La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 88

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By marlysaba2


Volvieron dentro. Natalia hizo a Alba sentarse en el banco corrido del interior de la ducha, y volvieron a besarse. Le encantaba su piel sedosa, se inclinó y comenzó a besar sus rodillas, fue subiendo beso a beso por sus muslos, suaves y tiernos, hasta llegar a su ingle. Alba gimió y se retorció presa de la excitación. Unas voces las hicieron detenerse y agudizar el oído.

- ¿Sara y Gema?

Alba asintió recuperando su postura sentada. Natalia buscó de nuevo sus labios, mientras sus manos se metían por debajo del vestido de la enfermera, acariciando sus costados, buscando sus pechos. Alba se echó hacia atrás, inquieta sobre el banco, y se mordió el labio inferior. Sus caricias la enloquecían y no quería perder el control y que las descubriesen.

- Vamos a la cabaña, Nat – le susurró.

- Chist – la silenció.

No estaba dispuesta a ceder. Notaba su excitación, ella misma se sentía muy excitada, leía el deseo en sus ojos y eso la volvía loca. Metió sus dedos por la goma de sus braguitas y las deslizo por sus piernas hasta quitárselas. Alba contuvo la respiración, mirándola expectante, ya no le importaba que pudiera entrar alguien, a todos sus sentidos estaban puestos en Natalia y en lo que le estaba haciendo. La pediatra se detuvo con una maliciosa sonrisa, disfrutando de su gesto impaciente que se contradecía con la calma con que aguarda, mirándola aquella cara traviesa que tanto le gustaba a la pediatra.

- ¡Vamos! – le pidió impaciente.

Natalia obedeció, comenzando a recorrer su cuerpo con sus manos y ahora, también, con su boca. Sentía su sabor dulce y salado a la vez, escuchaba sus suspiros, notaba como se estremecía, y todo ello lograba excitarla a ella aún más. Tras una pequeña parada en la que la enfermera le suplicó con la mirada que continuase, Natalia se dedicó a ella en cuerpo y alma, con suavidad se cernió sobre su presa, sintiendo que la deseaba más que nunca y regocijándose en la idea de que sería suya para siempre. Alba dejó escapar un gemido que Natalia se apresuró a silenciar, cesando en sus caricias, incorporándose para besarla.

- Chist, que nos van a oír.

- Nat... no seas mala.

Le sonrió pícaramente, si inclinó de nuevo y continuó por donde lo dejara, para detenerse de nuevo.

- Pero no chilles.

- Yo no chillo, esa eres tú – casi jadeó al sentir de nuevo su lengua buscando ahora sus profundidades – Nat... Nat...

Sabía lo que le pedía, sabía lo que anhelaba y se entregó por completo a satisfacer ese deseo. Instantes después su respiración se aceleraba ante el evidente síntoma de que iba a terminar. Natalia aceleró levemente sus caricias y la enfermera no pudo contenerse más. Elevó sus piernas rodeando a la pediatra, con un estremecimiento y un grito ahogado se entregó a ella presa del orgasmo, mientras Natalia no dejaba de acariciarla, con tal suavidad que Alba no quería que dejara de hacerlo, estremeciéndose una y otra vez, hasta que recuperando las fuerzas se incorporó del banco y se abrazó a ella, besándola con ternura. Siendo ahora ella la que la desnudaba, la que la recorría con parsimonia y fruición.

- ¿Vamos a la cabaña? – insistió Alba segura de que allí Natalia no podría.

- No.

A esas alturas Natalia se encontraba tan excitada y deseosa que estaba convencida de que el lugar y sus incomodidades no le serían un impedimento. Alba no dijo nada más. Se recrearon en los juegos de caricias y besos. Alba conocía todos sus puntos débiles y se dedicó a ellos uno tras otro, logrando que la pediatra disfrutase de la experiencia una vez más, sintiendo crecer de nuevo el deseo dentro de ella, hasta que Natalia se aferró a ella con fuerza comenzando a temblar. Permanecieron así, abrazadas unos minutos. Alba no encontraba el momento de levantarse de sus rodillas. Era inmensamente feliz de estar allí, recostada en sus brazos, refugiada en esas caricias leves y continuas, que Natalia permanecía regalándole, notando como su corazón aún galopaba espoleado por lo que ella la hacía sentir. Sin pronunciar palabra alguna, solo se besaban y sonreían y volvían a besarse y a sonreír.

- Deberíamos salir ya – dijo Natalia tras esos mágicos minutos – nos van a echar de menos.

- ¡Qué nos echen! tú y yo nos vamos ahora mismo a la cabaña.

- No, a la cabaña, no.

- Nat...

- No quiero ir a la cabaña.

- Es tarde y...

- Espera - le pidió cogiéndola de la mano al ver que se levantaba y pretendía abrir la puerta de la ducha – no quiero ir a la cabaña aún.

- ¿Y qué es lo que quieres? – sus ojos la miraron burlones, le gustaba esa Natalia juguetona y decidida, ¿qué se le habría ocurrido ahora? – no pretenderás que sigamos aquí – la miró inquisidoramente - aquí no...

- Quiero un café con Germán – confesó dejándola perpleja.

- ¿Un café? Nat es muy tarde para eso y... mañana tenemos que madrugar – le dijo con cierto deje de decepción, estaba claro que había malinterpretado sus intenciones - y el viaje ya sabes cómo es...

- Sí, pero quiero despedirme de él.

- Germán se ha ido a dormir – mintió descaradamente. Quería seguir amándola hasta el amanecer, pero era consciente de que Natalia necesitaba descansar para estar bien al día siguiente.

- Bueno... - murmuró dubitativa, conocía sus ojos y comprendió que Alba le mentía - ¿a dormir? ¿ya?

- ¿Cómo que ya? ¡son las tantas!

- Pero... si no es tan tarde...

- Mañana vas a estar muy cansada, Nat, ¿ya no te acuerdas del viaje en camión y...?

- ¡Para olvidarlo! – sonrió - pero quiero disfrutar cada segundo de esta noche aquí y no quiero dormir... no tengo sueño – protestó.

- Si no tienes sueño podemos... no sé...- le dijo con picardía e insinuación, enarcando una ceja.

- ¡Creí que no se te iba a ocurrir nunca!

- Pero Nat... ¿no tienes hartura?

- Ya sabes que no – sonrió – nunca voy a hartarme de besarte, de quererte, de...

Alba soltó una carcajada, ya se había acostumbrado a que Natalia guardase silencio siempre que parecía que iba a decir que la amaba.

- ¿Y tu cabeza? no quiero que empiece a dolerte y...

- Mi cabeza hace días que está mejor que nunca... y... además ya sabes que ciertas cosas – fue ahora ella la que se insinuó - son buenísimas para el dolor de cabeza.

- ¿Buenas? yo creía que una de las excusas para no hacer "ciertas cosas" – recalcó las palabras con retintín - era precisamente el dolor de cabeza.

- Pues como excusa es nefasta porque la adrenalina disminuye el dolor y...

- Eso es lo malo de estar liada con un médico, sois unos engreídos.

- ¡Oye! que te estoy diciendo la verdad.

- Pues si eso es verdad, estaba claro que a mi niña le dolía tanto la cabeza porque estaba muy "faltica", como dicen en el pueblo... - se mofó de ella con una sonrisa picarona.

- Serás... - protestó levemente. Alba le colocó el pelo tras la oreja, mientras sus ojos la observaban sonrientes, se inclinó y la besó de nuevo. Natalia suspiró rendida a ella - Sí que lo estaba – reconoció - ¿vamos a la cabaña? – dijo acariciándola en la entrepierna.

- ¡Nat! que mañana... - se detuvo al ver su mirada y aquellos labios que le pedían que la besara de nuevo – vamos, pero hacemos un pacto, una sola vez y luego a dormir.

- Vale – aceptó con una enorme sonrisa.

Entraron en la cabaña, Alba leía el deseo en los ojos de la pediatra y eso no solo le encantaba, sino que la hacía excitarse sobremanera. Tenía la sensación de que era la primera vez que la veía allí sentada con aquella expresión que tanto adoraba. Mecánicamente comenzó a doblar la ropa que la pediatra había dejado encima de la hamaca.

- Nat ¿cuándo fue la primera vez que me deseaste? – preguntó mirándola por encima del hombro, mientras guardaba.

- Chist... ven aquí... y deja eso - le pidió saltando de la silla a la cama.

- ¿No vas a responderme?

- Yo te he deseado siempre, desde el día que entré por la puerta de urgencias y me echaste aquella bronca.

- ¡Venga ya!

- En serio, ese día supe que serías mía.

- Muy subidita estás tú – se acercó a la cama y se sentó en el borde - ¿y si te hubiera dicho que no? – la encaró esbozando una sonrisa traviesa.

- ¿Cómo que si me lo hubieras dicho? ¡me lo dijiste!

- Quiero decir de verdad.

- ¿No era de verdad? – preguntó insinuante torciendo la boca en una mueca picarona.

- Bueno, sí lo era pero... en el fondo yo... ¿qué hubieras hecho?

- Lo que hice – soltó una carcajada.

- Serás....

- ¡Chist! – la besó de nuevo notando que sus manos temblaban y deseando que fueran por ella. Notó el calor que desprendía y sonrió recibiéndolo con agrado, sintiendo que la envolvía.

La poca distancia que las separaba se repetía en su cabeza y su mano se volvió guía de su deseo. Alba se separó de ella y sonrió.

- ¿No respondes?

- No lo hiciste – enarcó los ojos burlona, besándola de nuevo.

- ¿Y si lo hubiera hecho? – preguntó separándose.

- ¿Y si yo anduviese, y si estuviéramos en Madrid y si, y sí? ¡Te quieres callar ya!

Fue ahora Alba la que lanzó una sonora carcajada.

- Sigues siendo una cobarde.

- No voy a responderte lo que quieres oír – la besó de nuevo y le rozo la rodilla, recibiendo una mirada de morbosa timidez – ¡ay! ¡mi niña! – exclamó, pensando en que se acaba su tiempo, en que quizás esas fueran las últimas horas felices que iban a pasar, en que si sus temores se cumplían, cualquier despedida le sabría a poco.

- ¿Y qué quiero oír? lista.

- Que eres mi estrella, mi norte, que sin ti llevo cinco años perdida y que el día que entraste en mi despacho, volví a comprender que serías mía de nuevo, no sabía cómo ni cuándo, pero lo serías, que sin ti....

- Qué bonito, pero ¿me vas a decir algún día, simplemente, que me amas?

- ¿Otra vez con eso? Ya te lo he dicho, a mi manera, pero te lo he dicho.

- ¡Ay! ¡mi cabezona! – la besó intensamente.

Natalia se separó y la miró a los ojos "Te amo, mi princesa", pensó, "te amo tanto que temo decirlo en voz alta, que temo que esto acabe antes de poder demostrártelo, tanto que tengo miedo de que sea demasiada la felicidad, de que haya algún modo de equilibrar la balanza porque no te merezco...".

- ¿Estás bien? – escuchó la voz de la enfermera que, preocupada al ver un gesto de dolor en su rostro, le acariciaba la mejilla con ternura - ¿Nat?

- Si – musitó esbozando una leve sonrisa, volviendo a la realidad.

- Anda vamos a dormir – le propuso frunciendo el ceño segura de que le ocurría algo.

- No – sonrió dándose prisa en apresar sus labios, en recorrer su cuello con la lengua. Alba se tensó un instante, embargada por sus caricias, por sus besos que ahora se habían detenido, mientras la pediatra se regocijaba en la pícara timidez que fingía Alba y se llenaba de sus ganas contenidas – a dormir no.

- ¿Y cuándo supiste que volvías a amarme? – le preguntó sonriendo maliciosa, tumbándose a su lado echada en un codo, mientras comenzaba ella también un juego de caricias.

- Eso tiene trampa.

- Sí que la tiene cobarde.

- El día que... murió aquel pequeño, en la aldea.

- ¿Allí? – preguntó extrañada, recordando ese día, sí también había sido el día que las persiguieron los furtivos.

- Allí no, aquí, ese día comprendí que no podría luchar por más tiempo y... me derrumbé - se interrumpió y sonrió también encogiéndose de hombros.

- ¿Por eso llorabas tanto?

- Sí, pero fue un abrazo lo que hizo saber que estaba perdida.

- ¿Qué abrazo?

- El abrazo que me diste cuando lloraba en la cama – reconoció - esos días yo me sentía tan ... tan a gusto contigo, me desesperaba cuando pasaban las horas y no aparecías, deseaba cada día que me llevaras a un nuevo lugar, que charláramos, que me hicieras reír, pero... pero no quería reconocer lo que sentía, y ese día cuando me abrazaste sentí que se detenía el mundo, sentí que todo aquello por lo que lloraba no me importaba si tú estabas allí, consolándome, solo existías tú abrazándome de la forma en que lo hacías y... supe que no habría marcha atrás... supe que te amaba, incluso mucho más que antes, supe que...

Alba la silenció adentrándose en su boca. Deseándola con toda su alma. La pasión desbocada por aquellos labios que la encendían. Se retuvo un instante, para mirarla fijamente.

- Yo sentí lo mismo – reconoció – te aferraste a mí de tal forma que me asusté. Fue un abrazo tan intenso, tan profundo que me hacía vibrar, que me hacía tambalearme en todas mis convicciones y supe que tú sentías como yo, que no me lo querrías reconocer pero que era así, por eso me marché al día siguiente, necesitaba pensar, no podía hablar contigo después de ese abrazo que me había dicho todo lo que deseaba saber. No podía. Tenía que pensar cómo conseguir que me abrieras tu corazón.

- Alba... - sonrió - ¿por eso no me llevaste a desayunar?

- Bueno... por eso y por... - bajó los ojos ligeramente avergonzada.

- ¿Y yo soy la cobarde? – la miró burlona – sentiste miedo de que te dijera que sí.

- ¡No! deseaba que lo dijeras más que nada en este mundo – respondió con energía – fue por... porque en sueños... te oí llamar a Vero.

- Ya... - torció la boca en una mueca más burlona aún y sus ojos brillaron con tal intensidad que Alba sentía que se ahogaría en ellos con gusto - ¿Vero?

- Sí, Vero, no puedo evitar pensar que... sientes algo por ella.

- Claro que siento algo por ella, la quiero – le dijo con naturalidad – la quiero mucho, como quiero a Claudia o a Cruz, pero no como tú crees.

- Cariño.... – se inclinó y volvió a besarla, un beso tierno, lento y suave, lleno de amor.

Se separaron y se miraron fijamente a los ojos, Alba tiró de las manos de Natalia y volvieron a abrazarse, con fuerza, transmitiéndose todo lo que sentía, amándose.

- Me encanta como abrazas, Nat – le sonrió - siempre me encantó y tienes razón. Son tan pocos los abrazos auténticos que damos y que nos dan que ese día yo también supe que estábamos marcadas por ese abrazo. Supe que debía ayudarte a dar el paso.

- Albi... - sonrió le parecía increíble la forma en que se compenetraban en que eran capaces de sentir lo mismo a pesar de todo los que las separaba.

- Te amo, Nat, ¡te amo! – repitió abrazándola con toda su fuerza y recibiendo ese abrazo firme y cálido que recordaba. Sonrió retirándose, cogió su cara con ambas manos y volvió a besarla.

Se echó hacia atrás y notó que de nuevo deseaba llenarse de ella, que ardía en deseos de recorrer su cuerpo, de verla vibrar entre sus brazos... Natalia parecía experimentar la misma urgencia porque no dijo nada más, se situó sobre la enfermera y la besó con pasión, frotándose contra ella con una habilidad que, vez tras vez, no dejaba de sorprender a Alba, que vencida ante ella, ante el poder de sus manos, de sus besos, de su lengua solo anhelaba fundirse con ella, en un solo latir. Se llenaron de caricias, saborearon sus labios, y se perdieron la una en la otra hasta que explotaron en un intenso final que las dejó exhaustas.

Permanecieron abrazadas durante largos minutos, regalándose pequeños besos, mirándose a los ojos, acariciándose con ternura, con un único pensamiento, no separarse nunca. La enfermera cerró los ojos hundiéndose ronroneante en el hombro desnudo de la pediatra que le levantó la barbilla con delicadeza y la besó, suavemente, primero el labio superior, luego el inferior, la enfermera sonrió levemente sin abrir los ojos y Natalia le acarició la mejilla, volviendo a besarla, despacio, llena de amor.

- Alba... - la llamó suplicante y con cierto temor.

- ¿Qué? ¿qué pasa? – abrió los ojos más risueños que le hubiese visto en días.

- Me temo que... no hay pacto.

- ¡Nat! Que mañana.... – protestó casi sin fuerzas, las manos de Natalia comenzaron a acariciarla y un nuevo beso la silenció, transportándola más allá, se miraron, sonrieron y las dos pensaron al unísono "te deseo de nuevo", entregándose a ese amor.

Antes de amanecer ya estaba todo preparado para la partida. Germán, que apenas había dormido, se encargó de preparar a todos los pequeños que iban a ser trasladados y Sara se ocupó con especial cuidado de Dorika, la niña a la que Natalia le salvara la vida milagrosamente. El médico se movía nervioso por el campamento dando instrucciones para el traslado y preocupándose por la situación de la guerrilla en las últimas horas. André y Blaise le habían confirmado que no había porqué preocuparse, pero él no las tenía todas consigo. Esperaba junto a los camiones verlas aparecer para despedirse de ellas, pero ya pasaban cinco minutos de la hora prevista para salir y la puerta de la cabaña permanecía cerrada. Sara, que las acompañaría hasta Nairobi, también mostraba su nerviosismo.

- Voy a ver qué pasa – le dijo el médico alejándose de ella a grandes zancadas.

- Germán! no seas... - se calló consciente de que no la oiría – impaciente – murmuró.

El médico se plantó ante la puerta dispuesta a abrirla, pero en el último instante se contuvo y llamó con fuertes golpes, esperando a ser invitado.

- ¿Estáis listas?

- Convéncela tú – saltó con rapidez Alba mostrando su contrariedad.

- ¿Qué pasa? – las miró extrañado.

- Quiere llevarse el pez – señaló la pecera en la que "Germancito" se movía de un lado a otro.

- No pienso dejarlo aquí – fue la respuesta de Natalia que accionó la silla dispuesta a hacerse con la pecera.

- Ya le he dicho que Sara puede cuidarlo y que...

- Y yo le he dicho que no.

- Pero bueno, no me pudo que estéis aquí discutiendo por el pez. Lacunza hazle caso y déjaselo a Sara

- No, bastante que ya le hemos dejado a Sara todos estos días el cargo de venir a echarle de comer y... no puede ser – dijo pensando en que pronto la joven tampoco estaría allí.

- No es ningún cargo, Lacunza, si no quieres dárselo a Sara yo mismo puedo llevármelo a mi cabaña y... Alba tiene razón, es un viaje largo y el traqueteo puede acabar con la pecera.

- No quiero dejarlo aquí – repitió frunciendo el ceño – es tu regalo – miró a la enfermera adoptando un aire de tristeza.

- Nat... - le costaba seguir insistiendo cuando se ponía melosa.

- Lacunza, no seas cabezota, trae la pecera que me la llevo a mi cabaña.

- Ni hablar, ¡me lo llevo! No me vais a convencer – los avisó para que dejaran de insistir

- Como quieras – aceptó finalmente Alba - pero te vas a encargar tú de él todo el camino, no me valen luego mimos para que lo lleve yo, cuando estés cansada o mareada, ¿entendido?

- ¡Entendido!

- No seáis obtusas – se cuadró el médico – no podéis ir con la pecera en el camión, tendrías que vaciarle agua porque se va a derramar con el traqueteo, si es que no se os cae el pobre animal. Pensad en él y no en vosotras.

- ¿Y si lo metemos en una bolsa? – propuso la pediatra comenzando a barajar la opción de dejarlo en contra de sus deseos.

- Aún así Lacunza, sería una incomodidad. Además, una bolsa vale para un rato no para tantas horas. Yo te lo cuido – se acercó y le cogió la pecera de las manos – así vienes de vez en cuando a visitarlo – le guiñó un ojo – por cierto... ¿tienes nombre? – le habló al pez con gesto burlón.

- No – saltó Alba con rapidez, agarrando un par de bolsas de viaje – voy a ir llevando esto.

- Espera que os ayudo, si lleváis el doble de cosas que trajisteis – se ofreció soltado la pecera.

- ¿Así piensas tú cuidar de Germancito?

- ¿Germancito?

La pediatra enrojeció y Alba salió a toda prisa de la cabaña, que se las averiguase Natalia con él.

- Ya me contarás porqué le has puesto ese nombre.

- Cuando venga a visitarlo que ahora se nos hace tarde – accionó la silla para salir por detrás, dispuesta a dejarlo allí.

- ¡Lacunza!

- ¿Sí?

- Gracias – rió recogiendo las dos bolsas que quedaban – es todo un honor.

Natalia esbozó una sonrisa sin que él la viera, tenía la grata sensación de que la vida estaba llena de sorpresas y Germán había sido una de ellas. Era curioso cómo había vuelto a reencontrar a su viejo amigo, como cuando más desesperada estaba ella, llegó él para devolverle confianza en sí misma, permitirle trabajar, tratarla de tú a tú como colega, como amiga, le había hecho recuperar gran parte de lo que perdiera tras el accidente. Alba tenía razón al decir que era un gran hombre. Y, había de reconocer que lo echaría mucho de menos en Madrid.

Junto a los camiones Sara aguardaba junto a Margot, Edith y Kimau que no estaban dispuestos a dejar marchar a la enfermera sin volver a despedirse de ella. El campamento seguía su rutina y de los demás ya se habían despedido la noche anterior. Margot cruzó unas palabras en swahili con Natalia que sorprendieron a Alba, estaba claro que las horas que la dejó sola en el campamento las había aprovechado bien.

Tras la emotiva despedida. Germán la izó y la dejó en el asiento del camión donde para su sorpresa, habían improvisado una especie de cinturón de seguridad.

- Es para que no tengas que ir golpeándote todo el camino – le sonrió – ya sabes... las damas de la media almendra no estáis hechas para estos viajes.

- No vas a conseguir picarme – le devolvió la sonrisa – hoy no.

- Claro, te llevas a mi enfermera – respondió dándole una palmadita en el hombro y señalándola con el dedo – cuídala, Lacunza, o me tendrás allí para cantarte las cuarenta.

- La cuidaré.

- Y cuídate tú también

Natalia asintió sin decir nada más, tenía un nudo en la garganta solo de ver a Alba despedirse de todos, de escuchar a Sara, a Margot y ahora a Germán.

- Lo digo en serio Lacunza, cuando tengas los resultados de las pruebas... me... gustaría verlos.

- Germán...

- Vale, vale, ya sé que no es el momento, no insisto, ¡qué tengáis buen viaje! – la abrazó con rapidez intentando evitar la emoción que sentía y se retiró para dejarle paso a Alba que se abrazó a él, antes de subir y sentarse junto a la pediatra.

- ¡Alba!

- ¡Germán! Que vas a lograr que no nos marchemos nunca.

- ¡Llámame! – le pidió a su amiga despidiéndola con la mano.

El camión se alejó y las dos miraron y saludaron por la ventanilla a sus amigos. Allí se quedaban días de angustia y de sufrimiento, días de risas y reencuentros, pero sobre todo se quedaban ellos, las personas que le habían hecho ver la vida de forma diferente, y se llevaba el corazón lleno de alegría y de amor, un amor desmedido por Alba a la que miró sonriente.

- ¿Sigues pensando que no fue buena idea venir? – le preguntó la enfermera recordando la conversación del primer viaje en camión.

- No. Tenías razón – suspiró - ¡toda la razón!

El convoy avanzaba lentamente. Siguiendo las normas Sara iba en un vehículo distinto al de ellas, ocupándose de dos de las niñas más graves. Natalia permanecía junto a la ventanilla que Alba le había cedido gustosamente. La enfermera con la mirada perdida en los parajes que comenzaban a formar parte de su pasado, tenía la mente puesta en el futuro que la aguardaba, llena de ilusión y esperanza. Feliz, cogió la mano de la pediatra con una sonrisa enorme. Natalia se sorprendió de su gesto, y abrió los ojos mostrando su asombro.

- Creía que no estaban bien vistas esas formas cariñosas – murmuró haciendo una leve inclinación de cabeza hacia los soldados que las acompañaban.

- Ahora sí lo están, cariño – una mueca burlona iluminó su rostro, recordando el viaje de ida cuando frenó los intentos de la pediatra de acercarse a ella.

- Ya... - sus ojos mostraron comprensión – entiendo, forma parte de tus trucos para reconquistarme.

- Chist – le indicó que bajara la voz – si quieres llamarlo así – sonrió con picardía y Natalia le devolvió la sonrisa - ¡mira! mira que vista del lago.

Natalia dirigió sus ojos hacia donde le indicaba. Tenía la sensación de que todo había ido muy rápido. Un día estaba mirando al cielo, en su habitación, como siempre sola y al día siguiente estaba montada en aquél camión junto a la mujer que amaba, aunque nunca pronunciara en voz alta aquellas dos palabras que anhela escuchar, montada en el camión de sus deseos. El mismo camión que había odiado, que había temido y al que ahora se había subido sin dudarlo, deprisa, ansiosa por tomarla de la mano y recorrer a su lado valles y montañas, iluminadas por el sol, bañadas por el mar, ese al que se había negado a ir, el mismo al que culpó de todos sus males y que gracias a ella, había sabido perdonar y disfrutar de nuevo.

Miró de soslayo a la enfermera que aferrada a su mano tenía de nuevo la mirada perdida en la lejanía, a través de la polvorienta ventanilla. Estaría toda la vida así, viajando con ella, sin bajar de aquel camión, sin preocuparse del tiempo, sin saber dónde estaban, escuchando su silencio, interpretando sus gestos. Sí, estaría toda la vida subida al camión de sus deseos. Y, sin embargo, no podía evitar sentir algo de miedo, miedo a que esos deseos se quedaran en aquel camión, miedo a que ese sol y esa luna de África se quedaran con ellos. Y que al llegar allí a dónde se dirigían, esos deseos se desvaneciesen.

Sus ojos observaban la tierra roja de Uganda, la gente saludando el paso de los vehículos, el sol cegador aunque aún faltaban horas para el mediodía, la vegetación mecida por el viento, y sintió miedo de no volver a ver todo aquello. Cerró los ojos e intentó imaginar cada recodo del río, cada lugar del lago, cada resquicio de sus días allí, así se aseguraría no olvidarlos nunca. Se aseguraría de llevarlos con ella y recordar todo lo que había vivido, todo lo que había sentido, segura de que la fuerza de esas tierras y esas gentes la habían hecho a ella más fuerte y segura. Convencida de que todo eso la ayudaría a cambiar y ordenar su vida.

- ¿Estás bien?

Abrió los ojos y el rostro preocupado de Alba apareció ante ellos.

- Sí – sonrió.

- Pero... ¿estás mareada?

- No. No te preocupes, solo... pensaba.

- ¿En qué? – fue ahora ella la que esbozó una sonrisa llena de alivio.

- En estos días que hemos pasado aquí.

- Sí, han estado bien ¿verdad?

Natalia asintió entrelazando los dedos con los de la enfermera, desviando la vista hacia el exterior, volviendo a observar todo con detenimiento, con la atención que le faltó los primeros días. Invadida por una oleada de nostalgia, cuando aún no había salido de aquel continente. Grabadas en su retina quedaban multitud de imágenes. El polvo rojo de los caminos, la gente amable, los niños risueños, las ballenas, los hipopótamos, los gorilas, la exuberancia de la selva, las grandes bandadas de pájaros, el vuelo en avioneta, mirar a los rinocerontes sólo a pocos metros en un entorno abierto, todo había resultado ser una experiencia realmente excitante y enriquecedora.

- Entiendo perfectamente lo que me decías el otro día.

- ¿A qué te refieres?

- Al mal de África. Aún estamos aquí y ya estoy segura de que... quiero volver.

Alba se recostó en su hombro, feliz y satisfecha. Sintiendo que a ella también la embargaba la nostalgia. Enjugó una lágrima que rodaba por la mejilla de la pediatra, que la miró en silencio.

- Nat... ¿qué pasa?

- Aquí... he sido feliz por primera vez en años – confesó sintiendo que le costaba mucho trabajo dejar atrás esos días de felicidad, y si eso le ocurría a ella, no quería ni imaginar cuáles serían los sentimientos de Alba – tú...

- Yo soy feliz de estar a tu lado – le susurró al oído – ya lo sabes, me da igual donde.

Ambas se miraron y sonrieron. Se besaron de pensamiento y, sincronizadas, clavaron sus ojos en el exterior. Fue ahora a Alba a quien se le saltaron las lágrimas. La enfermera también miraba emocionada al exterior, despidiéndose definitivamente del que durante tanto tiempo fue su hogar. Natalia, le acarició la mejilla, consciente de que la estaba haciendo renunciar a todo aquello y de lo duro que debía ser para ella.

"Tu viaje a Uganda ha terminado", se dijo la pediatra con un suspiro, mirando a un par de mujeres que con sus hijos a la espalda saludaban sonrientes el paso de los camiones. Sus ojos se detuvieron en esas sonrisas, las sonrisas de personas que no tenían nada, pero que aún así destilaban felicidad ¡cómo iba a echar de menos todo aquello! nunca podría olvidarlo. Nunca olvidaría lo que Germán había hecho por ella, ni la visita a los gorilas tan perfectamente integrados a su naturaleza, ni el poder y la destrucción de las caídas de agua y de los fuegos ardientes, ni el recorrido que Alba le había hecho por parajes de ensueño, ni los paisajes de una belleza impresionante y que la había llevado a conocer especies de las que no había oído hablar nunca, no podría olvidar la hospitalidad y la alegría de todas las personas que se habían ido encontrando por los caminos. Tenía la sensación de que todo aquello le había dado la lección de su vida, de que el paso del tiempo, el progreso, la riqueza, los problemas, el miedo, el estrés... no tenían sentido en África, no tenían ningún significado. No ser nadie para nadie, era triste y a un tiempo esperanzador. Cuando volviese no quería ser nadie para nadie, solo para ella, sola para Alba.



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El avión estaba a punto de aterrizar, Natalia miraba por la ventanilla, con la frente apoyada en el cristal y la mente perdida en el futuro. Sintió la mano de Alba acariciándole el brazo y se volvió hacia ella sonriente, atrapó entre las suyas la mano de la enfermera, besándosela, y clavando sus ojos en los de ella, ¡comenzaba su nueva vida! las cosquillas se instalaron en su estómago.

- Hola, dormilona – le sonrió al verla despierta desde que embarcaran la enfermera había caído en un sueño profundo del que no se despertó en ningún momento. Ni siquiera para darse una vuelta con Laura y ver a los pequeños que transportaban.

- Hola – le sonrió - ¿dónde estamos?

- Llegando.

- Uff, ¿tanto he dormido?

- Pues sí – sus ojos bailaron burlones.

- ¿Y tú? ¿has podido dormir algo?

- No.

- Lo siento – la miró compungida.

- ¿Por qué? es normal, estabas cansada, anoche apenas dormimos y, te has pasado todo el viaje en el camión nerviosa y tensa.

- ¿Te diste cuenta?

- ¡Para no darse!

- Es que... tenía miedo por la guerrilla y... quería llegar cuanto antes y...

- Por mí, ya lo sé, pero habrás visto que aprendí la lección.

- ¡Te has portado como una campeona! – exclamó mirando hacia atrás donde Laura acababa de levantarse y cambiaba el suero de uno de los pequeños - ¡Mierda! Ni siquiera le he echado una mano a Laura.

- No te preocupes porque no ha habido problema en todo el viaje.

- Aún así, voy a ver si Laura necesita algo y al lavabo.

Natalia asintió, suspiró profundamente y se recostó en el asiento, soltando la mano de Alba ¡Tenía tantos sueños para el futuro! hermosos sueños, y la callada esperanza de una vida mejor que la que había llevado. Nada iba a conseguir empañar la felicidad que Alba le daba, ni siquiera la sombra del cáncer que planeaba sobre su cabeza. Germán tenía razón, no pensaba preocuparse hasta tener todos los resultados y cuando estuviese segura de a qué atenerse buscaría la forma de hablar con ella. Pero mientras, imaginaba una vida llena de amor y de luz. Lejos de las sombras y la oscuridad en la que se había movido hasta entonces. Y no solo para las dos, sino también para sus hijos, porque deseaba tener hijos con ella, no se lo había dicho, pero lo deseaba con toda su alma. Alba había logrado lo que nadie había conseguido y era darle unas fuerzas inusitadas para seguir adelante, para saber cuál era su camino y cómo y con quién deseaba recorrerlo.

- ¿En qué piensas? – le preguntó Alba que se había sentado sin que Natalia se diese cuenta y llevaba unos minutos observándola en silencio.

- En nuestra vida juntas.

- ¿Y eso? – preguntó sorprendida agradablemente - ¿no íbamos a... mantenerlo en secreto?

- Sí, pero... será por poco tiempo – le devolvió la sonrisa – ¡te lo prometo!

- Nat... no quiero que te sientas presionada, sabes que... tienes todo el tiempo que necesites. Me basta con saber que deseas lo mismo que yo.

- Lo sé, princesa, soy yo... la que... la que no soporta la idea de que dentro de un rato tú te irás a tu apartamento y yo....

- ¿Querrías que no fuera así?

- ¡Con toda mi alma! querría que te vinieras a casa, preparáramos una cena y te echaras conmigo en el sofá a ver una película o... charlásemos en el jardín o...

Alba soltó una carcajada.

- ¡Suena todo maravillosamente!

- Será así, dame un par de semanas, tengo que ir a Sevilla y tengo que... - se interrumpió y una sombra pasó por sus ojos pensando en las pruebas que debía hacerse – que... arreglar algunas cosas, pero... en cuanto esté todo claro...

- ¿Claro?.. – la miró sin comprender qué quería decir con aquella palabra.

- Eh... tú... déjame a mí...

- Yo te dejo, pero olvidas que Germán quiere que Cruz te haga pruebas y eso será lo primero – le respondió dándole la sensación a Natalia de que le leía el pensamiento.

- Bueno... ya veremos, que Germán es un exagerado.

- Exagerado o no, te las tienes que hacer, tú misma me lo has dicho, y no voy a dejar que te eches atrás Nat.

- Alba...

- No, ni Alba ni nada, ¡qué te conozco...! y tienes miedo y estás nerviosa, pero ya verás mi amor como salen perfectamente, ¡si no hay más que ver la buena cara que tienes! ¿me prometes que te las harás mañana mismo?

- Te prometo que las haré... - dijo con desgana – pero... cuando Cruz pueda.

- ¡Eres un caso!.. – sonrió acariciándola – no estés nerviosa, yo estaré contigo.

- ¡De eso nada! salvo que quieras que me espere a hacérmelas a que lo nuestro sea... oficial.

- No... prefiero que te las hagas cuanto antes. Aunque no pueda estar contigo, pero... tampoco es tan raro que una amiga te acompañe.

- Alba...

- Sí, ya sé... está Vero, está Claudia, está Cruz y yo...

- No es eso, pero... disimular es disimular. Y... lo mismo se ve raro que... ya sabes, tendrías que faltar al trabajo y...

- Puedes hacértelas por la tarde o...

- Alba...

- Vale, lo entiendo.

- Será poco tiempo – le aseguró con un suspiró - ¿seguro que lo entiendes?

- Te amo, Nat, ¡no imaginas cuanto! y esperaré lo que haga falta, y disimularé – sonrió - ¡seré la reina del disimulo! – exclamó burlona – si es lo que quieres, pero... con sinceridad, me va a costar mucho trabajo quedarme al margen de ciertas cosas.

- Lo sé, cariño, y... ¡lo siento! – le dijo compungida, a ella más que a nadie le gustaría que todo fuera diferente.

- Nat, no pongas esa cara, sabía en lo que me metía desde el primer día que decidí reconquistarte y te he prometido tener paciencia y la tendré – continuó acariciándola con los ojos perdidos en su mirada castaña - ¡te amo! – repitió con tanta intensidad que Natalia se estremeció le hizo un gesto para que bajase la voz – quiero que no dudes de ello – susurró.

- ¡Princesa...! – se acercó a darle un beso furtivo mirando que nadie las viese – no tengo que imaginarlo y no me cabe ninguna duda, te has encargado de despejarlas todas, de hacerme confiar de nuevo, ¡te has venido conmigo!

- ¿Y tú?

- ¿Yo qué?

- ¿Ni hoy me lo vas a decir?

- ¿El qué? – preguntó a sabiendas de a qué se refería.

- Nat... - protestó bajando la voz.

- ¿Hace falta?

- Supongo que no – aceptó siendo ahora ella la que la besó – pero hoy más que nunca me gustaría oírlo – confesó ligeramente decepcionada - ¡odio tener que separarme de ti!

- Sabes que es así – le cogió la mano y sonrió – Alba yo... - el avión descendió bruscamente y su expresión reflejó el pánico que la invadía, se aferró con fuerza a la mano de Alba, abriendo los ojos asustada.

- Tranquila – la calmó, solo se prepara para aterrizar.

- Lo sé, pero no puedo evitarlo, ¡odio volar!

- ¿Desde cuándo?

- ¡Desde siempre!

- Nunca me lo dijiste, si llego a saberlo... - clavó sus ojos en ella con un velo de culpabilidad – lo siento Nat, te hice montar en aquella avioneta y tú...

- Yo he hecho el viaje que jamás soñé hacer y Loango ha sido lo más maravilloso que he visto en mi vida ¡Jamás vuelvas a pedirme perdón por eso! ¡jamás podré olvidar lo que me hiciste sentir allí!

- ¡Te quiero!

- ¡Y yo a ti princesa! – exclamó sintiendo cosquillas en el estómago no solo por el descenso del avión que acababa de tomar tierra.

Las dos miraron por la ventanilla con la esperanza de que todo saliera como anhelaban, con la sensación de que nadie podría evitar que siguieran adelante, viviendo aquel amor que las hacía sentirse las más afortunadas del mundo y olvidar sus miedos, olvidar los remordimientos y sentir que no podrían frenarlas, que nada impediría disfrutar de ese viaje que habían decidido emprender juntas y que ninguna sospechaba que acabaría muy pronto, que ese camino estaba lleno de sorpresas, de giros inesperados y de obstáculos que ninguna podría evitar.

El avión se detuvo y apagó los motores, la pediatra dirigió sus ojos hacia Alba sin comprender qué sucedía. Los hangares quedaban aún muy lejos.

- ¿Siempre lo hacéis así? - terminó por preguntar.

- No. La otra vez se acercó más, pero... será por las ambulancias que deben recoger a los niños.

- Ya...

- Alba – llegó Laura hasta ellas – ¿vamos preparando a los niños?

- Sí, vamos.

- ... ¡No puedo creerlo! – exclamó Natalia mirando por la ventanilla.

- ¿Qué pasa? – Alba se detuvo y se volvió hacia ella.

- ¡Mi madre! – Natalia señalaba a un grupo de personas que acaban de descender de varios vehículos - ¿qué hace mi madre aquí?

- Y yo que sé, a mí no me mires.

- Pero si también está Cruz y Vero y...

- ¡La mía!

- ¿Qué?

- ¡Mi madre! qué también está allí, ¿la ves? – le señaló a la izquierda de uno de los coches.

- Pero... ¿qué hacen aquí? – Natalia miró a Alba como si la enfermera pudiera sacarla de su asombro.

- No tengo ni idea. ¡Cuánto coche! ¿no?

- Joder, lo último que deseo es tener que aguantar esta noche a mi madre – saltó molesta sin prestar atención a su comentario, aunque efectivamente allí había al menos tres coches más todas las ambulancias.

- Pues... me temo que va a ser inevitable. Además, Nat... es tu madre y... habrá estado preocupada.

- Sí – suspiró – tienes razón – admitió con una sonrisa – anda ve a ayudar a Laura

Natalia se quedó mirando el cuadro. Isabel también estaba allí, acababa de verla descender de uno de los vehículos. Una sensación de angustia la invadió, estaba demasiado cansada para afrontar todas las novedades que, de seguro, la esperaban, y deseó no tener que bajar de ese avión. Vio como las primeras camillas salían y eran conducidas a las ambulancias que aguardaban.

- Nat... debemos bajar – Alba estaba a su lado y la miraba con aire burlón – no te apetece nada, ¿verdad?

- Pues... la verdad es que no – susurró

- No te preocupes, que... si quieres... luego te llamo.

- No sé... - la miró dubitativa, pero ante el gesto de la enfermera se corrigió – mejor te llamo yo... cuando me deshaga de mi madre.

- Vale, pero prométeme que tendrás el teléfono operativo.

- Claro... ¡te lo prometo!

Cuando descendieron, todos se acercaron a ellas saludándolas y concentrándose en recibir a la pediatra, que tuvo que escuchar comentarios de todo tipo, "qué alegría", "al fin te tenemos aquí", "qué buena cara traes", y un largo etcétera hasta que Isabel, literalmente la arrancó de allí dispuesta a meterla en el coche blindado con que había ido a recogerla. Alba era retenida por su madre que agarrada a su brazo no la dejaba separarse de ella. Ambas se miraron impotentes, hasta que la enfermera se zafó de su madre y corrió hacia Natalia que ya estaba a punto de ser introducida en el coche.

- ¡Nat!

- Espera Isabel – pidió la pediatra mirando de reojo a su madre que cruzó los brazos sobre el pecho y frunció el ceño mirando a Alba con desprecio.

- No podemos esperar, no es seguro – saltó la detective con firmeza.

- Pero... ¿qué pasa?

- Nada – respondió seca – no tardes – le dijo al ver llegar a Alba que se situó frente a la pediatra..

- Nat... eh... que me quedo con tu... tus gafas – dijo rebuscando en su bolso y sacando unas gafas de sol que Natalia miró sorprendida, pero comprendiendo al instante que era la excusa que se había buscado para acercarse a ella, esas no eran sus gafas – toma.

- ¡Gracias! – le lanzó una enorme sonrisa.

- ¡Descansa! – le pidió inclinándose y tomándola de una mano se la acarició con disimulo.

- Tú, también.

- Nat, hay que marcharse – la instó Isabel.

- Venga, hija – habló María por primera vez, sin quitar ni un instante la mirada de la enfermera – no podemos estar aquí paradas.

Alba se agachó y se despidió de ella con un beso en la mejilla "descansa", le pidió en voz baja. Natalia fue introducida en el coche en el que también montaron María y Vero. La enfermera suspiró y se quedó allí mirando cómo se marchaban con el ceño fruncido, preocupada por toda la seguridad que había visto en torno a ella, por la actitud nerviosa de Isabel, por el hecho de que los hubieran hecho descender del avión tan alejados de los edificios principales, estaba claro que ocurría algo que se les escapaba y un miedo en el corazón hasta entonces desconocido se apoderó de ella. No soporta la idea de que le ocurriese algo a Natalia y ella no pudiese estar allí, a su lado.

Laura se acercó a Alba y tiró de su brazo.

- ¿Vamos?

- Sí, hay que ir a la clínica a instalar a los pequeños.

- No te preocupes que eso ya lo hacemos nosotros – respondió su amiga – Claudia, Gimeno y Adela esperan en la clínica y entre Cruz, Mónica y yo podemos organizar todo esto.

- Pero... tú estarás igual de cansada y...

- Vete, que tienes ahí a tu madre esperando – insistió – pero mañana no te libras – le guiñó un ojo - ¡tienes que contármelo todo!

- ¡Gracias! – la besó con rapidez y se fue en busca de su madre que manifestaba su malestar por tener que estar esperándola. Había ido hasta allí y parecía que su hija no le hacía el menor caso.



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Alba iba en el taxi en silencio. Su madre se había empeñado en que fuera a su casa a cenar y pasar la noche y aunque ella se había negado en un primer momento luego, cedió al ver la cara de desilusión que puso y aceptó la invitación a cenar.

- Ay, hija qué alegría de que estés otra vez aquí.

- Yo también estoy contenta, mamá.

- Ya sé que solo ha sido unas semanas, pero se me ha hecho eterno. Ya creí que te quedabas allí unos años más, como la otra vez.

- Mamá, ¡no seas exagerada! que he hablado contigo casi a diario y te aseguré que me volvía.

- Ya hija, pero... entiende que a veces... no me fíe de esas buenas intenciones tuyas.

- Lo entiendo – sonrió abrazándola - ¡me alegro de verte mamá!

- Estás más delgada.

- No creo.

- Sí que lo estás – dijo observándola con atención – pero... te veo muy bien.

- Gracias – respondió risueña sin acostumbrarse a los halagos de su madre - ¿pero...? – la instó al ver su expresión, su madre siempre tenía un pero.

- Pero ese pelo... estarías mejor si te lo dejaras más largo hija.

- Es más cómodo así.

- Si, allí imagino que sí, por los piojos y todo eso.

- ¡Mamá! – saltó en tono de protesta.

- Hija, perdona, pero no me dirás que allí no hay piojos.

- Sí que los hay, pero no es por eso. Si lo llevo corto es porque es más cómodo y me gusta así, allí hace mucho calor. Mira Nat, lo lleva largo y no ha pillado nada – dijo cogiendo el móvil y mirando a ver si tenía algún mensaje, al ver que no era así, se decidió a ser ella la que rompiera el hielo.

- ¡Acabáramos! – exclamó como era habitual en ella, observándola con atención, y atando cabos. Había sido mencionar a la pediatra y buscar su teléfono y mandar un mensaje, "no me gusta nada, ¡no me gusta!", pensó preocupada – esa que va a pillar si es una señorona. Seguro que ha visto todo desde su trono, no como mi niña – dijo con orgullo abrazándola.

- Pues para que sepas que ha estado trabajando codo con codo con todo el equipo ¡y lo ha hecho muy bien! – fue ahora ella la que manifestó orgullo en su tono y su expresión.

- Si tú lo dices – respondió incrédula, no imaginaba a Natalia trabajando como su hija y menos sentada en esa silla - ¿a quién mensajeas ya?

- A... a Teresa, le prometí avisarla cuando llegásemos.

- Teresa – murmuró su madre entre dientes "esta hija mía siempre tan tonta, ¡a mí me va a engañar!

- Sí, Teresa, ¿de qué te extrañas? somos amigas.

- De nada, hija – evitó la más que segura discusión si le decía lo que estaba pensando - pero cuéntame, ¿qué tal con ese amigo tuyo? Germán se llamaba ¿no?

- Si, Germán, ¡muy bien! me he alegrado mucho de verlo.

- Y ese muchacho... ¿piensa quedarse allí siempre?

- A ese muchacho le encanta aquello, ¡es su vida!

- ¡En fin! – suspiró – como dicen en el pueblo hay gustos que merecen palos.

- ¡Mamá! – volvió a protestar.

- Ya me callo hija, ya me callo.

- Señoras hemos llegado, dijo el taxista deteniendo el vehículo.

Pagaron la carrera y descendieron. Alba tomó aire y dudó si decirle a su madre que se adelantara, le apetecía llamar a Natalia, pero en el último instante se arrepintió, no quería agobiarla, pero se sentía tan vacía sin ella, tan sola, no soportaba pensar en las horas que quedaban hasta el día siguiente. Le sonrió a su madre, cogió sus bolsas de viaje y se dispuso a pasar la noche escuchando sus consejos y recriminaciones.



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En el coche blindado en el que se trasladaban hacia la mansión de la pediatra, el silencio era absoluto. Isabel conducía con atención y habilidad, el asiento del copiloto estaba vacío. Natalia, sentada detrás y flanqueada por Vero y su madre, miraba hacia el exterior, completamente seria y pensativa. El miedo había vuelto a apoderarse de ella, estaba convencida de que le estaban ocultando algo importante, algo que debería saber. Isabel le prometió ponerla en antecedentes en el coche, pero desde que se pusiera al volante no había abierto la boca, y ella no se había atrevido a preguntar, y menos estando su madre delante. De pronto la detective aceleró y tomó una ruta diferente, que las alejaba de su destino.

- Isabel, vamos a casa – se atrevió a indicar.

- Sé a dónde vamos, Nat – respondió secamente – es por motivos de seguridad – necesito comprobar que un Clio azul que lleva detrás nuestra desde hace un buen rato no nos está siguiendo.

Las tres aceptaron la explicación sin pronunciar palabra. Natalia comenzó a sentir un cosquilleo nervioso en la boca del estómago. Deseaba saber qué estaba pasando, tenía la sensación de que todo era peor que antes. Tomó aire y no se lo pensó más, a pesar de las consecuencias que podría acarrearle que su madre se enterase de todo.

- Bueno... ¿me vais a decir qué ocurre? ¿a qué viene tanta seguridad? – preguntó rompiendo el silencio.

Vero la miró sin responder, su madre le dio un par de palmaditas sobre el dorso de su mano y por una vez no dijo nada.

- ¿No pensáis responder? por favor, ¿qué pasa? ¿qué es lo que ha cambiado desde que me fui? - insistió.

- Hemos recibido una llamada anónima diciendo que podrían atentar contra ti, a tu llegada – habló finalmente Isabel, directamente, sin dar rodeos. En sus años juntas había aprendido que era lo mejor con Natalia.

- ¿Estás de broma? pero... si nadie sabía que yo... que volvía... que estaba...

- Te dije que no hablaras con nadie, que te mantuvieses oculta, ¿me hiciste caso?

- Claro, si allí... si nadie me conoce...

- ¿Ah, no? Según mis noticias, el mismo director General de Médicos sin fronteras llamó a la clínica para interesarse por ti, y cerciorarse de que era cierto que estabas en uno de sus campamentos.

- ¡Oscar! – exclamó cayendo en la cuenta de sus amenazas veladas e insinuaciones que no entendió en su día.

- Has sido una imprudente Nat. Allí han podido hacerte cualquier cosa, aún no me explico cómo te han dejado volver con vida.

- Creo... creo que lo han intentado – musitó recordando la historia que le contó Sara, sobre los dos tipos que se presentaron a buscarla – pero... yo no estaba en el campamento y... - se calló y una duda la asaltó - ¿Quién llamó para avisar? no tiene sentido.

- Eso no tiene importancia ahora... ¿qué es eso de que lo intentaron?

Natalia guardó silencio, asimilando lo que le habían dicho e intentando recordar todo lo que le contara Sara.

- ¡Hija! ¡responde!

- No sé... preguntaron por mí unos periodistas – dijo mirando a Vero angustiada – pero... yo... estaba fuera y...

- Nat, esto no es una broma, de ahora en adelante, tendrás que extremar las precauciones. No se trata solo de ese loco que te amenaza, ya lo hablamos antes... antes de que te asaltaran, ¿lo recuerdas?

- Sí – musitó abrumada.

- ¿Has recordado todo? – habló Vero por primera vez.

Natalia negó con la cabeza.

- Nat, esto es más serio de lo que puedas imaginar. Tenemos que hablar de la nueva situación y de las precauciones que vas a tomar de ahora en adelante.

- Joder, me estás pintando todo de una forma que me dan ganas de marcharme de nuevo.

- No digas eso ni en broma, hija.

- Isabel – dijo Vero viendo la expresión de Natalia mezcla de cansancio, hastío y estupor y reparando en que no era momento ni lugar para hablar de esos temas – mejor quedáis mañana y habláis tranquilamente. Nat acaba de llegar y...

- Sí, será lo mejor – estuvo de acuerdo la detective - esta noche la pasaré en tu casa con Evelyn, Nat.

- No es necesario, Evelyn siempre se ha bastado sola, y los hombres de la entrada...

- Evelyn ha detectado un intento de anular la alarma, creemos que si fracasaba el asalto en el aeropuerto, como ha ocurrido, lo intentarán en tu casa y... otra cosa, mis hombres ya no están en la entrada, te he dicho que todo ha cambiado, pero... mejor hablamos mañana.

El sonido del móvil de Natalia interrumpió la conversación. La pediatra lo cogió, y cruzó unas palabras con Fernando que se alegraba de saludarla y de que estuviese de vuelta. Cortó la conversación y acto seguido recibió un mensaje, Natalia lo leyó y sonrió, apresurándose a responder. Vero la observó atentamente, nunca había visto a Natalia con esa sonrisilla de satisfacción, ni siquiera el día de la inauguración y le extrañaba que fuera así sobre todo después de la conversación que estaban manteniendo. María también miró a Natalia con el ceño fruncido.

- ¿A quién mensajeas ya?

- A... Adela, prometí decirle que había vuelto bien.

- No me hables de esa que nos ha tenido bien engañados a tu padre y a mí.

- Eran órdenes de la policía, mamá. Isabel necesitaba hacer unas averiguaciones, ¿verdad? – buscó el apoyo de la detective.

- Sí, así es.

- También lo eran que te mantuvieses oculta y mira el caso hiciste, además, ¿ha hecho esas averiguaciones? porque que yo sepa todo está como estaba, ese loco por ahí fuera y esos sinvergüenzas que te golpearon igual. Y mientras tus padres con el corazón en un puño – se quejó con desdén - y ahora... encima esto de la llamada.

- Venga mamá, sabías que estaba bien, Adela...

- Sí, tu Adelita nos dijo que te recuperabas, pero que ni siquiera podías hablar por teléfono ni recibir visitas ¿cómo crees que reciben eso unos padres?

- Lo siento... era necesario – intervino Isabel – Nat no tiene culpa alguna en ello.

- Ya... mi hija nunca tiene culpa de nada – dijo con retintín.

La tensión que creó el comentario, las dejó a todas en silencio el resto del camino hasta la casa. Tan solo interrumpido en una ocasión por la pediatra que se sorprendió de ver una larguísima cola de gente esperando en la calle.

- ¿Qué ocurre ahí? – preguntó al ver que algunos permanecían en el suelo sentados, otros en sillas plegables y los menos tumbados, con sacos de dormir o mantas.

- Mañana ponen a la venta un nuevo iphone.

- ¿Un iphone? – repitió sin dar crédito – ¿y... hacen esa cola por eso? – preguntó incrédula – a mí me gustaría verlos en África, allí cuando se hacen colas y ...

- Nat... es duro el contraste – la interrumpió Vero observándola con atención, tenía la sensación de que había algo distinto en ella – pero...

- Pero leches – la cortó – a más de uno lo mandaba yo allí una semana, ¡solo una! – dijo tajante echando el cuerpo hacia atrás.

- ¡Ay! ¡hija deja de decir tonterías! ¿quién va a querer vivir allí? – le dijo despectiva, volviendo a provocar que el silencio se adueñara del vehículo, esta vez sí, hasta que llegaron y franquearon la verja de entrada al residencial.

Isabel, dejó el coche en la puerta y los demás entraron. Evelyn las saludó, especialmente a Natalia, mostrando cierta alegría de verla. Natalia se detuvo en la puerta abrazándose a Thersi que ladró y saltó corriendo de un lado a otro.

- Vamos Nat entra, no puedes estar ahí expuesta.

- ¿Ni aquí?

- Ni aquí – sentenció Isabel con firmeza, colocándose tras la silla y empujándola hacia el recibidor, donde la dejó.

Vero, Natalia y su madre se encaminaron al salón. Mientras Juana, la gobernanta, se encargaba de llevar el equipaje a las habitaciones y Evelyn acompañada de Isabel se disponían a comenzar una rutinaria ruta por todas las habitaciones.

- ¿Vas a platearle lo de las cámaras?

- Mañana mismo, hoy está cansada y se negará.

- No veo porqué, tal y como está el tema es la única posibilidad que hay para controlar todo de forma eficaz.

- Lo sé no te preocupes que mañana intentaré convencerla – le aseguró Isabel a su compañera, aunque no creía que fuera así, conocía muy bien la opinión de Natalia al respecto.

En el enorme salón reinaba el silencio. Vero permanecía en pie, dudando si hablar con Natalia delante de su madre o esperar a un momento mejor. María había adoptado un aire de decisión y superioridad que escamaba a la psiquiatra y observaba a Natalia con el ceño fruncido dándole la impresión de que de un momento a otro le iba a echar una bronca y Natalia se mostraba abstraída.

- Hija, voy un momento al baño.

- Eh... sí claro – murmuró distraída y al ver que su madre no se movía se apresuró a ofrecerse - ¿te acompaño o recuerdas dónde está?

- Claro que me acuerdo – respondió airada mostrándose ofendida.

Salió dando un leve portazo y Natalia suspiró profundamente. Vero la miró y esbozó una sonrisa de comprensión.

- ¿Siempre ha sido así contigo?

- ¿Cómo?

- Distante... fría... porque estaba pensando que...

- ¡Vero! – la interrumpió – no tengo ganas de charla psicológica ni...

- Tranquila que solo era un comentario – se apresuró a justificarse - ¿te pasa algo?

- Sí, que quiero saber qué coño ocurre.

- Ya... - se sentó frente a ella y la cogió de las manos – Nat... Isabel hablará contigo, tranquila que no es nada que no pudiéramos imaginar.

- No sé... tengo la sensación de que... me engañáis de que... sí que ha ocurrido algo grave.

- Han cambiado algunas cosas, pero lo importante es que tú te hayas recuperado y que... te tomes todo con calma.

- ¿Por eso has insistido en acompañarme?

- Cruz... me pidió que estuviese aquí por si... por si me necesitabas.

- ¿Necesitarte para qué? – Vero frunció el ceño ante su deje despectivo – perdona Vero, no quería decir eso, me alegro de verte y de que estés aquí es solo que... tanto secretismo y... mi madre... ¡me sacan de quicio! – confesó con una sonrisa.

- Lo entiendo – le sonrió – Cruz quiere asegurarse de que tu ansiedad está controlada...

- ¿Por qué? ¿tantos problemas ha habido en mi ausencia que necesita tu permiso para ponerme al día?

- No es eso mujer – rió - ya te contará Isabel, pero básicamente tendrás que tener más precauciones en cuanto a tu seguridad, solo eso y... han estado pensando que sería bueno que... contratases una empresa especializada y que... pongas unas cámaras.

- ¿Cámaras? No, ¡bajo ningún concepto! no pienso poner cámaras – enarcó las cejas.

- Nat...

- Ni Nat ni leches, no estoy dispuesta a que un desconocido se cuele en mi casa y me vea todo lo que hago.

- Bueno... no te alteres, eso mejor lo hablas con Isabel que yo lo único que quiero es saber qué tal estás y qué tal te sientes con la vuelta y... y con todo.

- Estoy bien Vero, no hace falta que estéis todo el día pendientes de mí.

- Vale, pues... entonces, si estás bien, yo... yo me voy – dijo sin convicción esperando que la pediatra le pidiese que se quedara.

- Espera, tómate algo con nosotras – le ofreció mirando a su madre que acababa de entrar.

Natalia retiró con rapidez la silla del sofá en el que Vero se había sentado, y dejó paso a su madre que ocupó un lugar en el sofá de enfrente. Natalia se situó frente a ella y tras preguntarle a ambas si querían tomar algo, y recibir una negativa de las dos, Natalia paseó la vista por la enorme habitación, pensativa. Todo lo que había visto en el aeropuerto, todo lo que le había dicho Vero, la llenaba de angustia. Necesitaba hablar con Isabel y daría cualquier cosa por estar en la cabaña como hacía veinticuatro horas. "¡La cabaña!", suspiró sintiéndose pequeña en su salón, era al menos seis veces mayor que la cabaña en la que había convivido con Alba las últimas semanas. Se preguntó qué hacia allí, en aquel enorme salón, con su madre y Vero cuando lo único que deseaba era estar con ella, cenar con ella, dormir con ella. Ya la estaba echando de menos y no hacía ni dos horas que se habían separado. Su rostro reflejó tristeza y desesperación, tenía que tomar las riendas de su vida cuanto antes. Suspiró tan profundamente, sin reparar en la presencia de sus acompañantes, que ambas la miraron preocupadas.

- ¿Seguro que ya estás bien?

- Sí mamá, estoy bien.

- Pues... yo te noto algo... no sé.... diferente.

- Solo estoy cansada del viaje, pero estoy bien.

- No, no lo estás, a mí no me engañas, te conozco demasiado bien, a ti te pasa algo.

- Bueno... allí he tenido mucho tiempo para pensar y... es verdad que... tengo que hablar contigo.

- ¿Qué ocurre, hija?

- Ahora no, mamá, ya tendremos tiempo.

- ¿Crees que puedes decirme eso después de todos estos días de angustia y que voy a esperar a mañana?

- Muy bien. No es nada, solo que... quiero dar un giro a mi vida, quiero que a partir de mañana las cosas cambien – se decidió, no quería pasar por todo lo que la esperaba sin Alba y la única posibilidad de tenerla a su lado era ser clara desde el principio, aunque estaba convencida de que su madre no solo no la iba a entender, sino que no se lo iba a permitir.

- ¿Qué quieres decir, hija? – preguntó sorprendida y visiblemente molesta con la idea.

- Pues que quizás empiece por no ir todos los fines de semana a Sevilla – la miró con cierto temor a su reacción, pero decidida a poner las cartas sobre la mesa cuanto antes.

- Pero ¡hija! ¿y Ana?

- Yo hablaré con ella e intentaré explicarle, y a sus padres también – respondió con decisión.

- Ana ha estado muy mal este tiempo que no has ido a verla... – le contó entre confidencial y acusadora – le ha afectado mucho... ya sabes cómo se pone cuando faltas y no puedes dejar de ir. Está...

- Mamá, ¡por favor! He tomado una decisión.

- No puedes hacer eso y no entiendo a qué viene esto.

- Tu madre tiene razón, Nat – intervino Vero conciliadora viendo que las dos comenzaban a elevar el tono – un viaje como el que has hecho a todos nos hace replantearnos ciertas cosas, pero... no debes tomar decisiones importantes en caliente. Date un tiempo para adaptarte de nuevo a todo esto, para... ponerte al día y... si necesitas tomarte unos días libres y ver a tu mujer...

- Eso exactamente es lo que quiero decir – la miró María con dureza – no puedes hacer las cosas a tontas y a locas como siempre, para que luego te pase lo que te pasa.

- Os digo, que esto no es una ventolera, que he estado pensando y he tomado una decisión. Además, no sé qué quieres decir con eso mamá.

María se levantó del sofá, ante el tono altanero y decidido de su hija, no pensaba consentir que le hablara así y mucho menos que se saliera con la suya. Dio un par de pasos hacia su hija con aire amenazador. Natalia sintió que su presencia la intimidaba como siempre lo había hecho desde pequeña. No podía evitar sentirse así frente a ella, y se sintió avergonzada por ello, sobre todo, estando Vero delante.

- Quiero decir que no te hubiera pasado nada si no te hubieras marchado del campamento en contra de la opinión de todos – habló al fin su madre más airada que antes y mostrándole todo lo molesta que estaba - ¡ya me han contado lo que hiciste! como siempre haciendo lo que te da la gana y los demás aquí pagando las consecuencias.

- ¿A qué te refieres?

- A que siempre tienes que hacer lo que quieres sin importarte lo que sientan los demás. Primero dejas a Fernando en el altar, luego te vienes a Madrid, te lías con esa enfermerucha, luego cuando te deja tirada, porque recuerda que te dejó tirada y que ni siquiera fue para interesarse por ti cuando tu accidente... y ahora, ¿qué? ¿qué brillante idea se te ha vuelto a ocurrir?

- ¿A qué viene esto, mamá? ¿a qué viene hablar de Fernando y de... Alba?

- Viene a que no te entiendo hija, y soy yo la que te tiene que preguntar eso ¿a qué viene querer dejar de ver a tu mujer?

- Mamá, viene a que llevo tres años intentando que reaccione y que no creo que lo haga y que yo ya no puedo más. Y a que allí me he dado cuenta de lo angustiada que vivía, de lo presionada y de lo infeliz que era.

- ¿Tres años? ¿te parecen muchos? ¡es tu mujer! Y te recuerdo que hay casos como el suyo en el que reaccionan después de mucho más tiempo, claro que en esos casos siempre han contado con el amor de quienes les quieren.

- Eso es un golpe bajo mamá, sabes que quiero a Ana.

- ¡La quieres muchísimo! no me hagas hablar porque ya me estoy imaginando por dónde van los tiros.

- No me has escuchado, mamá.

- Claro que te he escuchado, ¿infeliz? ¿eso es lo que dices? ¡Tienes todo lo que quieres! tú padre y yo...

- ¡Mamá! ¡por favor! acabo de llegar y... no es el momento de que empecemos una discusión – le dijo señalando con los ojos a Vero que se había sentado en el sofá frente a Natalia pero que al ver el tono de la conversación se levantó nerviosa dispuesta a marcharse.

- Diste tu palabra, y no vas a romperla, una Lacunza no lo hace y tú no lo harás.

- Haré lo que quiera hacer. Ya soy mayorcita – dijo con retintín – y no puedes impedírmelo.

- Natalia... no puedes hacer eso, ¿quieres matar a tu mujer? ¿eso es lo que quieres? ¿qué se deje morir? ¡claro! Claro que es eso, así te deja el camino libre.

- Sabes que no – su voz se enronqueció y sus ojos se oscurecieron intentando controlar la ira que comenzaba a embargarla - No digo que vaya a dejar de verla, digo que no iré todos los fines de semana.

- Sí que irás, ¡ya lo creo que irás! Te necesita, necesita que le hables, que... necesita sentirte a su lado ¿Ya no recuerdas cuando ella no cejó hasta que consiguió que salieras en el pozo en el que esa... esa..., no sé ni cómo llamarla, te dejó? Ana te amaba y mira que a mí me cuesta reconocer estas cosas, pero... tú ahora no la vas a dejar tirada, ¡no lo voy a consentir!

- Mamá... - se le quebró la voz, consciente de que a su madre no le faltaba razón, pero incapaz de seguir yendo a Sevilla todos los fines de semana, no podría fingir ante ella, no podría.

- Bueno... por qué no nos tranquilizamos un poco ydejamos esta conversación para otro momento – volvió a intervenir Vero que cada   vez mostraba estar más incómoda ante esa disputa y veía a Natalia más alterada – María, Nat tiene razón, acaba de llegar es mejor que la dejemos...

- Sí, Vero tiene razón, sigo estando muy cansada y no tengo intención de discutir, mamá. Ahora, no.

- ¿Estás cansada? – le preguntó Vero clavando sus ojos en ella fijamente – creí que allí habías estado descansando y reponiéndote.

- Y lo he estado, pero... el viaje ha sido muy largo – la miró sin entender a qué venía ese tono ni esa expresión de extrañeza – varias horas en camión y luego el avión. Es normal que esté cansada.

- ¿Te estás tomando las vitaminas? – inquirió de pronto.

- Eso hija, ¿te las estás tomando? – aceptó María el giro en la conversación con la intención de continuar más adelante, e interesada también en ese tema.

- No – reconoció – hace un tiempo que no las tomo.

- ¡Pero hija! – protestó su madre.

- ¡Nat....! – exclamó Vero en tono recriminatorio – ¿Cómo no quieres estar cansada? ¡si sabía yo que no se te podía dejar sola! – negó con la cabeza buscando en su bolso y sacando unos botes – esta misma mañana fui a recogértelas a la farmacia, así es que toma, ya no tienes excusas.

- No voy a volver a tomarlas – se negó con rotundidad – Germán me ha cambiado el tratamiento y no voy a tomarlas más.

- Pero Nat... - la miró Vero sin dar crédito – con todos mis respetos ¿qué sabe Germán de todo esto?

- Yo solo sé que estoy mucho mejor, que me levanto mejor y duermo mejor y que no voy a dejar el tratamiento que él me ha puesto. Y no voy a volver a tomar esas vitaminas, no han servido de nada en todo este tiempo y... abandono.

- Tienes que hacerlo – ordenó María – te comprometiste a ello.

- Sé a lo que me comprometí, pero no me sientan bien.

- Parece que no te importamos lo más mínimo ni tu padre ni yo ¡Después de todo lo que hemos hecho para ayudarte!

- Y a ti parece que te importa una mierda lo que te digo y si estoy o no mejor – le espetó visiblemente enfadada, recordando repentinamente las palabras de Germán y desechando la idea con rapidez, eso era absolutamente imposible - ¿qué te importa? ¡la puta imagen! ¡el qué dirán! ¿decías que estabas preocupada por mí? ¡no lo creo!

- ¡Natalia! a mí no me hables en ese tono – no necesitó nada más para que la pediatra bajara los ojos avergonzada.

- Lo siento – musitó – hay veces que...

- Nat, debes seguir con las vitaminas – habló Vero en un tono meloso y con una sonrisa en los labios – sabes que unas vitaminas no van a interferir en ese tratamiento que te hayan puesto, es con Cruz con quien debes hablar de eso. Pero las vitaminas....

- ¡Joder! qué he dicho que no – casi gritó comenzando a ponerse nerviosa, la insistencia de ambas le parecía sospechosa, y odió a Germán por meterle esas ideas en la cabeza.

- ¿Y los ansiolíticos que te receté? ¿los tomas?

- Ya no me hacen falta.

- Pues yo te veo muy alterada y eso no es bueno, Nat.

- No estoy alterada, estaba perfectamente hasta que habéis empezado a calentarme la cabeza. ¡Joder! ¡qué acabo de volver! y lo único que deseaba era cenar tranquilamente con vosotras, que me contaseis como iba todo por aquí y meterme en la cama.







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