Nadie duerme en Tokio |KageHi...

Door LauArcher

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Hinata se va a Brasil y quiere despedirse. Kageyama se va a Tokio y odia las despedidas. Sus caminos se cruza... Meer

Capítulo 1. Finales y comienzos
Capítulo 2. Lo que pasa en Brasil...
Capítulo 3. El ninja y el pibe
Capítulo 4. Si lo quieres tendrás que sangrar por ello
Capítulo 5. Vóley en estado puro
Capítulo 6. Ganadores vs perdedores
Capítulo 7. Un lugar seguro
Capítulo 8. Hazme volar
Capitulo 9. Mi persona favorita
Capitulo 10. Mientras yo este aquí
Capítulo 12. Terapia
Capitulo 13. Shouyou, Shouyou, Shouyou
Capítulo 14. Suaveyama
Capítulo 15. Arruinador de alegrías
Capítulo 16. Para que hoy no ganen los malos
Capítulo 17. Aprender a vivir pese al miedo
Capítulo 18. A tumba abierta
Capítulo 19. Castillos en el aire
Capítulo 20. Dream Team
Capítulo 21. El escenario mundial
Capítulo 22. Lo que no sabes de tu padre
Capítulo 23. Demasiado bueno para este mundo
Capítulo 24. Brazilian Rhapsody
Capítulo 25. El lado dulce de la vida
Capítulo 26. La grieta
Capítulo 27. Un idiota naranja, un estúpido virgen

Capítulo 11. El mordisco del chacal

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Door LauArcher

Antes de nada, gracias a todo el mundo por el apoyo a la historia. Especialmente quiero agradecer a Lady-Quimm que me hizo un precioso dibujito de Aki que os dejo al final del capítulo como premio a las que lleguen hasta allí después de mi tremendo tocho xD

Gracias por tanto y perdonad el sufrimiento y las erratas

#osamo #juroqueeskagehina


Atsumu era un colocador. Lo supo a los ocho años, de la misma forma natural en que descubrió que era alérgico a los gatos, que odiaba la comida caliente y a la gente mediocre, y que le gustaban chicas y chicos por igual. 

Un colocador, pensaba a los dieciséis, es un Dios. Una fuerza todopoderosa, un ser superior, y así se lo comunicó a su hermano. Samu le lanzó un saque directo a los huevos para recordarle que los dioses no lloran cuando alguien golpea sus testículos.

¿Qué podía saber él? Era el gemelo bastardo que ponía la mano delante del examen para que no pudiese echar un vistazo. Búscate la vida, murmuraba, como si no hubiese intentado asesinarle en el útero materno. Atsumu nació diez minutos antes, con el cordón enroscado al cuello. Su hermano tenía otro trozo entre sus deditos, y por algún motivo su madre lo consideró tierno.

Puto gemelo homicida.

Atsumu era un profesional. Conocía su elemento, conocía el vóley, y a sus veintitrés años seguía creyendo que un colocador es un Dios. A veces también se veía como un general frente a un ejército hambriento, repartiendo sopa. Toma tu tazón, cómetelo y ve. Siempre querían más, pero él sujetaba el cazo. Les daría lo que quisiese y tendrían que tomarlo, porque Atsumu tenía el mando.

—Eres un santurrón —le dijo a Kageyama cuando le conoció. Era insultante, alguien con tanto poder y tan reprimido. Como si se pudiese encerrar una tormenta en un bote de cristal, Kageyama servía la bola como un jubilado que baja a la panadería los domingos—. Eres bueno en la izquierda. Podrías ser rematador.

Podría ponértela como te gusta. 

—Pero soy colocador —contestó.

Atsumu había estudiado Mitología griega. En el Olimpo coexistían muchos dioses, igual que en la cancha. Cada equipo adoraba a su propio Dios, su colocador, y el Dios más fuerte tendría el mejor ejército. En concreto, Atsumu pasó una época obsesionado con un soldado naranja de metro sesenta y pico que subía fotos a Instagram jugando al vóley playa.

Ese chico le provocaba emociones encontradas. Quería estar en su lugar, bebiendo caipirinhas y tomando el sol. Quería vencerle. Quería tenerle en su equipo, mejorar el rápido raro con él. Y, en fin, también quería follárselo en una de esas playas paradisíacas, aplastando sus pecas contra la arena húmeda.

Años después, la versión adulta de Hinata Shouyou aparecía en la cancha de los MSBY y el ruido de sus alas al desplegarse le dejó sordo.

Te partirás los dientes en la caída, auguró Samu.

Shouyou no era como todos pensaban, nadie parecía haber visto más allá de la primera capa. No era un ángel cándido y dulce, suave al tacto. Shouyou, en sus mejores días, era un trozo de hierro al rojo vivo, una detonación de TNT capaz de matar con su onda expansiva. Había en él un precipicio al que nadie podía asomarse sin correr un riesgo. Y también, otras veces, Shouyou era un crío caprichoso y volátil, abriendo la mano, dando aliento para luego cerrar el puño.

A Atsumu siempre le gustaron los niñatos.

Tú comes de mi mano, decían los ojos de Shouyou en la pista. Atsumu era un Dios, pero uno arrodillado. Esa era entonces la verdadera naturaleza del colocador, servir a uno de esos monstruos con alas. No había poder ahí. La verdad había sido revelada.

¿Sabes esto, Tobio? ¿Lo supiste siempre?

La noche anterior, Shouyou hizo algo más que besarle. Le atravesó como los rayos gamma, cocinó un sofrito con sus neuronas, sus células, su sangre, cada molécula de Atsumu fue reconfigurada a un nuevo idioma. Y ahí estaba, sonriendo mientras le quitaba la ropa. Jadeando en su oído, enredando una pierna fuerte en su cintura. Tenía las pestañas naranjas.

Atsumu estaba cayendo, sin paracaídas, sin cuerda ni arnés.

No era el primero en intentar descoser a Shouyou y no le gustaban los segundos.
Si no puedes ser el primero, entonces eres el perdedor.

Al otro lado de la red, durante el partido Adlers vs Jackals, Tobio olvidó las reglas básicas del arte del disimulo. Clavaba los ojos en Shouyou como si no hubiese otros cinco en la pista, como si él no estuviese allí, el puto Dios y su orquesta de cuerda.

Pestañas naranjas. Pecas entre las piernas.

Atsumu empujaba contra él y le arrancaba un gemido y le parecía que la palabra perdedor se esfumaba de su vocabulario. Di mi nombre, pedía Hinata, rizos naranjas y voz suave. Di mi nombre, otra vez, y la palabra perdía significado después de repetirla un millón de veces, Shouyou, Shouyou, Shouyou, nadie estaba tan necesitado de escuchar su nombre.

Y después... Estaba lo demás.

Shouyou era el compañero perfecto. Aullaba de felicidad cuando iban en moto, clavando sus manos en sus caderas, ¡más deprisa Atsumu-san!, invadía su habitación por la mañana y saltaba sobre su cama, cantando, se reía de sus chistes, aparecía con un spray de tinte rosa fantasía para teñirse juntos el pelo y te juro que se va en dos lavados porfa porfa, se sabía las coreografías de BTS, nadaba hasta lo profundo en el mar, se olvidaba la crema solar y no le importaba quemarse las mejillas.

¿He hablado ya de sus pestañas naranjas?

Atsumu apoyó la cabeza en la almohada de su habitación de hotel, en el centro de Tokio. Todavía le ardían las venas por el entrenamiento en el CAR, pero estaba bien. Bien, esa es la palabra. No se puede estar triste cuando te han propuesto para ser titular de la Selección, cuando el grandísimo Yamagawa-san te ha ofrecido una habitación en su piso de elegidos. Tendría que vivir con Tobio, pero esperaba que no por mucho tiempo.

Me quedaré con tu dormitorio, con tu cama, con tu chico, como tú te quedaste con mi premio al mejor servicio, como me robaste la titularidad en la Selección.
A veces el esfuerzo le gana al talento, ¿sabes, Tobio?
¿Dónde está ahora el chico-genio que rompe todas las estadísticas?

Se llama karma. Jódete.

El teléfono sonaba sin parar. El pesado de Inunaki estaba ya abajo, con Bokuto, vestidos y preparados para ir de fiesta. Suspiró, seleccionando mentalmente la ropa que se pondría de la poca que llevaba en la maleta. Mientras lo hacía, estiró la mano para acariciar la piel desnuda a su lado. Los ojos negros le miraron por encima del hombro, un vistazo rápido, y luego volvieron a alejarse.

Atsumu siguió el movimiento; detuvo la caricia en la cadera, pasando los dedos por el hueso, acercando totalmente su cuerpo a su espalda para abrazarle mejor. Tenía que aprovechar esos momentos en los que el contacto mínimo estaba permitido.

—Omi —susurró en su oído, suave. La mano derecha dejó la cadera y acarició la espalda desnuda. Tenía una línea de lunares cruzando desde la nuca hasta el coxis, un tatuaje genético absolutamente fascinante—. Me gusta tu piel.

Tardó mucho en contestar. Atsumu empezó a pensar que tal vez había perdido la posibilidad de una segunda ronda antes de salir de fiesta.

—No me sueltes frases hechas.

—¿Eh? No son frases hechas. Estos lunares... Me tienes loco —susurró, agachándose contra su espalda y mordiendo un hombro.

—Loco por mí, loco por Hinata. Tal vez debas medicarte.

La boca se congeló sobre su piel y se apartó un poco, frunciendo el ceño.

—¿Por qué dices esa mierda?

Sakusa se dio la vuelta y se enfrentó a su mirada. Los rizos negros, revueltos, le daban un aspecto rebelde. Atsumu quería besarle hasta borrarle esa expresión de la cara, devolverle a su estado líquido, deshacerle con sus manos. Sakusa sopló hacia arriba y el mechón de rizos voló, apartándose de sus ojos.

—Te pasas el día mirándole.

Atsumu enredó los dedos en ese mechón y le acercó, tirando de su cadera hacia él.

—¿Estás celoso?

Tch.

—¿Por eso me hiciste el chupetón? —murmuró Atsumu, sobre sus labios—. ¿Quieres marcarme para que no me toquen otros hombres? Hazme todos los que quieras, Omi. Muérdeme...

—Cállate. Si quisiese marcarte de verdad no podrías sentarte en un mes—. Sakusa le miró a los ojos, cerca, y le mordió el cuello, en el mismo punto que la noche anterior. Atsumu jadeó, riendo, el aire escapando de sus pulmones con cada roce de los dientes. Cuando terminó, se engancharon en un beso profundo y lento, saboreándose despacio. Deslizó los dedos por el abdomen de Atsumu, hasta encontrarse con el vello bajo su ombligo—. Ve a ducharte.

—Dios, Omi, qué manera de cortar el rollo.

—No vuelvas a acostarte con él.

Atsumu se apartó un poco, mirándole.

—Haré lo que me dé la gana —Los ojos de Sakusa eran como dos pozos, imposible imaginarse el fondo—. Si no quieres que folle con otros, sal conmigo.

Omi le agarró y bombeó en un agarre fuerte, lento, mientras le mordía el lóbulo de la oreja.

—No voy a salir contigo.

—¿Por qué?

—Porque no.

—¿Pero por qué no? —preguntó en un gemido, perdiendo el control de su respiración, sin ser muy consciente de lo que estaba diciendo—. Llevámos acostándonos meses y... ah... todavía no te has cansado de mí.

—Me canso de ti todos los días.

—Pero siempre quieres repetir —dijo, sonriendo, entrecortado. Sakusa chistó.

—Eres desagradable.

—Soy una droga, ¿eh? —logró decir, acabando con un jadeo. Sakusa apretó su mano a su alrededor. Era realmente increíble que pudiese tocarle mejor de lo que se tocaba a sí mismo.

—Ya te lo expliqué —dijo, con ese tono de estar cansado de vivir. Atsumu sintió el placer construirse por todas partes, quería agarrarlo, atraparlo, intentó acariciar a Omi pero le detuvo con la otra mano—. No soy el puto segundo plato de nadie.

Atsumu rió, sin aire.

Joder, soy patético.

Omi lo dijo sin dejar de acariciarle, su mano cálida bajo las sábanas, su olor... Intentó alejar el pensamiento. Una imagen mental, una caricia distinta, completamente distinta. Antes todo eran alucionaciones, figuraciones, fantasías. Ahora tenía datos reales. La forma en que Shouyou te abrazaba con las piernas, atrapándote contra su cuerpo. Sus palabras. Joder, sus palabras extrañas en portugués entre gemidos.

—¿Estás pensando en él? —susurró Sakusa, pasando el otro brazo por su cintura, sosteniéndole. Atsumu no podía contestar. Estaba muy cerca. Jadeó, casi un sollozo, ante el cambio de ritmo cruel y malvado.

—No —mintió—. No, no, dios. Sigue, joder, Omi...

Sakusa acercó los labios a su oído.

—Mentiroso —sopló, apenas un aliento, su mano aceleró el ritmo.

Atsumu, di mi nombre.
Por favor, dilo...

Atsumu se corrió sin poder evitarlo, y el placer se sintió tan poderoso como sucio, culpable. Después apoyó la frente en su hombro. No hay justicia en el amor, lo sabía bien. No hay justicia, ni normas, ni honor, por eso todo vale, incluso esto.

Omi se apartó y le dejó solo en la cama, con frío por todo el cuerpo.

—Levántate, Miya. Voy a cambiar las sábanas.

Kageyama volvió al apartamento con un chándal de repuesto que consiguió en el CAR. El suyo, el oficial, estaba empapado dentro de una bolsa de plástico. Hinata había optado por ponerse la equipación de los chacales, aún sucia del partido del día anterior.

Todo parecía irreal. Habían entrado a escondidas en el vestuario de la piscina, y se habían besado un poco más allí, contra las taquillas, con la ropa chorreando y encharcando todo. Hinata le empujó suavemente hasta que su espalda se encontró con el metal y tiró de los bordes de su camiseta, escurriendo el agua y creando una inundación en el suelo. Iba a empezar a insultarle, deja de destruir el CAR, idiota, pero entonces subió los brazos hasta su cuello y los dejó allí, mirándole los labios.

—Besas bien —susurró, rozándole con los suyos al hablar. Esa voz, pensó, debería incluírse en la lista de la ONU de armas de guerra prohibidas. Kageyama tenía el puto tambor de Jumanji dentro del pecho haciendo un destrozo, y fue peor cuando Hinata abrió la boca un poco más, dándole espacio. Encontró su lengua y la acarició con la suya, con todo el cuerpo ardiendo.

—Tú también —consiguió decir, sin molestarse en abrir los ojos.

Todo era real. Su aliento, sus dedos, su olor. Dios, su olor, el mismo que había perseguido en sueños durante tanto tiempo, preguntándose si era porque de alguna manera le recordaba al olor del vóley.

Siguieron besándose despacio, como si tuviesen todo el tiempo del mundo. Tal vez más de media hora. Apenas se tocaban, Hinata sólo le abrazaba y le rozaba el cabello de la nuca con las yemas de los dedos, y Kageyama no se atrevía a poner las manos en otro sitio que no fuese su espalda, cerrando el abrazo, manteniendo el beso y recuperándolo cada vez que sentía que se iba a terminar. Todas las caricias se las dieron con la boca, el resto de sus cuerpos inmóviles, susurros suaves y sonrisas tímidas y ojos entrecerrados para ver una peca, un lunar, unas pestañas naranjas largas y húmedas sobre su mejilla.

Tobio estaba haciendo un esfuerzo muy grande por mantenerse de pie, porque ese beso sin fin le había pulverizado el equilibrio. Por eso Yamagawa-san no quería que tuviese relaciones con nadie. Esto es de lo que hablan los chicos en los vestuarios, pensó mientras Hinata, con una dulzura ilegal, le besaba en la comisura de los labios, y después en la nariz, y luego en la mejilla.

—Te besaría toda la noche —le oyó susurrar, volviendo a su boca. Su voz era distinta así, tan cerca, más ronca, más íntima, y Tobio quería decirle un montón de cosas estúpidas que sólo caben en las novelas románticas o en los manga shojo en las películas de soldados que se van a la guerra.

Te besaría todas las noches.

—Idiota —susurró en cambio. Hinata atrapó su sonrisa y la convirtió en un beso húmedo, haciendo que la espalda de Kageyama se aplastase un poco más contra las taquillas.

—Bakayama —le devolvió, apenas un jadeo. Kageyama echó la cara un poco hacia atrás para mirarle a los ojos.

Tobio —pidió. Hinata le miró con un gesto extraño, el mismo que vio el día que consiguieron hacer su ataque rápido con los ojos abiertos—. Puedes llamarme Tobio.

—¿Qué hago ahora con mi Bakayama, eh? Me costó un montón inventarlo —sonrió ese idiota, ladeando un poco la cabeza. Kageyama le devolvió la sonrisa y deslizó las manos desde sus caderas hasta las costillas, arrancándole una carcajada—. ¡Ah, para! ¡Eso es traición!

Reía con la cara escondida en su clavícula, y Kageyama sentía que en cualquier momento saldría volando hasta el espacio exterior. Cerró los ojos y acarició su pelo con la mejilla.

—Hinata idiota.

Shouyou —le corrigió, separándose un poco y mirándole los labios—. Dilo.

—Idiota.

—¡Dilo, jo! Por favor. Di mi nombre... —Lo pidió muy suave. Kageyama le sonrió con un poco de maldad y le mordió el labio, reiniciando las cosquillas. Hinata empezó a reírse a carcajadas y allí se acabó el beso, porque por los altavoces del CAR anunciaron que el centro cerraría a los no residentes en diez minutos. Se vistieron lo más rápido posible y se despidieron en la puerta del CAR, chocando la mano derecha.

Ya le echo de menos, pensó mientras abría la puerta del apartamento y fichaba con la tarjeta.
Esto no es normal, acabo de verle hace diez minutos.

Prefería no pensar qué iba a ser de él de ahí en adelante, porque no sabía mucho de centros de desintoxicación pero quizás no hubiese ningún médico especialista en desengancharse de pelirrojos besadores. Desbloqueó el teléfono y le mandó un mensaje a Aki.

Kageyama. 23.50 pm.
Hinata y yo nos hemos besado

Aki no podría darle demasiados consejos, porque todavía no había besado a nadie y era tan virgen como él. Ninguno de los dos conoció nunca a nadie, el vóley a su nivel, como decía su entrenador, era incompatible con todas esas tonterías... Sólo que la boca de Hinata sobre la suya no parecía ninguna tontería.

Encendió las luces del apartamento y ahogó un grito. En el sofá, en el centro de la sala, estaba Yamagawa-san, rodeado de las cajas de Aki que no cabían en la entrada. También estaban Nishida y Takahashi, y los tupper de la cena frente a ellos, cerrados. Había un tercer tupper, que debía ser el suyo.

—¿Sabes qué hora es, Kageyama? —preguntó el entrenador. Sintió su mirada recorrerle, seguro que se había dado cuenta de que no llevaba el chándal oficial—. El entrenamiento terminó hace dos horas. ¿Dónde has estado?

—Con Hinata —dijo, porque no había ningún problema en eso, ¿no? Eran excompañeros de equipo. Amigos. ¿Para qué mentir? La mirada de Takahashi era clara.

Tenías que haber mentido.

—Llamé al CAR y me dijeron que fuisteis los últimos en salir, hace un cuarto de hora. Terminar de entrenar hace dos. ¿Qué hacíais?

Kageyama sintió que el sonrojo le subía hasta las orejas. La voz no le respondía, tenía la mente en blanco, era imposible que pudiese decir nada coherente.

—Estaban dándole una vuelta al ataque rápido ese raro, ¿no, Kageyama? —dijo Nishida, levantando las cejas con naturalidad—. Me dijo que se quedaría un rato.

—Han pasado dos horas —repitió Yamagawa, mirando a Nishida—. Y Kageyama tiene boca.

—Es verdad —dijo Kageyama, asintiendo con la cabeza—. Estaba haciendo eso. Lo del rápido. Entrenando con Hinata.

Esperaba que el color de sus orejas y de su cara no le delatase. Yamagawa se puso de pie.

—Es tarde para correr más. Comed los tuppers y mañana por la mañana correréis una hora extra.

—¿Una hora? —preguntó Takahashi, mirándole con estupor—. Pero yo he quedado, viene una amiga y vamos a ir a-

—Me parece que no he sido suficientemente claro —dijo Yamagawa, cogiendo aire por la nariz—. Dentro de mes y medio se juega el amistoso de final de año contra China. Podéis estar en la pista con vuestros números en la camiseta, o pueden estar Miya, Sakusa y Bokuto. Si pasa esto último, habréis avergonzado a vuestras familias, a vuestros equipos y a mí. Para evitarlo, hay unas normas. Las tenéis en la puta nevera pegadas.

—Las normas no prohíben ver a una amiga —se quejó Takahashi. Kageyama tragó saliva. Si Yamagawa le cruzaba, estarían perdidos.

—Si quieres ver a tu amiga, que venga al CAR mañana a comer. Juegas el viernes, así que recuerda lo que no puedes hacer.

—¿El qué no puedo hacer, tener sexo como una persona normal? ¿En qué parte de mi contrato aparece el voto de castidad?

—Ran —dijo Nishida, intentando ponerle una mano en el hombro. Takahashi se deshizo del agarre con suavidad mientras se ponía de pie, resoplando.

—No tengo hambre. Lo siento, chicos. Buenas noches.

Se oyó el portazo de su dormitorio unos segundos después. El siguiente en levantarse fue Nishida, cogiendo los dos tuppers, el suyo y el de Takahashi. Hizo una pequeña reverencia a Yamagawa-san.

—Señor, se comerá el tupper —dijo, y después dirigió una mirada rápida a Kageyama antes de desaparecer en el dormitorio de Takahashi.

—Kageyama —dijo el entrenador, serio. Kageyama se miraba las manos, las yemas un poco arrugadas del tiempo que pasó en la piscina. Mientras esperaba a que Yamagawa se tomase su tiempo, cogió el tupper y lo abrió, revolviendo la lechuga con los palillos—. ¿Qué ha sido toda esa mierda en el CAR?

—¿A qué se refiere?

—Tu tonteo con ese crío delante de media directiva. ¿Quieres arruinar tu carrera?

Kageyama le miró sin entender.

—Estaba... Estaba entrenando, señor. Como no podíamos usar la pista principal, nosotros...

—No hay un nosotros. Tú eres mi pupilo, te dije que te quedases en el banquillo y observases, ¿crees que tienes todo sabido? ¿No puedes respetar a tus compañeros mientras otros están jugando?

Tobio bajó la cabeza, apretando los dedos en los palillos. Esa no había sido su intención en ningún caso.

—Lo siento, señor.

—No bajes la cabeza. Mírame. Sé lo tuyo.

—¿Lo mío?

—Tu problema.

Kageyama masticó, frunciendo el ceño.

—¿Qué...?

—Sé que eres homosexual.

La lechuga se escurrió de los palillos y cayó directamente al suelo, pero ni siquiera se dio cuenta.

—¿Eh?

—No te preocupes, he visto otros casos como este. Llevo años en el negocio, sé de que va la cosa. Ya lo he pensado todo, lo vamos a solucionar.

—Señor, yo-

—Tienes veintiuno. ¿Sigues siendo virgen?

—¿Perdón?

—Entiendo que algunos impulsos son irrefrenables, pero esto... No puedo explicarte la de problemas que causaría que esto saliese de aquí. No es... No es algo que puedas entender con tu juventud.

—¿Problemas?

—¿Cuántos jugadores abiertamente homosexuales conoces? ¿Cuántos de ellos están en la cima? —Kageyama no tenía ni idea, tampoco era algo que le interesase demasiado—. Sé que hemos tenido nuestros desencuentros, pero si sigues aquí es porque creo en tus posibilidades, y por eso te voy a dar una salida. Cómete eso, ponte algo decente y vamos a ir a un sitio esta noche.

Kageyama recogió el palillo con las orejas ardiendo. No entendía qué estaba pasando, por qué Yamagawa había llegado a esa conclusión, ni siquiera tenía claro que eso fuese así. Es decir, solamente le había gustado una persona en toda su vida y sí, era un chico, pero tampoco le interesaba ningún otro chico en el mundo, así que eso no parecía tan homosexual. ¿No?

—¿Adónde vamos?

—Te espero abajo en quince minutos —dijo Yamagawa, poniéndose de pie—. Y, por supuesto, esto quedará entre tú y yo. Confío en ti. Sé que sabrás guardar un secreto.

Desde el dormitorio, Kageyama miró el teléfono.

Aki. 00.20 am.
Me encanta!!! Tienes q contarme todooo cómo fue??
Puedo llamarte ahora?

Kageyama. 00.22 am.
Te cuento mañana
Yamagawa-san ha dicho que me va a llevar a un sitio secreto

Miró la hora. Mierda, pensó, y empezó a vestirse con lo primero medianamente arreglado que encontró. El teléfono sonó varias veces, y desde donde estaba veía que era Aki. Chistó, abrochándose la camisa.
Ya le he dicho que le llamo mañana, no sé qué prisa tiene.

Cuando bajaba por las escaleras el teléfono seguía sonando, y también cuando entró en el coche de Yamagawa-san.

—Apaga el teléfono y déjalo en el coche, Kageyama —dijo el entrenador, con las manos en el volante y aparcando en una de las mejores zonas de Shibuya, donde todos los hombres llevaban zapatos brillantes y las mujeres, joyas de las de verdad.

Kageyama cortó la enésima llamada de Aki y apagó el teléfono, dejándolo en el asiento de atrás.

Hinata fue directo del CAR a casa de Kenma, sin molestarse en pasar por el hotel. Se limitó en dejar un mensaje en el grupo de los chacales, para que no contasen con él en la cena. Sabía que después saldrían de fiesta por Shibuya, y prometió que se uniría si no estaba muy cansado.

Kenma le recibió con un mando y una partida de Call of Duty que le tuvo retenido durante algo así como una hora, dejándose ganar todo el tiempo mientras le iba exponiendo los dramas más recientes de su historia sentimental, porque aunque Kenma estaba al tanto de lo más importante, los detalles eran la esencia.

—¿Qué piensas? —preguntó al final, tras un silencio de unos cinco minutos. Kenma había pues en pausa la partida para hacer palomitas y volvía con un cubo enorme, de las de mantequilla. Los dos se sentaron otra vez en la alfombra, con los mandos en el regazo.

—¿De qué, concretamente?

—¡De todo!

Kenma se metió una palomita en la boca y Hinata un puñado tan grande que estuvo a punto de morir asfixiado. Una de las gatas, Madoka, negra con una mancha blanca en el lomo, trepó hasta el hombro de Kenma y se quedó allí, moviendo la cola, dándole un aspecto mafioso muy genial.

—Me parece que tienes algo con los colocadores —dijo, serio, desbloqueando la partida—. Es... Puede que sea incluso una enfermedad. Habría que buscar en Internet.

—No, a ver. Eso es casualidad.

—No lo creo.

—Ah, ¡tienes que colaborar un poco! —lloriqueó Shouyou, tumbándose en la alfombra—. Además, tú eres colocador y solo somos amigos.

—Conmigo no tienen efecto tus hormonas. Leí algo de eso. Los humanos son muy simples.

Hinata soltó una risa, quitándose un gato aleatorio de la pierna.

—Tú también eres humano, te lo recuerdo —la última palabra se ahogó en una tos.

—Si comes tumbado, te ahogarás.

—Kageyama-kun me ha dicho que le llame por su nombre.

—¿Y cómo era su nombre? —Hinata le lanzó una palomita a la cabeza—. No puedo acordarme de todos los nombres.

—Te sabes los nombres de esas setitas del juego ese raro.

—No es lo mismo.

Hinata le lanzó más palomitas, y Kitty, la gata blanca, le bufó un poco.

—Tobio.

Tobio. Sonaba extraño, gigante, apoteósico, casi como una invocación. No era la primera vez que lo pronunciaba en voz alta, pero las otras, en fin. No debe contarse lo que uno dice completamente borracho en la cama de un desconocido en Río de Janeiro.

Pff —gruñó Kenma, dándole una mirada rápida mientras manejaba con habilidad el mando—. Mejor llámale Kageyama.

Hinata soltó una risa alegre, pasando ya de la partida y abrazándose al cubo gigante de palomitas.

—Me encanta cómo besa.

—¿Tengo que escucharlo?

—Es como...

—Pues sí, tengo que escucharlo.

—... Súper suave al principio pero entonces es como más salvaje y luego dulce, y sus labios tienen esa forma como bonita, y me encanta la forma en que su lengua-

—No, no. Nada de lenguas, por favor.

Kenma parecía profundamente afectado, así que Hinata le tuvo que lanzar unas pocas más de palomitas para que se relajase. Cuando todo estaba lleno de palomitas por el suelo y dos gatas más se habían unido a la fiesta, Hinata consideró que podía seguir hablando.

—Fueron los mejores besos de mi vida, sabes —murmuró, abrazando su cubo de palomitas, suspirando—. Seguro que ha practicado un montón, y estoy enfadado, no es justo, me da un poco de rabia.

—Shouyou, te acostaste con un millón de chicos en Rio.

—¡Oye, no exageres! Y no lo digo por eso. No me parece bien que sea bueno en todo.

—¿No era malo en inglés?

—Parece ser que ahora va a clases con un nativo. ¡Ah, es desesperante su perfección! En serio, sus ojos de cerca son una pasada, yo creo que me voy a morir, me estoy muriendo, te lo juro, me duele algo aquí en el pecho, es el corazón, seguro, yo...

—Debe ser una palomita en tu tráquea.

—¡...Y yo quería su primer beso! Si hubiese sabido que tenía alguna posibilidad... Mierda, es un idiota, nunca dio ninguna señal, Kageyama estúpido de mierda, con su aire hetero genial. ¡Cómo iba a saber que tenía opciones!

—En realidad todo el mundo lo sabía.

Hinata le dio una mirada que pretendía ser de indignación, pero que se quedó en frustración. Se sentó con las piernas cruzadas y miró el fondo de su cubo de palomitas, como si allí se encontrase la respuesta a todo.

—No puedo ir más allá con él.

—¿He escuchado hablar de su lengua para nada? —murmuró Kenma, resoplando. Hinata ignoró el comentario y masticó otro puñado de palomitas antes de seguir lamentándose.

—Me he dado cuenta al besarle. Si me enredo con él me volveré loco.

—Tienes que dejar de ver doramas.

—No, oi. Lo digo súper en serio. Me va a costar semanas recuperarme de estos besos, ahora es como... No quiero pensar en otra cosa. Imagínate si, no sé, si salimos juntos, dios, si tenemos sexo... No creo que pueda superarlo jamás. Me enamoraré muchísimo.

—Se supone que esa es la idea.

—¡No! Los amores tienen que ser como las explosiones de la policía, sabes. Cuando encuentran una bomba y la detonan con unos expertos como cortando cables y todo eso y con un perímetro de seguridad... Yo creo... Mi amor por Kageyama sería como la bomba de Hiroshima, lo arrasaría todo en un segundo. ¡Bum! El cráter se vería desde la Luna.  

—Mi bisabuela murió en Hiroshima, Shouyou.

—Oh. Lo siento.

—No importa. Tenía cien años, iba a morirse igual —Hinata a veces no entendía a Kenma, así que siguió comiendo palomitas—. Entonces si eso es un drama para ti, prueba con el otro.

—¿Eh?

—El otro colocador. El del pelo teñido.

—Ah, Atsumu —dijo, reflexionando mientras masticaba más palomitas—. Me gusta bastante.

—¿Con él sería una explosión controlada?

—No lo sé. Es que no es lo mismo, porque ahora que he besado a Kageyama todo lo demás me parece poco. Huh, es horrible que diga esto. Atsumu besa genial y es súper dulce en la cama, te lo juro, e hicimos-

—Shouyou, nuestra amistad cuelga de un hilo.

—Vale, vale. Además, huh... Atsumu se acostó con otro tío justo antes de que yo llegase a la habitación. Tenía un chupetón del tamaño de un yen en el cuello.

—Qué desagradable —dijo Kenma, frunciendo el ceño—. ¿Seguro que no era tuyo?

—¡No!

—No entiendo esta locura hormonal.

—Eso no es todo. Hay... Hay una remota posibilidad de que ese otro tío sea Omi-san. Quiero decir, Sakusa.

—¿El de los gérmenes? No sé qué opinará de esta socialización de la saliva—. Hinata le dio una pequeña patadita con el calcetín sobre la cadera. Kenma atrapó su pie, sonriendo, y le hizo cosquillas, obligándole a alejarse y de paso derribando a dos gatas—. Ten cuidado con eso. Puede ser un problema en el equipo.

—Ya lo sé. Si aparece mi cuerpo en una alcantarilla que sepas que fue Omi-san.

—Nadie encontrará tu cadáver. Seguro que sabe qué productos usar para borrar sangre y huellas.

—¡Cállate!

Los dos se rieron y se dieron unas pocas pataditas suaves, luchando sobre la alfombra hasta que otra de las gatas, Mikasa, decidió que era suficiente y arañó a Hinata en una pierna, haciéndole aullar y alejarse. Kenma la recompensó con una caricia en la barbilla, por proteger a tu hermano humano, dijo, y ella maulló, agradecida.

—Te queda el colocador ese medio argentino.

—Qué va. Oikawa-san es mi amigo.

—Un amigo con el que te enrollas.

—Bueno, pero eso fue algo distinto, era como nuestra terapia, no me mires así. Ah, no te lo dije. Me pidió que fuese con él a la boda de Iwaizumi-san. Pero también me lo pidió Kageyama.

—Tu vida me estresa.

—¿Con quién voy? A ver, debería ir con Toto porque se casa su amor secreto de la infancia y es como que va a estar súper triste y además me lo pidió primero y podríamos disfrazarnos de Batman y Robin y ser los más guais de la fiesta... Pero claro, Kageyama... Imagínate ir con Kageyama, puede ser súper sexy, si le convenzo para que se ponga unas mallas ajustadas... Ah, mierda. Se han acabado las palomitas. ¿Tienes bollos de carne?

—Hay una cosa que se llama comida a domicilio.

Pidieron pizza y hamburguesas. Hinata estaba muerto de hambre, el drama emocional siempre le abría el apetito. Cuando la comida llegó, hizo fotos a sus tres hamburguesas y su pizza mediana y se las mandó a Kageyama. En la imagen también salían dos de las gatas de Kenma.

Hinata. 01.10 am.
Podríamos estar comiendo hamburguesas juntos!!
Mañana espero que no desayunes uno de esos tuppers chungos
A las 8 en el Soft cake. No te olvides!!!

—Creí que no querías que la bomba explotase —dijo Kenma, comiendo un trozo de pizza mientras miraba a Hinata con una ceja levantada. Hinata se encogió de hombros, mirando cómo Kageyama no leía su mensaje. ¿Estaría ya dormido?

—Y no quiero —dijo con la boca llena—. Pero déjame tocar un poquito más mi bomba. Jo, es muy bonita, es mi bomba favorita.

—Te explotará en la cara —murmuró Kenma.

El móvil vibró y Hinata casi se ahoga con la emoción, tal vez Kageyama seguía despierto y también estaba pensando en sus besos y... Lo cogió, intentando que no volase por los aires, y lo debloqueó. Era Atsumu.

Atsumu. 01.12 am.
Vamos para Shibuya al local ese que es como un jardín
Vente!!

Hinata. 01.13 am.
Ese es un local gay no? Habéis engañado a Inunaki?

Inunaki, ahora que había sido abandonado por su novia, creía que la noche era el único lugar donde podía encontrar amantes. Por eso se negaba a que le arrastrasen a los bares gay, donde todas sus posibilidades de encontrar una chica morían en la entrada.

Atsumu. 01.14 am.
El engaño durará poco, pero lo importante es q pague la entrada. Luego ya no se va
Si le mola muchísimo bailar en la barra esa.
Yo creo que todavía no sabe que es un poco gay

Hinata. 01.15 am.
No todo el mundo es gay sabes Tsumu

Atsumu. 01.16 am.
Eso es porque no han follado contigo, cariño

Otro atragantamiento casi mortal.
Cariño.
Me ha llamado cariño.

—Oh, joder.

Kenma le miró con el mismo interés que si le estuviese hablando de cotizaciones en bolsa.

—Qué—. Le tendió el móvil a Kenma, que lo examinó con atención y luego se lo devolvió—. Estás tonteando con este.

—Solo estamos hablando.

—Al final te van a explotar todas las bombas a la vez.

Hinata puso el teléfono en el suelo, girándolo y tapándose la cara con el cojín con forma de seta.
Necesitaba sacar toda la adrenalina que le corría por las venas, desahogarse para pensar con claridad. Cuando sintió que se ahogaba, se quitó el almohadón de la cara y miró a Kenma, con las mejillas sonrojadas.

—¿Qué hago con mi vida, Kenma?

—Puedes darte una ducha fría.

—Voy a salir —anunció, poniéndose de pie de un salto—. ¿Te vienes? Ay, no pongas esa cara, tenía que intentarlo. ¿Tienes algo de ropa genial para ir a un club en Shibuya? Solo tengo este chándal horrible y mi ropa de entrenar.

—Mira en mi armario, o en el vestidor de Tetsuro, cuarta puerta a la izquierda. Aunque supongo que su ropa te quedará enorme.

—¿Kuroo-san tiene  un vestidor en tu casa? —preguntó, maravillado, mientras se levantaba de un salto para ir a buscar la ropa. Seleccionó unos jeans azul claro de Kenma, no muy ajustados, y una camiseta blanca sencilla. Se hizo con una camisa de Kuroo, color vino, para llevarla abierta y parecer muy genial. Dejó que Kenma le peinase -uno de sus vicios inconfesables-, rodeados de gatas, domando bastante bien sus rizos más locos. En verdad podría haberse dedicado a eso.

Se despidió con un abrazo del que Kenma intentó huir, y se llevó de regalo otro arañazo, esta vez de Madoka, en la mejilla, debajo del ojo. No importa, le daba un aspecto salvaje, así que se fue muy contento. Cogió un taxi hasta el local donde se encontraban los demás y se bajó casi en la puerta, arreglándose el pelo con los dedos mientras avanzaba hacia la cola.

Atsumu. 01.50 am.
Estamos al fondo, donde la barra vertical
Sí, Inunaki ya está haciendo el show
Date prisa antes de que Meian descubra que hemos huido del hotel!!!

Hinata rió. Le pesaban todos los huesos del cuerpo, pero necesitaba canalizar la energía y una noche de fiesta y baile con día libre al siguiente, siempre era buena opción. Pagó la entrada, se quitó de encima a dos chicos muy pesados que intentaban ligar con él, y entró en el local.

No era un sitio muy exclusivo, pero Hinata había ido de fiesta por Río casi siempre en otro plan mucho más arrastrado, así que ver a la gente con camisa y a las chicas con vestidos brillantes le pareció como de otro planeta. Su camisa informal y sus jeans estaban un poco fuera de lugar, pero por suerte le dejaron entrar, pese a ir en zapatillas de deporte. Tal vez fue la sonrisa de cinco estrellas que le dedicó al portero, una que decía soy buen chico, déjame entrar. Consiguió avanzar hasta el fondo, aunque ya había localizado a Inunaki mucho antes.

Todos sabían que había hecho poldance durante un tiempo de su adolescencia, pero él parecía necesitar demostrárselo a todos cada vez que salían, haciendo equilibrios imposibles y ganándose copas gratis. Hinata también quería probar, pero tenía cierto sentido del ridículo. Sólo se había atrevido una vez con una compañera de yoga que hacía también baile en barra vertical, y no se le daba mal. Podría apuntarlo en su lista de talentos ocultos con los que ser genial en una entrevista cuando fuese famoso.

—¡Shou! —Atsumu le abrazó por atrás, atrapándolo con el pecho contra su espalda—. ¿Una copa?

—Agua —dijo, girándose un poco, mirándole por encima del hombro. Atsumu apoyó la mejilla contra la de Shouyou, girando un poco la cara para rozarla con la nariz.

—¿Agua? ¿Voy a beber solito, en serio? —preguntó, moviéndose detrás de él al ritmo de la música. Atsumu olía a esa colonia masculina intensa que tenía ya metida tan dentro, por los litros que flotaban por toda la residencia—. Dime qué te gusta.

El oxígeno, pensó, sintiendo su cuerpo demasiado cerca.

—¡Mi discípulo predilecto! —apareció Bokuto, riendo y saltando, deshaciendo el abrazo de Atsumu. Hinata le abrazó, levantándolo un poco, porque siempre está bien presumir de las habilidades adquiridas—. ¡Inunaki se está llevando toda la gloria! ¡Dile a Thomas que me deje subirme a la barra!

Thomas apareció por detrás con dos copas, una en cada mano.

—Nadie más va a subirse a la barra. Hinata, toma. Sujeta las copas, voy a bajar de ahí a Inunaki antes de que aparezca Meian y me corte las pelotas.

Cuando salían sin Meian -que era casi siempre-, Thomas se convertía en el adulto responsable. Bokuto correteó detrás de Thomas hasta la barra y Hinata y Atsumu observaron como entre los dos intentaban bajar a la fuerza a Inunaki, que se aferraba al metal como si su vida dependiese de ello.

Hinata y Atsumu fueron hasta la barra.

—Dos cervezas —dijo Hinata, marcando un dos al camarero con los dedos. Atsumu rió a su lado, apoyado en la barra. Con las luces brillantes del local se marcaba mucho más el chupetón de su cuello, o quizás es que estaba realmente más marcado. Hinata lo miró sin pudor y después le miró a él a los ojos—. ¿Y Omi-san?

—Durmiendo, como los niños buenos —contestó Atsumu, cogiendo su cerveza y tendiendo un billete al camarero. Hinata intentó protestar, pero él fue más rápido—. A esta invito yo.

—Esta va a ser la única —dijo Hinata, cogiendo su cerveza y dándole un trago. Estaba amarga, pero había cogido gusto al sabor después de años de práctica, y al menos no dejaba las mismas resacas que las copas o las malditas caipirinhas del infierno. Atsumu le sonrió con gesto descarado.

—¿De quién es la ropa que llevas puesta? —preguntó, mirándole de arriba abajo. Hinata dio otro trago a su cerveza.

—De dos amigos.

—¿Dos? No pierdes el tiempo, Shouyou-kun —dijo, dándole un codazo. Hinata se lo devolvió, y después apoyó el morro de su cerveza en su cuello, sobre el chupetón que -ahora sí, era obvio- parecía el doble de grande.

—Tú si que no pierdes el tiempo, Atsumu-san.

Atsumu se llevó la mano al cuello y sonrió, aunque incluso con esa luz se notó su sonrojo.

—Me lo hiciste tú, cariño.

Hinata soltó una risa de asombro, sorprendido por su desfachatez.

—No te lo hice yo.

—Claro que sí, anoche.

—No, no te lo hice yo.

—Tienes muy mala memoria —dijo, aunque su gesto había cambiado un poco. Hinata tocó el chupetón con dos dedos y se acercó para verlo más de cerca.

—Los míos no son así. Me gusta usar los colmillos. Te aseguro que los reconozco.

Después se apartó. Atsumu le cogió de la mano y le acercó de un tirón controlado, para hablarle al oído.

—Pues enséñame cómo los haces. En los baños.

Hinata rió y le miró con los ojos entrecerrados, estudiando su gesto. Atsumu era un sinvergüenza, y eso le daba morbo, pero su mente estaba en otro sitio. Concretamente, en la piscina del CAR. Concretamente, en una boca contra la suya, una que decía Tobio. Puedes llamarme Tobio.

No muerdo en la primera cita —contestó, separándose con una sonrisa—. Ya sabes, el mordisco del chacal es algo muy exclusivo.

Atsumu sonrió. Como siempre, nada le detenía.

—Bien, técnicamente esta no sería nuestra primera cita pero parece que tendré que ganármelo, ¿ne? —dijo, levantando la mano derecha para acariciar la barbilla de Shouyou, llevando el pulgar hasta su labio y abriéndolo un poco, tocando el colmillo. Hinata apartó la cara, riéndose, y Atsumu negó con la cabeza, soltando una risa más fuerte—. Iré solito a los baños. ¿Sobrevivirás diez minutos sin mí?

—Sobreviví durante veintidós años, Atsumu-san.

—Pues ve pensando en tu mordisco. Lo quiero en mi cuello —se acercó a su oído—. Y a lo mejor en mi polla.

—¡Atsumu!

Hinata le apartó de un empujón, riendo, sonrojado. Atsumu le guiñó un ojo y se perdió entre la multitud.

Thomas y Bokuto seguían luchando contra Inunaki. Se apoyó en la barra, tomó un trago de su cerveza, despachó a tres chicos que intentaron sacarle a bailar y sacó su móvil. Tenía veinte llamadas perdidas de un número desconocido y un mensaje de WhatsApp de ese mismo número. Era de algo así como una hora antes.
Lo abrió, frunciendo el ceño, extrañado.

Número desconocido. 01.03 am.
Soy Aki. Igarashi Aki
Por favor tienes q encontrar a Kageyama
Date prisa es muy urgente es de vida o muerte
Spring 90 en el barrio de Shibuya, reservados de la planta alta... O azotea no sé
Date prisa por favor

Hinata leyó el mensaje cinco veces, con los nudillos blancos. Abrió Google maps y buscó Spring 90 Shibuya. Localizó su propia posición. A trescientos metros.

—Mierda —dijo, sin entender.

Hinata. 02.15 am.
Voy

Envió el mensaje a Aki, dejó la cerveza en la barra y salió corriendo, marcando su número por el camino.

¿Qué mierda está pasando?

NOTAS.

7000 palabras. A la mierda mi intento de contención...
Mañana espero poder publicar un capítulo de "Carnívoros" y ahora que estamos en el mes Kagehina, tengo un pequeño proyecto de drabbles KageHina NSFW (osea, p0rno xD) que quizás empiece a subir poco a poco.

No me odiéis, yo os amo.

Aki bonito de mi preciosa Lady-Quimm



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