La Clínica

By marlysaba2

102K 5K 2.7K

Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 78

761 28 1
By marlysaba2


Al descender la pediatra no dio crédito a que allí mismo multitud de pájaros y algunos hipopótamos estuviesen en el agua, aún con la presencia de los primeros turistas.

- ¡Es increíble! parece que hasta les gusta que haya gente – comentó asombrada.

- Son bastante tranquilos, ya te lo dije – le sonrió Alba.

- Ya, pero... más que tranquilos parece que... les interesa la gente.

- Los hipopótamos están bastante acostumbrados al ser humano – le dijo Nancy – conviven en los ríos con los lugareños y los niños juegan subiéndose a sus lomos.

- ¡No me lo puedo creer! – la miró atónita – pero si en esa boca cabría...

- ¡Un par de críos! – saltó Germán con una carcajada – son vegetarianos Lacunza – le dijo con cierta sorna – no temas que no se zamparan a ninguno.

- Ya lo sé - enrojeció levemente creyendo que se burlaba – pero... son salvajes y... muy grandes... un niño....

- Los niños de aquí están acostumbrados, conviven con ellos desde pequeños – le habló la bióloga con dulzura al ver que Natalia lanzaba una mirada al médico que no comprendió - aprovecha para sacarles unas fotos si quieres porque faltan unos minutos para embarcar – continuó sin entender muy bien porqué entre ellos parecía existir una especie de rivalidad.

La pediatra así lo hizo, preparó su cámara y Alba la llevó a unos metros más allá para que tuviese más visión, sin embargo, la mantenía bastante alejada de la orilla.

- ¿No podemos acercarnos más? – le preguntó deseando hacer un primer plano de aquellos inmensos animales.

- Por poder, podemos meternos en el agua, Nat – sonrió – si es lo que quieres, pero... no sería prudente y menos a estas horas.

- Vale – aceptó sin rechistar su consejo, más interesada en enfocar a un par de hipopótamos que permanecían tranquilos en el agua - la vegetación es... diferente.

- Es propia de la ribera de estos ríos, ¿no recuerdas cuando paseábamos por las tardes! ¿o cuando nos bañamos en la ensenada! es del mismo tipo.

- Si – musitó – pero... no la recuerdo igual, esta parece más... más verde. ¡Dios cuántos pájaros!

- Espera – le dijo moviendo la silla y comenzando a descender hacia el agua - que vamos a acercarnos un poco para que puedas ...

- Eh... ¡Alba! no te alejes tanto – escuchó a Nancy a su espalda.

La enfermera se detuvo al instante y comenzó a retroceder.

- ¿Qué pasa? – le preguntó Natalia levantando los ojos hacia ella.

- Pues que te quedas sin sacar primeros planos – sonrió sin decir nada más.

- Pero... ¿por qué?

- Si Nancy dice una cosa hay que hacerle caso, ella es la que sabe....

- Ya, pero habrá una explicación – insistió.

- A estas horas los cocodrilos están muy activos y... no es prudente.

- ¿Cocodrilos?

- Claro, ellos son el peligro real, los hipopótamos podrías hasta tocarlos con la mano.

- Cocodrilos – musitó sintiendo un repentino escalofrío - Volvamos al jeep, ya he hecho bastantes fotos.

Alba lanzó una carcajada y la besó fugazmente en la mejilla, dispuesta a regresar, pero antes de darse la vuelta Nancy y Germán llegaron hasta ellas.

- Lacunza, si quieres tomar buenas fotos del amanecer vamos al otro lado del embarcadero – le dijo colocándose tras ella – el sol asoma tras la isla y es espectacular.

- Pero Alba dice que es peligroso que... los cocodrilos...

- Hay que tenerle mucho respeto a los animales – intervino Nancy – estamos interfiriendo en su hábitat, colocándonos en medio de sus caminos, pero... si somos observadores y vamos con cuidado no pasará nada.

- Como veáis – respondió sin mucho convencimiento mirando a la enfermera que le acarició la mejilla y asintió.

Natalia suspiró todo aquello era maravilloso pero la idea de que les atacase un cocodrilo la aterraba. Sin embargo, no iba a dejar que ello le impidiese ver ese amanecer. Lo que le habían contado no hacía justicia a lo que se abría ante sus ojos. La claridad del día se iba tornando de un color anaranjado, una inmensa bola de fuego comenzaba a asomar tras la isla que majestuosa se apreciaba en el centro del lago, los hipopótamos en tal número que desistió de contarlos, se movían a su antojo en el agua, siempre muy cerca de la orilla. Ninguno dijo nada. Natalia se aferró inconscientemente a la mano de Alba y Germán le colocó una mano sobre el hombro, todos estaban abstraídos ante el espectáculo que le brindaba la naturaleza, sin embargo Nancy permanecía alerta, observando detenidamente la ribera y el agua a un tiempo, nadie mejor que ella sabía lo sigilosos y ágiles que eran los cocodrilos y en cualquier momento podían llevarse un buen susto. Pero por suerte nada importunó aquel momento que Natalia inmortalizó en varias instantáneas.

Minutos después, montaban en el jeep y tomaban el ferry camino de la otra orilla. A pasar de haber llegado de los primeros, se habían entretenido demasiado y no pudieron posicionarse en los extremos del mismo. Hubieron de contentarse con ir en el centro de la barcaza, desde donde no podían ver casi nada, tendrían que esperar a descender para seguir disfrutando del parque.

La travesía apenas duró quince minutos, pero a Natalia se le hizo eterna. La idea de ir subida en esa barcaza no le agradaba demasiado. Tenía la sensación de que soportaba demasiado peso, de ahí la lentitud con que avanzaba. Frotaba nerviosa sus manos y la enfermera, que estaba continuamente pendiente de ella creyó adivinar el motivo de ese nerviosismo e inició una conversación sobre lo divertidos que eran los safaris fluviales y las ganas que tenía de hacer uno. Vio con satisfacción que Germán la secundaba y Natalia lo escuchaba con atención y reía ante algunas anécdotas de amigos suyos, hasta que el médico comenzó a contarle una vez que el ferry estuvo detenido en mitad del río más de tres horas por una avería, lo que contribuyó a que su inquietud aumentase y más aún cuando le relató la famosa leyenda local sobre el asalto de varios cocodrilos a una barca y como los turistas que iban en ella desaparecieron sin que quedase rastro de ellos.

- Pero eso es cierto – paseó la vista de uno a otro sin saber si tomárselo a broma.

- Es una leyenda – respondió Nancy – pero toda leyenda tiene un poso de realidad – terminó ante los atónitos ojos de la pediatra que volvió a frotarse las manos deseando que terminase ya ese lento viaje.

- Por si las moscas, Lacunza, tu no saques las manos para tocar el agua – levantó las cejas con una mueca burlona - como hacen algunos incautos que...

- Alba, Germán... - los silenció Nancy con un par de golpecitos cariñosos – no le hagas caso – desde que yo estoy por aquí solo he conocido ese incidente con el ferry, pero jamás ha habido un accidente mortal.

Las palabras de Nancy, tranquilizando sus temores, no le sirvieron de nada. Alba observaba a los dos y comenzaba a temerse que se enzarzaran durante el viaje en unas de sus competiciones que solo parecían divertirlos a ellos. Sin embargo, Natalia no había respondido a ninguna de las provocaciones de Germán y eso la llenaba de orgullo, segura de que intentaba cumplir con su promesa de no discutir con él. Alba la miraba y sonreía para sus adentros, cada vez Natalia se mostraba más deseosa de agradarla.

Finalmente atracaron en la otra orilla, los vehículos fueron descendiendo en riguroso orden y todos avanzaron por el mismo camino. Sin embargo, Nancy, tras dejar el jeep en un lado descendió y se dirigió hacia uno de los guardas armados del parque, y le enseñó unos papeles que el hombre miró con atención. Luego, cabeceó asintiendo gritó algo en voz alta que Natalia no comprendió a unos chicos que pululaban por allí ofreciéndose a los turistas para acompañarlos en los camiones o los jeep y, rápidamente, dos de los chicos retiraron una empalizada que taponaba el acceso a un camino diferente al que habían tomado todos los demás vehículos. Nancy volvió a ocupar su asiento y arrancó tomando aquel camino.

- Nosotros iremos por aquí – les dijo con una sonrisa – aquella zona es la reservada para los safaris turísticos, por aquí podremos ir más tranquilos, pero haced todo lo que os diga porque no nos acompañan guardias armados.

- ¿Es necesario? – preguntó Natalia.

- Alguna vez es necesario intimidar a algún león o elefante más atrevido de la cuenta – sonrió – a partir de ahora solo bajaréis las ventanillas cuando yo os diga y nada de descender del jeep hasta que no sea seguro ni de sacar la cámara para tomar fotos hasta que yo no te diga que puedes hacerlo, ¿de acuerdo?

Los tres asintieron y obedientes, subieron sus ventanillas.

- Os vais a sorprender, esta ruta solo es para investigadores. Los turistas solo pueden ver una pequeña parte de la sabana, se les da una vuelta rápida, no más de dos o tres horas, para que tomen fotos, pero se intenta importunar lo menos posible a las especies. No podemos detenernos demasiado si queremos coger el siguiente ferry de regreso, pero os aseguro que va a merecer la pena y que os sorprenderéis.

Natalia miró a Alba, se sentía una privilegiada no solo por estar allí, sino por poder estar viéndolo y disfrutándolo de una forma diferente, y todo gracias a ella, a su amistad con Nancy. La enfermera le devolvió la mirada, esbozando una leve sonrisa ante el agradecimiento, la ilusión y la fascinación que reflejaban los ojos de la pediatra. Sobraban las palabras, entrelazaron sus dedos, sintiéndose felices y excitadas por la oportunidad de compartir todo aquello. Alba se echó sobre el hombro de Natalia para mirar por su ventanilla, segura de lo que pensaba y sentía la pediatra, le frotó el brazo con la alegría reflejada en sus ojos, volviendo a cogerla de la mano.

Pronto Natalia comprobó que tras recorrer unos metros, el paisaje verde de la ribera del río, dio paso a zonas más áridas, y que a la derecha se distinguían varias chozas de adobe, cobijadas por altas palmeras y, no estaba segura, pero juraría que frente a ellas, lo que había era un tanque.

- Eso de allí junto a las chozas es...

- Un tanque – respondió con rapidez Germán – aquí hay una pequeña base militar.

- Las chozas son de los militares – puntualizó Nancy – por eso esta zona está fuera del alcance de las rutas turísticas.

- Es... no sé... da la sensación de estar fuera de lugar – comentó la pediatra mostrando su desagrado.

- Puede ser, pero es la única forma de mantener a los furtivos a raya, y aún así, hay auténticas reyertas. Además, la frontera con El Congo está muy cerca y hay varios retenes como este a lo largo de toda ella.

- Pero... ¿tan mal está la cosa? – preguntó con curiosidad.

- ¿No has oído hablar de la guerra de El Congo? – preguntó Germán mirando hacia atrás extrañado.

- Sí, claro que sí, pero... tenía entendido que era una guerra civil...

- Lo es – afirmó Nancy, pero el conflicto permanente en El Congo y los guerrilleros insurgentes del norte marchando a sus anchas por todo el país, hacen que sea necesaria la vigilancia.

- Entiendo.. ¿puedo fotografiarlo?

- Mejor no – le dijo Alba con rapidez - ¿recuerdas que te dije que no se pueden hacer fotos a edificios oficiales! eso incluye todo lo que tiene que ver con el ejército.

- Vale – aceptó sin quitar la vista de toda aquella tierra llena de contrastes.

Según avanzaban por el camino paralelo al río, el delta del Nilo Victoria se iba abriendo cada vez más. Justo en el delta la concentración de aves se hizo mayor. Y Natalia gritó entusiasmada ante la grandiosidad del paisaje que se abría frente a sus ojos.

- ¡Es espectacular!

- Vamos a detenernos aquí – anunció Nancy parando el jeep e indicándoles que descendieran – en esta zona podréis ver una gran variedad de aves, y luego nos adentramos en la sabana.

- ¿Esta zona no es peligrosa? – preguntó la pediatra cuando Germán la sentó en la silla.

- Todo el parque es peligroso, Nat – respondió con una sonrisa la bióloga, pero con tal aplomo que Natalia entendió que podían estar tranquilos – mira allí - le señaló la copa de un árbol – es el nido de un águila pescadora.

Todos dirigieron sus ojos hacia él, distinguiendo un ejemplar magnífico, que les hizo recrearse en ella durante unos minutos. Natalia no dejaba de hacer fotos entusiasmada. Luego, se detuvo, y en silencio observó con detenimiento todo lo que la rodeaba, la naturaleza le ofrecía un espectáculo lleno de belleza, de equilibrio de sincronización. El intenso olor a río de la ribera, las bandadas de pájaros que dibujaban sus vuelos de forma elegante en aquel azul del cielo que ese día estaba exento de nubes y le parecía más intenso que ningún otro de los que llevaba allí, tenía la sensación de que todas aquellas aves se movían de una forma muy diferente a lo que ella jamás había visto, diferente y bella, majestuosa, dibujando trayectorias siempre tras un único ejemplar, coordinadas de forma impresionante y alcanzando tal perfección en el vuelo que parecía fácil lo que de seguro no lo era.

- Es fácil de distinguir, por su cabeza blanca – le dijo Alba a la pediatra que la miró desconcertada, completamente ajena a lo que le decía.

- Perdona no... ¿el qué se distingue?

- El águila, es fácil de distinguir por su cabeza blanca – repitió con una sonrisa - ¿verdad, Nancy?

- Cierto, veo que aprovechaste bien la última visita – bromeó en tono cariñoso - ¿recuerdas aquellos? – le señaló un grupo de pájaros en plena actividad que se lanzaban una y otra vez al agua.

- ¿Martines pescadores?

- ¡Exacto!

- Si es que mi niña equivocó su carrera – le dijo Germán estrechándola contra él.

- ¡¿Y esos?! – los interrumpió Natalia, señalando a una pareja que permanecía posada en una rama de un árbol cercano, asombrada del colorido de su plumaje con un verde intenso y un rojo chillón - ¿qué son?

- Abejarucos nativos del Norte.

- ¡Son preciosos!

- Es una especie autóctona, muy común en la mayoría de los países del centro y sur del continente – le explicó y repentinamente se llevó un dedo a los labios – chist, no hagáis ningún ruido y moveros despacio – les indicó señalando a su espalda.

Natalia abrió los ojos de par en par, tentada a no obedecer y darse la vuelta todo lo rápido que pudiera segura de que un cocodrilo o algo peor los acechaba.

- ¡Joder! – susurró Germán mirando fijamente por encima de la cabeza de la pediatra con expresión de asombro - ¡no os mováis! – dijo mirando a Natalia que hizo intención de girar la silla incapaz de aguantar más la incertidumbre - ¡quieta! – la sujetó con firmeza - ¿no querrás que te ataque? – le preguntó burlón y Natalia reflejó el terror en sus ojos – Lacunza....

- Chist – volvió a silenciarlo Nancy.

Alba no pudo soportarlo más y se dio la vuelta con rapidez. Un pájaro que nunca había visto en sus anteriores visitas caminaba tranquilo a escasos metros de ellos, la enfermera sonrió y se agachó junto a Natalia.

- Date la vuelta despacio y míralo – le indicó con una sonrisa tranquilizadora.

Natalia así lo hizo y sus ojos se clavaron en aquella gigantesca ave de cresta negra en la nuca y llamativo colorido, que caminaba de forma peculiar, sacudiendo la cabeza hacia atrás y hacia delante. Desde que Nancy apagara el ruido del motor, solo se escuchaba el vibrar de la naturaleza. Todos permanecieron en silencio total, sólo interrumpido por el acompañamiento de fondo de las aves, permanecieron así unos minutos sin hablar. Natalia levantó sus ojos hacia Alba y esbozó una sonrisa, asimilando ese momento mágico, escuchando por primera vez desde que llegara el latir del corazón de África. El secretario se acercó aún más a ellos, y Natalia cogió su cámara y lo fotografío en silencio, disfrutando de lo lindo al ver el descaro con que el animal se movía al lado de ellos.

- ¡Qué grande es! – exclamó por fin cuando se alejó unos metros.

- De pie mide algo más de un metro – le explicó la bióloga.

- ¿Qué es? – terminó por preguntar al ver que el animal no tenía intención de marcharse y seguía paseando de un lado a otro – en mi vida había visto nada igual.

- Un Sagittarius serpentarius, aunque comúnmente se le llama secretario, siempre se ha dicho que por su parecido físico al uniforme de los antiguos mayordomos británicos que lucían unos manojos de plumas de ganso detrás de las orejas, pero en realidad el nombre deriva del árabe "sagra-tair" que significa "cazador" o "rapaz diurna" con "vuelo".

- ¿No va en bandadas o en parejas? – se interesó la pediatra.

- Es un ave endémica y es muy raro ver uno. Nunca verás más de dos.

- Sí que es rara – murmuró Natalia mirándola con curiosidad.

- Es una rapaz terrestre, muy hábil cazando roedores y serpientes. ¡Hemos tenido mucha suerte! hacía un par de años que no veía un secretario.

- Ya te dije que Nat es una mujer con suerte – dijo Alba con alegría, cruzando una mirada con la pediatra que le sonrió con dulzura, visiblemente contenta.

- Y con miedo – se mofó Germán – si vieras la cara que tenías puesta cuando hemos dicho que ...

- No vas a provocarme – le dijo mirándolo fijamente.

- Germán... - lo recriminó Alba – yo también me he asustado y no me dices nada.

- Es que las caras de Lacunza no tienen desperdicio – soltó una carcajada que espantó al animal.

- ¡Germán! – protestó la pediatra que estaba preparada para hacerle un primer plano.

- Lo siento – se disculpó al instante.

- ¿Tienes frío? – le preguntó Alba a Natalia al ver que cruzaba los brazos sobre el pecho cerrándose la fina chaqueta de lino.

- La verdad es que un poco, hace fresco aquí al lado del río.

- Sí, en cuanto termine de despuntar el sol, te quejarás de todo lo contrario – sonrió Nancy - Será mejor que sigamos el viaje – dijo subiendo al jeep – todavía queda mucho por ver.

- ¿Viaje! yo no lo llamaría viaje – musitó la pediatra mirando a Alba.

- ¿Y cómo lo llamarías? – le preguntó con un brillo especial en la mirada que Natalia captó al instante, temiéndose que ya había metido la pata en algo.

- Pues...yo diría que... ¡esto es un auténtico safari! – exclamó entusiasmada – ya verás cuando lo contemos en la clínica.

- Con que safari – dijo con retintín y unos ojos aún más bailones.

- Si... - la miró esperando que le dijera aquello que la divertía tanto.

- Lacunza, Lacunza – intervino Germán con una sonrisa burlona - ¿tú sabes lo que es un safari?

- Claro, lo que estamos haciendo.

- Un safari, en suahilí, es un viaje – soltó una carcajada – te quedan muchos años de sabana para que te enteres de algo, Lacunza, que estás más verde que estos prados.

- ¿Vamos? – preguntó Nancy asomando por la ventanilla.

Los tres asintieron y el médico ayudó a Natalia a ocupar su asiento y antes de que Alba entrara en el coche lo sujetó por la muñeca.

- Espera.

- ¿Qué pasa? – la miró extrañado.

- No pensarás estar todo el día riéndote de ella, ¿no?

- Deja de defenderla que ella sabe defenderse solita – le sonrió divertido.

- Ya lo sé y eso es lo que no quiero.

- No te preocupes niña, que Lacunza y yo...

- Te hablo en serio – frunció el ceño adquiriendo un aire circunspecto – ya sabes como es y... está haciendo un esfuerzo por...

- Ya sé que está haciendo un esfuerzo – le acarició el brazo.

- Te lo pido por favor, Germán, déjala en paz.

- Tranquila – la besó en la mejilla – te prometo que no bromeo más – le aseguró con un guiño y le abrió la puerta para que subiese.

Instantes después continuaban la marcha. Natalia miró a la enfermera y arqueó las cejas en gesto interrogador, preguntándole qué ocurría con Germán. Pero Alba negó con la cabeza y esbozó una sonrisa, indicándole que no era nada. Natalia no le dio más importancia, centrada en todo lo que la rodeaba.

- Seguiremos un poco más paralelos al río – les dijo Nancy – si no me equivoco en menos de un kilómetro encontraremos elefantes. Es su hora del primer baño del día – sonrió mirando a Germán.

- ¡Cuántos pájaros diferentes hay! – exclamó Natalia – es increíble la cantidad y los colores, rojos, amarillos, naranjas, verdes... - enumeró mirando de un lado a otro.

- Que yo recuerde hay unas mil sesenta y ocho especies censadas. De hecho, este país es uno de los destinos más apreciados por los amantes de los...

- ¡No me extraña!

- Hablando de pájaros – saltó Germán – Aquel de allí es un Glossy Ibis, ¿no?

- Efectivamente – lo miró Nancy orgullosa - el plumaje verde metalizado es inconfundible.

- Mira allí Nat – le indicó Alba un amplio espacio donde aparecían posadas bandadas de aves - son garzas blancas y gansos egipcios.

- Voy a tener que ponerme a estudiar que os veo a los dos muy puestos – le susurró al oído.

- ¡Boba! – le golpeó el brazo apartándola divertida.

Natalia sonrió y continuó mirando al exterior, el aire fresco con olor a río, la luminosidad anaranjada ya casi ocre del amanecer, el verde intenso de la ribera y todo ese colorido de plumajes diferentes se le antojaba un deleite para los sentidos.

- ¿Los gansos son los naranjas? – le preguntó en voz baja.

- Si, a que son bonitos.

- Todo... - clavó sus ojos en ella – todo es precioso – le susurró acariciándola con la mirada, acercándose a su oído – y tú más.

Alba reaccionó echándose de nuevo en su hombro, aferrándose a su mano y disimulando señalándole hacia fuera por la ventanilla.

Como anunciara Nancy al cabo de unas centenas de metros comenzaron a ver elefantes, al principio dispersos, uno de ellos en mitad del camino los tuvo parados unos minutos, hasta que decidió moverse, momento en que Germán aprovechó para pedirle la cámara a Natalia y sacarle algunas fotos. Pero poco después, junto al agua, encontraron una gran manada de al menos ochenta elefantes que bajaban en grupos hasta la orilla, algunos se bañaban por parejas o tríos, lomo con lomo con unos cuantos hipopótamos que también pululaban por allí y, otros, sólo bebían, o se acicalaban unos a otros o se entretenían en juegos que a Natalia le parecían auténticos enfrentamientos.

- Nunca había visto tantos juntos – comentó Alba entusiasmada.

- El trabajo está surtiendo su efecto y por suerte la población está creciendo – dijo Nancy.

- No sabía que los elefantes estuviesen en riesgo de extinción.

- Nat, ya te conté que en los años sesenta se diezmaron las poblaciones de animales – le recordó la enfermera.

- Si, lo recuerdo, pero no entendí que fuera de todas las especies.

- Por desgracia de casi todas. Los elefantes censados pasaban de dieciséis mil en los años cincuenta y apenas quedaron unas centenas.

- ¡Qué barbaridad! – exclamó la pediatra, que no dejaba de sorprenderse de la dureza de aquella tierra y del valor que había que tener para luchar allí por ciertas cosas.

El convoy avanzaba con lentitud, deteniéndose a cada instante para no importunar aquella fauna maravillosa, ahora sí, Natalia estaba disfrutando al ver los animales típicos en su ambiente natural, búfalos, elefantes, jirafas que rumiaban a lo largo del vasto parque. Numerosas especies de antílopes, que Nancy se apresuraba a identificar para ellas y que Natalia no dejaba de fotografiar, no sin esfuerzo porque comprobó que eran demasiado tímidos para posar en las fotos.

- Hienas – gritó Alba y Natalia tuvo que mirar hacia el otro lado, abrumada ante tanta variedad y cantidad de estímulos.

- Y allí jabalíes africanos... - le señaló Nancy.

- ¡Mirad! ¡en aquél árbol! – las atronó Germán con su vozarrón - ¡un leopardo!

- Aquí cualquiera se sube a un árbol para ponerse a salvo – bromeó la pediatra.

- Ni se te ocurra – le dijo Alba – entre las serpientes, los leopardos, los leones...

- Para ponerse a salvo lo mejor es permanecer quieto – le recomendó Nancy – si corres o intentas huir, despiertas su instinto y serás una presa fácil.

- Eso se dice pronto... - comentó sin quitar ojo al leopardo – es más pequeño de lo que imaginaba.

- Es una hembra, los machos son de mayor tamaño. Además, siempre los habrás visto en zoos, allí parecen mayores, pero aquí, en plena naturaleza...

- Es... - se calló sin encontrar las palabras que expresaran lo que sentía.

Era toda una explosión de vida. Plantas, árboles y animales, en perfecto balance con la naturaleza. El leopardo bajó y caminó tranquilo y majestuoso, pasando cerca del jeep. Natalia aprovechó para fotografiarlo mirando a Alba con entusiasmo. Continuaron la marcha, todo era perfecto y equilibrado, incluso al tomar un camino paralelo al río y contemplar un par de cocodrilos que descansaban en la orilla y que se alzaron sobre sus patas para adentrarse con velocidad en el agua, aparecían en completa armonía con el asombroso verdor, fuertes corrientes y todo aquel complejo ecosistema.

De pronto, Natalia gritó extasiada ante un grupo de jirafas que tranquilas tomaban su desayuno de las ramas más altas de los árboles.

- ¡Jirafás!

- ¡Y cebras! detrás de ellas - le indicó Alba.

- ¿No podemos parar un momento? – preguntó la pediatra inclinándose hacia adelante apoyando su mano en el hombro de Nancy – me gustaría poder fotografiarlas.

- Son su animal favorito – reveló la enfermera con un gesto de complicidad.

- Ya recuerdo yo que tenía jirafas de todo tipo en su habitación – asintió Germán – te acuerdas del cabreo que pillaste el día que agarré una buena cuerna y me empeñé en tocar la guitarra con aquella jirafa gigante que tenías.

- ¿No voy a acordarme! ¡te la cargaste! – rió recordando aquellos años juntos.

- Pero... ¿cuánto tiempo hace que os conocéis? – preguntó Nancy interesada, deteniendo el jeep.

- Uff, mejor me callo que aquí a Lacunza no le gusta revelar su edad – bromeó, pero recordando su promesa – en realidad a mí menos – rió y luego aclaró su duda – nos conocemos desde la facultad.

- Puedes sacar fotos, pero no vamos a bajar - les anunció señalando a una manada de leonas que estaban a su derecha y que ninguno había visto camufladas entre el follaje.

- ¡Leones! – exclamó Natalia extasiada - ¡eh! ¡Alba! ... ¡mira! ¡tienen cachorros! – se giró hacia ella con unos ojos ilusionados de ver a las crías de león, en un número cercano a diez.

- Tienen cachorros y tienen problemas – apuntó Nancy señalando en la lejanía – se acercan un par de machos.

Todos vieron como dos imponentes leones con la melena al viento se acercaban a la carrera. Natalia instintivamente echó el cuerpo hacia atrás y Alba se aproximó a su oído "no te asustes y prepárate porque a veces suben al jeep". Natalia asintió sin dejar de mirar a las leonas, que descansaban jugueteando con sus crías que se levantaron con rapidez al percibir la amenaza. Cuatro de ellas iniciaron una carrera contra los machos a los que consiguieron alejar, pero uno de ellos se revolvió y se enfrentó a ellas intentando llegar hasta donde estaban las demás con las crías. En ese momento Nancy arrancó y giró el jeep. Todos habían permanecido en silencio, observando.

- ¡Espera! – pidió Germán que estaba fascinado con la escena.

- No. Será mejor que nos marchemos – les dijo – mucho me temo que o será agradable de ver.

- ¿El qué? – preguntó Natalia entre interesada y asustada.

- Los machos matan a las crías – le dijo Alba – cuando no son suyas.

- Esos dos machos intentan hacerse con la manada. Está claro que uno domina al otro y que se han aliado. Acabarán imponiéndose, y si las hembras no andan listas, pueden exterminar a todos estos cachorros.

- ¡Es horrible!

- Es la selva, la ley del más fuerte – dijo Germán – la naturaleza es así.

- Lo es, por eso es tan impactante – lo miró Nancy con seriedad.

- ¡Oh! las jirafas se han marchado – dijo Alba volviéndose a mirar al lugar donde se encontraban con anterioridad.

- Solo se han alejado un poco – indicó Germán unos árboles al fondo – están allí.

Nancy avanzó campo a través y se aproximó al grupo de árboles, manteniéndose a una prudente distancia de las jirafas.

- Las veremos desde aquí – les dijo – son muy asustadizas y el ruido del motor puede volver a alejarlas - Germán, ¿puedes descorrer el techo! así sacaréis mejores fotos.

El médico hizo lo que le pedía y los tres se situaron en pie dentro del coche. Natalia los miró con envidia, pero se conformó con seguir observando el grupo de jirafas desde la ventanilla.

Algunos antílopes y cebras pululaban entre ellas, todo emanaba un aire de tranquilidad y paz que difería mucho de la escena vivida junto a los leones. Natalia manifestó su deseo de acercarse algo más para poder fotografiarlas mejor y Nancy consintió en aproximar el vehículo al lugar donde se encontraban, tan despacio que los animales apenas se movieron.

- No nos ven como una amenaza, se han acostumbrado el ruido lejano de los motores – les explicó.

- ¡Son impresionantes y preciosas! – exclamó Natalia – ¡y mucho más altas de lo que ya imaginaba!

- Es el animal más alto del mundo – le sonrió Alba al ver su entusiasmo - ¿qué medían Nancy! cuatro o cinco metros, ¿verdad?

- Efectivamente hay machos que superan los cinco metros.

- ¿No podríamos bajar y acercarnos un poco? – preguntó la pediatra – como hicimos con los rinocerontes.

- No, Nat, esto no es el Rhinus Park, aunque te parezca que todo está tranquilo, cuando hay tantos herbívoros juntos y alimentándose, cerca siempre puede aparecer un depredador, no es prudente bajar del jeep.

- Tampoco hay tantos, solo un par de jirafas.

Alba soltó una carcajada y la miró burlona.

- Más bien será que solo tienes ojos para ellas – se mofó con unos ojos que bailaban divertidos, señalándole con el dedo distintos puntos.

- ¿Qué se supone que debo ver? - dijo intentando distinguir en la distancia aquello que le mostraba la enfermera, sin lograr descubrir ni un animal más.

- Bueno, esta no es la mejor época del año para avistarlos, la mejor es en la estación seca, cuando la vegetación es escasa y permite la visibilidad – la defendió Nancy – pero si observas atentamente, entre el follaje....

- Mira Lacunza, allí tienes antílopes, y a la derecha varias cebras y algunos nús, ¿los ves?

- Y detrás de las jirafas hay un grupo de jabalíes verrugosos.

Natalia abrió la boca de par en par, después de que le indicaran sí que era capaz de ver todos aquellos animales y no entendía como ni siquiera se había fijado en ellos, estaban allí, pastando, tan tranquilos. Las jirafas se movieron lentamente cambiando de árbol y Natalia se quedó extasiada observándolas. Nancy se dio la vuelta y la encaró.

- Tienes que volver en la estación seca, verías muchas más – le dijo señalando las jirafas – suelen preferir los espacios abiertos y la sabana, pero cuando hay acacias en crecimiento, son capaces de meterse entre la densa vegetación.

- Nunca me había fijado en el cuerno central, siempre... creía que tenían como... como dos antenas – comentó observándola detenidamente.

- No todas las jirafas son iguales Nat – puntualizó la bióloga – hay varias especies y posiblemente tu hayas visto siempre la jirafa sudafricana, que es de patas amarillentas, fíjate que estás las tienen blancas, y las del sur apenas tiene cuerno, algunas nunca llegan a tenerlo, y las manchas también difieren de unas a otras.

- Pero ¿cuántas especies hay?

- No es mi campo, pero si no recuerdo mal, solo dos, las del norte y las del sur, lo que ocurre es que dentro de cada especie hay distintas variedades.

- ¿No viven en manadas como los elefantes?

- Si lo hacen, lo que ocurre es que forman grupos inestables, de no más de cuarenta individuos, y a veces el grupo puede ser muy reducido, de hasta tres miembros.

- Entiendo.

- Aquí hay varias manadas y todas de más de veinte miembros.

- ¿Y dónde están?

- Espera – le dijo sentándose al volante y arrancando el vehículo. El ruido del motor hizo levantar la cabeza a varios antílopes e iniciar una breve carrera a tres o cuatro cebras que estaban por allí cerca.

Nancy bordeó la mancha de densa vegetación y al girar por el camino un grupo de unas diez jirafas apareció antes sus ojos provocando un grito de júbilo en Natalia que las miró con regocijo.

- Ahí las tienes – sonrió Nancy - ¿ves aquella de allí? ¿la más alta de todas? debe ser el macho dominante. Normalmente una manada cuenta con unos ocho machos y por unas seis o siete hembras, de ellas una es la guía.

- ¿Y aquellas dos qué hacen? – preguntó Alba observando des jirafas que algo retiradas del resto permanecían en pie una contra el costado de la otra.

Todos dirigieron la vasta hacia ellas a tiempo de contemplar como una de ellas bajaba la cabeza y balanceaba el cuello hacia el cuerpo de su oponente, primero y luego hacia la cabeza. Se prodigaron una serie de golpes y luego pararon.

- Son dos machos – rompió el silencio Nancy – seguramente están disputándose el terreno.

- ¿Dentro de la misma manada?

- Sí, puede ser.

- ¡Se van! – exclamó Alba viendo que todos los animales corrían en direcciones diferentes.

Las jirafas emitieron unos sonidos que erizaron el bello de la pediatra, una especie de bufidos y lamentos, jamás había escuchado algo igual.

- ¡Bajad! – ordenó a Germán y Alba que permanecían en pie – ¡vamos rápido! ¡bajad!

- ¿Qué pasa? – preguntó Natalia repentinamente asustada.

- Ayúdame a cerrar el techo – le pidió Nancy con apremio al médico, sin responder.

Alba se sentó junto a Natalia y le sonrió tranquilizadoramente.

- No pasa nada, no te asustes – le susurró junto al oído.

Instantes después descubrieron a los culpables de aquel revuelo. Un par de leonas que lentamente avanzaban entre el pasto.

- Casi no se las ve – comentó la pediatra con un deje de temor.

- Ahí radica su ventaja, en lo sigilosas que son. Las jirafas tienen su principal enemigo en los felinos, especialmente los leones.

- Pero... se han marchado mucho antes de que aparecieran las leonas – le dijo sorprendida.

- Las jirafas tienen un oído muy fino, una suerte para poder escapar.

- Ya sabes Lacunza, en la selva, los oídos bien abiertos – le guiñó un ojo Germán – si no quieres que.... – se calló al ver la mirada de la enfermera y sonrió – te haga una caricia un gatito de estos – bromeó afable.

- No solo será por el oído porque también corren bastante – observó Alba - y mira que no parece que pueda ser así.

- Pueden alcanzar hasta los cincuenta kilómetros por hora en carrera – le dijo Nancy mirando la hora - bueno... creo que es el momento de regresar – anunció.

- ¿Ya? – preguntó Natalia con desilusión deseando seguir descubriendo todo aquello.

- Me temo que sí, debemos coger el próximo ferry, si queremos estar a medio día en el punto de encuentro con Annie.

- Claro, cuando tú digas – intervino Alba, haciéndole una seña a Natalia que asintió y no dijo nada más.

Natalia lanzó un profundo suspiro mirando hacia el lugar por el que desaparecieron las jirafas deseando volver a verlas, pero no había rastro de ellas.

- Jamás había escuchado una Jirafa, es más no sé por qué tenía la idea de que no... no hacían ningún bufido ni.. ni nada.

- Durante mucho tiempo se ha creído que eran mudas – explicó Nancy – de hecho hay una leyenda que habla de ello, explicando el porqué. pero no es cierto, como has podido comprobar.

Germán, le indicó a Nancy la presencia de unos elefantes obstaculizando el camino y la bióloga los sorteó campo a través.

- ¿Conoces esa leyenda? – le preguntó Natalia a la enfermera con interés y voz baja.

- ¿La de la jirafa?

- Si.

- Claro.

- ¿Me la cuentas?

- ¿Ahora?

Natalia se encogió de hombros y asintió. Alba se acercó a ella y se recostó en su hombro señalándole más leones y comenzó a hablar con voz cadenciosa y muy bajito.

- Hace mucho, mucho tiempo, los animales hablaban – dijo acariciándole la mano

- hablaban y vivían juntos en un claro de la selva. Un día estaban todos sentados formando un círculo. Justo en ese momento, apareció el dios de todos los dioses, y se sentó junto a ellos y dios les preguntó si alguno deseaba algo en especial. Entonces la jirafa habló la primera y pidió ser sabia.

- Buena elección – la interrumpió la pediatra como solía hacer y Alba, sonrió, por una vez sin molestarse.

- Pues sí, pero fue entonces cuando el dios de todos los dioses le ordenó que no hablara más, porque los que hablan mucho son los charlatanes y en cambio, los sabios saben escuchar.

- ¿Por eso se creía que era muda?

- Justo por eso, se creía que a partir de ese momento la jirafa, desde allí arriba, todo lo oye y todo lo ve, pero no emite ningún sonido.

- Pero es mentira.

- Es una leyenda, Nat.

- Me gustan esas leyendas – confesó mirándola con intensidad - ¡mucho!

- Me alegro – le susurró al oído – esta noche... te contaré otra – le prometió insinuante – la de la mosca torpe.

Natalia giró sus ojos hacia ella y enarcó las cejas interrogante sin comprender el doble sentido que intuía en sus palabras.

- Esta noche lo entenderás – le susurró aferrándose a ella con un suspiro.

Tomaron camino del rió de nuevo abandonando la sabana, a los pocos segundos, dos bandadas de patos egipcios totalmente anaranjados cruzaron por delante del jeep. Fueron dejando atrás, más elefantes, antílopes, babuinos que hicieron la delicia de la pediatra que se lamentó de que no pudieran detenerse de nuevo, manadas enteras de búfalos, sentados o bebiendo en la orilla, que los observaban con calma, casi acostumbrados a los vehículos de turistas. Más ibis, y pelícanos, cocodrilos e hipopótamos. Natalia tomaba fotos a cada instante y Alba la observaba feliz de verla disfrutar de aquella manera.

Consiguieron coger el ferry a la hora revista, y sin problema puesto que iba medio vacío. Natalia suspiró imaginando que todos los coches continuaban recorriendo el parque y sintió envidia, aunque sabía que a ella le esperaban experiencias que casi nadie podía vivir dentro de las rutas turísticas. Una vez embarcados, descendieron del vehículo, dispuestos a realizar el viaje junto a la barandilla. Germán mantenía aferrada la silla de la pediatra para evitar cualquier susto. Pudieron ver más patos, más hipopótamos y más cocodrilos ahora nadando. Un hipopótamo bostezó al paso de la barcaza y Natalia, instintivamente echó el cuerpo hacia atrás ante aquella inmensa boca que se abría frente a ellos, y rápidamente reaccionó tomando más fotos.

- ¡Es increíble la cantidad de hipopótamos que hay junto a la roilla! – no pudo evitar exclamar.

- No saques las manos tienen crías y aunque son tranquilos... las hembras pueden volverse muy violentas si sienten amenazados a sus cachorros.

Después de casi una hora y media, regresaron al embarcadero y descendían del ferry. Nancy iniciaba el camino hacia las montañas. Y Natalia se aferró a la mano de Alba sintiéndose asombrada con la inmensidad de detalles que hacían de África un continente misterioso y fascinante.

Todos viajaban en silencio. Nancy prestando atención al camino que cada vez era más intrincado. Germán, atento igualmente a los obstáculos y pendiente de algunos animales que esporádicamente se cruzaban o estaban apostados en los laterales del mismo. Alba recostada sobre la pediatra que le acariciaba el pelo mecánicamente, sintiéndose completamente feliz, abrazada a ella, disfrutando de cada momento a su lado y Natalia, perdida en las imágenes que se agolpaban en su mente, en las palmeras que salpicaban la sabana y que tanto le habían llamado la atención, observando el contrate con el paisaje actual, mucho más abrupto y salvaje. Poco a poco, el sol había ido imponiendo su presencia, había ido tiñendo todo de una luz intensa, y un calor especial que contribuía a hacerlo todo más vistoso y a un tiempo, más incómodo. Hacía un rato que las molestas tse tse zumbaban en sus oídos con una monótona letanía, que estaba comenzando a exasperarla.

Dejaron atrás una manada de antílopes de agua, y un par de búfalos que los miraron con recelo. Nancy insistió en que era el animal más peligroso de todos, del grupo de los cinco grandes, en el que estaban incluidos los felinos. Natalia estaba a punto de preguntar más sobre los búfalos cuando tras pasar un recodo del camino apareció antes sus ojos una imagen devastadora. Árboles derribados aquí y allá, montones de lo que a ella le parecía tierra, humeaban por doquier, un olor extraño y desagradable se metía por sus fosas nasales, hasta el punto de secarle la garganta y hacer arrugar la nariz.

- Es la mina de carbón que te comenté – miró Nancy por el espejo retrovisor hablándole a la pediatra.

- No entiendo cómo puede consentirse que en pleno parque...

- La gente es muy pobre Nat – le dijo Alba incorporándose – para ellos es muy difícil comprender el valor del Parque, solo lo ven como un obstáculo más en sus vidas.

- Pero aún así... las autoridades debían hacer algo... para que... entendieran... para que... vieran su utilidad o... por lo menos vigilancia o para que...

- Nat – la interrumpió Nancy – las cosas no son tan simples, estamos en una zona en la que hasta hace un mes era un punto clave de la lucha contra la guerrilla. Hace años, cuando comenzaron los combates con la guerrilla, desapareció la vigilancia de los guardas y los habitantes de los alrededores aprovecharon para entrar y fabricar makala.

- Y luego, cuando ha vuelto a haber vigilancia, ase ha pensado que mantener la mina es un mal menor.

- ¿Un mal menor! ¡es un destrozo!

- Hace un par de años, detuvieron al jefe de los guardas, estaba implicado en la matanza de una decena de gorilas.

- ¡Increíble! pero cómo... cómo es posible que ...

- Según las noticias, el mismo jefe había organizado la muerte de varios gorilas, precisamente los animales que debía proteger.

- Debería vigilarse más a quien se contrata para según qué tareas.

- Lacunza – intervino Germán – creí que a estas alturas ya te habrías dado cuenta de que aquí las cosas no son tan simples, ni siempre son lo que parecen.

- No pretendía ofender, pero... creo que ese tipo de cosas sí que podrían evitarse.

- Mira Nat, es triste reconocerlo, y más, a alguien como yo – continuó Nancy - pero aunque a los europeos ricos nos preocupe el destino de los gorilas, no podemos pretender llegar aquí imponiendo ciertas normas y costumbres, no sirve de nada. Es más, hasta haciéndolo de otra forma muchas veces conseguimos el efecto contrario al deseado.

- Pues no lo entiendo.

- Es algo tan simple como que detrás de la matanza de gorilas está algo mucho más prosaico, como es el carbón vegetal, el makala – sentenció la bióloga.

- No puedo creer que no haya forma de controlar algo así – insistió la pediatra ganándose un codazo de Alba que le hizo una seña diciéndole que dejara el tema.

- Lacunza, aquí las cosas son especiales – insistió - En muchas ocasiones el ejército, las autoridades locales o las centrales son los primeros implicados en los delitos que se suponen deben evitar. Y no solo en los Parques Nacionales, ¿quién crees que permite los asaltos a los convoys con medicinas? ¿por qué crees que viajamos con el ejército cuando llevamos el equipo médico? hay filtraciones, conocen nuestras rutas y cuando vamos a salir y aún así, atacan.

- Germán, tiene razón – le dijo Alba – el mercado negro es una de las principales fuentes de ingresos y aquí se comercia con todo.

- Pero... sigo sin entender... ¿por qué matan a los gorilas?

- Cuando se produjo la matanza de los gorilas, algunas autoridades locales dijeron que habían sido parte de una lucha de poder en torno a la quema de carbón – le explicó Nancy.

- Pero... ¿qué beneficio puedo producir la muerte de un gorila? es que no lo entiendo – repitió ignorando la mueca que estaba haciéndole la enfermera.

- Ni tú, ni muchos de nosotros, Lacunza.

- La venta de bebés gorila supone muchos miles de dólares, pero el valor de carbón fabricado en la zona asciende a más de veinte millones de dólares. Es un producto vital para la supervivencia de las poblaciones locales y no tiene muchas alternativas. Ahí tienes porqué quieren que desaparezcan, sin gorilas de montaña, que están protegidos y en riesgo de extinción, estas montañas no formarían parte del Parque Nacional, y ellos podrían explotar su carbón sin restricciones, sin multas y sin problemas.

- Todo lo que me contáis es... es... no sé... es...

- Impotencia, la palabra que buscas para definir lo que sentimos todos los que trabajamos aquí y luchamos por evitar el desastre que sería la extinción del gorila de montaña es ¡impotencia! – suspiró enfatizando la palabra - y cuando los veas, lo entenderás aún más.

Natalia miró a Alba, recordando el día que las persiguieron los furtivos, recordando que le habló de una matanza de gorilas, los mismos que había estado viendo la tarde anterior, y sintió un desasosiego especial. No soportaría ver algo así. La enfermera leyó la angustia en sus ojos y le sonrió con cierto aire de tristeza. Comprendía a la perfección las palabras de Nancy y creía entender esa mirada de Natalia, no estaba segura de querer verlos, porque una vez que lo hiciera, una vez que los observara vivir en su medio, un medio que el hombre quería arrebatarle, una vez que los viera, jugar, comer, dormir, sufrir y amar, no podría permanecer indiferente.

- Si tuviésemos tiempo nos desviaríamos para que conocieras el reino Toro – le dijo Nancy cambiando de tema, al ver por el espejo retrovisor la cara de seriedad y circunstancias que llevaba la pediatra. Sabía lo importante que era para Alba que Natalia disfrutase de ese viaje, y mucho se temía que ella, al contarle ciertos problemas, estuviese contribuyendo a todo lo contrario.

- ¿Reino? ¿aquí hay reinos?

- Pues sí, no exactamente como se entiende en Europa, pero hay reinos – le sonrió la enfermera agradecida por el cambio de conversación.

- El de Toro es uno de los cuatro reinos de la República de Uganda, y te encantaría – intervino Germán - ¿recuerdas cuando estuvimos? – se volvió hacia la enfermera.

- ¡Vaya que sí!

- Es el único en el que es posible encontrar representantes de la familia real y además, puedes visitar toda la industria que rodea a esa realeza – continuó Germán.

- ¿Cómo qué? – preguntó con curiosidad.

- Por ejemplo... se hacen perfumes y herramientas para los reyes – reveló Nancy casi con un deje de admiración – ¡perfumes que no has olido en tu vida!

- Y también te sorprendería la habilidad que tienen allí para el reciclaje, ¡de una bici son capaces de hacer ollas y sartenes!

- ¡Venga ya! – exclamó incrédula - ¿ya se está quedando conmigo? – miró a Alba esperando su confirmación, pero la enfermera negó con la cabeza indicándole que era cierto lo que le contaba el médico.

- Y te enseñan a elaborar cerveza a partir de plátanos y podrías ver sus danzas tradicionales – le dijo con entusiasmo lamentándose de no haber caído antes en hacer ese viaje y llevarla hasta allí.

- Pues sí que me gustaría ir al reino de Toro – dijo con entusiasmo imaginando todo lo que le contaban.

- En otra ocasión será, Lacunza.

- Nat y yo volveremos en vacaciones, ¿verdad Nat?

- Si – ratificó la pediatra por primera vez sin atisbo de tristeza en su mirada – me da la impresión de que me voy a ir sin haber visto casi nada de todo esto.

- Cuando lo hagáis avisadme con unos días y organizamos una subida al volcán.

Eso si que te transporta a otra dimensión – se ofreció Nancy solícita.

- Había que escoger y... Nat quería ver gorilas.

- Buena elección – sonrió afable la bióloga – porque quizás en unos años nadie podrá verlos.

- ¿Por qué? creía que a pesar de lo que nos has contado, vuestro trabajo estaba dando resultado.

- El riesgo de extinción es altísimo – suspiró Nancy.

- Pero yo creía que con los Parques Nacionales...

- Son una inmensa ayuda, pero no es suficiente – se volvió hacia ellas – estamos en una zona muy conflictiva en muchos aspectos. El hambre, la miseria de la población, las enfermedades, los intereses económicos y sobre todo, los conflictos armados, juegan en contra de su supervivencia, y... si las cifras siguen en la evolución actual en el dos mil veinte no habría ni un solo gorila donde yo trabajo, en el este del río Congo, y la evolución se extiende a estas montañas fronterizas y al resto del continente.

- Pero ¡eso es horrible! ¿en solo diez años? – saltó Natalia entre sorprendida y horrorizada con la idea.

- Me temo que sí.

- Pero algo podrá hacerse, recurrir a la prensa internacional, no sé... buscar más fondos...o...

- Nat, no es tan fácil – intervino Alba – Nancy tiene razón aquí las cosas no son como tú crees...

- Pero fuera... tocando determinadas teclas... - insistió imaginando a qué medios se podía recurrir.

- ¿Sabes que desde mil novecientos noventa y ocho, el conflicto armado de El Congo ha provocado la muerte de cinco millones de personas! ¿lo sabes? o mejor dicho ¿sale en vuestras noticias? ¿se hace eco la prensa internacional?

- No – musitó.

- Pues es así, y si esas cifras las extiendes a lo que ocurre aquí en Uganda con la guerrilla o a otros países, se elevarían en número.

- ¿Qué quieres decir?

- Quiero decir que no importan esos muertos en vuestras sociedades, y que si no importan ni la vida ni la muerte de millones de personas, ¿crees que importarán unos cientos de gorilas?

- Creo que sí, que podría intentarse. Cada vez hay más concienciación con el medio ambiente – dijo convencida y Nancy y Alba sonrieron con lo que a Natalia le pareció cierta ironía, pero ninguna le dijo nada, y ella no dejaba de pensar en algo que había dicho la bióloga – has dicho ¿cientos?

- En el mundo no llegan a ochocientos los gorilas de montaña que quedan.

- ¿Tan pocos?

- Sí, cada vez menos. Y algunas familias de la cuenca del Congo se han desplazado hacia aquí.

- Pero vuestro trabajo es preservarlos ¿no?

- Mi trabajo es estudiarlos y denunciar cómo se diezma la población e intentar que se pongan los medios para que deje de ser así, pero hay cosas que son imposibles.

- Entiendo... - dijo sin convencimiento segura de que algo podría hacerse.

- Nat esta zona es el punto neurálgico de una serie de intereses que ya te comenté.

- Ya el carbón.

- No solo el carbón, la tala indiscriminada, la explotación del coltán, todo eso financia a los grupos de rebeldes y guerrilleros y proporciona grandes sumas económicas para las potencias que quizás pudieran hacer algo – dijo con retintín.

- ¿Qué quieres decir?

- Quiero decir que el año pasado, solo en impuestos transnacionales se generaron cincuenta millones de dólares, es un negocio que también llena las arcas occidentales y que no vamos a poder frenar. Y las grandes víctimas, son esta población que sigue explotada y esclavizada, antes de una forma, ahora de otra y este ecosistema que está siendo reducido a auténticas reservas, y que amenaza con ser extinguido.

- No sabía que era tan grave ni tan inminente.

- Bueno... estamos trabajando para retrasarlo, pero... si no hay más implicación antes o después... desaparecerán por completo.

Natalia la escuchaba con tanta concentración que casi ni prestaba atención a lo que la rodeaba. Alba se dio cuenta de ello, percibió la angustia que le producía todo lo que le estaban contando y rápidamente se propuso reconducir de nuevo el tema. Natalia estaba allí para pasarlo bien y disfrutar de la naturaleza más salvaje que posiblemente tuviera ocasión de ver en su vida, y no para hacer suyos todos los problemas que se cernían sobre los Parques Naturales y sus habitantes.

- Exactamente, el trabajo que se hace aquí ayuda mucho, fíjate en los rinocerontes, estaban extinguidos y mira ahora – las interrumpió la enfermera con animosidad.

- En eso Alba tiene razón, somos optimistas, aunque hay veces que cuesta trabajo porque no luchamos solo contra lo que te he dicho sino también contra las enfermedades, aunque no lo creas y a pesar de lo que te he contado el treinta por ciento de los gorilas que murieron el año pasado fue por el sida.

- ¿El sida?

- Sí, y si no es el sida es el ébola o cualquier otra enfermedad, ten en cuenta que ese contacto del hombre con su medio para explotarlo, está transmitiéndoles muchas enfermedades, porque por desgracia las enfermedades de los humanos sí que se transmiten a los gorilas. ¡Puede coger hasta una gripe!

- ¿Por eso insistía Alba en que si estábamos constipadas nos quedábamos sin verlos?

- Exactamente por eso.

- ¡Mira Nat! – exclamó Alba al ver que no había manera de cortar el tema.

La pediatra dirigió la vista hacia el punto señalado donde una inmensa manda corría alejándose del ruido de los motores.

- ¿Qué son?

- ¿Qué crees? – le preguntó Nancy y Natalia tuvo la sensación de que la examinaba – porque ya los has visto antes.

- ¿Antílopes? – respondió con temor de errar.

- Exactamente, antílopes de agua, estamos muy cerca del Nilo aunque ahora mismo no puedas verlo, y pronto llegaremos a la parte del delta, desde allí emprenderemos el ascenso hasta un claro en el que dejaremos los vehículos y desde ahí nos adentraremos en las profundidades de la selva.

- Esta zona es... ya muy... muy densa – comentó maravillada con ese paisaje y las tonalidades ocres que comenzaba a conferirle el sol que cada vez se mostraba más esplendoroso.

- Aquí los amaneceres son preciosos – exclamó Alba tomándola de la mano y mirándola tan intensamente que Natalia sintió cosquillas en todo su cuerpo, olvidando todo lo que Nancy les había contado – pero ni te imaginas lo que es el resto del día – le susurró en el oído haciéndola estremecer.

- Sí, esto es... inimaginable... hay que venir para darse cuenta de todo es... apabullante... tanta belleza y a un tiempo tanta... crueldad.

- ¿Crueldad? – la miró la enfermera entre burlona e interrogante.

- Pensaba en que quizás.... si viniese más gente, si se concienciase a la población local....

- Nat... deja de buscar soluciones – musitó Alba acercándose de nuevo a su oído – y disfruta de esto.

- Tienes razón Nat - le respondió Nancy – pero hay que tener mucho cuidado, ahora está todo algo más tranquilo, pero no sé si os enteraríais, hace unos años, aquí mismo hubo una matanza de turistas a manos de los guerrilleros.

- ¿Por qué no nos dejamos de esos temas y hablamos de algo más alegre? – saltó Alba y Nancy rió asintiendo.

- Tienes razón, perdonadme – les pidió la bióloga.

- No te disculpes, he sido ya la que te he preguntado – le sonrió Natalia y Alba tuvo de pronto la sensación que entre ellas se estaba estableciendo un vínculo de afinidad que hasta entonces no había ni imaginado que pudiera existir - Me interesa toda la problemática, no solo ver esto – le dijo afable – siempre he pensado que pasar por un lugar quedándose en la superficie es peor que ni siquiera ir a verlo.

- Si te interesa ya tendremos tiempo de hablar de muchos temas – admitió visiblemente halagada – pero Alba tiene razón, vamos a disfrutar de este maravilloso día porque mucho me temo que en los próximos habrá alguna tormenta.

- ¿Nos estamos desviando? – preguntó Germán sorprendido de la ruta que tomaba el jeep.

- Sí, he pensado que tenemos tiempo de llegarnos a una charca cercana, os espera una sorpresa, y regresaremos inmediatamente para que no se nos haga la noche antes de llegar al primer punto de acampada.

- ¿Qué sorpresa? – preguntó Alba que se jactaba de conocer la zona al dedillo.

- Búfalos, casi siempre están ahí, pero ya los veréis.

- ¿Búfalos? la última vez no los vimos.

- La última vez estábamos ocupadas en otras cosas – rió Nancy girándose con rapidez y guiñando un ojo a Alba.

La enfermera soltó una pequeña risilla de complicidad despertando los celos de la pediatra que aunque sabía que no debía tener motivo para ello no podía evitarlo. Casi inconscientemente se envaró, adoptando una postura mucho más derecha y retiró la mano que le tenía cogida Alba, que la miró extrañada.

- ¿Te ocurre algo? – le preguntó frunciendo el ceño preocupada – ¿estás bien? podemos parar si lo necesitas – le ofreció en voz baja conocedora de lo poco que le gustaba a Natalia llamar la atención.

- Estoy bien – respondió con rapidez y cierta brusquedad, mirando hacia fuera, simulando estar pendiente de ver esos búfalos, sin percatarse de como Alba torcía la boca en una mueca de diversión, "¡Nat estaba celosa"!

Cuando pasaron al lado de los búfalos, Nancy disminuyó la marcha, y se volvió hacia ellas ligeramente, con una enorme sonrisa, a Natalia ya se le había pasado su repentino mal humor y correspondió sobradamente, abriendo unos ojos de par en par, impactada ante la imagen que se extendía ante su vista. Un gran cenagal de barro en el que una veintena de búfalos estaban metidos de lleno en el fango, algunos apenas se les veía la cabeza y los cuernos. La pediatra suplicó que se detuvieran un instante para poder sacar algunas fotografías y Nancy la complació al instante.

- ¿No puedes acercarte más? – preguntó con el ceño fruncido y los ojos clavados en la pantalla digital de la cámara – desde aquí no salen demasiado bien.

Con el jeep no puedo, si que - réis mejores fotos habría que bajar, pero...

- Se nos va a hacer tarde Nat – intervino Alba segura de que era eso lo que preocupaba a Nancy.

- Vamos bien de tiempo – dijo sin embargo la bióloga – pero los búfalos... ya os comenté que son el animal más peligroso, casi más que los grandes felinos.

- Bueno – suspiró Natalia resignada a quedarse sin unas buenas instantáneas de esos animales, en ocasiones se imaginaba enseñándole las fotos a Claudia o Vero, estaba deseando contarles todo lo que había hecho y disfrutado de esos días.

- Trae la cámara Lacunza, yo te saco un par de buenas fotos – se ofreció Germán solícito.

- ¡Germán! – saltó Nancy con un apremio que ambas entendieron de preocupación – no es prudente.

- Tranquila que no voy a acercarme demasiado solos unos metros más, para tomar un primer plano.

- Ten mucho cuidado – le pidió – ve despacio y no los mires a los ojos – recomendó con firmeza – mantén la vista baja y si al clip de la cámara alguno reacciona vuélvete corriendo hacia aquí, ¡sin quitarles los ojos de encima!

- Germán, déjalo, no merece la pena que... - comenzó a decir Natalia, pero su amigo la cortó.

- ¿Te preocupas por mí? – torció la boca en una mueca irónica y sus ojos comenzaron un baile – Lacunza, Lacunza... trae esa cámara ...

- Toma – accedió sin decir nada, le había prometido a Alba no entablar unas de sus habituales batallas dialécticas y estaba decidida a cumplir su promesa.

- Te voy a enseñar yo lo que es hacer una buena foto – se jactó intentando provocarla.

- Ten cuidado con mi cámara que lo más seguro es que acabes en el fango con los búfalos – le soltó sin poderse contener y miró de reojo a Alba esperando su reacción, pero la enfermera estaba más preocupada por el hecho de que Germán fuera a cometer alguna imprudencia.

- Niño – le escuchó decirle por primera vez desde que estaba allí – ten mucho cuidado.

- Confiad en mí – les pidió con una sonrisa de suficiencia – que tengo las patas más largas que esos bichos y en dos zancadas estoy de vuelta – bromeó guiñándoles un ojo.

- ¡Germán! – lo llamó Nancy con un susurro para no poner sobre aviso a los animales - recuerda lo que te he dicho.

Germán asintió y comenzó a alejarse del jeep, anduvo un largo trecho, siguiendo las indicaciones de Nancy, avanzando muy despacio y en ningún momento, desafiando con la mirada a los búfalos que parecían ignorarlo por completo.

- Se aleja demasiado – murmuró Alba preocupada.

- No es un loco, sabe lo que hace – lo defendió Natalia – nunca ha sido un inconsciente.

- Estos animales son muy peligrosos, deberías agradecerle las buenas fotos – le dijo Nancy que permanecía con la vista clavada en la espalda del médico.

Natalia se sintió repentinamente culpable, si a Germán le pasaba algo no podría evitar pensar que habría sido por su culpa. Su rostro se volvió serio y un rictus de reocupación se dibujó en su cara. Germán estaba ya más cerca de los búfalos que del coche, pero él sabía que tenía una ventaja, ellos estaban metidos en el barro y eso les dificultaba cualquier movimiento rápido. Hizo una primera foto, un primer plano estupendo que satisfacía a Natalia. Se dispuso a realizar la segunda foto, estaba a penas a treinta metros de ellos. Buscó el encuadre y disparó. Fue sonar el clip de la cámara y todos se pusieron en pie, mirándolo fijamente. Germán permaneció inmóvil, temiendo que arrancaran a correr hacia él. No recordaba que Nancy le hubiera dado ninguna recomendación para esa situación. Algunos lanzaron un bufido y él, recordó los toros bravos de las dehesas que había en su tierra. Giró la cabeza hacia el jeep, Nancy había descendido y le hacía señas de que retrocediese despacio. Pero él permaneció quieto, con los pies clavados al suelo y mirando de nuevo a los búfalos que parecían petrificados, embadurnados de barro, igualmente inmóviles, y con sus ojos clavados en él.

Entonces se decidió, no era capaz de pensar en las recomendaciones de Nancy, pero sí le vinieron a la mente las veces que había estado en el campo, rodeado de vacas bravas. Levantó el brazo derecho y lanzó un estridente grito.

- ¡Será garrulo! – rió la pediatra al escucharlo arrear a los búfalos, rememorando la ocasión en la que Adela y ella lo acompañaron a la aldea de sus padres y las llevó al cortijo de la familia, y asomándose por la ventanilla gritó - ¡Germán! ¡que no estás en el pueblo!

- ¡Nat! – la reprendieron Nancy y Alba asustadas, la pediatra se llevó las manos a la boca, arrepentida, había sido algo instintivo, y no se había parado a pensar en las consecuencias de sus voces.

Los gritos de ambos los hizo reaccionar de inmediato, los búfalos salieron veloces del barro, en desbandada, alejándose del médico. Todos menos uno, que dio dos pasos al frente sin dejar de mirar a Germán fijamente. Supuso que debía ser el líder de la manada, dio un paso más, amenazadoramente y el médico no se paró a pensarlo, comenzó a andar despacio y hacia atrás alejándose de él. El animal, avanzó un poco más, sin dejar de calibrar los pasos de aquel intruso. Avanzó, se detuvo, rascó levemente el barro y bajó la cabeza, siempre con los ojos puestos en Germán que, ante la actitud amenazadora e imaginando lo que podría hacer después, se dio media vuelta y corrió hacia el jeep a toda velocidad, entrado en él apresuradamente, con un fuerte portazo.

- ¡Joder! ¡vaya mirada que tiene el bicho ese! ¡me los ha puesto de corbata! – exclamó nervioso una vez a salvo.

- No tenías que haber hecho eso te dije que no corrieras y...

- Tenía la mente en blanco – se excusó – y tú Lacunza podías haber tenido la boquita cerrada, ¡qué las fotos son para ti!

- Lo siento – se disculpó compungida – no pensé que...

- Lo importante es que estás bien y no ha pasado nada, ¡a quién se le ocurre espantarlos con ese grito! – se mofó Alba intentando distender el ambiente.

- Es lo que se hace en las dehesas del pueblo – se justificó encogiéndose de hombros – los toros bravos no atacan en manada, suelen huir ante las amenazas.

- Será mejor que continuemos – sonrió la bióloga que sin que Germán lo esperase, lo cogió del cuello y lo besó efusivamente mostrando la alegría que sentía de que no le hubiese ocurrido nada - ¡qué susto nos has dado! no vuelvas a hacerme algo así.

Germán enrojeció y miró de soslayo hacia atrás cruzándose con la mirada burlona de Natalia que ante el cuadro olvidó el mal rato que había pasado.

- No seáis exageradas que no ha sido para tanto – intentó quitarle importancia.

- Desde aquí parecía que se iba a lanzar sobre ti – le dijo Alba acariciándole el hombro igualmente contenta de tenerlo allí – y no disimules que tú también te has asustado.

- Ya he dicho que sí... pero....

- No ha sido para tanto – repitió por él Natalia en tono burlón – ¡si todavía estás temblando! Y... Nancy tiene razón, nos has dado un buen susto a todas – recalcó el todas de forma casi imperceptible pero no para Germán.

- Toma tu cámara – le dijo con precipitación, nervioso, tenía la sensación de que Natalia iba a romper la tregua, se lo decían sus ojos y ese tono ligeramente irónico que él tan bien conocía – creo que han salido bien las fotos – la miró fijamente a los ojos y Natalia le devolvió una mirada que a él se le antojó de reproche por el beso que le había dado Nancy. No sabía por qué se sentía así delante de ella, pero no podía evitarlo – y... que está intacta.... No se me ha caído al barro...

- Gracias – respondió cogiéndola y torció la boca en una mueca pensativa, ¿Germán temía algo? rápidamente imaginó el qué y sonrió maliciosa – ¿no me irás a dar una sorpresita más? – preguntó con doble intención, y Germán volvió a enrojecer, se dio la vuelta y miró al camino en silencio, al tiempo que Nancy arrancaba y regresaba a la pista de tierra que abandonaron para acercarse al cenagal.

Alba aprovechó para encarar a la pediatra y frunciendo el ceño la abordó.

- ¿Qué es lo que me he perdido entre Germán y tú? – le preguntó directamente en voz baja.

- Nada, ¿por qué?

- Naaat.... – inclinó la cabeza haciéndole ver que no era tonta – está claro que...

- Vale – sonrió – luego te lo digo – señaló hacia delante, no quería que las escucharan.

- Bueno... pero... no seas tan... sarcástica con él – le pidió - ¿no te das cuenta que se corta cada vez que Nancy se muestra cariñosa? – le susurró en el oído.

- ¡Claro que me doy! – rió abiertamente - ¿por qué crees que lo hago? – preguntó también susurrando.

- No seas mala. Me prometiste...

- ¡Es tan tonto! – sonrió picarona, negando con la cabeza.

- Naaat – volvió a recriminarla.

- De acuerdo, te prometo que no lo hago más – admitió – pero te digo una cosa – se acercó aún más a ella y musitó – para mí que sigue pensando en Adela y... no debería jugar con Nancy.

- ¡No digas tonterías! – exclamó alzando la voz.

- ¿Qué se le ha ocurrido ahora a Lacunza? – preguntó Germán, al oír quejarse a Alba – ¿ya está la pijita con sus caprichos?

Las dos negaron con la cabeza y guardaron silencio. Natalia se mordió la lengua a punto de responder, fue su turno de azorarse levemente, molesta de que le hiciera esos comentarios delante de Nancy.

- No soy una pija y no he pedido nada – murmuró mohína

- No pongas esa cara que te lo tienes merecido – volvió a susurrarle Alba – si no estuvieras todo el día picándolo....

- Mejor dejamos el tema – respondió atrayéndola para que se recostase en ella y poder abrazarla.

Continuaron la marcha y Natalia se concentró de nuevo en todo lo que veía, estaba sorprendida por la cantidad de animales que encontraban también a ese lado del río y eso que le habían asegurado que era mucho menor. De nuevo tuvieron que detenerse cuando un elefante se situó en mitad de la pista de tierra, caminando hacia el coche sin intención de parar.

- ¡Qué grande es! – exclamó Natalia extasiada, los que habían visto hasta entonces le parecieron más pequeños.

- Sí que es un buen ejemplar, y parece que no tiene intención de cambiar de rumbo – observó con preocupación la bióloga.

- ¡Se nos viene encima! – exclamó Germán.

- Tranquilos solo hay que amedrentarlo – respondió la bióloga que bajó la ventanilla y golpeó el lateral del coche intentando hacer ruido.

Germán la imitó, pero el animal no se movía. Nancy revolucionó el motor intentando que el ruido lo hiciera moverse, pero tampoco fue así, muy al contrario, parecía bastante molesto con la presencia del jeep y completamente decidido a cargar contra ellos.

- Voy a retroceder – anunció la bióloga – temo que nos envista. ¡Agarraos!

- Pero... ¿lo haría? – preguntó Germán.

- ¡Ya lo creo que podría hacerlo! y os aseguro que no nos gustaría en absoluto.

Nancy dio marcha atrás unos metros y al cabo de unos minutos el elefante se apartó de la pista, pero se quedó escondido tras unos arbustos.

- ¿A qué esperas? arranca que por fin se ha quitado de en medio – le dijo Germán.

- No me fío – reconoció – se ha quedado muy cerca del camino.

- ¿Y?... – preguntó Alba.

- Temo que nos envista lateralmente, recuérdame que hable con los guardas del Parque, este animal está... no está bien. Además creo que es de los incluidos en el seguimiento.

- ¿Qué seguimiento?

- Ejemplares que se escogen al azar para los estudios de movilidad – explicó con rapidez, revolucionando el motor al máximo y arrancando con tal velocidad que todos cayeron hacia atrás en sus asientos – lo siento – se disculpó cuando ya había rebasado la zona donde permanecía apostado el elefante.

- Podías habernos avisado – se quejó Alba preocupada por Natalia que se tocaba el lateral de la cabeza con la mano, tras golpearse con el cristal de la ventanilla.

- Disculpad, estaba más preocupada pensando en alejarnos de él. No es prudente salir sin los guardas armados por el parque.

- ¿Serían capaces de disparar? – preguntó Alba, sin dejar de observar a Natalia, que mantenía la cabeza inclinada hacia abajo y había cerrado los ojos.

- Están entrenados para mantener  la sangre fría ante posibles ataques de animales y dispararles es la última opción. El protocolo consiste en amenazar en primer lugar, después disparar al aire, y en caso extremo dispararle al animal, pero siempre evitando dañar órganos vitales, por ejemplo alcanzarles en una pata. En ese caso se da parte a los servicios veterinarios del Parque.

- ¡Me dejas más tranquilo! – reconoció Germán que era un enemigo de las armas - ¿Todos bien? – preguntó, volviéndose hacia ellas, al verlas tan calladas.

- Sí – respondieron al unísono, tranquilizándolo.

- ¿Te has hecho daño? – miró la enfermera a Natalia preocupada.

- No – musitó – solo... no me lo esperaba.

- ¿Te has mareado? – le preguntó bajando la voz.

Natalia asintió con un suspiro y Alba frunció el ceño, ¿en que estaba pensando Nancy! ya se había encargado ella de pedirle que fuera con cuidado para evitar precisamente lo que acababa de suceder. Luego, le acarició la mano.

- ¿Paramos un momento? – inquirió a la pediatra preocupada por ella, estaba repentinamente pálida – a Nancy no le va a importar.

- No – musitó con una sonrisa – estoy bien. No te preocupes.

- ¿Seguro?

- Sí, tranquila.





Continue Reading

You'll Also Like

237K 24K 61
Rose Weasley era muy distinta a sus hermanos, no era valiente, osada o revoltosa, en cambio, era tranquila, con una alegría contagiosa, siempre dispu...
88.1K 8.4K 11
En el vibrante mundo del rock y los días soleados de verano, Emma Rose y Rodrick Heffley viven una historia llena de música, desafíos y pasión. Emma...
59.1K 3.2K 39
Violeta Hódar 23 años (Granada, Motril), es una estudiante en último curso de periodismo en Barcelona. Esta se ve envuelta en una encrucijada cuando...
89.3K 8.7K 64
👁️⃤ 𝘖𝘯𝘦-𝘚𝘩𝘰𝘵𝘴, 𝘪𝘮𝘢𝘨𝘪𝘯𝘢𝘴, 𝘏𝘦𝘢𝘥𝘤𝘢𝘯𝘰𝘯𝘴 𝘦 𝘩𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢𝘴 con los personajes de la serie: «🇬 🇷 🇦 🇻 🇮 🇹 �...