La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 144

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By marlysaba2


Alba aguardaba a que los soldados abrieran el portón. Desde el último control habían hecho el viaje sin sobresaltos y por fin se encontraban frente a la enorme puerta de acceso al campamento.

Condujo el jeep con cuidado sorteando a los innumerables pacientes y familiares acoplados a ambos lados del camino, y que ocupaban buena parte de él.

- Voy a llevarlo hasta tu cabaña. Estás cansado.

- Te lo agradezco. Esta maldita pierna no deja de darme la lata.

- Y tú que no dejas de hacer lo que te da la gana en vez de tomarte en serio la recuperación.

- ¿Me estás diciendo que hubieras preferido que me hubiese quedado tumbado a la bartola en vez ir a buscarte?

- No - cortó el contacto y lo miró con seriedad - ¡Y no sabes lo que te lo agradezco!

- Ni con las tripas por el suelo me hubieran impedido saber dónde estabas.

- Te creo – sonrió – y los días que pasé sin poder saber de vosotros ni comunicarme con nadie confiaba en ello. Estaba segura de que me buscarías.

- ¿No me vas a contar nunca qué ha pasado allí dentro?

- No ha pasado nada. Ya te lo he dicho. Y venga, vamos a bajar ya que mira como está esto, habrá que echar una mano.

- Ni tú ni yo vamos a trabajar hoy. Es una orden – le dijo descendiendo del jeep.

El médico miró hacia el hospital de donde salía el nuevo médico. El joven se acercaba hacia ellos y Germán se apresuró a llamar a la enfermera.

- Alba, mira ven que te presente – le dijo cuando ya estaban frente a él - este es...

- ¡Raúl!

- ¡Alba!

Los dos manifestaron su sorpresa y se abrazaron alegres de reencontrarse.

- Veo que os conocéis.

- Sí – Alba miró a los ojos de Germán – es Raúl, hemos trabajado juntos en la clínica de Nat.

- ¡Ah! Ese Raúl – murmuró su amigo.

- ¿Qué quieres decir con ese Raúl? – preguntó el interesado encarándolo.

- Yo. Nada. Nada – Germán esquivó la mirada del chico y se volvió hacia Alba que no quitaba ojo de Raúl.

- Pero qué haces tú aquí – le dijo la enfermera risueña – me dijiste que no venías a África.

- Me lo pensé mejor. Hablabas tan bien de todo esto que... me decidí. Y solicité un cambio.

- Bueno... os dejo solos que voy a coger las maletas y tumbarme un rato.

- No, Germán, deja que las coja yo que tú lo que tienes es que descansar – Alba se ofreció solícita y se apresuró a abrir la parte trasera para sacarlas.

- ¡De eso nada! las maletas las cojo yo - Raúl corrió a arrebatárselas – Germán, a Jesús le gustaría verte cuanto antes. Venía a decírtelo.

- Entonces, voy para allá.

- No seas burro y descansa un rato – Alba se cuadró ante él – lo que tenga que consultarte Jesús podrá esperar unas horas más si lo ha hecho durante estos días.

- Descanso, si tú cumples tu promesa de llamar a Madrid. Alba frunció el ceño ante el chantaje pero asintió, aceptándolo.

- Alba ¿te tomas un café y me cuentas todo? Ya me han dicho que te detuvieron en la frontera, ¡ha debido de ser...! – se calló sin saber cómo calificarlo - ¿te apetece? Estoy en mi media hora de descanso.

- No puedo Raúl, tengo que hacer unas llamadas. Mejor nos vemos en la cena.

- En ese caso, os dejo las maletas en la cabaña y aparco el jeep. Luego, nos vemos.

Alba dejó a Germán metido en la cama y se aseguró de que no se levantaría hasta el día siguiente. Luego corrió a la radio. En el fondo estaba deseando hablar con Natalia, escuchar su voz, preguntarle cómo estaba y simplemente decirle que la quería y que la echaba de menos y que en ese cautiverio su recuerdo era lo único que le había dado fuerzas y ganas de seguir Adelante. Confesarle que leía su carta a cada instante y que gracias a ella, las horas se le hicieron menos interminables. Pero aunque deseaba todo eso, en el fondo sabía que no debía hacerlo, que no podía hacerlo.

Grecco marcó el número y aguardó a escuchar el establecimiento de la comunicación. Luego abandonó la sala, dejando a Alba sola. Nerviosa ante el inminente momento de volver a escucharla.



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Vero estaba en el dormitorio esperando a que Natalia regresase con el té. Estaba tardando demasiado y ya había barajado la posibilidad de ir a su encuentro y ayudarla si tenía alguna dificultad. Pero se decidió a no hacerlo. Para Natalia era bueno volver a coger confianza en sí misma. Volver a sentirse útil y comenzar a hacer las cosas por sí misma.

Pensando en ella estaba cuando el móvil de la pediatra comenzó a sonar. Lo cogió dispuesta a correr hasta la cocina y entregárselo cuando sus ojos se detuvieron en la pantalla "Alba Jinja" No puso resistirse a la tentación, salió a toda prisa al jardín y se decidió a responder.

- ¿Sí?

- ¿Nat?

- No. Nat no puede ponerse.

- ¿No puede ponerse?

- No. ¿Quién eres? – preguntó cuándo la había reconocido al instante.

- Soy Alba, ¿quién eres tú? – le devolvió la moneda, ¡de sobra sabía quién era!

- ¡Hola, Alba! – se mostró alegre – no sabes la alegría que nos da saber que ya estás libre.

- Sí. Gracias. ¿Nat no está?

- Está en la ducha.

- Y... ¿no puede ponerse?

- Ya te he dicho que está en la ducha.

- ¿Cómo sigue?

- Está mejor.

- No pareces muy convencida, ¿seguro que lo está?

- Sí. Lo está.

- ¿Y por qué lo dices en ese tono? Parece que... no sea así.

- Lo digo porque si está mejor no es, precisamente, gracias a ti.

- ¿Qué quieres decir?

- ¿Te parece bien lo que has hecho con ella?

- Yo no he hecho nada con ella.

- ¿Qué no? No has parado de llamarla, de prometerle cosas y luego la dejas tirada como siempre.

- Vero... yo quiero hablar con Nat, no contigo.

- Y yo... ¡qué dejes de llamarla todos los días!

- Quiero hablar con ella. Pásale el teléfono – le ordenó con brusquedad.

- Ella no quiere hacerlo contigo, está harta de que juegues con ella.

- ¿De qué estás hablando?

- ¿Sabes cómo se sintió el otro día cuando creía que ibas a venir y no apareciste?

- No pude.

- Ya... no pudiste. Esa historia me suena. Cambia ya de repertorio, aburren tus excusas.

- Me detuvieron en la frontera, he estado encarcelada casi diez días. Quiero que sepa que lo intenté, que intenté salir del país y casi me cuesta la vida.

- Eso deberías explicárselo a ella.

- Eso es lo que pretendía, explicárselo.

- Tendrá que ser otro día.

- Por favor, dile que he estado detenida que no he podido hablar con nadie.

- Eso ya lo sabe. Su amiga Adela no ha dejado de repetírselo, pero si es lo que quieres se lo diré otra vez, pero con una condición ¡qué dejes de molestarla! Está mejor y es importante que esté tranquila. Ya ha sufrido bastante.

- Déjame hablar con ella – insistió de nuevo.

- Ya te he dicho que está en la ducha. Y aunque no estuviese dudo mucho que quisiera ponerse, está cansada de tus mentiras ¡Déjala en paz!

- Eso que me lo diga ella.

- ¿Cómo puedes tratarla así? ¿es que no te das cuenta del daño que le estás haciendo? – le preguntó y sin dejarla meter baza continuó – sé que estás dolida, sé que te has marchado por algo que no es cierto, y sé que ese dolor que sientes no solo te perjudica a ti, le estás haciendo mucho daño, más del que imaginas,  ¡déjala en paz!

- No voy a seguir hablando contigo.

- Escúchame, deja de presionarla para que corra detrás tuya, jamás se va a ir allí, deja de ponerla entre la espada y la pared, solo la haces sufrir, dudar, y estar frustrada, haz tu vida y olvídala.

- ¡Eso es lo que tú quisieras!

- Mira... no soy como tú, si Nat está conmigo es porque me quiere, porque le he demostrado que soy capaz de arriesgar mi vida por ella y porque yo sí que confío en ella. No voy a caer en tus errores, pero... deja de darle una de cal y otra de arena.

Natalia, entró en el dormitorio y se sorprendió de ver que Vero no estaba en él. El ventanal abierto le podía indicar que se encontraba fuera aunque le pareció extraño dado el frío que hacía pero se acercó hasta allí y la descubrió gesticulando al teléfono. Aguardó un instante intentando hacerse notar. No podía escuchar nada de la conversación, y Vero parecía no darse cuenta de su presencia, hablaba con genio y muy bajo. Se decidió a llamar su atención, elevando la voz para quien quiera que fuese que estaba al otro lado, cortase de una vez la charla.

- Vero, ¡qué se enfría el agua!

Alba escuchó perfectamente la voz de Natalia y su rostro enrojeció, Natalia estaba en la ducha, eso le había dicho Vero y la llamaba para que la acompañase...

- Perdona – Vero sonreía abiertamente al escuchar a Natalia a su espalda – pero yo tampoco voy a seguir hablando contigo – bajó la voz - Nat me está llamando, se nos enfría el agua.

Alba colgó el aparato sin decir nada más y sin ganas de continuar con aquella charla, las palabras de la pediatra resonaban en su mente, como martillazos que la noqueaban. Sentía que los celos se apoderaban de cada centímetro de su cuerpo y la asfixiaban hasta el punto de hacerla necesitar tomar aire con fuerza. ¡Se moría de celos de imaginarla con ella!

Natalia se asomó de nuevo al ventanal, Vero no entraba y se estaba impacientado. Vio a la psiquiatra, ya sin hablar, manipulando el móvil.

- ¡Vero! ¿qué haces? ¡el agua se va a quedar helada!

- Ya voy – se volvió hacia ella con una sonrisa y entró a la carrera - ¡uy! ¡qué frío!

- ¿Con quién hablabas?

- Una equivocación.

- ¿Era mi móvil? – clavó sus ojos en el aparato que le tendía.

- Sí – se lo devolvió con naturalidad después de haberse apresurado a borrar el registro de la llamada – empezó a sonar y como no estabas... pensé correr a la cocina, pero no me iba a dar tiempo.

- ¿Y por una equivocación hablas tanto?

- Bueno... no era exactamente una equivocación.

- ¿Era Adela? Suele llamar a estas horas cuando no viene por aquí.

- No. No era ella.

- Y ¿quién era? Vero.

- Nadie Nat, la prensa como siempre.

- ¿La prensa? ¿cómo tienen mi móvil?

- No tengo ni idea, pero no te preocupes que ya les he dejado las cosas bien claritas. No creo que vuelvan a molestarte.

- ¡Los odio! casi preferiría que Juan siguiera acosándome porque estos hacen lo mismo y con todos los parabienes. Sigo sin poder salir de casa, sin poder ir a ningún lado con nadie, sigo asustada es ¡insoportable!

- No te preocupes, pronto podrás hacer todo lo que quieres.

- No lo creo, pero gracias.

- Además, si lo piensas bien, tiene una ventaja, mientras la prensa te vigile nadie se atreverá a intentar nada.

- ¡Valiente consuelo!

- Tienes que ser positiva, Nat. Ya sabes el refrán ¡al mal tiempo, buena cara!

- Buena cara, buena cara, ¿tú has visto mis ojeras?

- ¡Estás estupenda! como siempre – le guiñó un ojo y Natalia, nerviosa se apresuró a servir las tazas de té.

Vero se sentó frente a ella, satisfecha. Tenía que conseguir que Natalia volviese a sonreír, volviese a sentirse segura y con ganas de vivir. Y para eso, estaba convencida de que debía separarla de Alba.



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Natalia estaba sentada en su despacho, con la vista fija en los documentos que había sobre su mesa, pero con la mente muy lejos de ellos.

- ¿Aún aquí? – Claudia le sonreía desde la puerta abierta y ella ni siquiera se había percatado de que hubiese entrado.

- Eh... sí. ¿Y tú? Creía que salías esta noche con Gimeno.

- Estaba repasando los expedientes de los ingresos que llegan mañana de Mali y se me ha hecho tarde. He visto luz y pensaba que sería Cruz.

- ¿Cruz?

- Desde que has vuelto suele pasarse por tu despacho a ver si le has dejado algo para hacer.

- Hoy no. Hoy he decidido quedarme después de comer.

- ¿Y has comido sola? ¿cómo no nos has avisado?

- No he comido. No tenía hambre.

- Nat...

- No me regañes. Esta noche quedé para cenar y soy incapaz de comer nada si me atiborro a medio día.

- Nadie habla de atiborrarse, pero sí de cuidarse. ¡Parece mentira que seas médico! aunque por un día... no pasa nada – le guiñó un ojo – por lo menos vas a salir a divertirte.

- No creo que me divierta, si salgo es por... por compromiso.

- Bueno, al menos no estarás entre cuatro paredes.

- Un bar no dejan de ser cuatro paredes.

- Si no te apetece, vete a casa y descansa. Te vendrá bien. Yo voy a ver si encuentro a Cruz que quiero comentarle una cosa de esos ingresos.

- Sí, quizás tengas razón y lo mejor sea irme a casa – admitió amontonando los papeles y accionando la silla – voy para abajo, ¿vienes?

- Sí, quizás Cruz esté en la cafetería.

- Me dijo que esta tarde debía llevar a Mara a una revisión pediátrica y que volvería para la guardia – miró el reloj – lo mismo se le ha hecho tarde.

- Será eso. Entonces la veré mañana.

Natalia llegó a recepción y se despidió de Claudia que salió a la carrera. Teresa estaba ya con el bolso colgado a punto de marcharse cuando Natalia le pidió que le llamara un taxi.

- ¿No te llevas tu coche?

- No.

- ¿Vas a salir?

- Teresa...

- Muy bien, no me meto, hija, ahora mismo llamo ese taxi.

Natalia la observó y sonrió. Teresa nunca cambiaría, se hacía la ofendida ante la más mínima insinuación de pararle los pies en sus deseos de indagar y ella era incapaz de evitar contarle lo que deseaba saber.

- No tengo ganas de conducir, eso es todo.

- Ya sé que te lo digo todos los días, pero te veo cansada y desmejorada, tenías que estar en casa recuperándote y no aquí, con todos los problemas y... huyendo de la prensa.

- Ya se cansarán, Teresa.

- Dudo mucho que lo hagan hasta que pase el juicio. ¡Si sales en todos los programas! claro que eso es por tu amiga la psiquiatra.

- Si no vieras esos programas...

- Y mi Manolo me mata, ¡si a él le gustan más que a mí!

- Ya... ¡Manolo! – Natalia soltó una carcajada y se dirigió a la puerta seguida de Teresa – ahí está mi taxi.

- Hasta mañana, Nat.

- Hasta mañana.



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Germán estaba sentado en los escalones de su cabaña, fumando un cigarrillo. Habían pasado los días y Alba no mostraba la más mínima intención de llamar a la pediatra, y cada vez que Grecco la llamaba diciéndole que tenía una llamada de Lacunza ella se negaba a ponerse con alguna excusa, por eso estaba allí, acechando su regreso. Debía mantener con ella una seria conversación. En esa semana no le había quitado ojo, intentó hablar con ella y descubrir qué le ocurría, porque la veía triste, taciturna, cabizbaja e incluso indolente ante los dramas diarios con los que se enfrentaban, pero la enfermera se las había ingeniado para esquivarlo, una y otra vez, y parecía más interesada en buscar la ayuda de Raúl que la suya. Pero de esa noche no iba a pasar. Estaba decidido a plantarse ante ella y hacerla reaccionar y más después de haber hablado con Adela y enterase de que le había mentido, aún no se había puesto en contacto con Natalia, y la pediatra estaba convencida de que Alba nunca lo haría, se estaba dando por vencida ante la continua negativa de Alba de responder a sus llamadas y se estaba refugiando en el trabajo y lo que era peor en Vero.

- Niña, tengo que hablar contigo.

- Estoy muy cansada, Germán.

- Ya lo sé, ha sido un día duro, pero imagino que si vas a sacar tiempo como todas las noches para tomarte un café con Raúl podrás dedicarme unos minutos, ¿o ya no quieres cuentas con un viejo amigo?

- No seas tonto. Y no tomo café con él todas las noches.

- Casi todas.

- A ver, ¿qué quieres?

- He hablado con Adela y...

- Si vas a hablarme de Nat no quiero saber nada de ella.

- ¿Y eso por qué?

- Es cosa mía.

- Creía que ibas a ir a verla, que ibas a disfrutar de esos quince días de vacaciones, que ibas a aprovechar la oportunidad para estar con ella y decirle lo arrepentida que estas de haberte marchado de nuevo y de esa forma.

- Eso era antes. Ahora... he cambiado de opinión.

- ¿Qué pasa contigo?

- ¿Conmigo? ¡será que pasa con ella!

- Ella lleva casi una semana esperando que la llames e intentando que te pongas a sus llamadas. El otro día cuando llegamos de Kampala me dijiste que lo habías hecho, y Adela me asegura que no es así. ¿Por qué me mentiste?

- No te mentí, la llamé.

- Nat asegura que no ha hablado contigo.

- Y no miente. Hablé con... Vero.

- ¡Acabáramos! Ya has sacado tus propias conclusiones.

- ¿Por qué siempre te pones de su lado?

- Y tú ¿por qué siempre desconfías de ella?

- La llamé a su móvil y lo cogió Vero, me dijo claramente que Nat no quiere saber nada de mí.

- Y vas y te la crees.

- No. No me creo nada de ella, pero sí de Nat.

- Pero si dices que no hablaste con ella.

- La escuché llamarla a voces desde la ducha – le reveló con las lágrimas saltadas – ¡se les enfriaba el agua! – habló con retintín y un dolor en la mirada que enterneció al médico.

- Y ya has pensado que está liada con ella.

- ¿Qué otra cosa puedo pensar?

- Que Nat se muere por que la llames, que está sufriendo porque no lo haces. Deberías confiar en ella. ¿crees que alguien que está iniciando una historia de amor con otra persona se molestaría en llamar todos los días para saber de ti? Sara me ha dicho que el director le confesó que desde Madrid presionaron mucho para que te dieran lo mejor y compensaran esos días de cautiverio. Y eso solo puede haber sido cosa de ella.

- ¡No quiero sus favores!

- Te quiere, Alba. ¿Cuándo vas a dejar de creer lo que te dice esa manipuladora y vas a coger ese avión para verla y hablar con ella? – le dijo enfadado - ¡está claro que lo único que pretende es enfrentaros!

- ¿Tú crees?

- ¡Estoy seguro!

- La verdad es que le he estado dando vueltas a la cabeza. Y no solo es por lo que escuché y por lo que me dijo Vero. Si no la he llamado antes es porque... porque... tengo miedo de... de descubrir que no me equivoco.

- Vamos, ya sé que estas cansada, pero entra en esa radio y habla con ella de una vez.

- Vale – sonrió – vale – repitió dándose ánimos – la verdad es que estoy deseando decirle que... la quiero y que... me muero cada vez que la imagino con otra y...

- Entiendo, entiendo – la cortó sonriendo – no hace falta que me digas más.

- Gracias, Germán.

- De nada, niña – la abrazó y la acompañó camino de la radio.



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En Madrid Natalia estaba camino del restaurante en el que había quedado con Vero para cenar. Se había negado a salir con ella todos esos días. Pero ya no sabía qué más excusas buscar. Con desgana había vuelto al trabajo y había hecho lo que Vero le recomendara. Esforzarse por aparentar normalidad y unos ánimos que estaba lejos de tener. La realidad es que se sentía decepcionada y no alcanzaba a comprender qué había pasado con Alba. Comenzó a barajar la posibilidad de que Vero tuviese razón, y Alba no la amase como ella creía, que solo hubiese estado llamándola todos los días para lavar su conciencia por haberse marchado de nuevo después de conseguir lo que pretendía, hacer las pruebas y contar con una buena recomendación por parte del mismísimo director de médicos sin fronteras. Se le saltaron las lágrimas y buscó el móvil dispuesta a anular la cita y decirle al taxista que la llevara a casa, cuando el auto se detuvo a la entrada del restaurante. Un repentino flash, la hizo verse allí mismo y una sensación de angustia la invadió.

- ¿Bajas o no? ¿tengo que ayudarte? – el joven taxista la miraba impaciente mientas en la radio se escuchaba una nueva dirección, el chico cogió la radio y respondió – 312 en Fernando VI.

Natalia escuchó la voz de la chica por la emisora.

- 312 acude a la llamada.

- Tengo otro servicio – le dijo abriéndole la puerta – yo te bajo que no tengo todo el día.

La pediatra no fue capaz de responder, aunque sus labios se movieron en un imperceptible "la noche dirás" mientras su ceño se fruncía, molesta. Pagó y dejó que le abriera la puerta, mientras accionaba el sistema para que pudiese bajar la silla del taxi adaptado. Cuando el vehículo se alejó no pudo evitar pensar en lo mucho que echaba de menos esos tiempos en los que no necesitaba que nadie le hablase de aquella forma. Sus ojos ya se habían clavado en el coche que estaba en el borde del acerado y del que descendían dos hombres que sin disimulo alguno se situaban a su espalda. Estaba cansada de tanta vigilancia, aunque en el fondo la agradecía.

Entró en el restaurante y el maitre acudió a ella con rapidez.

- ¡Señora Lacunza! qué alegría volver a verla por aquí.

- Gracias – respondió sin recordar su nombre, ni siquiera su cara

- ¿Quiere pasar al reservado? la señora Solé aún no ha llegado.

- Sí, gracias.

Esperó a que le abriera camino, pero no lo hizo y se quedó desconcertada. No sabía dónde estaba ese reservado. El maitre se la quedó mirando y con naturalidad le informó.

- Ismael ya está allí esperando para atenderla.

- Eh... me lo he pensado mejor y... esperaré aquí a la señora Solé.

- Como usted desee, pero estará más cómoda dentro.

- ¿Le importa acompañarme?

- ¡Faltaría más! – exclamó sin demostrar su sorpresa, interpretando que quería que la empujara se colocó a su espalda y la guió hasta la habitación.

Al entrar en ella, la sensación de hacía unos minutos se acrecentó. Ismael le preguntó si deseaba lo de siempre y ella mecánicamente respondió que sí, sin recordar qué sería lo que tomaba habitualmente. De pronto, una sucesión de imágenes golpearon su cerebro, Alba estaba allí frente a ella, discutían, recordaba haberla echado de la clínica y recordaba unas fotos, unas fotos de Alba besándose con un hombre, recordaba a Alba suplicándole que la escuchara... ella le gritaba...

- Nat, ¿Nat estás bien? ¡Nat!

- Vero... - volvió a la realidad

- ¿Estás bien?

- ¿Por qué hemos venido aquí?

- Porque es tu restaurante preferido.

- Quiero irme de aquí.

- ¿Irte por qué?

- ¿Eché a Alba?

- Entiendo... - suspiró, cogiendo una silla y sentándose frente a ella – no necesitas irte. Necesitas aclarar esos recuerdos, ¿me equivoco?

Natalia bajó la vista, ligeramente avergonzada. Odiaba comportarse así con ella con todo lo que la ayudaba y con la paciencia que tenía pero no podía evitarlo. Su mente estaba puesta en Alba y en lo que acababa de recordar.

- ¿De qué te has acordado?

- ¿Alba está con otra persona? ¿por eso se ha ido? ¿nos peleamos aquí?

- Tranquila, no te alteres y bebe un poco de agua – le ofreció un vaso y abrió la botella.

- ¡Contéstame!

- No es exactamente cómo crees. Echaste a Alba de la clínica porque tu madre te dio unas fotos de ella besándose con Raúl, un médico que contrataste.

- Raúl... lo recuerdo, trabajamos en el Central, pero... ¿yo lo contraté? eso es imposible, no lo tragaba. ¿Alba está con él?

- Nat, cálmate. Alba no está con él. Tu madre le puso un detective para demostrarte que no era trigo limpio y que si había vuelto de África después de tanto tiempo es porque quería algo de ti.

- Mi madre... - musitó abriendo los ojos de par en par – no lo recuerdo.

- Pues así fue. Y ese detective sacó esas fotos, y tú... te sentiste tan traicionada que quedaste aquí con ella y la echaste. Pero Alba te aseguró que solo había sido un beso y que no pasó nada más.

- ¿Y yo la creí?

- Esa noche no, pero luego sí. Y la perdonaste y arreglasteis todo.

- Pero ¿la eché?

- Sí. La echaste y ella pidió su reingreso en Médicos sin Fronteras, por eso ha vuelto a marchase.

- Se ha marchado por mi culpa...

- No Nat, no te culpes por ello.

La pediatra bajó un instante la mirada, suspiró profundamente y cuando levantó la cabeza su expresión confusa había cambiado a una decidida y ligeramente tímida.

- Vero... creo que lo mejor...

- No. No me digas que no tienes hambre y que mejor nos vamos porque no voy a dejar que te pases toda la noche lamentándote por el pasado.

Natalia suspiró y sonrió levemente.

- Me conoces demasiado bien.

- Así me gusta, que sonrías y vamos a cenar y luego te llevo a casa. Y si lo que quieres es que te refresque la memoria, aquí me tienes.

- Pero no creo que sea buena compañía.

- Tú siempre eres la mejor compañía.

- Gracias, Vero, la verdad es que sabes cómo halagar a alguien.

- No lo hago por halagarte, simplemente soy sincera.

- ¡Gracias!

Minutos después habían escogido sus platos y esperaban que se los sirvieran. Natalia parecía más relajada y Vero se alegró de ello. El teléfono de la pediatra comenzó a sonar y Natalia, sorprendida, miró la pantalla.


- ¿Quién es?

Natalia no respondió y temblorosa cogió la llamada, de pronto había sentido un pellizco en el estómago, unas mariposas que revoloteaban por todo su cuerpo y el nerviosismo y la excitación se apoderaron de ella.

- Hola – le dijo seca, en contra de todo lo que su cuerpo experimentaba.

- Hola, Nat.

- Espera un momento, estoy en un restaurante y no te escucho bien, voy a salir.

Vero frunció el ceño al escucharla y ver como echaba la silla hacia atrás.

- ¿Te vas? ¿quién es?

Natalia le hizo una señal con el dedo de que luego le contaba y salió del comedor, escuchando la voz de Vero que le pedía contrariada que no tardase.

- Vaya sorpresa – fueron sus primeras palabras en cuanto se vio en la entrada – ya no esperaba que respondieses a mis llamadas.

- Perdona, ya sé que... tenía que haberte respondido antes. Pero... no he podido, no... no he podido.

- ¿Por qué?

- Porque... porque... no... no me encontraba bien para hacerlo.

Al escucharla decirle aquello Natalia olvidó todo lo que había hablado con Vero esos días, olvidó todo lo que su mente le repetía y solo pudo sentir un pellizco en el estómago y un vuelco en el corazón.

- ¿Por qué no estás bien? ¿te... qué te han hecho allí dentro?

- Nada – Alba sonrió para sus adentros, reconocería en cualquier parte ese tono preocupado, imaginaba sus enormes ojos castaños abiertos de par en par, clavados en ella – no me hicieron nada, pero... era yo Nat que... no quería llamarte – no se atrevió a ser sincera por la radio. De sobra sabía que todas las conversaciones era grabadas y cifradas y a ello se sumaba el pánico que le daba la idea de que descubrieran que Natalia y ella eran algo más que amigas. Un escalofrío recorrió su cuerpo al pensar en aquella celda y en lo que le había insinuado el director de la cárcel – porque... porque... no podía.

- Ya... - chascó la lengua decepcionada con la respuesta – me alegro de que no te hicieran nada.

- ¿Estás enfadada?

- Había esperado que quisieras hablar conmigo y... me dijeras tú misma como estabas.

- Y... lo hice, pero... no he vuelto a hacerlo porque me molestó mucho lo que pasó el otro día cuando te llamé.

- ¿A mí? a mí no me has llamado desde hace semanas.

- Claro que te llamé. Hablé con Vero.

- Eso es imposible.

- No lo es, nat. Hablé con ella.

- Entiendo – su tono manifestó el enfado que comenzaba a experimentar – vas a echarle la culpa a Vero, como siempre.

- ¿No me crees? Vero cogió tu móvil y me dijo claramente que... - se calló intentando medir sus palabras.

- ¿Ni siquiera eres capaz de hilvanar la mentira?

- No es ninguna mentira. Llamé y ella me dijo que no querías hablar conmigo, que no juegue más contigo y que te estaba haciendo daño.

- Vero no ha dicho nada de eso, ¡pero si te defiende hasta cuando recuerdo que...!

- ¡Siento haberos estropeado la ducha! – exclamó airada - ¿o también es mentira que te duchas con ella?

- Pero ¿de qué tonterías estás hablando? – Alba percibió que se irritaba aún más y se apresuró a cambiar de actitud, si se había decidido a hablar con ella no era para estropearlo todo en las primeras frases. Ni para echarle nada en cara, si no para todo lo contrario - ¡jamás me he duchado con ella! ¿para eso llamas? ¿para discutir y... decir mentiras?

- Eh... no me hagas caso, Nat, yo... perdona, me había propuesto no decirte nada de ello, pero... cada vez que pienso en Vero... y... en ti.... yo... ella me dijo cosas que... bueno que yo lo que quiero es que... hablemos con calma y... nos olvidemos de Vero.

- No sé de qué me hablas Alba y... no sé qué pasa contigo. Me llamas después de tanto tiempo y te comportas como si... - estuvo a punto de decirle "loca" pero se mordió la lengua, si todo lo que Vero le había contado era cierto, Alba tenía problemas que debía solucionar antes de afrontar una relación que en ese mismo instante ni siquiera sabía si quería mantener - ¿estás bien? – su tono sinceramente preocupado extrañó a la enfermera – porque creo que no lo estás.

- Desde que salí de esa cárcel, mucho mejor.

- Me alegro. De verdad.

- Gracias, Nat.

- De nada. No quiero discutir contigo, pero deberías dejar de imaginar cosas y... deberías tomarte unas vacaciones, ¿por qué no empleas esos quince días en descansar y aclarar tus ideas y...?

- ¿Cómo sabes que tengo quince días?

- Nunca te ponías a mis llamadas y he hablado con Germán.

- Ya te he dicho que no podía, no me lo reproches más.

- No es un reproche. Me has preguntado y he respondido. Y me gustaría saber qué ha cambiado para que ahora si puedas llamarme.

- Nada.

El silencio se hizo entre ambas y las dos lo sintieron como un peso aplastante. Alba tuvo la certeza de que era la primera vez que les sucedía aquello. Nunca antes no había sabido qué decirle. Nunca antes le había resultado incómoda la ausencia de palabras entre ellas.

- ¿Qué quieres, Alba? – Natalia fue la primera en romperlo, igualmente incómoda.

- Nada, saber cómo estabas y... disculparme por no haber ido, al final no pude.

- Ya lo sé, hablé con Germán – repitió con sorna - Te detuvieron en la frontera y estuviste unos días en la cárcel.

- No lo digas en ese tono, parece que no me crees.

- Te creo aunque... me cuesta hacerlo.

- ¡Pero es cierto!

- ¿Por qué no quieres hablar conmigo? – le preguntó con franqueza – pero sé sincera, y no me digas más veces que no podías.

- Eh... Nat... yo... no es eso... claro que quiero hablar contigo...es lo único que deseaba cuando estaba allí dentro, es solo que... ya te explicaré cuando nos veamos.

- ¿Vernos? No sé cuándo.

- Intentaré ir de nuevo. Quiero... ayudarte a recordar cómo me pediste.

Un nuevo silencio. Alba esperaba escuchar su voz de alegría, esperaba descubrir la ilusión en sus palabras, pero no fue así.

- No, no lo hagas. Estoy bien. Ya empiezo a recordar yo sola...

- ¿De verdad? ¿te acuerdas de mí?

- Algo.

- ¡Me gustaría tanto estar allí y que recordáramos juntas los días que pasamos aquí y viendo los gorilas y en Loango!

- Recuerdo que te eché de la clínica y recuerdo unas fotos en las que te besas con ...

- Nat lo de Raúl fue un malentendido, ya hablamos de eso.

- No lo recuerdo, pero está claro que pasó. No lo niegas.

Alba escuchó el repetitivo clip, que le indicaba que la conversación estaba siendo escuchada.

- Nat... ¡no puedo decirte lo que deseo! pero confía en mí. Voy a hacer todo lo posible por ir y que podamos hablar y... verás cómo poco a poco recuerdas...

- Te lo agradezco, pero... es mejor que no te pongas en peligro otra vez.

- Me apetece verte – le confesó obviando el retintín que notó en las palabras de la pediatra – ¡me apetece mucho!

Natalia no respondió y de nuevo el silencio se hizo entre ellas.

- ¿No dices nada? te lo digo de corazón, ¡quiero verte!

- Ya... bueno... yo... no me he movido de sitio... sigo aquí.

- Ya lo sé, Nat, pero... ¿tú quieres que vaya?

- Ya te he dicho que no es necesario.

- Nat... te noto... rara. ¿No quieres que lo haga? ¿no quieres verme?

- Ya habrá tiempo de vernos. Cuando te tomes vacaciones o... me las tome yo.

- ¿Qué pasa? ¿estás enfadada? lo entiendo, entiendo que lo estés, pero... ¡no pude evitar que me detuvieran! Y... lo siento yo también he estado enfadada, conmigo misma y... bueno un poco contigo también por... por Vero.

- ¡Siempre Vero! Ya me ha avisado de que estás celosa de ella sin motivo alguno. No me gustan las escenas de celos. Nunca me han gustado.

- Lo sé. Recuerdo perfectamente cómo te pusiste cuando te insinué lo de Alicia, pero antes... eras comprensiva conmigo y... me perdonabas y... y yo... Nat yo... lo que... yo lo que quiero es que sepas que... te quiero, ¡mucho! que yo... Nat necesito verte y hablar contigo. Aquí, sabes cómo es esto. No puedo decirte todo lo que deseo. Me gustaría saber si vas recordando más cosas, sí... si piensas en mí, en... en nuestro pasado y... en nuestros planes de futuro yo...

La pediatra sintió que un nudo en su garganta le impedía hablar. ¡Había deseado tanto escuchar aquello! Pero Vero tenía razón, Alba no sería feliz en Madrid y ella no podía pedirle ese sacrificio, no podía pedirle que renunciara a todo por ella. Vero la había llamado egoísta, y tenía razón. Solo pensaba en lo mucho que deseaba que Alba regresase, pero, si se había ido, era porque su vida estaba allí, lejos de ella y no podían seguir así. Sin tomar una decisión, sin ser sinceras.

- Estoy cenando en la calle, con Vero y... se nos enfría la cena.

- No me hagas esto, Nat. Escúchame.

- Ya te he escuchado. Me alegro de que no haya sido nada, que estés bien y vuelvas a estar en el campamento, sé que eres feliz allí y yo empiezo a serlo aquí.

- No me cuelgues.

- Lo siento, Alba, pero estoy ocupada.

- Perdóname... por favor, perdóname por no haberte llamado antes, pero... no podía... yo... tenía que pensar... si... si era lo correcto...

- ¡Deja de darme excusas y de jugar conmigo, Alba! Ahora soy yo la que te lo pide por favor.

- No me hables así.

- Lo siento. Apenas recuerdo nada de ti, solo cosas del pasado y... las pocas que recuerdo de los últimos meses... son horribles... y, sinceramente, empiezo a dudar que tú y yo nos reconciliáramos como me dijiste y empiezo a dudar que si fue cierto, fuera una buena idea que lo hiciéramos. Ya sabes, segundas partes nunca fueron buenas.

- Nat... no puedo decirte lo que quiero. Por favor, dímelo tú. Dime que... que no sientes lo que yo.

- Ahora no tengo tiempo de charlas.

- Nat... ¡por favor!

- Mañana hablamos y zanjamos esto, Alba. Se enfría la cena.

- Pero, MNat ¡olvida la puta cena y escúchame! Tú y yo... tenemos algo diferente, algo que no puedo decirte por aquí pero que... está ahí y... yo sé que aunque no lo recuerdes, lo sientes, ¿verdad que lo sientes?

- ¡Alba! – su voz se entrecortó y la enfermera creyó que estaba consiguiendo lo que pretendía.

- Claro que lo sientes...

- ¡Yo lo único que siento es ser tan confiada y tan imbécil!

- Nat...

- Ya te he dicho que Vero me está esperando. Ya hablaremos. Buenas noches, Alba. No puedo hablar más rato.

- Eh... perdona, no pretendía molestarte.

- No me molestas, pero... si no quieres nada más...

- No. No quiero nada más – colgó con rapidez y un nudo en la garganta.

Se quedó con los cascos en la mano, pensativa. Natalia parecía otra a la que recordaba de las últimas semanas. Más cortante, más hosca e incluso más fría. Ya le había avisado Adela que estaba siempre de mal humor, pero aquello era algo más. Algo que no alcanzaba a desentrañar desde allí, o quizás simplemente era lo que tanto había temido, Natalia y Vero estaban juntas.

Alba salió de la habitación y vio a Germán esperándola fuera, expectante.

- ¿Qué? ¿has conseguido hablar con ella?

- Si, y... ¡lo sabía! ¡está con Vero! Ya te dije que esa forma de hablarme del otro día me pareció extraña y sospechosa. Están liadas, ¡estoy segura!

- Por lo que me dijo Adela... no creo que sea así.

- ¡Adela siempre la defenderá!

- Alba, vuelves a sacar conclusiones precipitadas sin...

- ¡Déjalo Germán! debí imaginar algo así, ha sido mucho tiempo, te dije que debía salir del país. Conozco a Nat, se siente traicionada, no he estado a su lado en estas semanas, cuando más me necesitaba y... Vero sí, y ha aprovechado la ocasión.

- Puede que Nat se sienta agradecida por salvarle la vida. Pero te ama a ti.

- No vuelvas a repetir eso.

- Es lo que creo. Os vi aquí y eso no se pasa en un par de meses.

- Puede que no, pero... ella no lo recuerda y yo... no he estado allí para apoyarla y ayudarla. Ya está, la he perdido y no hay nada que hacer.

- No digas tonterías. Lo que vosotras sentís la una por la otra...

- No es suficiente, está claro.

- Sí lo es.

- No en la distancia.

- Ahora puedes salir de aquí, puedes ir a verla.

- ¿Para qué?

- Para hablar con ella, para ser sincera por una vez y decirle lo que sientes.

- ¿Y si ella ya no siente lo mismo?

- Aún así valdrá la pena.

- ¿De verdad lo crees?

- Creo que llevas demasiado tiempo dando palos de ciego y que es hora de que cojas el toro por los cuernos y te decidas a hacer lo que debes – sonrió y le echó el brazo por los hombros – vamos, niña, tenemos trabajo y mañana temprano te llevo a Kampala, podrás coger el primer avión.

Raúl los miraba a lo lejos y en cuanto vio la ocasión se acercó a la enfermera.

- ¿Malas noticias?

- ¿Qué dices?

- La radio, te vi salir de allí y discutir con Germán y estás tan seria que... he pensado que eran malas noticias.

- No. No tiene nada que ver.

- ¿Te apetece dar un paseo? Parece que va a refrescar y acabo de terminar mi turno.

- No. No tengo ganas, además yo empiezo en una hora.

- ¿Me dejas que en esa hora intente animarte?

- Raúl, deja de darme el coñazo.

- Perdona. No te pongas así. Solo... me preocupaba por una amiga y... creía que podía hacerte olvidar eso que te preocupa.

- No puedes y prefiero estar sola.

- Vale. Yo... voy a despejarme un poco dando un paseo al río, si cambias de idea...

- Gracias Raúl, pero no.

Alba lo vio alejarse y se arrepintió de ser tan brusca con él.

- ¡Raúl!

Se volvió sonriente.

- Quizás podamos tomar un café después de cenar en el porche.

- Hecho. Pero creía que ese lujo lo reservabas para Germán.

- Es curioso

- ¿El qué?

- El opina lo mismo.

- ¿De qué?

- De que últimamente tomo más café contigo que con él.

- Será que me saben a poco.

- No empieces.

- Disculpa. No quería insistir. ¿Sigue en pie ese café o al final me abandonarás por él?

- Hoy Germán tiene guardia.

- Entonces, allí me tendrás con el mejor café de toda Uganda para la enfermera más guapa del campamento.

- No hay otra – sonrió con condescendencia.

- ¿Ah, no? Creí que era cosa mía., como solo tengo ojos para ti.

- No seas payaso y lárgate ya, de noche no debes andar por ahí fuera.

- ¿Te preocupa que me pase algo?

- Me preocupa que le pase a cualquiera de nosotros.

- No mientas – sonrió, señalándola con el dedo - ¡te has preocupado por mí!

- ¡Largo!

El médico obedeció guiñándole un ojo con travesura.



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En Madrid, Natalia permanecía con el móvil en la mano, las lágrimas se le habían saltado. Odiaba comportarse así con ella, pero era lo mejor. Vero tenía razón, no debía seguir con esa relación. Las dos se estaban haciendo daño. Alba quería que lo dejara todo y ella no podía hacerlo y... en Jinja era feliz y estaban los juicios pendientes, si iba a la cárcel... ¿qué es lo que iba a ofrecerle a Alba? ¡nada! Un bis a bis a la semana. Se estremeció solo de pensarlo. Le había mentido, ¡deseaba verla con toda su alma! Y deseaba decirle que sí se acordaba de muchas más cosas. Se acordaba de aquel curso de cocina, de las tardes patinando, de la boda de Javier, de su treinta y cuatro cumpleaños, el primero que pasó a su lado, de las navidades en Jerez. Negó con la cabeza y volvió al comedor, dispuesta a cambiar el rumbo de sus vidas.

El resto de la cena Natalia fue incapaz de centrase en una conversación que no versase sobre Alba. Vero se percató de ello y la dejó hablar. Si se desahogaba terminaría por sentirse mejor. Ella se mantuvo en un discreto segundo plano. Dándole la razón en casi todas sus opiniones, sobre todo, en aquellas en las que la pediatra intentaba convencerse a sí misma de que lo mejor era mantener la distancia con Alba, dejarla seguir con su vida y ella intentar hacer lo mismo.

- Es una sabia decisión, Nat. Obligar a alguien a hacer algo en contra de sus deseos es un error. Puede funcionar un tiempo, pero a la larga, decidirá volver a África. Su vida ya está allí.

Natalia no dudaba de que eso era cierto. Y se dedicó a recordar toda la noche a Alba. Cómo la conoció, cómo se enamoró, cómo lo estropeó todo... Vero aguantó estoicamente y luego, se ofreció a acompañarla a casa.

Cuando el coche atravesó la enorme verja y se dirigió hacia la casa, Natalia sintió un escalofrío. Le resultaba extraño no ver en la puerta a Evelyn, esperándola como siempre. Aún le costaba creer que hubiese sido capaz de engañarla de aquél modo. Jamás había sospechado de ella. En su lugar, su sustituto corrió al coche a ayudarla y escoltarla hacia la puerta. El chico tartamudeó un par de veces al cruzar unas palabras con Vero y la pediatra no pudo evitar sonreír, cuando se alejó de ellas camino de su puesto.

- Creo que le gustas – bajó la voz burlona.

Vero miró hacia atrás por donde había desaparecido y frunció los labios en un gesto de incredulidad.

- ¿De verdad? ni siquiera me he fijado en él.

- Pues no está nada mal. Y tiene una bonita sonrisa.

- Si tú lo dices...

Las dos guardaron silencio un instante y finalmente Vero, se inclinó y besó a Natalia en la mejilla.

- Bueno Nat, mañana nos vemos.

- ¿No te paras a tomar una copa?

- No, se me haría demasiado tarde.

- Quédate a dormir. ¡Aquí hay cuartos de sobra!

- ¿Quieres que me quede?

- Me encantaría. He disfrutado mucho de esta noche y aún no tengo sueño.

- En ese caso, me tomaré esa copa.

Vero entró encantada en la biblioteca. A Natalia siempre le había parecido la habitación más acogedora. Los confortables sillones, el enorme sofá, la chimenea y las paredes cubiertas de estanterías repletas de libros, le conferían un ambiente y un olor especial. La psiquiatra permaneció con los brazos cruzados sobre el pecho mirando a través de la ventana hacia el iluminado jardín. Minutos después, Natalia regresó con una pequeña bandeja que dejó en la mesa.

- ¿Sigues tomando lo mismo?

- ¿Te acuerdas de lo que tomo?

- Ron añejo, zumo de limón natural y coca-cola, nada de pepsi.

- Vaya, me sorprendes, sí que te acuerdas. ¿Qué bebes tú?

- Apunto he estado de prepararme un agua de Valencia pero, me he acordado de que con la medicación no debo. ¡Me conformaré con una tónica!

Vero sonrió y se acercó hacia ella. Natalia saltó de la silla al sofá y Vero se sentó a su lado.

- Yo odio la tónica.

- ¡A Alba le encantaba! – exclamó de pronto.

Vero le arrebató el vaso de las manos y lo situó en la mesa.

- Ya es hora de olvidar a Alba y de empezar a pensar en tu nueva vida.

- Lo siento, llevo toda la noche hablando de ella.

- Y no me importa siempre que te haga sentir mejor.

- No puedo evitarlo.

- Lo sé – sonrió elevando el brazo y dejándolo descansar en el respaldo por encima de la espalda de Natalia – pero es hora de que comiences a superarlo.

- ¿Me ayudarás?

- ¡Por supuesto! – exclamó con intensidad.

Vero clavó sus ojos en ella e inclinó levemente la cara acortando la distancia que las separaba. Natalia le devolvió la mirada y no se movió del sitio. La psiquiatra sonrió, aceptando su actitud como una vía libre. Se inclinó aún más y la besó. Natalia correspondió con calma, sin apartarse y Vero, la recostó hacia atrás en el sofá, dejándose caer sobre ella, presa del deseo...

Natalia se dejó arrastrar. Era la primera vez desde que recuperara la sensibilidad en las piernas que volvía a experimentar esa presión intensa en su bajo vientre, la primera vez que todo su cuerpo despertaba al deseo y anhelaba que Vero calmara esa presión, saciara ese deseo.

- Vamos al dormitorio – le pidió la psiquiatra acariciando sus muslos con delicadeza – aquí hay cámaras.

- No... tengo una idea mejor... ¡vamos al jacuzzi! – jadeó Natalia mientras la atraía para besarla una vez más.

Vero sonrió. Se levantó y le tendió la mano, ayudándola a sentarse en la silla. El camino hacia el gimnasio se le hizo eterno. Al entrar, Natalia vio como Vero apagaba las cámaras mientas le guiñaba un ojo, traviesa. No puedo evitar devolverle la sonrisa. Vero conocía aquella casa casi mejor que ella.

- Ya puedes pasar – Vero le franqueó la entrada mientras encendía las luces

Natalia se giró y entró en el gimnasio... No había estado allí desde que regresara del hospital. El jacuzzi relucía al fondo y se encaminaron hacia allí.

- Voy a por unas toallas – Vero despareció de su vista y entonces sucedió.

Natalia vio a Alba allí, frente a ella, con una enorme sonrisa de ilusión.

- Verás... yo... pensé en pedírtelo de rodillas...

- Nat...

- Pero... como no puedo hacerlo a la manera tradicional, pensé en hacerlo en pie, para variar... por eso me puse el exoesqueleto

- Nat...

- Y ya sabes, no hay forma de que me salgan bien los planes.

- Nat...

- ¿Qué? ¿te gusta?

- ¡Es precioso! ¡ni a medida!

- Una que tiene buen ojo.

- ¡Y buen gusto!

- Alba... ¿quieres... quieres casarte conmigo?

- Nat...

- ¿No respondes?

- ¡No puedo creer que me lo hayas pedido!

- ¿Por qué? ¿no quieres?

- ¿Cómo vamos a casarnos si ya estás casada?

- Alba...

- ¿Qué? es la verdad, no podemos casarnos.

- Sí, en cuanto Ana esté mejor, pediré el divorcio.

Se llevó una mano a la frente. De pronto le dolía intensamente la cabeza y las imágenes se sucedieron de nuevo.

- ¿Y... la respuesta extraoficial?

- ¿Qué?

- Has dicho que la oficial me la darías mañana, pero ¿cuál es la extraoficial?

- ¿Crees que voy a decírtela?

- Creo que me merezco una respuesta después del día que llevo y lo mal que me lo has hecho pasar.

- ¡Qué sí! ¡Claro que quiero casarme contigo! ¡sí quiero!

Natalia sintió unos labios besando la base de su cuello, unas manos acariciando su espalda y una voz que le susurraba...

- Aún estás así, ¿creí que ya estarías en el agua?



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Alba estaba sentada en los escalones de su cabaña esperando a Raúl. El médico llegó con dos humeantes tazas de café y se sentó a su lado.

- Toma. A ver qué te parece. Pero te aviso que mi café crea adicción.

- ¿El tuyo? Creí que era todo el café.

- El mío es diferente. Tiene el... "toque Lara" – sonrió burlón – si quieres echarte atrás aún estás a tiempo.

- Trae. Toque Lara – lo miró enarcando una ceja fingiendo no creerle.

- Prueba, prueba y ya verás.

Alba paladeó un pequeño sorbo y abrió los ojos de par en par.

- ¿Qué? ¿te gusta?

- ¿Le has echado alcohol? no podemos beber..., si hay una urgencia...

- ¿Por quién me tomas? Lo que notas es el toque Lara.

- No. En serio. ¿Qué le has echado?

- Nada malo. Confía en mí. Tómatelo y verás cómo es milagroso.

- ¿Encima hace milagros? – sonrió burlona.

- ¡Espanta las penas! – exclamó mirándola fijamente.

Alba no respondió y volvió a beber. Durante unos minutos disfrutaron del café en silencio. La enfermera no dejaba de pensar en las palabras de Natalia. Quizás Germán tenía razón y el enfado que mostraba era solo culpa suya. Debía haberla llamado en cuanto salió de la cárcel y agradecerle todo lo que ahora sabía que había hecho por ella.

- ¿Puedo preguntarte en qué piensas? – Raúl se decidió a romper ese silencio.

- No vale la pena.

- Yo creo que sí. No estarías tan seria de no ser algo importante.

- Pienso en mi vida y lo que hacer con ella.

- ¿Te parece poco lo que ya haces?

Alba no respondió. Hacerlo implicaba contarle lo que de verdad le preocupaba, lo que de verdad sentía.

- Si te sirve de algo mi opinión... creo que has nacido para esto. Te he visto trabajar estos días y sinceramente te admiro. Sabes tratar a los enfermos, sabes consolar a los familiares, te has esforzado por entenderte con ellos en sus lenguas nativas, eres paciente, cariñosa, eficiente...

- ¿Seguro que hablas de mí?

- Hablo muy en serio. Eres una mujer maravillosa. ¡Maravillosa!

- Y tú eres un adulador.

Lo miró a los ojos divertida y él le devolvió la mirada. Alba sintió la calidez de sus ojos castaños, la sensualidad de sus labios que se abrieron despacio para tomar un nuevo sorbo de café. Por un instante creyó que iba a besarla, y por un instante deseó que lo hiciera.

Alba se levantó. Quería huir de él, de la atracción que había experimentado. No podía dejar de pensar en que Natalia cenaba con Vero y posiblemente acabarían en casa de la pediatra. La idea le revolvía el estómago y una rabia irrefrenable se apoderaba de ella cuando hasta dónde podían llegar.

- ¿Estás bien? – se levantó también – no quería molestarte, te prometo no volver a decirte nada de...

- Perdona, no tiene nada que ver con lo que me has dicho.

- Entonces... ¿no te terminas el café?

Alba lo miró a los ojos. Era muy atractivo. ¡Mucho! Y le agradaba la forma dulce y cariñosa en la que siempre la trataba. Le agradaba sentir que estaba allí, observándola, valorando todo lo que hacía.

- ¿Seguro que estás bien?

- Raúl... - Alba se empinó sobre las puntas de sus pies y él supo lo que deseaba.

Inclinó la cabeza y la besó. Un beso dulce. El beso que necesitaba para sentirse viva, atractiva y deseada.

Germán salía en esos instantes de su cabaña dispuesto a comenzar su guardia cuando por inercia miró hacia la de la enfermera. No podía dar crédito a lo que veían sus ojos. Alba y Raúl estaban fundidos en un beso que se le antojó demasiado largo y desagradable. Luego ella lo tomó de la mano y lo condujo hacia el interior de la cabaña.

Entonces, a sabiendas de que no tenía ningún derecho a hacer aquello, se decidió. No iba a dejar que se equivocara de aquél modo. Era su amigo y comprendía que estuviese dolida con Natalia. Pero iba a cometer un error que podía resultar fatal y no iba a dejar que eso ocurriese si podía evitarlo. Les dio cinco minutos y se dirigió a la cabaña.



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Vero besaba a Natalia con suavidad y ella, tras unos segundos paralizada, se retiró con rapidez.

- Eh... Vero... lo... lo siento, pero... pero no puedo... no puedo.

- ¿Qué pasa?

- Eh nada... es que... no puedo... ¡lo siento!

- Pero... si hace un momento...

- Perdóname. Yo... yo no tenía que haber llegado hasta aquí. Yo... no puedo evitarlo. Me halaga que me desees... que... desees estar conmigo y... ¡eres tan atractiva! Pero... no quiero engañarte yo... no puedo, yo... mi mente no deja de pensar en Alba y... no puedo hacerle esto... no puedo.

- Ya... entiendo.

- Por favor, perdóname. No quiero que pienses que yo... quiero hacerte daño o jugar contigo.

- Tranquila. Lo sé. Discúlpame tú. Me he precipitado. Me gustas mucho Nat. Desde hace mucho tiempo y nunca me atrevía a reconocértelo, pero después de todo lo que ha pasado... creí que... también lo deseabas.

- Y lo deseaba, pero...

- Siento haberte incomodado. No volverá a pasar. Sé que tu corazón está con Alba. Perdóname tú. Yo no he debido aprovechar la situación, llevas toda la noche hablándome de ella, estás dolida y... no he sabido estar a tu lado como debía

- No. No, no. Tú no tienes que disculparte de nada. Soy yo.

- No Nat. Yo he forzado la situación, y quiero que me perdones por tener tan poca cabeza. Sé que aunque eres consciente de que no volverás con ella aún no estás preparada y no puedes evitar tenerla siempre presente.

- Pero con el tiempo eso puede cambiar.

- ¿Me hablas en serio?

- Sí Vero, no voy a negar que siempre me has atraído, pero...

- Pero siempre has estado enamorada de Alba.

- Sí, y recuerdo lo que me dijiste aquél día en tu despacho, no quiero jugar con nadie, no quiero jugar contigo, pero... no puedo evitar sentir deseo, eres muy atractiva, ¡mucho!

- Vaya... ¡gracias! Tú tampoco estás nada mal.

- ¿Qué no? ¡estoy hecha una piltrafa después de todo lo que he pasado!

- Pero eso lo arreglo yo con una buena cena cada día...

- No seas boba.

- Sabré esperar Nat. Te lo prometo. No intentaré nada hasta que no estés preparada.

- ¿Y si no lo estoy nunca?

- Pues... si así es... seremos buenas amigas y... ya está.

- Vero... ¿cómo eres así conmigo después de... lo que dudé de ti,.. de lo que te dije?

- ¿De qué? Yo no recuerdo nada. Solo que me encanta salir a cenar, al teatro y a lo que sea, mientras sea contigo.

- Ven – Natalia intentó besarla, pero Vero se retiró y se levantó.

- No, Nat, no es necesario – sonrió acariciándole la mejilla – es tarde y me voy a casa.

- Pero ibas a quedarte a dormir.

- Otro día.

- Lo siento, Vero.

- No lo sientas, ¡me has alegrado la noche! he disfrutado mucho te tu compañía.

- No merezco que me trates así.

- Todo lo contrario, Nat – le sonrió y se giró .hacia la puerta - buenas noches.

- Buenas noches, Vero.

La pediatra permaneció junto al jacuzzi sintiéndose terriblemente culpable, experimentando una sensación de angustia creciente que apenas le permitía respirar. Rebuscó en sus bolsillos con premura. Necesitaba aclarar muchas de las dudas que tenía, necesitaba despejar su mente y cerciorarse de que todo lo que vagamente recordaba no era fruto de su imaginación.

Con mano temblorosa buscó el número del campamento. Necesitaba volver a hablar con Alba. Necesitaba disculparse por haber sido tan brusca y por haber cortado la comunicación. Esperó con impaciencia escuchar el familiar sonido de que la comunicación se establecía. Poco después oyó la voz de Grecco al otro lado del aparato.

- Francesco, soy Nat otra vez, ¿puedes buscar a Alba?

- Claro, doctora Lacunza, ahora mismo voy en su busca.

Natalia permaneció con el móvil en la oreja y la mente puesta en esas imágenes que se sucedían una y otra vez en su cabeza "fuera, fuera de mi vida, fuera de mi clínica, fuera de aquí", "¿Quieres casarte conmigo?", "no podemos casarnos, Nat, ya estás casada"...

Germán entró sin llamar. Abrió de par en par y se plantó ante ellos. Raúl estaba sentado en el borde de la cama, Alba le estaba arrancando la camiseta mientras sus labios permanecían unidos. Las manos del médico estaban rodeando la cintura de la enfermera por debajo de su camiseta. Al oír la puerta los dos se separaron con rapidez.

- ¡Germán! ¿qué haces? ¿cuándo vas a aprender a llamar?

Alba mostró lo molesta que estaba por la interrupción mientras Raúl que se había puesto en pie junto a ella, se apresuraba a recuperar su camiseta manteniéndola delante de sus piernas en un intento de disimular la potente erección que experimentaba.

- No sabía que estabas... ocupada.

- Lo esté o no, no puedes entrar aquí como si la cabaña fuera tuya.

Germán ignoró su reproche y se encaró con Raúl.

- He estado buscándote por todo el campamento, muchacho – pronunció la palabra como un latigazo – y estabas aquí.

- ¿Qué ocurre?

- Te necesitamos en el hospital

- Hoy no tengo guardia.

- Ahora sí.

- Germán... - Alba intentó intervenir.

- Ve a darte una ducha – lo miró despectivo - y preséntate en mi despacho en media hora.

- Pero es mi noche de descanso. Llevo cinco días sin apenas dormir.

- Aquí no hay noches de descanso. Vamos, no pierdas más tiempo y haz lo que te digo.

Raúl suspiró y se inclinó para besar a Alba en los labios, pero la enfermera se retiró.

- Mañana hablamos Raúl – fue lo único que le dijo.

Cuando se quedaron solos Germán se acercó a Alba frunciendo el ceño, visiblemente molesto.

- ¿Se puede saber qué coño haces?

- Eso mismo tendría que preguntarte yo.

- Déjate de gilipolleces. ¿A qué juegas?

- ¿Qué pasa? ¿qué estás celoso?

- No digas tonterías.

- ¿Y qué quieres que diga cuando te presentas aquí como un energúmeno y echas a Raúl de la forma en que lo has hecho? a lo mejor es que te gustaría estar en su lugar.

- Se puede saber qué te pasa para que me hables así.

- Me pasa que no dejas de meterte en mi vida. ¡Y es mía!

- Soy tu amigo y solo intento que no te equivoques y no hagas algo de lo que te tengas que arrepentir.

- Si me quiero acostar con él es asunto mío ¿por qué iba a arrepentirme?

- Porque estás enfadada con Nat, porque te conozco y cuando se te pase el enfado, lamentarás...

- Ni me conoces como crees, ni se me pasará el enfado, ni me arrepentiré de querer rehacer mi vida sin ella.

- ¿Acostarte con ese es rehacer tu vida? ¡no me hagas reír!

- ¡Fuera de mi cabaña! Y a partir de hoy no vuelvas a entrar aquí sin llamar.

- No volveré a hacerlo, descuida.

- ¡Y si tienes celos te los tragas! Yo no te pertenezco.

- De acuerdo – la miró enfadado y se dio la vuelta dispuesto a marcharse, cuando Alba se ponía así era mejor dejarla sola. Intentar razonar con ella en esos momentos era tarea inútil.

Alba lo observó enfurruñada y cuando estaba a punto de cerrar la puerta tras él, algo en su interior le impelió a llamarlo.

- ¡Germán! espera.

- ¿Qué?

- Perdona. No quería decir eso. No quería... ofenderte. Es solo que... me molesta que estés siempre controlándome – se excusó.

- Tienes razón. Me he pasado. Eres libre de hacer lo que te de la gana.

- Sí. Eso.

- Y... ¿quién soy yo para meterme en tu vida? si quieres traicionar a la persona que amas y... mandar tu futuro a la mierda... yo... no tengo nada que opinar.

- Eso.

- Y... si luego te arrepientes de engañarla, de actuar por despecho pues... aquí me tendrás – se encogió de hombros con aire de inocencia y los ojos de Alba se humedecieron.

La enfermera lo miraba en silencio, a medida que le había ido hablando su enfado se disipaba y solo podía pensar en lo que había estado a punto de hacer.

- ¡Dios! – exclamó sentándose en la cama y llevándose las manos a la cara - ¿qué he hecho? ¿qué he hecho? – sollozó desconsolada.

- Niña... - Germán se acercó a ella y se sentó a su lado – estás dolida, solo eso. mañana verás las cosas de otra forma.

- Está con Vero – hipó – y no lo soporto, no lo soporto.

- Pero que te acuestes con el primero que se ponga a tiro...

- Lo sé... es... un error y... ni siquiera quiero hacerlo, la idea de que me... me toque... - se estremeció – yo... yo solo quería que se enterara, que sufriera como me hace sufrir, que vea que...

- ¿Y cómo va a enterarse? ¿la vas a llamar para contarle que si que te estás tirando al tío del que ella tenía celos?

- No hables así.

- Es lo que ibas a hacer.

- Sí – su llanto se acrecentó – ¿qué he hecho? ¿cómo voy a mirarla a la cara? ¿cómo voy a...?

- Cálmate, niña. Mira, vamos a hacer una cosa. Mañana mismo nos vamos los dos a Kampala, hablamos con la central y te quedas allí hasta que salga el primer avión a Madrid. Se acabó el retrasarlo más.

Alba se tapó los ojos y siguió llorando, Germán la atrajo hacia él y la abrazó, consolándola.

- Pero... pero... pero cómo... cómo voy a ir... ahora... ¿qué... le digo cuando... la vea?

- La verdad. Que la quieres y que no dejas de dar palos de ciego desde que no estás a su lado.

- Pero... ¿y Raúl?

- ¿Qué Raúl?

- Germán...

- Ese cantamañanas estará fuera de aquí en tres semanas, para cuando vuelvas, ya no tendrás que verle más ese jeto de... cucaracha.

- ¡Germán!

- No lo aguanto, está muy subidito, pero a ese le bajo yo los humos, ¡vaya si se los bajo!

- Prométeme que no vas a tomarla con él que te conozco.

- ¿Tanto te importa?

- No... pero... no quiero que... por mi culpa....

- No haré nada que no se haya buscado.

- ¡Germán!

- Está bien. Te lo prometo, pero... tú me prometes que te vas a Madrid ¡ya! ¡cagando leches!

- No sé si... es buena idea... ahora...

- Hazme caso. Este es el momento. Aclara lo que sea que tienes con Nat, y cuando lo hayas hecho, prometo no meterme más.

Alba comenzó a llorar de nuevo.

- Pero niña....

- Lo he estropeado todo... ¡todo!

- Chist...

Unos golpes en la puerta los silenciaron.

- No quiero ver a Raúl, por favor, Germán –lo miró desesperada – no quiero verlo.

- Tranquila – se levantó y acudió a la puerta. Grecco esperaba fuera y le comunicó que tenían llamada de la doctora Lacunza.

- Alba – Germán entró de nuevo – es Grecco, tienes una llamada de Nat.

- ¿Nat? no puedo, no puedo hablar con ella después de esto... no puedo.

- Claro que puedes. Es lo que necesitas.

- No, por favor, Germán – las lágrimas rodaban por sus mejillas – mira como estoy, me va a notar que ha pasado algo y... no quiero mentirle.

- No ha pasado nada.

- Si ha pasado, y si no llegas a entrar... ¡no quiero ni pensarlo!

- Debes hablar con ella.

- No. Dile... dile que mañana la llamo yo...

- Está bien. Pero cálmate.

Germán fue a la puerta y cruzó unas palabras con Grecco. El chico se alejó de la cabaña y entró en la radio.

- ¿Doctora Lacunza?

- Sí – reaccionó al instante anhelando que la pasara con Alba

- Reche no puede ponerse, se está preparando para una operación de urgencia. Acabarán tarde. Mañana la llama ella.

- Gracias, Francesco.

La decepción se reflejó en su tono y en su rostro. ¡Necesitaba tanto hablar con ella! pero quizás era mejor así. Quizás antes de hacer nada lo que debía era de aclarar sus dudas. Marcó otro número y esperó hasta que escuchó la voz de su interlocutora al otro lado.

- Necesito verte y... hablar contigo.

- ¿Ahora?

- Sí, por favor.

- ¿No puede ser mañana?

- No, Ade, por favor, por favor.

- Está bien. Paula ya está dormida. Vente a casa.

- ¿A tu casa? no quiero molestar.

- Tú nunca molestas, Nat. Estaré atenta, no llames y dame un toque en el móvil para que te abra. Mañana tiene examen y quiero que descanse.

- Eh... no... tienes razón es tarde y... tampoco es tan importante.

- Sí lo es. De no serlo no me habrías llamado a estas horas. Venga, te espero.

- ¡Gracias, Ade!

- ¿Se puede saber de qué se trata?

- Ahora te cuento.

- ¿Pero es algo grave?

- Es... de Alba.

- Entiendo. ¿Has recordado algo más?

- Algo sí

- ¿Y quieres que yo te lo aclare?

- Sí y... algo más.

- ¿El qué?

- He... he metido la pata, Ade. La he metido hasta el fondo.

- ¿De qué me hablas ahora?

- De Alba... he... he besado a Vero y... una cosa ha llevado a la otra y...

- ¿Te has acostado con ella? ¡pero Nat!

- No... yo... no exactamente yo... necesito hablar contigo.

- Pues cuelga ahora mismo que te espero.

Natalia obedeció y se apresuró a comunicar a los agentes que salía de nuevo ante la sorpresa de los mismos que le pidieron unos minutos para prepararse.





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