La Clínica

By marlysaba2

94.1K 4.6K 2.7K

Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 111

505 23 11
By marlysaba2


Alba dudó un instante, quería marcharse de allí. No soportaba a María y la idea de sentarse en la misma mesa a aguantar sus desplantes la hacía desear salir huyendo y marcharse a hacer la guardia que había anulado, pero la cara anhelante de Natalia y sus ojos pidiéndole su apoyo, al tiempo que su tono firme y decidido y ese cariño que dejaba las cosas claras, la hicieron decantarse por permanecer allí y demostrarle a María que solo le importaba Natalia.

- Ahora mismo voy – respondió con una sonrisa – por cierto, María, "esa" tiene nombre, por si no lo recuerdas me llamo Alba. Y... tampoco soy sorda.

Natalia le hizo una seña con las cejas de que no empeorase más las cosas, pero Alba estaba decidida, si iba a quedarse allí, sería con condiciones y la principal era que María no le faltase al respeto.

- Natalia, no voy a tolerar ni una impertinencia por parte de...

- Os pido a las dos por favor que os comportéis como adultas - habló con autoridad mirando a una y otra interrumpiendo a su madre.

- Por mí no hay problema – le dijo Alba con rapidez mientras María se cruzaba de brazos sin responder.

- Gracias cariño. ¿Puedes también buscar a Andrés y decirle que recoja la maleta de mi madre y la lleve al ala oeste?

- ¿Al ala oeste? – su madre parecía contrariada.

- Sí, aquel cuarto de invitados es más grande que el de ésta. ¿Te importa Alba?

- No, claro que no, os espero en el comedor, que tú deberías ir cenando ya – le sonrió y Natalia agradeció profundamente que se quedase allí y que la apoyase.

María la miró contrariada y se sentó junto a su hija en el sofá.

- No puedo creerlo, o sea que era cierto ¿no? ¡tú padre y yo no dábamos crédito! queríamos creer que era un capricho pasajero, pero ya veo que no, por eso me has tenido sin respuesta y sin atender mis llamadas ¿vives con ella?

- Mamá, eso no es de tu incumbencia.

- ¿Tampoco es de mi incumbencia que tengan que venir mis amigos a decirme que vas acompañada a un cóctel por alguien, que no solo no sabe comportarse sino, que da un espectáculo bochornoso? ¿así pretendes sacar a flote tu clínica? ¿sabes lo que se dice en ciertos círculos? ¿no te has preguntado por qué hay personas tan reacias a poner en tus manos su dinero?

- No lo sé ni me importa. Aunque imagino que ya te encargarás tú de contármelo con pelos y señales, ¿no, mamá? – le preguntó irónica.

- Vas a arruinar tu vida y la de todos los que han confiado en ti, recapacita hija, que aún estás a tiempo, si lo haces tu padre podría hacer unas llamadas y buscar financiación...

- Si a esas personas les importa más mi vida privada y con quien voy acompañada que mi capacidad para gestionar la clínica, no quiero su dinero.

- ¡Una vergüenza! Eso es lo que es ¡una vergüenza! ¿cómo puedes hacerte acompañar por ella? ¡una don nadie! sin educación ni maneras ni...

- ¡Mamá! Ya te he dicho que con quien vaya a los sitios y con quien viva no es de tu incumbencia.

- ¡Ya lo creo que lo es! lo es si eso nos afecta a tu padre y a mí. ¿Cómo puedes traértela aquí? ¡vivir con ella! ¡faltarle el respeto a tu mujer!

- No me grites – su voz se enronqueció – y te repito que no lo es de tu incumbencia. Pero si tanto te preocupa, no vivo con ella.

- ¡Gracias al cielo que aún te queda un poco de cordura!

- No vivo con ella no porque yo no se lo haya pedido, sino porque ella se ha negado.

- ¡Esto es inaudito! ¿qué pasa? ¿Qué le parece poco a la señorita lo que le ofreces o es que quiere que le compres algo a su nombre?

- ¡Mamá! ya está bien. Creía que el otro día quedó claro que no voy a consentir que os metáis en esta decisión y que os guste o no vais a tener que aceptar a Alba, si queréis seguir viéndome por Sevilla.

- Claro que vas a ir por Sevilla, ¡ya te guardarás tú de hacer lo contrario! No puedes hacerle eso a Ana ni a su familia.

- Mamá, sabes que no soy capaz de dejar de ver a Ana – le habló con calma intentando hacerse entender - solo te pido que me comprendas, que... entiendas que necesito seguir con mi vida, que quiero a Alba y quiero compartir con ella...

- ¡Eres mi hija, y me preocupa lo que te ocurra!

- Pues no se nota, parece que te preocupa más lo que te cuentan tus amigos que lo que yo te digo.

- No se trata de lo que me dicen sino de lo que ven mis ojos. Cada día te veo más desorientada, más perdida... Céntrate hija. ¿Es que no has aprendido nada desde tu accidente?

- Mamá, deja el tema.

Alba llegó a la puerta y escuchó sus voces, sabía que hablaban de ella y por el tono enfadado de Natalia, era evidente que María no estaba muy contenta con su presencia en la casa. Por eso Natalia había querido deshacerse de ella. Se detuvo un instante sin saber si entrar e interrumpirlas o esperar a ver si se calmaban los ánimos. Pero la voz de María la frenó.

- No voy a dejar el tema cuando veo que esa fresca intenta aprovecharse de ti, y de tu punto débil.

- Mamá, por favor, si vas a quedarte en casa te exijo un respeto, a mí y sobre todo a Alba, no quiero que la ofendas ni que la mires y le hables en ese tono, Alba es maravillosa, me cuida, me mima, está pendiente de mí.

Alba, suspiró y sonrió satisfecha con aquella defensa. Había adoptado la decisión correcta de quedarse junto a Natalia por mucho que le incomodase la situación.

- Te repito que soy tu madre y no puedo evitar que no me gusten ciertas cosas. No te cuidará tanto, ni te hará tan feliz, cuando cada vez te veo más cansada, más malhumorada, cada vez con peor cara y más delgada. ¿Sigues con esas migrañas?

Alba esperaba la respuesta de la pediatra, pero no se produjo. Se decidió a entrar y ayudarla en aquella batalla. Natalia estaba cansada, llevaba un día muy duro y todo aquello no iba a hacerle ningún bien.

- En eso estoy de acuerdo con tu madre, Nat – entró la enfermera ganándose una mirada de sorpresa de ambas - Precisamente María de eso estábamos hablando cuando has llegado, que debe descansar más y cuidarse. Y sobre todo, no alterarse.

María la miró con desagrado. Y no respondió.

- Por cierto, Nat que dice Andrés que si lleva las maletas al cuarto que da al gimnasio o al otro.

- Al otro – respondió con rapidez.

- Y Rosa pregunta si empieza a servir la cena y que si lo hace aquí o en el comedor.

- Dile que aquí – la interrumpió con cierta impaciencia quería dejarle claro a su madre por lo que no estaba dispuesta a pasar y no quería que Alba estuviese delante, deseaba ahorrarle aquél mal rato - así seguimos con la película.

- Hija, ¿una película?

- Sí Mamá, estábamos viendo una película y queremos terminar de verla.

- Yo quiero hablar contigo, a solas. Sin extraños delante.

- Alba no es una extraña, lo que tengas que decirme me lo dices delante de ella.

- Es de Ana, y es importante. No voy a comentar cosas de tu mujer con tu... amante – arrugó la nariz con gesto despectivo.

- Bueno ¡ya está bien! – Alba, al escuchar aquello, en contra de todo lo que se había propuesto estalló, se acercó a la pediatra decidida a terminar con aquella situación, si María no estaba dispuesta a ceder sería ella la que lo hiciese – está claro que esto es una mala idea, Nat. Tu madre, quiere hablar contigo y yo creo que tiene razón. Aclarad lo que tengáis que aclarar y yo mejor me voy y os dejo solas.

- Tú no te vas – Natalia se mostró autoritaria - Tú te quedas y todas nos vamos a comportar como personas civilizadas.

- No, Nat... yo me voy – la enfermera no estaba dispuesta a seguir allí - si tú aguantas ciertas cosas me parece muy bien, es tu madre, pero yo no voy a consentir esos comentarios.

- No, si tienes toda la razón. Pero tú te quedas, la que se marcha es ella si no es capaz ni de respetarme a mí ni a ti.

- No te reconozco hija. ¡Cómo puedes faltarle el respeto así a tu mujer! ¡está enferma! ¡está ingresada y no has ido ni para quedarte con ella! Tienes que venirte conmigo a Sevilla y estar a su lado, se lo debes, ¿y qué haces? ¡nada! tendrías que estar allí, apoyándola y no aquí... ¿Cómo puedes estar con...? - miró a Alba despectiva, pero no se atrevió a calificarla.

- Mamá deja de atacar a Alba, lo que tengas que decirme me lo dices a mí, pero déjala a ella en paz.

- Es que no puedo creerlo hija, ¡no puedo!

- Pues créelo, Alba es la persona que quiero – dijo cogiéndola de la mano - te dije que había tomado una decisión y que vengas aquí no me va a hacer cambiar de idea. Me estás ofendiendo y estás ofendiendo a mi invitada.

- ¿Tu invitada? – preguntó sarcástica.

- Sí, y no voy a consentirlo. Alba no solo se queda, sino que pasará la noche aquí. Y ahora voy a decirle al servicio que te preparen un cuarto, ¿has cenado mamá? – María y Alba no pudieron evitar mirarla extrañadas y luego lanzarse entre ellas una furtiva mirada, Natalia parecía haber olvidado los encargos que le hizo a la enfermera.

- Ya te he dicho que no he cenado, pero no te preocupes que si no soy bien recibida en la casa de mi hija, me voy a un hotel.

- No te vas a ningún hotel – hizo intentos de alcanzar su silla y Alba se apresuró a acercársela, ayudándola a subir a ella – deja ya de decir tonterías y de hacer todo tan difícil.

- ¿Yo hago las cosas difíciles?

- Sí, mamá – la miró suplicante – ¿por qué no aflojas un poco? ¿por qué no vas a tu cuarto, te instalas y cenamos tranquilamente? – le pidió conciliadora.

- No pienso quedarme aquí para que me restriegues...

- ¡Te vas a quedar! – Natalia elevó la voz harta de su obstinación - y Alba también, las dos os vais a quedar y – se llevó una mano al esternón, el dolor había vuelto repentinamente y con una fuerza inusitada, tomó aire y su voz sonó mucho más débil que hasta entonces – y... vamos a dejarnos de... de...

- Nat... ¿qué te pasa? – Alba se agachó junto a ella preocupada - ¿vuelve a dolerte? ¿no puedes respirar?

- Estoy... estoy bien – tomó aire - voy... voy a decir que te preparen el cuarto de invitados y lleven allí tu maleta. Y voy a decirle a Rosa que te prepare algo para cenar, ¿qué te apetece?

Su madre no respondió y Natalia miró a Alba buscando su ayuda, ¡no podía con su madre! nunca había podido con ella.

- Entiendo que cualquier cosa estará bien ¿no, mamá? – la miró molesta - ¿Y a ti... cariño, te vas a quedar? tengo que... hablar con Rosa y...

- Nat, pero si ya he ido yo antes a hablar con ella.

- Eh... sí... eh... es verdad.

- Tú... ¿seguro que estás bien? – Alba la tomó de la muñeca comprobando su pulso – Nat no debes alterarte, ya sabes que... es muy importante que estés tranquila.

- Alba... - Natalia la miró haciendo ya ostensibles esfuerzos por tomar aire.

- Hija, ¿qué te pasa?

- Nada... estoy bien. Solo quiero que no discutáis y que... Alba... ¿me prometes que...?

- Por mí no tienes que preocuparte, cariño. Cenaré con vosotras si es lo que deseas, pero tranquilízate y respira despacio.

- ¿Y tú mamá? ¿serás capaz de hacerme ese favor y comportarte? – volvió a tomar aire con dificultad, más interesada en lograr que su madre cediera.

- Nat, respira despacio y... cálmate – Alba la observaba cada vez más preocupada.

- Necesito... necesito mis pastillas – terminó por pedirle.

- No puedes tomar más pastillas, son solo dos al día y hoy ya llevas...

- Dame... las – le pidió con apremio.

Alba las buscó con rapidez en la bolsa de su silla y corrió a metérsela debajo de la lengua. Mientras María permanecía impertérrita.

- Ven, deja que te ayude y te echas en el sofá.

- No, si...

- No repliques Nat y hazme caso, échate hasta que se te pase.

- Está bien – consintió en pasarse de nuevo al sofá, ante la atenta mirada de su madre que permanecía impasible.

- ¿Mejor?

Natalia asintió, cerrando los ojos y respirando aún con dificultad.

- Respira despacio, toma aire y suéltalo poco a poco.

- Ya lo sé...

- Chist, no hables. Tranquila que verás cómo en un momento se te pasa – le hizo una carantoña y giro la cara hacia María. ¡No entendía cómo podía permanecer allí como si tal cosa! pero no estaba dispuesta a seguir con aquella situación que perjudicaba solo a la pediatra

Se levantó del sofá decidida, y se acercó a María, la tomó del brazo y la empujo levemente hacia el otro extremo del salón.

- Ven conmigo María.

- Pero... bueno... - protestó, intentando zafarse.

- Por favor María.

- No hace falta que me empujes – habló en voz baja y para sorpresa de la enfermera se dejó arrastrar.

Alba se volvió un instante a mirar a Natalia que permanecía recostada, con los ojos cerrados, recuperando el aliento. Luego encaró a María que se había cruzado de brazos y la observaba con acritud.

- María... todo esto es ridículo.

- ¿El qué es ridículo? ¿que una madre quiera proteger a su hija? sé muy bien de qué pie cojeas, pude comprobarlo cuando mi hija se quedó sentada en esa silla y si lo que pretendes es que...

- No voy a discutir sobre eso – la cortó con decisión – lo que pasó, pasó y ni ella ni yo podemos cambiarlo, pero sí que podemos aprender de ello.

- La gente como tú no cambia.

- Me da igual lo que pienses de mí. Yo lo único que pretendo y lo único que me importa es que Nat no sufra.

- ¡Qué bien suenan las palabras! eso hay que demostrarlo con hechos, y de eso ya sé que eres incapaz, ¿no es cierto?

- María, ya sé que no me soportas desde hace años y puedo entenderlo, tú tampoco me has caído bien nunca, pero... aquí lo único importante es Nat y su salud. Ni tú, ni yo – enarcó las cejas con vehemencia.

- Tú, por supuesto que no – la miró despectiva - ya me encargaré de que pises lo menos posible esta casa.

- Si para que Nat esté tranquila y se recupere no tengo que pisarla nunca, ten por seguro que no lo haría. Deja de atacarme y escúchame – le habló con genio – tu hija no está bien, imagino que ya lo sabes, pero te lo repito porque parece que se te olvida – le habló con suficiencia exasperándola aún más - y esta noche, vamos a intentar pasarla lo mejor posible, y lo vamos a hacer por ella.

- Te repito que no eres nadie para decirme cómo conducirme con mi hija.

- ¡Pero es que no ves cómo está! – elevó el tono con impaciencia y Natalia se sentó en el sofá.

- ¿Qué pasa? – preguntó mirándolas.

- Nada, cariño – Alba sonrió – tu madre y yo que estamos charlando, échate y no te muevas hasta que estés mejor.

Natalia se recostó a pesar de que sabía que era un error. Tenía que evitar que discutieran, pero estaba tan cansada y tan mareada que no tuvo más opciones que hacerle caso a Alba y esperar a que la pastilla hiciera efecto y su corazón se tranquilizase. Alba se volvió hacia María visiblemente enfadada.

- No debe estresarse y... discusiones como estas... no le ayudan en nada.

- No me des lecciones de cómo comportarme con mi hija. Soy la primera interesada en su salud.

- Por eso te lo pido, porque sé que la quieres y que solo quieres su bien. Vamos a intentar no hacerle esto más difícil a Nat.

María le dio la espalda dejándola con la palabra en la boca y se acercó a la pediatra, dispuesta a demostrarle a Alba quien tenía derecho a cuidar de su hija y a preocuparse por ella ¿Quién se creía que era para darle consejos y decirle lo que podía o no hacer? era ella la que abandonó a su hija cuando más la necesitaba, fue ella la que no quiso saber nada de Natalia cuando tuvo el accidente, ¿y ahora pretendía llegar allí dando lecciones de cómo debía comportarse? no, no estaba dispuesta a tolerarlo y mucho menos a permitirle a su hija cometer aquel error, no iba a consentir que tropezase dos veces en la misma piedra.

- Natalia hija, ¿te sientes mejor? – se sentó en el borde del sofá y la cogió de la mano.

- Sí, me curre de vez en cuando, pero no es nada no te preocupes – sonrió incorporándose.

- Deberías meterte en la cama, y llamar a un médico.

- No, no es necesario, vamos a cenar, si ya se me está pasando.

- Deja que te ayude hija.

Natalia se dejó ayudar por ella. Mientras la sentaba en la silla, María, rechazó la colaboración de Alba con un "podemos solas" que molestó a la enfermera. María la había escuchado, pero ahora comprendía sus intenciones, competir con ella. Suspiró y se propuso no entrarle al trapo ni volver a discutir. Mientras siguiese con esa actitud con Natalia ella se daba por contenta. María se mostró más cariñosa y afable con ella y Natalia sorprendida del cambio, lo recibió con satisfacción. Sonrió mirando de reojo a Alba convencida de que era ella la artífice del mismo y agradeciéndoselo secretamente.

Se sentaron a la mesa y Alba fue a decirle a Rosa que podía servir la cena. El silencio reinaba entre ellas. Alba tenía la sensación de que la tensión podría cortarse con un cuchillo. Natalia apenas era capaz de tomarse el caldo, más preocupada por intentar mantener una conversación normal.

- ¡Cariño! este caldo está exquisito, ya no recordaba lo bueno que le salía a tu madre.

María frunció el ceño, molesta con el comentario.

- El mérito es de Rosa que yo solo le he dicho como hacerlo.

- ¿Te gusta mamá? ¿verdad que está exquisito?

- Demasiado grasiento para mi gusto. Un buen caldo no debe...

- ¡Mamá! - chascó la lengua haciéndola guardar silencio, ¿es que era incapaz de comportarse, aunque solo fuera por educación? – por favor...

- Has preguntado tú, hija – respondió tomando otra cucharada con cara de desagrado, pero dispuesta a consumir casi todo el contenido como establecían las normas de la buena educación.

- ¿Cómo están Jero y las niñas? los llamé el otro día, pero ya me dijo que no irían por Sevilla en dos o tres semanas.

- Hay mucho trabajo en las bodegas y Ana está muy liada con el nuevo tinto que quieren sacar. Si hicieras un esfuerzo para ir todas las semanas ya habrías coincidido con tu hermano.

Natalia suspiró, estaba claro que su madre no pensaba darle tregua. Alba le lanzó una sonrisa de apoyo que la reconfortó y la animó. Dispuesta a lograr que el ambiente se calmase y desapareciera la tensión que había en la mesa, volvió al ataque.

- ¿Y papá? ¿qué se cuenta? – intentó cambiar de tema.

- ¿Qué quieres que se cuente, hija? Agobiado con los problemas de las bodegas, y encima con lo que nos dijiste el otro día... no es capaz de mirar a la cara a... - dirigió sus ojos hacia Alba por encima de la cuchara - tus suegros.

- Mamá, dejemos el tema y cenemos tranquilamente - le pidió cansada.

- Solo respondo a tus preguntas.

- ¿Es que no puedes hacer un esfuerzo? Estoy intentando mantener una conversación medianamente normal.

María la miró y soltó la cuchara.

- Lo siento hija, pero no puedo. No puedo seguir con esta pantomima cuando siento que todo esto es una aberración.

- ¿Qué es una aberración? – preguntó la pediatra imitando a su madre y dejando caer la cuchara en su plato con enfado - ¿que esté enamorada? ¿que quiera rehacer mi vida? ¿tanto trabajo te cuesta aceptarlo?

Alba las miró sin saber si intervenir o no. No pudo evitar una leve sonrisa al escuchar a Natalia reconocer su amor por ella, a pesar del trabajo que le costaba decírselo directamente, pero aquella situación era demasiado tensa y desagradable como para disfrutar de esas palabras. Las dos habían dejado de comer y se miraban desafiantes, ¡cómo se parecía Natalia a su madre! quizás por eso chocaban tanto, tenían el mismo carácter, aunque en lo demás no coincidieran. Natalia había enrojecido y sus desafiantes ojos mostraban que estaba algo más que enfadada.

- Nat, déjalo, no te conviene alterarte – Alba intentó suavizar la situación, pero pronto supo que acababa de empeorarla.

- Nadie te ha dado vela en este entierro – María la fulminó con la mirada.

- ¡Cállate Alba!

Natalia secundó a su madre con rapidez, no estaba dispuesta a consentir que siguiera hablándole en aquel tono delante de ella, ni que Alba interviniera en la discusión, su paciencia había llegado a su límite. Alba frunció el ceño molesta y se mordió la lengua para no estallar también. Había prometido no discutir y pensaba cumplir su promesa, aunque cada vez le resultaba más complicado hacerlo.

- Y tú, mamá, ¡responde! ¿tanto te molesta? porque parece que te jode que sea capaz de rehacer mi vida, que esté con alguien que me hace feliz.

- Lo siento, pero no puedo evitar pensar en Ana. En lo que esa criatura ha sufrido y en lo que dios sabe si seguirá sufriendo, mientras tú, que le debes todo, retozas con... - hizo un gesto con la mano hacia Alba, que no pudo evitar enrojecer, aunque no tanto como Nat, que se encendió completamente.

- ¿Crees que yo no he sufrido? ¿crees que no sufro? porque a veces parece que pensáis todos que a mí las cosas no me afectan. ¡Pues me afectan! – las lágrimas se le saltaron y su madre oscureció aún más la mirada y su gesto se hizo aún más adusto.

- Natalia, ¿qué es lo que te tengo dicho desde niña? El recurso de las lágrimas es patético y te quita toda la razón, ¿o ya no recuerdas que...?

- Las señoritas de buena familia no lloran ni demuestran sus sentimientos, eso es de débiles – terminó la pediatra con voz ronca recomponiéndose.

- Exactamente, hija, veo que al menos, aunque ahora no lo hagas, alguna vez en tu vida me has escuchado, si lo hicieras más a menudo mejor te iría en la vida... – volvió a mirar a Alba en una velada alusión a ella – esa debilidad es la que te pierde hija, ¡te pierde!

- Bueno ¡ya está bien, María! – Alba se puso en pie, con una mano sobre el hombro de Natalia – no voy a permitir que siga hablándole así. No es malo llorar, ni es malo demostrar sentimientos, dice mucho más de ella demostrándolos que de ti, que parece que todo te da igual, que te da igual la salud de tu hija. ¿Cuántas veces voy a tener que repetirte que Nat necesita, precisamente hoy, descanso y tranquilidad? Porque si lo que quiere es que acabemos la noche en el hospital, vas por buen camino.

- Alba... – Natalia tiró de ella intentando que se sentara, mientras su madre escuchaba a la enfermera con la misma cara de desagrado con que la recibiera en cuanto puso los pies en esa casa.

- No Nat, no vuelvas a mandarme callar – la miró zafándose de su mano enfadada – no voy a seguir aquí aguantando esto. Y ahora María me vas a escuchar a mí ya que no quieres escuchar a tu hija.

- Cariño, ¡por favor!

- No. Déjala que diga todo lo que tenga que decir – María se levantó también quedando frente a la enfermera.

Fueron ahora los ojos de Alba y María los que se desafiaron en una lucha de poder, y las dos pudieron ver en la mirada de la otra el temor de no ser la vencedora, eso dependía de una persona, de la persona que las dos estaban obviando para mantener ese enfrentamiento.


- Por favor, sentaos las dos – tiró de Alba que la tenía a su lado y extendió el brazo por la mesa indicándole a su madre que se sentara, pero María no estaba dispuesta a hacerlo, que Alba hablase era lo mejor que podía ocurrir, le daría la soga que necesitaba para ahorcarse.

- Vamos habla – la espoleó - ¿qué es eso que tienes que decirme?

- Alba, por favor – Natalia volvió a tirar de ella, en un intento de evitar el enfrentamiento – por favor, cariño.

Alba dudó un instante. Pero miró a Natalia y suspiró viendo su mala cara, viendo la desesperación y la angustia de su mirada, la súplica de aquellos ojos que adoraba y se decidió a ser la primera en ceder.

- Lo único que tengo que decir es que pensemos en Nat, y en su salud, y nos dejemos de discusiones – habló con calma y se sentó de nuevo acariciando la mano de la pediatra, detalle que exacerbó aún más a María.

- En mi presencia podíais evitar ciertos comportamientos, aunque no sea por respeto a mí, por lo menos por respeto a tu mujer. Claro que ciertas personas no saben ni lo que es el respeto – miró directamente a Alba.

- Si lo dices por mí, me resulta muy curioso que seas tú quien precisamente hable de respeto, María.

- ¿Qué quieres decir? – la madre de Natalia la encaró.

- ¡Por favor! tengamos la fiesta en paz – Natalia ya no sabía cómo reconducir la situación.

- ¿Qué quiero decir? quiero decir que ¿dónde dejas tú el respeto a los demás? – Alba no pudo evitar responder de nuevo - ¿dónde dejas el respeto a tu hija? ¿por qué no dejas de tratarla como si fuera una cría imbécil y patética? ¡Es una mujer capaz y dueña de sus actos!

- Esas palabras solo han salido de tu boca, quizás sea eso lo que piensas de mi hija – María dibujó una casi imperceptible sonrisa de triunfo. Como ya preveía Alba había metido la pata más profundamente de lo que pudiera imaginar y eso a ella le iba a venir muy bien.

- ¡Cómo puedes ser tan... tan...! - Alba enrojeció por la rabia que sentía - ¡ruin y mezquina!

- ¿Qué me has llamado? - se apoyó en la mesa echando el cuerpo hacia adelante - Natalia ¿has escuchado? ¿vas a consentir que me insulte así?

- Mamá, por favor, ¡siéntate! – elevó el tono mostrando de nuevo dificultades para respirar y se llevó una mano a la sien que había comenzado a darle fuertes punzadas - ¡dios! - musitó cerrando los ojos un instante.

- Hija...

- Nat... ¿estás bien?

- ¿Cómo queréis que esté bien? ¿creéis que me gusta veros discutir? ¿qué me gusta veros decir esas... esas cosas? – la voz le tembló y bajó los ojos a la mesa.

Las dos guardaron silencio sin responderle.

- Por favor os lo pido a las dos, vamos a terminar de cenar sin discusiones.

- Nat, perdona, tienes razón, no sé... no sé cómo me he dejado llevar – Alba le acarició la mano compungida y miró a María – María, discúlpame, no debería haberte hablado así. Lo siento.

- Muy bien, cenemos - aceptó María a regañadientes – mañana cuando estés más tranquila y... sola, ya hablaremos.

- Muy bien mamá, como tú quieras – suspiró incapaz de llevarle la contraria.

Las tres guardaron silencio de nuevo. María y Alba siguieron comiendo, pero Natalia era incapaz de tragar nada. La cena estaba resultando tan desastrosa que cada vez se encontraba peor y tenía más ganas de que terminase y poder retirarse a su cuarto.

- Por cierto, hija, que lo de que cenemos es un eufemismo, porque ya veo que sigues sin comer nada.

- Tu madre tiene razón Nat, apenas has probado el caldo y lo demás...

- Tengo suficiente con esto – la pediatra miró a Alba en un intento de que la comprendiera, el tratamiento siempre le levantaba el estómago. Y toda aquella situación no ayudaba demasiado, le dolía la cabeza, le dolía el estómago y se le había quitado el poco apetito que tenía.

- Tienes que hacer un esfuerzo cariño, recuerda lo que te ha dicho Cruz – Alba se dirigió a ella ignorando la petición de María de que se comportaran en su presencia.

- Natalia ¿qué es lo que te ha dicho Cruz? ¿hay algo que no me has contado? – se mostró preocupada por primera vez. Y Alba se mordió el labio inferior enarcando las cejas temerosa de haber metido la pata y haber dicho algo que Natalia le había ocultado sus padres.

- Bueno... el tratamiento no estaba dando los resultados esperados y me han subido la dosis y... eso me quita el apetito – suavizó la verdad.

- Pero Cruz insiste en que debe hacer un esfuerzo y comer más – Alba buscó el apoyo de María que la escuchó con atención.

- Pues hija, tienes que hacerle caso a tu médico. Venga prueba estos champiñones que en esto sí que se ha superado Rosa.

- No mamá de verdad, no me apetecen.

- ¿Y para qué dices a tu cocinera que haga algo que no quieres?

- Le dije que los pusiera por Alba – le sonrió – siempre le han encantado salteados con jamón. Pero yo tengo suficiente con el caldo.

- ¿Solo un caldo? no, de ninguna manera. Venga hija, solo unos poquitos – se levantó y le sirvió en un plato un par de cucharadas – que yo te vea comer.

Natalia suspiró, nunca había sido capaz de oponerse a su madre cuando se ponía insistente y comió despacio.

- Si te vinieras a Sevilla, yo podría estar pendiente de tu salud hasta que termines ese tratamiento. Y podrías ver más a tu mujer, no sabes cómo se le nota cada vez que faltas en tus visitas, yo cada día la veo peor.

- No puedo ir a Sevilla, mamá, ya hemos hablado de eso.

- Yo me vendría aquí contigo, pero tu padre me necesita, ya sabes cómo es... si no estoy pendiente es capaz de dejarse hasta que le de otro infarto.

- No te preocupes, mamá – alargó la mano y tomó la de Alba – Alba no me deja saltarme ni una de las indicaciones de Cruz. Y me cuida perfectamente.

- Sí, no tienes por qué preocuparte, María, aquí todos estamos pendientes de ella - le sonrió acariciando a Natalia en la espalda consciente de que ese era uno de los pequeños triunfos que podía permitirse con aquella mujer.

La mirada de María decía alto y claro que tenía más de un motivo de preocupación. Pero le había prometido a su hija comportarse con educación y es lo que iba a hacer aunque ya se encargaría ella de que su hija abriera los ojos con respecto a esa enfermera, para eso estaba allí y esperaba que todo saliese como deseaba.

Minutos después, María se levantaba de la mesa, dispuesta a retirarse.

- Hija, estoy cansada del viaje, me voy a la cama.

- Es temprano, mamá, por nosotras no lo hagas. ¿No quieres un licor o un café junto a la chimenea? A nosotras nos encantaría, ¿verdad, Alba?

Alba abrió desmesuradamente los ojos mirando a Natalia sin dar crédito a que le diese pie a seguir allí.

- Sí, claro – se vio forzada a responder.

Natalia sonrió a su madre, en lo que parecía un intento de convencerla, pero si alguien conocía a María era su hija y sabía que el ofrecimiento sería rechazado, solo por el hecho de hacerlo.

- No, gracias hija, ya os he molestado bastante – se mostró dolida y ofendida.

- Mamá, sabes que aquí nunca molestas.

- Yo sé lo que me digo hija – se acercó a ella e hizo el ademán de besarla en la mejilla – descansa hija, tú también deberías irte a la cama.

- Sí, en un rato.

- En fin – miró a las dos – buenas noches Natalia – recalcó el nombre, clavando sus ojos en ella.

- Buenas noches, mamá – respondió sin dar muestras de acusar el golpe de su mirada recriminatoria, ni la ironía de su tono. Lo que no era capaz de creer es que dejase aun lado sus modales y obviase a Alba.

Pero cuando ya estaba casi en la puerta María se volvió hacia ellas.

- Qué descanséis – pluralizó y Natalia sonrió - buenas noches.

- Buenas noches – respondieron ambas.

Las dos se miraron un instante. Alba suspiró aliviada por perderla de vista, siempre que estaba en su presencia se sentía en continua tensión. Natalia parecía agotada, y sus ojeras se habían marcado profundamente.

- Creí que no se iba nunca, ¿cuántas veces nos ha dado las buenas noches?

- Alba... - protestó ante su torno sarcástico.

- Perdona, pero es que...

- ¡Olvídate de ella!

- Está bien – aceptó comprendiendo que no quería hablar del tema - Tú también deberías meterte ya en la cama, Nat.

- ¿Y la película? me apetecía verla contigo.

- Nat... yo soy incapaz de ponerme ahora a ver una película como si tal cosa, además se ha hecho muy tarde.

- Pues yo soy incapaz de meterme en la cama.

- Estás cansada, cariño, no hay más que verte la cara.

- Lo que estoy es... - se calló y accionó la silla saliendo de detrás de la mesa - ¡harta!

- No me extraña. Yo tengo la sensación de haber hecho un turno de tres días seguidos.

- ¡Exagerada! – rió y luego, su semblante se tornó serio, negando con la cabeza – me siento culpable, pero... ¡no soporto a mi madre!

- Bueno, como tú dices, mejor no pensar más en ella. Piensa en ti y en que tienes que calmarte y descansar.

- ¿Sabes lo que necesitamos? – le preguntó con mirada ilusionada.

- ¿El qué?

- Relajarnos, tanta tensión ha conseguido que me duelan todos los músculos. Ha habido momentos en los que me hubiera marchado de la habitación y os hubiera dejado ahí a las dos.

- Lo siento – se disculpó ante su recriminación - ¿Estás enfadada conmigo?

- No – suspiró – mi madre es imposible y dice unas cosas que...

- Yo me he pasado, pero... es que hay veces que me saca de mis casillas.

- Lo sé cariño, siento que lo hayas pasado mal, creí que sería una buena idea hablar con ella las dos, que viera que vamos en serio y que... diga lo que diga no puede convencernos de lo contrario.

- La verdad es que también he estado a punto de levantarme e irme, y si no lo he hecho ha sido solo por ti. Pero reconozco que no debía haberle hablado así a tu madre.

- Ella también se ha pasado tres pueblos contigo – la miró con tristeza.

- Bueno, no le des más vueltas – le acarició la mejilla.

- Me gustaría que todo fuera más fácil.

- Y a mí me gustaría no sentirme delante de ella como me siento. Consigue que piense que tiene razón y que yo... no debería... estar contigo.

- No digas más tonterías, princesa. Mi madre puede ser muy desagradable, pero cederá, ¿sabes cómo trataba a Ana? – le preguntó retóricamente con la idea de hacerla sentir mejor - ¡no podía ni oír hablar de ella! y mírala ahora, defendiéndola a capa y espada.

- Pero yo me siento fatal. No tendría que haberme quedado.

- Pues voy a compensarte y a agradecerte que te hayas quedado.

- ¿Ah, sí? – sonrió levemente.

- Sí, y yo sé cómo lograr que nos relajemos y disfrutemos del resto de la noche – su tono insinuante y su mirada pícara hicieron que Alba riera abiertamente.

- Nat... que hoy tienes que dormir y... descansar. Recuerda que es el primer día con esa dosis y...

- ¡Y no seas aguafiestas! después de lo que me habéis hecho pasar necesito algo más que descanso - dirigió la silla hacia la puerta - Ven conmigo – le dijo insinuante saliendo del salón.

- ¡Nat! ¿qué estás tramando?

- ¡La noche que nos merecemos! – le guiñó un ojo.

- Cariño, ¿no estarás insinuando lo que creo? ¡qué está tu madre!

- Mi madre está en el ala contraria. ¿Por qué crees que la he mandado allí? ¡Ni una bomba que estallase en ésta podría escucharse allí!

- ¡Exagerada!

- Ven, cariño, que te voy a enseñar la piscina y el gimnasio. ¿No querías verlos?

- ¿A estas horas? ¿ese es tu plan?

- No son ni las once, y nos va a venir muy bien orearnos un poco. ¡Ya verás!

Alba marchó tras ella intrigada con lo que pretendía la pediatra y dispuesta a no permitirle hacer ningún exceso.

Entraron en el gimnasio, Natalia encendió las luces y Alba abrió la boca a la par que los ojos, aquello era enorme. Un interminable ventanal corrido de forma semicircular circundaba toda la estancia. Y el inmenso jardín con el pinar al fondo se veía iluminado por los tenues faroles del exterior. Muy al fondo distinguió una enorme piscina y, junto a ella, adivinó lo que le pareció otra mucho más pequeña. Aparatos de todo tipo se dispersaban por doquier, casetas, camillas para masajes, tumbonas, sauna... La enfermera permaneció parada, impresionada con lo que veía.

- ¿No pasas? – Natalia la miraba burlona sujetando la puerta.

- Sí, claro que sí – se apresuró a entrar. Natalia cerró la puerta tras ella y echó la llave.

- ¿Cierras?

- Sí, no quiero que nadie nos moleste.

- Pero... si estamos en mitad de la calle – señaló el ventanal mirando hacia el jardín por el que en esos precisos momentos pasaban los dos vigilantes de seguridad.

- No pueden vernos. Cristales blindados de extrema seguridad y completamente opacos para ellos. Solo nosotras podemos ver el exterior. De día es mucho más bonita la vista.

- Ya... ¿qué haces?

- Apagar las cámaras. No quiero que nos molesten y tampoco que nadie vea lo que hacemos.

- Pero... ¿es seguro?

- Sí, no te preocupes que esta casa es como una pequeña fortaleza. Así nadie podrá vernos ni oírnos.

- ¡Es impresionante!

- Allí al fondo está la piscina cubierta, voy a dar las luces de ese lado. ¿Qué te parece?

- Impresionante – repitió sin moverse del sitio paseando sus ojos por todo el gimnasio.

- ¿Solo sabes decir eso? – se mofó.

- Es que... jamás he estado en un sitio así, esto... ¡debe costar un pastón!

- Voy a poner el jacuzzi, verás cómo así nos relajamos del todo. ¿Te apetece?

- ¿También tienes jacuzzi?

- Está allí al fondo al lado de la piscina.

- Creía que era una piscina infantil.

- ¿Una piscina infantil? – Natalia soltó una carcajada – estoy ya muy crecidita para eso ¿no crees?

- No me refería para ti... si no para... bueno no sé... que me había parecido que era para críos.

- ¿Te apetece el jacuzzi o no?

- ¡Claro que me apetece! Pero... no tengo ropa de baño.

- Por eso no te preocupes. Allí, en aquella caseta tienes trajes de baño, toallas, chanclas y todo lo que puedas necesitar.

- ¿Y tú?

- Yo voy al baño que es aquella puerta de allí, y la puerta de al lado de la caseta es otro baño, el de los invitados.

- ¿Tienes un baño solo para ti?

- ¿Y qué quieres que haga? en esta silla tengo que tener uno más amplio y el que está al lado de la piscina es más pequeño.

- Perdona Nat es que... olvido que estás en esa silla.

- Bueno, a mí me encanta que lo olvides. Ve a cambiarte que ahora mismo vuelvo. La pediatra se alejó de ella y se dirigió al jacuzzi, accionando los mandos para llenarlo.

- ¿Te gusta muy caliente? – le gritó por encima del ruido del agua.

- ¿Ya no lo recuerdas? – preguntó burlona.

- ¿Cuándo me he metido en un jacuzzi contigo?

- ¡Nat! ¡no puedo creer que lo hayas olvidado!

- Eh... ¡claro que no! – rió disimulando – solo bromeaba – le dijo desapareciendo en dirección al baño.

Alba comenzó a pasear por todo el recinto. De pronto sus ojos repararon en un artilugio parecido a una bicicleta, jamás había visto una como esa. Se acercó a ella y estuvo tentada a montar, cuando reparó en que a ese paso Natalia volvería y ella estaría sin cambiar. Era increíble, pero en aquel lugar diría que hacía hasta calor. Entró en la caseta que Natalia le indicara y descubrió un coqueto vestuario, allí había de todo. Rebuscó entre los trajes de baño uno que le quedara bien y se sorprendió al ver que la mayoría conservaban aún la etiqueta, estaban sin estrenar. ¡Nunca comprendería esos derroches! Todo perfecto por si alguna vez llegaba alguien. Se cambió con rapidez, escogió un pequeño albornoz y salió esperando ver a Natalia ya allí, pero aún no había vuelto. No pudo evitar regresar junto a la bicicleta y hacer lo que deseó en un principio, montar en ella.

Al cabo de unos minutos, Natalia aparecía frente a ella, se había cambiado y llevaba una corta batita que dejaba sus piernas casi por completo al descubierto. Se notaba que no llevaba nada debajo y Alba no pudo evitar sentir que el deseo se apoderaba de ella. A pesar de lo mucho que había adelgazado Natalia seguía teniendo un cuerpo perfecto, que a ella la volvía loca. Suspiró mirándola intensamente, deseando echarse en sus brazos y besarla, pero no descendió de la bicicleta, se había propuesto no dejarse arrastrar por sus deseos y dejar que Natalia marcase el ritmo de esa noche.

- ¿Tú no piensas bañarte?

- Luego, hay que esperar a que se caliente el agua.

- ¿Y vas a bañarte así? ¿sin nada?

- ¿Cómo sin nada? tengo un bañador especial – se abrió la bata mostrándoselo.

- Vaya... es...

- Deportivo, se ajusta tanto que parece que estás desnuda.

- Ya veo, ya.

- ¡Quita esa cara! – rió divertida y halagada al ver lo que despertaba en ella - ¿Qué haces ahí montada?

- ¿La usas tú?

- ¿La bicicleta? Sí, todos los días.

- Jamás había visto una así.

- Es que en realidad no es una bicicleta normal, es un equipo de entrenamiento inteligente para personas como yo.

- ¿Inteligente?

- Sí, ¿ves eso?

- Sí.

- Cuando yo monto, esas cintas sujetan mis piernas a ese soporte y a los pedales. Luego me pongo esos electrodos que estás pisando.

- ¡Joder! ¡No los había visto! perdona – quitó sus pies con rapidez de ellos.

- Me los pongo en los muslos y los glúteos, y ya está, la enciendo y a correr - bromeó.

- ¿Es como si pedaleases?

- Más o menos, los impulsos eléctricos inducen a la contracción y relajación de los músculos. Y yo controlo esos impulsos mediante esto en lo que estás echada – Alba se incorporó con rapidez – es como un pequeño ordenador. Mira – lo encendió – y así regulo mi esfuerzo.

- Pero es muy artificial, ¿no?

- Un poco, pero los músculos son los que trabajan, y es su movimiento lo que demanda energía, incrementando el caudal sanguíneo y las pulsaciones. Para mí es imprescindible hacer ese ejercicio si no quiero perder todo el tono muscular. Así mejoro mi masa muscular, mi resistencia y con ello el nivel de absorción de oxígeno, y el volumen de bombeo del corazón.

- Y a pesar de eso tienes problemas.

- Pues sí, es uno de los hándicaps de estar aquí sentada el día entero.

- Yo creía que con todos estos adelantos...

- Son importantes, pero... no suficientes. De hecho, esta bici existe gracias al esfuerzo de Christopher Reeve, y mira donde está, ¡muerto a los cincuenta y dos de un infarto!

- Nat no digas esas cosas.

- Tengo que asumir que estar en esta silla acortará mi vida.

- No pienses en eso. Seguro que no va a ser así.

- Bueno... dejemos el tema. ¿Quieres probarla? También puedes mover los brazos, los hombros y las caderas con esto.

- No, no, prefiero que me enseñes la piscina – dijo bajándose con rapidez.

- ¡Cuidado! – la sujetó con presteza haciendo gala de unos rápidos reflejos.

- ¡Joder! ¡casi me mato! ¿No te escurres con esto?

- No sé, estoy acostumbrada. Mi fisio dice que es una crema especial para lubricar los aparatos.

La enfermera la miró incrédula y se encogió de hombros. Siguiéndola hasta la piscina.

- ¡Si lo dice tu fisio! ¡Vaya cantidad de potingues! – exclamó mirando una pequeña repisa llena de aceites y cremas que estaba situada junto a una camilla que apenas levantaba del suelo medio metro.

- Son para los masajes – dijo frunciendo el ceño con la vista clavada en la repisa

- ¿Qué pasa?

- El aceite de romero que... debería estar ahí y no está.

- Te lo habrás dejado en otro sitio.

- No. Ayer precisamente cuando le dije a Iván que se marchase a casa porque yo no me encontraba bien vine aquí y lo coloqué ahí – dijo señalando el hueco en la repisa.

- Nat... que te conozco, pensarías hacerlo y lo olvidaste.

- Te digo que no, no soporto que Iván se lo deje aquí junto a la camilla y vine expresamente para cogerlo, sabía que ya lo tendría aquí.

- ¿No dices que tienes sesiones todos los días? lo habrá cogido hoy.

- Alba, que hoy lo llamé para decirle que aplazaba la sesión, ni siquiera ha venido a casa.

- Bueno, tampoco es para que pongas esa cara por un bote cambiado de sitio.

- Es que me extraña, nadie entra aquí más que yo.

- Alguien limpiará.

- Bueno sí, pero... Amalia nunca cambia nada de sitio. Es muy cuidadosa con eso.

- No me seas paranoica ni tiquismiquis, el muchacho lo habrá puesto en... ¡mira! ¿es este? – dijo cogiendo un bote que en el suelo estaba a los pies de la camil

- Sí.

- ¿Ves? seguro que olvidaste colocarlo en su sitio.

- Será eso – musitó sin convencimiento

- ¿Quieres que te de un masaje?

- Uff, ¡me encantaría! pero es mejor que nos metamos en el jacuzzi.

- No, primero te doy un masaje que estás muy tensa – dijo situándose a su espalda comenzando a masajearle los hombros. Natalia ladeó la cabeza con gusto.

- Hummm

- ¿Te duele?

- Un poco.

- Es que los tienes cargadísimos. No deberías tensarte siempre por todo, mira cómo te has puesto solo por un bote fuera de lugar.

- No es solo por eso. Pero me extraña. Estoy segura de que lo puse ahí.

- Ven súbete a la camilla, ¿quieres que use uno de tus aceites?

- Bueno.

- ¿Cuál es tu preferido?

- El aceite de romero, lo uso todos los días. Por eso sé que no está donde debe.

Alba lo cogió y metió su nariz en el bote, segura de que en uno de sus despistes creía haberlo devuelto a la estantería sin ser así.

- Huele bien.

- Sí, huele bien – Natalia sonrió insinuante - ¡y no sabes que manos tiene Iván!

- Ven, voy a darte yo un masaje a ver si supero a Iván – le propuso con sorna.

Natalia no se hizo de rogar y la enfermera se untó las manos.

- ¡Qué pegajoso!

- Iván usa siempre guantes, allí hay una cajita aunque te estarán grandes.

- No, prefiero tocarte.

Alba comenzó a masajear y Natalia emitía de vez en cuando un ronroneo de gusto que hacía sonreír a la enfermera, segura de que estaba haciéndolo bien.

- ¡Qué incómodo es estar así de rodillas!

- ¿Qué? – hizo el intento de incorporarse apoyando las manos en la camilla y arqueando la espalda.

- Tu camilla, que es tan baja que cuesta darte el masaje – Alba la empujó suavemente hacia abajo para que continuase echada.

- Pero si puede subirse – se dio la vuelta quedando tumbada frente a ella – eh... ¿no te lo he dicho?

- No – sonrió ante su despiste.

- Eh... espera... - le pidió mientras accionaba los botones de la pera que estaba al alcance de su mano – es regulable, y la tengo baja para poder subirme sola, pero luego siempre la subo a la altura que Iván quiere, ¿por qué no me has dicho antes que la subiese? – le preguntó sentándose y dándole la mano a Alba que se puso en pie.

- ¿Pero no te dabas cuenta de que estabas casi a ras del suelo? – Alba la miraba burlona.

- Es que cuando me tocas... - sonrió insinuante - ¿y tú por qué no dices nada?

- No sé... creí que era así – sonrió pasando sus manos por el abdomen de la pediatra que se giró quedando con las piernas colgando por el borde – anda échate y date la vuelta – suspiró mirándola.

- No, espera que ahora te voy a dar yo un masaje a ti.

- ¡De eso nada! La que necesita relajarse eres tú, ¡qué vaya día llevas!

- Bueno... el tuyo tampoco es que haya sido muy fácil – acarició el costado de la enfermera y apoyando su mano en la cadera la atrajo hacia la camilla – has estado todo el día detrás mío y encima mi madre...

- Pues no, no ha sido fácil – repitió insinuante, estableciendo una lucha de miradas intensas - y... deberías compensarme como me prometiste.

- Ven aquí... - introdujo su mano dentro del albornoz de Alba.

- Hummm... Nat... - se inclinó hacia ella imaginando lo que deseaba.

La pediatra no esperó más y la besó, abrazándose a ella, recorriendo con parsimonia la espalda de Alba que se encontraba perdida en aquel beso lento y profundo que Natalia sabía intensificar hasta el punto de dejarla sin respiración. Se retiró un instante, sin dejar de mirarla, sonrieron y volvieron a besarse, esta vez con pequeños besos, jugueteando con sus labios, y volviendo a explorar sus bocas. De nuevo la enfermera fue la primera en separase.

- Nat... ¿seguro que nadie puede vernos?

- Nadie – susurró tirando de ella y dándole un pequeño beso – absolutamente nadie – volvió a besarla.

- Nat...

- Quítate el albornoz – le pidió imprimiendo a su tono un grado de deseo que excitó a la enfermera.

- ¿Así? – lo echó hacia atrás en sus hombros con gesto pícaro.

- Así – comenzó a besar su cuello y a recorrerlo con su lengua, despacio, mientras sus manos seguían manteniéndola firmemente pegada a ella.

Alba sintió que se erizaban todos los poros de su piel y que flaqueaba en su propósito de dejar descansar a la pediatra.

- Nat... Nat espera... para – se echó hacia atrás.

- ¿Qué pasa?

- Que... que no puede ser, que hoy... no puedes cariño... recuerda que tienes que descansar y recuerda que has tenido varias taquicardias en el día.

- Estoy bien – tiró de ella buscando sus labios - ¡muy bien!

Alba sonrió y le metió el pelo tras la oreja, luego la besó con dulzura.

- Eso ya lo veo – bromeó – pero tienes que hacer caso a Cruz.

- ¡Olvídate de Cruz! ¡olvídate de todos! estamos tú y yo aquí solitas – impostó un tono meloso -¿lo vamos a desaprovechar?

- Hummm – Natalia volvía a besarle y a acariciar uno de sus pechos.

- No – jadeó levemente – pero mejor te termino ese masaje y luego nos metemos en el jacuzzi.

- Creí que te apetecía.

- ¡Y me apetece! pero tú no debes hacer esfuerzos, ¿qué haces?

Natalia había bajado la camilla de repente.

- Ven, túmbate tú, que te voy a dar un masaje.

- Nat...

- Tienes razón, no debo hacer esfuerzos, pero... tú si puedes, ¿no?

- Pero yo quiero contigo – se agachó y la besó de nuevo, sentándose junto a ella en la camilla – mi amor... - gimió levemente echando la cabeza hacia atrás – ¡dios! – exclamó entregándose a un juego de besos cada vez más apasionados.

- Nat... espera... quiero terminar con ese masaje.

- ¿No me vas a dejar?

- No, no quiero arriesgarme a que vuelvas a sentirte mal.

- ¡Está bien! pero no quiero masaje, mejor nos metemos en el jacuzzi que ya debe estar estupendo.

Ya en el agua Natalia se sentó en uno de los salientes mientras Alba revoloteaba disfrutando de las burbujas, ante la atenta mirada de la pediatra que disfrutaba de verla juguetear.

- ¡Es fantástico Nat! ¡y gigantesco! ¿Cuánta gente cabe aquí?

- Doce personas.

- Pero solo lo usas tú, ¿no?

- Normalmente sí.

Alba fue a sentarse cerca de ella, las dos echaron la cabeza hacia atrás y disfrutaron de la caricia del agua sobre sus cuerpos. Natalia se abrió de brazos, agarrándose al borde, permaneciendo con los ojos cerrados. La enfermera la observaba satisfecha de ver que tenía mucha mejor cara con solo un masaje y unos minutos de relajación. Extendió su brazo hasta tocar con la punta de los dedos la mano de Natalia que inmediatamente sonrió sin abrir los ojos y comenzó un juego de caricias con sus manos.

- ¡Qué bien se está así!

- Hummm

- Nat...

- Hummm

- ¿Puedo preguntarte algo?

La pediatra abrió los ojos extrañada de que le pidiera permiso.

- Pues claro – se incorporó y la miró atentamente.

- Verás es que... estaba pensando que antes... - hizo una breve pausa y sus ojos dubitativos preocuparon a la pediatra – te lo quiero preguntar porque no quiero que entre tú y yo haya malos entendidos ni...

- ¡Alba! estás consiguiendo que este baño no sirva de nada, dime lo que sea ya.

- Vale. Pero no me vayas a malinterpretar – el gesto de desesperación de la pediatra la hizo sonreír levemente – yo lo que quiero saber es si tú... tú no pensarás que yo... que yo pienso de ti que eres imbécil ni...

- ¡Cariño! – exclamó aliviada - ¿se trata de eso?

- Sí, es que estaba pensando en lo que ha pasado en la cena y... sé que me he pasado, pero es que cuando tu madre insinuó que era yo quien pensaba eso de ti... y claro, ahora recordándolo me preguntaba qué era lo que tú habías pensado de eso.

- Chist, olvídate de mi madre, y olvídate de todo lo que ha pasado en la cena, estamos aquí solo para relajarnos, para estar tú y yo solitas – enarcó una ceja burlona.

- Pero... no lo piensas ¿verdad?

- ¡Claro que no!

Natalia sonrió y volvió a recostarse en el borde cerrando los ojos y dando el tema por zanjado, suspiró profundamente disfrutando del relajante baño y del cosquilleo que las burbujas producían en su cuerpo.

- Nat...

- ¿Qué?

- Que... siento como me he comportado, no tenía que haberme dejado llevar, pero... tu madre me saca de quicio.

- No te preocupes, cariño, si alguien sabe cómo es mi madre soy yo, ¿por qué crees que he tardado tanto en hablar con ellos? Porque sabía lo que nos esperaba, y no quería hacerte pasar por eso.

- No me importa pasar por lo que sea si tú confías en mí, no me importa nada de lo que me diga tu madre si tú tampoco te dejas influir por lo que opina de mí.

- Claro que confío, y no solo confío, lo hago ciegamente - sonrió volviendo a incorporarse, pero Alba permaneció seria – a ver, cariño, mi madre... te reprocha que me dejaras y te reprocha que cuando tuve el accidente no quisieras saber nada de mí.

- Pero es que Teresa nunca me contó lo que había pasado, es cierto que yo no le di ocasión, pero... si lo hubiera sabido...

- Cariño, creía que este tema estaba más que zanjado entre tú y yo. ¿A qué viene todo esto ahora? ¿no puedes relajarte sin más?

- No, no puedo. Ya sé que entre tú y yo eso está claro, pero si tu madre te calienta la cabeza echando mierda sobre mí...

- A ver, Alba, que es mi madre, la conozco y sé lo que pretende cuando dice ciertas cosas.

- ¿Y si un día te afectan más de lo que crees sus palabras?

- Ese día hablaré contigo a la cara y ya está. Te prometí que no habría más secretos entre nosotras y pienso cumplir mi promesa.

- No sé Nat, me preocupa.

- ¡Ay! ¡qué paciencia hay que tener contigo! – exclamó con un suspiro.

- ¿De verdad que no te has molestado con lo que ha dicho?

- ¿Quieres dejarlo ya? te he dicho que no – aparentó enfadarse e inmediatamente sonrió - anda, ven, ven aquí., ¡tonta!

Alba se acercó a ella con aire de timidez y cara de circunstancias. Natalia le acarició la mejilla y sonrió atrayéndola hacia ella. La hizo sentarse sobre ella y sujetándola por la cintura, volvió a pasear sus dedos por el rostro de la enfermera.

- No tienes que preocuparte por nada. Mi madre no va a conseguir que deje de quererte – le susurró al oído – por mucho que se empeñe, ¡eso ya es imposible!

- Pues... yo no estoy tan segura. Veo la cara que pones cuando dice ciertas cosas.

- Cariño, me paso el día pensando en ti, me paso el día deseando besarte – le confesó sin dejar de sonreír - y me paso el día deseando que llegue la hora de poder tenerte así, en mis brazos, de...

Alba la silenció con un profundo beso. El silencio se hizo en el recinto. Solo se escuchaba el burbujear del agua y los continuos besos que comenzaron a regalarse. Alba se sintió presa de un deseo desmedido cuando Natalia comenzó a acariciar su entrepierna. Decidida a no dejarse arrastrar por el deseo de amarla allí mismo, se retiró de ella nadando al otro extremo, dejando a Natalia con cara de perplejidad, pero dispuesta a seguir con lo que entendió que era un juego.

- ¡Me encantan estos chorros! – exclamó Alba saltando y riendo junto a un grupo de ellos.

- ¿Te gustan? - preguntó insinuante.

- ¡Mucho!

- Pues... vete al centro – le indicó misteriosa y Alba obedeció al instante – un poco más, así, hacia mí, ¡ahí! ¡justo ahí!

- ¡Uff! – exclamó sintiendo un gusto especial ante la fuerza de la corriente de agua.

- Yo no lo he probado nunca pero además de jacuzzi es hidromasaje y justo ahí, en el centro, hay un chorro que a Vero le encanta.

- ¿Vero se ha metido aquí contigo? – Alba se quitó rápidamente del lugar y Natalia sonrió negando con la cabeza al verla reaccionar así.

- Alguna vez y hace mucho.

- Ya...

- No te enfades ¡tonta!

Alba frunció el ceño y dejó de recorrer el jacuzzi sentándose en otro de los salientes frente a Natalia, lo más alejada posible de ella.

- ¿Te vas a quedar allí?

- Sí.

- Te has enfadado.

- No me he enfadado.

- Entonces por qué no te vienes aquí a mi lado.

Alba no respondió.

- No te enfades cariño, y vente aquí. No puedes ponerte así cada vez que mencione a Vero. Antes de que volvieras a parecer en mi vida yo salía a menudo con ella, ya lo sabes.

Alba se movió y se acercó a ella, pero se sentó lo suficientemente lejos como para que no pudieran tocarse. Natalia la miró y sonrió.

- ¡Tonta!

- Es que no me importa lo que hicieras en el pasado pero sí que siempre tienes que acordarte de ella cuando estamos solas las dos y...

- No es que me acuerde de ella – la interrumpió con rapidez - es que es la única que se ha metido aquí y la única que me ha contado lo de ese chorro.

- Ya...

- Alba, no seas mal pensada, que yo ni me atrevo a meterme sola y cuando lo hago no me muevo de este asiento.

- ¿Y por qué? sabes nadar, y aquí no puede pasarte nada.

Natalia se encogió de hombros.

- Pues eso hay que solucionarlo. Ahora mismo te vienes conmigo a probar ese chorro.

- No. ¡Alba! – exclamó cuando en décimas de segundo la enfermera estaba frente a ella cogiéndola de las manos y tirando de ella.

- Agárrate a mí.

- No, cariño, por favor qué...

- Eh... vamos mi amor, ¡si te metiste en el mar rodeada de ballenas! ¿vas a tener miedo en un jacuzzi?

- Está bien pero no me sueltes.

Alba negó con la cabeza y la condujo hacia el centro del jacuzzi, permanecieron allí disfrutando de la fuerza del chorro sobre sus cuerpos.

- ¡Esto es el paraíso! – exclamó Alba.

- Porque estás tú – la piropeó.

Alba no lo dudó un instante más, el deseo llevaba creciendo en su interior toda la noche, y la cara anhelante y complaciente de Natalia mirándola, mientras se aferraba a ella con fuerza, la hizo olvidarse de todos sus propósitos y la besó con pasión. Natalia respondió al instante, comenzando un juego de besos y caricias cada vez más atrevidas. Alba se separó un instante de ella, manteniendo su cuerpo sujeto por la cintura mientras Natalia permanecía aferrada a su cuello, entendiendo el juego que pretendía Alba, aflojó sus manos entregándose con confianza a ella. Le gustaba estar en el agua, le daba una sensación de libertad, de agilidad que fuera de ella no tenía. Alba la atrajo de nuevo, más besos y caricias, hasta que sintió como las manos de Natalia recorrían ahora su cuerpo de forma frenética. Sin esperar más, entrelazó sus piernas con las de Natalia apretó su cuerpo con el de ella y dejó que la pediatra recorriera su cuello y sus pechos, mientras ella echaba la cabeza hacia atrás, entregándose al placer que le proporcionaban sus manos. Fue ahora Alba la que comenzó a besar el cuello de la pediatra, la soltó y se situó a su espalda, manteniéndola a flote con un brazo rodeando su cintura. Natalia buscaba el cuerpo de Alba con sus brazos hacia atrás, sin soltarla mientras notaba que la boca de la enfermera recorría su cuello y su espalda. De pronto Alba paró.

- No tenía que haberte puesto ese aceite, ¡qué malo está!

- ¡Cariño! lo olvidé.

- Yo también – soltó una carcajada situándose de nuevo frente a ella.

- Ven.

Natalia la besó y recorrió de nuevo, hasta que notó como su cuerpo temblaba bajo sus labios, como palpitaba anhelante, como su piel se iba erizando por cada lugar por el que ella dedicaba sus caricias. Se detuvo un instante, tomó aire y se atrevió a hacer algo hasta ahora prohibido para ella, se sumergió bajo el agua agarrada a sus piernas y besó cada centímetro de su cuerpo que permanecía bajo el agua. Alba se estremeció y tembló llena de excitación, deseaba que siguiera allí abajo, pero cuando creyó que llevaba demasiado tiempo, la hizo salir de nuevo a la superficie, y se entregaron a un beso profundo, que fue seguido de un torrente de furiosas caricias, de más besos y un sin fin de burbujas mientras sus cuerpos se enredaban ya sin remedio. Cuando Alba sintió que se llenaba de la pediatra, que inundaba todo su ser con sus manos y caricias, la apretó contra sí y sus cuerpos iniciaron una carrera sin freno hasta que comenzaron a vibrar al unísono. Un placer infinito se apoderó de ambas que abrazadas se dejaron arrastrar por él.

Sus respiraciones entrecortadas y el ruido del agua era lo único que se escuchaba cuando sus labios se fundieron en un beso tierno, lleno de amor, cuando sus cuerpos se rozaron ya exentos de pasión buscando la satisfacción de sentirse unidas. Permanecieron allí unos minutos más, besándose despacio, sonriendo, perdiéndose en sus miradas y volviendo a besarse.

- Deberíamos ir saliendo – fue Natalia la primera en hablar – estamos ya arrugadas como pasas.

- Sí – suspiró regalándole otro beso – ¿vamos a la cama?

- Sí, pero antes ven aquí – se entregaron a un nuevo beso - ¡me haces tan feliz!

- ¡Y tú a mí!

Finalmente, salieron del agua y minutos después dormían abrazadas la una a la otra.





Continue Reading

You'll Also Like

122K 21.7K 59
Jimin es un humano común y corriente, un día va a una excursión en el bosque y al recostarse en un árbol es transportado a un mundo mágico, llamado f...
628K 58.2K 45
"ADAPTACIÓN" Me ví obligado a casarme con el hombre más frío, cruel, orgulloso, prepotente y multimillonario de todo el país solo por un contrato que...
279K 19.8K 35
Con la reciente muerte de su padre el duque de Hastings y presentada en su primera temporada social, Annette empieza a acercarse al hermano mayor de...