La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 81

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By marlysaba2


Alba estaba terminando de sacar algunas cosas, que podían necesitar, de su mochila para meterlas en la de Germán y así poder ir turnándose con la carga como les había recomendado Nancy, cuando Natalia llegó, con esfuerzo, hasta ella.

- No debías moverte por aquí con la silla – le dijo la enfermera – te vas a hacer daño.

- Quería saber cómo estabas.

- Bien – respondió sin mirarla – solo ha sido un golpe sin importancia, me molestó un poco la cadera, pero ya estoy como nueva.

- Pero cojeabas.

- Ya no – dijo con rotundidad - ¿y tú qué? ya me ha dicho Nancy que te ha atacado una hormiga gigante – la miró de reojo burlona mientras continuaba sacando y metiendo cosas en la mochila.

- No te rías que duele bastante - protestó.

- Ya sé que duele, a mí también me han picado en alguna ocasión.

- ¿Te pasa algo conmigo? – le preguntó bajando la voz.

- ¿Qué me va a pasar? – se detuvo en su tarea y la miró extrañada - ¿por qué dices eso?

- No sé, no paras de hacer cosas, no me miras cuando te hablo y desde que hemos llegado aquí arriba, no te has acercado a mí, y....

- ¿Es eso? – la miró burlona - no podemos estar todo el día pegadas, Nat. Annie no sabe nada de... lo nuestro y ...

- No creo que le importe – respondió con rapidez – parece una mujer muy .. moderna y...

- No es solo por ella... no es prudente por los hombres... ya sabes.

- Que me preguntes como estoy no creo que sea un escándalo, ¿no crees?

- A ver, ¿qué te pasa?

- Nada – respondió mohína.

- ¡Ay! mi gruñona – se mofó haciéndole una carantoña - ¿cómo está mi amor? – susurró.

- Bien.

- Nat... que no estarías ahí con esa cara de "quiero contarte algo, pero no me atrevo" si no te pasase nada – la instó a hacerlo.

- No sé, estoy cansada – suspiró – y...

- ¿Te sigue doliendo la cabeza?

- No, pero... - clavó sus ojos en ella, leyó cierta decepción en ellos y se mordió la lengua - ¡pero estoy deseando ver a esos gorilas! – sonrió abiertamente – y... ¡te echo de menos!

- Pero Nat.... – rió aliviada al ver por dónde iban los tiros.

- ¿Qué quieres? vas todo el rato con Nancy y yo... me aburro.

- Nat... ¿Germán no te da charla?

- Poca.

- ¿Y por qué no le hablas tú?

- Porque no quiero discutir con él.

- ¿Y por qué ibas a discutir?

- Eh... por nada, pero ya sabes cómo somos los dos y... luego te enfadas

- ¿Y por eso no habláis? que os haya pedido que intentéis no estar todo el día lanzándoos puyitas no quiere decir que no podáis hablar.

- Se me metan los bichos en la boca – reconoció – no puedo ir agarrada a las parihuelas y apartar las ramas como hacéis vosotros, me voy dando con todas y me cae encima de todo – se quejó.

- Nat... - frunció el ceño y la pediatra interpretó que le molestaban sus quejas.

- Pero no me importa – se apresuró a sonreír -¡todo sea por ver los gorilas!

- Bueno... si todo va como Nancy espera, en unas dos horas como máximo los tendrás delante – le dijo mirando el reloj con ilusión -¡qué ganas tengo!

- ¿Dan mucho miedo?

- Imponen un poco la verdad, pero... son... no sé cómo decirte... ya lo verás, prefiero no contarte nada.

- ¡Eh! vosotras dos, ¡qué nos vamos! – alzó la voz Germán desde el otro extremo del claro.

- ¿Yo cómo voy? - preguntó al ver que los porteadores seguían sentados en el suelo de charla con sus compañeros, mientras comían algo.

- Te llevan ellos – la tranquilizó - ahora vienen cuando terminen.

- Pero entonces... ¿no me esperáis?

- Que sí, boba, ¿cómo no vamos a esperarte? ya sabes que en la selva hay que ir en grupo. Es peligroso no hacerlo, así se corren menos riesgo de que ataque algún animal.

- Estaba pensando que es curioso que no hayamos visto ninguno en el camino.

- Ellos seguro que a nosotros sí.

- ¡¿Qué?! – abrió los ojos desmesuradamente, mostrando la sorpresa que le producía su respuesta al tiempo que el temor que esa posibilidad le creaba.

- Pues eso, que tú no los ves, pero están ahí, acechando. Son sigilosos y... ¡odian a los humanos! – bajó la voz en tono confidencial, sus ojos bailaban divertidos.

- ¡Alba! joder, no me digas esas cosas que me da miedo meterme de nuevo ahí – señaló la densa selva.

- Anda, vamos – se levantó al ver que llegaban los dos porteadores acompañados de Nancy y Germán - ¿quieres que me quede a tu lado?

- No – sonrió agradecida por su ofrecimiento – ve con Nancy.

- ¿Seguro?

- Sí – arrastró la palabra – ya buscaré como divertirme con Germán.

- Nat – la señaló con el dedo – no vayas a empezar con vuestras tonterías.

- Que no, tranquila – le prometió guiñándole un ojo y dejándola con la inquietud en el cuerpo, no se fiaba de ninguno de los dos y no le agradaba nada la idea de que Natalia le diese a Nancy una imagen equivocada, porque estaba segura de que la bióloga siempre estaría de parte de Germán en cualquier disputa.

Al poco rato de salir del claro y adentrarse en plena selva, Nancy se retrasó y se situó a la altura de Natalia, flanqueándola por el lado contrario al que iba Germán. La pediatra sospechó que era Alba la que la había enviado y se propuso no volver a decirle nada a la enfermera porque siempre se tomaba todo muy a pecho.

Alba miró hacia atrás un instante y sonrió levantando la mano para saludarla, Natalia correspondió al saludo y a punto estuvo de perder el equilibrio. Alba era increíble, prefería ir sola delante de ellos, a pensar que ella se sentía incómoda y abandonada en aquellas parihuelas, aunque quizás lo que ocurría es que se había tomado en serio lo que le dijo sobre Germán y temía más que comenzasen una de sus eternas disputas con el médico.

- ¿Qué Nat? ¿preparada para la experiencia? – le preguntó Nancy.

- Sí, tengo muchas ganas de verlos. Deben ser... tan... tan increíbles.

- Lo son – admitió – pero yo que te voy a contar, ¡qué dedico mi vida a ellos!

- ¿Sabes Lacunza que los gorilas siempre se han tenido por seres monstruosos y feroces?

- No le hagas caso – salto con rapidez la bióloga – eso se lo conté yo, y se le olvida decirte que esas eran leyendas de los primeros exploradores.

- ¿Nos costará mucho encontrarlos? – preguntó interesada pero más preocupada porque ese trayecto no fuera demasiado largo, no sabía que le ocurría ese día, pero estaba realmente cansada.

- Espero que no – sonrió – los rastreadores se han adelantado, y con suerte pronto darán con alguna familia. Luego, solo tendremos que calcular donde alcanzarlos.

- Pero será difícil, ¿no?

- No tanto. Son muy rutinarios. El cuarenta y cinco por ciento del tiempo lo pasan buscando qué comer, y sabiendo lo que les gusta y dónde encontrarlo tenemos mucho ganado.

- ¿Y qué comen?

- Los gorilas son vegetarianos al noventa y nueve por ciento. Un macho adulto puede comer hasta treinta kilos de diferentes especies vegetales diariamente. El resto de las vitaminas necesarias la toman de insectos, hormigas y termitas, o de troncos en descomposición, también les encantan las frutas y los minerales que necesita su organismo los extraen de algunos tipos de piedras que seleccionan en cuevas y zonas específicas que el líder conoce y que transmite de generación en generación.

- ¿De verdad?

- Sí, pero no quiero contarte mucho hasta que no los estés viendo – le guiñó un ojo misteriosa y Natalia hubo de reconocer que cada vez tenía más interés en comprobar qué era eso tan especial que parecían guardarse todos.

- ¿Y el resto del tiempo qué hacen? – preguntó – digo cuando no están buscando qué comer.

- Pues se desplazan o descansan. Diariamente se mueven muy poco apenas un par de kilómetros y eso es lo que nos va a facilitar la búsqueda. En cuanto los rastreadores den con ellos, lo marcarán en el GPS, y así nos resulta mucho más fácil localizarlos al día siguiente.

- ¿Tenemos GPS? - preguntó manifestando que se sentía parte integrante del grupo, arrancando una sonrisa burlona en el médico que no dejaba de observarla en silencio.

- Tenemos uno de los equipos más sofisticados que existen - dijo con orgullo.

- Pero aún así, si se desplazan... será difícil dar con ellos.

- Solo un veinte por ciento del tiempo lo dedican a ir de un lado a otro y con un poco de suerte, daremos con ellos si... el tiempo nos lo permite – dijo mirando al cielo donde unas negras nubes comenzaban a cernirse sobre ellos.

- ¿Si llueve nos volveremos? – preguntó con decepción.

- Sí, a ellos no les gusta mojarse y se ponen a cubierto, y nosotros tampoco debemos mojarnos, no sé si te lo he dicho, pero...

- Me lo ha dicho Alba, con un resfriado nos quedamos sin verlos.

- Exacto, es muy importante porque les transmitimos enfermedades que los pueden llevar a la muerte.

- Ya verás cómo tenemos suerte – intervino Germán - y ya verás cómo te acojonas cuando se te ponga delante un macho adulto.

- Germán – lo recriminó Nancy – no te preocupes que estarás conmigo en todo momento y te diré lo que tienes que hacer.

- ¿Son muy grandes?

- Sí, bastante pueden alcanzar el metro ochenta cuando se ponen en pie y un macho adulto puede alcanzar los doscientos kilos de peso.

- No sé si quiero tener uno delante – sonrió bromeando.

- Cuando los tengas delante me cuentas.

Annie, que como siempre se había adelantado con los rastreadores, llegó con precipitación hasta ellos.

- Han localizado a una familia, ¡a un kilómetro al noroeste!

Todos se miraron ilusionados, Alba clavó sus ojos en los de la pediatra con alegría, ¡estaban tan cerca!

- Estupendo, ¡vamos! – dijo Nancy – tenemos que abandonar esta senda.

- Me adelanto – les anunció Annie – toma esta radio, te iré dando las indicaciones si se mueven – se la tendió a su compañera.

- Ten cuidado, Annie.

- Tranquila, lo tendré.

- ¿Cómo te has venido sola?

- Ya sabes – enarcó una ceja con cara de circunstancias – me llevo a uno de los chicos, señaló a los porteadores - Alba ¿te vienes con nosotros?

- Eh... no sé... ¿no es mejor ir todos juntos?

- Sí, pero solo están dos rastreadores si se desplazan podemos perderlos y tardaríamos con suerte otro buen rato en llegar hasta ellos, mientras antes lleguemos allí, más posibilidades tendremos de controlar sus movimientos.

- Alba se viene conmigo – le dijo Nancy adivinando que la enfermera prefería ir con Natalia – será mejor que te lleves a los dos. Dejaremos aquí las parihuelas... y la silla... – continuó con decisión.

- Bien, como queráis, nos vamos ya – aceptó, dándole las instrucciones pertinentes a los dos porteadores que soltaron a Natalia en el suelo y se mostraron entusiasmados de acompañarla.

- ¿Ocurre algo? – la miró Germán sorprendido por el cambio de planes, la noche anterior Nancy le había explicado todo lo que harían en el día y no era precisamente aquello de dejar a Natalia sin silla y a todos sin la presencia de ninguno de los lugareños.

- No nada, lo de siempre – suspiró la bióloga - Ya sabéis lo que os he contado, pues... eso.

Nancy, no les dijo nada más y ellos no insistieron, era evidente que había un problema con los rastreadores que ellos no alcanzaban a comprender. Natalia, sentada en el suelo, miró hacia Alba con el ceño fruncido y la sensación de que su presencia obstaculizaba la marcha normal que hubieran llevado. Si esos dos jóvenes se marchaban, ¿cómo iban a llevarla? Germán no podía cargar con la mochila hasta arriba y con ella durante tanto espacio y mucho más en aquella densísima vegetación. Germán se agachó, y la ayudó a sentarse en la silla. Nancy se frotó las manos con algo de nerviosismo y miró a su grupo y luego al cielo, que amenazaba tormenta. Era consciente de que tendrían que ir mucho más lentos, y no estaba segura de que pudieran alcanzar su objetivo en esas condiciones.

- ¿Preparados? – preguntó animosa sin dejar traslucir lo que pasaba por su mente.

- Nancy... si no voy en parihuelas... ni... nos llevamos la silla...

- La silla si vamos a llevarla – intervino Germán.

- No Germán, la silla se queda aquí – lo desdijo Nancy.

- Pero luego... ¿seremos capaces de dar con ella? – preguntó la pediatra.

- Ni lo dudes – enseñó su GPS – son muchos años moviéndonos por esta selva. Y esta zona en concreto es en la que más horas hemos pasado mi equipo y yo – les dijo transmitiéndoles seguridad – pero ahí es imposible meterse con la silla y menos aún con las parihuelas.

- ¿Y entonces? – Natalia la miró esperando la respuesta que ya conocía.

- Te toca aguantarme otra vez, Lacunza – bromeó el médico, agachándose delante de ella para que se aferrase a su cuello y poder levantarla. Siempre parecía estar de buen humor - ¿quién carga con mi mochila?

- Vamos a dejar esto aquí – dijo la bióloga cogiendo las parihuelas y situándolas junto a la silla de Maca que ya estaba encaramada a la espalda de Germán – tu mochila la llevaremos entre Alba y yo. Y... antes de meternos ahí, lo importante es que sepáis lo que hacer cuando estemos frente a ellos. Los gorilas no son chimpancés.

- Nancy... - sonrió Alba – que yo estuve aquí casi un mes.

- Ya sé que tú sí, pero siempre es bueno recordarlo y vosotros – señaló a Natalia y Germán - tenéis que prestar mucha atención a las instrucciones.

- ¿Y qué hay qué hacer? – preguntó Natalia.

- Hay unas normas básicas y esto va por ti Nat – le dijo con seriedad - no se te ocurra sacar nunca fotos con flash.

- Vale.

- No podéis gritar, ni siquiera elevar la voz, ni hacer gestos que puedan ponerles nerviosos, y jamás acercarse a menos de siete metros.

- ¿Por qué siete! para que no ataquen.

- Siete u ocho aproximadamente, la distancia no es por seguridad nuestra, es para protegerlos a ellos.

- ¿Protegerlos a ellos de qué? – inquirió la pediatra.

- De nosotros y nuestras enfermedades – le sonrió Alba que ya sabía de qué iba el tema.

- ¡Ah! Resulta... curioso... ¿y si...son ellos los que...?

- Y otra cosa muy importante no puedes comer ni beber en su presencia – la interrumpió Nancy. El tiempo parecía que iba a estropearse y no tenían tiempo que perder.

- ¿Te acordarás Nat? – le preguntó la enfermera.

- Creo que sí – respondió con un gesto que Alba rápidamente entendió como de angustia, parecía abrumada con tanta instrucción.

- Y por último, jamás puedes tocarlos.

- Como voy a tocarlos si no podemos acercarnos a menos de siete metros – sonrió la pediatra sin poder evitar un tono de broma.

- Esto es muy serio – respondió Nancy con brusquedad – que no debamos acercarnos a menos de siete metros no quiere decir que ellos, detectada nuestra presencia, no sientan curiosidad y se acerquen o no se sientan amenazados y caguen contra nosotros. En el primer caso, ni se te ocurra tocarlos, cuando estés delante quizás no te lo parezca, pero... son animales salvajes. Y en ambos casos, por mucho que desees hacer otra cosa, tenéis que permanecer completamente inmóviles, nada de salir corriendo, os echáis al suelo y os estáis completamente quietos. ¿Entendido?

- Si – dijeron al unísono.

- ¿Nat?

- Si – repitió enarcando las cejas.

- Es muy serio, Nat – la miró fijamente y a la pediatra le dio la impresión de que estaba ligeramente molesta con ella.

- Lo sé, perdona, no pretendía que lo de antes, sonara a burla – intentó disculparse al ver que Nancy le insistía particularmente a ella, precisamente a quien por mucho instinto que tuviera no iba a poder salir corriendo.

- Perdona tú Nat, he sido brusca, pero es que, es muy importante que tengáis muy claro cómo comportarse, ¿de acuerdo?

- De acuerdo.

- ¿Germán?

- A la orden, jefa – se cuadró delante de ella y Ester disimuló una sonrisa burlona, cuando Nancy se ponía a dar órdenes Germán decía que le recordaba al sargento con el que hizo el servicio militar y ella no podía evitar reír ante la comparación. Cuando quería Nancy adoptaba un aire marcial y muy autoritario y sacaba su carácter, que ella temía que acabara chocando con el de Natalia.

- Pues si estamos listos, ¡adelante! – señaló Nancy el camino - y si necesitas parar, me lo dices y descansamos unos minutos – se dirigió al médico que, con Natalia a su espalda, no se cortó en dibujar un beso con los labios y guiñarle un ojo, ella le acarició con ternura el antebrazo y comenzó a andar delante de ellos

Todos emprendieron la marcha. Alba seguía a Nancy y ayudaba a Germán apartando ramas y arbustos, para facilitarle el paso. Hablaban en voz muy baja, y avanzaban con lentitud y trabajo. Nancy miraba continuamente el GPS, y reconducía la dirección cada vez que los obstáculos naturales les impedían llevar una línea recta hacia su objetivo. El terreo era sumamente resbaladizo y a Germán le estaba costando mucho más trabajo que el día anterior cargar con la pediatra.

- Deberíamos decirle a Nancy de parar un poco – le dijo Natalia al ver que por quinta vez daba un ligero saltito para recolocarla más arriba – estás cansado.

- Voy bien, no te preocupes – respondió casi sin aliento.

- ¿Quién es ahora el cabezón?

- Lacunza, no me toques los cojones – respondió con brusquedad.

- Lo siento, no era mi intención, pero... tienes que estar....

- ¡Lacunza! – elevó la voz Nancy y Alba se giraron, la enfermera frunció el ceño y le echó tal mirada recriminatoria a Natalia que esta optó por guardar silencio.

El día cada vez estaba más oscuro, y un frío viento comenzó a levantarse. Nancy se detuvo y se volvió hacia Germán.

- ¿Queda mucho? – preguntó el médico – ya estaremos cerca, ¿no?

- Me temo que nos queda mucho más de la mitad de lo que llevamos. Apenas habremos recorrido trescientos metros, pero... - la radio comenzó a dar señal y Nancy se interrumpió cogiéndola - ¿Annie?

Las dos establecieron comunicación, hablaban en inglés, pero todos entendieron lo que decían. Annie se volvía con los porteadores. Los rastreadores se les unirían en el claro donde habían dejado las tiendas y el resto de la carga.

- ¿Nos volvemos! ¿por qué? – preguntó Alba decepcionada cuando su amiga apagó la radio.

- Va a haber tormenta, es absurdo intentarlo. Nos vamos a empapar y no vamos a conseguir verlos. Además, como te mojes no te queda ropa seca.

- ¡Es cierto! lo había olvidado. Un trueno lejano los alertó a todos.

- Va a ser de las buenas – dijo Alba mirando a Natalia con temor.

- ¿Habéis traído los chubasqueros?

- Claro – se apresuró Alba a soltar su mochila en el suelo y comenzar a buscarlos.

- Vamos a ponérnoslos con rapidez, intentaremos llegar al claro cuanto antes. Tomaremos una especie de atajo. No quiero que acabemos empapados.

- ¿Y mi silla? – preguntó la pediatra, desesperada, cada vez se sentía más incómoda de que la tuvieran que transportarla de aquella manera, tenía la sensación de que Germán estaba harto y la idea de quedarse sin su silla en el campamento se le hizo insoportable.

- Olvídate de la silla, ya la recogeremos – le respondió Nancy.

- Pero.... – intentó protestar

- Nat, hay que hacerle caso a Nancy – la cortó Alba.

La bióloga clavó sus ojos en Natalia, que permanecía seria y cabizbaja sentada en el suelo mientras Alba y Germán la ayudaban a enfundarse el chubasquero.

- Daos prisa, cuando comience a llover a Germán no le va a resultar nada fácil llevarte a cuestas – los miró con cierta preocupación, cogió la radio y se alejó unos metros, hablaba con Annie.

Germán se levantó y se fue tras ella.

- Tranquila Nat, que la silla no se va a quedar ahí – le dijo Alba al verla con una mirada sombría y angustiada.

- Ya lo sé, pero... ¿qué hago yo el resto del día? – susurró casi con las lágrimas saltadas – si nos vamos al campamento...

- Nat...- sonrió insinuante - ¿quieres que te de algunas ideas?

- No bromees, que tú no tienes que ir como un fardo o colgada de Germán, ni... - se le quebró la voz y miró hacia abajo.

- Eh... cariño... no seas así, ¿y cuando lo cuentes en Madrid? ¡no se lo van a creer! ¡mi amor es una aventurera nata! – se inclinó y la besó fugazmente en los labios – y si quieres ahora mismo voy yo a por la silla. Pero no vayas a llorar.

- No voy a llorar – protestó cansada de que todos le recriminaran un comportamiento u otro.

- Eh.... Mi amor, pero ¿qué te pasa? si estabas tan contenta... ¿ya has discutido con Germán?

Natalia negó con la cabeza.

- Ey, que a mí puedes contármelo, ¿qué te ha dicho ese bruto? – impostó una voz de preocupación – que voy a cogerlo de la oreja y echarle una buena bronca, como siga metiéndose con mi niña.

- Chist, qué vuelven – le dijo sonriendo – no es eso, es... que ... que no quiero dejar mi silla ahí, en mitad de la selva.

- Pues no se hable más, vosotros os vais para el campamento que ya voy yo a por la silla – se puso en pie manifestando estar dispuesta a cumplir su palabra.

Natalia sonrió de nuevo, Alba siempre conseguía ponerla de buen humor, pero temiendo que fuera a cometer aquella locura la cogió de la mano y tiró de ella para que se arrodillase a su lado.

- Ni lo sueñes, tú te quedas con todos...

- Pero alguien tiene que ir a por la silla y yo creo que me acuerdo del camino – le dijo segura de que Natalia no lo iba a consentir – más o menos.

- ¡Qué le den a la silla! ¡es solo una silla! siempre me puedo sentar en uno de esos troncos que hay tirados en el claro – habló con rapidez, segura de que no podía permitir que Alba hiciera eso por ella – además, ¿cómo vas a ir sola? ¿no recuerdas las instrucciones? – le preguntó y estaba dispuesta a seguir con sus argumentos hasta que se percató de la sonrisilla de satisfacción de la enfermera, ¡odiaba cuando jugaba así con ella! pero como siempre, había conseguido que dijese en voz alta aquello que llevaba diciéndose internamente pero que se negaba a aceptar.

- Así me gusta – le dijo orgullosa haciéndole una carantoña - ¡te quiero! – susurró besándola en los labios, se quedaron mirándose fijamente y Maca la cogió de la nuca y la atrajo besándola de nuevo.

- Annie ya viene de camino – les anunció Nancy – ellos pasarán a por tu silla.

Las dos dieron un respingo al escuchar su voz allí al lado. Alba se levantó de un salto y Natalia enrojeció tanto que Germán, que llegaba unos metros más atrás y que no se había percatado de nada la miró preocupado y se arrodilló junto a ella, poniéndole una mano en la frente.

- ¿Qué haces? – se la retiró con rapidez.

- ¿Estás bien?

- Claro que estoy bien – respondió con genio – deja de hacer estas cosas les susurró enfadada.

- Perdona, pero te he visto tan acalorada que... - se calló al ver que Alba no les quitaba ojo.

Germán se levantó con suspiro seguro de que antes o después la enfermera se iba a dar cuenta de que le ocultaban algo y no quería sufrir las consecuencias de ello.

- ¿Has escuchado a Nancy, Nat? van a recoger tu silla – le dijo visiblemente alegre.

- Pero... ¿cómo van a saber dónde la hemos dejado? – la miró Natalia perpleja.

- Le he dado el punto exacto – sonrió la bióloga señalando de nuevo el GPS que los demás parecían olvidar - ¡andando! no tenemos tiempo que perder.

Germán cargó a Natalia a su espalda, Nancy y Alba cogieron las mochilas y comenzaron a desandar el camino. A los diez minutos comenzaron a oírse truenos cada vez más cercanos. Estaba claro que habían tomado la decisión demasiado tarde. Cinco minutos después comenzó a caer una tremenda tromba de agua.

- Dios ¡cómo llueve! – exclamó Natalia con aprensión aferrándose a Germán más fuerte.

- ¡Lacunza! ¡qué me ahogas! – exclamó – va a ser verdad que te dan miedo las tormentas.

- Nunca había oído truenos como estos.

- Aquí suele llover así – le dijo Germán – y te parece que suenan más por el eco de las montañas – le explicó cuando un nuevo trueno los ensordeció.

- Hace frío.

- ¿Vas bien?

- Sí – respondió aferrándose a él con más fuerza, el agua la hacía escurrirse constantemente, y los chubasqueros no contribuían en nada a evitarlo – Germán.... ¿le has dicho tú a Nancy que recojan mi silla? – le acabó preguntando lo que deseaba, desde que el médico saliera tras la bióloga y regresaran con esa noticia.

- Bueno... en realidad ha salido de ella.

- Ya... - sonrió incrédula – pues gracias... a .. los dos.

- Solo le sugerí que había una posibilidad – reconoció – y .. le pareció bien.

- Gracias, ya sé que no lo entendéis, pero para mí....

- De nada, Lacunza – la interrumpió – y.. sí que lo entiendo.

- ¿Cuándo vas a dejar de llamarme así?

- ¿Lacunza? – preguntó burlón.

- Sí.

- Cuando deje de molestarte que lo haga – soltó una carcajada y Natalia un suspiro de resignación.

Un chasquido ensordecedor, una luminosidad intensa y un fuerte olor a azufre, invadió la selva y todos se detuvieron de inmediato.

- ¡Qué cerca! – exclamó Nancy.

- Por los pelos – dijo casi al mismo tiempo Germán.

- ¿Eso ha sido...? – comenzó a preguntar Natalia con temor solo de pensarlo.

- Sí Nat un rayo – la cortó Alba nerviosa - deberíamos apretar el paso.

- Sí, ¿Germán puedes ir más rápido? – le preguntó Nancy.

- Lo intentaré.

La lluvia duró exactamente el tiempo que tardaron en regresar, selva a través, al claro donde aguardaban los otros dos portadores. Los fardos permanecían intactos. No habían montado ni una sola tienda. No tenían orden de hacerlo y ellos siempre obedecían órdenes. Permanecían en pie, en mitad del claro, aguantando estoicamente el chapetón. Annie y los dos portadores que habían logrado llegar antes que ellos, también estaban allí. Llegaban hechos una auténtica sopa, con las botas llenas de agua por dentro y todo completamente empapado. Natalia había conseguido salvar su cámara de mojarse gracias a que la había metido debajo de chubasquero. No había tenido la misma suerte su pelo, ni su rostro completamente empapados. Germán la sentó en la silla con alivio.

- Yo sé de una que estaría deseando darse una buena ducha calentita – se mofó Germán de ella, dándole un golpecito en el hombro.

- Pues sí, pero igual que todos ¿no? – respondió visiblemente molesta.

- No empecéis – los cortó Alba con gesto amenazador y los dos torcieron la boca en un esbozo de sonrisa, se miraron y guardaron silencio.

- Tendremos que montar las tiendas, me temo que esta noche la pasaremos aquí – les anunció Nancy.

- ¿Tendremos suficiente comida? – preguntó el médico.

- Por eso no os preocupéis, el campamento base no está tan lejos, en un par de horas cualquiera de ellos puede ir y volver sin problema.

- ¿Hoy ya no los veremos? - preguntó Natalia, extrañada de estar tan cerca del campamento, a ella se le había hecho el camino mucho más largo. Comprendió inmediatamente que se debía al ritmo lento que debían adoptar por su culpa.

- Podemos intentarlo cuando escampe, pero para eso debemos pasar la noche aquí.

- Mientras, será mejor que preparemos todo y os cambiéis si estáis mojados.

- Yo solo las botas – respondió Alba – bueno y los calcetines.

- Será mejor que nos sequemos antes de hacer nada o pillaremos una buena – intervino Germán.

La lluvia había cesado. Después de secarse y cambiarse las prendas mojadas, comenzaron a montar las tiendas. Natalia permanecía sentada en su silla, apartada de todos, observando como trabajaban. Tenía sed y se volvió para coger la bolsa de su silla, estaba realmente cansada, tanto que le costó sumo trabajo alcanzarla, esos paseos en parihuelas la estaban baldando. Cogió su botella de agua y la bebió casi de un sorbo, inmediatamente se arrepintió recordando las riñas de la enfermera, pero ya no tenía remedio. Intentó colgar la bolsa en la silla, pero no fue capaz. La dejó junto al tronco que tenía más cercano y movió la silla para acercarse a la tienda que debería ser la suya.

Alba y Germán terminaba de montarla, lo habían hecho con rapidez, era increíble la habilidad que tenían. Nancy y Annie se reunieron con los hombres, parecían estar tratando algún tema con seriedad. Luego, fueron a comunicarles que podían intentar buscar a un grupo que no parecía andar muy lejos. Los chicos que habían permanecido en el claro se habían dado una vuelta y habían encontrado un rastro reciente antes de que comenzara a llover. Ilusionados, tras tomar algo ligero y recoger sus mochilas, decidieron intentarlo de nuevo.

En esta ocasión, no se alejaron demasiado, ninguna de las dos científicas se fiaba del tiempo y los llevaron a un pequeño claro de elefantes, situado a unos trescientos metros del que habían instalado las tiendas.

- Esta zona es muy rica en apio salvaje, y a los gorilas les encanta – les explicó Annie.

- El año pasado, montamos aquí nuestro equipo y pudimos filmar casi veinte horas, si tenemos suerte, y esos chicos no están equivocados, podemos verlos aparecer.

- Hemos decidido apostarnos entre la vegetación. Nat, tú... permanecerás en el claro.

- ¿Ahí sola? – preguntó Alba mostrando su desacuerdo.

- Es lo más prudente, estarás muy cerca de mi puesto - le dijo Nancy – a unos cincuenta metros.

- Pero... puede venirse al mío.

- Alba... la silla no podemos meterla ahí, y Natalia no puede estar sentada en el suelo está todo chorreando – se defendió Nancy – salvo que tú Nat prefieras echarte al suelo, pero te aviso que cuando cesa la lluvia, los insectos se ponen en revolución.

- Vale... eh... me quedo aquí – aceptó calibrando cual era la mejor opción - y...¿tengo que hacer algo?

- Nada, esperar como todos.

- Yo intentaré buscar el rastro con los chicos, y si vienen para acá nos avisáis – intervino Annie poniéndose acto seguido en marcha.

Alba las miró extrañadas, había estado allí muchos días con ellas y era la primera vez que se apostaban en un lugar a esperar verlos aparecer. Nancy siempre defendía que había que ir en su busca, era absurdo imaginar que volvería a un mismo lugar, aunque, no se desplazasen demasiado. Estaba a punto de preguntar a qué se debía ese cambio cuando, distraída vio como Germán se llevaba las manos a la cintura y estiraba la espalda. Repentinamente lo comprendió. Nancy no consideraba que el médico pudiese aguantar más caminatas con Natalia a cuestas. Por eso habían optado por aquella senda de elefantes, mucho más despejada, pero por eso mismo era muy improbable que vieran allí algún gorila. Sin embargo, guardó silencio y se refugió donde le indicaron, desde allí podía observar a Natalia que, paciente, jugueteaba con sus manos y miraba de un lado a otro. No pudo evitar sonreír imaginando qué estaría pensando. Seguro que temía el asalto de algún animal.

Casi una hora después, Natalia permanecía con la vista clavada en Alba, su boca dibujaba una leve sonrisa. Pensativa y ligeramente abatida, eso es lo que le parecía a Germán, que no le quitaba ojo, y que, al final, era el que más cerca de ella se encontraba. Creía adivinar, en la distancia, un velo de tristeza en sus ojos y no se equivocaba. Salió de su escondrijo y dudó si cruzar los metros que los separaban y preguntarle cómo se encontraba. La veía allí, paciente y obediente, características que nunca le hubiera adjudicado y le parecía que era la viva imagen de la soledad y el desamparo.

La pediatra, abstraída, no dejaba de pensar en la suerte. La mala suerte de no poder haber visto los gorilas, la mala suerte de que les cayese un chaparrón justo cuando estaban tan cerca y la buena suerte de que ese rayo no les hubiese alcanzado. Todo era cuestión de suerte, buena o mala. No podía dejar de pensar en lo irónico que era todo, tenía la sensación de que cada instante que pasaba la separaba más de la vida, era curioso, cada abrazo de la enfermera, cada beso, cada caricia la hacían sentirse más viva que nunca y a un tiempo sabía que esos momentos podían ser los últimos que disfrutase de verdad junto a ella.

Esos minutos en soledad le estaban permitiendo pensar, algo que no había querido hacer desde que viera aquellos resultados. Y una aprensión tremenda se apoderó de ella. Se imaginó contándole todo a Alba, se imaginó llegando al momento final, teniendo que despedirse de ella, una despedida forzosa, no deseada, una despedida que las haría sufrir, y lo último que ella deseaba era que Alba sufriera.

El médico, al verla tan meditabunda se decidió y se acercó a ella con sigilo.

- Hola – le dijo con timidez sacándola de sus pensamientos.

- Hola – respondió sonriendo, alegre de tener compañía.

- ¿Qué? ¿observando a mi enfermera?

- Sí – admitió volviendo la vista hacia Alba.

- ¿Qué le has hecho?

- ¿Yo? nada, ¿por qué? – preguntó con temor.

- Porque cada día está más guapa – sonrió posando su mano en el hombro de Natalia que le devolvió la sonrisa aliviada.

- Alba siempre está guapa.

- ¿Ves! en eso sí que estamos de acuerdo tú y yo.

- ¿Solo en eso?

- Últimamente sí – suspiró levemente sentándose a su lado en un tronco caído, tras examinarlo con atención.

- No empieces – lo frenó imaginando que otra vez intentaba convencerla de que hablase con Alba.

- Tranquila que no pretendía discutir, solo quería saber cómo te lo estás pasando – optó por preguntarle aquello en lugar de lo que realmente quería saber.

- Bien – respondió escuetamente mirándolo con gesto interrogador segura de que quería algo más, por mucho que lo negase.

- Y decirte que no te preocupes tanto por ella.

- No me preocupo.

- ¡Vamos Lacunza! que desde que se cayó no le quitas ojo.

- ¿Y qué! ¿te molesta?

- No, todo lo contrario – sonrió afable – si te la vas a llevar de aquí quiero que sea para que la cuides.

- Y no la haga sufrir, ya me lo dijiste hace tiempo.

- No iba por ahí – la desdijo - solo quiero que sepas que Alba está bien, tuvo suerte y la caída no fue nada, le molestará el arañazo y puede que le de algo de fiebre, pero nada serio.

- Antes parecía muy cansada y creo que intenta aparentar que no es así. Ha tenido que cargar con tu mochila y...

- ¿Y tú? – la interrumpió - ¿también estás fingiendo?

- Germán...

- Vale... me callo. Pero contéstame a una cosa con sinceridad, por favor.

- A ver... - suspiró – ¿qué cosa?

- ¿Estás bien?

Natalia asintió y lo miró con cariño, agradeciéndole que se preocupara tanto por ella.

- Lo mismo hay suerte hoy y los vemos – cambió el médico de tema.

- Si.

- Así, regresamos antes.

- ¿Ya te has cansado de que Nancy te persiga?

- No es eso, y que sepas que me gusta Nancy, ¡mucho!

- Ya veo que tu enfermera te ha dicho lo que pienso.

- He hablado con ella, pero no me ha dicho nada que yo no imaginase.

- No te enfades, solo fue un comentario, y... puedo estar equivocada.

- Lo estás.

- Pues ya está – le sonrió – y si no es por Nancy,... ¿por qué quieres volver? ¿te has hartado de tanta naturaleza?

- Sabes el porqué, no te hagas la inocente.

- Estoy bien, Germán, ya te lo he dicho.

- No me lo parece, llevas todo el día con mala cara y yo diría que con nauseas. Te he estado observando desde esta mañana. Antes apenas has querido tomar nada.

- Eso es por la leche que he tenido que beber – enarcó las cejas sarcástica - si eso es lo que querías preguntarme... ya te he contestado.

- ¿Te molesta que me haya acercado a hablar contigo? – preguntó intuyendo que Natalia se sentía incómoda en su presencia.

- Si vas a estar calentándome la cabeza todo el rato, sí, preferiría estar sola – mintió.

- En ese caso... tranquila que ya me marcho.

- Aunque antes imagino que querrás preguntarme eso para lo que te has venido hasta aquí y que todavía no te has atrevido – lo desarboló con sus habilidades adivinatorias.

- Nat... yo... - titubeó un instante - tienes razón, quería saber si... ¿has decidido ya algo?

- ¿Decidido sobre qué! si es sobre hablar con Alba estoy cansada de decirte que...

- Sobre eso no, si... si has pensado que harás al volver.

- Entonces.... ¿crees que veremos los gorilas? – cambió de tema sin ninguna intención de entablar una conversación con él al respecto.

- Nat....

- Germán... no quiero pensar en ello, me siento bien, ¡muy bien! Hace mucho tiempo que no me sentía así. No entiendo esos resultados y no quiero pensar en ellos, ahora no. Ya tendré tiempo de hacerlo en Madrid.

- Pues... por tu cara.. yo diría que sí que estabas pensando en ello.

- ¿Vas a controlar también en lo que pienso? – preguntó molesta.

- No, pero es que también diría que no estás tan bien como dices, ¿qué ha pasado esta mañana?

- Nada, ¿a qué te refieres?

- ¿Estabas muy cansada? Alba me ha dicho que has dormido agitada y que...

- ¡Germán, por favor!

- Es que me preocupa que... esta excursión es muy dura y...

- Ya sé que es muy dura, estoy aquí.

- Pues habla de una vez con Alba, ella entenderá que necesites volverte. Y si no ves los gorilas ya tendrás tiempo de volver cuando estés bien.

- ¿No decías que no querías discutir? Pues deja de sacarme el tema.

- Lacunza hay veces que no te entiendo, ¡te lo juro!

- Es que tú no tienes que entenderme.

- Vale, vale, no levantes la voz – le dijo mirando hacia los demás que seguían apostados en distintos puntos bordeando el claro.

- Pues deja de darme el coñazo.

- Alba no deja de dármelo a mí, y eso es el efecto rebote – se levantó – si no lo haces tú, tendré que decírselo yo, porque ya no sé como darle largas y no quiero mentirle, es mi amiga.

- Y yo tu paciente, ¿o lo has olvidado?

- Lacunza... Alba me conoce muy bien y sabe que le oculto algo y... no sé como...

- Tú te callas – alzó de nuevo la voz y esta vez sí todos los miraron.

Alba se levantó de su escondrijo y se encaminó hacia ellos, dando grandes zancadas y visiblemente molesta.

Germán y Natalia la observaban con cierto temor imaginando lo que les esperaba.

- ¿Has visto lo que has conseguido? – intentó susurrar Germán – con tu cabezonería, ¡vas a conseguir aguarnos la excursión a todos! – habló con genio - Lacunza, ¿para qué coño gritas!? ¿no hablas con ella para no estropear estos días y qué coño crees que estás haciendo con esa cara de vinagre?

- ¿Yo? – preguntó con un hilo de voz sintiendo que se le saltaban las lágrimas ante su tono agrio y cansado. No se esperaba esa reacción airada del médico.

- ¿Se puede saber qué pasa? – llegó Alba hasta ellos, con el ceño fruncido y los brazos en jarra.

- ¡Nada! – soltó Germán casi como un latigazo, marchándose a grandes zancadas.

- Nat... - la miró enfadada pero rápidamente se dio cuenta de que estaba afectada por algo – eh... cariño... pero... ¿ya habéis discutido? – le preguntó más suave. Natalia negó con la cabeza – mi amor... ¿qué ha pasado?

- No tiene importancia Alba – intentó controlar la congoja que sentía – no ha pasado nada.

- ¿Y por qué lloras entonces? – insistió adoptando de nuevo un tono más agresivo, era evidente que entre los dos estaban consiguiendo ponerla de mal humor.

- Por nada, no me hagas caso.

- Ya – musitó con genio frunciendo el ceño – estoy harta de vuestras tonterías, ¡joder! ¿No eres capaz de controlar tu ironía un poco? solo un poco Nat, aunque sea por mí – le pidió enfadada – creí que ya os llevabais mejor.

- Y nos llevamos.

- Tú misma le pediste que nos acompañase, ¿para qué? ¿para estar todo el día lanzándole puyas y riéndote de él?

- No me río de él y no te preocupes que era una tontería.

- Pues conseguís con esas tonterías – enfatizó la palabra con ironía intentado hacerle ver que no creía sus palabras - incomodarnos a todos.

- Perdóname – elevó sus acuosos ojos hacia ella, no soportaba que Alba le hablase de esa forma - te juro que no volverá a pasar.

- No me jures nada, ¡pídele perdón y muérdete la lengua! – le espetó, dándose la vuelta y alejándose en busca del médico.

- Alba... - musitó con la barbilla temblorosa, mordiéndose el labio inferior, controlando las lágrimas que pugnaban por salir.

La enfermera llegó al lugar donde Germán se había agazapado y se agachó junto a él. Germán suspiró, cuando Alba ponía esa cara no podía esperar nada bueno, estaba cuando menos molesta y mucho se temía que comenzase con uno de sus interrogatorios, ¡lo último que él deseba! Por eso intentó ser él quien tomara la iniciativa de la conversación.

- Es tarde y Nancy dice que esta mañana será difícil que los veamos, en unos minutos los chicos van a por leña, volveremos a las tiendas y... comeremos algo consistente, no como ese mejunje que nos ha dado Nancy antes de venirnos para acá – intentó bromear - y.... esta tarde...

- ¡No vuelvas a hacerla llorar! – le dijo con rabia contenida, sin prestar atención a sus palabras - ¿para eso querías venir con nosotras?

- Encima me caerá a mí la bronca – musitó mohíno.

- Sí, a ti – soltó mostrando lo cansada que estaba de esa situación - ¡estoy harta! si no eres capaz de no hacerla saltar, haz el favor de no acercarte más a ella.

- ¡Lo que faltaba! eso se lo dices a ella, que es la que siempre está a la que salta, yo solo he ido a darle charla, me daba cosa verla allí sola.

- No te justifiques. Estás consiguiendo que ...

- Ya... estoy fastidiando todo ¿no es eso? ¡a la mierda, hombre! – se levantó enfadado dejando a Alba perpleja, Germán jamás le había hablado así – me voy con los chicos a buscar leña – le dijo cogiendo su mochila y marchándose a toda prisa para alcanzar a los dos portadores que se habían marchado hacía unos minutos camino del campamento.

- ¡Germán! no puedes ir solo – intentó hacerse oír, pero el médico continuó dándole la espalda y no hizo ninguna intención de volverse - ¡Germán!

Alba también salió del escondrijo, tremendamente preocupada. Miró hacia Natalia, comenzaba a estar más que harta de esas discusiones. Barajó la opción de ir a decirle a Nancy que Germán se había marchado, pero si lo hacía tendría que explicarle que Natalia y él habían discutido, y no quería hacerlo. Encaminó sus pasos hacia la pediatra.

Natalia la vio salir de la maleza y dirigirse hacia donde ella se encontraba, una enorme sonrisa se dibujó en su rostro, estaba harta de estar allí sola, tenía la sensación de que era un blanco fácil para cualquier animal que tuviese algo de apetito. Pero esa sonrisa se fue difuminando cuando vio la expresión enfadada que traía la enfermera.

- ¿Ves lo que has conseguidos con vuestras tonterías? – le espetó nada más llegar a su altura – Germán se ha marchado solo, ¿y si le pasa algo?

- Es mayorcito para pillar rabietas.

- Y tú también lo eres para estar todo el día dándole donde más le duele.

- Yo no he hecho eso – se defendió – ni siquiera sabes lo que ha pasado y ya me estás echando la culpa a mí.

- ¿Y qué ha pasado?

- ¡Nada!

- Claro... para qué preguntaré, ¡doña hermética! que nunca pasa nada. Pues que sepas que me tenéis harta, ¡muy harta los dos!

- No te enfades - le pidió con suavidad – por favor, Alba...

- ¿Qué no me enfade? ¿qué no me enfade? – repitió calentándose cada vez más – lo siento, pero es que no os entiendo, y a ti menos, ¡joder! que está todo el día detrás tuya, todo el día pendiente de ti, cargando contigo, ¿qué mas tiene que hacer para que lo dejes en paz y no estés todo el santo día metiéndote con él?

Natalia bajó la vista, sentía unas enormes ganas de echarse a llorar, pero Alba le decía que se había vuelto una llorona, y no quería hacerlo, tragó saliva varias veces, intentando controlar la congoja que sentía. Estaba resultando ser un día de mierda, una auténtica pesadilla, se había levantado muy cansada, sin ganas de nada y con el estómago revuelto y si se había mostrado animosa y con ganas de pasar por todas aquellas calamidades era por ella, por Alba. Y ahora la tenía allí delante, gritándole y echándole en cara cosas que ni siquiera había hecho. Comenzó a pensar que lo que ocurría era que ella estaba allí demás, que su presencia ralentizaba la marcha de todos y los obligaba a cambiar de planes continuamente. Ahora mismo deberían estar en mitad de la selva intentando dar con el rastro de esos gorilas y, en cambio, estaban allí apostados, en espera de una familia que lo más seguro es que no fuese hacia allí.

Alba aguardaba que dijese algo, pero Maca permanecía con la vista en sus botas, en silencio.

- ¿No dices nada? ¿ni siquiera eres capaz de defenderte?

- Tienes razón – admitió mirándola con tristeza – siento ser una carga, lo siento. Y... en cuanto vuelva Germán... me disculparé con él.

- Nat... - la observó con atención hacía mucho que no la veía tan abatida y, diría que decepcionada – tampoco es eso... no me hagas caso... es que... me he puesto nerviosa al ver que se iba solo y... no quiero que le pase nada.

- Yo tampoco.

- ¿Me prometes que vas a dejar de reírte de él?

- No me río de él.

- ¿Me lo prometes?

- Sí – arrastró la palabra con cansancio, era como hablar con un mueble cuando se le metía algo en la cabeza no había quien la hiciera escuchar que las cosas no eran como imaginaba.

- Bueno... eh – le levantó la barbilla más risueña – no me gusta discutir contigo, cariño.

- A mí tampoco – suspiró - ¿estaremos aquí mucho rato?

- Pues... teniendo en cuenta que Germán y los porteadores no están.. ¿tú que crees?

- Estoy cansada y... tengo mucha sed.

- Tienes agua en la bolsa, ¿por qué no has bebido?

- Porque no llego bien a cogerla, no sé cómo la habéis enganchado que no puedo coger la bolsa.

- Ay, mi niña – sonrió haciéndole una carantoña y echando el cuerpo sobre ella abrió la tapa y metió la mano en busca de la botella, tanteando para dar con ella, un fuerte pinchazo la hizo retirarse con rapidez - ¡joder, Maca! ¿qué has metido ahí? – preguntó moviendo la mano de arriba abajo mostrando el dolor que sentía.

- ¿Yo? nada.

- ¡Mierda! ¡mierda! – exclamó mirándose la mano.

- ¿Qué pasa? ven deja que vea qué... – intentó coger la mano de la enfermera, pero Alba se apartó.

Sus ojos mostraban temor y enfado a un tiempo.

- ¿Pusiste la bolsa en el suelo?

- ¿Qué?

- ¡Joder! que si la has puesto en el suelo.

- Eh... no sé... no recuerdo – dijo pensativa – eh... bueno... creo que sí, que... en el suelo exactamente no – respondió dubitativa mientras Alba no paraba de observar el dorso de su mano, sin escuchar las explicaciones de la pediatra, el color había desaparecido de sus mejillas y el miedo se había instalado en su mirada – creo que... la puse en un tronco.

- ¡Uff! ¡mierda! – dijo girándose con la mano sujeta a la altura de la muñeca buscando con la mirada a Nancy o Annie, que se encontraban demasiado lejos, sabía que no debía moverse, pero miró a Natalia y luego a sus amigas – ¡mierda!

- Pero ¿qué pasa? – preguntó inquieta al verla en ese estado.

- ¿Es que eres incapaz de recordar unas simples instrucciones? – casi le gritó, presa ya del pánico.

- Cariño... ¿qué pasa? – repitió comenzando a asustarse también – ven, ven aquí – intentó alcanzarla para sentarla en sus rodillas al verla blanca como la cera.

- No te muevas de ahí, veas lo que veas y oigas lo que oigas no te muevas, ¿entendido? – le ordenó casi sin fuerza, palideciendo aún más por el dolor que sentía – tengo... tengo que hablar con Nancy – balbuceó alejándose con paso titubeante.

- ¡Alba! pero dime qué pasa – gritó desobedeciendo otra de las instrucciones.

Alba cada vez estaba a más distancia, Natalia la escuchó llamar a Nancy con apremio. La bióloga salió de su puesto y acudió con presteza junto a Alba. La pediatra observó cómo le examinaba la mano y como con cuidado la obligaba a sentarse y luego tumbarse en el suelo. La preocupación de Natalia creció hasta el punto de apoyar sus manos en las ruedas y a pesar del dolor que tenía en sus brazos por aquellas malditas parihuelas y del cansancio que arrastraba, decidida a ir hasta donde se encontraban. Pero recordó las palabras de Alba, "veas lo que veas y oigas lo que oigas, ¡no te muevas!" Deseaba acudir junto a ella, necesitaba saber qué ocurría, cuando un sonido sibilante se escuchó a su espalda. Al principio, angustiada por la enfermera no le prestó atención, pero a la tercera vez que se repitió, su corazón se aceleró desmedidamente y se le heló la sangre, acababa de comprender lo que había sucedido.

No se atrevía a moverse, aunque su mente y su instinto le pedían a gritos que saltara de la silla, su cuerpo permanecía completamente paralizado. Intentó recordar las recomendaciones de la bióloga al respecto, por una vez, decidió seguirlas y permaneció quieta. Allí estaba de nuevo aquel sonido sibilante, como un siseo a su espalda que le provocaba un escalofrío profundo, una repulsión que la hizo temblar de impotencia. Miró por encima del hombro temiendo encontrarse con lo que tanta repulsión le producía, ¡odiaba las serpientes! Y tenía claro que a Alba le había picado una y, lo que era peor, por su culpa, Germán se había marchado con la mochila donde estaba guardado todo el botiquín, incluidos los antídotos que siempre transportaba el médico.

Nancy estaba dando órdenes que ni entendía ni podía escuchar con claridad. Desesperada apoyó las manos en los brazos de la silla y se dispuso a contravenir las órdenes de inmovilidad, se tiraría al suelo y se alejaría de lasilla, no soportaba la idea de que la serpiente estaba a su espalda. Pero no tuvo tiempo. Annie, alzó la voz ordenándole que no se moviera y uno de los rastreadores llegó hasta ella en cuestión de segundos, seguido de Annie que mostraba en su rostro la inquietud que sentía. La izaron de lasilla, y Annie con sumo cuidado cogió la bolsa que colgaba del respaldo. Luego la dejaron sentarse y se apartaron con Annie. Ella no se lo pensó dos veces, accionó la silla con todas sus fuerzas ansiosa por llegar junto a Alba, que yacía tumbada en el suelo y Nancy, arrodillada junto a ella le estaba inmovilizando el antebrazo y colocándole una venda fría encima de la herida.

- ¿Qué pasa? – preguntó con temor, segura de conocer ya la respuesta, y casi sin resuello por el esfuerzo que acaba de realizar y que a punto había estado de dar con ella en el suelo.

- Me ha mordido una serpiente – dijo Alba aparentando una calma que no sentía, estaba completamente pálida y su rostro mostraba un rictus de dolor.

- Hay que limpiar la herida para que no se infecte e inmovilizarla, si es venenosa retrasaremos la actuación del veneno – le explicó Nancy igualmente segura y calmada.

- Pero... ¿cómo si es? ¿no lo sabéis? ¡habrá que hacer algo! habrá que saber si....

- Ya hemos llamado a Germán por radio – la interrumpió la bióloga - Él lleva el botiquín con los antídotos, y ya viene de camino, tardará unos veinte minutos.

- ¿Veinte minutos? ¡eso es mucho! – exclamó recordando los protocolos en esos casos.

- No te preocupes, Nat, no me va a pasar nada. Venimos preparados para casos como éste – le dijo Alba, esbozando una leve sonrisa.

Natalia clavó sus ojos en ella, la cabeza le daba vueltas, se sentía mareada y muy asustada, la idea de que a Alba le ocurriese algo la llenaba de una angustia que no podía controlar, le faltaba el aire. Se pasó una mano por la frente y tomó aire varias veces. Nancy se giró hacia ella.

- ¿Estás bien? – le preguntó alertada por su palidez.

- Sí – respondió intentando controlar ese ataque de ansiedad, sabía que era eso, no podía ser otra cosa. Hacía tanto que no tenía uno que casi se había olvidado de ellos.

- Nat – la observó Alba desde abajo – ¿seguro que estás bien? – preguntó intentando incorporarse.

- ¡Alba! ¡no te muevas! – le ordenó Nancy.

- Sí, no te preocupes – respondió Natalia calmándola - estás sudando – comentó la pediatra poniéndole la mano en la frente y levantando sus ojos hacia Nancy – seguro que...

- Nat – la interrumpió la bióloga, devolviéndole la mirada - si es venenosa, la excursión se ha terminado para ella. Habrá que ingresarla en el hospital.

- Y... cuando sabremos si lo es.

- Annie está comprobando qué tipo de serpiente es – dijo señalando hacia el lugar en que la científica se había retirado junto a uno de los porteadores con la bolsa de la silla.

- Cariño – murmuró Natalia casi con las lágrimas saltadas tendiendo la mano para acariciar el pelo de la enfermera sin importarle lo que pudiera pensar nadie.

- No te preocupes me siento bien, solo me quema un poco la mano y me la noto como dormida.

- ¿Te sientes mareada o con nauseas? – le preguntó Natalia recordando el procedimiento en esos casos.

- No, me siento bien.

- ¿Sientes presión en el pecho o...?

- Tranquila, que yo sé lo que hay que hacer – la apartó Nancy un instante para atender a Alba – son gajes del oficio, no seré médico, pero he tratado unas cuantas de éstas.

- Yo también lo sé – murmuró imperceptiblemente retirándose y dejándola hacer.

Alba la observó, parecía tan triste y abatida que levantó la otra mano.

- Ven aquí, cariño, dame la mano – le pidió con dulzura y Natalia accionó, inmediatamente la silla para situarse a su otro lado.

- Alba no te muevas, mientras menos te muevas y hables, más retrasarás la extensión del veneno.

- ¿Pero es venenosa? – insistió la pediatra, convencida de que lo sabían, pero no querían decirla verdad para no alarmar a Alba.

- En el caso de que lo sea, Nat – repitió con impaciencia.

- Tranquila, que no me va a pasar nada – le dijo Alba volviendo a levantar la mano hacia ella.

- Escucha a Nancy y hazle caso, no hables mi amor – le dijo por primera vez públicamente, bajando de la silla y permaneciendo sentada en el suelo, con la mano de Alba entrelazada a la suya y acariciándole el pelo con mimo.

Alba cerró los ojos con una enorme sonrisa, había merecido la pena que le picara esa serpiente aunque solo fuera por ver a Natalia desesperada por ella y escucharla decirle "mi amor". "Mi amor", repitió mentalmente, mientas una sensación de somnolencia la invadía.

Un par de horas después. Natalia permanecía sentada en su silla, con una manta sobre las piernas, esperando que Germán y Nancy salieran de la tienda donde Alba descansaba. El nerviosismo se había apoderado de ella y como siempre que eso le sucedía, sentía el estómago revuelto y un persistente dolor en la boca del mismo que le subía casi a la garganta. Anhelaba conocer lo que estaba ocurriendo en el interior de su tienda. El médico no la había dejado entrar con ellos, esgrimiendo que necesitaban espacio para trabajar, y fue Nancy la que lo ayudó a instalar a la enfermera consiguiendo que Natalia sintiese que no servía siquiera para ayudar en un caso así. Cuando lo vio salir y cruzar unas palabras con Nancy, suspiró entre melancólica y aliviada, la actitud despreocupada de ambos le transmitía la seguridad de que no debía temer por la enfermera. Sin embargo, hasta que no se lo escuchase decir no estaría tranquila. Germán la buscó con la mirada, Natalia continuaba en el mismo lugar donde la dejara, y el médico se encaminó hacia ella con paso ligero. Cuando lo tuvo a su altura, clavó sus ojos en él, expectante, y asustada por su estado.

- No te preocupes, Alba está bien, no había veneno – le dijo nada más llegar.

- ¿Estás seguro?

- Yo no, no tengo ni idea de esos bichos, pero estás con dos de las mejores... - señaló hacia donde Nancy y Annie preparaban su equipo de filmación.

- Estudian monos y elefantes – protestó ligeramente despectiva.

- Y llevan más de veinte años en este terreno, una cosa es que estudien otros animales y otra muy diferente es que no conozcan el medio en el que se mueven - las defendió esbozando una sonrisa e imaginando a qué venía ese tono – además, si le hubiese inoculado veneno, Alba no estaría durmiendo – enarcó las cejas – eso puedo asegurártelo.

- No teníamos que haber venido...

- Eso ya te lo dije yo, pero no por Alba, si no por ti, ¿cómo estás?

- Si le llega a pasar algo.... – murmuró casi con las lágrimas saltadas, ignorando su pregunta, mostrándose cabizbaja.

- ¿A mí enfermera milagro? - preguntó sarcástico – ¡con ella no hay serpiente que pueda! – sonrió acariciándole el antebrazo y sentándose en el suelo, frente a ella – ¡es la chica de la suerte!

- Vaya suerte – murmuró.

- ¿Te parece poco que la mordedura haya sido seca! eso solo pasa en el cincuenta por ciento de las ocasiones.

- No entiendo como ha pasado...

- Dejaste la bolsa en el suelo y se metió.

- ¡Eso ya lo sé! me refiero a como ha sido una mordedura seca.

- El veneno estaba en la bolsa y... estaba destinado a ti – sonrió ante el repeluco que le dio a la pediatra - Intentaste coger el agua ¿verdad?

- Sí, pero no llegaba y... me enfadé. Golpeé la bolsa, pero no había forma de descolgarla.

- Pues ahí lo tienes, mordió a través de la bolsa, y se vació. Cuando Alba metió la mano no tenía nada para inocularle.

- ¿Pero estás completamente seguro? ¿ni siquiera un poco? Leí un artículo en el que...

- Lacunza ¿crees que no me he asegurado?

- Perdona.

- Si tienes razón, podría haber inyectado algo, pero han pasado más de dos horas y no presenta ni un solo síntoma.

- No debería estar sola.

- Nancy está con ella.

- ¿Nancy? – lo miró frunciendo el ceño y luego miró hacia donde Annie continuaba con su tarea en soledad, los celos que ya experimentara en su día cuando ni la conocía volvieron contada su fuerza, primero no la dejó acercarse a Alba y ahora se encargaba de cuidarla - ¡quiero estar yo!

- Lo estarás, tranquila que lo estarás – sonrió al ver su reacción - ¿celosa?

- No – musitó con un suspiro.

Natalia bajó los ojos y jugueteó con sus dedos apoyando los codos en sus rodillas.

- Ya está bien Lacunza, cambia esa cara. No le va a pasar nada a Alba, y... si no te hemos dejado entrar no es porque no seas capaz de atender un caso así, sino porque no te veía bien, estabas más pálida que ella y... aún lo estás. He sido yo quien le ha pedido a Nancy que se quede con Alba.

- Ya... gracias, pero... ¡no te creo!

- ¡Venga Lacunza! ¿crees que si no confiara en ti te hubiera dejado trabajar en mi campamento? – le preguntó sonriente y bajándola voz volvió a posar su mano sobre la de ella - Siento haberme puesto antes así y siento haberte hecho llorar.

- Tú no has hecho nada, solo intentar ayudarme – lo miró fijamente – soy yo que....

- Alba no piensa lo mismo, cree que me paso el día chinchándote.

- Intenta protegerme... como todos – respondió hastiada, pero con un esbozo de sonrisa ante esas palabrejas que usaba.

- Pues no la dejes, salvo... que te guste.

- Me gusta que me cuide – reconoció – y que se preocupe por mí.

- Pues tú deja de hacerlo por ella... porque ha tenido suerte. Y te tenía a su lado.

- ¿A mí? ni siquiera he podido hacer nada por ayudarla.

- Vamos... no seas cría y anímate, en un rato despertará y lo último que querrá es verte así.

- Pero... es que... si le pasa algo yo... yo... ¡me muero!

- No digas tonterías, y deja de ser tan dramática, en unas horas estará como nueva, le dolerá un poco la mordedura y puede que le de algo de fiebre, tendremos que tener cuido con las infecciones, pero me traje de todo – confesó ladeando la cabeza – eso sí esta noche tendrás que vigilarla, las serpientes y los lagartos tienen muchas bacterias en sus bocas y una mordedura siempre es peligrosa, aunque no sea venenosa.

- Ya lo sé, las secreciones salivales tóxicas pueden producir problemas – le dijo con un suspiro demostrando que sabía de qué hablaba y él comprendió que no habían hecho bien dejándola al margen, pero eso ya no tenía remedio - y no te preocupes que lo haré, estaré muy pendiente de ella. ¿Tiene edema?

- Un poco, habrá que vigilar si crece demasiado.

- Pero si no ha habido veneno no debería crecer mucho.

- Bueno... tú vigílala y contrólale la fiebre porque le va a dar, eso seguro.

- Lo haré – miró hacia abajo con desgana - ¿no tendría nauseas? antes me pareció que...

- Antes estaba asustada y nerviosa, pero ya te digo que está bien. Lo importante es que descanse, que esté tranquila y que se mantenga caliente.

- Ya lo sé.

- ¿Qué te pasa, Lacunza? – le preguntó directamente - no es solo por Alba, ¿me equivoco?

Natalia apretó los labios mirándolo fijamente, de pronto, le habló en un tono que él casi ni recordaba, el mismo que usaba en sus años de facultad cuando compartían confidencias.

- Tenías razón, Germán, yo no tenía que haber venido y... sí, antes... cuando me enfadé contigo... estaba pensando... pensaba... pensaba en la muerte. De hecho, hace años que pienso en ella.

- Lacunza... - intentó intervenir para animarla, pero Maca no lo dejó.

- Desde que... desde que estoy en esta silla... hay veces que... que he tenido la sensación que era la única promesa que se iba a cumplir en mi vida, que... antes o después, eso no me iba a fallar – habló temblorosa y él supo que tenía la necesidad de desahogarse, recordaba cuando se ponía así, debía estar a punto de llegar a su límite para que le hubiese escogido a él.

- Eso lo sabemos todos. La muerte es inevitable – le sonrió afable – no solo para ti.

- Sí... te vas a reír – clavó sus ojos en él con preocupación - pero... tengo la sensación de que... en mi caso, está más cerca de lo que creo.

- ¿Otra vez con los dramatismos? si lo dices por esos análisis.... no estoy de acuerdo.

- No es solo por eso, es.... – lo miro fijamente, guardó silencio y sonrió con tristeza – es igual, tienes razón, dramatizo y desvarío. Lo de Alba me ha... impresionado, me ha... afectado demasiado y.... me ha... hecho pensar.

- Te entiendo – volvió a posar su mano sobre la de ella, Natalia se había echado atrás, pero él sabía que necesitaba hablar, que necesitaba sentir que todo iba a ir bien – te reconozco que yo también me asusté cuando me llamasteis por radio, han sido los veinte minutos más largos de los últimos tiempos, volví cagando leches y mira – se levantó el pantalón – he dado un par de buenas trencheretas.

Natalia observó sus rodillas llenas de cardenales y algún que otro arañazo y soltó una carcajada, ¡cuánto tiempo hacía que no lo escuchaba decir aquello!

- Así me gusta, verte reír.

- ¿Sabes? a pesar de todo... creo que tengo suerte.

- ¿A pesar de qué?

- De cómo estoy, de esos análisis, y de... de mi vida en Madrid. Si lo pienso tengo suerte, y... no dejo de pensar que estos días aquí con... con ella... que... - lo miró fijamente y de nuevo guardó silencio, un silenció que Germán respetó conocedor de que no debía presionarla, y del mucho trabajo que le costaba siempre abrirse a los demás - ¿Sabes? – acabó diciendo - en Madrid, cuando pensaba en la muerte, me angustiaba, me... no sé cómo explicarlo, era algo que... sentía que tenía pendiente lo de Alba, pero ahora, estos días..., cuando pienso que... en fin, que pienso que cuando me llegue la hora podré decir que he vivido, que he amado, que he sido inmensamente feliz unas veces y tremendamente desgraciada otras, pero... no sé... aquí... ¡he perdido tanto tiempo, Germán! ¡tanto! – suspiró y volvió a callar, Germán esperó que siguiera hablando, pero no lo hizo y se decidió a preguntar.

- ¿Preferirías que no hubiera sido así?

- ¿Qué?

- Que si preferirías haber llevado una vida.. digamos... menos intensa – le sonrió - porque yo te recuerdo de otra forma.

¿De qué forma? – le lanzo una mirad entrecuriosa, interesada por su opinión y extrañada por sus palabras.

- Haciendo un símil deportivo siempre te he visto de titular, no eres de esas que prefieren estar en la banda, esperando acontecimientos.

- Sí, siempre he intentado llevar las riendas de mi vida, pero a veces, he perdido el norte.

- Eso nos pasa a todos, pero tú has sabido darle un sentido a tu vida, y seguir a delante, a pesar de todo. Nunca hubiera esperado menos de ti – le sonrió orgulloso y fue ahora ella la que le acarició la mano.

- ¡Gracias!

- Si te soy sincero Lacunza, el día que te vi en ese camión, y vi... la silla... tuve la sensación de que era una mierda, que había dejado perder a mi mejor amiga por... por cabezonería, pensé que tenía que haberte explicado y que... que... te fallé, que....

- ¡Eh!... - lo interrumpió con una mirada burlona - ¿has dicho mejor amiga? ¡pero si estamos siempre como el perro y el gato!

- Sí... pero... ¿qué sería del correcaminos sin el coyote? ¿eh? – bromeó burlón.

- ¡Qué bobo eres! – lo miró enternecida.

- Cuando te insisto en si has decidido algo, no es por darte el coñazo – le dijo torciendo la boca en una mueca de circunstancias – solo... quiero que estés bien y que... te cuides.

- Ya lo sé... - reconoció con franqueza – me pongo a la defensiva y... me cabreo... pero... no es por ti, es porque.... ¡me siento tan impotente! – suspiró de nuevo y bajó la voz, casi murmurando, como si le costase trabajo reconocer aquello - sé que tienes razón, que debo hablar con ella, que debo coger el toro por los cuernos y decirle lo que me pasa. Y si, como hoy, estoy muy cansada, ser sincera y reconocerlo.

- ¿Estás muy cansada?

- Aunque no lo creas ahora estoy mucho mejor, no sé, habrá sido la adrenalina de lo de Alba, pero... hasta ese momento...llevaba un día.. que uff, ¡amanecí hecha una mierda! ¡esas parihuelas me matan! Y... se me habrá bajado la tensión. Está claro que la vida en la naturaleza no es para mí – habló con precipitación Germán tuvo la sensación de que intentaba convencerse a sí misma de lo que decía, y la observó preocupado.

- ¿Seguro que son solo las parihuelas?

- Sí, seguro, ¡me dolía todo el cuerpo! ¡Tengo agujetas hasta en el pelo!

- Lo que debes es ser prudente, esa analítica es la primera que mandé a Kampala, están las otras dos y... algo me dice que saldrán mucho mejor. Pero... Nat, has estado muy mal, ¡mucho! te aseguro que hubo veces que temí... bueno ya me entiendes, y... ha pasado poco tiempo aún. Por eso no quería que hicieras esta excursión, no solo por esa analítica sino porque... porque debes seguir siendo prudente y no excederte. Debes descansar y dormir lo suficiente y ...

- ¿De verdad crees que saldrán bien las otras analíticas?

- ¿No me estás escuchando?

- Sí, pero...

- Sí, lo creo.

- ¡Ojalá sea así! – suspiró y volvió a ensimismarse, pensativa.

Germán apoyó su mano sobre las de ella, que temblaban incontroladas, y le sonrió para tranquilizarla interpretando que esos temblores se debían al nerviosismo que le producía esa conversación, pero algo le decía que no era así, Natalia no parecía especialmente nerviosa, todo lo contrario, la charla le estaba dando una calma que no parecía tener al principio, se estaba desahogando y eso la hacía sentirse mejor.

- ¿Estás bien? – terminó por preguntar al ver que no se arrancaba a seguir hablando. Natalia elevó sus ojos hacia él, su mirada se había oscurecido.

- Sí – hizo una breve pausa – Germán...alguna vez... - se calló y clavó sus ojos en el suelo, arrepentida de lo que iba a decirle.

- ¿Alguna vez qué? – le preguntó al ver que bajaba la cabeza y evitaba mirarle a los ojos, guardando silencio.

- ¿Alguna vez te has levantado con la sensación de que ese día podía cambiar tu vida y... luego ha sido así?

- Eh... no. Vamos que... no sé a qué te refieres exactamente – la observó extrañado de lo que entendió un cambio de conversación.

- El otro día... cuando fuimos a Kampala... yo... me levanté con un mal presentimiento... creía que era porque Alba se marchaba y... sentía aprensión por lo que pudiera ocurrirle y... sin embargo...

- Entiendo, te refieres a levantarte tan tranquila y sin saberlo, llegue un aguafiestas como yo, te obligue a hacer algo que no quieres y la vida ya nunca más volverá a ser igual.

- Exacto, tengo miedo de que llegue el día en que abra los ojos y... no sospeche siquiera que será el último, que... que todo está a punto de acabar.

- Eso nadie lo sabe Lacunza y tú no deberías pensar esas cosas.

- Sí – musitó pensativa – pero no puedo evitarlo, mira hoy.. si esa serpiente le hubiese inoculado veneno... Alba se levantó con tanta energía, ¡tan ilusionada! tan llena de vida... Y... podía haber sido el último día.

- Lacunza...

- Desde el otro día, y... a pesar de todo esto – señalo a su alrededor – a pesar de esta maravilla de lugar,... ¡no puedo evitarlo! no puedo evitar pensar en el tiempo y en la muerte... en...

- ¿Maravilla de lugar? ¿bichos incluidos? – bromeó intentando animarla, Annie y uno de los chicos se aproximaron hacia ellos extendiendo un cable del que colgaban algunas latas dispuestos a rodear el campamento con él.

Natalia los observó, y no respondió a la broma del médico, se limitó a mirarlo fijamente y él mudó su aire burlón por uno de seriedad absoluta.

- Perdona, Lacunza, sigue, ¿qué me decías? – se disculpó por su inoportuna broma.

- Es igual, tienes razón, me he puesto triste con lo de Alba y... pero no quiero darte la brasa.

- No me la das. Me alegro de que hablemos.

- Yo también, Germán.

- ¿Damos un paseo? – le preguntó de pronto.

- ¿Un paseo? – mostró su desgana.

- Ven – se puso tras ella y la alejó de las tiendas, se sentó en una roca frente a ella – y ¿bien? aquí nadie nos escucha. ¿Por qué estás tan... así?

- ¿Así como?

- Triste, angustiada, pesimista...

- Porque no quiero vivir todos los días como si no pasara nada. No soy capaz, lo intento, intento disimular, intento sonreír, pero... ¡me cuesta tanto! No quiero vivir como si tuviera todo el tiempo del mundo porque sé que no lo tengo, quiero ¡vivir! vivir con ella, quiero decirle lo que nunca le dije y...

- ¿Y por qué no lo haces?

- No sé – bajó la vista – no sé – murmuró.

- Bueno... date tiempo... apenas llevas un mes aquí y... has pasado por muchas cosas.

- Es... que... tengo la sensación de que eso es, precisamente, lo que no tengo, ¡tiempo!

- No te agobies, y no pienses tonterías. Vas a tener tiempo para hacer todo lo que quieras, solo tienes que tomártelo en serio y cuidarte. Y hablar con ella.

- No quiero que me pase eso, Germán. Lo he visto montones de veces – le dijo dejándolo desconcertado ¿qué es lo que no quería que le pasase! pero no la interrumpió - No quiero que mi vida se reduzca a una habitación con cuatro paredes, un cuarto de baño y médicos entrando y saliendo, entre nosotros, ¡odio los médicos! Odio estar allí tumbada en la cama. Odio escuchar el silencio del pasillo, que solo se rompe con el llanto que se ahoga en las gargantas de quienes te quieren, que no se atreven a llorar delante tuya y lo hace cuando salen. Y odio sentirme culpable por provocar esos llantos. Y odio saber que el final está llegando – habló con precipitación, casi con rabia y su amigo comprendió que recordaba los días posteriores a su accidente - me preguntas por qué no hablo con ella, no lo hago por eso, porque no sé si quiero que Alba esté en ese pasillo, no sé si quiero que ella sea de esas personas que estén ahí, esperando lo inevitable, llorando sin que me deje verla.

- Lacunza... ¿me estás diciendo que estás pensando en dejarla?





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