La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 127

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By marlysaba2


Alba llevaba más de media hora esperando ver aparecer a la pediatra, pero no fue así. Se recostó en el sillón sin esperanza alguna, convencida de que una vez más Natalia haría lo que consideraba que debía hacer y no lo que deseaba. Cerró los ojos y se mordió el labio inferior, en un intento de frenar físicamente la congoja que comenzaba a apoderarse de ella. No sabía qué más podía hacer o decir para que Natalia abandonase esa idea de separarse.

- Vamos antes de que me arrepienta.

Alba se incorporó de inmediato. Natalia estaba allí, frente a ella, con las mejillas encendidas, la mirada temerosa y un temblor en sus manos que la volvió loca.

- ¡Nat! – sonrió ampliamente - ¡has venido!

- Queda claro que es algo que queremos las dos sin más implicaciones.

- Muy claro.

- Venga, llévame a ese lugar que conoces – levantó su mano hacia ella.

- Tú también lo conoces – se la tomó con ternura – desde que se levantaron las nuevas chabolas las cabañas están vacías y hay una, la que pega a la pasarela superior, que nunca ha estado ocupada. Isabel está en el otro extremo. María José también.

- ¿Las cabañas? Alba...

- Es lo mejor que vamos a encontrar por aquí, ¿o le parecen poco a la señorita?

- No me refiero a eso... es que... ¿seguro que nadie se dará cuenta?

- Nadie.

- ¿Y Mara y su abuela? ellas no están en el extremo.

- En el centro. No podrán escucharnos. La abuela de Mara está como una tapia y la niña duerme como un tronco.

- ¿Y Fernando?

- ¿Te estás echando atrás?

Natalia suspiró agobiada.

- Deja de pensar tanto. Solo si alguien estuviese en el comedor con las ventanas abiertas podría escucharnos desde este pabellón. El despacho de Fernando da a la parte de atrás.

- Esto es... una locura.

- Estás aquí – sonrió – y no voy a dejar que te arrepientas.

Se situó a su espalda y la empujó hacia la puerta. Pero cuando ya estaba en ella en lugar de abrirla se detuvo.

- Espera, voy a decirle a Fernando que salgo.

- ¡Dios! Estás de guardia, ¿y si viene alguien?

- No va a venir nadie. Es raro que lo hagan.

- Pero y si viene.

- Tengo busca.

- ¿Desde cuándo?

- Desde que estoy en este campamento. Isabel quería tenernos a todos localizados.

- Ven – tiró de ella y la besó con intensidad. Sus dudas se disiparon y los impedimentos se borraron de su mente.

Alba se recreó en ese beso que le supo más dulce que nunca. Un beso maravilloso, que le abría las puertas de ese pequeño paraíso que solo ellas sabían crear.

- Corre – Natalia se separó y le dio una palmada en el culo – avisa a Fernando.

- Y tú ve poniéndote el abrigo, no pensarás salir así.

- Creí que pensabas meterme en el cuarto de enfermeras.

- Perdona, pero yo soy mucho más original. Y póntelo – lo cogió de la percha y se lo lanzó – no quiero que te me enfríes – le guiñó un ojo picarona.

- Te aseguro que estoy muy lejos de eso.

Alba rió y salió disparada al despacho de Fernando. Minutos después, las dos atravesaban con dificultad la pasarela que comunicaba el pabellón central con los barracones. La nieve se había acumulado y a la enfermera le costaba empujar la silla.

- Creo que será mejor que lo dejemos, esto está imposible y...

- ¡Ni lo sueñes! – susurró a su oído – yo paso esta pasarela como que me llamo Alba Reche.

Natalia intentó ayudar, cerrando el paraguas para contribuir al movimiento de las ruedas, pero fue en vano.

- Déjalo Alba. Es imposible – suspiró – está visto que...

- No voy a dejarlo, espera aquí que vengo en un momento.

- ¿Vas a dejarme aquí?

Alba abrió el paraguas y se lo tendió.

- Voy a por la pala de Salva. Verás como así nos es más fácil pasar.

- ¿Vas al cobertizo?

- Sí. No tardo.

- Vale – aceptó con temor.

La idea de permanecer allí sola en mitad de la noche no le agradaba lo más mínimo. Sabía que era absurdo temer allí dentro. Estaban los policías de turno. Veía desde allí la garita encendida, pero a pesar de toda la seguridad un sexto sentido la hizo estremecerse.

Alba había desaparecido de su vista. La siguió con la mirada hasta que bajó los escalones de acceso al pabellón central. Se empinó para seguirla desde los huecos de la barandilla de madera mientras atravesaba el patio. El verla le daba tranquilidad. Pero luego, Alba giró la esquina camino de la parte posterior y la sensación de soledad absoluta la embargó.

Su mente volvió a repetirle que se equivocaba. Si quería dejar marchar a Alba, si quería que fuera feliz, todo aquello era un inmenso error. Pero su corazón y su cuerpo le gritaban que no la escuchase, que se diese esa oportunidad, que la amase de nuevo, aunque luego decidiese que era la última vez.

Un ruido a su espalda la hizo girar la cabeza con una sonrisa.

- ¡Qué poco has tardado!

No había nadie detrás de ella. Una oleada de pánico la invadió. Prestó atención e intentó girar la silla, pero la nieve se lo impidió. Aquél sonido llegó a sus oídos alto y claro.

- ¿Alba?

No obtuvo respuesta. Estaba a punto de formular la pregunta que tantas veces había visto en las películas y de las que tantas otras se había reído con la enfermera, "¿Alba eres tú?", era estúpido preguntar eso. Si no lo era nunca se lo iba a decir.

- Alba, no tiene gracia, sabes que no me gustan estas cosas – intentó mostrarse enfadada, pero el miedo comenzaba a atenazarla y junto al frío que sentía comenzó a castañetear los dientes.

El ruido se escuchó más alto y Natalia se giró todo lo que pudo, convencida de que eran unos sigilosos pasos lo que escuchaba, segura de que quién fuese no estaba jugando y se le iba a echar encima de un momento a otro.

Seguía sin ver a nadie. Tenía la sensación de que podía escuchar hasta su respiración agitada. El cuello le dolía de tanto estirarlo y girar la cabeza, temiendo que quien quiera que fuese la asaltase por la espalda. De pronto, los sigilosos pasos se convirtieron en veloces y su corazón se disparó. Ni siquiera le salía la voz del cuerpo para gritar. Su atacante se echó sobre ella y le dio un fugaz beso en la mejilla.

- ¡Ya estoy aquí! - Alba había llegado a la carrera con la pala en la mano y Natalia casi se desmaya del susto, convencida de que la providencial aparición de Alba la había salvado de un ataque seguro - Verás cómo en un minuto podemos pasar sin problema - habló en voz baja - no quiero que cojas frío.

Natalia la observaba sin decir palabra. El miedo la había dejado completamente paralizada y ahora que la tenía allí era incapaz de reaccionar. Solo pudo abrazarse a sí misma.

Cuando tuvo los escasos quince metros que las separaban de la puerta de la cabaña despejados. La enfermera se situó a su espalda y la empujó hacia la puerta. Sacó las llaves y abrió con rapidez, para cerrar tras ella. Encendió la luz y la abrazó por la espalda, dándole un pequeño beso en el cuello y apresando con sus labios el lóbulo de su oreja.

- ¿Preparada? – le susurró insinuante.

Natalia no dijo nada, solo se estremeció. Alba la tomó de la mano y se situó frente a ella mirándola con una sonrisa que se borró al instante, al ver la expresión de la pediatra.

- ¿Qué te pasa? ¿estás bien?

Natalia asintió.

- Estás palidísima.

- Es... estoy... bien – balbuceó.

- No me mientas – la interrogó con la mirada - has cogido frío, ¡estás temblando! Voy a poner la calefacción ahora mismo.

- No. La calefacción no – le castañetearon los dientes.

- Pero Nat, si no puedes dejar de temblar.

- Ya se me pasa.

- La pongo bajita, pero tienes que entrar en calor y ahora mismo te metes en la cama.

- A eso hemos venido ¿no?

- No intentes bromear que conozco esa cara tuya ¿necesitas ir al baño?

- No.

- ¿Seguro que no estás mareada?

- Seguro. Estoy bien – insistió desviando la vista avergonzada. Tenía que controlar esos ataques de pánico porque resultaba patética comportándose así, como una niña asustadiza.

- Nat... aunque estemos aquí... yo lo único que deseo es que estés bien.

- Lo estoy.

- Esta mañana no lo estabas y te has pasado toda la tarde ahí fuera, mientras nevaba. Lo mejor es que te eches y descanses. Yo voy a buscarte algo calentito.

- Alba...

- Y no me protestes ¡a la cama ahora mismo!

Natalia se dejó hacer. El alivio que había experimentado al verla aparecer la había dejado completamente floja. Se sentía agotada y aunque deseaba con toda su alma abrazarse a ella, hacerle el amor, las fuerzas le fallaban. Alba fue dulce y cariñosa, se mostraba comprensiva y atenta. Cogió unas sábanas y vistió la cama a la velocidad del rayo. Luego, la ayudó en el baño y a cambiarse de ropa, ¡cuánto echaba de menos esa intimidad con ella! ¡cuánto deseaba que la última semana se borrase de sus vidas y poder afrontar el futuro junto a ella!

- Lo siento – murmuró dejando que Alba la arropara.

- Me encanta estar así contigo, mucho más que... lo que pensábamos hacer.

- ¿Ah, sí?

- Sí.

- Pues yo te veía muy entusiasmada con el plan.

Alba sonrió picarona.

- Ya tendremos tiempo de cumplir nuestros planes.

- ¿Tú crees?

- Estoy segura.

- Pero... te vas a marchar.

- Sí. A por un par de manzanillas calientes. ¡Qué yo también estoy helada!

- ¿Me vas a dejar aquí solita?

- Muy solita – sonrió insinuante – para que me eches de menos.

- No quiero manzanilla.

- ¿Un descafeinado?

- No quiero nada.

- ¿Nada?

- Bueno... que te quedes conmigo.

Alba sonrió y le dio un fugaz beso en los labios.

- Voy a por algo calentito, digas lo que digas, que sigues helada.

Se levantó sin escuchar sus protestas y regresó con dos humeantes vasos de manzanilla.

- ¡Joder cómo queman! – exclamó soltándolos con rapidez en la mesa y moviendo las manos de arriba abajo.

Natalia la observaba con una agradable sensación de bienestar. Cuando se encontraba con ella en esa intimidad se preguntaba cómo podía estar tan loca de querer perderla, de querer apartarla de su lado, cómo podía pensar siquiera que sería capaz de vivir lejos de ella. Estaba preciosa con la bufanda tapándole parte de la cara resaltando aquellos ojos que esa noche no dejaban de sonreír, esa maravillosa mirada que la acariciaba con mimo y le daba el calor que su cuerpo había perdido. La sensación de seguridad, de que a su lado nada podía ir mal, de que nada podía pasar volvió a ella con toda su fuerza. Se empeñaba en negarlo, se empeñaba en decirse que no la amaba, que debía dejarla marchar, pero no era así. No quería verla regresar a Jinja, no quería perderla, no quería dejar de sentir sus manos recorriendo su cuerpo...

- ¿Qué me miras?

- Nada.

- ¿Estás mejor?

- Si ya te he dicho que estoy bien.

- Ahora sí te creo. Tienes mejor cara. Y verás como con esto, terminas de entrar en calor – se sentó en el borde de la cama y le dio el vaso que Natalia cogió con ambas manos, para calentárselas y enfriar el contenido al mismo tiempo.

- Se me ocurre otra forma mejor de que entremos en calor – fue ahora ella la que se insinuó, con una mirada tan penetrante que Alba sintió crecer el deseo en su interior de una forma desmedida.

- ¿Estás segura?

- ¡Segurísima!

Alba se acercó lentamente y le quitó el vaso de las manos, para fundirse en un cálido beso. Un beso que ambas deseaban eternizar. "No puedes hacerle esto, estás siendo una egoísta, piensa en ella y no en lo que tú deseas"

- Alba... espera... espera.

- ¿Qué ocurre?

- Qué... que quiero que... ¿queda claro lo que hemos hablado, verdad?

- Sí, Nat. Me queda muy claro. ¿O es que a ti no?

- Eh... sí, sí, a mí clarísimo.

- ¿Entonces... qué pasa?

- Eh... nada – sonrió – que... sé que no debería darle vueltas y que... no debería decírtelo, pero... hoy cuando... cuando me has besado debajo del muérdago, yo...

- ¿Tú qué? – sonrió ante su nerviosismo.

- Yo... que creo que nos estamos equivocando, creo que nos hemos dejado atrapar por el pasado y que ese pasado... no nos va a dejar olvidar y... que esto... esto puede ser un gran error porque...

- ¡Ay, esta cabecita! – suspiró dándole un par de suaves golpes en ella - ven, ven aquí.

Tiró de ella y volvieron a besarse.

Natalia estaba convencida de que no debía pensar en ella como lo hacía, que no debía sentir como sentía si quería protegerla de todo lo que la esperaba. Pero su corazón era débil y aún palpitaba cuando la veía frente a ella, cuando le decía que la amaba, porque ella también lo hacía, como toda su alma, aunque fuera incapaz de pronunciar esas palabras.

- Nat – Alba jadeó besándola de nuevo, mientras las manos de la pediatra comenzaban a desnudarla.

Ambas sentían que todo era diferente, era la primera vez que se amaban sin la ilusión de un futuro en común, sin el convencimiento de envejecer junto a la otra, sin esas ideas comunes que las hacían volar tan alto que sentían la invulnerabilidad de la distancia. Era la primera vez que se amaban sin el delirio de saberse poseedoras de la otra, solo con el desesperado deseo que las consumía. Natalia dejó que Alba le arrancara la ropa, que sus manos atravesaran esa coraza racional y fría, logrando derretir con sus excitantes caricias cada centímetro de su piel, logrando enloquecerla con frases prohibidas y besos atrevidos.

La enfermera se detuvo un instante, observando su rostro encendido, sus labios entreabiertos reclamando más, sus manos temblorosas que se aferraban a la almohada ante su prohibición de tocarla. Ahora sí, cuando supo que la pediatra estaba a punto, las condujo a su cuerpo.

- Mandas tú – le susurró al oído.

Natalia sonrió. Recorriendo la espalda de la enfermera que sentada sobre ella se había erguido. Fue solo sentir sus manos y Alba se movió nerviosa comenzando a balancear sus caderas. Pero Natalia la frenó y la obligó a echarse en la cama. Alba entrecerró los ojos, regodeándose en esas manos que ya la recorrían por entero, gimiendo ante el roce de su lengua en sus muslos. No podía resistir más, la atrajo con fuerza, necesitaba besarla de nuevo, necesitaba sentir el pleno contacto, como si esos instantes, separadas, hubieran sido eternos. Se dejó llevar por el desatino de volver a amarla, de arder con ella en esa hoguera que ambas sabían encender, y que mantuvieron con una viva intensidad hasta que borrachas de caricias y besos, bebieron una de la otra por última vez, sumiéndose en un intenso orgasmo que las mantuvo unos minutos abrazadas, temblando.

- Nat... - Alba pronunció su nombre con intensidad, metiéndole el pelo tras la oreja y clavando sus ojos en ella, gritándole que todo aquello no podía terminar así, pero sin atreverse a pronunciarlo. Se habían hecho una promesa y no quería ser ella quien la rompiese.

- No lo digas – le pidió entendiéndola a la perfección.

- Dilo tú – le suplicó perdiéndose en ella de nuevo.

- Alba... - gimió sin voluntad alguna, sus ojos desesperados le indicaban que Alba anhelaba unas palabras que calmaran su inquietud que llenaran el vacío que ella también sentía - Abrazada a tu cuerpo es como si se detuviera el tiempo – Nat olvidó todos sus propósitos y la besó llena de ternura – como si no importara nada, solo tú y yo.

- Mi amor... - se adentró en la profundidad de su mirada.

- Princesa... - sus ojos se llenaron de lágrimas, y escondió la cara en el hueco del cuello de Alba para no verse descubierta.

- Nat... yo...

- No digas nada, por favor, ¡por favor!

Alba la obligó a sacar la cabeza de su hombro, sus miradas se encontraron, Alba sonrió y la besó, con suavidad y dulzura.

- No hace falta decir nada, Nat, ya lo hemos dicho todo.

- Abrázame – le pidió temblando.

Alba obedeció al instante, la rodeó con sus brazos y le acarició la espalda.

- Aunque nos separemos, aunque me marche a Jinja, te voy a querer siempre, ¡siempre!

Natalia ahogó un sollozo que pretendía delatarla, y se refugió de nuevo en la oscuridad de su cuello.

- No llores, mi amor. Soy feliz por poder tenerte en mis brazos, aunque sea solo esta noche. Soy feliz por poder besar tu boca. Y soy feliz por poder abrazarte.

- Tengo miedo.

- Lo sé. Yo también – se separó un poco para poder ver sus ojos.

- Sí... si te vas yo... no te voy a olvidar.

- Yo tampoco podré olvidarte. Pero eso no tiene que ocurrir, si no me dejas irme.

- Alba...

- No quiero irme, Nat. No me dejes hacerlo.

- No te dejaré ir, si así lo quieres, pero... pero prométeme que no sufriremos, que no nos diremos más adiós, ni lloraremos, ni... ni pase lo que pase vas a estar triste.

- Te lo prometo mi amor – sonrió - ¡voy a ser las castañuelas que alegren tus días!

- ¡Tonta! sabes a lo que me refiero.

- Lo sé, mi amor – la besó de nuevo, y la abrazó aún más fuerte.

- Alba... esto... esto no estaba planeado... esto... no debería estar pasando. Yo... me lo he repetido todos los días que... que no debía pensar en ti así y ahora... me he dejado atrapar por esta locura y...

- Nat... no se puede luchar contra el amor, porque siempre se pierde la batalla. Yo ya lo aprendí, ¿cuándo vas a hacerlo tú?

- No lo sé – suspiró – solo sé que no puedo contra él, que no puedo contra tus besos – reconoció ganándose una sonrisa y otro tan tierno e intenso que encendió de nuevo su llama – Alba...

- Te amo, Nat, y me da igual lo que quieras fingir, entre nosotras nunca podrá haber solo sexo.

- Sabía lo que quería, pero... eres tú, tú palabrería y tus besos los que me... hacen un lío, los que... me vuelven loca. Y... ¿qué va a pasar ahora, Alba?

- No lo sé, Nat. Solo sé que te amo, y que no quiero separarme de ti.

- Pero... debes hacerlo. Debes volver allí, debes regresar a esa tierra que te da la fuerza y la vida. Y... quiero que vayas al río y me recuerdes, quiero que le grites al eco, como hicimos aquél día, quiero que vuelvas a la playa y... te bañes en el mar y... nos imagines juntas, paseando por la arena, por... por – un beso la silenció.

- Chist, volveré, pero lo haré contigo, pasearemos juntas y nos bañaremos juntas.

- Eso no es posible. Aunque quisiera yo... no puedo marcharme de España.

La enfermera suspiró. Sabía lo que quería decir. Tenía un juicio pendiente, aunque solo fuera por eso, Natalia no podía marcharse, y mucho se temía que no era solo por eso.

- Antes... cuando me has dicho que tienes miedo, ¿te refieres solo a nuestro futuro?

- Me refiero a todo. Tengo miedo por todo, pero... más que nada por ti. Por lo que puede pasarte si sigues a mí lado. Por el daño que yo puedo hacerte.

- Nat no digas eso. No debes tener miedo por eso. A mí no me va a pasar nada.

- Antes... cuando te esperaba ahí fuera... tuve la sensación de que alguien me acechaba. Cuando... cuando estoy contigo el miedo desaparece, pero... es real Alba, siempre hay alguien ahí fuera. Esperando. Y yo no puedo soportar la idea de que te hace daño.

- Cariño... no puedes estar todo el día con miedo. Yo te voy a ayudar a superarlo y...

- Alba esto... no debería haber pasado.

- Pero ha pasado.

- Sí.

- ¿Te arrepientes?

Natalia no respondió.

- Nat... ¿te arrepientes?

La pediatra clavó sus ojos en ella y la atrajo con fuerza.

- Nat... ¿no me contestas?

- No me arrepiento.

- ¿Y entonces en qué piensas para poner esa cara?

- Yo... yo pienso en lo que tenemos, en... en lo que nos espera si seguimos juntas, pienso en este pedacito de cielo que solo es posible cuando estás a mi lado, cuando me besas, cuando me abrazas, pienso en el mar, pienso en qué será de mí cuando no estés...

- Siempre estaré.

- Alba... pienso en nosotras, aunque estemos separadas tú siempre estarás dónde yo esté.

- Y yo estaré donde estés tú. Pero no vamos a estar separadas, ¡nunca más! ni vamos a dejar que nadie lo intente.

- Sé que no debería pensarte, sé que debería dejarte marchar, pero... pero te pienso. Te... te...

Alba la besó de nuevo. Un beso largo, dulce e intenso que culminó con pequeños besitos, cortos, mimosos, juguetones, con miradas cálidas y llenas de amor.

- No me sueltes.

- Nunca lo haré, mi amor. Ven, ven aquí.

Y así abrazadas, permanecieron en silencio. Una, con el corazón lleno de felicidad, y el alma repleta del amor que profesaba y recibía, la otra llorando internamente, ahogada en el peso de su responsabilidad, por la decisión que iba a tomar.

La mañana amaneció muy fría, pero ligeramente soleada. El campamento se había convertido desde primerísima hora en una casa de locos, todos iban y venían haciendo cosas, organizando todo para la fiesta de nochebuena y para la presencia de las cámaras que se esperaban a media mañana. Todos menos Natalia, que seguía en la cabaña y Sonia, que aún no había llegado.

Alba se había levantado muy temprano. La felicidad que sentía la hacía ver el día con una ilusión desmedida. Había dejado dormir a Natalia, que lo hacía a pierna suelta desde hacía más de cuatro horas. Ni siquiera se había movido para cambiar de postura. Estaba preciosa con esa leve sonrisa en sus labios y ese aire calmado que tanto ensalzaba su belleza.

Alba había tomado un rápido café con Fernando. Nadie había aparecido en toda la noche, pero Alba quiso levantarse antes de las seis para sentarse en la sala de espera. Adela había llegado buscando a Natalia, que la había llamado la noche anterior para pedirle que pasara por su casa y le llevara la medicación.

- ¿Dónde dices que está?

- En la última cabaña. Pensamos que allí estaría más cómoda y tendría más intimidad – le explicó Alba mientras salía del pabellón, seguida por una sorprendida Adela.

- Ya... intimidad – sus ojos escrutaban a la enfermera de tal forma que Alba temió que estuviese leyendo sus pensamientos, que adivinase lo que había sucedido entre ambas la noche pasada.

- Sí, intimidad – recalcó la palabra mostrándose levemente ofendida ante su incredulidad y su tono burlón.

- Bueno pues se le acabó la... intimidad. Como no espabile se le va a hacer tarde.

- Dame, ya... ya la despierto yo y le llevo las medicinas, Fernando quiere verte.

- Que espere – sonrió – ya se las llevo yo que quiero hablar con ella.

- ¿Por qué?

- ¿Por qué? – Adela la miró burlona – porque es mi amiga y porque creo que tiene que contarme algo – sus ojos brillaron divertidos, le guiñó un ojo y le dio la espalda.

Alba enrojeció por completo, temiendo que Adela le dijese algo a Natalia y la pediatra creyese que lo primero que había hecho era contarlo todo.

- ¡Adela! ¡espera!

La doctora se detuvo sonriente.

- ¿Sí?

- Yo... que, vamos que no quiero que... no sé si a Nat le agradará que...

- Que no voy a decir nada que te deje con el culo al aire – terminó por ella ante su aturullamiento.

- Yo no te he contado nada.

- No hace falta que cuentes nada. Eso se nota – rió divertida.

- ¿Se me nota mucho?

- Bastante – le golpeó el brazo – ya puedes ir inventándote algo que justifique ese cambio de expresión, no sé, que te ha tocado la lotería, por ejemplo.

- ¿Tú crees?

Adela soltó una carcajada.

- Que no mujer. Me alegro que hayas arreglado las cosas con Nat. Juego con ventaja, estuve todo el día incordiándola para que te escuchara y cuando me llamó para decirme que tendría que pasar aquí la noche no dudé de que tendríais tiempo de hablar y aclarar las cosas.

- ¿Me dejas que se las lleve yo? – le tendió la mano ya sí sonriendo aliviada.

- No. Lo siento, pero se las llevo yo. Ya la tendrás esta noche para ti, porque cenaréis juntas ¿no?

- No hemos hablado de eso, pero... ¡voy a pedírselo!

- Hazlo, y si queréis os venís con Paula y conmigo.

- ¿No viene tu marido y tus hijos?

- Mañana. Hoy tiene guardia – sus ojos se ensombrecieron y Alba supo que había tocado un tema espinoso – bueno, voy a despertar a la jefa, que estoy deseando verla.

Alba asintió. Ella también estaba deseando verla aparecer, pero la que lo hizo poco después fue de nuevo Adela y completamente sola. Se encaminó al pabellón y desapareció en el interior.

Alba suspiró impaciente y continuó colocando la enorme hilera de mesas que debían preparara para el reparto de comida. Laura la observaba con curiosidad. La veía nerviosa y a un tiempo contenta. Sonreía cada dos por tres, distraída y no dejaba de mirar hacia el final de los pabellones, detalle que la tenía desconcertada, ¿qué esperaba ver allí si estaban completamente vacíos? Cuando estaba a punto de preguntarle por ello. Alba dio una carrera y se marchó corriendo justo hacia aquél lugar. Entonces Laura adivinó a Natalia en la última de las cabañas, la pediatra miraba hacia ellas y conforme vio correr a Alba hacia allí, se apresuró ella en entrar de nuevo.

La enfermera llegó a la puerta de la cabaña y le sorprendió ver que Natalia había dejado la entrada entornada. Sonrió imaginando uno de sus juegos, ¡sí que se había levantado animada! Y entró en la habitación con premura.

- Nat – la llamó con voz queda.

La cabaña parecía vacía, ¿y si Natalia lo que había hecho era marcharse por la pasarela en vez de volver al interior?

- ¿Nat?

Un ruido en el baño la hizo encaminar hacia allí sus pasos.

- Nat, ¿estás ahí?

La puerta se abrió y Alba sonrió ampliamente, entrando en el baño. Natalia tiró de la cadena y la miró fijamente.

- Buenos días dormilona – Alba se agachó a besarla y Natalia la esquivó.

- Bue... buenos días – respondió con seriedad, tragando saliva y comenzando a toser.

- ¿Estás bien?

- Sí.

- ¿Estabas vomitando?

- No. No te preocupes. Estoy bien.

- ¿Y no quieres besarme?

- Eh... no... no me he cepillado los dientes.

Alba torció la boca en una mueca burlona.

- ¿Seguro que es eso?

- Sí, es eso.

- ¿Te has tomado la medicación?

- ¿Ya vas a empezar a controlarme?

- Eh... no... ¿qué pasa? ¿estás enfadada?

- No pasa nada. Que tengo prisa. Tenías que haberme despertado, ¡qué van a pensar todos!

- Que te has dormido, algo de lo más normal y más con el ajetreo que llevas. Además solo son las nueve menos cuarto. No es tan tarde.

- Bueno... pero tengo prisa.

- Ya me lo has dicho – la dejó pasar – por cierto, Sonia no ha llegado y... sin ella no sabemos a qué hora hay que ir a casa del patriarca, quedó en recogerlo.

- No creo que venga. De hecho anoche cuando hablé con ella le ordené que no lo hiciera.

- ¿Y eso por qué?

- No tengo tiempo de explicaciones, Alba - se mostró nerviosa.

- Perdona – le dijo con retintín – anoche no parecía molestarte tanto mi presencia.

- No me molestas – respondió más suave – es... es que Sonia ha dejado a Elton y... creemos que es mejor que no aparezca por aquí en unos días.

- ¡Ya era hora! me alegro un montón.

- Sí, yo también – reconoció.

- ¿Y qué hacemos con el patriarca?

- No sé... ahora llamo a Sonia y que nos diga en que quedó con él.

- Eso ya lo he hecho yo, no coge el teléfono. Nat... ¿seguro que estás bien?

- Que sí, pesada.

- Es que me preocupa.

- Solo es el tratamiento. No te preocupes.

Alba asintió y se agachó a su altura con una sonrisa.

- Empiezo de nuevo, ¡buenos días dormilona! – sin esperar respuesta apresó sus labios con dulzura

- Alba... esto... tengo... tengo que ver a Fernando y esperar a Vero, si no te importa... – le señaló la puerta – tengo que irme.

- ¡Qué esperen! yo quiero un beso de buenos días – se sentó en sus rodillas, la cogió de la barbilla y la besó de nuevo.

- Alba... yo... me están esperando.

- Ya, ¡Vero! tardabas en hablar de ella – la encaró sin apartarse.

- Eh... me voy.

- Vero no ha llegado aún, doña prisas. Quiero mi beso.

Natalia suspiró, la besó con rapidez y le dio una palmada para que se levantara.

- ¿Eso es un beso? – protestó.

Natalia no respondió y se dirigió a la puerta.

- Nat... espera.

- No puedo, Alba. Y tú tampoco deberías estar aquí perdiendo el tiempo, ¡hay cientos de cosas que hacer!

- Pero tenemos que hablar de...

- Yo creo que ya hemos hablado todo lo que teníamos que hablar.

- Nat...

- Luego, Alba.

- Vale. Luego – le sonrió haciéndole una carantoña y Natalia le devolvió la sonrisa, pero salió a toda prisa de la cabaña.

Alba se quedó ligeramente pensativa. No sabía si Natalia se había arrepentido de todo lo sucedido o solo era que ese miedo que había reconocido tener cobraba fuerza a la luz del día, cuando debía afrontar todos los problemas. Decidió no darle más vueltas y regresar al trabajo porque el día prometía ser de lo más completo



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No lo podía creer. Hasta que no sintió el crujir de los huesos entre sus manos, el respirar forzado y el pataleo incesante, no estuvo seguro de su triunfo. Eran las pruebas inequívocas, para afirmar que había hecho bien su trabajo, que había ejercido la presión correcta, que no había perdido ni un ápice de su poder. Todo sucedía a una velocidad vertiginosa, era la velocidad del cazador dominando a su presa, pero él lo vivía a cámara lenta, disfrutando de cada segundo, disfrutando de ese tono rojizo con que se teñía toda su mente.

Hizo un último movimiento brusco y no tuvo tiempo de tomar su última bocanada de aire. La penetró con furia, ese era el momento clave de hacerlo, cuando su excitación estaba al máximo y ella estaba a punto de exhalar su último suspiro. Sintió como se contraían todos sus músculos, causándole un placer desmedido que lo hizo vaciarse en seis bruscos golpes. "Has conseguido que bata mi récord, payita, ¡no esperaba menos de ti!". La besó en los labios, con fruición y se dejó caer sobre ella unos segundos. Recuperando el aliento, notando como volvía a excitarse solo rememorando las escenas que acababa de vivir.

La observaba inerte en el suelo de la chabola. Mara no podría quejarse de ese gran regalo que le esperaba a "su Nat", soltó una carcajada, pensando en la cara que pondrían ambas cuando lo descubrieran. Aún era temprano. Pronto pondría en marcha su plan, pero debía esperar a que su jefe le diera la orden. Aún podía disfrutar unos minutos más, recreándose en su obra, recordando el día que la conoció, lo vivaz y alegre que era, "y mírate ahora, ¡tú lo has querido así! no he sido yo, tú has sido la que has jugado conmigo, y ya te dije una vez que conmigo no se juega. Te avisé. Sí, te lo avisé. Y yo nunca aviso".



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La mañana transcurría demasiado deprisa para el gusto de Alba que intentaba buscar algún hueco entre sus quehaceres para ir en busca de Natalia. pero la pediatra se mostraba esquiva, y entre unas cosas y otras aún no había podido hablar con ella. Había buscado, continuamente, la ocasión de pasar cerca de ella, de rozarla casi imperceptiblemente, lo que sacaba de sus casillas a Natalia que sentía un deseo desmedido de ceder a los deseos de Alba, pero estaba decidida a hacer caso a su psiquiatra, solo iba a conseguir que Alba sufriera y que ella no fuera capaz de concentrase en lo que debía. Además, estaba esa extraña sensación de inquietud, cada vez que la tenía delante, no podía explicar por qué, pero era verla y ponerse nerviosa, muy nerviosa, a veces casi sin respiración. No entendía por qué le ocurría aquello, pero su mente le decía que debía alejarse de ella, aunque su cuerpo le pedía a gritos todo lo contrario, le suplicaba por sentir sus manos sobre ella, sentir su lengua en lo más profundo de su garganta, sus besos...

- ¡Nat! espérame.

La pediatra se giró y vio como Alba llegaba a la carrera.

- ¿A dónde vas con tanta prisa?

- Al baño.

- ¿Estás bien?

- ¿Quieres dejar de pregúntame si estoy bien?

- Es que me parece que no lo estás.

- Pues te equivocas.

- ¿Y por qué tienes esa expresión de... de asco?

- Solo estoy nerviosa. ¿Puedo entrar ya?

- Claro – le sonrió afable – y... perdona.

Natalia desapareció en el interior y ella decidió esperarla, a pesar de que Laura le hacía señas de que entrase en el pabellón. Minutos después Natalia aparecía ante sus ojos, dijera lo que dijera tenía mala cara.

- ¿Aún estás aquí?

- Sí. Quería verte y... que habláramos.

- Alba... solo he salido para venir al baño y hacer una llamada, ahí dentro hay tal ruido que es imposible entenderse.

- Pero quiero hablar contigo.

- Ahora no puedo.

- ¿Ahora o nunca? porque tengo la sensación de que llevas toda la mañana rehuyéndome.

- No es eso – la miró consternada. Al final siempre lograba que Alba borrara la sonrisa de su rostro – no te rehuyo, pero Vero está a punto de llegar y...

- Vero, ¡cómo no!

- Sí, Vero, he estado hablando con ella, va a llegar un poco tarde y le pedí el favor de que ejerciera de presentadora, tenemos que ver juntas unas cosas.

- Y eso qué tiene que ver – no hacía falta que le dijera que ya había hablado con Vero, su cambio de actitud se lo había dejado claro antes de que ella lo reconociera. Esa mujer tenía la habilidad de volver a Natalia del revés – salvo que... Nat yo quería preguntarte algo de Vero... algo que...

- Alba, no tengo tiempo de charla, el equipo de televisión también está a punto de llegar y...

- No te busques más excusas. Está todo ya organizado y lo sabes. Cuando lleguen me callo, pero mientras... habla conmigo.

- Alba... estoy intentando localizar a Sonia y no hay manera.

- Le darías una de tus órdenes y se habrá molestado – le dijo sarcástica.

- Sonia no es así. No se molesta porque le diga que quiero que no le ocurra nada, ni porque crea que lo mejor para ella es que no venga a trabajar.

- Sonia no es así, pero yo sí, ¿no?

- ¿De qué coño estamos hablando?

- Dímelo tú – le pidió más suave – Nat... - intentó cogerla de la mano - Anoche todo era maravilloso – le susurró mirando por encima de su hombro para asegurarse que nadie las escuchaba - ¿por qué no puede seguir siéndolo hoy?

- Creí que había quedado todo claro antes de... de acostarnos.

- Lo quedó, pero... ¿me vas a decir que las dos no rompimos esa promesa? ¿que no fuimos más allá? ¿vas a negar todo lo que me dijiste? ¿lo que sentiste?

- Eh... Alba... yo...

- Tú ¿qué? ¿te arrepientes? porque si es así dímelo claro, para que deje de hacer el tonto.

- Alba estoy preocupada por Sonia, ¿no puedes entenderlo? – esquivó responder, porque era incapaz de negar lo que había sentido.

- Claro que lo entiendo, pero ya aparecerá. Si le diste el día libre estará disfrutándolo. Y yo quiero que me digas qué pasa con nosotras – la desafió con la mirada y Natalia bajó los ojos incapaz de sostenérsela, le costaba tanto mantener esa postura que cada vez que oía su tono lastimero, cada vez que veía su desconcierto, la seguridad en su decisión se esfumaba y solo deseaba seguir a su lado – cariño... mírame. Sé que estás preocupada, si quieres yo misma me encargo de localizar a Sonia, pero... dime la verdad.

- Alba... por favor... - se mostró desesperada.

- Vale, ahora no. Ya sé que estás nerviosa, pero controla esos nervios que no puedes estar todo el día vomitando.

- Eso es por el tratamiento.

- ¡Nat que nos conocemos!

- ¡Por favor! Deja de agobiarme

- Perdona, no lo pretendía.

- No, perdóname tú. Estoy nerviosa y... lo pago contigo.

Alba sonrió y le hizo una rápida carantoña aceptando sus disculpas.

- Nat.... ¿puedo preguntarte algo muy rápido?

- ¿Qué?

- ¿Cenas conmigo esta noche? dime que sí por favor. ¡Es nochebuena! Y yo solo deseo pasarla contigo.

- ¡Alba! – Laura la llamó desde el interior del pabellón – ven que Fernando te necesita.

- Ve – le dijo Natalia.

- ¿Me responderás? – la miró anhelante.

- Anda entra, que ya tendremos tiempo de hablar – le sonrió y Alba sintió que la mañana se iluminaba de nuevo. Estaba segura de que Natalia terminaría por ceder.



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La levantó con facilidad, ¡qué liviana era! La llevó hacia el interior y la dejó caer en el suelo. Se quedó un instante absorto en su pelo, negro como la noche. En su boca entreabierta, sonreía de una manera perturbada, era simplemente adorable, con ese abrigo de un color rojo, como el vino... como la sangre... La sangre que deseaba ver correr entre sus manos. Como hacía unos instantes. Se agachó y acarició su aún tibia mejilla. Sonrió recordando la escena, recordando como la doblegó. La veía suplicar, la veía llorar, pero ya nada de eso le valía. Recordaba haberle susurrado al oído "tranquila, todo terminará rápido", ese había sido su regalo por haberle dado algunos días de felicidad, pocos, pero los suficientes. ¡Qué labios más maravillosos tenía! una lástima, estaban perdiendo su tono rojizo y pasaban al morado. Sí, hacía frío esa mañana, pero él se sentía arder. ¡Qué ojos tan bellos tenía su payita! abiertos, fijos en él, aunque habían perdido su brillo y se estaban tornando oscuros, sin vida.

- ¿Qué significa todo esto?

Se volvió con rapidez. Se había adelantado, aún no debía estar allí.

- ¡Contesta! – lo cogió de las solapas amenazadoramente.

- Ha sido necesario. Es... nuestro cebo para que pique el pez.

- Creía que eso estaba controlado.

- Lo está. No se preocupe. Lo está.

- Ya debería estar aquí.

- Ahora mismo me encargo de ello. Usted espere a que yo le avise.

- No vayas a fallarme ahora.

- No fallaré. Nunca fallo – señaló al suelo, donde Sonia yacía inerte, con una sonrisa de satisfacción

Elton salió de la chabola a toda prisa. Tenía que encontrar a esa mocosa y poner todo en marcha. De sobra sabía que ese tipo no amenazaba en balde.

Todo estaba ya casi a punto. La gente comenzaba a llegar y en el pabellón central daban los últimos retoques a todos los detalles. Lo mismo que en la cocina. Natalia permanecía en el patio, dando su visto bueno a todo y mirando con insistencia hacia la puerta. Vero se retrasaba. Por suerte, la prensa también llegaba una hora más tarde de lo previsto. Vio pasar a Alba corriendo con unas bandejas y suspiró, antes o después tendría que tener esa conversación con ella. No podía dilatarlo más tiempo. La enfermera la saludó con la mano y Natalia correspondió al saludo alzando la suya. Alba estaba preciosa, y esa sonrisa que lucía a todas horas le hacía pensar que quizás se equivocaba cuando creía que lo mejor era alejarla de ella para protegerla. Lo cierto era que estaba echa un lío. Que no dejaba de darle vueltas a todo, que lo que le parecía claro en la noche, se volvía oscuro en el día.

- Nat, Nat - Mara tiró de la pediatra con insistencia - venga, ven, quiero darte mi regalo.

- Cariño ahora no puedo irme. Tenemos mucho trabajo.

- Venga ¡porfa! Si está aquí al lado.

- ¿En la cabaña?

- No. Fuera – señaló el portón de salida.

- Hay mucho barro y con la nieve no puedo mover bien la silla. No puedo salir.

- Pero si está muy cerca – entristeció su ilusionada carita – y yo te ayudo.

- No seas mentirosilla, que tu casa está más lejos.

- ¡Que no! ¡que no está en mi casa! anda ¡porfa! ¿no quieres mi regalo?

- Claro que lo quiero, pero tengo que trabajar.

- Pero si es solo un momento – la miró apretando los labios con decepción.

- Ay, bichito, ¿qué voy a hacer contigo? – dijo mirando hacia atrás y viendo como todos se afanaban en una u otra tarea.

- Venga, ¡ven! – le pidió insistente – por detrás se llega antes.

- No puedo salir por detrás – se negó la pediatra recordando sus estrictas normas de seguridad

- ¿No vas a venir? – hizo un puchero.

- Anda vamos - le sonrió incapaz de negarle nada – pero salimos por delante.

- ¡Vale! ¿Burro?

- ¿Burro? – rió – burro te voy a dar yo a ti. Venga sube.

Mara dio un salto y se acomodó encima de la pediatra que salió del campamento, mirando hacia los dos jóvenes que flanqueaban la entrada y que charlaban animadamente, abrieron la pequeña puerta que pegaba al portón y les hizo una seña de que salía, sin percatarse de que ninguno de los dos novatos percibió el detalle, más preocupados de controlar el ajetreo que había entre unos y otros saliendo y entrando del campamento. Sacha, que entraba en esos momentos en el campamento, se acercó a ellas.

- Doctora Lacunza. ¿Se marcha?

- Sí.

- No debería salir sola.

- No te preocupes, ellos me acompañarán.

- ¿Quiere que avise a alguien que vaya con usted? – le preguntó mirando extrañado a los dos detectives que no parecían muy dispuestos a hacer lo que Natalia había dicho.

- No te preocupes, solo son cinco minutos, esta diablilla está empeñada en darme mi regalo de Navidad.

El chico asintió con una sonrisa y sacó del bolsillo un caramelo.

- Toma Mara.

La niña cogió el caramelo con timidez y se lo guardó en el bolsillo sin decir nada.

- ¿Qué se dice bichito?

- Gracias – murmuró mirando hacia abajo. Natalia sonrió enternecida, era increíble lo esquiva y huraña que se comportaba con todos menos con ella.

- De nada, guapa.

- Nat ¿nos vamos?

- Sí – sonrió enarcando una ceja – Laura está en el pabellón central.

- No si... yo venía a echar una mano en el reparto.

- Ah, pues gracias.

- Tenga cuidado, hay mucho barro.

- Gracias Sacha. Lo tendremos ¿verdad bichito?

En esos momentos un grupo de unas veinte personas se arremolinaron en la entrada. Natalia vio como acudían tres agentes más para ayudar a sus compañeros. Y como uno de los chicos de la puerta le hacía la señal de que podía salir.

Sacha en esos momentos se encaró con uno de los más jóvenes que pretendía empujar hacia el interior a su novia, saltándose la cola. En el forcejeo, la chica cayó al suelo y su novio se lanzó contra Sacha, dándole un par de puñetazos. Natalia y Mara habían salido segundos antes de que se formara un gran revuelo entorno a la pelea que los agentes se esforzaban en controlar.

Mara le indicó el camino que debía tomar. El barro impedía que pudiera moverse con soltura. Miró hacia atrás dispuesta a pedirle a uno de los agentes que la ayudase, pero el gentío de la calle no le permitió verlos. Resignaba se esforzó por agilizar la marcha y terminar cuanto antes porque el camino se le estaba antojando demasiado largo.

- ¿No decías que estaba aquí al lado?

- Más cerca que mi casa – puso cara de pillina.

- Como esté muy lejos me tendré que volver – la amenazó con una sonrisa empezando a comprender que la niña solo quería juego y que se había inventado lo del regalo, y que ella no debía salir sin protección.

- No, porfa, mira allí es.

- ¿En aquella chabola? – preguntó. La niña asintió - ¿Quién vive ahí?

- Nadie.

- ¿Cómo que nadie?

- Nadie. La hicieron los hombres malos, pero no se quedaron a vivir – explicó con inocencia. Natalia frunció el ceño, pensativa – yo creo que no les gustó este barrio.

- Pero tú sí que viste lo que hacían ¿verdad?

- Sí – rió – pero era un secreto.

- Un secreto ¿eh? – bromeó haciéndole cosquillas.

- Si – dijo y bajando la voz añadió – cavaban un hoyo por la noche.

- ¿Dentro de la chabola?

Mara asintió y con los ojos bailándole de alegría bajó de las rodillas de la pediatra.

- Ven, aquí está tu regalo – dijo indicándole con la mano que entrase en la chabola.

Natalia la siguió empujó la puerta y entró. Nada más hacerlo, un extraño presentimiento la asaltó por un momento. Un escalofrío la recorrió y buscó a Mara cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. Pero la niña había desaparecido de su vista. Tuvo la tentación de salir de allí, de huir. De pronto, escuchó un grito de la niña.

- Mara – la llamó preocupada – Mara, ¿qué pasa? – preguntó comenzando a sentir miedo. La niña no respondía - ¡Mara!

No se oyó nada más. Natalia comenzó a ponerse nerviosa. No podía marcharse de allí sin la niña, pero algo en su interior le decía que debía hacerlo. Salió a la puerta, nadie en la calle, eso la inquietó aún más, aquellos agentes novatos eran más torpes de lo que había imaginado o quizás no tenían orden de acompañarla si salía del campamento. Tenía que haberse asegurado desde el primer momento de que era así y no haber confiado en que la seguirían como solían hacer. Entró de nuevo y alzó la voz.

- ¡Bichito! – gritó – Mara, no estoy para juegos, o sales o me marcho. Tengo mucho trabajo.

El silencio fue su respuesta. Natalia miró el reloj, pero esperó un poco más. Al rato escuchó unos pasos que venían del interior de la chabola. Un sujeto vestido con harapos, sucio, de rostro curtido y boca retorcida y desdentada, apareció ante sus ojos. Nunca lo había visto por el poblado ni recordaba que nadie le hubiese hablado de él. El mendigo, miró de soslayo a su alrededor, fijó sus ojos en Natalia que lo observaba desconcertada y con una carrera se acercó a ella, sin que la pediatra fuera capaz de reaccionar, contemplando con pavor como aproximaba su ennegrecido rostro al de ella.

- ¡Chist! duerme – le dijo – y tú dormirás también.

- No se acerque.

- Vete de aquí, niña. Hazme caso y vete.

Su pestilente aliento golpeó su rostro y no pudo reprimir un gesto de asco. Se echó hacia atrás instintivamente y con rapidez accionó la silla alejándose de él.

- Vete de aquí – repitió el mendigo - No pierdas el tiempo y vete. ¡Rápido!

Natalia estuvo tentada a hacerle caso, pero no quería darle la espalda. Él, con paso titubeante se retiró, mirándola de arriba abajo, luego, tambaleándose salió de la chabola dejándola allí, perpleja.

- Mara, me voy - gritó de nuevo sin obtener respuesta.

Natalia escuchó pasos a su espalda y cuando se giró, creyendo que regresaba el mendigo, solo atinó a ver aquellos ojos que nunca podría olvidar, llevándose un susto espantoso. Su mente le jugaba malas pasadas. Esos ojos no podían pertenecerle a él.

- ¡Hola! – exclamó aún con el miedo en el cuerpo y tremendamente sorprendida de su presencia, joven, alto, apuesto, bien vestido, su imagen era la de alguien a quien no esperas ver en una chabola, un completo desconocido, ¿quizás un periodista? su aspecto atildado la tranquilizó. De pronto reparó en que no iba solo, miró a su acompañante y su sorpresa fue aún mayor – pero... ¿qué haces tú aquí? – su sonrisa reveló el alivió que experimentó al verlo – creía que estabas preparando todo.

No recibió respuesta. Su cara estaba empapada en sudor, y su mirada se volvió oscura a medida que acercaba su rostro al de ella. Una mirada escalofriante que reconoció al instante, estremeciéndola. Sacó la mano de detrás de la espalda, Natalia abrió los ojos desmesuradamente, y lo comprendió todo. No tuvo tiempo de reaccionar, el golpe fue rápido y seco. Un sabor a sangre le llego a la boca. Luego, la oscuridad y el silencio.

En el campamento Alba estaba radiante y feliz. No dejaba de imaginar la cena de nochebuena convencida de que era imposible que Natalia se negase. Había visto el deseo de aceptar en sus ojos. Solo esperaba que todo fuera bien con la prensa. Eso la mantendría de buen humor, porque estaba segura de que salvo un contratiempo con el trabajo, nada ni nadie podría evitar que disfrutaran juntas de esa noche. Canturreaba ayudando a montar las mesas. Y Laura, que la observaba divertida, se acercó en cuanto tuvo un momento libre en el dispensario.

- Vaya ¡qué bien se está quedando todo esto!

- Ya ves. Una que es una joyita y sabe hacer de todo.

- Veo que la consulta a la almohada te ha devuelto el buen humor.

- No ha sido la almohada.

- Entonces qué, o mejor debo preguntar quién.

La enfermera sonrió ampliamente y se encogió de hombros.

- ¿Tú qué crees?

- ¿Nat? ¿os habéis reconciliado?

- Bueno... no exactamente.

- Pero habéis hablado ¿verdad?

- Sí.

- Y por lo que veo ha ido más que bien.

- ¡Muy bien!

- ¿Y qué? seguirás entonces aquí ¿no?

- Bueno... eso ya lo veremos... lo importante es que... - bajó la voz y miró a uno y otro lado – ¡sé que me quiere!

- ¿Y esa boda que me dijiste con Vero?

El rostro de la enfermera se ensombreció.

- Espero que la cancele...

- Pero... ¿te dijo que te quiere a ti?

- No. Bueno... no exactamente.

- ¿Y se puede saber qué es lo que pasó exactamente? – la remedo con tono de burla.

- Nat y yo... anoche... - volvió a susurrar mientras sus manos colocaban los vasos estratégicamente en un lado de la mesa – nos acostamos – enarcó las cejas.

- ¿En serio?

Asintió con una enorme sonrisa.

- ¡Y... fue como en Jinja! – exclamó - ¡maravilloso! creo... que las dos lo sentimos así y... estoy segura de que me quiere, pero... - su mirada se oscureció un instante.

- ¿Pero...? ¿no estarás ya con tus quebraderos de cabeza?

- Bueno...

- ¡Olvídate de Vero! estoy segura de que escuchaste mal. Nat no estaría contigo si pensase casarse con Vero.

- Si no es eso.

- ¿Y qué es?

- Que... creo que se ha agobiado... me ha dicho que lo de anoche no significaba nada.

- ¡Joder! ¿eso te ha dicho?

- Bueno, así no. Pero... en fin que antes de... ya sabes... hablamos un poco y... dejamos claro que yo me marcharía y que el estar juntas no cambiaría nada.

- Ya veo – frunció el ceño – vamos que ella tiene claro que no quiere seguir la relación, pero tú te empeñas en ver que la cosa es de otra forma.

- No es que me empeñe. ¡Es que lo vi! esta mañana cuando me dio a entender que lo de anoche se debía quedar ahí, sus ojos me decían otra cosa y... sé que si insisto...

- No vayas a meter la pata.

- No lo haré, conozco esa mirada suya de pavor, está luchando, siempre lucha, pero... esta vez lograré que gane lo que yo quiero. Anoche me abrió su corazón. Y eso, por mucho que se empeñe, no es capaz de negarlo. Le pregunté esta mañana y no lo negó y... la conozco, está como en Jinja. Pero yo lograré que venza ese miedo.

- Ojalá sea así, de verdad, ¡me alegro tanto! Por cierto, ¿dónde está?

- Dentro con vosotros.

- No. Cuando yo he salido no estaba allí.

- Ah, es cierto, antes la he visto – se giró mirando hacia los pabellones – por allí, con... - volvió a girar sobre sí misma – con Mara.

- La verdad es que esto está imposible. Nunca pensé que vendría tanta gente.

- ¡Y la que está esperando fuera!

- Oye que... ¿sigues tú con esto?

- Pero ¡Alba!

- Voy al baño un momento. Quizás Natalia esté allí.

Laura sonrió picarona y cogió más vasos de la enorme bolsa.

Abrió los ojos lenta y perezosamente, le dolía el pecho y la cabeza. Y sentía un fuerte pinchazo en el hombro. Le costaba respirar y olía fatal. Miró a su alrededor. Se encontraba en un sitio cerrado, pero había luz. No recordaba dónde estaba, ni qué hacía allí. Buscó la procedencia de aquella luminosidad y vio una pequeña bombilla que colgaba del techo por un cable desnudo. Había también unas pequeñas escaleras que subían a alguna parte, ¿dónde estaba? Intentó levantarse, notaba cómo el brazo de la silla se le clavaba en el costado. Tenía el brazo izquierdo pillado bajo el cuerpo. Necesitaba incorporarse y salir de allí, pero le fallaban las fuerzas. Lo intentó de nuevo, y de nuevo fracasó. Decidió esperar unos minutos hasta estar más despejada, su agitada respiración le hacía que el polvo del pavimento se le metiera por la nariz y estornudó varias veces. Al hacerlo, la cabeza le retumbó de manera insoportable. Estaba sola en aquel lugar, no escuchaba ruido alguno y no sabía que iba a ser de ella. Tampoco sabía cuánto tiempo llevaba allí encerrada, y un rayo de esperanza la consoló, si era demasiado la estarían buscando. ¿Por qué la había dejado allí? No tenía ni idea. Tan solo recordaba su mirada, sus ojos brillando con intensidad.

De pronto, escuchó un pequeño crujido y un golpe seco, segundos después unos pasos que descendían por las escaleras, su corazón se aceleró, añorando la soledad de segundos antes y temiendo al dueño de aquellas pisadas. Instantes después apareció ante su vista el rostro que tanto temía ver, el rostro de él. Ahora era capaz de reconocerlo, era el mismo que reproducía su mente una y otra vez, pero... ¿quién era? La vista de la pediatra se dirigió a su mano derecha, que portaba un enorme cuchillo de cocina. Dio unos pasos hacia ella.

- Hasta aquí hemos llegado, doctora.

Natalia se estremeció. Ante ella tenía aquél hombre apuesto y desconocido, se había despojado del traje que la impresionara la primera vez. Los ojos de él la miraban y le decían que la odiaba. No pudo soportarlo y apartó la vista de ellos. El silencio y la quietud que reinaron unos minutos le resultaban insoportables. Isabel siempre había tenido razón, quien fuese sabía cómo jugar con ella, como desquiciarla, como lograr hacerla perder el control. Se acercó sigiloso a ella, que allí tumbada, de costado, sin poder moverse, sin poder defenderse, se le ofrecía como una presa fácil. Se agachó a su lado, en cuclillas. Natalia volvió a captar su mirada, un brillo aterrador en sus ojos que le produjo un escalofrío. Él sonrió y, sin mediar palabra, le clavo la punta del cuchillo en su brazo.

- ¿Le duele? – preguntó al ver el gesto de la pediatra.

Natalia no respondió, a esas alturas solo podía pensar en el relato de Alba, en aquellas niñas degolladas, en Margarette y su entereza, la que a ella de seguro le iba a faltar en unos instantes, en Alba, en lo imbécil que había sido, no debía haberla apartado de ella, era lo que más quería en el mundo, estar con ella, refugiarse en ella, apoyarse en ella y amarla, y hacerla feliz... Vero tenía razón, como siempre, tenía tanto miedo, ¡tanto! "Te amo Alba, te amo" se repitió, recordando la vez que la enfermera le confesó que sus pensamientos al verse asaltada por la guerrilla habían sido para ella, se vio sentada en el jeep, esperando la llegada de los furtivos y deseando que como aquel día Alba apareciera ante sus ojos, librándola de aquella pesadilla. "¡Alba! los míos son para ti, mi amor, son para ti", pensó con una sonrisa distraída.

- ¿De qué coño te ríes? – escuchó volviendo a la realidad y enfocando a aquel desconocido que comenzaba a resultarle familiar, demasiado familiar – ¡responde! – ordenó con genio levantándola del suelo y sentándola en la silla sin ningún tipo de esfuerzo, lo que la atemorizó aún más.

La corpulencia y vigor de ese hombre podía acabar con ella en segundos.

- ¿No me oyes? obedece cuando te hablo – le gritó - ¿de qué coño te ríes? – volvió a preguntar enfurecido.

Natalia no respondió, ni siquiera se sentía con fuerza para inventar una excusa que justificase su risa y tampoco pensaba confesarle la verdad y mucho menos mentirle.

Un golpe en su oído la sacó de sus pensamientos, y la tumbó de nuevo en el suelo, le retumbaba la cabeza y le dolía el oído, tanto que se sintió mareada, volando, esta vez le había hecho daño, daño de verdad, lo veía mover la boca pero no escuchaba nada, parecía una de esas películas mudas, solo que la música era un zumbido intenso, tan intenso que...aquellos ojos que la miraban, aquellos ojos que conocía aunque nada más de ese rostro le resultara familiar, "familiar", pensó, "familiar"... oscuridad de nuevo, silencio.

Alba salió al patio con un puñado de guirnaldas, las mesas para reparto de la comida estaban ya preparadas y ella era la encargada de darle a todo aquello un tono navideño. No había visto a Natalia en el baño, ni en el pabellón y esperaba encontrarla allí fuera, su odio por la calefacción alta y su gusto por ver a María jugar con la nieve le habían hecho creer que la vería al salir. Pero el patio estaba casi desierto. Un par de agentes en la puerta, intentaban explicarles a todos que debían aguardar unos minutos más antes de entrar. Adela que salía en esos momentos hacia el aparcamiento ¿a dónde iría? Y María José que entraba en su cabaña con paso lento. Suspiro decepcionado y se afanó en adornar cuanto antes aquellas mesas. La prensa estaba a punto de llegar y todo debía estar a punto. Estaba deseando ver a Natalia y cruzar, aunque fueran dos palabras con ella. Decirle un "te amo" en voz baja, guiñarle un ojo y ponerla nerviosa. Le encantaban esos jugueteos con ella.

Él la levantó y la sentó sujetándola con un brazo fuerte, con el otro rasgó su ropa de un tirón, tras soltar el cuchillo en el suelo.

Volvió a sentir frío, estaba mojada, sí, su cara estaba mojada, ¿era sangre o era agua? abrió los ojos y vio el cuchillo, dejó la vista clavada en él, en unos minutos lo tendría clavado. Lo sabía, estaba convencida de ello, pero a diferencia de Alba ella no podría huir, no podía moverse, no tenía fuerzas para nada, ni siquiera para gritar. Clavó la barbilla en el pecho y comprobó que estaba desnuda, tan solo su ropa interior le había dejado puesta. Tenía frío, mucho frío y comenzó a temblar sin poderlo evitar.

Aquellos ojos aterradores seguían fijos en los suyos, observando con suma atención cada uno de sus gestos. Aquella mano que sujetaba con firmeza su rostro y apretaba su mandíbula hasta el extremo de abrirle la boca, le hacía un daño horrible. Veía aquella boca que se movía frente a ella, pero no conseguía distinguir qué le decía, quería obedecer, quería hacer lo que fuera que le estuviese pidiendo para que aflojara aquella presión pero no conseguía oírlo y, sus ojos, enfurecidos, le devolvían millones de brillos metálicos que el cuchillo que blandía en la otra mano reflejaba en ellos... Jamás había visto una mirada que ardiese con más furia... jamás había visto esa expresión de pleno disfrute, sentía que sus manos palpitaban y se temía que todo su cuerpo lo estuviese haciendo también, ese hombre estaba excitado, terriblemente excitado, casi podía escuchar su latido.

- ¿Me oyes puta? – le repitió por enésima vez al ver que continuaba inmóvil ante todas sus peticiones.

- Sí – musitó aturdida por el último golpe, pero aliviada al ver que podía entender de nuevo lo que le decía.

- Bien, bien, bien – sonrió y sus ojos se empequeñecieron mostrando unos surcos, casi desapareciendo en ese rostro enrojecido por la excitación – ahora me vas a decir lo que sientes – le dijo soltando la mano que la sujetaba por la barbilla y mirando al infinito con una sonrisa maligna - ¡ahora! ¡dime que sientes! – le gritó hundiendo su cuchillo en el antebrazo de la pediatra, que intentó echarse hacia atrás en un gesto defensivo al tiempo que de sus labios salía un leve quejido - ¿qué sientes? – repitió mirándola fijamente - ¿qué sientes puta? – la zarandeó por los hombros.

- Duele – murmuró, intentando no echarse a llorar.

- Duele, duele – la remedó.

Repitió la operación ahora con más saña excitándose con el solo hecho de pensar lo que estaba haciendo, comenzando a respirar con celeridad, sus fosas nasales se abrían repetidamente y Natalia no podía dejar de observarlas, el recuerdo de la manada de ñús resurgió del fondo de su cerebro, Germán corriendo para no ser atacado, sentía el peligro como lo sintió aquel día, consciente de que su vida dependía de un hilo, el fino hilo del placer que le producía a aquel desconocido torturarla, del fino hilo del goce de lo prohibido. Hasta que desease más, mucho más y terminase con ella. Si, deseaba que terminase ya, cuanto antes y así poder liberarse de aquel dolor, de aquella desesperación, solo deseaba que le hundiese el cuchillo por última vez y todo terminase.

- ¿Quieres que pare puta? – le preguntó al ver su expresión abstraída, sin quejarse - ¡¿quieres?!

Natalia lo miró sin responder, no sabía qué decir, si le decía que si lo más seguro es que volviese a clavárselo, lenta y dolorosamente y ella solo quería que lo hiciera de una vez, si le gritaba sus deseos seguiría torturándola y si le decía...

- ¡Contesta! – gritó golpeándola de nuevo, consiguiendo que la sangre volviera a brotar de su nariz y sus labios - ¡qué contestes te digo!

- No – tosió, escupiendo.

- ¿No? – soltó una carcajada – sí, será mejor que lo haga – dijo tirando el cuchillo – quizás... sea lo mejor... que disfrutemos un poquito más, ¿verdad que lo estás deseando? ¿verdad que lo deseas puta? – preguntó comenzando a pasear sus manos por el cuerpo de Natalia.

Notaba sus manos fuertes y ásperas, sintió tanto asco que la hizo estremecerse, sintió tantas nauseas que tuvo que frenar una arcada, e intentó pensar en otra cosa, pero no le dio tiempo. Un nuevo golpe le hizo inclinar la cabeza sobre el pecho, completamente noqueada.

- ¿Te doy asco puta? ¿es eso? ¡asco me das tú a mí! – le gritó golpeándola de nuevo - ¡levanta esa cara y mírame! ¡qué me mires te digo! – le levantó la cabeza sujetándola por la barbilla, sus ojos luchando por obedecer y abrirse, sus labios dibujaban una sonrisa, su mente aturdida confundía aquellos golpes con caricias, Alba estaba a su lado, besándola, haciéndole el amor, susurrándole palabras que la hacían vibrar - ¿de qué coño te ríes? ¿de qué coño te ríes?

Natalia era incapaz de responder y el la soltó enfurecido, se había excedido en los últimos golpes y ella volvía a caer en la inconsciencia, así era imposible seguir con su juego. Comenzó a pasearse de arriba abajo por aquel zulo, mirándola de vez en cuando, refrenando sus ansias de terminar con ella. No quería hacerlo, tenía que esperar, esperar a disfrutar mucho más y, sobre todo, esperar a que estuviese consciente de nuevo, quería ver el pánico en aquellos ojos, quería que le reconociera, y supiera quién era y porqué le estaba dando su merecido, aquello que debiera haber hecho hacía años, si no fuera porque... había sido mucho más fácil vivir a su costa, odiándola, torturándola, ¡quién le iba a haber dicho que su medio de vida sería aquella puta! Subió los escalones de dos en dos y la dejó de nuevo sola.





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