La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 139

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By marlysaba2


María sustituyó a Adela en el cuidado de su hija. Natalia se mantenía tranquila y continuaba durmiendo, cuando Isabel entró en el dormitorio acompañada de Vero.

- ¿Cómo sigue? – Isabel apenas bajó a voz y la pediatra se removió en la cama.

- Hace media hora que duerme – susurró María.

- Debo hablar con ella. Adela me ha comunicado que ha comenzado a recordar.

- ¿Qué hace ella aquí? – María mostró su desagrado ante la presencia de la psiquiatra.

- Nat necesita mi ayuda – Vero habló con calma – si recuerda el accidente lo revivirá como si no hubiese pasado el tiempo y yo sé cómo tratarla para que no sufra.

María frunció el ceño pero no replicó ante la contundencia de sus palabras.

- Señora Lacunza, despiértela – le pidió Isabel – es muy importante que no perdamos más tiempo. Cualquier detalle puede ser crucial para mi investigación.

- No pienso hacer tal cosa. Por primera vez parece dormir menos agitada y...

- ¡Hágalo! O lo hago yo misma.

- No voy a consentirlo.

- Mamá, ¿qué pasa? – la voz de Natalia logró lo que parecía imposible que todas guardaran silencio y se volvieran hacia ella.

- Nada hija – acudió con prontitud a su lado.

- Nat – Isabel también se acercó – tengo entendido que querías hablar conmigo, que habías recordado...

- Sí – su voz sonó débil y su esfuerzo por incorporarse vano.

Vero acudió también junto a la cama y ayudó a María a acomodar a Natalia. La pediatra se quedó absorta mirando a Vero de tal forma que la psiquiatra acabó por sonrojarse.

- Nat... si no te sientes con fuerzas para hablar con ella... podemos hacerlo tú y yo solas y...

- De eso nada – María volvió a oponerse, con tanta vehemencia que Natalia captó que ocurría algo entre su madre y Verónica.

- Quiero hacerlo... mamá. No te preocupes. Estoy bien.

- Señora Lacunza, será mejor que salga y nos deje a solas con ella – Isabel le habló con autoridad y amabilidad a un tiempo, mientras la empuja con suavidad hacia la puerta – tranquila que solo serán unos minutos, confíe en mí.

A regañadientes tuvo que abandonar la habitación y resignarse a no escuchar aquella conversación, sin alcanzar a comprender cómo esa detective, que parecía no dejar de dar palos de ciego, se había presentado allí con Verónica después de haberla señalado con el dedo como principal sospechosa de todo lo que sucedía. Su propio marido así lo confirmaba. Ese detalle la puso sobre aviso y la hizo sentir tan intranquila que acudió a la cocina a beber un poco de agua. Cuando regresaba se encontró con Isabel que salía del dormitorio con cara de satisfacción.

- ¿Ha ido todo bien? ¿la ha dejado sola con esa...?

- Nat quería quedarse a solas con Verónica y ya le he dicho que confíe en mí. Su hija comienza a recordar mucho más de lo que me esperaba. Me ha servido de mucho hablar con ella, pero el hacerlo la inquieta tanto que Verónica está haciéndola recuperar la calma.

- ¿Y qué es eso que le ha servido de tanto?

- No puedo decírselo. Pero esté tranquila que lograré encontrar las pruebas necesarias para demostrar que su hija no mentía. Que no conducía el coche el día del accidente y que es una víctima en todo este entramado.

- ¿Y mi marido? – preguntó con esperanza.

- Tiene un buen abogado y lo va a necesitar.

- Él solo pretendía proteger a la familia.

- Si quiere usted creer eso...

- ¡Explíquese! – casi le ordenó María comenzando a descomponerse.

Evelyn llegaba en ese instante e Isabel le indicó con la mano que se marchara de nuevo. Su compañera obedeció comprendiendo que la conversación era importante.

- No se altere y acompáñeme a la biblioteca allí estaremos más tranquilas y podremos hablar con calma.

María la siguió con desgana, molesta por la familiaridad con que se movía en la casa de su hija y al mismo tiempo asustada y preocupada. Convencida de que lo que iba a revelarle no le agradaría en lo más mínimo.

En el dormitorio, Natalia sonreía por primera vez desde que Vero se quedara a solas con ella.

- Así me gusta, que sonrías. La risa es la mejor medicina para el cuerpo y el alma.

- Contigo es fácil hacerlo. Me gustaría poder recordarte como... como recuerdo a otras personas.

- Ya lo harás, y si no, no te preocupes, así tenemos la ocasión de redescubrirnos de nuevo.

- Porqué me acuerdo de unas cosas y no de otras. Sabía quien eran mis padres y ni siquiera sabía que cara tenía yo.

- Es normal, ahora mismo tu cerebro es como un gran álbum de fotos, con páginas en blanco y otras llenas de recuerdos. Tu mente lo hojea continuamente y a veces ves esos recuerdos y otras veces, solo tienes delante esa hoja en blanco.

- Y esas hojas, ¿alguna vez... estarán llenas de fotos?

- Lo estarán, y ya has comenzado a comprobarlo. Es cierto que te costará más recordar los últimos tiempos y quizás haya cosas que no recuerdes nunca.

- Es algo que... me provoca tanta angustia.

- Tienes que tener paciencia. Y yo... puedo ayudarte.

- ¿Cómo?

- Te visitaré todos los días, te contaré como era tu vida, tu día a día, iremos a los lugares que frecuentábamos... te hablaré de todo lo que sientas curiosidad por saber...

- Adela me dijo que tú preferías que recordase por mí misma.

- Cierto. Es así. Pero también le dije que hay cosas que debes conocer.

- ¿Cómo que hay alguien que ha intentado matarme?

- ¿Te han contado eso?

- Sí – bajó la voz – y yo... yo... hay veces que las personas me provocan sensaciones que no comprendo y... que me asustan.

- ¿Te refieres a que... las temes?

- Algo así.

- Deberías haberle hablado a Isabel de ello.

- No. No pienso hacerlo. Solo son... sensaciones... no...

- ¿Con quién te ocurre? – su insistencia la extrañó y la hizo recular.

- No. Si... ha sido solo un par de veces... y... no es nada.

- Confía en mí. Te ayudaré a superar esas sensaciones negativas. Pero no puedo hacerlo si no me dices quienes te las provocan.

- Me duele la cabeza y no quiero seguir hablando.

- Nat... tienes que hacer un esfuerzo. Puede ser importante.

- No es nada. No insistas.

- Tu madre es una persona muy absorbente, manipuladora y controladora, siempre ha querido llevarte a su terreno y siempre has estado en continua lucha con ella y...

- ¿Cómo sabes que hablaba de mi madre?

- Soy tu psiquiatra, y ahora mismo sé mucho más de ti que tú misma.

- Mi madre... no sé como era antes mi relación con ella, solo recuerdo hechos sueltos y... la recuerdo a ella, pero ahora, ahora es amable y cariñosa, me arropa, me... cuida... y yo...

- Siempre la has querido, Nat, ¡mucho! pero... siempre te ha exasperado.

- Quiero que deje de ser así. Quiero... que me hable de mi padre y nunca lo hace – reveló el motivo de su desasosiego – por eso a veces, me da... la extraña sensación de que me oculta cosas, de que... no sé... a veces me da miedo.

- Estás más sensible y... es normal que te sientas desconcertada, la incertidumbre de cómo habrá sido tu vida, te provoca esas impresiones.

El teléfono comenzó a sonar y Vero respondió al instante.

- Lo siento, ahora mismo no puede ponerse.

- ¿Es Alba? si puedo ponerme – le pidió alargando la mano pero Vero había colgado.

- No es Alba. Y no deberías alterarte tanto ni hablar tanto por teléfono. Alba no puede ayudarte, apenas os habéis visto en los últimos años. Hace tiempo que se marchó a África...

- Pero... si trabajaba para mí – la miró desconcertada.

- Eso fueron solo unos meses y porque le hiciste el favor de contratarla después de que la inhabilitaran en Médicos sin Fronteras.

- ¿Por qué la inhabilitaron?

- Eso no tiene importancia. Lo importante es que ella solo te ha utilizado para lo que pretendía, volver a trabajar y poder regresar a África.

- Adela dice que somos muy amigas, no creo que me haya utilizado.

- Hay formas de ver las cosas Nat. En todas las relaciones siempre hay alguien que da más y otro que recibe. Y tú has sido muy generosa y paciente con ella. Y ella... te lo ha agradecido dejándote de nuevo.

- ¿Dejándome?

- Fuisteis pareja hace años, antes de que te casaras con Ana. Y te dejó sin una nota, sin una explicación. Hace solo unos meses que volvió a tu vida, pidiéndote ayuda.

- ¡¿Qué?! – los ojos de Natalia se habían abierto de par en par, su corazón se aceleró y su respiración se agitó, apenas podía tomar aire.

- Siento decírtelo así, pero debes tener cuidado con ella y con sus buenas intenciones.

- Vero...

- Nat ¿qué te ocurre? ¡Nat!

Adela entró en el dormitorio acompañada de María. Iba a decirle a Vero que Isabel la esperaba cuando, se encontró con aquel cuadro. Natalia casi desmayada y Verónica inyectándole algo. Corrió hacia allí y la empujó con tal fuerza que casi la derribó.

- ¡Qué estás haciendo!

- ¡Mi hija!

- Solo es un sedante, está muy alterada... ¡es un sedante! - se explicaba sujetándose la muñeca izquierda con la otra mano – me has hecho daño.

- ¡Te dijimos que no podías administrarle nada!

- No podía respirar. Tenía una crisis de ansiedad. Tenía que calmarla.

Isabel y Evelyn llegaron al instante y se hicieron cargo de la situación. Habían llegado discutiendo, porque Isabel le reprendía que no hubiese controlado la cámara del dormitorio, pero al entrar cesaron en la discusión y sacaron de allí a Vero, mientras María llamaba a la clínica para que Cruz acudiese cuanto antes con una ambulancia.

Minutos después Natalia era trasladada a la clínica en compañía de su madre y de Cruz. Adela permaneció en el dormitorio observando como Isabel recogía la jeringuilla que Vero había utilizado y salía disparada tras la ambulancia. Se disponía a marcharse cuando el teléfono volvió a sonar.

- Diga.

- Adela, hola.

- Hola Alba.

- ¿Puedo hablar con Nat?

- No – suspiró – lo siento pero... está ingresada de nuevo.

- ¿Qué ha pasado?

- Ya te llamaré cuando sepa algo.

- ¡Adela! – casi le gritó escuchando que se cortaba la conversación – no me dejes así – suplicó consciente de que nadie la escuchaba al otro lado.

Germán, que la aguardaba a la salida la miró preocupado al verla con las lágrimas saltadas y un gesto de dolor que la hizo doblarse hacia el costado derecho.

- Niña, ¿qué te pasa?

- Nat está ingresada otra vez.

- ¿Qué te pasa a ti? ¿te duele?

- Sí. Es la herida, hace un par de días que no deja de dolerme – le reveló con rapidez sin darle importancia – Germán por favor, llama tú. Entérate qué ocurre.

- ¿No te han dicho nada?

- No – sus labios dibujaron un puchero.

- Métete en la cama y descansa, yo intentaré hablar con Madrid otra vez. Y mañana nada de estar todo el día atendiendo enfermos, aún no estás recuperada del todo.

- No quiero dormir, quiero que te enteres de lo que le ocurre a Nat, ¡por favor!

- Tranquila. Si Adela no te ha dicho nada más es porque no será nada serio.

- ¡Estaba impaciente! Me ha dejado con la palabra en la boca y.... – sollozó – Germán... quiero ir a su lado. ¡Ayúdame!

- Lo haré, te lo prometo y ahora ve a tomar algo y mientras yo contacto con Madrid.

Alba obedeció y el médico se puso a la tarea. Dos horas después Alba estaba sentada con una sonrisa en la mesa de la radio.

- ¿De verdad que ha sido solo un susto?

- Una crisis de ansiedad, Vero le dio un sedante y nos temimos que fuera algo más, pero no ha sido así.

- ¿Está bien?

- Bueno, ya sabes como está, pero puedes hablar con ella si lo deseas.

Alba aguardó y escuchó la voz de Natalia al otro lado, débil y apagada.

- Hola.

- ¡Hola, Nat!

- Ya... recuerdo cosas – le dijo sin más.

- ¿De verdad? ¡qué alegría! ¿cómo estás?

- Tú... ¿me has dejado?

- Eh... Nat... yo... aquí no puedo hablar.

- ¿Sí o no?

- Bueno... se puede decir que si, pero no es lo que parece. Yo... ya te explicaré.

- No te recuerdo. No recuerdo nada... de ti.

- Y cómo... cómo sabes que...

- No lo sé. Alguien me lo dijo y... es verdad.

- ¡Hija de puta! – murmuró tan bajo que Natalia no la oyó

- ¿Alba? – Natalia no lograba escuchar nada y Adela le arrebató el teléfono.

- A descansar.

- Es... pera...

- No, nena. estás muy cansada y Cruz ha sido muy estricta. Solo un momento para saludaros.

- Por favor – hizo un esfuerzo tendiendo la mano y Adela se lo devolvió, incapaz de negarse.

La pediatra se apoyó el teléfono en la oreja.

- Al... - iba a llamarla cuando escuchó su voz hablándole.

- ... y por eso te pido que olvides lo que te hayan dicho... tú y yo construiremos nuevos recuerdos... Te quiero, mi amor, y si tengo que demostrártelo atravesando todo el país hasta que encuentre un avión lo haré. ¡Te quiero, Nat! te quiero mi amor, no escuches nada más que mis palabras, yo lograré que me recuerdes y recuerdes lo que sentimos y lo que tenemos. ¿Me oyes? Nat ¿me oyes?

- Sí – musitó con los ojos llenos de lágrimas y una leve sonrisa – recuerdo... recuerdo... ¿te has ido a París?

- No, mi amor. Estoy en Jinja y...

- Alba, soy Adela, Nat no va a seguir hablando.

- ¡No! por favor.

- Lo siento, pero está alterándose de nuevo y no es bueno para ella. Llama mañana a ver cómo sigue.

Alba tuvo que ceder por el bien de Natalia mientras su corazón galopaba por lo que acababa de hacer. Si la conversación había sido escuchada, su vida cambiaría para siempre. Pero todo le daba igual, no iba a consentir que Vero se saliera con la suya, aunque eso implicase dejar todo por lo que había luchado. Salió sonriente de la radio, convencida de que Natalia se repondría y de que volverían a estar juntas, miró a las estrellas y deseó que Natalia estuviese haciendo lo mismo, aunque sabía que era imposible.

Natalia, tenía los ojos clavados en el techo. Repasaba palabra por palabra todas las que había escuchado de la boca de Alba. Le habían administrado otro sedante para que pudiera dormir, y estaba segura de que lo haría pensando en ella. No recordaba casi nada, pero sí que una imagen le había venido a la mente, ellas dos en un vestuario y Alba comunicándole que se marchaba y recogía sus cosas. Sentía el desconcierto y la angustia que le produjeron sus palabras, pero también sentía la inmensa alegría que le habían originado las que acaba de escuchar de sus labios. Vero debía estar equivocada, o quizás la que lo había estado había sido ella. Equivocada y confundida, hasta el punto de haber confundido hasta a su propia psiquiatra. Pero ahora lo sabía aunque apenas la recordaba: amaba a Alba. Era su corazón y no su mente, la que se lo decía.



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Los días siguientes fueron muy duros, Natalia se afanó en recuperar fuerzas y en superar el síndrome de abstinencia. Cada vez recordaba más cosas y más detalles de su vida, aunque apenas le encontraba coherencia a sus recuerdos. Adela y María se encargaron de estar a su lado continuamente, cuidándola pero nunca respondían a sus preguntas sobre su vida y ella necesitaba saber. La única que aclaraba sus dudas era Vero, pero en los últimos días no había vuelto a visitarla. Natalia no conocía el porqué, no habían querido decirle nada, pero Adela se había negado a que Vero volviese a verla, a pesar de la aprobación y la insistencia de Isabel, y María la apoyó. Entre las dos no consintieron que la psiquiatra volviera a alterarla, ni acercarse a ella. Isabel podía estar segura de su inocencia, pero ellas no tanto.

Los temblores, los mareos, los vómitos, los sudores y el dolor físico que experimentaba su cuerpo se diluía cada noche con la llamada de la enfermera que regularmente preguntaba por ella, siempre llamadas cortas, afables, nunca repitió un te amo, o un simple te quiero, no podía arriesgarse de nuevo a manifestar sus sentimientos, pero no hacía falta. Natalia por fin recordaba lo que significaba aquella puntualidad, a pesar de la vorágine del campamento. Alba como un clavo efectuaba la llamada a las diez de la noche. Y Natalia, se encontrase como se encontrase, siempre se empecinaba en responder el teléfono, hasta el día que la pilló vomitando. Había pasado muy mala noche y el día no había sido mucho mejor. Adela tuvo que pedirle a la enfermera que llamase más tarde pero Natalia le dijo que no por señas y Alba aguardó pacientemente hasta que la escuchó al otro lado.

- ¿Te pillo en mal momento?

- No – casi jadeó aún por el esfuerzo del vómito.

- ¿Qué estabas haciendo?

- Eh... nada...

- Nat...

- Hoy... no estoy muy católica – reconoció – y... me ha sentado fatal el almuerzo.

- Nat tienes que cuidarte y comer... y... animarte.

- No me hables de... co... mida... - dijo tragando saliva y frenado una nueva arcada.

Adela corrió a su lado quitándole el teléfono de la mano y dándole una palangana.

- Alba, soy Adela.

- ¿Qué pasa?

- Nat, no se encuentra muy bien hoy – le respondió – será mejor que la llames mañana.

- Pero... ¿no estaba ya mejor? ayer la vi casi contenta.

- Sí, esto es muy lento. En general parece que está algo mejor, pero... no acaba de recuperarse como debiera. Es preferible que la llames mañana.

- Yo quería decirle que mañana no sé si podré llamarla...

- Inténtalo, por favor – le pidió en un tono que sorprendió a la enfermera – no imaginas lo bien que le sientan... - bajó la voz y se alejó hacia la ventana – tus llamadas.

- Lo intentaré – admitió preocupada – Adela... ¿no me estarás mintiendo? ¿seguro que no está peor?

- Seguro.

- ¿Y qué le pasa?

- No está bien, nada bien, Cruz quiere ingresarla de nuevo, en la Clínica estaría más controlada, pero Nat se niega.

- ¿Por qué se niega?

- Ya la conoces. Desde que le conté todo lo de las amenazas...

- ¡Pero para qué le hablas de eso!

- Alba, Nat ahora mismo es mucho más vulnerable que antes. Debe saber qué está amenazada y que aún no ha habido detenciones. Se lo conté para que tuviese cuidado y no se fiase de nadie.

- ¡Estará asustada!

- Sí, teme que le pase algo, le da miedo salir de aquí, por eso se niega a ir a la clínica o a un hospital.

- No la dejéis, que Cruz haga lo que considere oportuno.

- ¡Eso es fácil de decir! no se acordará de casi nada pero de carácter anda como siempre. ¿Tú no podrías intentar convencerla?

- ¿Yo? sería mejor que se lo pidieras a otra persona... a... a Vero, por ejemplo. Ella... siempre sabe convencerla de lo que quiere y... seguro que sabrá lo que decirle, yo...desde aquí no puedo hablar con ella como quisiera.

- Tú, inténtalo.

- Está bien, pásamela.

- Espera que voy a ver si ya... se encuentra mejor.

Adela se giró y alejó del ventanal. Natalia estaba sentada en el borde de la cama.

- Nena ¿qué haces ahí? – corrió hacia allí preocupada – recuerda que no puedes andar.

- Te aseguro que... no lo olvido.

- Ven, ven aquí, te vayas a caer.

- Quería... tirar... esto... ayúdame a ir, al baño.

- ¿Sigues con nauseas?

- Si, cada vez más – reconoció - ¿qué me pasa? ya debería estar mejor, ¿no?

- Espera - le dijo acercándole la silla al tiempo que se llevaba el teléfono a la oreja

– Alba, no cuelgues – le pidió soltando el aparato un momento y arrebatándole la palangana a la pediatra que se llevó una mano a la frente, ante el brusco y rápido movimiento de su amiga.

- Me mareo – musitó.

- Échate Nat, no debes levantarte estando así.

- Vale – aceptó incapaz de oponerse. Cerró los ojos, intentando controlar las ganas de vomitar.

Adela la arropó y cogió de nuevo el teléfono.

- ¿Alba? ¿sigues ahí?

- Sí, sí... – mostró su nerviosismo por lo que podía estar ocurriendo.

- Ya está, hoy no vas a poder hablar con ella.

- Pero ¿qué le pasa?

- Su cuerpo ha estado sometido a muchos desajustes, el síndrome de abstinencia de lo que le suministraban está siendo muy fuerte y le está originando trastornos importantes, y... hay algo que... nos preocupa. Cruz aún está barajando posibilidades.

- ¿De qué hablas?

- En las analíticas aparece una toxina que... - se calló no quería preocuparla con detalles que aún no eran seguros.

- ¿Qué toxina?

- No somos capaces de contrarrestarla del todo, y aunque en menor cantidad sigue apareciendo en las analíticas. Sus riñones están muy dañados y... quizás necesite diálisis... pero.... lo que más preocupa es su hígado, si sigue así... va a necesitar un trasplante, pero todo lo sobrelleva pensando en esa llamada que le haces.

- ¿Un trasplante?

- Apenas ha respondido a los dos tratamientos que le han puesto... por eso comenzamos a barajar esa posibilidad.

- Germán me dijo que estaba mejor...

- Y lo está, pero sigue sin mejorar lo que debería.

- Pero un trasplante...

- Solo es una opción que debemos comenzar a contemplar si sigue así, aunque Cruz confía en que comience a remontar y quiere esperar un poco más.

Alba sintió que se le partía el corazón que necesitaba verla como fuera, hablar con ella, besarla y reconocerle que la amaba más que nunca.

- Alba ¿me oyes?

- Si.

- No vayas a decirle nada de lo que te he contado. Aún no hemos hablado con ella.

- No, no, tranquila.

- Mañana intenta convencerla para que se ingrese.

- Bueno... lo intentaré - dijo sin poder seguir con esa conversación, le dolía el pecho y sentía una presión en la base de la garganta que le cortaba la respiración – gra... gracias.

- Gracias a ti. la estás ayudando mucho.

- No. No lo que debiera. Tendría que estar allí. Eres tú la que...

- Tranquila que pronto podréis estar juntas.

- Yo... tengo que colgar – las lágrimas recorrían sus mejillas y Adela se percató de que lloraba.

- Alba, no te preocupes. Te mantendré informada.

- Gracias... hasta... hasta mañana.

- Adios, Alba.

La enfermera salió de la radio tambaleante. Grecco, que ahora solía dejarla sola en esas conversaciones se acercó preocupado.

- ¿Estás bien?

- Sí – musitó casi sin mirarlo.

- ¿Seguro?

- Sí – repitió y encaminó sus pasos hacia el hospital. Germán estaba allí y ella necesitaba hablar con él.

Cuando estaba a punto de alcanzar el pabellón tuvo que detenerse y apoyarse en la pared, mareada. El cansancio acumulado a lo largo del día, el calor reinante y la angustia por las noticias que acaba de recibir le pasaron factura. Tenía la sensación de que todo se oscurecía y de que sus piernas eran incapaces de sostenerla. Cuando ya creía que era inevitable el choque contra el suelo un brazo firme la rodeó por la cintura y la ayudó a sentarse en uno de los escalones de acceso al edificio. Germán estaba junto a ella visiblemente preocupado.

- Niña, ¿qué te pasa?

- Estoy... cansada y... me duele... la espalda...

- ¿La espalda o el lugar de la operación?

Fue incapaz de responder. El verlo a su lado la hizo relajarse y apoyar la cabeza en su hombro. Era incapaz de mantener los ojos abiertos y sus brazos cayeron a lo largo de sus costados.

- ¡Alba! ¡Alba! – cacheó sus mejillas intentando hacerla reaccionar, pero la enfermera ya no podía escucharlo.

Cuando volvió a abrir los ojos estaba tumbada en su cama. Intentó incorporarse pero la mano de Germán se lo impidió.

- No te levantes, es mejor que sigas echada.

- ¿Qué ha pasado?

- Esperaba que me lo dijeras tú.

Alba recordó la conversación mantenida con Natalia y Adela y las lágrimas afloraron a sus desesperados ojos que enfocaron a Germán suplicantes.

- No puedes seguir así, apenas comes, apenas duermes y no paras de trabajar. Tienes que asumir que no puedes conseguir lo que deseas, hace falta tiempo, y que el cansancio no va a hacerte olvidar tus problemas.

Alba se echó a llorar, desconsolada. Lo que menos necesitaba en esos momentos era una reprimenda por muy merecida que la tuviese.

- Eh, vamos, niña... ¿qué te pasa? – le acarició la mejilla con ternura – chist, ven, ven, aquí – intentó rodearla con sus brazos – te dije que era pronto para que te incorporas al trabajo como si tal cosa. Esa cicatriz aún te molesta y... deberías tomarte las cosas con calma. Esa puñalada no fue ninguna tontería. Sé que no es fácil estar aquí todo el día, sé que te sientes prisionera de todo esto cuando lo que deseas es marcharte, pero no puedes continuar con este ritmo, así no vas a conseguir nada. Mañana te quedas aquí descansando y...

- No – hipó casi sin respiración por el llanto.

- Ya lo creo que sí. No querrás caer enferma, porque eso es lo único que vas a conseguir trabajando como una burra y comiendo como un pajarito. Cada día estás más delgada, ¿qué va a pensar Nat cuando te vea?

El escuchar su nombre la hizo llorar con más fuerza y Germán cayó en la cuenta de que Alba se había despedido de él camino de la radio. Rápidamente asoció ideas y pensó que todo aquello podía tener algún motivo más que lo que ya conocía.

- ¿Qué ocurre? ¿Nat está bien? – preguntó con un deje de temor en un intento de adivinar el origen de su malestar.

- No... no lo está.

- Vamos, cálmate y cuéntame qué pasa.

- Que... que Nat lo está... pasando fatal – balbuceó llorosa, intentando recuperar el control – Adela dice que... que quieren ingresarla de nuevo y... que le van a hacer un trasplante.

- No me había comentado nada de eso – frunció el ceño sorprendido.

- No... no es seguro todavía pero... no mejora y... y.... y yo...debería estar a su lado... como le prometí.

- Y lo estarás, y quizás antes de lo que esperas.

- ¿Qué quieres decir? – lo miró con ilusión.

- Que siempre has sido una cabezona y una impulsiva, pero en esta ocasión tengo que darte la razón, deberías ir a buscarla y estar a su lado.

- ¿Y la guerrilla?

- Ya sé que estamos en toque de queda, pero llevo días hablando con la central... y he conseguido que me den permiso para irnos a Kampala y esperar el momento oportuno.

- ¿Irnos? No, Germán. No quiero poner a nadie en peligro, y menos a ti. Ahora mismo... tú aquí eres muy importante.

- No voy a dejar que vayas sola.

- No voy a hacer ninguna tontería. La última vez aprendí la lección. No me va a servir de nada arriesgarme y perder la vida.

- Me alegra ver que has entrado en razón, pero aún así no viajarás sola.

- Puede acompañarme el ejército.

- Sí, es una posibilidad... pero prefiero ser yo el que te monte en ese avión.

- Me paso todo el día en la radio, he escuchado a Grecco hablar con Jesús, la dirección te ha ordenado que hagas un informe de la situación y un inventario completo de...

- Eso está controlado.

- Y sé que no puedes dejar el campamento por lo menos en dos semanas.

- Cierto, pero si tengo que dejarlo, lo dejaré.

- No puedo pedirte algo así.

- Y yo no puedo dejar que vayas sola. Yo también sé lo que supone para ti enfrentarte a la guerrilla.

Alba hizo un puchero, pero se mordió el labio, controlando las ganas de llorar.

- Y si no vas, y a Nat le pasa algo, no te lo vas a perdonar.

- ¿Por qué me dices eso?

- Porque me da la impresión de que te estás dejando vencer por el miedo y quizás por algo más que no me has contado.

- Te equivocas. Yo solo pretendía no insistir más, eres tú el que no me has dejado salir en todos estos días. Y no quería volver a ponerte en peligro como la última vez.

- Las cosas han cambiado un poco. Ya te he dicho que nos ha llegado el permiso de la organización para poder trasladarnos y... si todo va bien en Kampala, podrás coger un avión a Kenia, pasado mañana sale un avión de Nairobi.

- ¿Pasado mañana? ¡será tarde para conseguir una plaza!

- No, hace días que te reservé plaza en él.

- ¿De verdad?

- Sí.

- ¡Pero cómo no me los has dicho antes!

- No quería que te hicieras ilusiones, ya sabes como son los de la central, no estaba seguro de que nos llegase el permiso para circular antes de que saliera ese vuelo.

- ¡Gracias, gracias, gracias!

Alba pasó todo la noche y parte del día siguiente intentando encontrar un billete en los dos vuelos que salían de Kampala hacia Nairobi. Usó todos sus recursos, Nancy, Matthew lamó a Sara que ahora estaba en la central, pero todo fue en vano. Las salidas del país eran contadas y estaban limitadas, parecía que no había forma de salir de allí. Finalmente, Germán consiguió convencer a André para que la acompañasen hasta la frontera en camión y desde allí acudiría a Nairobi, sola y en jeep. A las diez de la noche, agotada pero llena de ilusión, llamó a Maca como le había prometido a Adela, tenía que convencerla de que obedeciese a Cruz.

- ¿Nat?

- Hola – escuchó su débil voz.

- ¿Cómo estás hoy?

- Mejor.

- ¿Qué dice Cruz?

- No sé... no me cuentan nada.

- ¿Y no preguntas? – le dijo en tono burlón - ¡si que estás cambiando!

- Quiere ingresarme – terminó por confesar.

- ¿Y por qué no lo hace?

- Isabel no cree que sea seguro. Y yo tampoco.

- Pero... ¿aún... tienes vigilancia?

- Si. Adela dice que no sabe quien... me hace esto... y yo... tengo miedo. No quiero ir a la clínica.

- Pues ve a cualquier otro hospital.

- Si la clínica con todo lo que me gasto no es segura, imagina un hospital público. Además, me han contado que la última vez que estuve allí... dejaron una nota amenazándome.

- ¿Otra nota? después de la muerte de Juan creía que... – se calló al escuchar al otro lado la agitada respiración de la pediatra – bueno tú no te preocupes que no va a pasarte nada, seguro que Isabel y Evelyn te tienen bien controlada y por lo que me han dicho tu madre y Adela no se separan de ti. Y menos Vero.

- No veo a Vero.

- ¿No la ves? la imaginaba todo el día pegada a ti.

- No. Tiene trabajo y no viene a verme – Alba notó la tristeza en su tono, pero decidió no jugar sus cartas. No quería hacerle daño a Natalia y menos sabiendo que apenas recordaba nada.

- Pero seguro que está deseando verte, en cuanto pueda la tendrás allí.

- Me gusta que venga, ella... me habla de cosas... diferentes.

- Lo importante ahora es que tienes que hacerle caso a Cruz – cambió de tema con rapidez. Si ella cree que es mejor para ti estar ingresada...

- El tratamiento puedo hacerlo aquí, ¡si vieras el dormitorio! parece una habitación de hospital.

- Pero de lujo – bromeó.

- Si... de lujo – murmuró.

- Tienes que animarte Nat, y no tengas miedo, si Cruz decide ingresarte tienes que hacerle caso, confía en ella y en Isabel.

- Preferiría estar en el campamento, en el hospital, allí por lo menos podía confiar en todos.... Allí... no tenía tanto miedo.

- ¿Recuerdas los días que pasamos aquí?

- Algo. Poca cosa. Me acuerdo del verde agua de los azulejos y... del olor.

- ¿Y de la gente no?

- No. Un día recordé a Germán y a su amiga inglesa.

- ¿Nancy?

- No sé. Solo recordé los gorilas y vi la foto en la que estaba contigo.

- Te echo mucho de menos aquí, Nat, ¡mucho!

- Yo... yo no te recuerdo pero... sé que también te echo de menos, Adela me ha contado que...

- Nat... no puedo hablar mucho rato – la interrumpió, temiendo lo que pudiera decir, y deseando estar en cualquier otro lugar en el que pudiera hablar con ella libremente - y yo, quería pedirte que le hagas caso a Cruz, por favor, es importante.

- Ya veré – musitó - ¿vas a venir? el otro día me prometiste que lo harías.

- Voy a ir. Tengo billete para dentro de cuatro días.

- ¿De verdad? – preguntó con tanta fuerza e ilusión en su voz que Alba sonrió imaginando la cara que habría puesto, adoraba esa mirada llena de alegría cuando la sorprendía.

- Si, de verdad.

- Ahora sí que me siento mejor, ¡mucho mejor!

- No seas tonta, no podré quedarme mucho.

- Alba... no imaginas lo que significa para mí.

- Nat... tengo que colgar, hay trabajo.

- Claro, ¿quieres que mande a alguien que te recoja en el aeropuerto? iría yo misma pero...

- ¡No! no hace falta.

- Puedes quedarte aquí en casa y...

- Nat, cuelgo, lo siento, tengo que dejarte, y... no hace falta que me mandes a nadie ya me apaño yo.

- ¡Alba! espera... Alba! – Natalia escuchó el fin de la comunicación y le tendió el teléfono a Adela.

Su amiga colgó y la miró con satisfacción. La conversación con Alba le había devuelto el color a sus mejillas y el brillo a sus ojos. Era increíble el efecto de la enfermera en ella por mucho que no recordara casi nada.

- ¿Y esa cara de ilusión?

- Alba va a venir.

- ¡Cuánto me alegro, nena! a ver si así te animas.

- Ade... tendría que levantarme un poco, ¿no crees?

- Lo que creo es que debes seguir descansando. Ya has escuchado a Cruz y Gimeno, nada de esfuerzos.

- Pero quiero que me vea bien, que... vea que estoy mejor... y que... ya puedo ponerme en pie.

- ¿Y eso por qué? – le preguntó burlona - ¿ya quieres fardar delante de ella?

- Sí – suspiró risueña – es extraño, pero quiero que no se decepcione.

- Alba te quiere, ¿cómo va a decepcionarse? Lo que hará es enfadarse si le digo que desobedeces a tus médicos, y no sabes la que te va a liar si se entera.

- Me gustaría acordarme de más cosas, saber cómo era nuestra vida.

- Ya te lo he contado.

- Pero quiero acordarme yo, y no solo tener esta sensación de... de que me falta algo.

María entró en ese instante y Adela le dio una palmadita a Natalia en la mano, despidiéndose de ella.

- Cambio de turno – bromeó – María – la cogió del brazo y la condujo hacia el ventanal alejándola de la cama - ¿ha llegado ya Vero?

- No. ¿Va a venir?

- Llamó esta mañana. Está obcecada en verla.

- Pero Evelyn no quiere que se acerque a ella. Y yo no voy a consentirlo.

- Lo sé. Por eso quería hablar con ella, no quiero que Nat se altere por nada. Le hemos dicho que pregunta, por ella todos los días pero que Isabel está siendo muy estricta con quien viene a la casa.

- Bien. No quiero ver a esa mujer. Encárgate de ella por favor.

- Tranquila, que yo la haré entrar en razón. Cuando todo se aclare, podrá venir. Lo que no entiendo es como Isabel y Evelyn están tan en desacuerdo en este tema.

- Esa subinspectora de tres al cuarto no deja de dar palos de ciego, ¡hasta su subordinada tiene más cabeza que ella! ¿puedes creer que mañana quiere interrogar otra vez a Mikel?

- Isabel es competente, no creo que esté dando palos de ciego y... entre nosotras, me escama la actitud de Evleyn en todo esto.

- A mí no, a mí me parece de lo más razonable que no quiera que Verónica se acerque a mi hija, a la que no entiendo es a Isabel. ¡Después de que otra vez le inyectara a mi hija...!

- Solo fue un sedante y suave, hasta Cruz admitió que Nat lo necesitaba.

- Di lo que quieras, pero yo no tengo tan claro que esa psiquiatra no tenga nada que ver en lo que está pasando. ¡Y Mikel afirma que sí que lo tiene!

- Siento decirte que en estos momentos Mikel no tiene mucha credibilidad.

- ¡Qué sabes tú!

- Por supuesto, nada. Es solo... lo que dice la prensa.

- La prensa miente, ¡y nos va a hundir la vida a todos! Y mi hija... - miró de reojo hacia la cama donde Natalia permanecía recostada con una leve sonrisa en sus labios - cuando se entere de todo lo que se está diciendo y lo que está pasando...

- Tenemos que evitar que sea así. Aún no está preparada para afrontar la verdad. María, no vaya a contarle nada.

- ¡Claro que no! ¿crees que soy imbécil?

- Claro que no, solo lo decía porque ahora que está más animada con la visita de Alba, podemos intentar convencerla para que se ingrese.

- ¿Alba va a venir?

- Eso me ha dicho Nat.

- Nunca creí que diría esto pero me alegro, ¡ojalá la ayude a recordar!

- Seguro que será así – Adela le apretó el brazo.

El timbre retumbó en toda la casa y Natalia abrió los ojos asustada.

- Debe ser Vero – susurró Adela – yo me encargo de ella – le dijo, saliendo del dormitorio mientras María se encaminaba hacia la cama de su hija.

La besó en la frente y le acarició la mejilla.

- ¿Cómo has pasado la tarde hija?

- Bien, hoy no he vomitado.

- ¡Eso es estupendo! te veo con mejor cara y más contenta.

- Sí – sonrió – Alba me ha dicho que tiene un vuelo y que va a venir a verme.

- Eso está bien, hija.

- Mamá, ¿papá y tú... queréis a Alba?

- Lo importante es que la quieras tú y que ella te haga feliz.

- Ade dice que es así pero Vero... cree que no me conviene. ¿Tú también lo crees?

- Sí, hija, lo he creído durante mucho tiempo.

El rostro de Natalia se ensombreció, algo en su interior le decía que era así pero necesitaba recordarlo, comprobarlo de alguna manera.

- Cariño, no te pongas seria. Que papá y yo no hayamos estado de acuerdo con que volvieses a caer en sus redes, no quiere decir que ahora no deseemos que seas feliz. Y sobre todo, que te repongas. Y si ella puede ayudarte, y es la persona que tú quieres, yo estaré encantada de tenerla en la familia.

- ¿De verdad?

- Claro que sí hija.

- Mamá, ¿y papá? ¿cuándo va a venir? me gustaría verlo.

- Papá está muy ocupado con las bodegas y... vendrá en cuanto pueda lo mismo que tu hermano. Este fin de semana quiere traerte a las niñas.

- Habló conmigo esta mañana y Ana también – suspiró – al menos, de ellos recuerdo algunas cosas, pero de Alba... ¿Por qué solo recuerdo detalles de hace tanto tiempo?

- Acabarás recordando todo, cariño. No te preocupes por eso.

- Yo... aquí dentro sé que la quiero – se señaló el corazón – escucho su voz y siento un nerviosismo especial, pero... veo su foto y... es una desconocida.

- Pronto dejará de serlo y todo volverá a ser como antes, ya lo verás – la atrajo y la abrazó con fuerza y Natalia se dejó mimar – y ahora te vas a tomar las medicinas y vas a dormir, que ya es tarde.

- No tengo sueño, llevo durmiendo casi todo el día.

- Tienes que descansar, cariño.

- Pero... ha venido alguien... a lo mejor es Cruz...

- Cruz no viene hasta mañana por la mañana, ya lo sabes hija.

- O Vero, me prometió que vendría a verme más veces y no lo ha hecho.

- Isabel y Cruz no quieren que recibas muchas visitas.

- Yo quiero verla. Me gusta hablar con ella. Me ayuda a recordar.

- A estas horas no va a venir nadie – le aseguró con autoridad – y aunque venga yo no dejaré que te molesten.

- Mamá...

- Ni mamá, ni nada, Natalia tienes que descansar.

- ¿Y quien ha llamado entonces?

- Seguro que alguno de esos agentes que vigilan ahí fuera. Y no me repliques más.

No dijo nada. El tono tajante de su madre la hizo arrebujarse en las sábanas y permitió que su madre le mullera la almohada y apagara la luz. Deseaba conciliar el sueño. Deseaba que los recuerdos volvieran a ella aunque fueran en forma de sueños como la última vez. Y pidió con todas su fuerzas estar más recuperada para poder recibir a Alba.

Natalia dormía plácidamente cuando la puerta, al abrirse, la despertó. Una sonriente Alba entró a la carrera y se detuvo a los pies de la cama. Desconcertada y sorprendida de verla allí no pudo evitar que sus ojos se abrieran de par en par, reflejando la impresión que le producía su presencia.

- ¡Nat...! ¿te he despertado?

- Alba, ¡estás aquí!

- Te prometí que vendría en cuanto pudiese.

- Sí, pero...

- ¿Cómo estás?

- Ahora mucho mejor. Creía que tardarías más días.

- Siempre me ha gustado sorprenderte.

- ¿Y el viaje?

- Muy bien, y ¡muy largo! ¡Parecía que el avión no iba a aterrizar nunca!

- Alba...

- No me mires así, soy de carne y hueso – sonrió pellizcándose - ¿qué? ¿me has echado de menos?

- ¡Muchísimo!

- No mientas, ¡si no te acuerdas de mí!

- ¡Ya sí! No de todo, pero de algunas cosas sí.

- ¡No me lo habías dicho!

- Quería hablar contigo cuando volvieses. Hay cosas que... no consigo comprender

- ¿Cómo qué? – le preguntó insinuante acercándose a la cabecera de la cama.

- Recuerdo que discutimos en un vestuario y recuerdo una cabaña cerca del mar y recuerdo besarte y... bañarnos en el mar. Pero... no sé cuando ha pasado todo eso...

- Nat... - se inclinó dispuesta a besarla pero se frenó un instante - perdóname por haberme marchado así. He sido una imbécil, yo...

- Calla, estás aquí. Es lo único que me importa.

- Sí, estoy aquí. Y no voy a separarme de ti. ¡Nunca más! ¡Nunca! porque te amo, Nat. ¡Te amo!

- Yo también te amo, Alba.

- ¿Me amas? lo dices así, sin más.

- No te entiendo. Si te refieres a que no te recuerdo es verdad, no recuerdo casi nada pero, aquí dentro, sí que te recuerdo, si que... lo siento.

- ¡No! no me refiero a eso, antes... antes eras incapaz de decírmelo, de decirme que me amabas y... ¡no sabes las veces que he deseado oírtelo decir!

- ¿Por qué? ¿nunca te lo he dicho?

- No – los ojos de la enfermera se llenaron de lágrimas - nunca.

- Pues a partir de ahora te vas a cansar de escucharlo, ¡te amo! ¡te amo! ¡te...!

No pudo seguir. Se fundieron en un fuerte abrazo que culminó con un beso intenso que las llenó de dicha.

- Venga, que es muy tarde, solo quería verte y decirte cuánto te quiero. Ahora tienes que dormir, ya hablaremos mañana.

- No, no te vayas, quédate... quiero hablar contigo.

- No puede ser, Nat. Tu madre me ha pedido que solo esté unos minutos. Tienes que descansar.

- ¿Dónde está mi madre?

- Ha salido, quería dejarnos solas.

- Pero...

- Chist, duerme. Mañana charlaremos todo lo que quieras y si nos dejan pasearemos por el jardín.

- ¡Alba! – la voz de María retumbó en el dormitorio – tienes que salir.

- Mamá, ¡espera! Quiero que se quede.

- No puede ser – se negó María con rotundidad al tiempo que agarraba a la enfermera del brazo y la sacaba casi arrastras del dormitorio.

- ¡Alba!

- Mañana, mi amor, mañana te veo.

- ¡Alba! ¡Alba! – repetían sus labios una y otra vez...

Cuando Natalia abrió los ojos, Adela estaba sentada junto a ella. Adormilada, solo alcanzó a adivinar su silueta leyendo la revista y sonrió, pensando que se trataba de la enfermera.

- Alba...

Su amiga se levantó de inmediato y se acercó a la cama.

- Alba... Alba...

- Tranquila, cariño – le acarició el brazo – solo es un sueño.

- Llama a Alba.

- Alba está en Jinja, Nat.

- No... ya ha vuelto.

- Aún no, cariño. Lo está intentando, pero es difícil salir del país en estos momentos.

- Pero... yo... la he visto... anoche...

- Aún estás dormida.

- No. Me... dijo que me amaba que... ella estuvo aquí y... dijo que vendría por la mañana...

- Alba no ha estado aquí, Nat – sonrió comprensiva.

- Sí... me... llegó anoche y...

- Nena, ha sido un sueño. No me he separado de ti en toda la noche. Pero no te atormentes pronto la tendrás aquí. Si todo va bien, pasado mañana estará montada en ese avión.

Natalia desvió la mirada, la alegría que llenaba su corazón se esfumo de repente y una penetrante congoja se apoderó de ella. La voz de Alba retumbaba en su cerebro "Nat, haz caso a Cruz, tienes que comer y cuidarte". Se sentía agotada, intentaba luchar como le pedía Alba pero estaba cansada y sin fuerzas. Algo no iba bien y ella lo sabía. Por mucho que todos se empeñasen en animarla y decirle que estaba mejorando, no era así.

- ¿Y mi madre? mi madre estaba anoche...

- Tuvo que marcharse y volví yo, para estar contigo ¿no lo recuerdas?

- No. No recuerdo... ¿por qué tuvo que macharse?

- Llamó tu padre, eh... - dudó un instante decidiendo si le contaba toda la verdad - no se encontraba bien.

- ¿Qué le pasa?

- Nada. No te preocupes. Solo lo acompañó al hospital.

- Pero... ¿mi padre está aquí, en Madrid? Mi madre me dijo que estaba en las bodegas... y...

- Eh... sí. Está aquí.

- ¿Y por qué no está en casa?

- Eh... está... en... en un hotel.

- ¿Por qué?

- Pues... porque... porque el negocio que se trae entre manos es con... con unos japoneses – inventó con rapidez una excusa – y... ya sabes como son, han insistido en pagarle una suite de lujo y... en fin, que está allí cerrando un negocio.

- Tengo ganas de verlo.

- Claro... vendrá en cuanto pueda, ya lo verás.

- ¿Seguro que está bien?

- Sí, solo fue un sustillo. Tanto ajetreo con el trabajo y con lo del infarto... se sintió unas molestias y se asustó, pero no ha sido nada. Tu madre volvió pronto.

- ¿Mi padre tuvo un infarto?

- Hace un año más o menos.

Natalia se mantuvo pensativa. Adela reconoció su gesto, intentaba recordar, sin éxito.

- No recuerdo nada de eso. Ni siquiera recuerdo cuando se fue mi madre anoche.

- ¿Tampoco recuerdas que estuvo Vero aquí?

- No. ¿Estuvo?

- Sí. Te visitó un rato después de la cena.

- ¿Qué me pasa? ¿por qué no recuerdo...?

- Bueno, no te preocupes, eso es por efecto de la medicación.

- ¿Qué medicación? nunca me ha pasado esto, ¿por qué no lo recuerdo? – insistió alterada.

- Tranquila, no es por nada. Anoche tuvimos que sedarte, es normal que estés confusa.

- Pero ¿por qué me sedasteis?

- Porque estabas muy nerviosa, ¿de verdad no recuerdas nada? ¿nada de nada?

- Nada de qué.

- Estabas hablando con Vero y conmigo cuando recordaste... algo y... te alteraste mucho.

- No... no me acuerdo... ¿qué recordé?

- A Alba, cuando... cuando se marchó a París y desapareció de tu vida.

- Sí – murmuró pensativa, tenía esas imágenes grabadas en su retina pero su mente le decía que de eso se acordaba desde hacía días.

- Y recordaste a Ana y el accidente...

- Sí... pero no fue ayer... fue...

- Ayer recordaste que... había alguien más, alguien que te obligaba a beber y que golpeó a Ana cuando intentaba ayudarte a salir del coche.

- Sí – afirmó asustada – sí... ahora... me acuerdo... yo... yo... no pude hacer nada... no pude... ayudarlos...

- No llores, Nat.

- Pero... le vi la cara, ¡se la vi!

- Lo sé, identificaste la foto de... Sacha.

Natalia asintió, de repente todo volvía a su mente con fuerza, Isabel le enseñó algunas fotografías, ese hombre almorzó con ella y con Aurelio, ahora lo recordaba perfectamente. Y recordaba como Alba salía de su vida para no regresar. Y como su brazo ejecutor descargaba con toda su fuerza una gran estaca sobre la cabeza de Juan. Su cuerpo comenzó a temblar.

- Maté... maté a Juan ¿verdad?

- No exactamente, pero... sí, lo golpeaste – admitió a pesar de que Vero le había recomendado que no le revelase ciertos detalles y que después de cómo se había alterado no le insistiese en el tema sin estar ella presente – Nat... no pienses en ello.

- Quiero ver a Vero... necesito verla.

- Luego vendrá, ahora es mejor que olvides todo eso y desayunes tranquila

¿Quieres levantarte un rato?

- No... me duele la cabeza.

- Está bien. Voy a decirle a tu madre que ya puede prepararte el desayuno.

- No quiero nada.

- Nat...

- Tengo sueño. No quiero comer nada.

- Bueno, te dejo dormir un rato más, pero hoy hay que levantarse. Cruz quiere que comiences a hacer vida normal. Nada de estar todo el día en la cama.

- Vale - suspiró abatida.

- Nena, tienes que animarte, Alba pronto estará aquí... verás como cuando llegue consigue animarte.

- Me he acordado.

- ¿De qué?

- De ella... de todo.

- ¡Qué bien! Yo te lo hubiera contado antes pero tenías que ser tú la que te acordaras sola. Era mejor para tu mente esforzarse y...

- Sé porqué no llama y... porqué no viene.

- No llama porque hay problemas con las comunicaciones, ¡si hasta Germán no consigue hablar desde Kampala! Y no viene porque hay muy pocos vuelos y un toque de queda que le impedía salir del país.

- No es por eso.

- Uy, me da a mí que no te has acordado de todo, ¿qué se te ha metido ahora en la cabeza?

- Sé que me dejó, que se marcho otra vez y... lo que no entiendo es... sus llamadas, ¿por qué lo hace después de cómo la traté?

- A ver, ¿se puede saber qué recuerdas?

- Te he dicho que todo. Me dejó con razón. Y no entiendo porqué me trata tan bien ahora.

Adela frunció el ceño, extrañada, pero decidió seguirle la corriente. Debía estar todavía confusa tras despertar e imbuida del sueño de la noche pasada.

- ¿Y por qué en lugar de pensar en eso, no piensas que se ha arrepentido de marcharse, que te ama y que quiere volver para estar a tu lado?

- Aunque así fuera yo... no quiero que venga, ahora no.

- Nena... ¿qué tonterías son esas?

- No son tonterías. Es... lo que debe ser.

- ¿Por qué? – suspiró con paciencia.

- Porque todo lo que he recordado... yo... le hago daño a las personas. Todo lo que me pasa y... yo... no quiero que venga y ya está. No merezco que venga.

- ¿De que hablas?

- Te lo he dicho, sé porqué se marchó y... no quiero que venga, no quiero verla.

- Nena... eso no te lo cree ni tú. Hace unos minutos te has despertado llamándola, ¿o no?

Natalia enrojeció levemente pero no respondió. Solo podía pensar en las palabras de Vero "es cierto que os amáis, pero cuando estáis juntas solo os hacéis daño. No quería decírtelo, pero Alba te dejo de nuevo. Aunque esté enamorada de ti, no es capaz de convivir contigo y tú no consigues mantener una relación sana, siempre temes que vuelva a hacerlo, que vuelva a marcharse, ni siquiera eres capaz de decirle que la amas. Lo mejor para las dos es que reconozcáis que solo podéis ser amigas y rehacer vuestras vidas"

- No sé que es ese todo que dices haber recordado pero, Alba te ama y tu a ella.

Eso no lo dudes.

Natalia salió de su ensimismamiento y clavó sus ojos en ella. Adela leyó cierta desesperación y angustia.

- Nena. Sé que estás confusa pero no pienses tanto y escucha a tu corazón.

- Vero... dice que me cuesta superar que me dejara.

- Y también te dijo que el primer paso para superarlo es reconocer que tienes ese problema.

- ¿Cómo lo sabes?

- Porque estaba presente en la conversación.

- ¿Estabas?

- Sí, bueno no la escuché entera, tuve que salir un momento, pero estuve casi todo el tiempo allí sentada en la mesa, junto al ventanal. Y ya sabes que mi parabólica funciona de maravilla – bromeó señalándose la oreja.

- ¿Cuándo voy a superarlo? ¿Cuándo voy a ser capaz de... de ser normal?

- ¡Tú nunca serás normal! eso es parte de tu atractivo – bromeó de nuevo – el que nos vuelve locas a más de una.

- Ade... - protestó.

- Asúmelo, nena. Eres especial. Y Alba también tiene algo, cuando la conoces – sonrió – hacéis una gran pareja. No te dejes convencer de lo contrario.

Natalia apretó los labios en una triste sonrisa. Estaba tan confundida. Sus recuerdos eran dispersos y a veces vagos. Sentía que la amaba pero también, sentía culpabilidad cada vez que pensaba en ella. Y luego estaba Vero y todo lo que le había contado el otro día y que nada tenía que ver con las palabras de Adela. La cabeza le seguía doliendo demasiado. Cerró los ojos y suspiró.

- ¿Cuándo me vas a contar todo? – murmuró arrastrando las palabras – necesito saberlo.

- Cuando estés preparada.

- ¿Y crees que alguna vez lo estaré? No sé que pensar de nadie, no sé en quién confiar, me decís que esté alerta, que tenga cuidado y yo... yo hay veces que creo que me voy a volver loca, si no lo estoy ya.

- Nena... no digas eso.

- Por favor Ade... dime cómo es mi vida, como es ahora, dime...

- Lo siento... me... me gustaría poder paliar tu sufrimiento, pero... es por tu bien, no quiero contarte nada que pueda condicionar tus recuerdos. Vero ha sido muy clara al respecto y Cruz insiste en que de momento tienes que descansar. Es lo más importante.

- Te prometo que no insisto más pero dime al menos si yo... si... dime si...

- Nat... tienes que descansar y calmarte, mira el monitor, no es bueno para ti ponerte así, si no te calmas voy a tener que sedarte como anoche.

- ¡Estoy harta de descansar! ¡y no quiero que me sedéis! Quiero saber Ade, si de verdad eres mi amiga...

- Sabes que lo soy.

- Pues escúchame, no soporto esta incertidumbre, ni esta oscuridad de mi mente. Quiero recordar, he hecho todo lo que me habéis dicho y no lo consigo. Quiero saber porqué ponéis todos esas cara de pócker cuando pregunto por mi padre, porqué os miráis a hurtadillas cada vez que hablo de Alba, ¿qué pasa? quiero saberlo.

- No pasa nada con Alba.

- ¿Y con mi padre?

- Tampoco – respondió casi en un murmullo desviando la mirada.

- Mientes. Mi mente será como un queso de gruyere, está llena de agujeros, pero todavía sé ver cuando me mientes.

- Nena... deja de preguntar y céntrate en lo que debes que es recuperarte.

- No puedo. Te pregunto y me das largas. ¿Qué pasa con ellos? ¿por qué mi padre no viene a verme estando en Madrid? ¿por qué recuerdo que Alba me dejó y no recuerdo nada de ese viaje a África que dices que hice?

- Si que recuerdas algo, tú misma me lo has dicho.

- Ade... si Alba y yo estamos tan enamoradas como dices, ¿por qué no está aquí?

- Porque no puede salir del país, ya lo sabes.

- Pero ¿por qué se fue?

- Nat...

- Necesito saber si... si yo tengo la culpa, si... lo que creo es cierto y... si... si no voy a equivocarme...

- De Alba solo necesitas saber una cosa.

- ¿El qué?

- Que puedes confiar en ella ciegamente. Te ama de verdad, nena. Ese tipo de amor que todos quisiéramos encontrar alguna vez en la vida.

- Pero... si es así... no alcanzo a entender...

- Cree siempre en sus palabras, y no confíes en lo que nadie, ni siquiera yo, podamos decirte, confía en tu corazón y en ella. Y ahora te vas a tranquilizar y yo voy a prepararte un baño – le dijo levantándose y dirigiéndose al cuarto de baño.

- ¡Espera! no te vayas, por favor, cuéntame algo más.

- No, Nat. No te esfuerces y no busques forzar los recuerdos.

- ¿No voy a convencerte?

- No. Ya te lo he dicho, necesitas tranquilidad y descanso. Y aunque Cruz dice que puedes abandonar el reposo absoluto, no puedes alterarte.

- Eso solo me indica que hay cosas que me ocultáis y que son tan importantes que...

- Eso indica que no queremos que estés todo el día dándole vueltas a la cabeza, lo que necesitas es despejarte y recuperar tu vida.

- ¿Qué vida? ¡ni siquiera sé que he hecho en los últimos meses!

- No te desesperes, comienzas a recordar y eso es importante, lo mismo que lo es que comiences a salir de estas cuatro paredes.

- No. Eso no.

- Nat...

- No puedo... me... me... siento que me ahogo cada vez que lo pienso.

- Eso se llama miedo, y es normal que lo tengas después de lo que te hemos contado, pero, quieras o no, hoy vamos a pasearnos por el jardín y te va a dar el aire fresco.

- La quiero. ¡Con toda mi alma! No sé si como tu dices ella a mí también. Recuerdo que me dejó y recuerdo que... que yo tuve la culpa. Y... y no quiero perderla de nuevo – confesó de pronto – no lo recuerdo bien, pero lo sé. Sé que si se ha marchado después de trabajar para mí es porque yo... la habré obligado a hacerlo.

- Nena... - Adela, que había vuelto sobre sus pasos, la tomó de la mano y sonrió – pronto tendrás aquí a Alba y podrás hablar con ella de todo esto.

- No va a ser así, no vendrá, y será lo mejor, porque no quiero que lo haga.

- Por qué te empeñas en decir esas tonterías de que no quieres que venga.

- Porque no sé si ella... ¿me quiere ella? dices que sí pero yo... lo dudo.

- No lo dudes, Nat. Está haciendo todo lo posible por venir a verte.

- Pero ya... no llama. Hace días que no llama.

- Los días se te hacen demasiado largos – sonrió – Alba no ha dejado de llamarte ni uno solo. Tan solo una vez no pudo hacerlo y ya te he dicho que fue por las comunicaciones... ¡no sabes como están allí!

- ¡Pero también me has dicho que compré un buen equipo y que tú lo has mandado a su campamento!

- Pero aún no ha podido llegar.

- ¿Cuándo va a venir Vero?

- Luego – respondió paciente, sonriendo ante su cara de impotencia - ¿Quieres que venga ya?

- Sí. Quiero hablar con ella.

- Está bien. La llamaré y le preguntaré si puede venir. Es bueno que te apetezca ver a más gente. Teresa y Claudia vienen esta tarde a verte.

- No quiero ver a nadie. No... quiero que me vean así.

- Nat...

- Solo quiero ver a Vero para preguntarle algo, algo que recuerdo con... confusión.

- ¿El qué?

- Yo... creo que sé porqué Alba se ha ido.

- ¿Otra vez con eso?

- Sí.

- Nat... Alba no tiene nada que ver con Vero.

- Sí lo tiene. Yo... yo... creo que la engañé con Vero.

- Mira, no es bueno que yo te cuente nada pero, eso que dices no es cierto.

- Recuerdo haberla besado.

- ¿A Vero?

- Sí. El día que vino a verme... entró y... yo lo vi... vio que nos besamos y... sé que... tengo algo con ella y.... que Alba lo sabe y...

- Tranquila...

- Me duele el pecho... y me cuesta respirar.

- Tienes que calmarte, Nat.

- Mis pastillas... las tengo... - miró a la mesilla, como había hecho siempre - las tenía ahí.

Señaló el lugar confusa, lo había dicho mecánicamente. Recordaba aquella habitación por primera vez y dónde estaba cada una de sus cosas.

- ¿Lo recuerdas?

- ¡Si! Yo... recuerdo estar aquí... no... no lo tengo claro pero... recuerdo no querer zumo y... que insistías para que bebiera.

- ¡Es que eres muy mala paciente! – bromeó – siempre hay que insistirte.

- Ade... yo... lo siento... no quiero...

- ¡Boba! son pequeñeces y estaba bromeando. Lo que es muy importante que recuerdes es que no puedes tomar nada que no te haya dicho Cruz y menos nada de lo que tenías por aquí antes. Ni nada que no te demos tu madre o yo.

- ¿Por qué? – la miró extrañada, del modo tajante de hablarle, era la primera vez que lo hacía y que parecería impaciente.

- Ya te lo explicaré, ahora respira hondo un par de veces y deja de pensar.

- No puedo evitarlo – dijo tomando aire – no se me va Alba de la cabeza, ni ese beso con Vero.

- No tienes nada con Vero y en cuanto llegue, ella misma te lo confirmará.



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María entró en comisaría con su aire altivo de gran dama y gesto contrariado. Desde que Isabel le pidiera que acudiese hasta allí su instinto le dijo que no podía ser para nada bueno. Había intentado contactar con el abogado de su marido pero sus esfuerzos fueron infructuosos. La preocupación y el mal humor que la dominaban se sumaban a lo incómoda que se sentía haciendo todo aquello sin él. Pedro siempre estaba a su lado cuando se trataba de enfrentarse a los aspectos más sórdidos y desagradables de la vida. Pero ahora, la había dejado sola, gracias a su poca cabeza y su ambición. Aún no tenía claros sus sentimientos ante todo lo que había descubierto, pero solo sabía una cosa, debía estar a su lado, era su marido.

Isabel la esperaba en una pequeña habitación, en la que solo había un par de sillas, una enorme ventana con una persiana echada y una puerta justo en el lado contrario por el que ella había entrado. Arrugó la nariz de inmediato, ¡merecía un trato mucho más adecuado a su estatus social! Al menos un sillón donde sentarse. Pero qué se podía esperar de gentes de poca clase.

Isabel no estaba sola, la acompañaba una mujer bajita y regordeta que le sonrió al instante y se acercó a ella.

- Buenas tardes, señora Lacunza – le ofreció su mano y Rosario se apresuró a estrechársela – soy la Comisaria Ibáñez.

- Mucho gusto – respondió mirando a su alrededor con intención de buscar un lugar donde tomar asiento, pero sus interlocutoras permanecieron en pie frente a ella.

Isabel se acercó a la ventana y levantó la persianilla, María abrió los ojos de par en par, sorprendida.

- ¿Qué hace Mikel aquí?

- Vamos a interrogarlo de nuevo.

- ¿Y su abogado?

- Queremos hablar con él a solas y ha aceptado.

- ¿Y qué quieren de mí? Porque quieren algo, ¿no es cierto?

- Efectivamente, no se equivoca, queremos pedirle un favor – la comisaria volvió a sonreír, era ella la que llevaba el pulso de la conversación – necesitamos que convenza a su marido para que nos diga toda la verdad.

- Ya lo ha hecho.

- No señora. No lo ha hecho. Y solo usted puede convencerlo de que lo haga.

¿Nos ayudará?

- Mi marido me aseguró que les había contado todo...

- Le decimos que no es así.

- Necesito hablar con su abogado.

- No se lo recomendamos.

- No voy a convencerlo de que haga algo que pueda perjudicarle.

- Señora Lacunza, hágase a la idea de que su marido está metido hasta las cejas en algo muy serio. Le estamos dando la oportunidad de salir airoso de esto.

- Pero me aseguró que les dijo todo – insistió.

- ¿Lo ve usted? – Isabel señaló hacia él – está nervioso, y cree que está solo. Pero desde aquí podemos ver y oír todo.

- Ya lo sé, ¡estoy harta de velo en las películas! ¿qué quiere decirme con eso?

- Lo que no sé ve en las películas es la reacción de los detenidos en su primer interrogatorio.

- ¿Qué quiere decir? – repitió comenzando a alterarse pero manteniendo la compostura.

- No se ponga nerviosa – intervino de nuevo la Comisaria – lo que la subinspectora Martínez intenta decirle es qu conocemos muy bien la naturaleza humana, desde este lado del cristal las personas se ven de otra manera.

- Vaya al grano ¡por favor!

- Quiero decirle que desde aquí vemos a los culpables, sus reacciones. Habitualmente suelen golpear la mesa, meter la cabeza entre las manos, mesarse el cabello o incluso sonreír. Pero su marido levantó los ojos al techo y murmuró unas palabras.

- ¿Se declaró culpable? – preguntó con temor.

- No exactamente, le pidió a Dios que le diera fuerzas para proteger a su familia.

María retorcido la cinta de su bolso en un gesto de nerviosismo.

- ¿Qué creen que oculta? – preguntó encarando a Isabel.

- Lo sabremos en cuanto usted nos ayude – la Comisaria volvió a acortar la distancia con ella y Rosario echó un paso hacia atrás incómoda – si su marido no habla, va a pasar una larga temporada en la cárcel, todas las pruebas que tenemos lo señalan a él.

- ¿Pruebas de qué? no sé de que me habla.

- Entre ahí, dígale lo que le hemos dicho, y convénzalo de que declare contra Sacha.

- ¿Quién es Sacha?

- El hombre que mató a su nuera, y que ha estado a punto de matar a su hija.

María frunció el ceño y miró hacia Mikel. Estaba completamente solo en la habitación, sentado a la mesa. Se pasó la mano por el pelo, sudaba y estaba pálido.

- Mi marido tuvo un infarto hace menos de un año y no deberían...

- Su marido debería hablar antes de que sea tarde – Isabel se mostró impaciente – y alguien más pague las consecuencias.

- Está bien, ¿qué debo hacer?

- Entre ahí, hable con él con naturalidad y pídale que sea sincero con nosotras.

María asintió, espero a que le abrieran la puerta y se plantó ante su marido.





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