resultado de ese encuentro podía depender su felicidad. Miró el reloj, aún faltaban horas para verla, porque se había decidido a que así fuera. No podía dejar de pensar en el momento del encuentro. No se decidía entre visitarla en su casa, citarla en el hotel o buscar un lugar neutral, uno que siempre les hubiese gustado a las dos. Natalia seguía teniendo lagunas mentales, seguía sin recordar muchas cosas "¿me reconocerá enseguida o no se acordará de mí?" "pero mira que piensas tonterías, ¡cómo no va a acordarse! solo tiene lagunas de los últimos meses".

El taxi volaba camino del hotel y recorría las calles de Madrid. Era increíble como en pocas semanas siempre podía ver algún cambio en la ciudad. ¡La ciudad! ¡cuánto le gustaría pasear de la mano con ella! el corazón le latía desbocado solo de imaginarlo, no sabía por qué había sido tan terca, porqué seguía siéndolo cada vez que pensaba en Vero y la imaginaba con ella, la misma Teresa le había confirmado que entre ellas no había absolutamente nada y que la psiquiatra solo aparecía por la clínica en sus turnos de trabajo. Pero ella no podía evitar imaginar que disimulaban, que lo llevaban en secreto, como ya le había pedido Natalia a ella que hicieran. "Deja de pensar en eso y piensa en que dentro de nada vas a verla, vas a decirle cuánto la amas y lo que deseas y esperas". Esperar. Esa era la palabra. ¡Había esperado tanto tiempo para eso...! para volver a tenerla en su vida, era su sueño más secreto en todos esos años, y si no lo estropeaba, sería un sueño hecho realidad.

El taxi se detuvo frente a su hotel. Lo había escogido ex profeso. Recordaba los días que acudían a un restaurante de la zona y a un bar de copas de la esquina. Les encantaba la música del local, y bailar. Nunca hubiera imaginado, el día que la conoció, que a Natalia le gustase tanto hacerlo. Había reservado en la suite de lujo, con la esperanza de invitarla a subir. Estaba deseando ver cómo era. Tras pasar por recepción subió a la décimo tercera planta llena de ilusión y con la esperanza de que el número no le trajera mala suerte. Lo que vio no la decepcionó. Estaba equipada con una entrada principal, salón privado, a la derecha el baño, amplísimo, ¡si era más grande que su cabaña de Jinja! la bañera doble con hidromasaje la fascinó y su imaginación se echó a volar. Siguió su exploración y se maravilló al ver que tenía hasta un vestidor. La cama era enorme y al fondo un enorme ventanal, se acercó a él y lo abrió, daba acceso a una enorme terraza con vistas a la cuidad. Quizás se había excedido reservando aquella habitación, pero quería que Natalia supiese que todo era poco para ella, quería que supiese cuánto la amaba.

Regresó al interior y se miró en el espejo. Necesitaba una ducha y quizás alguna hora de sueño que la ayudase a mejorar su aspecto demacrado. Habían sido días muy duros en el campamento. Pensar en él la hizo estremecerse, y verse rodeada de todo aquél lujo aún más. Cualquiera podría acostumbrarse a todo eso. pero... ¿era realmente lo que deseaba? Sabía que no. Sabía que parte de su corazón seguía en Jinja, seguía puesta en aquellos caminos polvorientos, en aquellos cánticos de muerte, en la sonrisa de los pequeños o la mano tendida de un anciano al que ayudaba a caminar. Se sentó en el borde de la cama y soltó el teléfono. Antes de llamar a Natalia, debía pensar muy bien qué era lo que quería decirle.



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Natalia escuchaba atentamente todo lo que su madre le decía. Desde que cogió el teléfono no había podido decir nada. María estaba muy alterada. Mikel se encontraba en la enfermería de la cárcel a causa de una arritmia. Y su madre, se estaba desahogando, contándole lo preocupada que estaba por él, por ella, por el juicio, por el futuro... y vuelta a la salud de su padre. María estaba convencida de que no aguantaría la vida de la cárcel y le reconoció que desde que entró en prisión su aspecto se había deteriorado mucho.

- ¿No dices nada, Natalia?

- No tengo nada que decir.

- No sé qué hacer... quizás tú...

Natalia interpretó que le estaba pidiendo consejo y ayuda y se sorprendió de ello.

- ¿Y qué puedo hacer yo? no me estarás pidiendo que mienta en el juicio.

- No te lo digo por eso hija, solo por... por compartir mi preocupación.

- Ya...

- Te digo la verdad. No reconozco a tu padre, todo lo que ha hecho, pero... ¡es mi marido! Y no lo voy a dejar solo en estos momentos.

- Yo no puedo decir lo mismo. Lo siento.

- Hija...

- Lo siento mamá. No se merece que lo perdone. Mi vida ha sido un infierno estos años, y él ha tenido mucha culpa de que sea así.

- Lo sé. Pero es tu padre...

- Y yo su hija. Y... - se le quebró la voz - lo olvidó.

- Natalia, no llores. No te he llamado para entristecerte.

- Me has llamado para que una mi defensa a la suya, para que lo ayude.

- Es tu padre.

- ¿Ese va a ser tu único argumento?

- Natalia no seas irónica conmigo.

- Lamento comunicarte que no, no es mi padre por mucho que lo diga la biología. Un padre no hace lo que él me ha hecho.

- Ve a verlo. No sabes lo hundido y lo arrepentido que está. Si le das la oportunidad de que te explique, de que...

- No voy a perdonarlo. No lo merece.

- Pero tú si. Tú si mereces tener la vida que deseas. Una vida feliz y tranquila y... te conozco hija, sé el corazón que tienes. No sabrás vivir con eso.

- Mamá. Estoy cansada. Tengo que trabajar y esta tarde quería quedarme en casa... tranquila. Mañana... tengo que estar fresca.

- No te molesto más, hija. Pero... piénsalo y ve a ver a tu padre antes del juicio.

- Ya no hay tiempo, mamá.

- Si quieres... si que lo hay.

- Mamá...

- Está bien. No insisto.

Natalia la escuchó suspirar, pero no dijo nada más. Se despidió de María.

Cerró el despacho pensando que podría ser la última vez que lo hiciera en mucho tiempo. Y a pesar de ello, algo en su interior la impelía a seguir con su rutina diaria, como todos los jueves, sin sospechar siquiera que ese jueves sería diferente, ¡muy diferente! al de los últimos dos meses.

Su mente estaba centrada en la conversación que había mantenido con su padre. Había sido un día extraño desde que salió del despacho. Natalia dudó si obedecer a Cruz y marcharse a casa, pero de pronto, un sexto sentido la hizo detenerse. Si iba a la cárcel no podría hacer ciertas cosas y deseaba pasar por aquellos lugares donde fue feliz con ella, con Alba. Cogió el coche y se plantó frente a la entrada de su antigua casa, aquella que compartieron, aún quedaban restos de las pintadas que la acusaban de asesinato. Luego marchó al parque, allí donde eran felices, paseando, tomando un helado, montando en barca o patinando. Recordó el día en que encontraron aquellos chicos y lo celosa que se puso de Isabel, ¡vaya si había llovido desde entonces! "Alba", musitó. Arrancando de nuevo el vehículo. Era tarde y tenía hambre. Se detuvo en el burguer que tanto le gustaba a la enfermera, a ella no tanto, pero era algo rápido y no tenía ni que bajar del coche, pidió una hamburguesa de pollo y arrancó de nuevo. Fue a la casa de la sierra, por el camino no dejaba de pensar en Alba, hasta tal punto que tuvo la sensación de que se encontró con su moto bajando de la sierra, ¡podría jurar que era ella! pero negó con la cabeza intentando que esa idea se disipase. ¡La casa de la sierra! solo por verla desde fuera por última vez, aunque luego se decidió a entrar, ¡qué recuerdos! ¡cómo había pasado el tiempo! Y qué diferente era todo a como le hubiese gustado. Cogió la hamburguesa y le dio un par de bocados. Se había enfriado en el camino y ya ni siquiera le apetecía. Se decidió a montar en el coche y bajar a la ciudad antes de que fuera más tarde y oscureciese. No dejaba de darle vueltas a la cabeza. La conversación con su madre la tenía pensativa y contrariada, porque en fondo sabía que su madre tenía razón. Antes de arrancar, cogió el teléfono y llamó a Isabel.

- Isa, soy Nat.

- ¡Contigo quería yo hablar! ¿qué haces en la sierra? ¿cuántas veces tengo que decirte que si cambias de ruta...?

- ¡Isa! Por favor...

- Perdona, ya sé que mañana es el juicio y que debes estar nerviosa.

- No es eso.

- Entonces... ¿qué pasa? – preguntó con un deje de temor, segura de que había algún problema.

- Nada. Tranquila. Quería pedirte un favor.

- Tú dirás.

- Quiero que me acompañes a ver a mi padre, esta tarde.

- ¿Esta tarde? Imposible. Las visitas necesitan un tiempo. Hay que solicitar el permiso y entregar tu documentación y...

- ¡Isa! Te he dicho que era un favor. Consígueme esa visita. Necesito verlo antes de mañana.

- Mañana tienes la primera sesión del juicio y pasado mañana comienza lo serio. No te conviene verlo, habla con tu abogada. Te dirá lo mismo que yo.

- ¡Olvida a Raquel! Quiero hablar con él.

- Está bien. Veré que puedo hacer, pero no te prometo nada. Vente para acá.

- ¡Gracias Isa!

A las seis en punto de la tarde, Natalia se sentó en la cabina y aguardó ver salir a su padre. Más demacrado que nunca, más canoso e incluso encorvado. Debía haber perdido por lo menos diez quilos. Su expresión de sorpresa al verla la hizo enternecerse, la humedad de sus ojos la desarboló, era la primera vez que lo veía llorar y la decidieron a coger el teléfono situado al lado de la mampara blindada que los separaba, en cuanto él hizo lo propio

- Hola, papá.



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Alba había investigado ya todos y cada uno de los rincones de la habitación. Había desecho la maleta y se había dado una relajante ducha. Pero nada de ello la había ayudado a decidirse. Eran las seis de la tarde, Natalia aún estaría en su despacho. Estaba anocheciendo y se le estaba haciendo el día larguísimo. Ella, y solo ella, estaba prolongando la espera. Necesitaba más tiempo antes de efectuar la llamada, antes de pedirle una cita. Las mariposas de su estómago revolotearon con fuerza al pensar que ya quedaba menos para verla, para besarla... la simple idea la excitaba y la llenaba de nerviosismo. Se detuvo frente al armario, ¡no tenía nada bonito que ponerse! Sus nervios se acrecentaron, no aguantaba más esa tensión. Abrió el minibar dispuesta a buscar algo que le ayudase a templarlos, y suavizar las extrañas sensaciones que experimentaba, pero finalmente se arrepintió. Esa no era la solución. Tenía que decidirse de una vez. Optó por bajar y dar un paseo que la calmase.

Salió a la calle y se detuvo, desconcertada delante del hotel. Una parada de taxis le atrajo la atención, ¿y si cogía uno y se presentaba en su despacho? así, sin más, sin llamarla y sin avisarla. Podía ser una gran idea. Vería cuál era su reacción. Siempre había sabido interpretar sus gestos, sus miradas... "No, mejor piensas bien lo que vas a decirle y luego, la llamas". Caminó sin rumbo fijo, hasta que sus pies se detuvieron frente a aquél bar de copas. Sonrió. Después de tantos años seguía allí, esperándola. Los recuerdos se agolparon en su mente, y la bloquearon por completo. Sin pensárselo se decidió a entrar. Estaba lleno de gente, demasiada para la hora que era. Hubiera preferido que estuviese más vacío. Se dirigió hacia el fondo y buscó con la mirada la mesa donde solían sentarse. Estaba libre y sonrió. Parecía que la suerte se había aliado con ella. Se sentó y llamó al camarero. En cuanto se terminase esa copa, la llamaría.



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Natalia salió abatida de la cárcel. Isa tenía razón. Había sido un error ir allí. Se despidió de la detective y miró el reloj. Se le había hecho tarde para llegar al fisio. Llamó a su madre y le dijo que no la esperase levantada, le apetecía despejarse y tomar algo. Dudó pensando en llamar a Vero y, finalmente, se decidió.

- Ya creí que no querías hablar conmigo – le dijo en cuanto la enfermera le pasó la llamada y escuchó la voz de la psiquiatra.

- ¿Por qué no iba a querer?

- Últimamente no nos vemos mucho.

- Tengo trabajo y... otras cosillas.

- Y... ¿en esas cosillas no entro?

- Nat... ¿qué quieres?

- Me... me gustaría pasar esta noche contigo. Cenar y... dar una vuelta.

- ¿Esta noche? No creo que sea buena idea, Nat.

- No quiero estar sola – le reconoció.

Vero dudó un instante.

- Esta noche deberías quedarte en casa tranquila.

- Ya lo sé, pero... a las ocho he quedado con Raquel para darle un último repaso a todo y... luego... ¡no quiero irme a casa con mi madre!

- Terminaré tarde.

- Puedo ir a tu despacho y esperar lo que haga falta.

- No sé, Nat.

- Vale. No te insisto. Siento haberte molestado.

- No me molestas Nat. Es solo que... no creo que sea buena idea. Estás cansada y deberías...

- ¡Déjalo! Si quisiera hablar con mi madre la habría llamado a ella.

- Si te vas a poner así... quedamos y ya está, pero tendrá que ser sobre las diez o diez y media.

- ¡No me importa! – exclamó contenta.

- Muy bien. Vente luego por aquí, pero invitas tú.

- ¡Eso está hecho! Estaré allí antes de las diez. ¡Gracias, Vero!

Colgó aliviada de no tener que estar sola ese día. Había tenido casi suplicar y eso que Vero había sido casi su última opción. Ni Adela ni Claudia podían quedar con ella esa tarde, una porque estaba de guardia en la clínica y la otra porque tenía hora en el dentista. Llevaba días diciéndose que debía mostrase tranquila, pero cuando veía acercarse la hora del juicio, los nervios no la dejaban casi respirar. Aún era temprano para ir al despacho de Raquel, pero decidió dirigirse al centro y matar el tiempo de alguna manera. Conducía distraída y con la tranquilidad de que la seguían de cerca los guardias asignados a su protección. No supo cómo ni porqué, aunque lo imaginaba. Cada vez que se sentía sola, su mente le devolvía el recuerdo de Alba. Quizás fue por eso, o quizás fue porque creía en el destino, pero de pronto se encontró frente a aquel lugar en el que tantas copas habían compartido, ese en el que a ella le gustaba bailar, aunque a Alba no tanto. Entró decidida, el calor y el bullicio la hicieron dudar, pero tras abrirse paso entre varios grupos de amigos, se decidió a ir hasta el fondo, en busca de la mesa en la que les gustaba sentarse. Y de pronto... su mente le jugó una mala pasada. ¡No podía ser!



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Alba bebía con calma de su copa. Sus ojos pasaban de unos a otros. Decenas de personas con ganas de divertirse, bebiendo, hablando – lo que se podía con el sonido de la música -, bailando, pero, sobre todo, viviendo. Tenía la sensación de que eso es lo que a ella le faltaba a ella, ¡vida! La vida que había perdido en Jinja, la vida que perdió al abandonar a Natalia. Su eterna lucha, esa que le impedía ser feliz. "Lo quieres todo y todo no puede ser, niña" le había dicho Germán poco antes de embarcar "piénsatelo muy bien, porque no puedes seguir toda la vida así, ni tú, ni ella" ¡Qué razón tenía! ¿por qué tenía que ser todo tan difícil?

Natalia permanecía con la vista puesta en la mesa tantas veces compartida. En la chica que la ocupaba. ¡Se parecía tanto a ella! A Alba. Estaba más nerviosa de lo que había estado en todo el día. No había sido capaz de parar en el despacho y tampoco quería pasar por casa y ahora que estaba allí sentía lo mismo, ese desesperante deseo de huir. De alejarse de todo y de todos y buscarla a ella. Pero ya no hacía falta, su instinto la había conducido hasta allí, hasta Alba. "No digas tonterías, no puede ser" ¡Tenía que ser una ilusión! Un efecto de su mente aturdida por las luces y lo ensordecedor de la música, y por su obsesivo deseo de verla. Sí. Era producto de su imaginación y del efecto de aquél lugar en ella y de los recuerdos que le traía a la mente. No la recordaba así. Había visto las fotos de Jinja, pero si aquella joven era Alba, estaba mucho más delgada de lo que la recordaba. No. No lo era. No podía serlo. La habría llamado, la habría avisado de que volvía. Estaba convencida de que se giraría y el hechizo se rompería, demostrándole que erraba, que no era Alba. Sólo podía pensar en ella, en la mujer de su vida, en que si todo salía bien en el juicio... quizás tendrían una oportunidad. Pero, no. Era imposible que saliera. Lo había decidido, se iba a declarar culpable en contra de todos los consejos. Suspiró, ensimismada, sin apartar los ojos de aquella figura, sentada en su mesa, ¡cuánto la necesitaba y qué injusto sería para Alba pedirle que estuviese a su lado! pasaría una temporada en la cárcel, tenía que hacerse a la idea.

Alba volvió a beber un sorbo de su copa sin percatarse de que entre la multitud, unos ojos estaban clavados en la perfección de su espalda, en la esbeltez de su cuello, en el color inconfundible de su pelo. Para la enfermera el tiempo pasaba lentamente, y aún así, no había tomado la decisión que tanto temía. Veía parejas bailando, besándose y sintió que se moría de envidia. Natalia observaba esas mismas parejas y sintió un pellizco en el estómago. Estaba sola, completamente sola, y por mucho que le mendigase a Vero, a Claudia o a Adela un poco de compañía, esa sensación no desaparecería porque le faltaba Alba. Se imaginó un futuro en el que ella también pudiese estar como esas parejas, abrazada a Alba. Un futuro en el que ella pudiera levantarse a pedir unas copas, como hiciera en tantas ocasiones, en el que se acercaría a Alba y la besaría consiguiendo que ese beso arrancase el frío que estaba alojado en su alma desde que se marchó de nuevo. Sí, tenía que imaginar ese mañana, pero mucho se temía que ese mañana no llegase jamás, y por mucho que ella lo desease, Alba no iba a regresar, y aunque lo hiciese, ella podía estar en la cárcel en unos días y sería así si, finalmente, tenía el valor de hacer lo que debía y exculpar a su padre. En ese preciso instante, la chica solitaria de la mesa se movió y ya no hubo dudas. Ese mañana estaba allí, frente a ella, solo tenía que acercarse y cogerlo de la mano, sin dejar que de nuevo se le escapase.

Alba estaba a punto de levantarse de la mesa cuando sintió el aliento de alguien junto a su oído. Las palabras que siguieron encendieron todos sus instintos más primarios... ¡no podía ser cierto!

- ¿No te da vergüenza ir así vestida, princesa?

Natalia vio como aquellas palabras hacían que Alba se estremeciera. A ella misma le temblaban las piernas, una sensación que había echado mucho de menos, ¡muchísimo!

Alba no se había movido, ni siquiera había girado la cabeza para verla. ¡Le daba tanto miedo haber oído mal! que solo hubiera sido una jugada de su imaginación o de la segunda copa que tenía entre las manos.

- ¡¿Qué haces aquí?!

El tono sorprendido y alegre de Natalia no podía ser fruto de alucinaciones. ¡Estaba allí! Detrás de ella. Tardó un par de segundos en darse la vuelta. No podía creer en la coincidencia. ¡Era Natalia! estaba allí. Sus miradas se encontraron y la sonrisa de la pediatra le demostró lo mucho que se alegraba de verla. Instantáneamente, Alba se la devolvió con tal brillo en sus ojos que Natalia olvidó dónde se encontraba, dejó de escuchar la música, solo podía verla a ella, sonriendo de aquella manera que solo sabía hacer Alba. La enfermera desvió la vista por encima del hombre de Natalia, esperando ver a alguien conocido, Vero, Adela, Claudia, pero no distinguía a nadie, parecía estar sola. Clavó de nuevo sus ojos en la pediatra, sus profundas ojeras revelaban el calvario que ya le comentara Teresa que había estado pasando. Más profundas que nunca, tenía la sensación de que en esos dos meses alejada de ella había envejecido, estaba mucho más delgada si es que eso era posible. Su rostro se ensombreció, tenía que haber estado a su lado, ayudándola a recuperarse, protegiéndola de todo.

Natalia le leyó el pensamiento y retiró la silla un poco. No había pasado por casa en todo el día. Debía estar horrible. Al ver que no quitaba la vista de ella y que no le respondía le sonrió de nuevo, ahora con timidez y volvió a preguntarle.

- ¿Qué haces aquí?

- He vuelto – le dijo sin apartar la vista de sus ojos. No podía.

- Eso ya lo veo – respondió burlona – me refería al motivo de tu vuelta – se atrevió a preguntar sintiendo que su corazón latía con fuerza, con mucha fuerza solo de imaginar que lo había hecho por ella.

Alba leyó la esperanza en su mirada. Leyó lo que tantas veces le dijera Germán, amor. Pero ella necesitaba más, mucho más. Necesitaba saber que Natalia estaba dispuesta a compartir su vida con ella, para siempre. Y se decidió a ser sincera en parte.

- Necesitaba.... arreglar unos asuntos, unos... papeles.

- Ya... - sonrió con tristeza. Para verla a ella había cientos de inconvenientes, pero por unos papeles había encontrado rápidamente vuelo. No fue capaz de disimular la decepción que sintió, pero se rehizo con rapidez - ¿por eso no me has avisado? – de nuevo no obtuvo respuesta. Alba parecía muda, parecía que era incapaz de hacer ni decir nada, solo mirarla fijamente - ¿puedo? – Natalia le señaló la mesa.

Alba asintió con rapidez y retiró la silla.

- Sí – le permitió que se situara a su lado.

- ¿Estás sola? – Natalia la miró esperando anhelante su respuesta, temiendo que no fuera así.

- Sí, mi hotel está aquí al lado y no tenía ganas de estar en la habitación.

- ¿Estás en un hotel?

- Sí, mi madre está en el pueblo y... no quería ver a nadie del trabajo.

- Pero... ¿por qué?... podías habérmelo dicho y venirte a casa.

- No, Nat.

- Eh... perdona yo... no entiendo como no me has llamado. Yo he intentado hablar contigo casi todos los días.

- Lo sé. Y... pensaba llamarte... antes de irme.

- Antes de irte, pero... ¿no te quedas unos días?

- No. No puedo – habló con calma y dulzura y Natalia tragó saliva - ¿Y tú? ¿qué haces aquí? ¿con quién has venido?

- Con nadie. La casa se me caía encima – apretó los labios en una mueca de circunstancias – mañana es la vista para el juicio y...

- ¿Estás nerviosa? – la interrumpió sonriéndole por primera vez.

- ¡Muchísimo! pero no era por eso, es que...

- ¿Qué?

- Nada, eh... que... me he pasado el día...

- ¿Qué? – Alba la instó a continuar, con una sonrisa que la hipnotizó.

- ¿Qué papeleos son esos? si es algo en lo que pueda ayudarte... - Natalia cambió rápidamente de tema, y respiró hondo "tranquilízate que estás pareciendo estúpida", "va a pensar que no solo te falla la memoria", "pensando en ti, así es como he pasado el día".

- Eh... no – balbuceó bajando los ojos a su copa y los levantó de inmediato - ¿quieres tomar algo?

- Bueno... no sé – miró el reloj. Acababa de recordar su cita con la abogada y ni siquiera sabía el tiempo que llevaba allí, al verla todo se había detenido.

- ¿Tienes prisa?

- Sí. He quedado en un rato con Raquel.

- ¿Raquel? ¿quién es? – sus ojos demostraron temor y celos.

- Mi abogada y... esto... que... tenemos que repasar lo de mañana...

- Si quieres... te acompaño y te espero y luego...

- Eh... luego he quedado para cenar con... con Vero.

- Ya... lo entiendo – la miró comprensiva, aunque Natalia supo leer los celos y la decepción en esa expresión - pero... nos hemos encontrado...

- Sí – la pediatra sonrió entendiendo perfectamente lo que quería decirle.

- ¿De verdad no puedes tomarte nada, aunque sea rápido?

- Si – asintió con una mueca burlona - una tónica.

- ¿Lo has dejado de nuevo? – le preguntó con intención y Natalia frunció el ceño.

- No sé a qué te refieres. Hace mucho que lo dejé.

- Bueno... ya sé que has perdido la memoria de lo que ha pasado en los últimos meses, pero en este tiempo te vi beber más de una vez.

- Ya me lo han contado, pero eso solo fue un mal momento, y solo fue un par de días – respondió nerviosa – Además, no he vuelto a hacerlo si es lo que crees – respondió secamente.

Alba se arrepintió de su sarcasmo, no lo había podido evitar, desde que Natalia le había confesado que cenaba con Vero la rabia se había apoderado de ella, pero al ver que Natalia quitaba los frenos a la silla se asustó.

- Eh... me alegro de verte, Alba... pero creo que es mejor que me vaya. Se me va a hacer tarde.

- ¿Y la tónica?

- Ya no me apetece – dijo echando la silla hacia atrás - y... mañana tengo que madrugar.

- ¡Pero si acabas de decirme que cenas con Vero!

- Tenías que haberme avisado.

- Nat, perdóname, no debía haberte hecho ese comentario, ni venía a cuento ni... perdóname, he sido cruel – reconoció levantando la mano y llamando al camarero con apremio, para luego dejarla caer sobre la de la pediatra y frenar su marcha. Natalia miró hacia abajo, hacia sus manos unidas y permaneció inmóvil. Se estremeció al sentir el contacto de su piel.

Alba clavó sus ojos en los de ella, sin retirar la mano.

- Quédate – le pidió con intensidad - Ni siquiera nos hemos saludado como Dios manda – se inclinó hacia ella y le dio dos besos, uno en cada mejilla, tan cerca de las comisuras, tan húmedos, que Natalia volvió a sentir que todo su cuerpo temblaba - ¡me alegro mucho de verte! Estaba precisamente aquí sentada pensando en ti y en si era buena idea que te sacara del despacho tan temprano, ¡hasta pensé coger un taxi y plantarme allí! pero luego me dije que estarías ocupada y que mejor te llamaba más tarde y estaba aquí...

Natalia la escuchó con atención. Alba estaba nerviosa. Mucho más de lo que nunca la había visto. "No te vayas, llevas todo el día pensando en ella y ¡está aquí! aprovecha la ocasión, dile que la amas", se dijo, "no, no cometas ese error, no se lo merece, no juegues más con ella, si te declaras culpable..."

- ¿Qué? ¿te quedas o no? – le apretó la mano con cariño y le acarició el dorso con la punta de los dedos. Una corriente eléctrica recorrió a la pediatra.

Natalia asintió. El silencio se hizo entre ellas, la tensión se podía cortar. Pero llegó el camarero y Alba retiro la mano y pidió la tónica. Pagando en el mismo momento.

- Deja que te invite – le dijo con presteza. Natalia no se opuso, sus manos se movían nerviosas - Sigues en la silla – la miró con lo que a la pediatra le pareció reprobación.

- No es tan fácil – respondió bajando los ojos – no... no he tenido mucho tiempo ni... ganas.

- No es un reproche, imagino que será muy duro.

Volvió a cabecear afirmativamente, sin pronunciar palabra. Le estaba resultando más difícil aquél encuentro de lo que había imaginado.

- Ya no trabajo tanto

- Ya veo que terminas antes y que dedicas más tiempo a ti misma.

- No es por eso, es... que no puedo. Aún... estoy recuperándome.

Fue ahora Alba la que asintió, sin saber qué decir. ¡Se había arrepentido en tantas ocasiones de no estar a su lado!

- Te he mentido, Nat – dijo de pronto Alba.

- Eh... no entiendo.

- Estoy aquí porque... no estoy aquí por un papeleo, bueno, no solo por eso, lo estoy porque... necesitaba...verte... necesito hablar contigo. No cenes con Vero, cena conmigo.

Natalia no respondió, todo aquello le parecía irreal. Algo en su interior le había impelido acudir allí, al lugar en el que tantas veces fueran a bailar hacía ya tanto tiempo. Se pasó la mano por la frente, de repente se sintió mareada, cansada, esa sensación de irrealidad se acrecentó y por un instante temió estar soñando, temió estar de nuevo bajo los efectos de aquellas drogas que la atontaban, volvió a pasarse la mano por la frente y miró a la enfermera desconcertada, ¿estaba de nuevo en una de esas pesadillas que la atormentaban?

- ¿Estás bien? – le preguntó Alba preocupada por su aspecto, al mismo tiempo que el deseo de besarla, de abrazarla, de declararle su amor, de sincerarse se apoderaba de ella.

- Si - mintió.

- Tienes mala cara.

- Solo es cansancio, últimamente.... no duermo muy bien y... se ha juntado todo.

- Todo irá bien en el juicio. Ya verás.

- ¿Por qué has vuelto? – preguntó sin más dilación - ¿de verdad necesitas verme?

Alba guardó silencio, sí que había vuelto por una razón. Tenía que testificar delante del juez por lo ocurrido en el sótano de la chabola, pero no podía decírselo. No podía decirle que lo hacía, que iba a declarar porque era la única forma de que la dejasen marcharse definitivamente. Quería decírselo, pero si lo hacía sería definitivo y algo en su interior le impedía pronunciar las palabras que podían significar la separación definitiva.

- Si no quieres responderme...

- Nat... eh... tengo que irme – se levantó de improviso, interrumpiéndola, segura de que iba a ser incapaz de controlarse, verla allí, frente a ella le removía todo su interior y aún no había tomado su decisión. Necesitaba pensar, aclarar sus ideas sin tenerla cerca. Se alejó de ella a toda prisa.

Natalia se giró, perpleja por aquella reacción. La vio cada vez más distante. Fueron instantes que transcurrieron a cámara lenta. Movió la silla dispuesta a salir tras ella, se había detenido en la barra y compraba una botella de agua, ¡a quién se le ocurría! ¡Se la iban a cobrar a precio de oro! La observó y su estómago experimentó un profundo cosquilleo que hizo que le diera media vuelta. Avanzó decidida tras ella, y se colocó a su espalda, bajó los brazos de la silla y con un rápido tirón la hizo desequilibrarse y caer sobre sus rodillas, sintiendo un profundo dolor, ¡había olvidado que ya si podía sentir todo aquello! Pero no le importó, la miró a los ojos, los ojos más expresivos y sorprendidos que nunca había visto, aproximó su cara a la de ella, escudriñándola con la mirada. Alba hizo el ademán de levantarse, con el ceño fruncido, sin comprender qué pretendía con aquella escena. Pero Natalia, la retuvo con firmeza y acortó la distancia entre sus rostros. Alba supo que sólo cabía una posibilidad, que solo podía pretender una cosa, estaban a un solo centímetro de distancia, un centímetro separaba sus labios. No se equivocó. Natalia la besó como si el mundo se hubiera parado en ese momento.

Alba se retiró con brusquedad, sin dar crédito a lo que acababa de ocurrir.

- ¿Qué haces?

- Lo que llevo deseando hacer desde que te he visto sentada en nuestra mesa.

- Nat... nos están haciendo fotos – le señaló hacia un joven que con descaro dispara una y otra vez su cámara.

- Me importa una mierda la prensa y sus estúpidas fotos – la miró anhelante – solo me importas tú.

Su sinceridad la hizo sonreír y olvidar sus dudas. Ninguna fue consciente de cuanto duró el siguiente beso, pero ambas sintieron que toda su alma, que toda su vida estaba contenida en él. Ignorando la gente que las observaba morbosamente y con curiosidad, ignorando la música machacona y horrible, ¡cómo había cambiado el lugar desde que ellas acudían a él! ignorando al periodista que ya se frotaba las manos imaginando el titular del día siguiente, justo el que comenzaba la vista preliminar del juicio... todo a su alrededor desapareció como si de un hechizo se tratara. Alba temblaba, la excitación más intensa que nunca sintiera se había apoderado de ella, todas sus buenas intenciones se habían quedado en nada, aquella mirada la estaba hipnotizando, y estaba segura de que no sería capaz de resistirse a los deseos de Natalia fueran cuales fuesen. Se detuvieron un instante, frente contra frente, sonriendo. Natalia mantenía sus ojos clavados en ella, repitiéndose que debía frenar, que estaba metiendo la pata, que iba a ir a la cárcel y que no podía seguir haciéndole daño, pero su corazón palpitaba desbocado, todo su cuerpo palpitaba, deseando besarla de nuevo, deseando abrazarla, y confesarle su amor. Y eso hizo. Alba recibió el nuevo beso cada vez más convencida de cuál debía ser su decisión, cada vez más segura de lo que quería hacer con su vida. Se separaron y, esta vez sí, ambas fueron conscientes de que un grupo de curiosos las rodeaban, mirándolas. El fotógrafo disparó en varias ocasiones más su cámara sin que ya se dieran cuenta de ello. Alba acarició con ternura el rostro de Natalia, reconoció en ella la mujer que la fascinó, la mujer valiente, que nunca le había gustado esconderse, la mujer que la ayudó a afrontar el amor que sentía y proclamarlo a los cuatro vientos, la mujer que siempre se mostró orgullosa de tenerla a su lado, de amar a quien era, y cómo era, la mujer que nunca se había avergonzado a pesar de la presión de sus padres, y en esos momentos sintió la necesidad de gritarle a todos lo que sentía...

- ¡Te amo Nat! ¡te amo! – le susurró al oído.

"Y yo a ti princesa" pensó, atrayéndola de nuevo para fundirse en sus labios, sin importarle nada, ni nadie. Alba se entregó al beso con toda su alma y todo su corazón e instantes después ambas tomaban aire. Natalia no dejaba de mirarla fijamente a los ojos. Alba reparo de nuevo en el fotógrafo, y se lo señaló a Natalia.

- Nat... ¡no deja de hacer fotos!

- Ignóralo.

- No puedo... me... me siento incómoda.

- Nos estamos besando delante de decenas de personas – sonrió burlona - ¿no puedes olvidarte de una?

- No. No puedo – hizo intención de levantarse y Natalia la retuvo.

- ¡Odio la prensa!

- Deberías hacer algo.

- Es inútil.

- Yo odio que me fotografíen.

- ¿Te avergüenza que te vean conmigo?

- ¡No digas tonterías! Me preocupa lo que puedan decir de ti, de... nosotras... quizás no sea bueno para... tu imagen...

- Tienes razón – admitió con un suspiro – aunque... el daño ya está hecho – le guiñó un ojo con picardía - Vamos al baño – le pidió – ¡por favor!

Alba asintió. Ese beso la había dejado completamente fuera de juego, necesitaba saber qué significaba, que era lo que Natalia pretendía de ella. La siguiente media hora fue desesperante. El baño estaba hasta arriba, deseaban estar a solas un instante, hablar con tranquilidad, Natalia le propuso marcharse de allí, ir a su casa, pero Alba se negó.

- Si no quieres mi casa, vamos a un lugar más tranquilo, donde podamos hablar y... estar solas - propuso como alternativa que esta vez sí fue bien acogida por la enfermera.

Pero al intentar abandonar el local la prensa estaba en la puerta, no solo un fotógrafo, varios más que lograron con sus flashes que Natalia volviera a entrar.

- Salgamos por detrás - le propuso Alba – mi hotel está a la vuelta de la esquina, habla con tus agentes y que nos franqueen el paso.

- ¡Cómo no se me había ocurrido!

- Ven detrás de mí, esto está ya imposible de gente.

Natalia aceptó y la siguió, al pasar por los baños comprobaron que la cola había disminuido considerablemente y Natalia la detuvo.

- Alba, necesito entrar - le dijo a la enfermera que se frenó junto a ella.

- ¿No puedes aguantar?

- No.

- Pero si el hotel....

- No puedo, Alba.

- Está bien.

Esperaron pacientemente el turno. Alba encendió un cigarrillo, y Natalia se lo quitó de las manos.

- Ya no se puede fumar en ningún sitio.

- ¿No?

- No.

- Pero Nat... ¡mira a tu alrededor! Todos lo hacen.

La pediatra reparo en ello, hasta ese momento no se había dado cuenta de que así fuera. Tenía una extraña sensación, no acababa de creerse que estuviese allí, a su lado, esperando a entrar en un baño que debía de estar infernal, sin que apenas hubieran cruzado unas palabras y con solo una idea en la cabeza, volver a besarla. El deseo la tenía casi fuera de sí, necesitaba entrar en aquel baño con Alba, mirarla a los ojos, hacerle una pregunta y entregarse a ella en cuerpo y alma, como en esos besos que acababan de darse. Esos besos que la habían hecho flaquear.

Alba tiró el cigarrillo al suelo y lo apagó con la punta del pie. Pronto les tocaría entrar.

- No deberías fumar.

- Tú también lo haces.

- Lo hacía, ya no cojo ni uno siquiera y tú...

- Es el último, te lo prometí – le sonrió, sin que Natalia se esperase aquella respuesta, ni siquiera sabía a qué promesa se refería – no lo he olvidado.

- Bueno... yo sí – bromeó – pero... poco a poco... no es fácil dejar un vicio como éste.

- De ahora en adelante el único vicio al que voy a estar enganchada son tus besos... - soltó de sopetón dejando a Natalia aún más perpleja.

- Creía que todo iba a ser más complicado que... creía que no venías porque no querías... retomar...

- Y lo va a ser – la interrumpió – antes de retomar nada, tenemos que hablar ¡y mucho!

- Podemos ir a mi casa.

- No, mejor vamos a mi hotel. Está aquí al lado.

En diez minutos les tocó entrar en el baño, había tres puertas y las tres permanecían cerradas. Alba se acercó a la reservada para minusválidos en cuanto sus dos ocupantes salieron de ella. Varias de las chicas que aguardaban protestaron y le recriminaron a Alba que se colara pero la enfermera señaló hacia Natalia y todas guardaron silencio. La pediatra avanzó y se lo agradeció con la mirada. Decidida, Alba se coló con rapidez delante de ella, Natalia la miró sorprendida.

- Voy a ayudarte – le dijo con un guiño – si estas llevan usando tu baño toda la tarde estará hecho un asco.

- No tienes por qué hacerlo. Además, está muy limpio – observó con una rápida ojeada.

- Quiero hacerlo – sonrió cogiendo con presteza un poco de papel y limpiando todo con rapidez – siempre es mejor hacerlo así.

- Trae, dame eso.

- Deja que lo haga yo.

- De verdad que no es necesario. Puedo yo sola.

Pero Alba solo necesitaba una cosa, demostrarle que la amaba, que estaba dispuesta a cualquier cosa y que esas semanas, alejada de ella, habían sido un infierno.

- Ya sé que puedes tú sola. Pero... me gustaría que me dejaras... mimarte un poco.

Natalia sonrió abiertamente y se abrió de brazos otorgándole campo libre.

- Me encantará que lo hagas – susurró sin apartar la vista de ella.

- Ya está, ¡listo! ¿Quieres que te ayude a entrar y levantarte? ¿Bajo la barra?

Natalia negó con la cabeza, sin borrar la sonrisa de su rostro.

- Alba...

- ¿Quieres entrar sola?

- No. Sí... en realidad... no tengo tantas ganas.

- Pero...

Natalia le guiñó, insinuante. Fue ahora la enfermera la que sonrió. Sin reparar en cómo las integrantes de la cola las apremiaban para que entrasen o dejasen paso a las demás.

- Solo quería estar un momento a solas contigo. Sin agentes, sin periodistas, sin... nadie.

- ¡Nat! ¡y para eso me haces que...!

La enfermera guardó silencio y se inclinó dispuesta a darle un adelanto de lo que estaba segura que podrían disfrutar el resto de sus vidas, juntas... Natalia la miraba fijamente con unas intenciones similares, no quería discutir con ella, no quería explicaciones ni quería formular reproche alguno, tan solo quería demostrarle su amor, nada más. Quería recompensar todos esos meses en los que la dejó a un lado, en los que antepuso todo a ella, todas esas horas esperándola con ese amor incondicional que siempre le demostró y que ella no se atrevió a reconocer, pero estaban allí y esos ojos no mentían, el amor que sentían pugnaba por ganar la batalla, y contra viento y marea había logrado que, por fin, estuvieran juntas. Todo dependía de lo que sucediera en los próximos minutos, en los próximos días. Había salido de la cárcel con una firme decisión, pero el estar allí, con ella, la hacía dudar de todo de nuevo.





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