La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 135

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By marlysaba2


Horas después Natalia despertó, sus ojos descubrieron a Adela que leía una revista sentada a su lado. Debía ser tarde, porque la oscuridad entraba por la ventana y la débil luz de la pequeña lamparita de noche era lo único que iluminaba la enorme habitación. Intentó cambiar de postura, pero las fuerzas le fallaron, aunque logró moverse lo suficiente para alertar a su amiga que se levantó de inmediato.

- ¿Tienes ganas de vomitar?

Natalia negó con la cabeza y la miró fijamente. Tenía ojeras y apenas iba maquillada. Debería estar en su casa con su hija y no allí con ella.

- ¿Tienes sed?

- No – pronunció casi imperceptiblemente.

- ¿Quieres un poquito de zumo?

- No... y... ¿y Paula?

- La niña está en casa de una amiga.

- Ve... ve con ella yo...

- No te preocupes por nada. Está todo controlado. ¿Te sigue doliendo el estómago?

- Sí. Yo... ¿me... voy a morir?

- Tú tienes que dejar de decir tonterías y dormirte otra vez. No te vas a morir, ¿recuerdas lo que te conté de las drogas y el veneno?

- No.

- Bueno... no importa, lo que importa es que te vas a poner bien y que te vamos a llevar al central en cuanto sea posible.

- No. Yo... no quiero ir... allí.

- Serán solo unos días. Estarás mejor atendida que aquí.

- Vete... a casa. Yo... prefiero... estar sola.

- ¿Sola? No te voy a dejar sola, nena.

- Sola... sí... mejor...

- No. Esta noche yo estoy contigo y no se hable más. Quieres que te cambie la almohada.

- Sí... me... duele la espalda.

- Ven aquí – la incorporó un poco y le acondicionó la almohada, apretó los labios al notar que le había subido la fiebre y que su cuerpo volvía a temblar – ¿quieres que te ponga de costado?

- Sí.

- Y ahora a dormir. ¿Te molesta la luz?

Negó de nuevo con la cabeza.

- Y... Alba... ¿no se queda nunca?

- Alba no está aquí, Nat – le repitió por enésima vez con paciencia.

Cerró los ojos. "No te olvidaré". Las palabras de la enfermera devolvieron a su mente los recuerdos de su vida juntas en Jinja. Sonrió levemente sintiendo la caricia de las olas en su cuerpo y los firmes brazos de Alba sosteniéndola. Era Adela que la estaba refrescando un poco, pero Natalia ya solo pensaba en Alba. "Veneno", ¡qué equivocadas estaban todas, el único veneno que corría por su sangre era el de la enfermera. Era adicta a su sonrisa, a su fuego, a sus manos recorriéndola. No podía haberse marchado sin más. Tenía que volver. Estaba segura de que sería así, volvería a sus brazos. Tenía que ser así, porque ella no podía vivir con la ausencia de sus sonrisas, sin sus ojos anhelantes, sin su mirada profunda. No podía seguir si no tenía sus besos quemándole el cuerpo, si no la hacía volar mientras gemía al viento, si no le susurraba palabras al oído, y se acurrucaba a su lado. "Me ama, me lo ha dicho", "tiene que volver, sé que volverá, no ha podido irse para siempre". Ana. Su imagen surgió con fuerza. Su rostro pálido en el ataúd. La oscuridad y el frío la envolvieron. Temblores de muerte se apoderaban de ella.

Adela se levantó de nuevo. Cogió la manta y la cubrió con ella. El síndrome de abstinencia estaba siendo devastador para la pediatra y no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas de verla así. En cuanto estuviese algo mejor pensaba sacarla de allí y llevarla unas semanas a su casa de la playa, allí podría descansar y coger fuerzas. ¡Y no entraba en sus planes aceptar una negativa por su parte!

Natalia despertó muy cansada, abrió los ojos y vio a su madre, que parecía angustiada, "¿qué hace mi madre aquí?", se preguntó extrañada. Vio que se acercaba hacia ella, el abrir los ojos la había delatado, pero no pretendía hacerle el más mínimo caso, mantuvo la vista clavada en el techo, sin pronunciar palabra. Ni siquiera para tranquilizarla a ella, que estaba allí cogiéndola de la mano y pidiéndole que le dijera algo, que le mostrara de algún modo que la escuchaba. Pero ella solo podía pensar en Alba, en el amor de su vida que había permitido que se marchara para siempre, que había dejado que todos la vencieran y la manipularan, que no había luchado lo suficiente por ese amor.

- Nat cariño, tienes que comer algo – escuchó decirle a su madre – Cruz quiere ingresarte y sondarte – le explicó – si no comes, vamos a tener que hacerlo.

No. No pensaba permitir que le dieran de comer, las noches se volvían muy largas al no poder dormir, y cuando la obligaban a hacerlo como la pasada noche solo conseguían que todo volviera con más confusión al día siguiente, pero allí estaba de nuevo.

¿Cuándo vendría Alba? Sin ella no era nada, solo una mancha en el vacío. Solo deseaba morir, como ya lo deseó hacía años, pero ahora había una diferencia, ahora podía conseguirlo. Ya no era la joven fuerte de entonces, ahora la vida le estaba pasando factura. Quería morir, morir sin darse cuenta mientras estaba allí en su cama.

- Nat, cariño, tienes una llamada. ¿Te encuentras con fuerzas para hablar?

"¿Llamadas? no quiero hablar con nadie. Nadie merece la pena, ¡nadie!", pensó negando lentamente con la cabeza manteniendo los ojos cerrados.

- Alba – escuchó decir a la voz de su madre – no se encuentra bien, será mejor que ...

- Sí... - murmuró casi imperceptiblemente – sí – repitió sin fuerzas intentando elevar la voz al ver que su madre no la había escuchado - dame – le pidió clavando sus ojos en aquel aparato telefónico, sin fuerzas para levantar el brazo y coger el auricular.

- Alba, no cuelgues, sí quiere hablar contigo. Espera un segundo, por favor.

María se lo tendió con la expresión de alivio más grande que su hija jamás le hubiese visto, y por primera vez en su vida Natalia tuvo la impresión de que su madre estaba entregada a ella, que le daba igual todo lo demás y que solo quería que siguiese viviendo, sintió que las lágrimas se desbordaban de sus ojos, aquello solo podía significar una cosa: quizás sí que su deseo se fuese a cumplir y quizás si que la presencia de su madre indicaba su partida al más allá.

Natalia cogió el teléfono tras unos segundos de observarlo sin fuerzas. Ese aire ausente, esa lentitud de reacción tenía a todos muy preocupados. La llamada de Germán, la información, que le dio a Cruz y Adela, sobre los resultados de los análisis de Natalia, habían alertado a todos. Tenían que lograr que Natalia se recuperase, pero eso iba a ser muy difícil si Isabel no conseguía averiguar quién estaba tras todo aquello.

- Albi... has... has llamado....

- ¿Nat? – preguntó sin escuchar bien, le había parecido oír su voz - ¿Nat? no te oigo, ¿Nat?

- Tuve... un sueño – murmuró aturdida.

Su madre, que se había asomado a la ventana dándole la espalda para concederle algo de intimidad, se volvió hacia ella preocupada, parecía decir incoherencias.

- ¿Nat? Nat no te oigo – repitió la enfermera - ¿Nat? ¿Nat? – se volvió hacia Germán que estaba a su espalda esperando noticias de la pediatra – creo que se ha cortado – le explicó – no se escucha nada.

- Insiste, últimamente las comunicaciones están fatal.

- ¿Y dónde está Greco? Siempre aquí escuchando y para una vez que lo necesitamos...

- Él no puede hacer nada. Prueba otra vez.

- ¿Lo intentas tú?

- No, te espero fuera, están a punto de llegar heridos.

Alba asintió y volvió a intentarlo.

- ¿Nat me oyes? ¿Nat?

- Soñé que venías... que estabas aquí – dijo tan bajo que ni María era capaz de entenderla.

Su madre se acercó a la cama y le arrebató el aparato. Natalia se quedó mirándola desconcertada e hizo un esfuerzo para incorporarse.

- ¿Qué... pasa? – preguntó sin fuerza.

- Nada cariño, voy a hablar con Alba un segundo, enseguida te puedes poner – le dijo acariciándole la mejilla - ¿Alba? ¿sigues ahí?

- ¡María! – exclamó aliviada de ver que seguía en contacto – sí, sigo aquí – confirmó retórica – creo que la comunicación no está bien. No oigo nada.

- No es eso, es que... Nat está... débil....le faltan fuerzas pero espera y no cuelgues que quiere hablar contigo, voy a decirle que intente hablar más alto, ¡no cuelgues! – le ordenó con cierta brusquedad – cariño – le tendió el aparato a su hija – habla más alto que Alba no te oye.

- Sí – respondió cogiéndolo de nuevo - Hola – musitó tras un par de segundos que a Alba se le hicieron eternos.

Intentaba hablar más alto, pero el pecho le dolía, la cabeza le estallaba y le costaba respirar.

- ¿Nat? – preguntó sin ser capaz de reconocer su voz. ¡Sonaba tan débil y apagada!

- Albi – le dijo casi sin fuerzas.

- ¡Nat! ¡qué alegría escucharte! – exclamó sin obtener respuesta al otro lado - ¿me oyes?

- Sí.

- ¿Cómo estás? nos tienes a todos muy preocupados.

- Cansada... pero... bien – respondió al cabo de un instante en el que fue capaz de procesar la pregunta y armar la respuesta.

- Tienes que portarte bien y hacer lo que te dicen, ¿de acuerdo?

- Sí.

- ¿Qué tal todo por ahí?

- No... sé... yo... ¿por qué te has mar...?

- Nat no te oigo bien, habla más alto.

- Ana... está muerta...

- Lo sé. No pienses en ello. Solo en ponerte bien, ¿me oyes? Tienes que ponerte bien. ¿Vale?

- Yo... ¿cuándo... vienes?

- ¿Qué dices? No te oigo.

- Estás...

- ¿Nat? Habla más alto, no te oigo.

- Estoy cansada – intentó elevar la voz – yo... no puedo... hablar...

- Pronto estarás mejor. Ya verás. ¿Estás comiendo? Mira que te conozco y sé cómo eres, tienes que comer y tienes que animarte, ¿me oyes?

- Sí.

- ¿Lo vas a hacer?

- Yo... recuerdo que... tú... yo... Ana...

- Nat, tienes que sobreponerte, ¿me oyes? tienes que luchar y demostrar que eres inocente – le dijo creyendo que era eso lo que la tenía en aquel estado – no te culpes, y no pienses ahora en eso. Lo importante es que te pongas bien.

- Ya...

- Te lo digo en serio, me tienes muy preocupada, ¡mucho!

- Tú... no te preo... cupes por... mí... yo...

- ¡Cómo no voy a preocuparme!

- No... merezco... yo... iba en el coche... yo...

- Nat deja de pensar en eso. Nadie cree que fueras tú, ¡nadie! he hablado con Adela y aunque ibas en ese coche cree que tú no eres responsable de nada.

- ¿Y tú? ¿qué... crees tú?

- Yo creo en ti, siempre lo hice.

- ¿De verdad?

- ¡Claro! creo en ti, en tu inocencia y en que eres incapaz de hacer algo así.

- Y... porqué te has... ido.

- Por favor, escúchame, céntrate en ponerte bien. Te echo mucho de menos - Natalia no supo que responder, esas palabras le daban fuerza, una fuerza inesperada.

- Alba yo...

- Nat, voy a intentar ir a verte, pero ya sabes cómo es esto. No hay vuelo hasta dentro de unos días... ya es efectivo que la guerrilla ha roto otra vez la tregua... pero... voy a ir, voy a hacer todo lo posible por ir a verte, ¿me oyes?

- Sí...

- Tienes que prometerme que mientras te vas a cuidar, que vas a hacer lo que te diga Cruz y que vas a salir de esta. Tienes que esperarme, ¿me oyes?

- Sí. Pero, no entiendo... porqué... tú no me dijiste que... no te irías, ¿por qué...? – calló, la boca seca le impedía hablar con fluidez – ¿por qué... te has ido?

- Eso no importa ahora, Nat.

- A... mí... si.

- Ya hablaremos cuando estés mejor, ¿de acuerdo? Necesitas descansar.

- Pero yo.... te necesito, Alba... te... ¿por qué te has ido?

Alba sabía que debía responderle, pero el clip continuo que escuchaba le indicaba que las conversaciones eran oídas, el ejército se encargaba de interceptarlas y no era seguro hablar de ciertas cosas.

- Nat... nos han pasado muchas cosas que... no puedo olvidar fácilmente, pero... soy tu amiga, y te quiero y quiero que todo vaya bien, ¿me entiendes? Ya hablaremos cuando vaya a verte.

- Alba yo... quiero... tú... dime que tú...

- Tengo que colgar – le dijo al ver que Germán se asomaba llamándola con insistencia - hay trabajo, llegan heridos y hay que dejar libre la radio.

- Espera... ¿cómo... estás?

- Muy bien. Ya sabes cómo es Germán, me cuida mucho. Bueno tengo que...

- No... espera...

- No puedo, Nat. Tengo que cortar. Luego intento llamarte otra vez, ¿de acuerdo?

- Vale.

- Nat...

- ¿Qué?

- ¡Te quiero! recuérdalo, te quiero más que a nada en este mundo y si... te sientes sola, ¡llámame!

- Alba... - dijo con lentitud escuchando que se cortaba la comunicación – yo... también...

Aquel te quiero le había sonado a música celestial. Sintió de pronto ganas de salir de la cama, ganas de enfrentase a todos, ganas de luchar por todo. Miró a su madre, parecía melancólica, la vio observando las fotos de Ana que tenía a modo de pequeño altar en una de las repisas del dormitorio. Había cogido la foto donde salía abrazando a Ana, y luego la vio soltarla y coger otra en la que estaba ella con Alba, con la chica de sus sueños, con su amor, se la hicieron juntas, con los gorilas al fondo, era la foto más bonita que había visto en su vida. Luego su madre la miró y le dijo algo que no logró entender, seguía aturdida por la medicación, ¿qué le había dicho? quizás que regresaba en unos minutos, solo supo que la vio salir.

Cerró un instante los ojos, estaba cansada y algo mareada. Permaneció así unos segundos, repasando la conversación con Alba. Apenas había podido hablar con ella. Pero su voz se le había quedado grabada en su mente "te quiero", "creo en ti", ¿por qué se había marchado entonces? No lo soportó más y se sentó en la cama e intentó ponerse en pie, le dolía todo el cuerpo, el hormigueo era insoportable, miles de alfileres se le clavaban en las piernas, pero aún así consiguió llegar hasta la ventana y abrirla, el aire fresco de la mañana la inundó y el aroma a tierra mojada se filtró en la habitación. Tenía que hacerle caso e intentar mejorar.

Miró al exterior, y allí estaba, sonriendo bajo la fina lluvia. No, no le importaba que la llamaran loca, quizás eso era lo que ocurría, que estaba loca como una cabra, por eso Alba se había marchado. Sonrió, pero aquello que veía era cierto, era real, Ana estaba allí mirándola a ella, sonriéndole. No sabía explicar si existía un más allá, pero nadie en el mundo le quitaría esa idea de la cabeza, Ana estaba allí, como esperando a alguien, esperándola a ella. ¿Le pedía que la siguiera? ¿qué la acompañara en aquel viaje? Hasta hace un instante lo hubiera hecho sin dudar, pero esa llamada le había dado una nueva dimensión a su vida. Le había aportado un tímido rayo de sol, que calentaba su corazón. Debía estar volviéndose loca, eso es lo que ocurría, que los fantasmas de su pasado volvían con fuerza. En realidad nunca se habían ido, nunca desaparecieron por completo. Siempre habían estado ahí, acechando en las sombras, hasta que habían encontrado la ocasión de saltar sobre ella y aniquilarla, obligándola a afrontar la verdad de todo lo que hizo. Cuando ella siempre se había negado a mirar atrás. Pero ahora no podía, tenía que afrontar el peso de sus decisiones y de sus acciones, tenía que hacerlo si no quería caer en los mismos errores.

Seguía lloviendo, cada vez con más fuerza y la lluvia la distrajo un poco. Intentó dar unos pasos aferrada al grueso cortinaje. Un dolor insoportable casi la hizo caer, pero necesitaba mirar por la ventana que daba al jardín trasero, junto al bebedero de aves, por dónde Ana había desaparecido. Se empinó intentando localizarla y alcanzó a ver como dos siluetas se formaban lentamente hasta adquirir la forma de un niño, y sí, de ella, era Ana otra vez. Su mujer se volvió y la miró sonriente, cogió a Juanito de la mano y levantó la otra, en un saludo lejano, Natalia hizo lo propio, "adios Ana", murmuró. La sensación de paz y tranquilidad que experimentó fue infinita, Ana se diluía en la distancia feliz, agarrada a la mano de su hijo. "Sí. La muerte no separa todo, ellos han logrado unirse", pensó con una sonrisa. "Están de nuevo juntos", musitó, "y yo tengo que salir de ésta, se lo he prometido". "Alba, te lo prometo, voy a dejar que Cruz me ingrese, voy a hacer todo lo que pueda por recuperarme, por volver a verte".

- ¡Nat! – dijo su madre al verla agarrada a la ventana manteniéndose en pie a duras penas - ¡hija! – corrió hacia ella y con ternura la aferró y la ayudó a sentarse en la silla – tienes que volver a la cama – la condujo hacia allí y con esfuerzo la levantó y sentó en la cama - pero ¿cómo te levantas? te vas a hacer daño.

Natalia la miró viendo por primera vez a su madre. Y sin poder evitarlo dos lágrimas escaparon de sus ojos, pero no de tristeza sino de bienestar, por haber presenciado el encuentro de dos almas unidas, por fin Ana descansaba en paz, y por tener allí a su madre, cuidándola.

- Ana... - su barbilla tembló de emoción y su madre malinterpretó sus lágrimas – Ana... ya es feliz, ella...

- Ya te he escuchado hablarle de ella a Alba. Cariño, no llores, ya sé que estás triste, pero verás cómo arreglamos todo y tú muy pronto te sentirás mejor. Pero no llores, mi niña.

- No estoy... triste... yo... estoy contenta. Mamá... yo...

- Chist, no te esfuerces, ya has hablado demasiado – la empujó con dulzura para que se recostase y colocó sus piernas bajo las sábanas - Y no llores mi vida que te cuesta más respirar.

- No lloro solo... - tomó aire y clavó sus ojos en su madre, sus palabras cariñosas y sus cuidados, la reconfortaban de tal forma que no podía dejar de emocionarse – yo... estoy contenta, porque sé que tienes razón.

- Yo siempre tengo razón.

- A veces... no.

- Ya lo sé, solo intentaba bromear, cariño.

- Pero... la tienes... porque yo... quiero... arreglar todo y... ponerme bien.

- Claro que la tengo. Ya sabes como soy, cuando se me mete algo entre ceja y ceja no paro hasta conseguirlo – no dejaba de acariciarla con ternura – y en eso has salido a mí, tampoco te rindes a la primera. Y ahora nuestro objetivo es que te recuperes y que cojas fuerzas en las piernas. ¡Ya mismo nos vamos juntas de compras!

- A... Londres... - recordó la cantidad de veces que su madre se lo había propuesto y ella se había negado.

- A donde tú quieras, cariño.

Al fin su hija parecía dueña de sí misma, la mirada huidiza y abstraída había desaparecido y aquella mirada firme y segura volvía a asomarse a sus ojos. La miraba con una leve sonrisa, que la llenaba de alivio. ¡Estaba tan preocupada por ella! Pero desde su charla con Alba parecía más tranquila y animada.

- Y ahora tienes que tomarte el zumo y dormir un poco más.

- Mamá...

- Dime hija.

- Se ha ido.

- ¿Quién se ha ido?

- Ana se ha ido y... se... lo he prometido...

- Claro – le siguió la corriente sin saber de qué hablaba – ahora te vas a tomar esto – la incorporó con suavidad y la ayudó a beber – y vas a dormir. Necesitas descansar.

- Alba... dice que... que va a venir.

- ¿De verdad?

- Sí.

- Pues... que bien.

- ¿Te... molesta?

- No, hija.

- Yo... quiero que venga... ¿crees que... que... vendrá?

- Si te lo ha dicho, es que vendrá.

- Si viene tú... tú...

- No te preocupes por nada, mi niña. Por nada – su madre le acarició la mejilla y la pediatra sonrió levemente – estoy contigo y todo va a ir bien. Te vas a poner bien.

- Sí – volvió a sonreír levemente y a fijar su mirada en el rostro de su madre, pensativa - Papá... tengo que... decir que yo... yo le pedí que...

- Chist, no pienses ahora en eso.

- Papá... sabe que...

- Tu padre está muy preocupado, en cuanto estés más fuerte podrás hablar con él.

Natalia la observaba con aire ausente pero su mente analizaba cada gesto, cada expresión de su rostro. María también la miraba preocupada.

- Nat, cariño, ¿seguro que te sientes mejor? – le preguntó arropándola al ver que temblaba – no quiero regañarte, pero no voy a tener más remedio, aún no debes levantarte sola, puedes hacerte daño, Cruz dice que tu musculatura está muy débil aún, que debes hacer rehabilitación, pero eso será en unas semanas, cuando te encuentres más fuerte. Tendrás que hacer muchos ejercicios y será muy lento.

- Lo sé – su madre volvió a darle un sorbo del vaso y Natalia tragó con lentitud y dificultad – por eso... quería... levantarme y...

- Eso es lo que no debes hacer, hija, y menos estando sola.

- Alba... dice que... debo poner de mi parte que...

- Y tiene razón, pero seguro que ella tampoco te dejaría levantarte, estás muy delicada.

- Sí, no... me dejaría – sonrió recordando sus cuidados en Jinja – ella... me... dice que... me quiere.

- Claro hija, pronto la tendrás aquí – la animó, al ver que esa idea daba una luminosidad especial a su habitualmente apagada mirada.

- Mamá – le dijo con una sonrisa abrazándose a ella agradecida por sus palabras, sabía lo mucho que debía costarle ceder en ese tema – tengo que... hacer muchas cosas... tengo que... conseguir que papá no vaya a la cárcel, solo quería ayudarme, ¿verdad?

Su madre se mordió el labio inferior en un gesto que Natalia también repetía cuando querían guardarse lo que pensaban y buscaban una respuesta rápida. No deseaba mentirle a su hija, pero tampoco podía contarle la verdad y mucho menos viendo como estaba. Ya había pasado toda la noche hablando con Isabel, y la detective se había puesto en marcha para lograr arreglar todo aquel embrollo. Aún no se lo había dicho a Mikel. Se iba a enfadar y mucho con ella. Pero no podía permitir que su hija siguiera en peligro. No de aquella forma y sin saber qué era realmente lo que ocurría. Esas drogas que le habían administrado podían haberla conducido a la muerte y ella no iba a permitir que fuera así. Y luego estaba el asunto del accidente. No podía creer lo que había descubierto. No quería creerlo.

- ¿Y qué vamos a hacer con el juicio? Porque la niña está empeñada en que ella no conducía, Mikel. Vas a tener que hablar tú con ella. Porque a mí no me escucha y mucho me temo que acabe metiendo la pata.

- Es mejor que insistas tú.

- Pero ya sabes cómo es de terca. Repite que no se acuerda de nada, pero insiste en que no conducía.

- Ya...

- No hay forma de que se convenza de que estaba en ese coche. Nunca debimos contarle aquella mentira.

- Eso ya no tiene remedio y creímos que era lo mejor para ella.

- Pero ahora niega la realidad y ni las fotos que ha visto la hacen creer que conducía aquella noche. Está empeñada en que no lo hacía

- Y es que era así.

- ¿Qué? ¿te he entendido bien?

- Sí. Me has entendido. La niña no conducía.

- ¿Cómo que no conducía? ¡Mikel! ¿qué me estás contando ahora?

- Nunca te lo dije por no preocuparte más de lo necesario. Esa noche, la del accidente, recibí una llamada. Me contaron que Natalia había tenido el accidente y que ella conducía el vehículo.

- Eso ya lo sé.

- Todo lo que hice esa noche, todas las decisiones que tomé fueron por librarla de esa responsabilidad, por librarla de esa carga de haber matado al crío y las consecuencias que eso podía acarrearle con Juan. Pero... pocos días después... me dijeron que no fue esa la realidad. Me... me enseñaron unas fotos y unas grabaciones para convencerme.

- ¿Convencerte de qué?

- De que... hiciera negocios con ellos.

- ¿De qué me estás hablando? ¿quién te llamó?

- Eso es lo de menos. Me contaron que... que sacaron el coche de la niña de la carretera, les fue fácil porque le echaron algo en la bebida durante el almuerzo. Eso hizo que no se encontrara bien y que condujera Ana. Y ya sabes cómo conducía Ana...

- Acababa de sacarse el carnet, su marido nunca la dejó.

- Su inexperiencia la hizo tomar una mala decisión. Y... cuando estaban fuera, las cambiaron de asiento y obligaron a Nat a beber.

- ¿La niña no miente?

- No. Lo que no sé es cómo recuerda todo eso. En la clínica se encargaron de que no lo consiguiera.

- Y sabiendo todo eso has dejado que la niña... ¡si es inocente! No puede pasarle nada, ni a ella, ni a ti.

- No entiendes nada, me tienen en sus manos, si no les hago caso... todos estaríamos en peligro.

- ¡Es tu hija, Mikel! ¡tienes que darle a la policía esas grabaciones!

- No las tengo. Solo me las mostraron.

- Pues tienes que contarlo todo.

- No puedo.

- ¡Es tu hija! ¡tienes que pensar en ella!

- Y en ella pensaba cuando tomé la decisión de ingresarla y hacerla creer que no estaba en ese coche. Y tú estuviste de acuerdo.

- Yo no sabía todo esto. No puedo creer que hayas sido capaz de... ponerla en peligro de este modo.

- No había más alternativas, la otra opción era la muerte.

- Pero no lo entiendo... ¿por qué la niña?

- Porque era mi hija y porque... se decidió a llevar Adelante ese maldito proyecto de campamento médico en el poblado.

- No entiendo nada, ¿qué tiene eso que ver?

- Les obstaculizaba los negocios.

- ¡Pero qué negocios!

- Eso da igual. Lo importante es que conseguí que la dejaran en paz. Les amenacé y les dije que de mi hija me encargaba yo, que si le pasaba algo lo contaría todo. Y dejarían de tener mi ayuda. Y así ha sido hasta ahora...

- Mikel... ¿en qué andas metido?

- Amor... es mejor que no lo sepas... mientras menos conozcas más segura estarás.

- ¡Cuéntamelo! Mikel, cuéntamelo. Si no me lo cuentas...

- Está bien... está bien... siéntate, lo que tengo que contarte es algo muy serio.

- Me estás asustando.

- Es para hacerlo.

La voz de su hija la hizo volver a la realidad y notar que unas lágrimas caían por sus mejillas.

- Mamá... qué te pasa...

- Eh... nada hija, nada, que estoy feliz de ver que estás mejor y consientes en tomar algo.

- ¿Seguro que es eso?

- Sí, es eso.

- Estás cansada... no tienes que... estar aquí... yo... estoy mejor y...

- No es eso cariño. ¿Dónde voy a estar mejor que con mi niña?

- Mamá... - sus ojos se humedecieron y su madre la besó en la frente - ¿estás... preocupada por... el juicio? yo... haré lo que... papá quiera... él... solo quería ayudarme...

- No pienses en eso ahora – respondió su madre preocupada, sin creer en aquellas palabras - Solo en ponerte bien – suspiró aliviada de verla con esa decisión – me has tenido tan asustada y tan preocupada.

- ¿De verdad?

- Eres mi niña ¿cómo no iba a estarlo? – le preguntó acariciándola con una ternura que Natalia nunca había visto en ella – perdóname hija – le pidió al tiempo que se sentaba en la cama para pasarle el brazo y atraerla hacia sí – perdóname - Natalia se acurrucó en ella, sin responder, abrazada a su cuerpo – yo solo deseo que te repongas y seas feliz – Natalia sintió que las lágrimas ahora sí que rodaban por sus mejillas, descontroladas, no podía imaginar nada mejor que estar en compañía de aquella persona que le estaba haciendo sentir una felicidad que tenía olvidada, "esa felicidad me la das tú, mamá" – y me vas a tener a tu lado día y noche, hija.

- Mamá...

- Te quiero hija, te quiero muchísimo, y vamos a salir de esto, ya lo verás, y cuando lo hagamos, seré la primera en felicitarte por todo, por la clínica, por... por... lo que sea.

- Lo que sea se llama Alba – elevó sus emocionados ojos hacia ella, con una expresión casi divertida que enterneció a su madre.

- Bueno pues por eso, si hace falta, también – le dijo abrazándola de nuevo – tendré que ir buscándome un traje para la boda.

- ¿Irías?

- Claro que sí. Si ella te hace feliz... y... te devuelve las ganas de vivir... yo... no tengo nada más que decir.

- No te preocupes que eso no va a pasar...

- ¿El qué hija?

- La boda... no... no va a pasar.

- ¿Por qué no? No digas eso cariño, si la quieres yo no voy a oponerme y claro que os podréis casar y ser felices. Y espero que me deis algún nieto más. Un niño, que tu hermano no sabe hacer nada más que niñas...

- ¡Mamá!

- Natalia, hija, ¡no sabes lo que me gusta verte más animada! Y yo sé que ha sido por esa llamada. Y sé que os queréis y que yo... no os he ayudado nada, pero... eso se terminó. Si es la persona que tú has elegido...

- Ella... me quiere, pero... se lo he notado... se... se quiere quedar allí – le dijo con tristeza. Sus ojos volvieron a oscurecerse y su madre se apresuró en cambiar de tema.

- No pienses en eso ahora. Solo en ponerte bien.

- Eso... dice ella, que... solo piense en... recuperarme.

- Y tiene toda la razón. Ya tendréis tiempo de hablar y decidir lo que vais a hacer.

- Solo somos amigas y eso seguiremos siendo, ella... tiene otra vida y yo... tendré la mía.

- Así me gusta, cariño. A partir de hoy se acabó el llorar por nada, vamos a salir de esto juntas. Ya lo verás.

- Claro que sí mamá, claro que sí.

María la besó en la frente y la dejó descansar. Se acercó al ventanal y lo abrió un poco para que se ventilase la habitación. Los agentes de seguridad pasaban en ese momento por la ventana en su ronda habitual. Todo estaba tranquilo. Miró hacia Natalia que permanecía los ojos cerrados, no dormía, pero descansaba más tranquila y eso la llenó de alivio. Con cuidado de no hacer ruido entró en el baño.

Al salir, Evelyn estaba junto a la pediatra. María sintió que el corazón le daba un vuelco, no se la espera allí y todo lo que le habían contado la alertó. La detective se giró con cara de pocos amigos. María le mostró su desagrado. No le gustaba aquella mujer, se tomaba muchas libertades en casa de su hija por mucho que fuese detective y que su trabajo consistiese en protegerla. La detective soltó el vaso con que le había dado agua a Natalia y se acercó a ella con decisión.

- No vuelva a dejarla sola – le recriminó de malos modos y en voz baja – si necesita salir ir al baño o lo que sea me llama.

- Solo ha sido un momento.

- Aunque solo sea un momento. Alguien envenena a su hija, y ni siquiera sabemos quién ni con qué, o logramos que dejen de hacerlo o no va a contarlo.

Su brusquedad hizo que los ojos de María se abrieran de par en par. Adela no le había contado las cosas así, solo le había hablado de drogas y de un veneno que le inyectaron en cuando la retuvieron en la chabola y que ya tenían controlado, pero si lo que decía esa detective era cierto, Mikel podía tener la clave de todo.

- Por eso no puede dejarla sola, ¡ni un segundo! ¿queda claro o no?

- Voy a hacer una llamada, quédate con ella – le ordenó altiva, mordiéndose el labio para no poner en su sitio a la detective.

Evelyn se quedó en jarras viendo como salía del cuarto y regresó junto a la pediatra.

- ¿Qué... pasa?

- Nada, Nat.

- Mi madre...

- Tiene que hacer una llamada. Yo me quedo aquí.

- No... hace falta.

- ¿Quieres más agua?

- Sí. Por favor.

- ¿Ves como sí que hace falta?

Natalia sonrió levemente.

- Mi madre... no está acostumbrada a...

- Gente como yo. Ya me he dado cuenta. Intentaré... refrenar mi lengua.

- Evelyn...

- ¿Qué?

- Gracias por... por todo... tú... no tienes que...

- De nada, Nat – sonrió y le dio una palmadita en la mano – es mi trabajo.

- No. No lo es...

- Bueno... no me importa hacer de enfermera unos minutos. Así te tengo controlada.

- Gracias...

- Deja de darme las gracias. Anda bebe un poco más de zumo.

- No.

- Sí, tienes que tomar líquidos. Ya lo sabes.

- No quiero más.

- Un poco más – insistió y Natalia cedió y tomó un par de sorbos con esfuerzo - ¿tienes nauseas?

- Sí.

- A ver... no recuerdo qué tenías que tomar cuando... - comenzó a levantar los pequeños botes de medicinas que había en la mesita de noche.

- Creo que... me han cambiado al Pro...pofol... es... inyectado.

- ¿Te fías de mí? las únicas inyecciones que he puesto son a mi cocker que es epiléptico.

Natalia sonrió.

- Creo que... me puso... Adela...

- Entonces mejor nos estamos quietas, ¿no?

- No. Lo necesito... no quie... ro – tomó aire de nuevo – vomitar... más...

- Bueno, a ver qué tenemos... - cogió el bote y comenzó a mirar las instrucciones. Mira... ya tienes aquí a tu madre. Ella sabrá lo que debes o no tomar. Os dejo solas.

María llegó sonriente y besó a su hija en la mejilla.

- He hablado con tu padre – le dijo fijándose en la mesilla, de nuevo aquella sensación de intranquilidad la invadió - ¿y este vaso?

Natalia giró la cabeza intentando ver de qué le hablaba.

- El zumo.

- No. El zumo te lo traje en un vaso alto y... ¿has estado bebiendo?

- Eh... sí... un poco.

- ¿Tú sola?

- Evelyn me ha ayudado.

- ¿Te ha traído algo?

- No – la miró extrañada por sus preguntas.

- ¿Te ha dado lo que tenías aquí?

- Sí... agua y... un poco del zumo. Mamá, ¿qué pasa?

- Nada hija – sonrió – tu padre que dice que va a venir en cuanto envíe un pedido muy importante.

Natalia asintió y sus ojos reflejaron lo mucho que le agradaba la idea. Sentir el apoyo de sus padres en esos momentos la llenaba de una calma que siempre le resultaba difícil de lograr. Era absurdo sentirse más segura junto a ellos que con toda la vigilancia que la rodeaba, pero era así como se sentía. Hasta las náuseas parecían haberse pasado. Tenía la sensación que con su padre allí, a su lado, protegiéndola como cuando era pequeña, nada podía ir mal.



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Alba cortó la comunicación y se quedó unos instantes con la vista fija en la radio. Tan absorta estaba que no se percató que Germán había regresado.

- ¿Cómo sigue?

- ¿Eh?

- ¿Qué pasa? ¿está peor?

- No... no, bueno... creo que no.

- ¿Y esa cara a que viene entonces?

- No sé – suspiró – la he notado muy... rara.

- ¿Rara? ¿qué quieres decir con eso? ¿qué está enfadada contigo por haberte marchado?

- No. No parece enfadada. Está... ¡bah! no me hagas caso, son tonterías mías – volvió a suspirar.

- Bueno... lo importante es que esté mejor. Y que su organismo se limpie sin demasiados problemas.

- Ya...

- Venga anima esa cara y vente a ayudarme un rato.

- ¿Con un solo brazo?

- Con tus consejos.

- ¿Y desde cuando necesitas tú mis consejos? - lo miró agradecida por lo que sabía que intentaba.

- Desde siempre – le guiñó un ojo y tiró de ella hacia fuera – y ahora me vas a contar exactamente como está mi dama de la media almendra.

- ¡Germán! no la llames así que no le gusta.

- ¿Y cómo se va a enterar? ¿se lo vas a contar tú?

- Déjate de bromas que estoy muy preocupada.

- Vamos a ver, y eso porqué, ¿no dices que está mejor?

- Sí – suspiró – pero... es que... no creo que sea así.

- ¿Por qué?

- Porque he hablado con su madre.

- ¿Y qué te ha dicho? ¿qué está peor?

- No. No es lo que me ha dicho, es... lo que no me ha dicho.

- Niña... esa costumbre tuya de buscarle los tres pies al gato... comienza a ser preocupante.

- No es eso. Es que... bueno... ya sabes cómo es María y... yo no soy santo de su devoción y... me escama que se haya portado conmigo con... amabilidad. ¡Demasiada amabilidad!

- Pues mucho mejor ¿no?

- No sé... creo que... intenta agradar a Nat que... si Nat estuviese bien su madre sería como siempre y... el que quiera que yo hable con ella... el que la llame cariño y... ¡me da mala espina!

- ¡Niña! No seas así. Estará preocupada por ella y querrá que se anime. Es su madre, antes o después tenía que ceder.

- ¿Y por qué precisamente ahora? cuando ya me he ido, cuando... - su voz se entrecortó y se le saltaron las lágrimas – creo que nos están mintiendo, creo que Nat está peor de lo que nos dicen... qué...

- Eh... vamos – le apretó el brazo - ¿qué te ha dicho Lacunza exactamente? Porque has hablado con ella ¿no? ¿o solo con su madre? A ver si voy a tener que hablar yo con ella.

- Si apenas me ha dicho nada, solo que... está cansada y que... que no entiende porqué me he marchado.

- ¿Y qué le has dicho?

- Nada. No me fío de hablar por aquí después de lo que me has contado.

- ¿Y cómo se lo ha tomado?

- No sé. Está tan apagada y tan... ¡tengo que ir Germán! tengo que ir a verla, se lo he prometido. Necesito explicarle que... que si me he ido es porque... porque yo...

- Te dejas llevar por los celos y por tu miedo a perderla, y no hablas con ella que es lo que deberías hacer.

- ¡Ya te lo conté! Hablé con ella y... con Vero y yo... - su barbilla comenzó a temblar y su voz sonó ronca y baja – odio a Vero, ¡la odio!

- Niña... puede que ella te haya dicho cosas para hacerte dudar, pero... eres tú la que estás insegura en tu relación. La que debes convencerte de que tu amor es correspondido, cuando eso sea así, dará igual lo que te diga Vero. Lo que te digamos todos.

- ¡Germán! tienes que ayudarme a ir cuanto antes, por favor. Tengo que verla, tengo que... ir Germán, tengo que ir.

- Y vas a ir. Pero ahora es imposible y lo sabes. Hay que esperar unos días.

Alba suspiró y asintió.

- Vamos niña. Pronto te estarás riendo de todo esto con ella. Voy a hacer una cosa. Ven – le dijo girándose y volviendo sobre sus pasos.

- ¿Qué haces?

- Ahora mismo vamos a llamar a mi ex. Verás cómo nada es como crees y Lacunza está mejorando. Adela no nos mentiría en algo así.

Alba sonrió aliviada con su seguridad y su optimismo, que siempre conseguían hacerla ver las cosas de otra forma.



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Mikel miraba con recelo el teléfono. Esperaba la llamada que le confirmase que habían administrado a su hija todo lo necesario para recuperarse o al menos la que le confirmase que el cargamento había llegado a su destino sin contratiempos y que de inmediato precederían a liberar a su hija de ese veneno. No tenía ni idea de cómo iban a lograrlo porque su mujer le acababa de confirmar que la seguridad en torno a Natalia era absoluta y que ni ella ni Adela la dejaban sola un instante. Sin embargo a él le había asegurado que eso no era problema, que tenían sus medios para acceder a ella sin sospecha alguna. Eso lo hacía estar aún más intranquilo. La idea de que Natalia estuviese en peligro formaba ya parte de su día a día desde hacía mucho tiempo, pero el que lo estuviese su esposa, el que todo se le hubiese escapado a su control, no tanto. Cuando finalmente el teléfono sonó y reconoció la voz de su interlocutor, lo que escuchó no era lo que había esperado.

- No puedo hacerlo – se negó abrumado.

- Muy bien, lo entiendo señor Lacunza, vaya preparándose para el entierro de su hija.

- ¡No pueden hacer eso! Ya he mandado los dos cargamentos, y me prometieron que serían los últimos. ¡He hecho lo que me pedían!

- Le prometí que si cumplía el trato, su hija estaría a salvo, pero no lo ha cumplido.

- ¡Lo he cumplido!

- No. ¿Recuerda en qué quedamos cuando comenzamos a hacer negocios?

- ¿De qué me está hablando ahora?

- Nosotros le dejaríamos el dinero que necesitaba y usted...

- ¡Sería su esclavo toda mi puta vida!

- No sea mal hablado señor Lacunza y deje la ironía. Sabía muy bien dónde se metía. Estamos entre caballeros. Solo tiene que cumplir su palabra.

- ¡La he cumplido!

- Tengo entendido que su hija comienza a recordar el día del accidente ¿no es cierto?

- ¿Cómo sabe usted eso?

- Lo sé. Yo me entero de todo. Y si no recuerdo mal en nuestro acuerdo quedaba muy claro que, el que su hija no recordase nada de ese día, era tarea suya.

- Me encargaré de eso, pero no le hagan nada.

- Demasiado tarde, Lacunza. Su hija puede identificar a una persona que... no quiere ser identificada.

- Mi hija no dirá nada. Hará lo que yo le pida.

- No será necesario. Nosotros arreglaremos eso.

- Por favor... ella no...

- Cálmese Lacunza y escúcheme. Es necesario que se haga un nuevo envío. Solo así me pensaré lo de su hija.

- ¡Ese no fue el trato!

- Le repito que ese trato ya lo rompió usted. Ya no existe. Ahora jugamos con nuevas reglas. ¿Hará o no el envío? Le recuerdo que no está en disposición de negarse.

Mikel guardó silencio un instante. Calibrando sus posibilidades. Y se decidió a jugárselo todo a una carta.

- No voy a hacerlo. ¡Es muy arriesgado! Esas pobres mujeres...

- Muy bien. Acaba de firmar la sentencia de muerte de su hija. Acabo de dar la orden de que le suban la dosis. Le llamarán para decirle que su hija pierde lucidez y tiene problemas respiratorios. Espere la llamada y verá que no miento.

- ¡No puede hacer eso!

- Ya lo he hecho.

- ¿Y si mando el cargamento?

- Cuando nos confirmen que está en su destino, le administraremos la dosis que la haga reaccionar.

- No. Se la administran ya, o no mando nada.

- Eso es un gran error. Su hija morirá.

- ¡Y ya no podrán chantajearme más!

- Si no es su hija, será su hijo o sus nietas. Son dos pequeñas encantadoras y muy educadas. ¿Quiere verlas pasar por algo así?

- Me dijeron que solo querían que cerrara su campamento. ¡Jero y las niñas no tienen nada que ver en esto! – gritó alterado.

- No se altere, Lacunza, está perdiendo los papeles.

- Hablaré. Lo denunciaré a la policía – amenazó desesperado – tengo pruebas, grabaciones de nuestras conversaciones, tengo documentos que les relacionan con toda esta mierda, puedo decir fechas y destinos de los cargamentos y... - hablaba desesperado.

- No lo hará. Y enviará ese cargamento o su hija pasará a la historia.

- No puede hacer eso. ¡No puede hacerlo!

- ¿Ha hablado con los médicos de su hija? ¡Hágalo! Están dando palos de ciego. Y pronto descubrirán que es cuestión de horas. Cada minuto que pierde negándose, es un minuto de vida que le quita a su hija. No haremos nada hasta que el cargamento esté en su destino y si sigue perdiendo el tiempo su hija no aguantará a que eso sea así.

- ¡Hijo de puta! Haré lo que me pide, pero... por favor... que mi hija no muera, ¡por favor!

- Haberlo pensado antes de desobedecer y de traicionarnos.

- No les he traicionado.

- ¿Y esa autopsia que lucha por conseguir? Tenía que haber escuchado a su consuegro y no remover la mierda.

- Si mi hija no mejora en unas horas hablaré con la policía.

- No lo hará.

- Sí, lo haré. Y si me ocurre algo a mí o a mi familia, está todo dispuesto para que se haga público.

- No se ponga nervioso, Lacunza. Si hace lo que le digo no habrá que llegar a ningún extremo.

- Mi hija no tiene nada que ver con esto. Si no me comunican que mejora, todo estallará. ¡Estallará!

Se atrevió a colgarle el teléfono, temblando. No soportaba más toda aquella presión. Necesitaba un trago. Necesitaba pensar cómo solucionar todo aquello. Tenía que llamar a su amigo Robledo, sí, eso es lo que iba hacer seguro que él sabía cómo afrontar la situación. El aparato volvió a sonar y lo cogió con furia.

- ¿Qué quiere ahora, cabrón? – gritó fuera de sí.

Inmediatamente, supo que no se trataba de él.

- ¡María! Perdona creí que... pero ¿qué pasa? tranquilízate mujer que no entiendo lo que me dices.



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Mikel bajó del taxi y corrió hacia el hospital. Temía no llegar a tiempo. Había logrado un vuelo gracias a sus contactos y en menos de una hora se había puesto en Madrid, pero el tráfico era infernal y había tardado más en llegar allí desde el aeropuerto que en el vuelo desde Sevilla. María lo había llamado tan alterada que apenas logró entender lo que le decía, pero tenía una cosa clara. Había que parar todo aquello. No podía permitir que le arrebataran a su hija. Él había cumplido su parte del trato y tenía que exigirles que cumplieran con la suya.

María lo recibió hecha un mar de lágrimas. Le explicó que Natalia permanecía ingresada en la UCI. De nada había servido preparar una habitación exclusiva y rodeada de seguridad. Su estado había empeorado de tal forma en las últimas horas que se había hecho necesario su traslado sin medidas de seguridad ni permisos. La mismísima Isabel la había acompañado personalmente en la ambulancia y permanecía allí dentro, junto a ella. Sin que nadie le hubiese dicho en esas angustiosas horas nada más que se esperase lo peor.

- Lo peor, Mikel, ¡lo peor! es lo único que me han dicho.

- Tranquila, amor. La niña es fuerte y terca. Siempre lo ha sido y saldrá de ésta – la animó confiando en que todas sus llamadas y todas sus acciones contribuyeran a que así fuera.

- Si le pasa algo... no voy a perdonártelo, ¿me oyes?

- Amor...

Su móvil comenzó a sonar y miró la pantalla.

- Tengo que atender esta llamada.

- ¡Mikel!

- Es muy importante.

Se levantó sin dar más explicaciones y se alejó pasillo Adelante para no ser oído. Salió a una enorme sala de recepción y de allí a la calle y descolgó.

- ¿Qué están haciendo? el pedido saldrá mañana, ¡no he podido conseguir los permisos para que lo haga antes!

- No esperábamos menos de usted.

- ¡Y qué hacen! Mi hija está ingresada, ¡los médicos dicen que esperemos lo peor! tienen que ayudarla, he cumplido con lo que me han pedido.

- No se ponga nervioso, Lacunza. Y espere mi llamada.

Cortaron la comunicación y la desesperación se apoderó de él. Solo había una posibilidad para salvar a su hija. Lo había dispuesto todo para que así fuera y su dinero le había costado, amén de saltarse todo tipo de leyes y escrúpulos y de pedir unos cuantos favores que habría de pagar el resto de su vida.

- ¡Mikel! ¿se puede saber qué haces? – María estaba a su lado, con lágrimas en los ojos por primera vez en su vida mirándolo con decepción y algo de desprecio – Cruz ha salido un momento, dice que podemos pasar a verla.

- Tengo que hacer una llamada.

- Mikel, tu hija se está muriendo, ¿ni siquiera ahora puede esperar esa llamada?

- No, amor. Es muy importante.

- No quiero entrar sola.

- Déjame hacer esa llamada y ahora entro contigo – la besó en la frente – y confía en mí, la niña se va a poner bien.

María volvió a la puerta de la UCI. No entendía a su marido. Toda la vida a su lado, desde críos y era un extraño para ella. Sentía que un grueso y alto muro se había creado entre ellos. La desconfianza, la decepción, la rabia anidaban en su corazón y arremetían contra todos los recuerdos de la vida compartida, de los hijos en común, de los buenos momentos.

- Amor... ¡esto es lo más maravilloso que haremos en nuestra vida! por mucho que nos vaya bien, nada será comparable a esta perfección.

Lo veía aún delante de ella con su hija recién nacida en brazos, acunándola con orgullo, mirándola con aquella infinita ternura que siempre la enamoró de él.

- Jamás dejaré que le ocurra nada a mi pequeña princesita. ¿Verdad, mi niña?

¡Mírala, amor! ¡es preciosa! ¡Natalia! Quiero que se llame Natalia, como mi madre.

- ¡Mikel! ¿Natalia? es un nombre muy antiguo y...

- ¡Natalia! No puede llamarse de otra forma con esta carita de ángel.

Se sentó en las sillas corridas que había enfrente de la entrada de la UCI. Abatida. Sin entender al que había sido su compañero, su apoyo, el padre de sus hijos. Luchando por no echarse a llorar, intentando controlar sus sentimientos como había hecho a lo largo de toda su vida.

Adela salió de la UCI con cara de circunstancias y se sentó a su lado, la tomó de la mano y se la apretó en un intento de transmitirle unos ánimos que no sentía.

- ¿Qué? – la miró con esperanza, pero Adela negó con la cabeza y suspiró, arrebatándole los pocos ánimos que intentaba buscar dentro de sí - ¿Será rápido?

- Sí.

- ¿Cuánto le queda?

- Horas... pocas...

- Pero si estaba mejor... si... no sé cómo no me di cuenta antes... - se lamentó bajando la vista – creí que estaba cansada...

- Tú no tienes la culpa, María. Yo no debí dejarte sola en la casa, Nat necesitaba un médico a su lado en todo momento...

- Hija, tú bastante has hecho estando día y noche a su lado.

- No ha sido suficiente.

- Pero ¿qué ha pasado? parecía mejor...

- No sabemos qué ha pasado... no... tiene explicación... su... su cuerpo estaba debilitado, pero... no tanto como para... esto... Isabel cree que... - la miró sin atreverse a decirle las sospechas de la detective. Tenía que estar equivocada. Ella la había visto desvivirse por su hija como nunca le viera. Era imposible que María... fuera la responsable del estado de Natalia – tú... ¿no la dejaste sola en ningún momento?

- Solo un momento, pero Evelyn se quedó con ella – recordó nerviosa - No quiero que muera, se podrá hacer algo...

- Ten la seguridad de que hacen todo lo que pueden... ella no sufre... no se está enterando...

- Quiero verla. Cruz me ha dicho que podemos pasar...

- Claro... voy... voy un momento a llamar a... Germán creo que... Alba debe saberlo y... en cuanto vuelva, entramos.

- Mikel también querrá entrar.

- ¿Ha llegado ya? ¿dónde está?

- Fuera. Llamando por teléfono.

- Búscalo. Si queréis pasar es mejor hacerlo ya. Mientras yo hago esa llamada.

María asintió, pero permaneció sentada en las sillas. Adela se alejó y ella no tuvo fuerzas de ir en busca de su marido. El cuerpo le pesaba como el plomo y estaba segura de que las piernas no la sostendrían.

En ese momento Mikel llegó corriendo visiblemente alterado, respiraba con dificultad y María se levantó alarmada.

- ¡Mikel! ¿qué pasa?

- Pro...pofol... propofol... es lo que... lo que ha salido en la autopsia – Adela que acababa de cortar la comunicación con Germán se acercó a ellos a toda prisa, creyendo haber escuchado mal.

- ¿Qué? – María se levantó asustada, ¿era cierto que habían asesinado a Ana? En su fuero interno anhelaba que no fuera así, que solo hubiese sido una amenaza a su marido para intimidarlo.

- Propofol – repitió intentando serenarse, la carrera que se había dado y el nerviosismo que le provocaba la información lo tenían al borde de otro infarto – y...

Adela palideció al instante.

- ¿Qué quieres decir con eso? – miró al padre de su amiga que tomaba aire a grandes bocanadas – María – esperaba que ella le aclarase sus dudas cuanto antes.

- Habla de Ana... mi marido sospechaba que su muerte no era... natural. Hablé con Isabel anoche y... me prometió que conseguiría la orden para la exhumación y... ¿cómo las has conseguido tú? – se volvió hacia él.

- ¿Qué hiciste, qué? – una mezcla de enfado y pavor asomó a la mirada de su esposo. ¡No podía creer que hubiese hablado con esa detective! ¡Acababa de sentenciarlos a todos!

- ¡Tenía que hacer algo!

- ¿Le inyectaron propofol a Ana? – Adela estaba más interesada en la información que acababa de escuchar que en una discusión marital - ¿estás seguro?

- Eso acaban de confirmarme.

- ¡Dios mío! – Adela salió corriendo y entró en la UCI dando una gran palmada a la puerta.

- ¡Adela! Mikel.... – sus ojos se llenaron de lágrimas – haz algo... la niña...

- Ya lo he hecho, amor... ya lo he hecho.

- ¡No has hecho nada! solo ponerla en peligro y ¡mira como estamos!

- He... he hecho algo horrible – la miró compungido – he contratado a unos tipos para que... he profanado la tumba de Ana y he llevado su cuerpo a la clínica de Roberto, hablé con él, le he contado todo y... le he pedido que nos ayude, y allí le han hecho la autopsia. Yo diré que los obligué a hacerlo, que estaba desesperado...

- Pero Mikel... ¿de qué me hablas ahora?

- No había tiempo para esperar permisos y yo... he hecho todo lo que tenía que hacer para evitarlo, pero se han reído de mí. Hice lo que me pidieron, pero... querían más y más y... no confiaba en que pararan a tiempo de salvar a la niña...

- Mikel...

- Todo irá bien... la niña se pondrá bien, ¡ya verás!

- ¿Y tú?

- Eso ahora no importa. Mi abogado también está al tanto de todo. Y es bueno, ¡muy bueno! Me sacará de todo este lío. Ahora lo importante es que la niña se recupere.

- ¡Dios te oiga! tenemos que rezar Mikel para que así sea. ¡Tenemos que rezar!

Mikel tomó a su mujer por la cintura y la condujo a las sillas. Se sentaron, uno al lado del otro, con sus manos unidas. Solo cabía esperar.



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En el poblado chabolista de las afueras de Madrid. Mara corrió a la puerta del campamento. Lo hacía todos los días con las esperanza de que los médicos hubiesen regresado. Con la esperanza de que Natalia estuviese allí. Y como cada día desde que lo cerraran, su carita de ilusión se desvanecía y cabizbaja se alejaba del lugar en busca de alguna aventura, en busca de Pancho o de algo que hacer.

Su abuela y ella habían vuelto a la chabola. También lo había hecho María José. Ya no podían vivir en las cabañas del interior del campamento. Todo había cambiado desde el día en que Natalia fue en busca de su regalo. Ahora sabía que la habían engañado y que Natalia estaba muy malita por su culpa. No se hablaba de otra cosa en el poblado. Había llorado mucho pensando que estaba enfada con ella y por eso no volvían por allí. Pero María José la invitó a merendar y le explicó que nada era así, que Natalia la quería mucho y que volvería en cuanto pudiese.

- Pero he oído que la tullía no va a volver.

- Volverá, Nat siempre cumple sus promesas.

Le gustaba esa anciana y le gustaba hablar con ella y aprender a leer con ella.

- Verás qué sorpresa le vas a dar a Nat cuando vea que bien lees ya.

Esa idea la llenaba de regocijo y se esforzaba por aprender cuanto antes. Anhelaba que llegara el día en que se sentase en sus rodillas y le demostrase lo mucho que había aprendido. Pero en las últimas semanas había dejado de acudir a casa de María José y temía que todo se le olvidase. Su abuela requería cada vez más de su presencia y solo podía permitirse pequeñas escapadas matutinas, como aquella, antes de que la anciana se despertase y reclamase su ayuda para ir al baño, para servirle un vaso de leche o vestirse. Su abuelita cada día estaba más torpe con las piernas, cada día olvidaba más cosas, cada día tenía más tos y cada día le regañaba más. Pero ella no reparaba en esos cambios, al menos no lo hacía con preocupación. Los había introducido en su vida cotidiana como algo más y vivía ajena a lo que podían significar.

Se detuvo un momento y regresó sobre sus pasos, había oído el motor de un coche y pensó que quizás fuera uno de los médicos o Sonia, ¡echaba mucho de menos a Sonia! Y aunque le habían explicado que ya no volvería a verla, ella albergaba la secreta esperanza de que no fuera así, de que su nuevo barrio no le gustase y volviese con ellos. Y quizás ese día fuera su día de suerte y ese motor fuera el de uno de sus coches. Nadie en el poblado se levantaba tan temprano y mucho menos los hombres y ella había pasado toda la noche abrazada a su atrapasueños, pidiendo que así fuera. Pidiendo que Natalia y Sonia regresasen por allí. Pero no era así, en el coche pasaron dos chicos que debían volver de la ciudad. ¡Le hubiera gustado tanto que Natalia viajase en él! Pensaba mucho en las veces que le hacía el burro, en los besos que le daba y sus ojos brillaron de entusiasmo recordando lo mucho que se divirtió el día que vinieron a recogerlas a María José y a ella y las llevaron a su casa. ¡Natalia vivía en un palacio de princesas! Su casa era enorme. Pero no pudo verla y se marchó de allí sin cumplir su deseo. El deseo de sentarse en sus rodillas y contarle que ya podía leer sola su cuento y que se había aprendido de memoria todos los animales del libro que le regaló cuando volvió de África.

Unos ladridos la distrajeron y buscó con la mirada al perro.

- ¡Pancho!

El animal saltó hacia ella esperando recibir algo de lo que la pequeña mordisqueaba. Y tuvo suerte. El mendrugo de pan fue compartido con él, aunque no el chocolate.

- No es que no quiera darte, Pancho, es que Nat me dijo que el azúcar es muy mala para los perritos. Y por si no lo sabes tu eres un perrito – le explicó acariciándolo y succionando con fruición la última jícara de la tableta.

Las había estado racionando en espera de que abrieran el campamento y le dieran algunas cosas de comer. Pero desde que lo habían cerrado nadie había aparecido por allí y tanto ella como su abuela estaban terminando sus existencias. Hasta la misma María José había vuelto a salir todas las mañanas en busca de alguna limosna que les permitiera ir tirando. Y al regresar era ella la que compartía un poco de pan, algún dulce o un cartón de leche con ellas. Se habían acostumbrado demasiado a la "buena vida" que les proporcionaba la protección del campamento y la ayuda que Natalia les prestaba a algunas de las familias. Pero eso había terminado de golpe.

- Pancho, ¡espera!

Corrió tras el animal que al ver que no recibiría nada más se marchaba olisqueando aquí y allá en busca de algo más de alimento.

Mara lo siguió divertida de verlo saltar y correr y se introdujo tras él en el cercana arboleda. No iba por allí desde la noche en que se topó con el gitano. Había pasado tanto miedo que nunca más se habría atrevido a salir del campamento. Pero su mente infantil olvidaba pronto y además estaba a plena luz del día. No podía perderse como la última vez y tampoco tenía miedo de encontrase con el estudiante. Desde que pasó todo no se le había vuelto a ver el pelo. Así es que no tenía nada que temer.

Lo que no podía imaginar era que sí que volvería a encontrarse con él, y que sería un encuentro que jamás podría olvidar.



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Germán llevaba más de media hora intentando contactar con Madrid sin éxito. Alba había optado por salir de la habitación de la radio, el calor allí dentro era insufrible y no es que fuera se estuviese mucho mejor pero al menos tenía la sensación de que se respiraba algo más. Se encendió un cigarro mientras aguardaba nerviosa. Le había prometido a Natalia dejar de fumar pero ese no era precisamente el mejor momento para intentarlo, debía aplacar sus nervios como fuese. Esa sensación de desasosiego no la había abandonado desde que lograra hablar con Natalia esa misma mañana. Y los fallidos intentos de Germán de contactar con Adela, no contribuían a tranquilizarla. En uno de sus paseos delante de la radio levantó la cabeza y vio a Yumbura que se acercaba hasta ella acompañada de una joven y una niña de unos seis o siete años. Alba avanzó a su encuentro alegre de verla. Se abrazaron con afecto y su amiga manifestó la sorpresa que le producía encontrarla allí.

- ¿Has vuelto?

- Sí, ya ves, no dejaba de pensar en esto.

- ¡No lo sabía!

- Nadie lo sabía.

- ¿Y Nat? ¿ha vuelto contigo?

- No.

Su escueta respuesta hizo comprender con prontitud a Yumbura que no debía preguntar más. Ya lo haría cuando ambas dispusiesen de un momento de calma. Alba nunca había sido explícita con ella con respecto a Natalia, así nunca la ponía en el compromiso de saberlo, pero ella no necesitaba que su amiga lo fuera. Siempre había sido muy consciente de lo que significaba para ella la pediatra.

- ¿Qué te ha pasado?

- ¿Esto? – levantó un poco el cabestrillo - ¡es una larga historia!

- Estoy deseando que me la cuentes pero ahora... no tengo tiempo, necesito vuestra ayuda, ¿está Germán por aquí?

- Sí, intentamos hablar por radio, ¡pero no hay manera! Esta mañana puede un momento pero desde entonces nada de nada.

- Espero que no sea por nada importante.

- No... solo... quería saludar a Nat y ver como sigue, últimamente andaba regular.

- Vaya, lo siento, me cae bien.

- Bueno y dime, ¿qué pasa? ¿puedo ayudarte yo?

- Ella es Hadjatu y su hija Aminata – señaló a la pequeña y Alba les sonrió y se inclinó para hacerle una carantoña a la niña y saludar a su madre – han huido de su aldea porque Hadjatu no quiere que a su hija...

- ¡Alba! – Germán salía de la radio en ese preciso instante y fue hacia ella a la carrera.

- ¡Germán! – Yumbura se Adelantó a su encuentro le urgía hablar con él.

- Hola Yumbura – la saludó el médico sin extrañarse de tenerla allí – Alba... acompáñame un momento.

- Espera Germán, Yumbura me estaba contando que necesitan...

- Yumbura ¿nos disculpas un momento? Es importante niña – la cortó con decisión, intentando alejarla de ellas.

- Esto también lo es, Germán – Alba le indicó con un gesto que debía escucharla. El médico se volvió a Yumbura creyendo que traía noticias sobre la extensión de la epidemia de malaria.

- ¿La malaria?

- No.

- ¿Qué enfermedad? – la miró preocupado, si no era la malaria debía ser algo peor para que estuviese allí a aquellas horas y visiblemente alterada.

- No es eso – Yumbura señaló a sus acompañantes - Necesitan protección.

- ¿Moolaadé? – Germán miró a la joven y su hija imaginando de qué se trataba.

Yumbura y la joven asintieron.

- Ahora hablamos Yumbura – le dijo con seriedad – llévalas dentro y que os den algo de comer. Yo voy en un momento. Alba, vente conmigo.

- ¿Qué pasa Germán? – la enfermera lo miró extrañada por su comportamiento.

- Vamos – tiró de ella en dirección a las cabañas.

- Deberías haberlas atendido, vienen huyendo, seguro que se opone a la ablación de su hija y...

- Conozco la salindé, conozco ese maldito ritual de purificación, pero me piden protección y sabes lo que significa, tendremos aquí presionando a toda la tribu.

- ¡Tienen que respetar el derecho al asilo!

- No voy a discutir contigo de esto. Y menos ahora.

- ¡No me irás a decir que ahora cumples las normas! Tenemos que...

- Alba! No me digas como tengo que dirigir mi campamento – la cortó con brusquedad – pasa – abrió la puerta de su cabaña ante la atónita mirada de la enfermera que no entendía a qué venía aquel exabrupto.

Se volvió hacia él con el ceño fruncido y un ligero enfado por sus bruscos modales. Rara vez lo había visto así. Pero al encararlo comprobó que su expresión cambió a una más dulce y cariñosa.

- Niña... siéntate, tengo que contarte algo

No tenía que decirle nada más, su expresión hablaba por él, sin embargo ella no quería traducir sus gestos ni su cara en lo que tanto temía, ¡malas noticias sobre Natalia!

- ¿Qué pasa Germán? ¿es Nat?

El médico cogió una silla y se sentó frente a ella tomándola de la única mano que tenía libre. Respiró profundamente y clavó sus ojos en los de ella.

- Sí. Ya tienen el resto de sus análisis.

- ¿Y?

- Y he hablado con Adela, Nat no está bien. Nada bien.

- ¿Qué quieres decir con eso? ¿qué tiene? ¿cáncer?

- No. No es eso. Esta misma mañana, después de que hablaras con ella han tenido que ingresarla. Su cuerpo comienza a fallar. Y... no responde a ningún tratamiento.

- ¿Qué me estás diciendo?

- Sabes lo que te estoy diciendo.

- ¿Qué se va a morir?

Germán asintió levemente con la cabeza y la cogió de la única mano que le quedaba libre.

- Niña... lo siento... yo...

- Pero... - no era capaz de articular palabra ni de reaccionar. Germán comprendió que necesitaba una explicación.

- No solo se trata de las drogas que le suministraban. Hay restos de veneno, unas cardiotoxinas que se encuentran en el veneno de algunas serpientes, ya han probado con varios tratamientos, pero... no reacciona... sus órganos han comenzado a sangrar...

- Germán...

- Salvo que se produzca un milagro... entrará en fallo multiorgánico... puede durar horas o quizás un día o dos. No más.

- No. No. No puede ser.

- Niña, no te diría algo así de no ser cierto. Adela acaba de confirmármelo.

- ¡Pero tienen que hacer algo!

- Están haciendo todo lo que pueden. Le han administrado los mismos sueros que a ti, pero no remonta. Su organismo está más castigado que el tuyo, llevan muchos meses... envenenándola... han encontrado restos de esas carditoxinas en la pasta de dientes y en la crema de manos.

- ¿Por eso me sentí mal el día que dormí en su casa? ¡usé su pasta!

- Sí.

- Pero yo me puse fatal, ¿por qué ella no...? y... las usé más veces... me quedé allí más noches y... ¿por qué no me afectó las demás? tienen que estar equivocados Germán tiene que ser otra cosa – habló con precipitación y desesperación.

- No sé por qué no te afectó. Quizás cambiaban el medio de administrárselo. Pero las analíticas no mienten.

- ¡Tienen que mentir! Allí siempre salía que estaba bien y mira aquí.

- No está en su clínica, está en el Central.

- Pero si es lo que dices cómo es posible que ella no se pusiese tan mal como yo... como no se sentía así. Recuerdo que fue horrible, que me dolía el pecho las piernas no me respondían que... - se calló recordando muchas de las dolencias de Natalia.

- Porque al mismo tiempo le administraban el antídoto en pequeñas cantidades con la heparina. No intentaban matarla, solo tener a alguien en sus manos.

- ¿Qué quieres decir con eso?

- Su padre ha confesado que lleva años amenazado, posiblemente esto esté ocurriendo desde antes de que esté en la silla. Posiblemente esté en esa silla por efecto de todo ello. Si cuando estuvo aquí yo hubiese sido más tajante... si...

- ¡Dios mío! – se llevó una mano a la frente asimilando lo que acababa de escuchar y se levantó de un salto – ¿Nat sabe todo esto?

- Nat ya no puede enterarse de nada, y mejor para ella.

- Ahora entiendo por qué estaba siempre sin ganas de comer... y... ¡Germán!..

- Tenía que haberte escuchado cuando me contaste que reaccionó a tus pellizcos.

- ¡Qué más da eso ahora!

- ¡Tenía que haber atado cabos! la podía haber salvado.

- Tú no tienes la culpa, yo sí que la tengo por... por haberme marchado, por... haberle fallado... por no estar a su lado, le prometí que estaría que... no puede morirse Germán, ¡no puede! – las lágrimas que había intentado controlar se desbordaron desbocadas.

- Me gustaría decirte que se pondrá bien, pero... no puedo.

- Quiero ir... tengo que ir.

- Niña... ya no tienes tiempo.

- Si lo tengo, Nat me va a esperar, me va a esperar. Tengo que decirle que la quiero, que... si le pasa algo yo... yo me muero...

- Alba... piensa un poco, no vas a llegar y es muy peligroso intentarlo tal y como están las cosas.

- No vas a impedírmelo. Voy a ir. Voy a ir a verla, ¡cueste lo que cueste!

- Vas a calmarte y vamos a hablar de esto... no puedes salir del país.

- Pues me voy a Kenya, desde allí podré.

- Pero ¿estás en tu juicio? ¿Sabes lo que tardarás? Es imposible que llegues antes de...

- No vas a convencerme de lo contrario. ¡Voy a llegar! ¡tengo que llegar a tiempo! – sollozó fuera de sí.

- Sé lo duro que... es esto, pero entra en razón, y escúchame.

- No voy a escucharte. Me voy hoy mismo.

- ¡Alba!

La enfermera lo había dejado con la palabra en la boca y había salido corriendo de la cabaña. Germán se levantó y fue tras ella, pero al salir ya no lograba ver dónde se había metido.

Corrió al portón que permanecía cerrado.

- André. André.

- ¿Qué ocurre? – preguntó al verlo tan acalorado - ¿Problemas?

- No quiero que dejes salir de aquí a Alba, ¡bajo ninguna condición!

- ¿Qué pasa?

- Quiere regresar a Madrid.

- Imposible. Hasta que no se levante el toque de queda no hay salida ni llegada de tráfico aéreo.

- Quiere hacerlo por carretera, ir hasta la frontera y viajar vía Nairobi.

- Hay controles. No lo conseguirá.

- Por eso no quiero que salga, ¿entendido?

- Yo me encargo. ¿Por qué quiere marchar?

- Acaba de recibir la noticia de que una buena amiga se encuentra muy enferma.

- Lo siento.

- Es Nat.

- ¿Nat? Oh... ¡lo siento! – exclamó mostrando su sorpresa y sus condolencias, sabía que él también debía estar afectado, eran muchos años a su lado y había sabido ver que también le unía la amistad a aquella mujer - Confía... pronto sanará.

- No. No lo hará. Se está muriendo.

- Confía, amigo... cantaremos por ella.

Germán frunció el ceño y no respondió a sus palabras de ánimo.

- Te diga lo que te diga para convencerte no la dejes marcharse y si hace falta la detienes.

- Germán...

- ¡Es una orden! – casi le gritó.

André asintió. Germán era el director del campamento y él, el jefe del destacamento del ejército encargado de protegerlo. No podía darle órdenes. Solo debían colaborar en el trabajo. Dejarse aconsejar mutuamente. Sin embargo, André volvió a asentir aceptando esa orden. Pocas veces había visto a su amigo tan alterado y enfadado. Y sabía que no era con él, ni siquiera con Alba. Germán era un hombre curioso. Todos los días se enfrentaba a la muerte, a la de los demás y a la suya propia. A la enfermedad y al peligro. Y lo hacía con aplomo, con una serenidad que en pocos hombres conocía. Sin embargo, cuando la muerte era de alguien cercano a él, no era capaz de aceptarla, de asumirla como algo tan natural como la vida. Solo una vez le vio la misma mirada insegura que tenía ahora. El día que lo llamaron para comunicarle que su madre había muerto. Debía tener en mucha más estima de lo que imaginara a Natalia para encontrarse así, enfadado con el mundo y consigo mismo.




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