La Clínica

By marlysaba2

94K 4.6K 2.7K

Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 106

511 21 7
By marlysaba2


La pediatra estaba esperando a que se elevara la baliza de entrada a su urbanización. Le dolía la cabeza y tenía el estómago revuelto. Al final había sido una suerte que Alba rechazase su propuesta para salir a cenar porque iba a ser incapaz de probar bocado. No dejaba de pensar en Raúl, ¡no lo soportaba! Y mucho menos la idea de que fuese tan amigo de Alba. Algo en su interior le decía que debía estar alerta. Se sentía cansada, hastiada y enfadada con Alba y consigo misma, por ser tan impulsiva, por esperar siempre que las cosas le salieran bien cuando estaba claro que casi nunca le salían. Y la maldita baliza que no subía. De pronto el móvil comenzó a sonar y accionó el manos libres sin percatarse de quién llamaba.

- ¿Si?

- ¿Nat?

- ¿Alba? – preguntó aún cuando sabía perfectamente quien era. No esperaba esa llamada y menos después de que ella prácticamente le hubiese colgado.

- Sí, soy yo, Nat, ¿estás ya en casa?

- No, estoy a punto de llegar – le dijo arrancando por fin tras izarse la baliza.

- ¿Aún quieres que nos veamos?

La pregunta la dejó aún más sorprendida que la llamada, pero una sensación de alivio comenzó a apoderarse de ella.

- ¿Y Raúl?

- Prefiero cenar contigo. Recógeme y subamos a la sierra – le prepuso con cierto temor a escuchar una negativa.

El silencio se hizo al otro lado y la enfermera comenzó a ponerse nerviosa. No podía ver la amplia sonrisa que se había dibujado en el rostro de Natalia que detuvo el vehículo y comenzó a dar marcha atrás para cambiar de dirección, pero antes iba a hacerla sufrir un poquito, aunque solo fuera por el mal cuerpo que había logrado ponerle. De repente se sentía mucho mejor.

- ¿Nat? – preguntó al ver que no respondía.

- ¿No decías que era tarde para subir a la sierra?

- Me lo he pensado mejor.

- ¿Dónde estás?

- En el centro, pero debería pasar por casa para coger algo de más abrigo y para cambiarme mañana.

- No sé...

- Venga Nat, no me hagas rogarte si apenas han pasado veinte minutos desde que me llamaste, he tenido que terminar el café y buscar una excusa.

- Está bien. En tu casa nos vemos. Voy para allá, tardaré un poco ¿eh?

- No me importa. Te espero, ¡yo también estoy deseando verte! te quiero mi amor y... ¡te he echado mucho, mucho de menos!

- ¡Y yo a ti!

- No tardes que ya me imagino delante de la chimenea y... - Natalia soltó una carcajada.

- No sigas que vas a conseguir que me distraiga y me salga de la carretera.

- No corras, cariño que te espero lo que haga falta. Hasta ahora.

- Hasta ahora – repitió la pediatra, que se encaminó hacia la ciudad llena de alegría y recriminándose por ser tan tonta y por desconfiar de Alba.

Alba se plantó en medio del enorme salón decorado con muebles rústicos y giró sobre sí misma.

- ¡Lo has cambiado todo! – exclamó con aire decepcionado.

- Sí, lo cambié hace tiempo.

- ¿Por qué?

- No sé... bueno... imagino que... me traía recuerdos que... quería olvidar.

- ¿De mí? – la miró fijamente.

- Alba... qué más da ya.

- ¿Has estado aquí con... con Ana? – le preguntó de repente, con la sensación de que esa no era la casa de la sierra a la que ella estaba deseando subir, no era el refugio que tanto había recordado y que añoraba - ¿te ayudó ella a redecorarla?

Natalia no respondió a esas preguntas y accionó la silla dispuesta a abandonar la estancia.

- Nat... ¡espera! ¿a dónde vas?

- Hay que encender la chimenea y poner un calefactor en el dormitorio. Hace frío.

- Contéstame.

- Nunca estuve aquí con ella... no... no podía, ¿contenta? – preguntó y sin esperar respuesta se dio la vuelta para marcharse.

- Pero espera – corrió hacia ella con una sonrisa – llevo todo el viaje deseando hacer esto – se agachó y la besó – ¡desde que monté en el coche! ¡comienzo a odiar a esa escolta tuya! nunca puedo besarte cuando lo deseo – bromeó y se lanzó a apresar sus labios de nuevo, pero Natalia apenas devolvió el beso - ¿qué pasa?

- Nada, no pasa nada – respondió sin disimular el nudo de su garganta – que... que quiero encender la chimenea cuanto antes.

- Nat que nos conocemos... apenas me has hablado por el camino...

- Tenía que estar pendiente a la carretera es de noche y...

- Has hecho este camino cientos de veces... estás muy seria y ahora... pareces a punto de echarte a llorar. ¿Es por Ana? ha sido mencionarla y...

- ¡No! no tiene nada que ver con ella.

- ¿Estás enfadada?

- No.

- ¿Entonces?

- No me pasa nada Alba – mostró su impaciencia.

- Nat... ya te lo he dicho, no esperaba que regresaras antes y... no puedes pretender que esté como una monja de clausura sin salir hasta que tú quieras llamarme.

- No pretendo eso...

- Pero...

- Muy bien, no quería decirte nada porque sé que no tengo derecho, pero...no me gusta Raúl.

- ¿Por qué?

- ¿Por qué? ¿me preguntas por qué? ¿tú te has escuchado todo el camino? Raúl es muy majo, Raúl me ha contado esto y aquello, Raúl piensa así, lo que me he reído con Raúl... ¿sigo?

- ¿Estás celosa? – rió a la par que sus ojos brillaban intensamente.

- No es que esté celosa es que estoy harta de oír hablar de él... tengo la sensación de que... de que te atrae.

- Nat... podía estar cenando con él en un selecto restaurante y estoy aquí contigo, ¿eso no te dice nada?

- Me dice que te sientes culpable y mal por... por sentir algo que crees que no deberías.

- No siento por él más que amistad, te lo puedo asegurar. Tengo muy claro a quien quiero – se situó a su altura – creía que tú también lo tenías ya claro, pero... quizás deba convencerte – le dijo insinuante.

- Alba... no me gusta, no me gusta... - repitió mostrando su contrariedad.

- Nat – suspiró – lo siento, pero... vas a tener que acostumbrarte, es mi amigo.

- ¡Cómo puede ser tu amigo si apenas lo conoces!

- Ya te lo he dicho me cae bien, me hace reír y... conoce muy bien Madrid, hace años que no salgo y estoy desconectada de todo.

- Ya... ¿es ese el problema? ¿qué casi nunca salimos?

- No. No es eso y lo sabes. No hay problema, me cae bien y ya está.

- No me fío de él, es soberbio. Prepotente, chulo y... ¡amigo de Javier!

- ¿Hemos venido hasta aquí para discutir sobre mis amistades?

- No – suspiró – tienes razón, voy a encender la chimenea – fue su respuesta, se echó hacia atrás y se alejó de ella.

Alba permaneció allí en pie observando los cambios de la decoración con atención, acostumbrándose a ellos y ligeramente preocupada ante la inseguridad de Natalia, porque por mucho que quisiera buscar excusas ella estaba segura de que lo único que le ocurría era que estaba celosa. Sonrió pensativa, iba a tener que demostrarle que no tenía motivo y que estaba muy equivocada.

Poco después Natalia regresaba y encendía la chimenea ante la atenta mirada de Alba.

- Uff ¡sí que hace frío! – exclamó la enfermera frotándose los brazos.

- Ven aquí, junto al fuego – Natalia se volvió hacia ella y se acercó al sofá que había situado frente a la enorme chimenea – pronto se caldeará esto.

- ¿No te sientas en el sofá?

- Tengo que preparar algo de cena. Tendrás hambre.

- Un poco sí – reconoció.

- Pues voy a prepararte algo.

- ¿Tú no cenas?

- No. No me apetece.

- Deja la cena, siéntate aquí, conmigo – le pidió golpeando el asiento, sonriéndole con dulzura dispuesta a conseguir que cambiara su serio semblante.

Natalia apretó los labios y desvió la mirada, sin moverse del sitio.

- Nat...

- Alba... - clavó sus ojos en ella - perdóname. No tenía que haberte dicho nada de Raúl.

- No Nat, perdóname tú. Estaba molesta porque esta vez tampoco me has llamado y te lo he hecho pagar hablándote de él porqué sé lo mal que te cae.

- Cariño...

- No quiero ser así contigo, no quiero que cada vez que te marches...

- Mi niña... - se acercó a ella y le acarició la mejilla, ambas notaron humedecerse sus ojos - estamos siendo dos idiotas, ¿verdad?

- Sí, y no voy a volver a hacerlo – se sentó en el borde y la abrazó - ¡tenía tantas ganas de que volvieras!

- ¡Y yo de volver! – sonrió por primera vez en la noche - ¡cada vez se me hace más cuesta arriba ir a Sevilla!

- Pero tienes razón, debes ir. Ana te ayudó y yo entiendo que tú quieres estar a su lado.

- Es que... cuando tardo en ir... parece que empeora.

- Pues con más motivo.

- Sí – suspiró pensativa.

Alba le acarició la mano con delicadeza y sonrió.

- Ahora olvídate de Sevilla, ¿de acuerdo?

Natalia asintió y le devolvió la sonrisa.

- ¿De verdad tienes aquí cosas de comer? – se retiró de ella mirándola con sorpresa - ¿no dices que no usas la cabaña?

- ¡Pues claro! no la uso, pero desde que la arreglé mandé llenar la nevera y la despensa. A partir de ahora tú y yo vamos a disfrutar de esta casa.

- Bueno, pero la cena la preparo yo y tú te sientas aquí, al fuego y descansas, que tienes mala cara.

- Eso es por... ¡dios! ¡lo olvidé!

- ¿El qué?

- Anoche... olvidé el tratamiento.

- ¡Nat! ¿pero cómo lo olvidas?

- Porque... no tuve tiempo de nada, llegué y mi madre... me puso la cabeza loca y luego... fui a casa de mis suegros y... a la clínica, Ana está ingresada y... en fin que estuve de aquí para allá y... se me pasó.

- No puedes estar pendiente de todos menos de ti. Cruz me dijo que era muy importante que lo cumplieras escrupulosamente. Tienes que ponértelo esta noche.

- Sí – suspiró.

- Tenemos que bajar a tu casa, no puedes dejarlo pasar dos días.

- Pero si no me ha dado tiempo a pasar por casa, lo tengo en la maleta, y está en el coche.

- ¡Estupendo! dame las llaves que voy a por ella.

Un ruido en el exterior las hizo guardar silencio y mirar hacia el ventanal del salón.

- ¿Qué ha sido eso? – preguntó Natalia palideciendo al instante. En sus ojos se reflejó el pánico que sentía y la mirada desesperada que dirigió a la enfermera la enterneció.

- No sé... pero no te pongas nerviosa, los agentes están ahí fuera.

- Pero... ¿qué ha sido eso? – repitió asustada.

- No sé parecía un golpe sordo como sí...

- Como si algo hubiese caído a plomo – terminó nerviosa frotándose las manos - ¿y si... es él? Y si viene...

- Nat... tranquila, no es él, no pienses tonterías.

- Pero...

- Voy a ver – dijo acercándose al ventanal y asomándose al exterior, la oscuridad de la noche le impedía ver más allá de la luz que se filtraba de la ventana - seguro que alguno de tus escoltas ha venido a la casa y se ha tropezado – aventuró para calmarla – te dije que pusieras un farol para iluminar el camino y...

- Lo puse – accionó la silla y se acercó a un interruptor - ¿ves algo?

Alba comprobó que todo parecía en orden. Los dos agentes estaban en el interior del coche aparcado al lado del de la pediatra y parecían charlar animadamente. Al verse iluminados por la luz de farol miraron hacia la casa y Alba los saludó por la ventana

- Están ahí fuera tan tranquilos. Seguro que ha sido un gato. Por cierto, ellos... ¿que van a pasar ahí fuera toda la noche?

- No querrás que les diga que pasen.

- No... claro... pero... hace frío.

- Están acostumbrados, es su trabajo.

- Bueno... dejemos la charla. Voy a salir a por tus medicinas y luego a cenar.

- Ten cuidado.

- Nat – sonrió acercándose a hacerle una carantoña – que el coche está en la puerta y el de ellos al lado.

- Ya sé que estoy paranoica – reconoció avergonzada.

- Un poquito cariño – la besó en los labios – ahora mismo vuelvo, ve sentándote en el sofá que te estás quedando helada.

Alba salió al exterior y Natalia la siguió hasta la puerta sin obedecer. Esperó observando como abría el maletero y rebuscaba en el interior, luego saludó a los agentes, se detuvo a cruzar unas palabras con ellos y regresó a la casa.

Natalia la recibió con una enorme sonrisa y haciéndole aspavientos para que entrase cuanto antes. Alba entró corriendo.

- ¡Qué frío! – exclamó cerrando la puerta con rapidez – mira que eres terca, venga al sofá que te abrigue con esa manta y a tomarte esto.

- Alba... que estoy bien.

- Bueno, pero deja que te cuide, me gusta hacerlo y estás cansada del viaje y de conducir hasta aquí.

- Está bien, pero eso me lo tomo para dormir, que luego me pone mal cuerpo y quiero disfrutar de todo esto un rato – aceptó saltando de la silla al sofá con agilidad - ¿qué hablabas con ellos?

- Nada, solo le he dado las buenas noches y les he comentado lo del ruido que hemos escuchado.

- ¿Y?

- Y nada, lo que yo te dije un gato, la maceta que está siempre sobre la mesa del jardín está tirada en el césped, ha debido saltar y tirarla.

- ¿Era eso?

- Sí, puedes estar tranquila. Dicen que no te preocupes por nada que está todo controlado, se han dado una vuelta, nadie nos ha seguido y todo está en orden.

- Te pareceré una histérica.

- Me parece que llevas demasiado tiempo viviendo con miedo – la besó con dulzura en los labios – pero ahora estoy yo contigo y ellos están ahí fuera y no va a pasar nada.

- ¿Nada? – preguntó insinuante.

- Nada que no queramos que pase – sonrió – ven, échate aquí – le colocó un par de cojines tras la espalda - ¿puedes creer que esos dos están bebiendo un café que huele de maravilla?

- Ya te he dicho que están preparados – rió divertida al ver su asombro, al tiempo que obedecía y se recostaba – ummm ¡qué gusto!

- ¿Qué cenarán?

- ¿Se puede saber qué te ha entrado con ellos?

- Es que... admiro lo que hacen, estar ahí fuera con el frío, despiertos toda la noche...

- Te repito que es su trabajo, y que siempre están equipados incluida la intendencia, tienen termos y...

- Seguro que hasta cenan caliente, ¿no?

- Seguro, y mejor que nosotras porque tú te vas a tener que contentar con alguna conserva.

- Me da igual, yo lo que quiero es estar aquí contigo. La cena es lo de menos.

- Café sí que hay – la miró burlona – si lo quieres.

- Eso luego, ahora voy a investigar a ver que preparo y tú, no te muevas de ahí.

- ¡A la orden!

Alba se marchó a la cocina ante la mirada divertida de Natalia que segundos después escuchó la voz de la enfermera, llamándola.

- ¡Nat! ¿dónde están los cubiertos? No los encuentro.

- Están aquí – elevó la voz y sonrió sabía que iba a ocurrir eso.

Saltó a su silla, rebuscó en un cajón y llegó a la cocina dispuesta a preparar la cena junto a ella.

- ¡Nat! – protestó al verla llegar – ahora iba a ir yo, ¿no eres capaz de estarte quieta un rato?

- Así acabamos antes y nos sentamos las dos juntitas en el sofá.

- Eres un caso – sonrió haciéndole una carantoña.

- A ver... ¿en qué te ayudo?

Prepararon la cena y colocaron una pequeña mesita delante de la chimenea junto al sofá. La estancia se había caldeado y entre el calor del fuego y la comida pronto las dos tuvieron las mejillas encendidas.

- ¡No sabes lo que me ha contado Raúl! – exclamó recordando de pronto la conversación mantenida.

- ¿Qué te ha contado Raúl? – preguntó con un deje de hastío cansada de oír hablar de él, no podía creer que Alba comenzara de nuevo a narrar sus excelencias y su mirada se oscureció.

- No te enfades que solo te quiero contar una cosa que pasó el viernes en el campamento.

- ¿Grave?

- Nat – sonrió - ¿siempre tienes que pensar que hay problemas? no es nada grave fue algo... divertido.

- ¿Qué pasó? – la miro curiosa.

- ¿Sabes quién es la gachona?

- Me suena, pero no le pongo cara.

- Por lo visto Raúl en su ronda le dijo que debía ir al campamento para que Fernando le sacara sangre y la explorara más a fondo porque le parecía que podía tener una infección. Y el viernes se presentó allí casi cuando se iban a marchar.

- ¿Y montó un pollo porque no la atendieron?

- No, Fernando la atendió y la despidió en la puerta.

- ¿Y dónde está la gracia?

- Espera impaciente, que me estás recordando cuando estábamos en Jinja y no me dejabas terminar ninguna historia.

- Me encantan tus historias de África, esta noche podías contarme una de esas leyendas.

- Bueno pero antes deja que te cuente lo que pasó con ella – rió solo de recordarlo y continuó hablando entre risas – resulta que la tía llevaba sin lavarse no se sabe cuánto y cuando Fernando le levantó las faldas para explorarla..

- ¡Dios! ¡Alba que estamos comiendo! – Natalia se llevó una mano a la boca con cara de asco – no sigas que ya me lo imagino.

- Espera, espera – soltó una carcajada – Fernando fue todo un profesional y cuando la acompañó a la puerta para despedirla le dijo que no tenía nada grave que lo que debía hacer era lavarse con frecuencia. Y va la gachona y ¡no imaginas qué le dijo!..

- ¿Qué le dijo?

- Que por qué no le daba una muestra de la frecuencia esa y así no tenía que comprarla en la farmacia – Alba soltó una enorme carcajada y Natalia sonrió.

- ¡Qué cosas!

- ¿No te hace gracia?

- Sí, pobre mujer... ¡y pobre Fernando! – le guiñó un ojo divertida - ¿quieres más vino? – preguntó dispuesta a servirle otra copa.

- No, con esta ya tengo bastante que ya es la segunda – tapó la copa con la mano impidiendo que Natalia le echase más - ¿o es que quieres emborracharme?

- Claro... para aprovecharme de ti – bromeó.

- Muy graciosa estás tú hoy.

- ¡Es que estoy contenta! – exclamó con entusiasmo – Hummm, está muy bueno esto de los megatones.

- ¿Nunca lo habías probado? – la miró incrédula - ¡no puedo creer que nunca hayas tomado atún con tomate.

- Así, sobre pan descongelado y cebolla, la verdad es que no.

- Si es que eres una pija, y eso que la cebolla es congelada que si fuera fresca...

- Ya te haré yo unos con cebollita fresca cuando cenes en casa.

- ¿Por qué estás tan contenta?

- Bueno... no me esperaba que después de decirme que estabas con Raúl...te vinieras conmigo.

- ¡Tonta! – se echó en su hombro melosa y le dio un beso en la mejilla.

- ¿Ya has terminado?

- ¡Sí! Soy incapaz de probar nada más.

- Pues yo me comería otro megatón de estos.

- A ver si te van a sentar mal.

- Tienes razón. Mejor no – se echó hacia atrás en el sofá y Alba se levantó y retiró la mesa, luego se sentó de nuevo subió las piernas al sofá y se recostó sobre ella.

Permanecieron en silencio, observando el chisporrotear de las llamas. Natalia abrazando a Alba y la enfermera acariciando la mano de la pediatra y esperando pacientemente a que se decidiera a hablar de su viaje y de lo que había hecho allí, tenía la sensación de que esa alegría de Natalia tenía más que ver con eso que con que ella hubiese plantado a Raúl para estar allí.

- Nat... ¿me lo vas a contar tú o me vas a hacer que te pregunte?

- ¿El qué?

- Sabes el qué.

- No. No lo sé.

- Nat...

- Que sí, que he hablado con mis padres – sonrió levemente.

- ¿Y no me lo pensabas contar?

- No hay nada que contar.

- ¡Nat! - protestó – dime al menos ¿qué tal?

- ¿Tú qué crees?

- ¿Bien?

- ¿Crees que ha ido bien?

- No sé, me has dicho que estabas contenta...

- ¡Fatal! se lo han tomado peor de lo que me imaginaba. Mi madre se ha puesto hecha una fiera y mi padre... no me ha vuelto a dirigir la palabra en todo el fin de semana.

- Cariño...

- Me da igual. Se lo he dejado muy claro a los dos. Esto ni es negociable ni voy a ceder.

- Pero... ¿por qué se lo ha tomado así?

- Digamos que ni tú ni yo somos muy populares en nuestras respectivas familias.

Alba lanzó un suspiro y apretó los labios, incorporándose y sentándose frente a Natalia, sin soltar una de sus manos.

- Cariño... lo siento.

- Mira... no va a ser fácil eso ya nos lo imaginábamos las dos.

- Sí, pero... no sé... yo... tenía la esperanza que después de haber estado contigo en Jinja, cuidándote... pues... pensé que quizás tu madre... ¿tan mal le caigo?

- No se trata de eso.

- Entonces ¿de qué se trata?

- Pues... - la miró, sonrió y le hizo una carantoña - ¿qué más te da? son tonterías de mi madre.

- Quiero saber qué te ha dicho.

- Nada que me importe, y no voy a repetírtelo.

- Nat...

- Tu madre no se fía de mí, ni de que no vuelva a hacerte daño, ¿verdad?

- Sí.

- Pues mi madre igual.

- Tendremos que demostrarles que se equivocan.

- El tiempo nos dará la razón cariño y terminarán por respetar nuestra decisión y aceptarla.

- ¿Y tus suegros? ¿has hablado con ellos?

- No se lo he dicho, mis padres me han pedido que me espere un tiempo.

- ¿Cuánto tiempo? porque yo estoy deseando que lo nuestro sea oficial.

- Lo sé. Les he dicho que una semana.

- ¿Para qué quieren que te esperes?

- Dicen que... para ir ellos allanando el terreno.

- Luego... ¡han cedido! – exclamó contenta.

- No les ha quedado otra – sus ojos brillaban alegres al ver el entusiasmo de Alba.

- ¡Cariño! – la enfermera se acercó y la besó con fuerza - ¡estoy tan orgullosa de ti! sé el trabajo que te habrá costado.

- No creas que tanto, si... si he tardado en hablar con ellos es porque... - cambió el semblante y Alba frunció el ceño mecánicamente, conocía esa expresión y nunca presagiaba buenas noticias.

- ¿Qué pasa?

- Porque estoy muy preocupada por Ana, por su salud – le confesó – no la veo bien y...

- ¿Está peor? – la interrumpió.

- Desde que... le hablé de ti parece que... si, que está peor, pero... ni siquiera sé si es por eso, ni siquiera sé si se entera de lo que le cuento y... sin embargo, otra vez ha vuelto a decir algo.

- ¿Cómo que ha vuelto?

- Hace unas semanas cuando estuve en Sevilla, Ana... pareció reaccionar.

- ¡Cómo no me los has contado!

- Porque no quería preocuparte, pero ya he aprendido la lección y por eso te estoy contando todo.

- ¿Y... esa reacción...está mejor entonces? – preguntó con temor, no quería el mal de aquella mujer desconocida pero la idea de que se recuperase la atormentaba.

- No, simplemente... ha vuelto a decir algunas palabras. Hacía muchos meses que no lo hacía, pero eso no quiere decir nada.

- Ha hablado – musitó pensativa.

- Bueno... mis suegros dicen que delante de ellos no dice nunca nada, pero a mí... sí.

- ¿Y qué te ha dicho? – Alba se sentó y la miró fijamente.

- Casi ni la entiendo, pero... creo que me pide que la ayude que... me dice "ha vuelto", lo repite una y otra vez, "ayúdame Nat, ha vuelto"

- Cariño – un escalofrío recorrió su cuerpo – ¿a qué se refiere?

- No tengo ni idea.

- Es... es siniestro.

- No sé qué quiere decir y no sé cómo podría ayudarla – clavó sus ojos en ella con desesperación – pero sé que debo hacerlo y que... debo seguir visitándola.

- Lo entiendo.

Alba guardó silencio y se sintió incómoda ante la mirada profunda de Natalia que parecía querer leer en lo más profundo de su alma

- ¿Qué piensas? – terminó por preguntarle.

- Nada... me alegro de que reaccione.

- Alba... yo llevo días intentando no cometer los errores del pasado, intentando dedicarte más tiempo e intentando contarte todo lo que me preocupa.

- Y yo te lo agradezco.

- Pero... me gustaría que fuera recíproco.

- ¿Qué quieres decir?

- Que desde que te he mencionado a Ana, has cambiado de cara, ¡hasta de postura! has soltado mi mano...

- Mi amor... - volvió a cogerla – ha sido sin pensar – se excusó.

- Pero es significativo, ¿no crees?

- No le busques los tres pies al gato Nat. Solo he cambiado de postura.

- ¿Y no te preocupa nada más? ¿no quieres saber nada más?

Alba lanzó un profundo suspiro.

- Sí, tengo miedo de que Ana se recupere, de que eso... te aleje de mí.

- Aunque Ana se recupere yo tengo muy claro con quien quiero compartir mi vida.

- Pero si lo hace, si Ana se recupera... eso... ¿dónde nos deja a ti y a mí?

- No te voy a negar que yo también tengo miedo.

- ¿Miedo? miedo de qué, tú eres la que tienes la sartén por el mango, la que tienes que... escoger. Salvo que... ¿dudas de que nos estemos equivocando por estar juntas?

- No. ¡Por supuesto que no! eso es lo único que tengo claro. Pero tengo miedo de que si Ana se recupera y yo... ¿entiendes que si es así quiera estar a su lado y necesite más tiempo para... para ayudarla y... hablar con ella?

- Sí – admitió apretando los labios con aire abatido.

- Pues tengo miedo de eso, de que tú... te canses de esta situación. De que esos suspiros escondan lo poco que te gusta todo esto. Tengo miedo de perderte.

- Eso no va a pasar. Podré desesperarme, pero solo lo hago porque quiero estar contigo, por nada más.

- Sé que no te estoy dedicando el tiempo que debería, sé que todo es muy duro para ti, y sé que has sacrificado mucho para estar aquí conmigo y creo que yo... no estoy sabiendo estar a la altura, que no te estoy compensando como debiera.

- Eso no es así, mi amor. Yo estoy aquí porque es lo que deseo y tú no tienes nada que compensar.

Alba se inclinó hacia ella. Sus ojos se enfrentaron y la enfermera terminó por darle un suave beso en los labios. Natalia se retiró y sonrió.

- Gracias por ser como eres. Y digas lo que digas yo te prometo que voy a compensarte, que voy a dedicarte mucho más tiempo. Y que la semana que viene hablaré con mis suegros.

- Lo importante es que ya lo has hecho con tus padres. Son tu familia y sé... que son importantes para ti.

- Sí – suspiró – tenía que haberlo hecho antes, lo sé, y sé que te he pedido mucho tiempo, ¡demasiado! pero cuando estoy allí frente a ella, y la veo así...

- Lo entiendo mi amor, sabes que lo entiendo. Yo lo que quiero es que estés bien. Que lo nuestro no sea otro motivo de preocupación para ti.

- ¡Lo nuestro es lo mejor que me ha pasado en la vida!

Alba se acercó de nuevo y en esta ocasión la besó con pasión, encantada con su respuesta. La amaba, la amaba tantísimo que ningún obstáculo le parecía importante. Si Natalia estaba a su lado, si Natalia le decía que arreglaría las cosas ella solo deseaba confiar en esas palabras y amarla, acariciar su cuerpo y dormirse en sus brazos. La miró fijamente y la besó de nuevo. Natalia se retiró despacio y mantuvo los ojos clavados en los de ella. Alba comprobó que habían perdido la chispa de minutos antes, no leía el deseo de otras ocasiones, pero volvió a besarla con más intensidad, acariciándola hasta que Natalia la frenó.

- Cariño – la miró compungida - esta noche no.

- Nat, es solo un beso – reculó al instante - no pretendía...

- Lo siento... lo siento – repitió angustiada - pero...

- Chist... no digas nada mi amor, entiendo que no te apetezca. Vienes de verla a ella, estás impresionada por lo que ha pasado, estás cansada... si te he besado es porque... solo quería demostrarte lo mucho que te quiero, y lo feliz que me haces.

Natalia sonrió y se acercó a ella besándola con ternura, con infinito amor. No era justa con Alba, y estaba dispuesta a dejarse llevar a donde la enfermera la arrastrase. Comenzó a acariciar su costado y Alba se retiró un instante, sonriendo, frenando su mano.

- No lo necesito mi amor. Sé que estás agobiada y preocupada, y que tienes la cabeza en otro lado. Prefiero que hablemos, así, tranquilas. Que me cuentes porqué estás tan preocupada. Que me digas en qué puedo ayudarte, que me digas qué necesitas...

- Abrázame – le pidió y Alba no lo dudó un instante rodeándola con sus brazos y recostándola sobre su pecho.

- Me encanta estar así contigo, abrazadas frente al fuego.

- Sí, a mí también – suspiró y la estrechó aún más fuerte acunándola

Las dos permanecieron en silencio absoluto, con los ojos perdidos en las juguetonas llamas y la mente lejos de allí. Una recordando las duras palabras de su madre sobre Alba a la que no solo denostaba, sino que despreciaba profundamente y la otra, recordando los días de Jinja, donde habían sido felices y deseando que esos días de risas y aventura, volvieran.

- Dice la leyenda que... hace mucho, mucho, mucho tiempo...

- ¿Vas a contarme una de tus historias? – elevó la cabeza para mirarla y Alba sonrió al ver el brillo de sus ojos.

- ¿No es lo que querías?

- ¡Sí!

Alba sonrió y le acarició el pelo.

- Pero no me interrumpas.

- Vale.

- Dice la leyenda que hace mucho, mucho tiempo una hiena y una liebre eran amigas.

- Pero... ¿no me dijiste que las hienas odiaban a las liebres?

- ¡Nat! será posible que jamás me dejes contar una historia seguida.

- Perdona, perdona.

- Sí, te lo dije, pero espera a escuchar la historia y lo entenderás – le pidió.

Natalia soltó una risilla divertida. Una extraña sensación la invadió y las horas compartidas en Jinja volvieron a su mente con toda nitidez. Allí rodeada de todas las comodidades, alejadas de la vorágine de la ciudad y sintiéndose protegida, no podía evitar echar de menos aquellos días en los que casi sin nada fue tan feliz. Sonrió recordando esas historias que tanto la entretuvieron y se aferró al brazo de Alba dispuesta a escucharla con atención, prometiéndose en silencio no volver a interrumpirla.

- ¡Vamos! ¡empieza! – se impacientó al ver que la enfermera callaba – que no te interrumpo más.

- Perdona, estaba pensando.

- ¿En qué?

- En lo diferente que es todo y sin embargo... ahora mismo parece que siguiésemos en la cabaña de Jinja. Tengo la misma sensación.

- Sí, la estrechó contra ella, a mí me pasa algo parecido – suspiró - ¿empiezas?

- Sí – asintió con una sonrisa de satisfacción que Natalia no podía ver - Hace mucho, mucho tiempo una hiena y una liebre eran muy buenas amigas. Pero la hiena engañaba a la liebre y cada vez que ésta pescaba un pez grande era la hiena quién se lo comía. La hiena inventaba juegos extraños y tras acordar que la que ganara se comería el pez, la hiena siempre acababa ganando y comiéndose el pescado.

- ¿Las liebres pescan peces?

- No, es una leyenda, Natalia.

- Ya decía yo – sonrió – sigue.

- Un día la liebre pescó un gran pez y le dijo a la hiena – Alba impostó la voz - "¡Hoy es mi día! ¡Hoy me comeré yo sola este gran pez!", pero la hiena le dijo: "Es demasiado grande para un estómago tan pequeño. Se pudrirá antes de que puedas comértelo todo". "Es verdad" respondió la liebre, "pero lo pondré a ahumar por la noche para conservarlo en pedazos pequeños. ¡Estará delicioso!"

- Lista la liebre.

- ¡Nat! – protestó sin poder evitar reír ante sus interrupciones - La hiena no aguantaba de envidia y seguía deseando comerse el pescado de la liebre. "¡Me lo comeré yo sola!", se decía a sí misma. Y no hacía más que planear cómo arrebatárselo a la liebre para satisfacer su deseo.

Continuó Alba al tiempo que no dejaba de masajear el pelo de Natalia que comenzó a sentir una agradable modorra, allí abrazada a Alba, disfrutando de su mano enredada en el pelo, con el calor del fuego y el arrullo de su voz.

- El pescado se asaba lentamente y la grasa que caía sobre las brasas perfumaban el ambiente – Alba siguió hablando y Natalia cerró los ojos un instante y los abrió con rapidez luchando contra la somnolencia que comenzaba a apoderarse de ella - La hiena se relamía ya de gusto, riéndose de la liebre por la sorpresa que se llevaría al ver que le habían robado el pescado con el que tanto soñaba. Mientras tanto, la liebre estaba acostada haciéndose la dormida, pero muy atenta a lo que hacía la hiena. Cuando la hiena agarró el primer trozo de pescado, la liebre se levantó de repente, cogió la parrilla que estaba encima del fuego y corriendo tras la hiena le azotaba con ella mientras la hiena aullaba de dolor, de vergüenza y de rabia. Au, au au – elevó la voz y Natalia se sobresaltó dando un pequeño bote sobre la enfermera que sonrió comprendiendo lo que ocurría. Bajó la voz y continuó - La hiena acabó con todo el cuerpo marcado con las barras de la parrilla y desde entonces las hienas llevan rayas en la piel y por eso desde entonces las hienas odian a las liebres.

El silencio se adueñó del salón. Solo las llamas continuaban con su acompasado crepitar.

- Nat...

- ¡Me... me encantan! – musitó adormilada – son...cuentos.

- Sí, mi amor – la besó con ternura en la frente – ¡a la cama!

- No... un poquito más aquí.

- No, Nat que te vas a quedar como un tronco y luego te va a doler todo el cuerpo.

- Está bien – aceptó a regañadientes, incorporándose con la ayuda de la enfermera.

Alba la condujo hasta el dormitorio, la ayudó a desvestirse y la arropó. Luego regresó al salón, recogió todo y se sentó un momento frente al fuego, disfrutando de esos momentos compartidos con ella. Se levantó, apagó la chimenea y se dispuso a meterse en la cama. Le pareció que Natalia ya estaba dormida, sonriendo se abrazó a ella, y la pediatra se removió un poco, como hacía en Jinja, temblando ante el frío de las sábanas y arrebujándose contra la pediatra para aprovechar su calor. Instantes después eran las dos las que dormían profundamente.

Alba abrió los ojos sobresaltada. Permaneció en silencio escuchando. Tenía la impresión de que la había despertado un fuerte ruido, una especie de portazo. Prestó atención manteniendo los ojos muy abiertos, intentando distinguir algo en la penumbra. No lograba distinguir nada ni se oía absolutamente nada. Solo la inquieta respiración de la pediatra que se mostraba agitada.

Se levantó sigilosamente y se asomó por la ventana. Pero Natalia había echado la persiana casi en su totalidad y era incapaz de distinguir el exterior por los pequeños agujeritos por los que se filtraba una tenue luz del pequeño farol que permanecía encendido. Salió del dormitorio y entró en el baño, luego se paseó por el salón y comprobó que uno de los agentes seguía en el coche mientras el otro fumaba tranquilamente un cigarrillo paseando por el jardín exterior.

Volvió a la cama y se mantuvo recostada, sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad y ahora podía ver con más nitidez. Observó a Natalia que mantenía una leve sonrisa. "¿Qué estará soñando?", se preguntó sin poder quitar los ojos del rostro que amaba. De pronto la expresión de Natalia cambió y murmuró unas palabras ininteligibles. Su ceño se frunció y comenzó a moverse, nerviosa. Alba se acercó a ella y la abrazó. Inmediatamente, la pediatra pareció calmarse. Pero fueron solo unos segundos de tregua que dieron pasa a un sueño más agitado. Hasta que abrió los ojos, asustada.

- Nat, tranquila... tranquila estabas soñando.

La pediatra emitió un leve quejido y cerró los ojos de nuevo.

- ¿Estás bien? – le preguntó encendiendo la pequeña lamparita de la mesilla.

- Sí – parpadeó acostumbrándose a la luz.

- ¿Qué soñabas?

- Nada – se llevó una mano a la frente y exhaló un profundo suspiro.

- Parecías... asustada.

- ¿Qué hora es?

- Apenas las cuatro.

- Es temprano – musitó con desgana.

- Sí – se abrazó a ella – todavía podemos quedarnos aquí un poco más.

- Y tú... qué haces despierta – la miró extrañada reparando en el detalle - ¿Te has desvelado?

- Me ha despertado un ruido hace un rato y... no cojo la postura, extraño mi cama.

- Sí, yo también. ¿Qué ruido oíste? – sus ojos mostraban inquietud.

- No sé, quizás lo soñé, me desperté con la sensación de que había oído la puerta, pero me he asomado y todo está en calma. No te preocupes.

Natalia se removió un poco intentando cambiar de postura.

- Tengo la cabeza... atontada – suspiró.

- ¿Te duele?

- No... es... habré dormido mal.

- Te quedaste como un tronco sobre las diez – sonrió – y no has despertado en toda la noche.

- Entonces será que he dormido demasiado – bromeó acercándose a sus labios y rodeándola con su brazo.

- ¿No me dices qué soñabas? – sonrió esquivando su intento – parecía que... sufrías.

Natalia sonrió levemente pero no respondió.

- ¿No me lo cuentas? – le acarició la mejilla.

- Lo de siempre, Alba... que estoy en un lugar oscuro y frío y que intento moverme, pero no puedo – le explicó colocándose de costado y mirándola fijamente.

- No quiero que sufras.

- No lo hago, es solo un sueño.

- No quiero que sufras ni en sueños.

- Apaga la luz.

- ¿Y eso? como nos durmamos... se nos va a hacer tarde.

- ¿Quién piensa en dormir? – susurró insinuante acariciando su costado.

Alba sonrió, apagó la luz y se abrazó a ella. Sus bocas se buscaron en la oscuridad. Ahora sí Natalia sentía el deseo de besarla, de entregarse a ella, de amarla. Atrás quedaban los recuerdos de Ana y sus palabras. Solo podía pensar en Alba, en lo mucho que la quería y en lo mucho que disfrutaba cada vez que despertaba a su lado, en la tranquilidad que aportaba a su alma, en la fuerza que le daba su amor.

- ¿Quieres saber qué soñaba de verdad?

- ¿Me has mentido?

- No, pero no es eso lo único que he soñado esta noche.

- ¿Y qué soñabas?

- Que estaba contigo en una casa preciosa, que me sorprendías por la espalda, que te abrazabas a mí y me hacías girarme, que me besabas y me llevabas de la mano para darme una sorpresa.

- ¿Qué sorpresa? – preguntó curiosa mientras sus dedos no dejaban de acariciar la espalda de la pediatra.

- No sé... me desperté dentro del sueño.

- ¡Qué rarita eres!

- Sí, ¡un sueño dentro de un sueño!

- Me gusta que sueñes conmigo.

- Y a mí – la besó con dulzura -Siempre sueño que estoy bien y que estoy contigo, que paseamos de la mano, que...

- Nat... ¿Cuándo sueñas conmigo siempre sueñas que andas?

- No siempre. Pero muchas veces sí. Y luego... sueño que todo es mentira y que estoy en ese lugar oscuro, que me llama una voz que no identifico, es una mujer que me pide ayuda, pero yo no puedo moverme... y siento que algo se acerca a mí y una luz que me ciega y luego... me despierto.

- Ven aquí – le dijo besándola – esto no es un sueño – susurró junto a su oído - estamos en un lugar oscuro y estamos juntas y... ¡imagina que esta es nuestra luna de miel!

- ¿Luna de miel? – rió divertida.

- Sí, y ya sabes lo que se hace en la luna de miel.

- Cariño... entonces... tendré que ir al baño – le dijo adivinando sus deseos.

- No. Tú... déjame a mí – le pidió volviendo a besarla – déjate llevar.

- Pero...

- Chist – la besó de nuevo – confía en mí, mi amor

Alba deslizó con suavidad su mano por el costado de Natalia y comenzó a besarla, lenta y dulcemente, sin dejar de pasear sus manos por el cuerpo de Natalia cuya respiración comenzó a agitarse, poniéndose en sus manos. Sin temores. Sin complejos, segura en sus manos. La enfermera se conducía con parsimonia, con delicadeza, con una generosidad infinita que hacía olvidar a Natalia todo. Eso era nuevo para ella, no reparaba en sus pañales, no reparaba en sus limitaciones, solo podía concentrase en Alba y en como la tocaba, en cómo le hacía el amor. Disfrutaba de sus caricias, de sus besos que se detenían una y otra vez en su en boca, comenzando un juego de idas y venidas, de encuentros y desencuentros hasta culminar en el punto exacto donde el beso se hacía perfecto, profundo e intenso. Momento en el que ambas sentían que sus almas se henchían, momento en el que se abrazaban rodeándose una a la otra con fuerza, aprisionándose, amarrándose a ese amor, entregándose completamente desnudas a él, sin cargas, sin miedos, sin recelos, para elevarse juntas a ese mundo particular que ansiaban eternizar. Agitadas y alteraras se besaron por última vez, y se dejaron caer en los brazos del sosiego, sin dejar de mirarse, sin dejar de abrazarse. Unidas para siempre.

- ¿Qué piensas?

- ¡Qué te amo, Nat! Que te amo tanto que... me desespero de pensar que tú y yo... lo vamos a tener difícil, que... no soporto que sufras, ni que tengas miedo, ni... que por mi culpa...

Natalia la silenció con un beso... un beso que como ya era habitual encerraba todos sus sentimientos. Alba lanzó un gran suspiro y Natalia volvió a besarla, sus bocas danzaron unos instantes al compás de sus sentimientos. Un jugueteo de caricias y besos llenos de dulzura y amor, hasta que la pediatra buscó el lugar perfecto para dejar descansar su mano, sintiendo como las piernas de la enfermera se debilitaban, como su respiración se aceleraba de nuevo, como anhelante buscó su boca, como la rozó sin llegar a besarla, como sentía su aliento tan cerca como ella el suyo. Unos movimientos lentos y cadenciosos, unos tenues jadeos que las hicieron sentir elevarse, mientras sus cuerpos temblaban al compás. Sus ojos cerrados, sus manos entrelazadas, sus corazones galopando unidos como si fuera la primera vez que se amaban. Silencio y quietud, felices por la unión que ambas entendían perfecta e indisoluble.

Alba fue la primera en abrir los ojos un instante para regodearse en la expresión relajada y sonriente de la pediatra. Sintiendo que su corazón explotaba de satisfacción, de alegría, de infinito amor por ella. Cerró los ojos de nuevo, intentando prolongar hasta el infinito aquel sentimiento profundo y puro de amarla. Colocó su cabeza en el pecho de Natalia, escuchando como su corazón comenzaba a serenarse, sintiendo como ella misma se calmaba, como su cuerpo se relajaba, recuperando su respiración.

- Mi niña... - Natalia la acariciaba con ternura.

- Te amo Nat, te amo y no me cansaré nunca de decírtelo.

- ¡Princesa!.. ven...

Natalia la abrazó con fuerza. La madrugada se había convertido en su aliada, en el testigo mudo de su amor. Se besaron de nuevo. Sus manos se encontraron bajo las sábanas, una sonrisa, un tierno beso y una caricia que estremeció a Alba.

- Nat... - suspiró acurrucándose en ella.

- Quiero despertar siempre así, contigo a mi lado.

- Y yo mi amor... ¡toda la vida! ¿sabes? se me hace raro estar aquí contigo, a veces tengo la impresión de que... nada ha cambiado, de que el tiempo no ha pasado y que tú y yo... ¿sabes lo que quiero decirte?

- Creo que sí – admitió con una sonrisa y una leve caricia en su pelo.

Guardaron silencio unos instantes que destinaron a besarse con ternura, a sonreír una y otra vez, beso tras beso, perdiéndose una en la mirada de la otra.

- Princesa... ¿te he dado ya los buenos días?

- No – rió ante su salida.

- Pues... buenos días – enronqueció la voz y Alba la miró sin poder evitar besarla de nuevo – ¿sabes una cosa?

- ¿El qué?

- Que esta forma de despertarme no se puede volver a repetir – Alba adivinó su tono burlón.

- ¿No te ha gustado?

- ¡Demasiado! – suspiró besándola – pero ahora... ¡seré incapaz de concentrarme en el trabajo!

La enfermera rió a gusto y la abrazó.

- No te rías – la regañó – no sé qué voy a hacer en ese despacho hasta que tú regreses, aunque...se me está ocurriendo algo.

- Uy, uy, no me fío yo de tus ocurrencias.

- ¿Por qué no vamos a mi casa... nos tomamos la mañana libre y... te enseño esas piscinas y ese jacuzzi?

- ¡Nat! – volvió a reír - ¡estás loca! No podemos hacer eso.

- Claro que podemos... yo soy la jefa.

- Pero yo no, y ya el viernes no fui a trabajar.

- ¿Y si te doy permiso?

- Mejor me esperas esta noche en el despacho y... nos vamos juntas a tu casa.

- Esta noche... ¡para eso queda una eternidad!

- ¡Nat! esta noche prometo compensarte esa espera – le dijo insinuante.

- Seguro que estoy fuera de juego, de hecho, es extraño que habiéndome tomado el tratamiento anoche no esté ya pagando las consecuencias.

- Lo mismo tu cuerpo se está acostumbrando.

- ¿Sabes lo que creo? que la culpable eres tú, que cuando estoy contigo siempre estoy mejor ¡enfermera milagro!

- ¡Cuánto tiempo sin escuchar eso!

Natalia suspiró, y se situó boca arriba.

- ¡Sí! – suspiró – ¿echas mucho de menos aquello?

- ¿Por qué me preguntas eso ahora?

- No sé... se me ha ocurrido de pronto.

- Te amo, y... yo solo te echo de menos a ti.

- Alba...

- Cariño... - la besó con ternura - ¿acaso no ves que me haces inmensamente feliz?

- ¡Y tú a mí!

- ¿Te he dicho hoy que te amo? – preguntó burlona.

- Creo que no – respondió en el mismo tono riendo.

- Pues ¡te amo! te amo, te amo, te amo – repitió una y otra vez alternando que pequeños besos mientras la mantenía firmemente aferrada.

- No te merezco.

- Eso sí que es verdad – rió mirando el reloj - ¡dios! Son casi las seis.

- ¿Ya?

- Pero... ¿cómo se ha pasado así el tiempo?

Natalia soltó una carcajada y de buen humor se incorporó.

- Yo puedo recordarte un par de cositas...

- ¡Es tardísimo! – exclamó saltando de la cama ante la perplejidad de la pediatra que no alcanzaba a comprender su prisa, no tardarían más de cuarenta minutos en bajar de la sierra, y a las ocho podían estar de sobra en la clínica.

- Tranquila que hay tiempo, ¡te voy a preparar un desayuno que ya verás!

- No Nat, que se nos va a hacer tarde.

- Pero tendrás que desayunar. Ve duchándote que... yo preparo algo rapidito.

- Que no... vístete y nos vamos que tengo que pasar por casa.

- Pero... ¿ni un café?

- No Nat. No quiero llegar tarde.

- Esto me pasa por contratar gente competente – bromeó – pero no corras tanto que ahora te dejo en tu casa y con la moto llegas en nada.

- ¿Y tú? creí que iríamos juntas.

- Yo pasaré antes por casa, quiero soltar la maleta y recoger una documentación.

¿Por qué no te vienes conmigo? si esta noche nos vamos a mi casa... no necesitas la moto.

- No. Mejor me dejas en casa que la coja que luego te entretienes y no quiero llegar tarde...

- Vale... como quieras... ¿tienes prisa por algo? porque vamos bien de tiempo para estar allí a las ocho.

- No... pero... bueno que... quedé con... con Teresa para desayunar y acabo de recordarlo – le dijo, acordándose repentinamente de su promesa a Raúl – además, no quiero que tengas tu que correr, que aquí la que tiene horarios soy yo, ¡y no veas como se pone Fernando cuando llegamos tarde!

- Ya hablaré yo con él, ¡qué para mi niña lo mejor!

- ¡Ni se te ocurra! – la amenazó desde la puerta del dormitorio saliendo del mismo.

Natalia rió divertida, jamás se le ocurriría algo así. Terminó de vestirse y se dispuso a abandonar la cabaña. Se le hacía extraño volver allí con ella. Alba tenía razón, había veces que el tiempo parecía no haber pasado. Una enorme sonrisa iluminaba su rostro cuando salió de la cabaña. De buen humor saludó a los agentes y se dispusieron a regresar a la cuidad. Natalia no podía dejar de sonreír, tenía la sensación de que sería un día maravilloso, tenía la sensación de que por fin estaba sintiendo la felicidad de dejarse guiar por su corazón.

La moto entró en el parking con un ruido ensordecedor. Tanto como los latidos de su corazón que no dejaban de recordarle la noche pasada. Unos latidos fuertes y seguros, tan rápidos que la mantenían con un continuo cosquilleo en su estómago. Era feliz, inmensamente feliz. Tenía claro que estaba enamorada. Miró al cielo mientras se quitaba el casco y sonrió, ¡una luna preciosa que luchaba por no desaparecer! ¡un cielo con un gris azulado maravilloso! ¡y unas nubes fantásticas que jugueteaban a hacer figuras mágicas, persiguiéndose y corriendo de aquí para allá! Hasta la fría frisa matutina le parecía que acariciaba su rostro con alegría. Estaba convencida de que sería y día de invierno muy especial. Tan ensimismada estaba que no sintió los pasos que se acercaban por su espalda. No fue capaz de reaccionar cuando se le echaron encima.



----------




Su mente vagaba por otros lugares muy distintos a los que tenía ante sus ojos. El sol aun no tenía la suficiente fuerza como para evitar que se arrebujase en su abrigo y quizás no la tuviese en todo el día. La noche anterior había centrado su atención en el tiempo y amenazaba lluvias vespertinas. Hubiera deseado que en un día como ese el sol brillase con fuerza, pero no parecía que fuera a ser así. Había cogido el autobús como todos los días para ir a su trabajo, pero no se bajó en la parada en que solía hacerlo, en cambio cogió un camino muy diferente, estaba cansada de la rutina, había esperado que ese día algo cambiase, pero allí estaba camino de la clínica, como todos los días, aunque por un camino distinto, un camino que, sin esperarlo la iba a sumergir en un mar de dudas.

Sus pensamientos se hallaban viajando lejos... muy lejos de allí, recordando cada palabra de la conversación mantenida la noche anterior. Le gustaría poder ayudar a María, pero no podía traicionar a Natalia, aunque quizás pudiera hablar con ella. Sus pies la conducían casi sin darse cuenta, se dejaba llevar por ellos y por esos pensamientos que la transportaban a otro tiempo, un tiempo ya pasado para ella y para todos.

A lo lejos ya se divisaba el inmenso recinto de su lugar de trabajo. Apretó el paso porque no quería que se le hiciera tarde, quería llegar con tiempo de invitarla a un café y hablar con ella, quizás consiguiera hacerla recapacitar o al menos que se condujese con prudencia. Conforme se acercaba al parking vio entre las sombras que proyectaba la arboleda, una pareja que parecía ajena a todo lo que la rodeaba, una pareja que sin apenas mirarse a los ojos se fundía en un largo y esperado beso. ¡Cuántos años hacía que a ella no la sorprendían así! ¡cuánto tiempo sin un beso furtivo! ¡sin un abrazo sorpresa! ¡sin esos brazos fuertes que tanto extrañaba! De repente la sorpresa la paralizó, aquella pareja que había creído anónima, no lo era... Estaba segura de que era ella.

Tan interesada estaba en espiarla que no se percató de que alguien había ido siguiéndola todo el camino.

- No vuelvas a hacerme algo así – Alba empujó a Raúl con fuerza separándolo de ella.

- Perdona, solo quería darte una sorpresa... habíamos quedado para desayunar, ¿no?

- Sí, pero no vuelvas a besarme, creo que quedó claro.

- Lo siento, pero... ¡ha sido un impulso! Te he visto ahí... quitándote el casco de esa forma tan... sensual... que... no me he podido resistir, ¡hoy estás preciosa!

- Déjate de halagos – le respondió con seriedad – Raúl no quiero que te equivoques conmigo....

- ¡Qué digo preciosa! ¡estás radiante! ¡maravillosa! ¡una diosa del parking!

- No hay quien pueda contigo – sonrió al fin.

- ¡Y esa sonrisa...!

- Anda, vamos a desayunar, ¡que me muero de hambre!

- Lo que yo te diga – se quedó observándola atentamente – tú tienes hoy esa cara, esa cara que se tiene cuando... - la señaló con el dedo – me mentiste, anoche me mentiste, sí que tienes novio y sí que te marchaste para reconciliarte con él.

- Te mentí porque no quedé con mi madre, pero no tengo novio.

- ¿Y con quién quedaste?

- ¿Quieres ese café o piensas que estemos toda la mañana aquí?

- Ya. ¡Top secret!

- Eso mismo – rió corriendo hacia el interior de la clínica mientras Raúl la perseguía a grandes zancadas.

- ¡Espérame! ¿por qué corres tanto?

- Espérame tú en cafetería que yo voy a cambiarme y darme una ducha.

- ¿Voy contigo? – preguntó burlón.

- ¡Ni lo sueñes!



----------




Una mano se apoyó en su hombro y casi sin darle tiempo a darse la vuelta, la rodeó por la cintura, risueño. El frío y la noche, se transformaron en calor y luz cegadora. No necesitaba volverse para saber quién era el dueño de aquellos fuertes brazos que ahora la sostenían. La pareja que se besaba había desaparecido para ella, sin percatarse de que la chica empujaba al chico con brusquedad y se apartaba de él enfadada. Ya solo quedaban su cuerpo y el de él que la abrazaba, dándole una nueva luz al día...

- ¡Manolo!

- ¿Creías que no recordaría nuestro aniversario?

- ¡Ay, Manolo! ¡qué susto me has dado! – sus ojos brillaban de alegría, al final sí que podía ser diferente después de tantos años.



----------



Alba entró a toda prisa en el vestuario y casi chocó con Laura que salía de él.

- ¡Laura! ¿ya te incorporas?

- ¡Loca! Mira por dónde vas que casi me matas – sonrió besándola – sí, ya me incorporo. ¿A dónde vas con tanta prisa?

- A cambiarme, que no he desayunado y no quiero que se me haga tarde.

- Te estuve llamando el viernes cuando llegué a casa, pero no comunicabas o lo tenías apagado.

- Sí... eh... vi tus llamadas y pensé en llamarte, pero... entre unas cosas y otras lo olvidé. Lo siento, Laura.

- ¡Qué habrás estado tú haciendo el fin de semana! – se mofó de ella - Por cierto, que tienes que contarme que tal te fue en la cena del banco.

- Calla y no me la recuerdes.

- ¿Pasó algo?

- Luego te cuento que quiero cambiarme, Raúl me está esperando.

- ¿Raúl? ¿qué es lo que me he perdido?

- Nada.

- ¿Y esa carita de felicidad que traes? ¿no será por él?

- ¡Qué dices! ¡cómo va a ser por él!– rió – anoche Natalia y yo nos subimos a la sierra y... - bajó la voz y suspiró mostrando su felicidad.

- Ya decía yo... ¡me alegro de que os vaya bien!

- Más que bien, ya ha hablado con sus padres y... yo la veo cada vez más convencida de... lo nuestro.

- Pues claro que sí mujer. Si no hay más que ver con que carita te mira siempre.

La puerta se abrió y Rosa entró para cambiarse.

- ¿Ya te vas? – Alba interrogó a la recién llegada.

- Sí, he estado de guardia toda la noche en la U.C.I., ¡y yaya nochecita!

- ¿Muy movida?

- Más que otros días y estoy muerta – les dijo entrando en uno de los baños.

Alba miró a Laura.

- Anda ¿por qué no vas y te sientas con Raúl? le dices que voy enseguida.

- Muy bien, me voy – aceptó, con Rosa allí no podían seguir hablando – pero luego tienes que contarme, o mejor esta noche en la cena.

- Esta noche no creo que cene en casa – le guiño un ojo – ni que duerma – sonrió feliz.

- A la hora de comer no te me escapas – bromeó y salió dejando a Alba en el vestuario terminando de cambiarse.

Rosa también abandonó el vestuario y la enfermera se dio prisa para terminar cuanto antes. Estaba ya vestida y cerrando su taquilla cuando su móvil comenzó a sonar. Lo cogió sorprendida de la hora tan temprana.

- ¡Germán! – exclamó contenta de ver de quien se trataba.

En cafetería Laura y Raúl charlaban animadamente cuando Teresa entró y miró hacia ellos. Quería saludar a la chica, pero después de lo que había visto en el parking su animadversión hacia el médico era tan grande que estaba convencida de no poder disimular. Se acercó a la barra a pedir un café cuando Laura, que había intentado llamarle la atención sin éxito, llegó hasta ella.

- ¡Teresita! – exclamó posando su mano en la espalda de la recepcionista que se giró de inmediato.

- ¡Laura! ¡Ay, hija, qué alegría verte!

- Sí, ya estoy recuperada, me duele todavía un poco, pero tengo ganas de trabajar.

¿Y tú qué? ¿qué me cuentas? ¿alguna novedad por aquí?

- Ninguna novedad.

- ¿Ninguna? ni un cotilleo. Ni...

- Te he dicho que ninguna – la cortó con genio y Laura se sorprendió.

- Mujer que era broma. Raúl y yo estamos allí – señaló hacia la mesa - ¿por qué no te sientas con nosotros?

- Porque tengo prisa y me voy ya.

- Pero si es muy temprano, anda tómate un café con nosotros – tiró de ella hacia la mesa, pero la recepcionista no se dejó arrastrar.

- No puedo Laura, tengo que tener todo preparado para cuando llegue Natalia.

- ¡Ni que Nat fuera un ogro!

- No, pero yo quiero que tenga su correo listo y ordenado y...

- Vale, vale, no insisto, ¿te importa pasarte por vestuarios y meterle prisa a Alba? La estamos esperando.

- No me importa, ahora mismo os la mando.

Teresa se dejó el café sin probar y salió en busca de la enfermera, en el fondo estaba deseando hablar con ella y asegurarse de que lo que vio hacía unos instantes no significaba lo que creía, aunque pocas explicaciones podía haber para ese beso. Solo esperaba y deseaba que no estuviese jugando con Natalia y volviera a hacerle daño porque no iba a consentirlo.

Cuando llegó a la puerta del vestuario la voz de Alba la detuvo. Estaba claro que hablaba entusiasmada con alguien. Y, aunque no quería hacerlo, se mantuvo discretamente junto a la puerta, escuchando.

- ¿Cómo lo has conseguido?

- Sabes que desde Kampala es más fácil. Tengo una reunión, nos quieren presentar a la nueva supervisora, va a ejercer el cargo de forma interina hasta que nombren a alguien.

- ¿Y lo otro?

- Lo otro fue aún más fácil.

- Te quiero, te quiero, te quiero. ¿De verdad que podré volver?

- Cuando quieras, pasas la evaluación en Madrid y sólo cuando tú quieras puedes incorporarte.

- La verdad es que es la mejor opción.

- Sí es lo mejor. Mientras te vaya bien allí no tienes que hacer uso, pero si alguna vez lo necesitas, podrás regresar.

- Os echo mucho de menos.

- ¡No será tanto! ya sabes lo que se dice que tiran más dos...

- ¡No puedo evitarlo! ¡estoy enamorada!

- Aquí también se te quiere ¿eh?

- Yo también te quiero, ¡tonto!

- ¿Has hablado con Nat de la evaluación?

- No, no he hablado con Nat. Estaba... estaba en Sevilla... bueno... volvió ayer. Pero como el sábado me dijiste que hasta hoy no lo sabrías seguro...

- Pero... ¿sigues con ella?

- Claro, bobo.

- Pues tendrás que decirle lo de las pruebas.

- De momento no voy a decirle nada.

- Sois tal para cuál.

- ¿Qué quieres decir?

- Nada. Que espero que nunca tengas que usar esa opción y que puedas ser muy feliz con ella. ¿Cómo sigue?

- Ya la conoces, no para de trabajar, no escucha a nadie y encima Ana... ha empeorado o mejorado, según se mire.

- Vale, vale, me hago una idea, deja que la llame yo y verás...

- Serás tonto...

- Te echo de menos, niña, esto no es lo mismo sin esos cafés en el porche.

- Yo también echo de menos el café en el porche, y sobre todo a ti.

- Vaya... gracias enfermera... bueno niña, tengo trabajo. Anda despídete de mí como dios manda, después de lo que te he conseguido.

- Eres lo mejor, y cuando llegue te como a besos.

- Jajajajajaj deja. Deja que me las tengo que ver con Lacunza y seguro que me gana. Me conformo con un gracias o un besito, de esos castos y puros.

- Tendrás tu besito, de esos...

- ¿Vendrás en el próximo viaje?

- ¡Estoy deseándolo!

- ¿Y vas a dejar solita a tu Natita?

- Nat sabe lo que hay, es parte del trabajo y comprenderá que me marche. ¿Estás preparando todo para las vacaciones?

- Pero... ¿es seguro? ¿vais a venir?

- Intentaré convencerla. Y ten cuidado que no quiero que cualquier día le digas algo que la haga sospechar de lo que nos traemos entre manos.

- Tranquila si apenas hablo con ella.

- Tengo que dejarte que yo también tengo trabajo.

- Cuídate y cuídala y dale un beso de mi parte.

- ¡Un beso de los buenos! ¡Ah! te quiero.

Teresa se apartó de la puerta al escuchar la despedida. Su ceño fruncido era muestra de lo mucho que le preocupaba lo que acababa de escuchar. ¡Alba se iba a marchar de nuevo! ella que se había pasado todo el tiempo regañando a Natalia para que no cayera en los mismos errores y no le hiciera daño a Alba y por ende a sí misma, y ahora resultaba que era la enfermera la que se traía un doble juego. No se lo pensó dos veces y entró en el vestuario de forma airada.

- ¡Teresa! ¡qué susto me has dado! ¿qué haces aquí? este es el vestuario de enfermeras.

- Laura y Raúl – recalcó el nombre del chico con cierto retintín - te están esperando.

- Estaba hablando por teléfono – se justificó mirándola desconcertada - ¿te pasa algo?

- Pues ya que preguntas sí, me pasa algo.

- ¿Y se puede saber qué es?

- Que estoy preocupada por Nat, la quiero mucho y no se merece sufrir más.

- ¿Y por qué iba a sufrir?

La recepcionista elevó las cejas en una mueca de desagrado. ¡Qué cinismo! estaba a punto de confesar que en lo que llevaba de día la había espiado por dos veces cuando Alba se adelantó.

- ¿Crees que yo la voy a hacer sufrir? – sonrió imaginando que era eso lo que quería decirle sin atreverse a ello – pues no te preocupes porque yo me encargaré de que no sufra, ¡pienso hacerla muy feliz!

- No sé cómo.

- La que tiene que saberlo soy yo, Teresa – rió - ¿se puede saber qué te pasa? El otro día parecías encantada con que ella y yo... estemos juntas.

- Mira, prefiero no meterme en la vida de nadie, pero... - dudó un instante, Alba parecía tan sincera cuando le decía aquello que se cuestionó si no estaría malinterpretándolo todo como ya le había sucedido en alguna ocasión - pero es mejor que si no estás segura dejes a Nat en paz – le soltó de sopetón - Y date prisa que Laura te espera.

- Ay Teresita, Teresita, ¡qué mosca te habrá picado!

- No te lo tomes a broma que te estoy hablando muy en serio. No sé qué juegos te traes con unos y otros pero a Nat...

- ¿Pero de qué juegos hablas? – preguntó y de pronto cayó en la cuenta de qué podía ser – tú has hablado con María – la acusó con una sonrisa de triunfo – Teresa, somos amigas desde hace mucho, confía en mí, no le voy a hacer daño a Nat y no te enfades. Anda – le pasó el brazo por los hombros - vente a tomar un café conmigo y me cuentas porqué estás así.

- No me apetece.

- Pero se puede saber qué pasa, ¿dije algo el sábado que te molestase?

- No me pasa nada, que tengo mucho trabajo – le dijo dándose media vuelta – pero no juegues con ella – le dijo en tono amenazante, abandonando el vestuario.

Alba se encogió de hombros y salió tras la recepcionista con una sonrisa en los labios. Esta Teresa no tenía remedio. Seguro que tenía un mal día y la había pagado con ella. Pero eso no iba a empañar la felicidad que sentía. Estaba deseando que pasaran las horas para volver a ver a Natalia y contarle todo, para reírse juntas.





Continue Reading

You'll Also Like

275K 19.5K 35
Con la reciente muerte de su padre el duque de Hastings y presentada en su primera temporada social, Annette empieza a acercarse al hermano mayor de...
45.7K 6.8K 16
Max Verstappen es el dueño del mundo, es el jefe de una de las mafias más poderosas, lo controla todo, es rey, el amo y señor, tiene a todos a sus pi...
886K 104K 121
Después de que esa persona se fuera de su vida estaba sola. Pasó toda su adolescencia con ese hecho, y es que su condición la obligaba a no entablar...
187K 15.7K 35
|𝐀𝐑𝐓𝐈𝐒𝐓𝐒 𝐋𝐎𝐕𝐄| «El amor es el arte de crear por la sensación misma, sin esperar nada a cambio,más allá del placer mismo del acto creativo...