La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 142

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By marlysaba2


Los camiones se detuvieron en lo alto de la colina. Al final del camino, como un pequeño punto en la distancia se podía ver el puesto fronterizo. Habían llegado a su destino sin contratiempos. Era el momento de separarse de ellos y continuar sola su marcha hacia Nairobi.

André abrió la puerta trasera del camión y dio las instrucciones necesarias para que bajaran el jeep del mismo. Le entregó dos latas de gasolina que colocó en la parte de atrás, donde ya estaba su equipaje, una pequeña bolsa con lo imprescindible.

- No es necesario. El depósito está lleno.

- Nunca se sabe en estas tierras. Puedes perderte o pueden serte de ayuda – insistió entregándole un plano que ella cogió agradecida – no te salgas de los caminos señalados.

- No lo haré.

- ¡Suerte!

Se despidió de ella con un rápido abrazo.

- Gracias por todo, André.

- Ten cuidado.

- Lo tendré.

André, giro sobre sus talones dispuesto a subir al camión.

- ¡Espera! – Alba corrió tras él – dile a Germán que... que llamo a la central en cuanto aterrice en Madrid.

El joven cabeceó en señal afirmativa y terminó por subir al camión mientras Alba hacía lo propio en su jeep. Arrancó y comenzó a descender la colina en dirección al puesto fronterizo. Por el espejo retrovisor comprobó que los camiones se alejaban en dirección contraria.

No podía evitar sentir cierto nerviosismo. Apenas faltaba kilómetro y medio para llegar a la frontera y muy mala suerte debía tener para que la guerrilla la asaltara en ese pequeño trecho. Pero el miedo que le producía el hecho de encontrarse con ellos seguía anidado en su corazón. A su mente acudían las horribles escenas del orfanato y el nudo de su garganta se acentuó. Aceleró deseando llegar cuanto antes, pero debía tener cuidado con el irregular camino. "Tranquilízate", se dijo, y tomó una profunda bocanada de aire. "Piensa en Nat, en menos de dos días estarás con ella", sonrió imaginándose en su casa, recordando el día que se bañaron en el jacuzzi, el momento en que le pidió que se casara con ella. Casi sin darse cuenta se encontró frente a las garitas. Aquél puesto podía ser el último obstáculo para llegar a Nairobi, para encontrarse con el amor de su vida, si no fuera por eso, jamás se hubiese decidido a atravesar sola una zona tan peligrosa. Sí, pronto estaría junto a Natalia, siempre que los casi doscientos kilómetros hasta la ciudad los hiciera sin problemas.



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En la furgoneta los tres ocupantes se miraron. En los monitores que tenían delante podían observar todas y cada una de las habitaciones de la enorme casa y escuchar lo que sucedía en ellas.

- Tenéis que parar esto.

- Cálmese.

- Pero ¡mire a Nat! está fuera de sí. Esto es... - sus ojos se clavaron en otro monitor, el mismo que sus interlocutoras observaban con atención casi sin escuchar sus protestas - ¿qué hace?

- Se está preparando para actuar. Tenemos que entrar.

- No. Aún no, Martínez.

- ¿Cómo que no? ¡Nat está ahí sola!

- Cálmese doctora. Tenemos todo controlado – la silenció con autoridad y se volvió a su subordinada – te dije que no era buena idea que estuviese aquí.

- Señora, en este caso estoy de acuerdo con ella. Deberíamos entrar ya. No controlamos a Verónica y... su presencia puede... desestabilizar...

- ¡Y todo este despliegue no habría servido de nada! No voy a mandar al traste una operación como esta por un pequeño inconveniente.

- Pero se está preparando, si esperamos y no llegaremos a tiempo... ¡son civiles!

- Está demasiado implicada en todo esto, Martínez, y no piensa con claridad. Vamos a esperar, le daremos unos minutos más. Estoy segura de que antes de actuar se descubrirá. Y la presencia de la psiquiatra puede ayudarnos.

- Pero señora, vamos a poner en peligro...

- No voy a consentirlo – Adela se levantó del asiento y una mano firme tiró de ella obligándola a sentarse de nuevo.

- Usted no se mueve de aquí – la fiereza de su mirada y el tono firme la mantuvieron en silencio – Martínez, llámela y proceda según el plan.

El teléfono comenzó a sonar y Natalia se sobresaltó. Vero, dio unos pasos hacia él por inercia, siempre lo había hecho así.

- ¡Ni se te ocurra! – la pediatra elevó el tono frenándola – ya lo cojo yo.

- Nat... solo... pretendía dártelo.

- No te necesito para nada y menos para coger un puto teléfono – le espetó airada ante una sorprendida Verónica que hubo de apartarse con rapidez para que la silla no la golpeara.

Natalia parecía tener mucha más energía de la que había hecho gala en las últimas semanas, y mucho se temía que todo fuera fruto de la subida de adrenalina producida por la discusión. La veía demasiado alterada y falta de respiración.

- ¡Diga! – respondió con genio al teléfono.

La pediatra permaneció escuchando a su interlocutor. Vero la observaba con atención. Convencida de que la llamada no eran buenas noticias. La expresión de la pediatra así se lo decía. Apenas pronunció palabra, solo monosílabos de los que apenas podía deducir nada, "sí", "entiendo", "no", "¿cómo...?", "de... de acuerdo". Su rostro había ido perdiendo el tono sonrojado producto de la discusión que mantenían, para dar paso a una palidez cada vez más extrema. Cuando colgó, Vero se acercó a ella, preocupada, convencida de que se encontraba mal.

- Nat ¿estás bien?

- Sí.

- No me mientas. ¿Quieres que te acompañe a la cama? Tienes mala cara y...

- No. Estoy bien.

- ¿Seguro?

- Sí – la miró casi sin verla.

- Nat... ¿qué pasa? ya sé que no me crees y que no confías en mí, pero te conozco y sé que pasa algo. ¿Eran malas noticias?

- Era... era... Isabel.

- Te diga lo que te diga yo no tengo nada que ver, te juro Nat que yo no sabía nada, ¡te lo juro! tienes que creerme. Se lo he contado todo, lo del proyecto, lo de que tú no querías que en las analíticas saliera nada, lo de que hablé con el laboratorio... pero te juro que no sé cómo pueden estar mis huellas en la botella, ni en la jeringuilla, ni mis huellas en el jardín, te lo juro, Nat, de verdad, tienes que creerme.

- Te creo, Vero.

- ¿Qué?

- Que te creo y... y... te debo una disculpa.

- ¡Dios! - exclamó sintiendo que se le aflojaban las rodillas.

Titubeante, se sentó en la silla más cercana con las lágrimas saltadas.

- Isa... Isa me ha... me ha dicho que...

- Jamás te haría daño, Nat, ¡jamás! – repitió, afectada, interrumpiéndola – yo... yo... ¡te amo! ¿cómo has podido creer que te haría nada malo? – le preguntó y dos lágrimas rodaron por sus mejillas - ¡te amo! Nat, y... nunca me he atrevido a decírtelo así, a las claras y... y vale que no soy una santa y que sí que he hecho algunas de las cosas de las que me has acusado, pero... todo lo que he hecho era porque... estaba celosa de Alba... de tu amor por ella pero... para mí lo más importante eres tú, que estés bien y seas feliz y... no soporto que creas que yo... que sería capaz de hacerte nada malo. Porque no lo soy... ¡no lo soy!

Había hablado con precipitación, más nerviosa de lo que la pediatra nunca la hubiese visto. Se llevó las manos a la cara y escondió el rostro en ellas, respirando entrecortada.

- No llores, Vero – le pidió mientras se acercaba a ella – por favor, no llores. Lo siento. Te... te he dicho cosas horribles y... lo siento.

- No. Yo soy la que lo siente. Nunca debí meterme entre Alba y tú, pero... estaba tan segura de que no te hacía ningún bien... que... que... intenté evitar que sufrieras otra vez por lo mismo... nunca debí hacerlo, ¿me perdonas? – la miró anhelante – por favor, dime que me perdonas, Nat.

La pediatra seguía observándola mientras hablaba, pero apenas prestaba atención a sus palabras. Nada de lo que le decía tenía la más mínima importancia al lado de lo que Isabel acababa de pedirle y contarle. Sus manos temblaban y su cuerpo, empezaba a temblar también, imperceptiblemente, presa del pánico y el nerviosismo que comenzaba a crecer en ella.

- Nat... por favor, ¡perdóname! – insistió la psiquiatra.

- Vero... déjalo, no importa, yo... tengo que decirte algo...

- Chist, no hace falta que me digas nada. Para mí es suficiente con que me creas, con que sepas que nunca te dañaría y que siempre me tendrás aquí para lo que necesites, sea lo que sea.

Natalia sonrió levemente, pero Vero notó que sucedía algo más allá de la discusión que habían mantenido.

- ¿Qué te pasa? ¿qué era eso que querías decirme?

- Tengo que contare algo que me ha dicho Isabel y tengo que... pedirte un enorme favor, hasta que ella llegue.

- ¡Estaré encantada de hacerte ese favor! – le dijo mirando el reloj – pero si viene Isabel será mejor que no me pille aquí, porque me dijo muy claramente... que si me acercaba a ti...

- Vero... por favor... escúchame.

En la furgoneta Isabel se levantó de inmediato. Los monitores se habían apagado de repente y no eran capaces de escuchar a Natalia y Vero, ni a los agentes que había en el interior de la casa.

- ¿Qué ha pasado? – preguntó Adela.

- Se ha cortado la comunicación.

- Comisaria, debemos entrar ya.

- Espera. Contacta con López.

- ¡Está claro que es cosa de ella! Sabe que vigilamos, ¡hay que entrar!

Evelyn entró en la biblioteca en ese preciso instante sin darle ocasión a decirle lo que deseaba. Natalia, al verla, casi saltó en la silla, asustada.

- Nat, tengo que hablar contigo a solas – le pidió la detective.

- Yo ya me iba – dijo Vero, levantándose – Nat, me gustaría... hablar con calma que te parece si mañana...

- No te vayas. Quédate a cenar, por favor y... así hablamos – le ofreció la pediatra tan repentinamente que Vero se quedó sin saber qué responder. Era lo que menos se había esperado, que Natalia la invitase a quedarse y cenar con ella.

- Eh...

- Nat. No creo que sea prudente que se quede nadie aquí.

- Eso... lo decido yo – miró a Evelyn con aplomo y una serenidad que apenas tenía – y Vero, claro, si... acepta mi propuesta.

- Quedamos en que esta noche no habría nadie aquí, ¿lo recuerdas? – la detective insistió y Natalia la miró perpleja.

- No. No lo recuerdo.

- ¿Ves? Estás agotada, por eso no recuerdas las cosas, ya deberías estar en la cama.

- No insistas Evelyn. No voy a irme a la cama. Y... Vero se queda a cenar.

- Nat... no puede ser. Isabel habló contigo y... quedamos en que esta noche...

- No sé de qué me hablas pero, sea lo que sea... tendrá que ser otro día. Habla con Isabel y díselo, hoy... quiero cenar con Vero.

- ¡No podemos abortar una operación porque a ti te entre un calentón!

- ¿Qué?

- Evelyn, te acabas de pasar mucho con Nat.

- Vamos a llevar a cabo esa operación sí o sí. Sal de la casa, Vero.

La psiquiatra la observó sin comprender qué sucedía allí. Pero lo último que deseaba era enfrentarse a la policía, ya había tenido bastante con la sesión de esa tarde, además Natalia debía descansar.

- Quizás Evelyn tenga razón, Nat. Podemos cenar otro día y...

- Vero, no. Quédate a cenar.

- No, Nat. Es mejor que... te serenes y descanses. Tendremos muchos días para hablar y cenar.

- Vero, por favor – bajó la voz – no me dejes sola con ella, por favor – señaló a Evelyn.

La detective hizo un rápido movimiento y sacó su arma inmediatamente.

- ¡Aléjate de Nat! – le gritó a Vero.

- ¿Qué? – la psiquiatra permaneció paralizada al ver que la apuntaba con el arma – pero...

- ¡Es ella! ¡es ella! – le dijo la pediatra.

- ¿De qué hablas, Nat? – Vero la miró más preocupada aún, creyendo que desvariaba, sin percatarse de la maniobra de la detective que había cerrado la puerta y se situó a su espalda.

- Silencio las dos – gritó - tú, siéntate ahí y sin hacer ninguna tontería – empujó a Vero hacia el sofá, que no daba crédito a lo que estaba sucediendo.

- Isabel viene hacia aquí. No vas a tener tiempo de... - Natalia intentó convencerla.

- Me sobra tiempo para lo que tengo que hacer. Isa va siempre unos pasos detrás nuestra – soltó una carcajada, consciente de que ya no eran capaces de escuchar ni grabar lo que decía – y así seguirá siendo. ¿Verdad Isa? – gritó como si pudieran oírla - ¿o se te han estropeado tus aparatitos?

Apuntó a la pediatra directamente a la frente.

- Lo siento Nat, ni siquiera me caes mal y tú... ¡gracias por venir! serás mi cuartada.

- Recuerda las cámaras, te están grabando – le dijo Natalia en un intento de ganar tiempo y seguir las instrucciones que Isabel le había dado por teléfono.

- Recuerda tú que soy yo quien las controlo – rió de nuevo - ¿crees que olvidaría algo así?

- ¡No! – gritó Vero intentando interponerse delante de Natalia, protegiéndola – ¡espera! No puedes hacerlo.

Se plantó con los brazos abiertos entre la pediatra y la detective.

- ¡No te muevas! – señaló con el revolver hacia el sofá – siéntate, ahí, ¡vamos!

- Espera, Evelyn, piénsalo bien, no vas a poder salir de aquí... estás a tiempo de...

- ¡Cállate y siéntate! – insistió - ¡haz lo que te digo! – gritó alterada.

- Vero, obedece – le pidió Natalia nerviosa. "¡Isabel estaba tardando demasiado!" pensó presa del pánico.

La psiquiatra miro a Natalia, y no se movió. De repente se escuchó un fuerte estruendo en la puerta principal. Evelyn supo que le quedaban décimas de segundo para hacer lo que debía.

Isabel, la comisaria y dos de los agentes habían entrado a toda prisa, aún no habían llegado a la puerta de la biblioteca cuando los sorprendieron los fuertes estruendos de los disparos.

Adela se sobresaltó con cada uno de ellos, saltó de la furgoneta y salió corriendo hacia la casa.

Isabel no lo dudó, adelantó a su jefa y se plantó en la puerta de la biblioteca, que abrió de golpe y apuntó al interior. No era capaz de ver a nadie. López la cubría y se decidió. Entró apuntando y entonces pudo verlas. Natalia y Vero yacían en el suelo, un charco y la sangre que comenzaba a mojar la moqueta. Evelyn permanecía en pie, en el centro de la habitación, mostrando sus manos. Desarmada.

- Te estaba esperando, Isa.



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Alba estaba junto a su jeep, mostrando todos sus permisos al jefe del destacamento, que los leía con atención. Tras unos angustiosos minutos en los que creía que no la dejarían pasar, el soldado selló los papeles, se quedó con uno de ellos y le indicó a su subalterno que levantara la empalizada.

La enfermera montó en el coche y arrancó aliviada de alejarse de allí, un kilómetro más allá debería repetir la operación con el ejército de Kenia. Podía decir que estaba en terreno de nadie. "Ya está, mi amor, ya he pasado la frontera y en unas horas estaré en Nairobi", murmuró para sí. "¡Estoy deseando verte!", se animó una vez más pensando en ella. ¿Qué estaría haciendo en esos momentos? no era demasiado tarde, aún no debía estar dormida. Deseó con toda su alma poder hablar con ella en ese mismo instante.

De repente unos disparos sonaron como truenos a su espalda y la sacaron de sus pensamientos. En un primer momento no supo identificar de qué se trataba, pero pronto escuchó un vehículo que seguía tras el suyo. No alcanzaba a comprender que era lo que podía suceder. Estuvo tentada a acelerar y llegar cuanto antes el puedo de Nairobi, que ya podía distinguir al final del camino. Pero era absurdo hacerlo. Todos sus permisos estaban en regla y no tenía motivo alguno para huir, salvo que no deseaba perder más tiempo. "No hagas tonterías y ten cuidado", la voz de Germán resonando en su mente la hizo detener el jeep, sorprendida, ante las señales del vehículo que la perseguía.

La obligaron a bajar del auto y subir al otro. La llevaron de regreso a las garitas. No entendía qué estaba ocurriendo. Insistía en que la dejaran marchar, en que había presentado todos los permisos necesarios para salir del país y no podían hacerle aquello, pero todos sus esfuerzos por hacerse entender fueron en vano. No querían escucharla.

La empujaron y encerraron en una habitación donde hubo de aguardar más de media hora. Luego, uno de los soldados entró con su equipaje y con las latas de gasolina. El jefe del destacamento entró tras él. Se dirigió a ella en un correcto inglés.

- ¿Por qué llevaba esto?

- ¿La gasolina? – lo miró extrañada, ¡no podía creer que todo aquél despliegue se debiese a las dos malditas latas de gasolina! - es para el viaje, voy a Nairobi, tengo que coger un avión mañana por la noche. Ya se lo he dicho.

- Es demasiada.

- Sí. Pero uno de sus compañeros del destacamento destinado en el campamento de Jinja me ha recomendado que la llevase, por... por si me perdía o... - sus titubeos habían hecho cambiar a su interlocutor de expresión adoptando un gesto adusto y receloso, Alba supo que se estaba equivocando al decir aquello y reculó - puede llamarlo por radio es el capitán André Tsau, tiene que conocerle. Él acaba de dármela.

- ¿Seguro que no es para nada más?

- Segurísimo, ¿para qué iba a querer una enfermera dos latas de gasolina? Llámelo y compruébelo usted mismo – insistió creyendo que ahí podía estar su salvación.

La miró con seriedad e hizo una indicación al joven que lo acompañaba. Inmediatamente el chico comenzó a deshacer el equipaje y expandir las prendas por doquier.

- ¡Eh! eso es mío, pero ¿qué buscáis? No llevo nada, solo ropa y las cosas de aseo. No tengo dinero, solo llevo unos cuántos dólares y algunos chelines. Podéis cogerlos pero dejadme seguir el camino, ¡tengo que coger ese avión!

- ¡Calla!

Alba guardó silencio pero cuando vio que abrían una pequeña carpeta donde llevaba sus documentos se alteró de nuevo y más cuando entre todos ellos cogieron la carta que Natalia le había enviado.

- ¡No toques eso! es personal – se levantó con rapidez intentando frenar al soldado y recuperar sus papeles.

En décimas de segundo la tenían agarrada con fuerza por los brazos, impidiéndole alcanzar su objetivo.

- Quieta – el jefe la sentó en la silla de un empujón.

- Es una carta personal de... de mi madre – mintió descaradamente al ver que el joven pretendía hacerla añicos – ¡no la rompas! por favor – suplicó con las lágrimas saltadas – por favor...

A una indicación de su jefe el chico dejó los papeles. Tiró la carta al suelo con las demás prendas y recogió los objetos de aseo, la gasolina, el dinero y el resto de la documentación.

- No podéis quitarme el pasaporte – les gritó al ver que se marchaban y cerraban la puerta tras ellos. Corrió hacia allí y la golpeó con fuerza reclamando atención - ¡eh! ¡eh! ¡devolvedme el pasaporte! ¡eh! ¡no podéis hacerme esto! ¡escuchadme!

Vociferó durante unos minutos, hasta que cansada y desesperada se rindió y comenzó a temer por su futuro. No podía creerlo. ¡De nuevo iba a perder el avión! Con las lágrimas recorriendo sus mejillas comenzó a recoger su ropa y doblarla compulsivamente. La rabia le hacia llorar, el miedo la hacía temblar y la desesperación pensar en Natalia. "Lo siento, mi amor, lo siento. Lo he intentado pero no podré llegar pasado mañana". Intentó calmarse pensando en Madrid. Le gustaba imaginarla tranquila y recuperándose. Segura en su casa. Las lágrimas no dejaban de rodar por sus mejillas mientras la imaginaba esperando su llegada, con la misma ilusión que ella tenía.

Cogió la carta y se dejó caer en el suelo, apoyada en la pared y abrazada a un trozo de papel que era lo único que la hacía sentirse cerca de ella.

"Mi amor... mi amor" sollozó abrazándose a sus rodillas.



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La detective había apuntado a la cabeza de Evelyn mientras López corría a reducirla.

- ¿No tienes nada que decirme, Isa? ¡Mírame!

Isabel apenas le prestó atención, había corrido a socorrer a Natalia y Vero. La pediatra se movía con dificultad bajo el peso de Vero que había caído sobre ella lanzándola al suelo.

- ¡Isa! ¡mírame! – gritó Evelyn.

- ¡Sácala de aquí! – le ordenó a su subordinado – comisaria ayúdeme, ¡ayúdeme!

- Ahora te mando a alguien - fue la respuesta de su jefa que abandonó la biblioteca escoltando a Evelyn junto a López.

Isabel miró de reojo hacia ella sin dar crédito a que se marchara, pero por suerte para ella, Adela estaba ya en la puerta y en un instante se encontraba arrodillada a su lado, intentando prestar su ayuda.

- ¡Nat! ¡Nat! – la llamó quitándole a Vero de encima – Verónica, ¿me oyes?

La psiquiatra tenía los ojos abiertos, pero parecía estar en estado de sock. Rápidamente comprobó que tenía dos heridas de bala. En el brazo y en el pecho. Sus ojos buscaron con rapidez heridas en la pediatra, que respiraba agitada e intentaba levantarse.

- Nat...

- Estoy bien.

- No te muevas, estas sangrando... - Isabel comprobaba la brecha de su cabeza – no es de bala – miró aliviada a Adela.

- No es nada, solo me golpee con el pico de la mesa, estoy bien – intentó sentarse ayudada por Isabel.

- Cuidado con los cristales – Isabel retiró con rapidez el vaso roto que había a su lado y que había derramado todo su contenido por el suelo.

- Vero... - Natalia se volvió buscándola.

La psiquiatra estaba tumbada a su lado. Adela intentaba comprobar la gravedad de sus heridas.

- Me... me ha salvado la vida... se... se ha puesto delante y... y... me ha salvado... - Natalia balbuceaba nerviosa.

- Nat, ven que voy a sentarte en la silla y... Isabel intentaba tirar de ella con suavidad.

- ¡No! Estoy bien – rehusó su ayuda deseando seguir junto a la mujer que había arriesgado su vida para salvarla.

- Na... Nat – la psiquiatra levantó la mano hacia ella y Adela la frenó.

- No te muevas, Vero. Estás mal herida. Isabel necesito algo para taponar la herida.

La detective se levantó de inmediato, pero antes de que pudiera buscar nada Natalia, ya se había desprendido de su camiseta.

- Toma esto.

Adela presionó con fuerza por debajo del jersey que llevaba la psiquiatra.

- Vero, Vero... mírame, te vas a poner bien, ¿me oyes? te vas a poner bien – le repetía Natalia, mientras intentaba ayudar a Adela colocando sus manos sobre el mismo lugar que su amiga.

- Estás... preciosa... en... sujetador – murmuró Vero, con un gesto de dolor. Un acceso de tos la hizo echar una bocanada de sangre.

- ¡No hables! ¡Y no digas tonterías! – le ordenó con las lágrimas saltadas, mirando a Adela con desesperación.

- Nat... yo... tengo que decirte... algo... yo...

- ¡Cállate, Vero! no te esfuerces, la bala ha debido de rozar el pulmón – le explicó alterada - ¡llamad a una ambulancia!

- Ya está avisada señora.

- ¡¿Y dónde coño está?!

- Llegará muy pronto, tranquila.

- Vero... ¡Vero! – gritó al ver que perdía el conocimiento – Ade...

Adela miró a Isabel y le hizo una indicación con la cabeza. La detective la captó al instante, debía sacar a Natalia de allí.

- Vamos Nat, tú también necesitas que te vea un médico y es mejor que busquemos algo para ponerte.

- No. Yo voy con Vero – se negó mientras mantenía aferrada la mano de la psiquiatra – voy con ella.

- Nena, irás en otra ambulancia. Deja que los médicos hagan su trabajo.

Natalia hubo de ceder y dejar que Isabel la sentara en la silla. Escuchó las sirenas en la lejanía, deseando que llegaran cuanto antes. No se perdonaría nunca que a Vero le hubiese sucedido algo por su culpa.



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En la oscuridad de uno de los caminos que circundaban la urbanización, permanecía parada y oculta una ambulancia. Sus tres ocupantes aguardaban el momento oportuno para acudir a la llamada. Mantenían la radio conectada, expectantes.

- Ya debería habernos avisado.

- ¿Cuánto hace que fueron los disparos?

- Diez minutos.

- Algo no ha salido bien.

- Nos habría avisado.

- No. Estoy seguro. Algo ha fallado.

- ¿Qué hacemos?

- Nos vamos de aquí.

- ¿Y la dejamos ahí?

- Ya habrá tiempo de pensar en ella. Ahora lo importante es salir de aquí antes de que den con nosotros.

- No podemos hacer eso.

- Obedece – la voz retumbó en el pequeño cubículo.

El conductor no necesitó escuchar nada más. Arrancó y puso rumbo a la ciudad.



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Natalia abrió los ojos desconcertada. No sabía dónde se encontraba. Le dolía la cabeza y la confusión reinaba en su mente de tal forma que apenas era capaz de recordar nada. Adela estaba sentada en un sillón junto a ella y leía una revista.

- Ade...

- ¡Nat! ¿cómo estás?

- Me duele la cabeza – respondió tocándose el apósito que tenía puesto casi en la ceja.

- Normal. Tienes un buen corte y un chichón que no veas pero, el scanner ha salido perfectamente. Te dimos un par de puntos.

- ¿Qué scanner? ¿dónde... dónde estamos?

- En mi casa.

- En tu casa... - repitió sin comprender.

- La tuya está llena de policías.

- ¿Por qué?

- ¿No recuerdas nada de lo que pasó ayer?

- Eh... - hizo un esfuerzo y sus ojos se abrieron de par en par – si... ¡Vero!

- Sí. Vero te salvó la vida.

- ¿Cómo está?

- Tranquila, no te levantes.

- Pero ¿cómo está? - insistió

- Bueno... sigue en la UCI y si no hay complicaciones parece que saldrá de esta.

- Quiero ir a verla, Ade, tengo que ir a verla.

- Tranquila que ya tendrás tiempo. Ahora lo importante es que...

- No. Tengo que verla. ¿Está inconsciente?

- Luego llamo y pregunto. Pero la operación fue bien...

- Ade... - se sentó en la cama casi sin dificultad – Evelyn...

- Está detenida pero no me preguntes porque me he pasado toda la noche contigo y no sé nada.

- No... no puedo creer que ella... ¿por qué?

- Ya te he dicho que no sé nada. Es mejor que hables con Isabel.

- ¿Y mi madre?

- También le dije que se viniera aquí, pero ha salido esta mañana temprano. Tenía que ir al juzgado.

- Ya... ¿me llevasteis al hospital?

- ¡Y mira que nos costó! – sonrió – Estás perfectamente, Cruz y Claudia estuvieron de acuerdo en que no hacía falta en que te quedaras allí más de doce horas y esta mañana temprano nos hemos venido a casa. Isabel creyó que era lo más adecuado teniendo en cuenta que tu casa está siendo procesada por la policía.

- Pero... ¿qué hora es?

- Casi las doce.

- ¡Las doce! ¿cómo he dormido tanto?

- Te dimos un pequeño sedante pero el resto ha sido cosa tuya – bromeó – o de mi cama, que ya podías comprarte un colchón de estos ¡roña!

Natalia no captó la broma ni la ironía y la miró frunciendo el ceño.

- Quiero ir a casa. ¿Qué busca la policía allí?

- Cualquier cosa que haya podido dejar Evelyn y que los ayude a llegar hasta quien está detrás de todo esto.

- Evelyn es lista, no creo que haya dejado nada... y... ya sabemos que fue Sacha.

- Si tan lista fuera no estaría donde está, pagando el pato. Y que sepamos que fue Sacha no es suficiente. Hay que buscar pruebas o... lograr que alguien lo identifique.

- Yo – musitó negando con la cabeza comprendiendo lo que quería decirle – no puedo – se le saltaron las lágrimas – no puedo, Ade..., intento recordar, pero... ni siquiera sé si lo que creo es fruto de lo que me habéis contado o... de mi memoria.

- Bueno, eso ahora no importa. Si tienes que recordar ya lo harás. Vero siempre ha dicho que no debemos contarte casi nada y dejar que sea tu mente la que vaya recuperando los recuerdos.

- Vero...

Natalia suspiró y cerró los ojos. Y Adela comprendió que estaba cansada, que eran demasiados cambios en su vida. Demasiados datos que debía asimilar.

- ¿Quieres desayunar? He dejado a Paula preparándonos algo.

- ¿Paula está aquí? ¿no tiene clase? – la miró con una leve sonrisa. Siempre le había gustado pasar ratos con su ahijada.

- No ha habido forma de convencerla de que se marche. Quería estar con su tía Nat – le guiñó un ojo - ¡ya me gustaría a mí entenderme con ella como lo haces tú!

- Es fácil. No soy su madre.

- ¡Adolescentes! – exclamó resignada - ¿nosotras éramos así?

- ¡Peores!

Las dos rieron y Natalia repentinamente se sintió mejor. Aquella habitación era confortable. Adela la hacía sentirse tranquila y segura y, el estar fuera de casa, reforzaba esa sensación.

- ¿Me llevarás a ver a Vero?

- Ya veremos. Primero desayunas y luego, si no estás muy cansada, lo mismo te llevo al hospital.

- Gracias, Ade.

Su amiga sonrió y salió de la habitación. Natalia se recostó en las almohadas, reviviendo lo sucedido el día anterior. De pronto recordó que Alba tenía que llegar y su corazón se aceleró solo con la idea de verla. ¿Cuándo llegaba? ¿esa tarde o al día siguiente? No lo recordaba exactamente, pero en cuanto Ade regresase era lo primero que pensaba preguntarle. ¡Deseaba con toda su alma tener allí a Alba!



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Germán descendió del coche con dificultad y cogió sus muletas. Le costaba andar y la cabeza no dejaba de dolerle, pero hacía dos días que no sabía nada de Alba y eso lo había llevado a hacer aquél viaje. Era imposible que la enfermera se hubiera esfumado. En Madrid nada sabían de ella. En la frontera aseguraban que había pasado por allí sin problema. Pero nunca había cogido aquél avión. Había recurrido a todos sus contactos para averiguar si en el trayecto había podido sucederle algo y todas las informaciones eran negativas. Es más, en el puesto fronterizo de Kenia negaban que Alba hubiese pasado por allí. ¡Era imposible que se hubiera esfumado en apenas un kilómetro! Por eso estaba allí. A punto de entrar en el despacho de Oscar Wizzar y suplicar que la organización utilizara todos sus medios al alcance para buscarla y saber qué había sido de ella.

Abrió la puerta con decisión, sin escuchar a la secretaria que le rogaba que esperase. Lo que no entendía aquella chica era que no había tiempo que perder. Oscar estaba sentado en su enorme sillón de espaldas al ventanal desde el que podía observarse el caótico tráfico de Kampala Road. Sara, en pie discutía con él, y en cuanto entró Germán ambos guardaron silencio.

- ¡Germán! ¡qué alegría verte tan recuperado! – la chica corrió hacia él y lo abrazó con cariño.

- ¡Madre mía! ¡qué gordita estás ya! – exclamó acariciándole la barriga.

- ¿Cómo entras sin llamar y sin esperar? ¿no ves que estamos ocupados?

- Yo también me alegro de verte Oscar – fue la respuesta del médico – pero no estoy para ceremonias. Tienes que hacer algo y hacerlo ya.

- ¿Qué ocurre? – preguntó Sara, desconcertada.

- Aquí, nuestro jefe que no quiere mover un dedo por buscar a Alba.

- ¿De qué hablas? – Sara lo interrogó con la mirada y luego se volvió hacia Oscar

- ¿qué está pasando aquí?

- Alba tenía que haber cogido un avión ayer en Nairobi, pero no llegó a la frontera de Kenia. Y, sí que pasó la de Uganda.

- Eso es imposible – la extrañeza se reflejaba en los ojos de la joven, que hubo de sentarse afectada – Alba...

- ¿Lo es? – Germán miraba inquisidor a Oscar que se removió en su asiento.

- Si insinúas que yo tengo algo que ver...

- ¡No lo insinuó! ¡Lo afirmo! – casi gritó Germán que se levantó del sillón en el que se había dejado caer y golpeó la mesa con ambas manos - ¿dónde está Alba?

- ¿Cómo quieres que yo lo sepa? Esa desquiciada hace tiempo que debió ser expulsada de la organización. Si por mí fuera ya estaría de patitas en la calle. Se le habrá ocurrido viajar a otro país o dios sabe qué. Hoy me voy, mañana me quedo, al otro pido el reingreso, luego decido que quiero volver a irme...

- Cabrón... tú sabes algo – lo acusó abiertamente.

- Germán... - Sara tiró de la manga de su chaleco y se levantó para intentar evitar que la discusión llegara a mayores.

- Oscar, te lo aviso, quiero a Alba en el campamento ¡ya! Y si le ha ocurrido algo, prepárate, porque esto no se va a quedar así.

- No me amenaces y sal de mi despacho y da gracias que no te abro un expediente porque sé que estás convaleciente y porque imagino cómo debes sentirte cuando tú... pu – titubeó – tu puñetera enfermera no deja de meterte en líos. Aprende a controlarla o los dos estáis fuera.

- Germán... - Sara tiró de él al ver que enrojecía – vamos... te invito a un café.

- Sara, tenemos que seguir con esto – Oscar intentó evitar que saliera del despacho.

- Ahora Oscar, voy a acompañar a Germán a la puerta.

Sara salió empujando literalmente al médico que se zafó de ella en la puerta.

- Déjame, suelta que estoy bien.

- ¿Se puede saber de qué va todo esto? ¿por qué lo acusas a él?

- ¿Por qué? ¿ya has olvidado que Alba es tu amiga?

- No digas tonterías. Todos sois mis amigos, por eso no quiero que te metas en líos.

- ¿Ese también? – preguntó señalando la cerrada puerta del despacho.

- No. Ya lo sabes. ¿Por qué crees que tiene algo que ver con la desaparición de Alba?

- Porque hace años me jugó una parecida.

- ¿De qué hablas?

- Mi hija hacía la primera comunión. Yo había pedido permiso para ir a España, pero estábamos en medio de una de las peores epidemias de meningitis que hemos vivido. Faltaba de todo y cuando estaba a punto de marcharme me ordenó que no lo hiciera. Pasé de él. Y me fui. ¿Sabes lo que me pasó?

- No, ¿qué?

- Me detuvieron en la frontera. ¡Tenía todos los permisos! Y él hizo que me retuvieran el tiempo suficiente para que perdiera el avión. ¡Imagina la decepción de mi hija! Por no decirte que fue un motivo más para que Adela me hiciera la vida imposible.

- ¿Crees que le ha hecho lo mismo a Alba?

- Si fue capaz cuando era un recién llegado, ¡qué no será capaz ahora

- Pero... ¿dónde está Alba?

- Es lo que abría averiguado si me hubieras dejado. ¡Es un puto cobarde!

- No sé Germán. Es muy fuerte lo que dices.

- Tú misma no crees posible que se haya esfumado de un puesto a otro. Estoy seguro de que es cosa suya.

- Pero si Alba tenía todos los papeles.

- El permiso de la organización estaba caducado por unos días. Tenía que haberse marchado y se quedó para cuidarme. Estoy seguro que Oscar ha logrado que la retengan en la frontera.

- Pero ¿dónde la tienen? ¿no dices que allí aseguran...?

- Voy a encontrarla. ¡Te juro que voy a encontrarla! Y como ese tenga algo que ver le parto la cara.

- Germán... cálmate.

- ¿Me ayudarás?

- Claro que sí. Ven a mi despacho. Si Alba ha sido retenida por algún defecto de forma en la documentación yo puedo dar con ella.

Germán, caminó tras ella, sintiéndose aliviado.

En su despacho, Oscar descolgó el teléfono en cuanto los vio salir.

- Soy yo – dijo en cuanto estableció la comunicación - ¿aún la tenéis allí?

- Sí señor, como usted nos dijo.

- Trasladarla a Entebbe.

- ¿A Entebbe? Pero... por falta de documentación ni siquiera deberíamos haberla retenido aquí y... no podemos retenerla más de cuarenta y ocho...

- Os doy el doble de lo acordado, pero trasladarla.

- Señor...

- ¿Me vas a decir que no podéis buscar alguna buena excusa para hacer lo que os pido?

- Llevaba más gasolina de la necesaria.

- Pues ya está, acusadla de lo que sea, de colaborar con la guerrilla... lo que sea.

- Así se hará.

Oscar colgó satisfecho. Una sonrisa iluminó su rostro. Se guardaba la gran baza, pero esa, solo la utilizaría cuando la puta que lo humilló estuviese de regreso en África. Mientras disfrutaría con sus pequeños triunfos. ¡Nadie se burlaba de Oscar Wizzar! ¡nadie intentaba deshacerse de él! ¿acaso creía esa puta que no se iba a enterar de que había sido ella la que había pedido que lo echasen? ¡Se iba a enterar de quién era él y como las gastaba!



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Siete días después, Isabel entró en la casa de Natalia con una leve sonrisa. Estaba segura de que conseguiría sacarla de su ostracismo con las noticias que le llevaba.

La pediatra hacía varios días que había regresado allí. No salía de su habitación y la soledad se había apoderado de su alma. Cruz y Claudia le habían asegurado que ya podía hacer vida casi normal, pero ella era incapaz de reaccionar. Los últimos acontecimientos la tenían más hundida de lo que ella misma era capaz de reconocer.

Toda la ilusión que había puesto en la llegada de Alba se había esfumado con el paso de los días. Al principio se asustó creyendo que algo podía haberle sucedido. Pero luego, le habían dicho que simplemente Alba no llegó a coger el avión. Había intentado por todos los medios contactar con Jinja para cerciorarse de que no le mentían, pero fue en vano. Adela le aseguraba que no había ocurrido nada, que no había constancia de accidentes aéreos y que hasta que no hubiera radio en el campamento no habría forma de saber nada más. Desesperada llamó a su amigo Luís, e intentó enterarse de si era posible que Alba hubiese sufrido un accidente en el trayecto hasta Nairobi. El director general le confirmó que no tenía noticias al respecto y que si uno de sus empleados hubiese sufrido un accidente, él sería el primero en saberlo. Nadie le había comunicado ningún tipo de incidente y todo funcionaba con normalidad en los campamentos. Finalmente, hubo de aceptar que Vero tenía razón. Alba no regresaría nunca y ella debía hacerse a la idea que una cosa era lo que sus palabras le decían por teléfono y otra muy distinta lo que sus actos manifestaban.

Isabel la encontró dónde todos los días, sentada en la mesa que había junto al ventanal, con la vista perdida en el jardín. La pediatra giró la cabeza al escuchar su voz, deseándole los buenos días, y descubrió que Adela iba con ella.

- Hace rato que estoy esperándote.

- Lo siento, he tenido que pararme un rato en comisaría.

- ¿Y tú que haces aquí? – miró enfurruñada a Adela.

- Quería ver qué tal te habías levantado hoy.

- Pues ya lo has visto. Es mejor que te vayas a trabajar. Estoy bien y no necesito nada.

Isabel y Adela cruzaron una fugaz mirada. Todos habían comprobado que a medida que Natalia mejoraba físicamente su carácter se había ido agriando.

- ¿Has desayunado? Porque ese mal humor solo puede ser que...

- ¡Ade! te he dicho que no necesito nada. Te pago para que trabajes no para que estés aquí todo el día.

- Muy bien. A la orden jefa, ya me voy – le dijo con sorna – pero ve haciéndote a la idea de que mañana la que vuelves al trabajo eres tú. No puedes estar aquí mano sobre mano regodeándote en la pena.

- Yo iré a trabajar cuando me de...

- Cuando tengas el alta y Cruz piensa dártela hoy. Esta tarde me paso a verte – le dijo disponiéndose a salir.

- ¡Ade! No me dejes con la palabra en la boca.

- Nena, cuando te pones así estas insoportable y...

- ¿Sabes algo de Alba? – le preguntó cortándola.

- Ya te dije anoche que no, ¿vas a preguntarme cada vez que me veas?

- Voy a preguntar hasta que me digáis algo – respondió frunciendo el ceño.

- Lo dicho, vuelvo esta tarde a ver si estás de mejor humor – salió cerrando la puerta y dejándola sola con Isabel que se frotó las manos con nerviosismo.

Natalia la miró y frunció el ceño. No sabía por qué se comportaba así. Solo sabía que cada día le molestaba más ver a nadie y que se exasperaba cada vez que veía aparecer a su madre o a Adela, ¿es que no podían entender que quería estar sola?

- Si no es buen momento yo puedo volver más tarde o... otro día.

- No. Ya te he dicho que te esperaba. ¿Por qué has tardado tanto en decidirte a venir?

- Cruz no creía prudente que te contara ciertas cosas hasta que no estuvieses mejor.

- Estoy cansada de que me deis largas. Quiero saberlo todo. Creo que tengo derecho, han estado a punto de matarme y yo era la única que no tenía ni idea de lo que estaba pasando.

- Era lo mejor.

- Ya...

- Nat... tu madre y Adela solo hicieron lo que yo les pedí.

- Ya... - chascó la lengua contrariada – mejor deja de defenderla y dime qué te han dicho, ¿hay alguna novedad sobre... él?

- Me han confirmado que Sacha abandonó el país hace dos días – confesó la detective.

- O sea que... nunca voy a poder vivir tranquila – suspiró decepcionada.

- Deberás tener cuido durante un tiempo. Nuestro informador asegura que ha jurado vengarse de ti, por todo lo que le has hecho perder. Pero...hemos puesto todo en conocimiento de la INTERPOL y lo han incluido en la lista. Lo están buscando y antes o después daremos con él. ¡Te lo prometo!

- Yo no he hecho nada. Ni siquiera he sido capaz de reconocerlo. ¡El campamento sigue cerrado! ¿Por qué la toma conmigo?

- Conscientemente puede que no hayas hecho nada, para este tipo de sujetos el que hayas conseguido salir viva cuando él ordenó tu muerte es suficiente. Pero te repito que vamos a dar con él. ¡Te lo prometo!

- No puedes prometerme algo así.

- Tienes razón. Pero sí puedo asegurarte que haremos todo lo que esté en nuestras manos para...

- ¡Lo odio! Durante años me ha robado mi vida – confesó abatida mientras Isabel se sentaba frente a ella - ¿sabes lo que es salir a la calle sin poder dejar de mirar por encima del hombro? ¿sabes lo que es sospechar de todo el que se acerca, temer que ese sea tu último momento? ¿lo sabes? Y encima... ahora... ¿tengo que estar así toda la vida?

- Nat... he visto a muchas mujeres en tu situación... y... no puedo imaginar lo que es pero sí sé que la solución no es encerrarte aquí y atacar a todos lo que te quieren como acabas de hacer con Adela. Puedo recomendarte a un par de psicólogos de la policía. Tratan a las mujeres víctimas de acoso... y...

- ¡Un psicólogo no puede hacer nada por mí! Tendré que seguir saliendo a la calle con escolta, tendré que seguir viviendo con miedo, tendré que seguir temiendo por todos los que se acercan a mí...

- Nat.... Lo intentamos, intentamos detenerlo, pero... tiene buenos contactos... lo sacaron del país antes de que pudiéramos darnos cuenta de que... lo siento, te prometí que daría con él y no lo hice. No tengo excusa, pero si has visto las noticias la trama era mucho más grande de lo que parecía, hay dos jueces implicados, el secretario de interior, ¡Hasta mi padre... oculta algo! – por primera vez la detective se emocionó al hablar y Natalia comprendió que todo aquello también estaba siendo muy duro para ella.

- Al menos toda la trama ha quedado el descubierto y habéis salvado a esas niñas.

- Sí – sonrió – les será difícil reestructurarse, al menos aquí.

- No puedo creer que... mi padre... y... el tuyo...

- Piensa que gracias a ellos hemos evitado algo peor.

- No puedo, solo puedo pensar en el daño que han hecho, que nos han hecho...

- Pagarán por ello.

- Eso es aún peor, me odio por desear que sea así y al mismo tiempo...

- Olvídate de ellos. Ya están en manos de la justicia. Además, te tengo una buena noticia.

- ¿Cuál?

- Vero sale hoy del hospital.

- ¡Y cómo no me lo han dicho!

- Quería sorprenderte ella misma. Creo que esta tarde vendrá para acá con Adela. Era una sorpresa, pero... me ha parecido que necesitabas una buena noticia.

- Me salvó la vida. Y yo... me siento culpable por haber dudado de ella, después de lo que Ade me contó...

- Sí. Adela solo cumplió mis órdenes. Sabíamos que quien te estaba haciendo esto había puesto micrófonos en toda la casa, captamos la señal a pesar del inhibidor.

Era una tecnología muy sofisticada, más que la nuestra. Y sabíamos que escuchaba todas las conversaciones, si conseguíamos que creyera que nuestra principal sospechosa era Vero, bajaría la guardia. ¡Y tu madre estuvo genial! ¡qué buena actriz se ha pedido el mundo!

- Lleva toda la vida actuando, por fuerza tiene que ser buena.

- Lo digo en serio. No dudó un instante en participar, a pesar de los riesgos. Se pegó a Evelyn día y noche y se esforzó en hacerla creer que estaba totalmente de acuerdo con su parecer y en contra del mío. Es una mujer increíble.

- La verdad es que todo esto... me ha servido para... reencontrarme con ella.

- De verdad que me alegro. Al menos... has podido sacar algo positivo. ¿Tú ya sabías que era Evelyn quién... me envenenaba y...?

- Sí y no. Sabía que tenía algo que ver, pero no que era ella quien llevaba todo este tiempo jugando con nosotras.

- ¿Desde cuándo lo sabías?

Isabel la miró fijamente y a Natalia le pareció que titubeaba un instante y temió que no quisiese responder a su pregunta. Finalmente, esbozó una leve sonrisa y se dispuso a despejar sus dudas.

- Sí, lo sabía y... desde hace un tiempo – admitió echándose hacia atrás en la silla.

- ¿Y no hiciste nada? ¡estaba aquí conmigo! Pudo... hacer cualquier cosa.

- Nunca estabas sola.

- ¡Sí que lo estaba!

- No, Nat. Ni Adela ni tu madre se han separado de ti. Y cuando lo han hecho es porque yo se lo he pedido, para probar el comportamiento de Evelyn. Necesitábamos que se descubriera y que descubriera a los demás.

- ¿Y lo ha hecho?

- No del todo.

- No entiendo... no entiendo por qué ella...

- Es difícil de entender, para todos.

- No me has contestado... ¿desde cuándo lo sabías?

- Sospechar... lo que se dice sospechar... desde hace bastantes semanas, desde el día que te encerraste en el cuarto de baño borracha.

- ¿Hice eso?

- Sí.

- No lo recuerdo – la interrogó con la mirada mientras pensaba porqué nadie le contaba cosas de ese tipo. Ella necesitaba saber todo y detalles como ese aún más.

- Ya lo sé.

- Pero... ¿delante de quién?

- Ahora no viene al caso. Lo importante es que tú aseguraste que no pretendías beber, que era un vino sin alcohol que te había regalado Adela.

- ¿Y no lo era?

- La botella desapareció. No hubo forma de encontrarla. No podíamos saber si mentías o no. Alba estaba segura de que...

- ¿Alba estaba aquí?

- Sí. Y Vero. Las dos se encargaron de meterte en la cama.

Natalia se llevó una mano a la cabeza, agobiada con tanta información. Isabel se percató de ello y se mordió el labio inferior.

- Te estoy cansando.

- No. No... sigue. Quiero saber todo lo que pasó.

- Mejor voy al grano. Lo que te decía es que ese día sospeché que la única persona capaz de hacer desaparecer esa botella tenía que ser Evelyn. No sabía por qué, de hecho tanto Alba como Vero tuvieron oportunidad, al menos de esconderla, pero... al hablar con ellas algo me dijo que no tenían ni idea de lo que ocurría. Y luego... fui atando cabos.

- ¿Qué cabos?

- Cuando Juan murió conseguimos una orden de registro del piso que tenía alquilado bajo un nombre falso. Lo investigué a fondo por eso di con él. Pero solo mi jefa y yo conocíamos los detalles de mi investigación. No podíamos dar crédito a que si él era tu acosador, si él era quien te dejaba las notas, hubiera aparecido otra en la UCI, tenía que haber alguien más.

- No lo recuerdo.

- Hay muchas cosas que ni recuerdas, ni sabes.

- ¡Cuéntamelas! por favor Isa, estoy cansada de que me oculten cosas y no me cuenten todo.

- Está bien... te hablaré de ello, pero... ten en cuenta que si te ocultan cosas solo ha sido pensando en tu recuperación y en nada más.

- Pero ya estoy bien, has escuchado a Adela, Cruz me quiere dar hoy el alta y yo... ¡necesito saber!

- Estoy de acuerdo - suspiró profundamente y la observó durante un instante disponiéndose a sincerarse – verás, después de lo que os pasó a Alba y a ti en el zulo, decreté una vigilancia especial y un régimen de visitas muy estricto. Nadie podía entrar en tu habitación sin permiso de mis hombres y aún así... en tu cabecero apareció otra nota, cuando todos estábamos convencidos de que era Juan su autor.

- Y ya estaba muerto.

- Exactamente, eso me hizo recapacitar en algo que me dijo mi ex, hace tiempo. Un pariente de Juan trabajaba para ti. Yo había investigado a todo el mundo, ¡a todo! Y nadie a tu servicio, ni aquí ni en la clínica, era pariente de Juan o tenía la menor relación con él. Además, después descubrí que la historia que me había contado mi ex no era del todo exacta.

- ¿Entonces...? ¿por qué te dijo eso tu ex?

- Porque su informante lo creía así. Y porque pretendía encubrir a su primer compañero, que no era otro que Juan.

- Entonces... ¿era mentira o no?

- Bueno... no exactamente.

- No entiendo.

- Deja que te cuente las cosas en orden y entenderás. Cuando registramos el piso de Juan encontramos más notas escritas, estaban escondidas en una caja de zapatos en un estante de la cocina. Eran notas de su puño y letra, notas que aún no te había dejado. Mi jefa ordenó dejarlo todo como estaba y vigilar la casa día y noche. Estaba convencida de que alguien aparecería en busca de esas notas. Nadie apareció casi en una semana, pero luego... Evelyn mostró interés en el lugar. Por supuesto se había guardado las espaldas. Hasta había pedido permiso a la Jefa para hacer un registro.

- ¿Y Evelyn cómo no se enteró de que ya lo habías hecho?

- Ya te he dicho que solo la comisaria y yo estábamos al tanto de todos los detalles. Evelyn no sabía que supiésemos cual era el piso de Juan, ni que lo hubiésemos ya registrado. Le mantuve oculta esa información y fue ella la que, días después, me llamó diciendo haber descubierto la dirección.

- No lo entiendo, si creía que no sabíais nada... ¿para qué descubrirse? ¿para qué daros la dirección?

- Porque ella quería recuperar esas notas. Imagino que para seguir entregándotelas. Si algo pretendía Sacha era desestabilizarte, hacerte sufrir, mantenerte centrada en otras preocupaciones antes que en tu trabajo y en el campamento.

- Hubiera acabado antes matándome.

- Sí, pero entonces no tendría a tu padre cogido por los huevos.

- Ya... - murmuró cabizbaja, cada vez que recordaba lo que había hecho su padre sentía que se le descomponía el cuerpo – lo... lo que no alcanzo a comprender es porqué Evelyn no se llevó todas las notas la primera vez que fue a por una o por qué no fue allí sin más, sin revelaros lo que iba a hacer.

- No fue a por una. Ya la tenía, ella misma lo ha confesado. Juan le daba las notas de dos en dos y le decía dónde y cuándo quería que te las dejara. Además, no le era tan fácil volver al piso, porque... yo le tenía asignada tu vigilancia día y noche. No podía salir de tu casa sin que yo me enterase y por tanto no podía recuperarlas y ella sabía que era cuestión de tiempo que diésemos con el piso.

- Pero antes de todo eso... ¿cómo sospechabas de ella?

- Cuando una vez muerto Juan, te dejaron esa nota en la cama de la UCI solo pudieron ser tres personas, Adela, Cruz o Claudia. Nadie más. El chico de la puerta aseguraba que solo ellas habían entrado en tu habitación. De ser una de ellas... ¿sería tan tonta de arriesgarse a ser descubierta cuando sabían que todos sospecharíamos solo las personas que habían entrado? yo estaba convencida de que no. Las tres son inteligentes y las tres conocían el tipo de vigilancia que te tenía puesta. Tenía que ser otra persona, alguien que le interesase desviar nuestra atención hacia ellas. Ahí fue cuando supe que la persona que buscábamos era alguien de nosotros, alguien que pasaba siempre desapercibido, que siempre estaba al tanto de los pasos que íbamos a dar, alguien capaz de sacar a Sacha del poblado sin despertar sospechas, de dejarte notas en los lugares más inverosímiles. Solo podía ser un policía. Uno tan cercano a ti que nadie sospecharía. Alguien que aunque entrase en tu habitación el chico de la puerta no lo considerase una visita ¿me entiendes? Entonces lo tuve claro, o era Evelyn o era yo... - sonrió, y le guiñó un ojo en tono de broma.

Natalia frunció el ceño, sin captar la intención de la detective.

- Cuando encontré aquellas notas y volvimos a dejarlas donde estaban las registramos y fotografiamos y... ahí es dónde se delató y ratificó nuestras sospechas. Un día después de haber ido al piso tenías una nueva nota. Y ya no nos cupo duda de que Evelyn era la culpable.

- Pero... entonces... ¿Evelyn era pariente de Juan?

- No. Al menos no de sangre. Hemos descubierto que los dos pertenecían a una asociación de ex agentes. Los dos habían pertenecido al CNI. Es una especie de hermandad... Ahí debieron conocerse.

- Pero Juan... era policía, no del CNI.

- Lo era, pero después de las denuncias de su mujer y las tuyas lo echaron del cuerpo, fue tu padre el que lo ayudó a entrar en las fuerzas especiales.

- ¿Mi padre?

- Era el precio que debía pagar si no quería que te denunciaran por conducir borracha. Le cerró la boca con dinero y una buena recomendación. Estaba desquiciado por eso también lo echaron de CNI y recavó en esa asociación... de ahí que aquel yonqui hablara de pariente, le escucharía decir que era su hermana o vete tú a saber, porque el pobre andaba siempre colgado.

- ¿Qué yonqui? no sé de qué hablas.

- Ya te lo he dicho antes, el confidente de mi ex. Pero se trata de una larga historia – suspiró – y estás cansada.

- No lo estoy y quiero saberlo todo – insistió - ¿Tu ex también está metido en todo esto?

- No. Él... trabajaba encubierto. Mi padre estaba siendo investigado y él era el encargado de vigilarlo.

- ¿Y nunca te lo dijo?

- No.

- Lo siento, ha debido de ser... duro para ti.

- No más que para ti – le sonrió comprensiva – a las dos nos han mentido y ocultado cosas.

- Sí – Natalia le devolvió la sonrisa - ¿y tu ex... te ha ayudado a... coger a Evelyn?

- No. Él solo me ha contado la verdad cuando ya era tarde. Me dijo que cuando hacían las pintadas en tu casa mi padre mandó vigilar la vivienda y... fue él quien se encargó de hacerlo. Me contó que un yonqui era el que las hacía y que ese yonqui le confesó que Juan le había pagado para que las hiciera y que un pariente de él trabajaba para ti – le repitió al ver que Natalia no terminaba de comprender la relación entre ellos.

- No entiendo el porqué, Isa. ¿Por qué Evelyn decidió meterse en algo así? ¿por qué ayudó a Juan y porqué... me hizo todo... eso?

- Ella asegura que fue solo por dinero, Nat. Solo eso. Incluso dice que le caes bien.

- Y... ¿ella era la que me envenenaba?

- Materialmente podemos decir que sí, pero solo ha sido el brazo ejecutor. Siempre tuvo ocasión de dejarte las notas, de cambiar la forma de administrarte el veneno y las drogas, de confundir tu mente, de liar a los demás para dejarte sola.... Pero, el instigador siempre ha sido Sacha. Aunque tu padre insiste en que hay una mujer detrás de todo esto.

- ¿Qué mujer?

- Yo no creo que haya nadie más. Creo que son cosas de tu padre o quizás a él le hicieron creer eso para que todo apuntase una vez más hacia Verónica.

- Pobre Vero. Ha debido pasarlo fatal.

- Solo hemos hecho nuestro trabajo.

- No intentaba insinuar... que no fuera así. Solo... pienso en todo lo que le dije y...

- No podíamos contarte la verdad. Aún estabas muy confusa y cualquier indiscreción por tu parte podía ser fatal.

- Pero Adela nunca debió mentirme así. No debió jugar conmigo.

- No te mintió, lo que te contó era cierto, solo que Verónica no sabía nada y no estaba en el ojo. También ha sido una víctima a la que han utilizado. Y que a nosotros nos ha venido muy bien. Te repito que Adela solo quería ayudarnos a detener a quien te hacía todo esto.

Natalia volvió a fruncir el ceño, contrariada.

- Es mi amiga. Confiaba en ella y... me miente.

- Nat, perdónala.

- No es tan fácil. Tengo la sensación de que todos habéis jugado conmigo, que... me habéis utilizado... y... mi madre...

- Tu madre tampoco lo está pasando bien y ha estado siempre a tu lado.

- Y al de mi padre y no la entiendo, ¡no la entiendo! Sabía que querían matarme y... no hizo nada.

- Hizo lo que pudo, cunado volviste de África fue él quien nos alertó de que podían atentar contra ti en el aeropuerto y de que conocían la contraseña de la alarma de tu casa.

- ¡Y tendré que darle las gracias! Me han metido de todo, he perdido la memoria y... la salud y encima... ¡mi madre lo apoya!

- No lo apoya. Simplemente no lo ha dejado solo.

- Es lo mismo.

- No Nat, no lo es.

- Lo odio, y me siento culpable por sentirme así.

- Lo sé – sonrió golpeándola en la mano con suavidad – sé lo difícil que es de aceptar. Te lo digo yo que sigo investigando al mío – enarcó las cejas con resignación.

Ambas suspiraron al mismo tiempo y sonrieron después de un instante. Natalia sentía cierto alivio de poder hablar con ella de todo aquello e Isabel no le iba a la zaga.

- No me has contestado, ¿qué tiene que ver Sacha con Juan y Evelyn? Y... ¿qué pinta mi padre con ellos?

- El accidente que tuviste con tu mujer, esa fue la clave. Sacha lo provocó buscando desacreditarte y que no pudieras conseguir ayuda para tu proyecto. Nadie te daría el dinero si se hacía pública tu dependencia del alcohol. Pero Juan, que estaba obsesionado con vosotras, decidió salirse de su ruta y pasar por donde vosotras deberías hacerlo, por aquel entonces patrullaba con mi ex, y esa obsesión es la que le hizo llegar justo a tiempo de estropear todo el plan de Sacha y de ver morir a su hijo y creerte a ti culpable.

- No recuerdo bien qué pasó.

- Pero has recordado lo suficiente para que podamos hacer la reconstrucción de los hechos. El día que Adela me llamó y me repitió lo que recordabas, me puse manos a la obra para lograrlo.

- ¿Sacha me echó de la carretera?

- Sí, te echó de la carretera, sacó a tu mujer del coche, la golpeó y la puso en el asiento del acompañante de donde te había sacado a ti. Te obligó a beber y te dejó ahí sentada...

La voz de Isabel se alejó y en un fogonazo se vio de nuevo en el coche, Ana le pedía ayuda, le gritaba que se moviera y cogiera a Juanito, que ayudara a su hijo, mientras la golpeaban con saña. Y ella no podía moverse.

- Nat ¿estás bien? Nat.

Isabel la estaba tocando suavemente en el brazo llamando su atención.

- ¿Qué te pasa? ¿quieres un poco de agua?

- No. Estoy bien... yo... me he acordado de... de que era él, de... golpeó a Ana y... yo no podía ayudarla. No podía moverme.

- Tranquila, ya lo sé. No podías hacer nada.

- Pero... ¿por qué... por qué lo hizo? ¿por qué atacó a Ana y no a mí? Sí... ¿por qué a ella?

- Tú estabas fuera de juego. Tú misma recuerdas haberte encontrado mal. Y posiblemente él fue quien te drogó en aquella comida. Tenía que reducir a Ana para conseguir lo que pretendía.

- ¿Y Juanito? ¡era un niño!

- No puedes pretender que alguien sin escrúpulos se detenga por nada ni nadie.

- Entonces... ¡están muertos por mi culpa!... - sus ojos se llenaron de lágrimas.

- No. La culpa solo es del asesino. Y si se detuvo fue solo porque llegó Juan.

- ¿Qué?

- Sí Nat. Ya te lo he dicho antes.

- Sí – musitó, sin convicción.

Su mente era un hervidero de imágenes sueltas, unas sin sentido, otras que comenzaban a ordenarse en su cabeza, reconstruyendo parte de lo sucedido. Isabel la observaba ligeramente preocupada por su grado de abstracción y su insistencia en que le repitiera algunas cosas que ya sabía. Pero decidió seguirle la corriente e incidir en aquellos puntos que parecían ser importantes para ella. Quizás la ayudasen a recordar algún detalle que pudiera ser clave en la investigación.

Nat... ¿me escuchas?

- Si.

- Mi ex me contó que ese día Juan le pidió salirse de la ruta que tenían asignada. Su intención era pasar por donde vosotras pasaríais. Nunca sabremos qué hubiera ocurrido de no haberos echado Sacha de la carretera. Ni que hubiera hecho Sacha con vosotras si Juan no lo hubiese interrumpido. De lo que estoy segura es de que Juan debió llegar en el momento en que te tenía inconsciente, después de haberte hecho beber, Ana malherida fuera del coche y su hijo moribundo. Ante ese cuadro, inmediatamente pensó que borracha habías tenido un accidente y que eras la culpable del estado de su mujer y su hijo.

- Pero... entonces él... él tenía razón... yo... yo... era una asesina para él.

- No, Nat. No te confundas. Era un mal bicho y siguió siéndolo.

- Y si pasó como dices... ¿Sacha que hizo?

- Imagino que en ese momento, Sacha pudo acabar con él, pero creemos que te tenía investigada y conocía todos tus movimientos y los de los que te rodeaban. Debía conocer a Juan y es demasiado listo para perder una ocasión así. Lo utilizó para hacerte la vida imposible, para distraerte de tu objetivo y tener al mismo tiempo a tu padre y tus suegros en sus manos. Tu padre complicó aún más las cosas, pidiendo ayuda a su amigo el comisario Robledo y al juez. Como ya te he dicho le pagó a Juan para que cerrara la boca y no te acusara de nada, estropeando los planes de Sacha. Además, logró que a Juan lo admitieran en el CNI, pero poco después lo echaron al no pasar las pruebas psicológicas periódicas. Eso lo hizo albergar más rencor contra ti y tu padre. Ahí fue donde conoció a Evelyn e imagino que mantuvieron algún tipo de relación.

- ¿Ella no te ha dicho nada?

- No. Sabe que la mano de Sacha es muy larga. No hablará.

- ¿Y mi padre? ¡él si ha hablado!

- Sabe a lo que se expone y ha escogido. Ahora solo me hace falta probar todo lo que te he contado y aclarar un par de flecos que quedan sueltos.

- Es de locos.

- Lo es. Pero si no conseguimos pruebas... a los ojos de la ley tú conducías ese coche.

- Pero no lo hacía. ¡Lo recordé!

- Pesaran las fotografías del atestado y los informes policiales.

- ¡Pero son falsos!

- Lo sé. Confía en mí. Estoy trabajando con la policía judicial. La jueza Castaño es la mejor que te podía haber tocado. Es competente y tiene fama de justa. Quiere que se aclare todo.

- ¿Y mi padre?

- Lo acusarán. No podrá librarse y... mucho me temo que será la principal baza de tu defensa.

- Esto es una pesadilla.

- No voy a dejar que cargues con algo que no has hecho. Te repito que confíes en mí.

- Isa..., Sacha... ¿volverá a buscarme?

- Me gustaría decirte que no y me gustaría asegurarte que hemos detenido a todos los implicados...

- Pero...

- Pero hay varios cabos sueltos. Varias cosas que no cuadran. Cosas que Evelyn no pudo hacer. Y... me temo que hay alguien más, cerca de ti que... trabajaba para él.

- ¿Quién?

- No lo sé, Nat. Quizás esté equivocada – se levantó despacio – tengo que irme, solo quería que supieras que seguimos trabajando en ello y que se te mantiene la seguridad.

- Pero no puedes decirme algo así y... marcharte... ¿tengo que desconfiar de todo el mundo?

- Me temo que sí, de casi todo el mundo.

- Vero me salvó la vida, ella no puede...

- Puedes confiar en ella – le sonrió – y en mí, en Adela, en tu madre, en Cruz... ¿te vale así?

- Sí, mucho mejor, es horrible temer que todos los que te rodean...

- Cuando te digo eso me refiero a que estés siempre alerta, cualquier conocido te inspira confianza y es precisamente quien puede hacerte daño.

- Tendré cuidado.

- Eso espero y más ahora que Cruz me ha dicho que vuelves al trabajo.

- Sí. La verdad es que estoy mejor y que a pesar de lo que le he dicho a Adela... debo retomar mi vida. Aquí me aburro demasiado y... pienso demasiado.

- Haces bien. Y... si me permites un consejo... no deberías ser tan dura con Adela. Se cuestionó mucho si hacer lo que le pedíamos y fui yo la que la convencí de que tú la entenderías cuando supieses toda la verdad.

- Pues no lo entiendo. Imagino que se me pasará, pero... no puedo dejar de pensar que... Vero pudo haber muerto, yo pude haber muerto y... ella lo sabía y... consintió.

- También lo sabía tu madre, y también lo sabía yo y no estás tan enfadada con nosotras como con ella.

- No es lo mismo. De mi madre nunca he esperado nada y tú... es tu trabajo, pero... Ade... Ade jamás me había mentido – aseguró mientras su mente volaba a los años de facultad cuando la traicionó con Germán. Desde esa vez, Ade siempre había sido una amiga fiel en la que podía confiar ciegamente

- Y no lo ha hecho, solo te hizo creer que unos hechos... parecían una cosa que no eran. Nat tienes que entenderlo, era fundamental que Evelyn creyera que estaba libre de sospecha, solo así se sentiría segura para actuar.

- Déjalo, Isa. Estoy cansada y no tengo ganas de seguir hablando de Adela.

- Muy bien, como quieras – dijo levantándose – me voy. ¡Ah! te recuerdo que debes indicar a mis hombres todos tus movimientos.

- Lo recuerdo, poco a poco, voy recordando todo. Y ya sé que tengo que tenerlos al tanto.

- Por cierto, mañana viene Jesús de la Oca, será el sustituto de Evelyn y...

- ¿Sustituto?

- Sí, ya te he dicho que seguirás con la vigilancia.

- ¿Lo conozco? porque no quiero...

- No, no lo conoces. Es un chico joven pero muy competente. Estará al cargo de la seguridad aquí.

- ¿No puedes ser tú?

- ¿Te molesta que sea un hombre?

- No, claro que no, es que... ya estaba acostumbrada a Evelyn y... tener un extraño pululando por aquí...

- Pronto te harás a él. Ya verás. Vendré acompañándolo y te lo presentaré.

- Está bien. Pero ven temprano que mañana quiero pasarme por mi despacho antes de comer.

- Lo haré, y tú anímate y... si me permites otro consejo... perdona a quien te quiere. Digas lo que digas, te veo demasiado tirante con tu madre y con Adela y ellas... solo pretendían ayudar a capturar a Sacha y Evelyn, nunca pretendieron mentirte. Y mucho menos Adela.

- No estoy enfadada con ella por lo que hizo ese día. Si no por lo que me hace todos los días. Sé que sabe algo de Alba y no me lo cuenta.

- Adela te quiere y... solo pretende protegerte.

- ¡Soy mayorcita!

- Habla con ella y dile lo mismo que a mí.

- ¡Es inútil! Ese ha sido siempre su gran defecto, cree saber lo que es mejor para todo el mundo, ¡así le fue con Germán!

- Bueno... yo... - se levantó visiblemente incómoda con la conversación – mejor me voy.

- No olvides venir temprano mañana.

- No lo olvidaré. Y tú descansa y tómate las cosas de otra manera.

Natalia asintió sin ganas de protestar. A todas les era tan fácil darle consejos, pero ya le gustaría a ella verlas en su situación. Aunque en el fondo tenían razón y era consciente de ello. No debía encerrarse en casa. Aún así le costaba trabajo, cada vez más, enfrentarse a la realidad de sus días. Había veces en las que hubiera deseado que Vero no se hubiese interpuesto en la trayectoria de las balas, que Evelyn no hubiese fallado o se hubiese decidido a rematarla, así no tendría que recordar todo lo que había hecho su padre, no tendría que enfrentarse a los dos juicios pendientes, ni a la prensa que no paraba de llamar para solicitar entrevistas, ni al cierre del campamento, y sobre todo, no tendría que levantarse todos los días y mirar cara a cara a su eterna compañera, la soledad que reinaba en su interior y que cada vez le resultaba más insoportable. Alba, ¿dónde estaba Alba? ¿por qué, aunque hubiera decidido no regresar, no la llamaba para decírselo? ¿por qué pasaban los días sin saber de ella?





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