El amante del príncipe

Autorstwa sakurasumereiro

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En un reino cruel donde la homosexualidad está prohibida, el príncipe se enamora de un esclavo. **... Więcej

Antes de leer
Glosario y Mapas
Capítulo I: "El goce está en hacer lo prohibido"
Capítulo II: "Te prepararé para ser rey"
Capítulo III: "Estoy para serviros"
Capitulo IV: "Prométeme que jamás la tocarás
Capitulo V: "No nací para esto"
Capítulo VII: "Sois magnánimo"
Capítulo VIII: Por más que quería, no podía zafarse, no podía escapar
Capítulo IX: Es un rey y a su muerte se convertirá en un dios
Capitulo X: Mi nombre es Karel
Capítulo XI: Es un extraño
Capítulo XII: "¿Quieres que sea él?"
Capitulo XIII: "El rey será el último que quede de pie"
Capitulo XIV: "Yo nunca..."
Capitulo XV:"Que termine pronto"
Capítulo XVI: Tierra del mal
Capítulo XVII: ¡Vesalia planea atacarnos!
Capitulo XVIII: " Es noche de subasta"
CapituloXIX: "De ahora en adelante son libres"
Capítulo XX: "Continuaré buscando"
Capítulo XXI: "Me gustaría que te nos unierais"
Capitulo XXII: "Era el dueño de su destino"
Capítulo XXIII: "Todo se trata de ambición"
Capítulo XXIV: "Sois muy bueno con la espada"
Capítulo XXV: "Me salvaste"
Capítulo XXVI: Era él (I/II)
Capítulo XXVI:"Era él" (II/II)
Capítulo XXVII: "Ravna, mi consejera"
Capítulo XXVIII: "Tú serás mi perdición"
Capítulo XXIX: "¿Qué estoy haciendo?"
Capitulo XXX: "Eres una vidente"
Capítulo XXXI: "Eres extraordinario"
Capítulo XXXII: "Me quedaré con Su Alteza" (Parte I/II)
Capítulo XXXII: "Me quedaré con Su Alteza" (Parte II/II)
Capítulo XXXIII: "Cada día te amo más"
CAPITULO XXXIII: "Y siempre vuelve a levantarte"
Capítulo XXXIV: "¿Qué queréis de mí, Su Alteza?"
Capítulo XXXV: ¿Obtendré mi venganza?
Capitulo: XXXVI: "Pronto serás libre de nuevo"
Capítulo XXXVII: "No lo necesito"
Entrevista
CAPITULO XXXVIII: "Te cubriré"
Capítulo XXXIX: "No permitáis que muera"
Capítulo XL: "Para mí valen porque me los diste tú"
Capítulo XLI: "Permíteme estar a tu lado"
Capítulo XLII: "Gracias"
Capítulo XLIII: "Os esperan en Beremberg"
Capítulo XLIV: Demasiados recuerdos dañinos
Capítulo XLVI: "Estáis vivo y de vuelta"
Capítulo XLVII: Para mí es un honor serviros
Personajes
CAPITULO XLIX: "Creí que eras diferente"
Capitulo XLIX: ¿Estás enamorado de alguien más?
Capítulo L: Debemos prepararnos, Majestad
Capítulo LI: "No eres rival para mí"
Capítulo LII: "Ni siquiera sé qué sientes por mí"
Capitulo LIII: "¿De qué le sirve vuestro amor?"
Capítulo LIV: "Tuyo nada más"
Capítulo LV: "¡Viniste a rescatarme!"
Capítulo LVI: "¿Le crees?"
Capítulo LVII: "Mátalos a todos"
Capítulo LVIII: "Vuestros días están contados"
Capítulo LIX: "¡Vergsvert paga la afrenta!"
Capitulo LX: "Siempre te voy a amar"
Capítulo LXI: "¿De qué se me acusa?"
Capítulo LXII : "No voy a dejarte"
Capítulo LXIII: "¡Tengo que ir por él!"
Capítulo LXIII: "Tenemos que salir de aquí"
Capítulo LXV: "¡Yo no tengo rey!" (I/II)
Capítulo LXV: "¡Yo no tengo rey!" (II/II)
Capítulo LXVI: "Hasta mi último aliento". FINAL I/II/
Capitulo LXVI: "Hasta mi último aliento" FINAL II/II
Del modo de creación y otras cosas random
EXTRA: Lysarel (I/III)
EXTRA: Lysarel (II/III)
EXTRA: Lysarel (III/III)
Extra de San Valentín: El perfume
Extra de San Valentín: Brianna y Arlan
Extra Halloween: Exhibicionismo
Extra M-Preg: "¿Qué pasaría si Lysandro se toma la píldora roja?"

Capítulo VI:"el príncipe Karel: quince jabalíes, ocho liebres, dos ardillas"

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Autorstwa sakurasumereiro

Doceava lunación del año 104 de la era de Lys. Eldverg, reino de Vergsvert.

El rey Daven había convocado una cacería para celebrar el regreso de Karel, su hijo menor, al reino de Vergsvert. A dicho evento fueron invitados no solo los hombres pertenecientes a la familia real, sino toda la élite del gobierno: ministros, cancilleres, concejales y generales.

La actividad cinegética se llevaría a cabo en las laderas próximas a Ausvenia, en un extenso coto exclusivo de la nobleza, donde el rey, que era muy afín al deporte, solía cazar al menos una vez cada dos lunaciones si la guerra se lo permitía. Esta última, creía el príncipe Karel, era en realidad su afición predilecta.

El joven se hallaba mirando al frente, montaba su potra Luna, un hermoso ejemplar de pelaje rojizo que había traído desde Augsvert y el cual se hallaba adornado con gualdrapas rojas y doradas. Karel vestía a la usanza de Vergsvert: con capa y ropa no tan ajustada de lino, fresca y cómoda para hacer frente al calor del verano, el tipo de vestimenta le permitía aprovechar al máximo los movimientos de su cuerpo. A la espalda llevaba el carcaj cargado con flechas. Las saetas de cada participante se distinguían entre sí por colores y diseños exclusivos según su dueño, esto permitía poder discernir las presas de cada contendiente y al final del día escoger al ganador.

Era la primera vez que Karel participaba de un evento como ese en Vergsvert, si bien no era un neófito usando arco y flecha mientras cabalgaba. En Augsvert uno de los objetivos de su adiestramiento como hechicero era precisamente ese. Sin embargo, en el reino vecino las cosas se hacían de manera diferente. Augsvert era una nación regida en su totalidad por sorceres y estos eran respetuosos de cada ser vivo. No era que no cazasen, lo hacían, pero no por deporte o diversión, sino por necesidades alimenticias. Los eventos a caballo que implicaban la práctica de la arquería, se realizaban usando blancos encantados que se desplazaban por el área, cambiaban de locación y en ocasiones era mucho más difícil acertarles que a una presa viva.

La potra corcoveó inquieta y Karel giró hacia la derecha, donde se encontraba su tercer hermano y segundo príncipe: Axel. Al lado de este y en el centro de la primera línea montaba su padre, el rey Daven. Luego, a su diestra, seguían el primer príncipe Viggo y en el extremo Arlan. Detrás de ellos se hallaban los sirvientes que se encargarían de asistirlos. Por detrás de estos se encontraban los funcionarios del rey y sus sirvientes y por último las mujeres.

Su madre debía estar entre ellas. Cuán difícil debía ser para una lara augsveriana adaptarse a las tradiciones discriminativas de Vergsvert, donde las mujeres, por más nobles que fueran, jamás podrían igualar a los hombres. De hecho, en su reino, ninguna de sus hermanas tenía opción a gobernar. Volteó y vio a su madre al fondo del grupo, a pesar de todo ella sonreía, él le sonrió de vuelta. Lara Bricinia podía parecer ambiciosa, pero lo cierto es que era alguien muy persistente de quien a menudo se sentía orgulloso.

Cuando le preguntó si iría a la cacería, ella le respondió, con una sonrisa, que por nada del mundo se la perdería. Después de derramar sangre y lágrimas, logró, desde hacía pocos años, convencer al rey de que aceptara la presencia de las mujeres de la familia en el evento. Y aunque solo ella y lara Arawen, la segunda esposa de su padre, se encontraban allí, Karel estaba seguro de que para ellas esa era una gran victoria, un terreno ganado que su madre se esforzaría en mantener. A sus hermanas, por otro lado, parecía darles igual seguir ocupando el lugar opacado que hasta ahora tenían en el reino.

Adelante, uno de los sirvientes tocó el gran tambor, los caballos relincharon y la competencia dio inicio. El rey y el príncipe heredero al trono, Viggo, salieron primero, luego lo hicieron el resto de los príncipes y así, en orden, hasta que por último lo hicieron las dos mujeres.

A pesar de su edad madura, el rey Daven se conservaba en excelente forma física, después de todo era un héroe de guerra, el hombre fuerte que había prometido unificar la región al oeste de la cordillera de Ausvenia y convertirla en un reino magnífico, tanto o más que Augsvert, sus muy admirados vecinos.

El primer príncipe, Viggo, de treinta años, al igual que su padre era atlético y decidido, se perfilaba para seguirle los pasos, siendo ya un general destacado, con triunfos en las guerras de unificación dignos de ser cantados. Karel observó cómo, sin perder el trote del caballo, sacó una de sus flechas adornada por una pluma del color del trigo, la montó en el arco y disparó. Adelante de ellos el jabalí rodó por el suelo cubierto de ramas y hojas. Viggo de inmediato sonrió con suficiencia y continuó al galope mientras uno de los siervos del palacio registraba al animal en el conteo.

—Viggo no es un sorcere —escuchó de pronto Karel. A su lado se había posicionado su tercer hermano y segundo príncipe, Axel—. No es un sorcere como tú o como Arlan, es un común igual a mí, pero no por eso quiere decir que nosotros, los sin magia, somos menos hábiles que ustedes.

Al concluir el comentario, rápidamente, el príncipe montó una flecha cuyo distintivo era verde. Soltó la cuerda y con asombrosa precisión hirió a una liebre, tan agazapada en el follaje, que Karel no había notado su presencia.

El príncipe Axel volteó a mirarlo con el rostro serio como si no hubiese acertado en el blanco, hizo una inclinación de la cabeza y afincó los talones en los ijares del caballo, a lo que este respondió incrementando el galope.

—No le hagas caso. —Llegaba al trote Arlan para cabalgar a su lado—. No es más que un frustrado, siempre me ha envidiado porque hay savje en mis venas y no en las suyas. Y parece que ahora que has regresado, también tú serás blanco de sus celos. No hace más que arrastrarse a los pies de Viggo y de nuestro padre. —Los caballos de ambos iban trotando entre los prados. Arlan montaba sin prestar atención a la cacería, Karel lo escuchaba mientras intentaba vislumbrar alguna presa entre los arbustos—. Tan ávido se muestra por reconocimiento que, cuando lo veo en ese plan, me avergüenzo de haber salido del mismo vientre que él.

Lara Arawen era la madre tanto de Axel como de Arlan y de las princesas Alina y Alexia. De todos ellos, Arlan era el único que poseía el savje para ser llamado sorcere. En la corte, de hecho, tan solo él y Arlan lo eran, además de las madres de ambos.

Karel incrementó el trote cuando vio adelante de sí a un jabalí. Montó la flecha y la disparó. Esperaba que esta diera en el blanco, pero para su asombro, otra flecha que refulgía en un tono naranja, impregnada en poder espiritual, la atravesó por la mitad y fue a clavarse en uno de los costados del animal.

Al lado del príncipe sonó la risa estrafalaria de su tercer hermano.

—No creíste que desaprovecharía la ventaja de ser un sorcere, ¿verdad? Hermanito, hermanito, tienes mucho que aprender o serás devorado en esta corte.

Karel estrechó loss ojos al mirarlo de nuevo. Realmente desestimó usar magia, lo consideraba trampa dado que no todos eran hechiceros. Sin embargo, sonrió con malicia.

—Compitamos entre nosotros —le propuso a su hermano. Si limitaba el desafío a ellos dos que eran sorceres, entonces no le parecía deshonroso—, con todo nuestro poder y habilidad.

—Esto se puso interesante —Arlan sonrió de lado e hizo un gesto afirmativo.

Mientras la competencia se desarrollaba como dictaba el protocolo entre el resto de los participantes, Arlan y Karel se habían enfrascado en una lucha personal. Usaban su poder para impregnar las flechas, las cuales lanzaban de a tres al mismo tiempo y al abandonar el arco, estas se dirigían en diferentes direcciones en busca de presas.

Las risas divertidas de ambos príncipes resonaban entre los árboles cada vez que alguna saeta daba en el blanco. Karel pudo explayarse sin sentir remordimiento por usar su poder. Además, la forma de ser, tan relajada, de Arlan le agradaba bastante en aquella corte, donde no dejaba de sentirse un extraño.

Las runas brillaban en el aire cada vez que alguno de los dos dibujaba con sus dedos los símbolos para realizar algún hechizo. Al cabo de un cuarto de vela de Ormondú, los sirvientes de palacio resollaban extenuados después de contar todas las piezas que entre ambos habían cazado.

—Ja, ja, ja. Creo que te he vencido —le dijo Karel sin dejar de reír—, la pequeña ardilla debería contar al menos como tres jabalíes.

—¡Estás soñando, hermanito! Una ardilla es mucho más pequeña, ¿cómo podría contar por tres jabalíes?

Karel sacó su cantimplora y bebió un gran trago antes de contestar:

—¡Por eso mismo debería valerlo! Es más difícil acertar a un blanco pequeño, como una ardilla, que a uno grande. —A la última palabra de Karel la acompañó el movimiento de sus dedos índice y medio. Dibujó en el aire la runa de Khos, la cual quedó suspendida brillando en el aire. El joven lanzó la flecha y esta atravesó la runa, de inmediato la saeta se cubrió de un suave brillo plateado, el tono del savje del príncipe. La flechó danzó en el aire mientras ambos la observaban, trazó trayectorias imposibles para cualquier tiro ordinario y, certera, le atinó a otra ardilla en lo alto de un roble. Karel volvió a reír—. Seis jabalíes, dos ardillas.

Arlan acompañó su risa.

—Eres bueno, hermanito, muy bueno, como se espera de alguien que se formó en Augsvert, la cuna de los sorceres. Quiera Saagah no le hayas ganado a nuestro padre o a Viggo. Por otro lado, me encantaría que fueses el vencedor, todo para ver la cara de Axel colorearse verde de envidia. —Arlan rompió a reír.

Karel negó con una sonrisa. Pensó para sí en las anteriores palabras de su hermano y se preguntó qué sería mejor, si obtener más piezas que todos, incluyendo a su padre, o no hacerlo. Si demostraba que era muy hábil, ¿no desencadenaría entre los asistentes sentimientos parecidos a los que ya tenía Axel por él? Y si perdía, entonces nadie lo tomaría en serio. Sin duda era difícil saber qué era mejor. Pero ya no había mucho que hacer, tal vez debió reflexionar sobre eso antes de dejarse llevar por la diversión.

Un grito se escuchó y varias aves volaron en desbandada. Karel se alertó.

—¿Qué ha sido ese grito? ¡Parece que alguien fue herido!

—¡Ah! Un sirviente ha recibido la saeta de uno de los ministros, seguro —le contestó Arlan, sin darle al asunto la menor importancia—. Los ministros y concejeros no son muy buenos con el arco, vienen solo por agradar a nuestro padre. Siempre matan a algún desafortunado, son incapaces de distinguir un jabalí de un hombre.

Karel, sin embargo, tomó las riendas e hizo el amago de volver. Si había alguien herido, quizá pudiera ayudar en algo.

—¿A dónde vas? —lo detuvo Arlan. Después se burló —No me dirás que quieres socorrer al infortunado esclavo, ¿verdad? Déjalo. El resto de los sirvientes se encargará. Regresemos, el sol ha descendido.

Karel dudó, miró un momento a donde había sonado el grito. Por más que Arlan se burlara, no podía dejarlo pasar. Azuzó la potra y salió galopando hacia allá. Detrás de él su hermano le conminaba a regresar.

En medio de unos arbustos vio movimiento y detuvo al caballo. Desmontó. Delante, medio cubiertos por las ramas, se encontraban dos jóvenes inclinados sobre un tercero tendido en el suelo.

—¿Estáis bien?

Al verle, la zozobra se esparció entre los sirvientes. De inmediato se levantaron e hicieron sendas reverencias nerviosas.

—Su Alteza, no es nada. El ministro del tesoro ha herido por error a Irving.

Karel se horrorizó ¿Cómo no podía ser nada? Se apresuró a llegar con el muchacho herido. El joven yacía tendido sobre su espalda, agonizando. Una flecha se incrustaba profundo en su cuello, de donde salía abundante sangre. El chico emitía gorgojeos desesperados, llevaba las manos a la herida con los ojos a punto de salir de sus cuencas.

El príncipe se arrodilló al lado de su cabeza, no existía nada que pudiera hacer para evitar su muerte. Posó las manos sobre el esclavo herido e hizo brotar de ellas su energía espiritual plateada. Esta le cubrió como una mortaja y el joven dejó de luchar. Su mirada se suavizó en una mueca de paz, poco a poco los párpados se le cerraron hasta que su respiración cesó.

Karel se levantó y observó el triste espectáculo. El esclavo apenas era un adolescente. Los otros dos lo observaban, perplejos. Cuando él los miró en seguida apartaron los ojos y se inclinaron en reverencia. Karel negó con la cabeza incapaz de permanecer más allí, montó sobre su caballo y emprendió el regreso.

Al llegar al claro donde darían el resultado del conteo, ya una gran carpa de cáñamo se encontraba montada. Algunos ministros y concejeros aguardaban la llegada del resto de los participantes, poco a poco esta se fue llenando.

Ninguno de ellos se apercibía de lo sucedido, igual a la actitud de Arlan no le daban importancia a que un muchacho acababa de fallecer, víctima de un desafortunado accidente. De pronto se sintió enfermo, quería marcharse. Pero no podía hacerlo, de ceder a su deseo sería tomado como una grave afrenta.

Axel le lanzaba miradas de reojo cada tanto mientras hablaba con Viggo, quien parecía no prestarle mucha atención a lo que le decía.

Arlan coqueteaba con algunas doncellas. Las jóvenes vestían trajes de tela ligera que dejaban al descubierto los brazos y parte del escote. Se reían, tímidas, cada vez que el príncipe les susurraba haciendo parecer que comía los canapés que ellas sostenían en bandejas de plata.

—¡Bien, no falta nadie más! —exclamó uno de los concejeros—. Empecemos a contar nuestras piezas.

Karel miró a su alrededor, todavía su madre y lara Arawen no volvían.

—Aún faltan mi madre y lara Arawen.

El concejero dejó salir una risa despectiva.

—Es cierto, me olvidaba de las sorcerinas. Aunque de seguro sus conteos serán bajos, no creo que sepan cazar.

Ante el comentario, la mayoría de los presentes comenzaron a reír. Karel negó por lo bajo con una sonrisa de desprecio. Le parecía increíble la actitud que algunos tenían, tan seguros de su propia grandeza. En el palacio Adamantino, en Augsvert, las estudiantes más avanzadas de su clase eran mujeres y una mujer era la que gobernaba el reino de los sorceres. El rey interrumpió las risotadas generales con un carraspeo, luego habló:

—Señor Hallsted, le aseguró que en una competencia privada le costaría mucho ganarle a lara Bricinia o a lara Arawen. Las he visto usar el arco y cualquiera de ellas le cegaría un ojo o los dos a varias varas de distancia, aún sin usar magia.

—¡Oh! ¡No tome a mal mis palabras, Su Majestad! Es solo que las mujeres son seres tan delicados que deberían ocuparse de labores acordes a su naturaleza, y más lara Bricinia y lara Arawen, damas de belleza tan etérea.

El rey no rebatió el comentario, a Karel le hubiera gustado que lo hiciera. Su padre observó en silencio a su consejero, por un instante, temió que pudiera considerar seriamente sus palabras y alejar a las sorcerinas de actividades que ellos consideraban exclusivas de los hombres.

Lara Bricinia no era la típica dama de la corte vergsveriana, no se quedaría como sus hermanas, bordando, tocando la lira o el arpa o cualquiera que fuera una de las labores delicadas a las que se refería Hallsted.

Ambas sorcerinas llegaron al galope, apenas sudorosas y sonriendo. El Rey las miró y luego dio la señal al jefe de su escolta, este a su vez lo hizo al sirviente encargado del conteo.

—Su señoría, Edmund Ferinand —anunció el sirviente el último lugar de la competencia —: un jabalí.

Aplausos discretos. Edmund Ferinand era el ministro del Tesoro del reino. El hombre enjuto sonrió en un gesto de disculpa. Varios de los funcionarios administrativos y concejeros se mantuvieron en ese último lugar con un solo animal cazado. Luego el sirviente leyó los nombres de aquellos con más piezas obtenidas.

—Su señoría, Hans Hallsted: tres jabalíes, tres liebres. —Aquel era un buen conteo teniendo en cuenta que no quedaban muchos participantes por anunciar, sin embargo, el consejero real arrugó el ceño y dirigió la mirada hacia las mujeres. Karel creyó que se sentía molesto porque era obvio que ellas le habían superado en la competencia.

—Lara Arawen —anunció el hombrecillo—: cinco jabalíes. —Aplausos—. Lara Bricinia: cinco jabalíes, dos liebres.

Karel giró y miró a las mujeres quienes sonreían y se felicitaban una a la otra en voz baja. Ya solo quedaba dar el conteo de las piezas obtenidas por los príncipes y el rey.

—Su Alteza, el príncipe Axel: seis jabalíes, ocho liebres.

Su tercer hermano apretó los puños y sonrió en una mueca tensa. Se llevó a los labios la copa de bronce y bebió todo el contenido en un solo trago.

—Su Alteza, el príncipe Arlan: seis jabalíes, siete liebres, dos ardillas.

Arlan curvó los labios en una gran sonrisa y se acercó a Axel, le susurró algo al oído y este crispó el rostro. Apretó tanto la copa en su mano que Karel estuvo seguro de que de haber sido un sorcere la habría incendiado.

El rey miraba a uno y otro lado, sereno, mientras comía un gajo de uvas que una de las doncellas le introducía directamente en la boca. Arlan, todavía sonriendo, se acercó a Karel.

—¿Nervioso, hermanito? Axel está furioso y no sé contra quién es su rabia, si contra ti, contra mí o contra el mundo. Solo espero que le hayas ganado a Viggo, tal vez tengamos la suerte de que nuestro buen Axel se desmaye de pura furia.

—Su Alteza, el príncipe Viggo. —Ante la mención, un murmullo asombrado recorrió la carpa. Todas las miradas se fijaron en Karel, había quedado por delante del príncipe heredero en la competencia—: siete jabalíes, siete liebres.

Por un momento se hizo el silencio. Tal parecía que a los presentes se les había olvidado respirar. Los ojos se dirigían de manera alternativa hacia Viggo y hacia él. Karel empezó a sentirse inquieto. El primer príncipe también lo miró. Sus ojos oscuros y profundos eran indescifrables, así como la expresión seria, que no dejaba traslucir ningún sentimiento. Llevó la copa a los labios sin apartar la mirada de la suya, finalmente hizo un asentimiento de cabeza y dirigió los ojos al frente.

—Su Majestad, el rey Daven: nueve jabalíes, tres liebres.

De nuevo el silencio, esta vez más opresivo.

Las cabezas giraron en su dirección al instante. Karel sintió que enrojecía. Definitivamente, no podía ser bueno haberle ganado al rey y al príncipe heredero, habría deseado desaparecer en ese mismo momento.

—Su Alteza, el príncipe Karel: quince jabalíes, ocho liebres, dos ardillas.

Solo el rumor de la brisa veraniega moviendo las ramas de los árboles cortaba el silencio. El calor del momento le hacía sudar.

Fue Arlan quien acabó con el incómodo momento. Comenzó a aplaudir, al principio lentamente y luego con energía, acompañando sus palmas con su risa alta. A él se le sumaron los aplausos del resto de los presentes. Karel pestañeó y dirigió la mirada hacia su padre. El rostro de este se mostraba sereno y suave, con una leve sonrisa, como si el resultado de la competencia no le afectara en lo más mínimo. El príncipe Viggo se inclinó hacia él y le susurró algo al oído, a lo cual ambos asintieron. El rey se aclaró la garganta.

—Muy bien amigos míos, os agradezco por haber venido —empezó a decir el rey—. Y agradezco a los dioses por haberme devuelto a mi último hijo, Karel, que hoy ha demostrado ser, no solo un hombre digno, sino un excelente cazador. Estoy seguro de que su habilidad cubrirá de gloria nuestro reino y con su ayuda obtendremos lo que tanto anhelamos, la unificación de Vesalia bajo el mando glorioso de Vergsvert.

Los presentes rompieron en aplausos calurosos ante las sentidas palabras del rey. Estuvieron unos momentos más bebiendo y comiendo, disfrutando del frescor de la tarde veraniega.

Más tarde el rey se acercó a Karel.

—Lo habéis hecho muy bien, hijo mío. Mira que haberle ganado a vuestro padre...

—Disculpadme, padre. No fue mi intención.

—¡Oh, no! ¡No! Jamás os disculpéis por vuestra habilidad. Los dioses dan a cada cual según su destino. Estoy orgulloso de ti, hijo mío. Estoy seguro de que lograrás grandes cosas. Parece que, como siempre, vuestra madre tenía razón en enviaros a Augsvert, habéis venido convertido en un prodigio.

Las palabras del rey llenaron de una agradable calidez su corazón. No estaba molesto, sino, por el contrario, se sentía orgulloso de él. Sin proponérselo sonrió. De haber podido habría saltado de la alegría.

Poco tiempo después todos cabalgaban de regreso al palacio. Karel cerró los ojos mientras se bamboleaba lentamente mecido por el andar de u yegua Luna. La brisa cálida del verano despeinaba sus cabellos castaños. Iba solo y casi de último, sumergido en sus pensamientos. No había sido su intención sobresalir, sin embargo, eso le valió la aprobación de su padre. Deseaba celebrar. Una imagen se coló en su mente: La figura andrógina de un bailarín de cabello negro. Azuzó el caballo e incrementó el galope, quería prepararse para la noche. 

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