La Clínica

By marlysaba2

102K 5K 2.7K

Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 75

640 33 5
By marlysaba2


Alba no podía dejar de darle vueltas a la reacción de la pediatra cuando la pellizcó.

¡Natalia se había quejado! eso significaba que lo había sentido, pero había algo que no comprendía y era la actitud indiferente de la pediatra ante ese hecho. Parecía no haberle dado mayor importancia, necesitaba saber si era posible que Natalia estuviese tan enfrascada en la conversación que ni siquiera se hubiese dado cuenta. Y si eso era así, ¿era posible que superase su bloqueo! estaba deseando llegar y hablar con Germán, aunque quizás con quien debiesen hablar era con Vero, pero rápidamente desechó la idea y una sonrisa de triunfo iluminó su rostro imaginando la cara que pondrían todos si Natalia llegase a Madrid andando por su propio pie. Necesitaba preguntarle a Natalia por ello, pero no quería delante de Nancy, porque sabía lo mucho que afectaba ese tema. Había intentado hacerle alguna indicación para que reparase en ello, pero o los había ignorado o no los había entendido y continuaba charlando con Nancy como si tal cosa. La miró distraída, y vio que sus ojos le pedían ayuda, pero no tenía idea del motivo.

- Eh... es difícil opinar sobre ello – dijo intentando salir del atolladero al comprobar que Alba no estaba por la labor de ayudarla.

- Sí, pero... me interesaría mucho saber tú opinión. Alba ya me ha contado lo que hacéis en Madrid y... me gustaría saber si crees que hay posibilidades – le dijo y Natalia sonrió halagada, pero sin idea de a qué se refería.

- ¡Mirad! – exclamó Alba interrumpiendo a Nancy y provocando un profundo alivio a Natalia que se vio libre de pasar el mal rato de confesar que no estaba escuchando – ¡mira Nat! ¡mira! – le dijo al tiempo que el jeep frenaba su marcha.

- Dios ¡qué grande es! – exclamó la pediatra con unos ojos desmesuradamente abiertos - ¿qué es? – preguntó mirando a la enfermera ilusionada.

- Un búfalo – rió Alba – ya los hemos visto antes, Nat.

- Raro que esté solo ¿no? – preguntó sin quitar sus ojos del animal que aparecía majestuosos ante ellos.

- No, no lo es. Suelen echar a los machos jóvenes de la manada – le dijo Nancy mientras todas observaban al animal plantado en mitad del camino, con las patas delanteras ligeramente abiertas, sin la más mínima intención de apartarse ni siquiera por el ruido de los motores – y son los más peligrosos, y agresivos.

- Y está así, suelto – miró Natalia a la enfermera con temor de que se lanzase contra ellos.

- Pues claro, ya estamos adentrándonos en el parque terreno del Parque Nacional y con suerte veremos muchos más animales – sonrió haciéndole una mueca burlona ante su ocurrencia.

- Los límites del parque no tienen barrera física por eso pueden moverse fuera de ellos – le dijo Nancy.

- Entiendo.

- Fuera de estos límites es más difícil luchar contra furtivos y todo tipo de peligros – continuó explicándole la bióloga - cuando subamos esa cuesta ya estaremos dentro del parque.

Ntaalia asintió y siguió mirando por la ventanilla, finalmente, el búfalo se apartó con parsimonia y los dejó continuar la marcha. El jeep subía perezoso por la pendiente, traqueteando ante la irregularidad del terreno y a una marcha que a Natalia se le antojaba lentísima.

- ¿Siempre hay que ir así de lentos? – preguntó al fin.

- Si, es frecuente que los animales circulen y atraviesen el camino, las normas lo exigen para evitar accidentes y atropellos. Entraremos en el parque por la Kichumbanyobo Gate.

- ¿La qué? – le susurró Natalia a Alba.

- El camino por el que circulamos – le dijo igualmente bajo.

- Este Parque Nacional es el área protegida más grande de Uganda – siguió explicándole Nancy y está atravesada por rio Nil Vittoria.

- Sí, Alba ya me comentó cuando... - la enfermera le dio otro codazo, indicándole que dejara a Nancy explicar lo que quisiese y Natalia volvió a hacer un gesto de dolor, sería mejor que cerrase la boca o la enfermera la iba a dejar sin una costilla sana - La vista más espectacular es las cataratas desde arriba y ver como el río se va estrechando en un desfiladero rocoso de siete metros de ancho.

- La vimos desde la avioneta cuando estuvimos en Loango – le confesó la pediatra - ¿verdad Alba? – le dijo enarcando las cejas avisándole de que no volviera a golpearla

- Sí – ratificó la enfermera – Matthew nos dio unas pasadas para que Natalia la viera.

- ¿Se desvió hasta aquí?

- Si - dijo Alba con una expresión de cierta culpabilidad – se lo pedí y como tenía tiempo y... combustible... - intentó justificarse.

- No te quejarás de cómo te está mimando – le dijo la bióloga volviéndose hacia ellas y señalando con la cabeza a Alba y Natalia enrojeció ante la alusión directa a su relación.

- En absoluto – respondió sin saber si debía darle las gracias por haberles dejado la cabaña de la playa – aquí todos sois muy amables.

- A partir de ahora mira con atención porque en cualquier momento te vas a sorprender – le anunció Nancy con una mirada agradecida por la parte que le tocaba – aunque mañana tendrás más ocasión de disfrutar de estos paisajes – le dijo volviéndose de cara al camino.

- ¿Qué quiere decir? – le preguntó a la enfermera.

- Que es el momento de empezar a ver muchos más animales.

Natalia abrió los ojos desmesuradamente, desde que llegara ese había sido uno de sus mayores deseos, y el pensar que a partir de esos momentos se cumpliría la llenó de satisfacción. Con suma atención se dedicó a mirar por la ventanilla buscando descubrirlos y pronto su cara de sorpresa e ilusión demostró que había sido así.

- ¿Qué son? – preguntó señalando a una manada que estaba al borde del camino pero que en décimas de segundo salió disparada y ahora se atisbaba a lo lejos.

- Antílopes – le dijo la enfermera - ¿ves qué rápidos son! Nancy me contó que pueden correr hasta cien kilómetros por hora.

- ¿Te conoces toda la fauna? – inquirió dejando entrever su admiración.

- No – sonrió – de hecho no tengo ni idea de qué tipo de antílope es – susurró con ojos bailones haciendo hincapié en el "ni idea".

- Es que están muy lejos – la miró condescendiente – nadie podría distinguir desde aquí...

- ¡Ni aunque estuvieran cerca! y verás como, por muy lejos que estén, Nancy sí sabe lo que son – le dijo echándose hacia delante y preguntándole a la bióloga que rápidamente las informó de que eran ejemplares de Eland de Derby, uno de los de mayor tamaño de toda África.

- Corren muchísimo – dijo Natalia admirada - ¿Cuántos puede haber? – preguntó impresionada por aquella masa que se desplazaba a una velocidad vertiginosa para frenarse casi sincronizadamente.

- No creas que son los más rápidos, el Eland de Derby es demasiado grande y robusto, por eso se alimenta exclusivamente de hiervas y suelen formar rebaños que pueden superan los mil ejemplares, aunque este es mucho más pequeño, yo diría que no llegan ni a cuatrocientos.

- ¿Cómo puedes calcular eso? – le preguntó Natalia impresionada.

- Experiencia – le sonrió abiertamente y Natalia volvió a pensar que tenía una sonrisa preciosa. Al verla tan interesada Nancy continuó - gracias a su gran tamaño son pocos los animales que se atreven a atacarlos. Únicamente los leones o numerosos grupos de hienas, como ya te he dicho no son muy veloces, ¡deberías ver a un león en acción! es espectacular – exclamó y Natalia asintió pensando para sus adentros "¡y acojonante!" – pero los antílopes han aprendido a formar sólidos frentes de cuernos y pezuñas para alejar a sus enemigos y frenar las depredaciones.

- ¿Cómo los distingues?

- Básicamente por los cuernos y el pelaje. Estos que ves se caracterizan porque tanto los machos como las hembras desarrollan una cornamenta en forma de espiral que crece en línea recta hacia arriba. Y posee un pelaje con líneas blancas verticales que descienden desde el lomo hacia los flancos – terminó girándose de nuevo en el asiento.

- ¿Ves? – enarcó las cejas la enfermera con una enorme sonrisa.

- Parecen ciervos – comentó Natalia.

- Pues aunque no lo creas no están emparentados con ellos, sino con las vacas y bueyes.

- Pues nadie lo diría.

- Una de las principales diferencias entre ambos grupos son sus cuernos, los antílopes tiene una cornamenta permanente como las vacas, mientras en los ciervos la cornamenta se renueva anualmente – le explicó con una sonrisa de suficiencia demostrándole que ella también conocía detalles de ellos – Nancy me explicó todo la última vez que estuve aquí.

Natalia asintió sin dejar de observar el exterior, convencida de la fascinación que Alba sentía por su amiga y su trabajo. Y era normal porque todo aquello era indescriptible, seguía impresionada con la idea de que la gente siguiera allí rodeada de aquellos animales salvajes y realizando sus actividades diarias. Sus ojos se fijaron en un granjero que guiaba a unas vacas de enormes cuernos que no dejaban de resultarle extrañas, aunque ya las había visto en varias ocasiones; más allá, otros lugareños estaban elaborando ladrillos con tierra y cortando árboles con herramientas desconocidas para ella. Allá donde mirase descubría algo que despertaba su curiosidad e interés, y preguntaba a cada instante por todo aquello que desconocía y Alba solícita respondía a sus preguntas.

- ¿Qué hacen Alba? – le señaló un par de hombres que se afanaban en una tarea que no era capaz de identificar.

- Extraen aceites de las semillas de palma.

- ¿Y aquellos de allí? - señaló a un grupo de jóvenes que estaban cerca del camino y que parecían muy concentrados mirando en la maleza - ¿qué buscan?

- Se dedican a cazar saltamontes – le dijo con naturalidad

- ¿Saltamontes? - la miró con estupor, ¡no quería ni imaginar para que!

- Los fríen o... los venden – le dijo riendo, leyendo en sus ojos la pregunta.

- ¡Dios! ¡qué asco!

- Nat... - la miró con reprobación.

- No me irás a decir que los has probado y que están exquisitos – enarcó las cejas entre sarcástica y temerosa de que así fuera.

Alba soltó una carcajada y pasando su mano por encima de la pediatra se abrazó a ella sin importante lo que pudiera pensar el conductor que miraba continuamente por el espejo retrovisor.

- No, me repugna solo la idea. Pero si hubiera tenido que hacerlo...

- ¡Lo habrías hecho! – terminó por ella - ¡no lo dudo! – suspiró besándola en la frente con enorme admiración.

- Tú también lo harías, aunque ahora te parezca imposible – le aseguró imaginando lo que pensaba – no hay más que ver cómo has cambiado desde el primer día.

- No Alba, te aseguro que un bicho repugnante de esos no dará en mis dientes, ¡jamás! – enfatizó con un estremecimiento que la enfermera sintió al instante.

Alba sonrió para sus adentros, sintiéndose inmensamente feliz. Se incorporó y se sentó observándola de reojo. Satisfecha de ver como Natalia observaba todo con suma atención. La pediatra no podía evitar sentirse impresionada con todo aquello y señaló extasiada a una señora mayor que hacía maravillosos recipientes de terracota sin nada más que el barro y sus habilidosas manos.

- A la vuelta podíamos comprarle uno – propuso Natalia con ilusión.

- Yo te lo regalo – le dijo volviendo a cogerla de la mano.

- ¡Gracias! – se la acarició con ternura observando absorta la facilidad con que aquella mujer creaba una vasija de la nada.

Alba, aprovechando que Nancy llevaba un rato sin prestarles atención, charlando con el conductor, se acercó a Natalia le dio un fugaz beso que provocó que la pediatra abriese sus ojos de par en par sorprendida y al mismo tiempo tremendamente excitada por el peligro que suponía, echada sobre ella, le señaló al fondo del camino, donde se veían unos árboles.

- Cuando pasemos por allí estate atenta – le susurró insinuante perdiéndose en su mirada.

- ¿Por qué? – preguntó en el mismo tono creyendo que se trataba de un juego, apartándola levemente porque si seguía tan próxima no iba a poder contener las enormes ganas de besarla que había conseguido provocarle.

- Porque suele haber algunos baduinos, unos monitos muy rápidos – sonrió burlona al comprender lo que le ocurría, Natalia interpretó el comentario como una provocación y con agilidad se inclinó hacia ella pero Alba se retiró aún más rápidamente – ya tendremos tiempo – le dijo insinuante y divertida al ver su cara de desconcierto. Natalia asintió con un suspiro.

- ¿Cómo sabes que estarán allí?

- Siempre están.

- Pero... ¿cuantas veces has estado por aquí? – la miró sorprendida, porque creía que no había ido en muchas ocasiones o eso había interpretado de sus palabras.

- Un par, pero viéndolo bien, solo una, ya te lo dije, solo que... fue bastante tiempo – sonrió para justificar sus conocimientos - y... yo si escucho a Nancy – le susurró dejando a Natalia perpleja.

- ¿Qué quieres decir?

- Que ya te vale, antes has puesto el piloto automático y te has quedado en bragas.

- ¿Te has dado cuenta? – sus ojos traviesos la miraron con culpa.

Alba sonrió y asintió.

- En cuanto me miraste con esa cara de "¡ayúdame, por favor!" supe lo que te pasaba.

- Tú tampoco estabas escuchando – la acusó burlona preguntándole en silencio en qué había estado pensando. - y ya te vale no echarme un cable... ¿Qué haces? – le preguntó al ver que la enfermera posaba su mano sobre encima de su pierna y se la apretaba arriba y abajo.

- Nada... solo... creí que... ¿lo notas?

- ¿Cómo voy a notarlo? – dijo extrañada - ¿qué pasa Alba? – preguntó borrando su sonrisa y mirándola con seriedad.

- Nada... no me hagas caso. Cosas mías – le dijo señalando el exterior con la mano, había sido la primera en percatarse de lo que allí había – ¡Mira! ¡mira allí!

- ¡Alba! – exclamó olvidado aquella conversación - ¿son, son...?

- ¡Leones! – señaló Nancy justo hacia el lugar que Natalia ya había descubierto y en el que tenían todas clavados sus ojos.

Se sentía como en otro mundo, aparte del hermoso paisaje no se esperaba una sorpresa como aquella, que la fascinaba y al mismo tiempo la hacía temer lo que tanto había deseado y esperado. Seis majestuosos leones podían contemplarse tranquilos al amparo de un imponente árbol, subidos en sus ramas, disfrutando de la sombra y del descanso, cerca de la carretera.

- Es increíble que estén así... al lado del camino....sueltos.

- ¿Sueltos? – rió la enfermera - ¡Nat! deja de decir que los animales están sueltos – le pidió divertida, en un susurró.

- Ya, ya sé – se excusó – es una forma de hablar – sonrió avergonzada – da miedo imaginar que hace unos metros hemos visto pasar gente andando tan tranquila cuando.... aquí... - sintió que el miedo hacía que se le erizase todo el vello del cuerpo.

- Están acostumbrados Nat, la convivencia es así.

- Y... estos días... ¿nosotras? Quiero decir en la selva... ¿los hay?

- Nat, la selva es la selva y hay de todo, pero tranquila que Nancy y Annie saben lo que se hace.

- Ya, pero... si aparece un león... por mucho que sepan – enarcó las cejas mirándola estupefacta.

- Ya te dirán todo lo que debes saber, no pienses ahora en ello y ¡míralos! – le dijo al ver que el jeep ralentizaba la marcha al acercarse a la altura de aquél árbol.

- ¡Dame la cámara! –le pidió con urgencia, preparándola y disparando cuando consideró que era el momento.

- Impresiona, ¿a que sí? – le preguntó Alba y Natalia, sin palabras asintió.

- ¿Qué! te esperabas algo así – se giró Nancy hacia ella.

- No, no imaginaba nada similar – reconoció sin quitar sus ojos de ellos.

- La verdad es que hemos tenido suerte, jamás había visto una manada entera descansando tan cerca de una carretera como ésta.

- Es que Nat es una persona con suerte – le dijo Alba guiñándole un ojo a la pediatra y consiguiendo que ella negara con la cabeza divertida con su comentario.

Los leones la habían dejado impresionada y con el temor metido en el cuerpo, eso era precisamente lo que había esperado en sus paseos con la enfermera y que nunca se había producido, pero el verlos allí, a sus anchas, paseándose cerca de la carretera y subidos al árbol la dejaron sin palabras. ¡Qué diferente y maravilloso era todo!

Unas centenas de metros más allá, vieron más sacos de carbón dispuestos para la venta y su mente volvió a la historia que les había contado Nancy.

- Alba – se volvió hacia ella - ¿qué tiene que ver aquí la guerrilla con el carbón? – preguntó de pronto la pediatra que aún estaba pensando en la charla que habían mantenido.

- Es la típica lucha que hay en todas las sociedades por controlar el combustible, y encima aquí...como el carbón de leña escasea, pues aún más.

- ¡Qué impotencia debe sentir! – exclamó señalando a Nancy con la cabeza.

- Le gusta su trabajo, ama a esos animales y... es capaz de dar la vida por todo en lo que cree y ama.

Natalia se quedó observándola, con seriedad, tenía la sensación de que Alba había querido decirle algo más allá con sus palabras. Pero la enfermera sonrió y la besó en la mejilla al verla tan seria.

- No te preocupes tanto por todo y disfruta de esto – le pidió mirando su reloj – creo que llegaremos en una media hora.

- ¡Por fin! – no pudo evitar exclamar.

- ¿Cansada?

- De esto no - sonrió – todo es tan diferente... es... precioso y maravilloso – confesó - pero del coche estoy ya... ¡qué no te digo hasta donde...!

- ¡Nat...! – protestó con una carcajada – no seas ordinaria.

- ¿Ordinaria una Lacunza! ¡eso nunca! – exclamó contenta con la sola idea de darse una buena ducha y tumbarse en la confortable cama del hotel.

Alba la miró risueña, feliz de verla de buen humor, de verla disfrutar, bromear y divertirse con el viaje. Natalia le devolvió la sonrisa, sin saber que Alba no le había contado toda la verdad y que sus deseos de dormir confortablemente esa noche no iban a cumplirse.

- Estamos en tierra de los Batwa Forest – se volvió de nuevo Nancy hacia ellas – tienen sus poblados en aquella ladera de allí – le dijo señalándole las montañas de la derecha y en plena selva.

- No he oído hablar de ellos jamás – comentó la pediatra – ¿qué son! ¿una tribu?

- Sí que lo has oído – aseguró la bióloga – pertenecen al grupo étnico de los pigmeos.

- Ah, los pigmeos, sí, he visto reportajes en televisión.

- Aunque ellos prefieren ser llamados gente de la selva – continuó Nancy con una sonrisa ante el comentario de la pediatra que Alba interpretó rápidamente.

- Nat, por mucho que veas en la tele, no imaginas como son – le dijo Alba.

- Alba tiene razón.

- Ya imagino – murmuró - ¿Iremos a alguna de sus aldeas?

- Quizás nos crucemos con algunos en la selva, pero no, no los visitaremos.

Aunque es una experiencia que te maravillaría.

- No lo dudo.

- Su cultura es increíble, probablemente sea la más antigua del mundo, y es una pena porque su forma de vida está rápidamente desapareciendo debido a la progresiva deforestación, a los mal gestionados proyectos de conservación y las políticas donde los Batwa no ocupan un lugar.

- ¿Y no se puede hacer nada?

- Me temo que no, pero... no es mi campo – le dijo girándose de nuevo para encarar el camino dando por terminada la conversación.

- Todas esas cosas que me contáis son... frustrantes – miró a la enfermera casi con un halo de desesperación e impotencia.

- Me gustaría que pudiese ver a los pigmeos, Germán me dijo que tienen más de diez mil años de antigüedad – le sonrió comprensiva – y sus remedios contra las enfermedades lo tienen fascinado, creo que escribe un libro sobre ello.

- ¿Crees? – le preguntó Natalia con curiosidad.

- No habla de ello, pero lo conozco y sé que es así. No vayas a decirle nada.

- No... tranquila – le dijo volviendo hacia ese desconocido y fascinante mundo que la rodeaba.

Los minutos que faltaban hasta el recinto hotelero lo hicieron con calma, Natalia se sorprendió ante la cantidad de Mandriles de Oliva que se escondían entre las gramíneas altas de los bordes del camino, vieron algunos cuervos que parecían observar los vehículos desde las ramas de los árboles cercanos. Pero, sobre todo, casi saltó en el asiento cuando un varano de más de un metro cruzó corriendo el camino rojizo provocando que el jeep frenase con brusquedad. Alba la miró sorprendida de la velocidad con que había reaccionado. Esa Natalia no era la del primer viaje, ya no se dejaba sorprender por baches ni frenazos, siempre iba fuertemente agarrada y había aprendido a guardar el equilibrio sin problemas ante el traqueteo de los vehículos.

- ¡Dios! ¿qué era eso? – preguntó asustada e impresionada ante el reptil.

- Un Varano del Nilo – le explicó la enfermera.

- Y... esos bichos... ¿están por la selva? – preguntó con cara de pavor, ahora sí asustada con la idea de adentrarse en sus profundidades.

- Tranquila, que viven cerca del agua, son asustadizos y aunque nos ronde alguno es muy raro que ataquen.

- Buff – se estremeció con repugnancia – se me ha encogido todo – la miró encogiéndose de hombros – solo de pensar que estamos en la tienda y ese bicho entra...

- Por la noche se refugia en su madriguera, bueno no en la suya porque siempre usan la de otros animales, no es nocturno.

- Pero parece tan... tan...

- Es el lagarto más grande de África y uno de los animales más fuertes, es capaz de trepar, de escalar, de excavar.

- No me cuentes más, ¡por favor!

Alba soltó una carcajada tan sonora que Nancy se volvió hacia ellas.

- ¿Impresionada con el varano? – le preguntó imaginando de qué podía estar riendo la enfermera.

- No soporto las salamanquesas, ni las lagartijas, ni los lagartos ni... y ese bicho es... eso, pero en tamaño gigante – confesó con desagrado.

- No te preocupes porque no creo que nos encontremos con ninguno a donde vamos – la tranquilizó – pero es un animal muy interesante y digno de estudio.

- No lo dudo – respondió – pero que lo estudie otro – murmuró entre dientes, al tiempo que intentaba pegarse a la puerta del jeep esperando evitar un nuevo codazo de la enfermera que en esta ocasión no se produjo.

Nancy le sonrió comprensiva y recuperó su posición. Alba miró hacia delante y luego, clavó sus ojos fijamente en Natalia.

- ¿Te arrepientes de haber venido? – le preguntó con seriedad.

- ¿Estás de broma! ¡es el mejor viaje de mi vida!

- ¿Mejor que el que hiciste con Vero a la India?

- Cualquier cosa que haga contigo es mucho mejor – le susurró al oído – aunque sea comerme un saltamontes de esos.

Alba la miró con tal brillo en sus ojos, con tal expresión de alegría que Natalia la tomó de la mano y se inclinó hacia ella.

- Nunca vuelvas a dudar de eso – musitó en su oído y Alba con rapidez le respondió - ¡Te amo! – tan bajito que Natalia casi no pudo oírlo, pero no hacía falta porque todo su cuerpo, todo su rostro lo gritaba por ella.

Poco a poco, toda la población que habían ido viendo por el camino durante la última media hora fue desapareciendo y el Parque Nacional se mostraba exuberante con paisajes preciosos y multitud de colorido conferido por las manadas de cebras y ñús, los antílopes, las casi diez jirafas que distinguieron a lo lejos y las enormes bandadas de pájaros. De las mujeres con vestidos vistosos y sus cargas en la cabeza, pasaros a los monos babuinos que se apostaban a los lados de los caminos, saliendo de la espesura densísima de la selva.

- ¡Qué calor hace! – exclamó la pediatra que no dejaba de sudar y pasarse la mano por la frente visiblemente acalorada.

- Si, ese es uno de los inconvenientes de esta parte de la selva – le dijo buscando en la mochila – toma, bebe un poco.

- No tengo sed – se negó con un gesto de desagrado – llevo bebiendo todo el camino.

- Nat... no empieces.

- Alba que... - intentó negarse, pero la enfermera frunció el ceño y la miró de tal forma que se frenó - trae – dijo resignada dando un sorbo, ella era la última en desear que le ocurriese lo mismo del primer día - Y si hace este calor ¿por qué me has hecho meter cosas de manga larga?

- Ya lo verás – respondió misteriosa, pero ante el gesto de queja de Natalia sonrió – vamos a las montañas, atravesando sendas muy estrechas y te aseguro que hay que ir con manga larga.

- ¿Hace frío?

- Bueno... está más umbrío pero lo peor son los mosquitos y demás insectos, por no hablar de las ortigas y plantas venenosas y...

- ¡Vaya panorama! – exclamó con temor interrumpiéndola.

- ¿Te estás rajando? – preguntó burlona.

- ¡Ni en un millón de años! yo veo esos gorilas como me llamo Natalia Lacunza – exclamó ufana – ¡aunque sea lo último que haga!

- ¡No digas eso ni en broma! – protestó sintiendo una repentina e inexplicable aprensión.

- ¡Tonta! – susurró – ven aquí - le pidió levantando su brazo por encima de los hombros de la enfermera recostándola sobre su hombro disfrutando de todo aquello y de estar abrazada a ella

Después de una hora de camino, en la que siguieron viendo animales durante todo el trayecto, llegaron al Red Chilli Rest Camp, donde se hospedarían esa noche. Situado en la localidad de Paraa, en la orilla sur del Nilo, y con unas impresionantes vistas al Nilo Victoria, circundado por unas tierras verdes que bajaban escalonadamente, hacia sus aguas.

- Esto es... ¡paradisíaco! – exclamó extasiada, anhelando adentrarse en el enorme edificio y recrearse en la ducha.

- Mira allí a lo lejos - le pidió Alba - ¿sabes lo que es?

- ¿Un embarcadero?

- Un muelle, está a unos quinientos metros y de allí es de donde parten los barcos y el ferry de vehículos para los safaris fluviales y alrededor del Delta.

- ¿Haremos un safari fluvial? – preguntó enormemente ilusionada.

- No, Nat, no tenemos tiempo. Pero... ya volveremos – le prometió – y planearemos con tiempo un montón de cosas más que nos quedan por hacer y ver.

- Claro – respondió con ese deje que empezaba a alertar a la enfermera. Se había percatado de que cada vez que aludía a un posible viaje de regreso Natalia entristecía su mirada y pronunciaba un monosílabo de consentimiento con tan poca convicción que la hacía estar segura de que no tenía ninguna intención de volver allí.

- ¿Te gustan las vistas? – se volvió Nancy hacia ellas, hablando directamente con Natalia e interrumpiendo la pregunta que pensaba formular Alba al respecto.

- ¡Impresionantes!

- Pues ya verás desde el restaurante, tenemos mesa reservada para esta noche y te sorprenderás.

Natalia observó el recinto que estaba organizado alrededor de un gran restaurante, ubicado bajo un largo porche abierto con fantásticas vistas del parque nacional.

Estaba impresionada con el trasiego de turistas que había. El lugar le pareció agradable en cuanto al entorno natural que le rodeaba y estaba expectante en cuanto a lo que pudiera depararle el interior del alojamiento. Pudo comprobar que la mayoría de esos turistas eran muy jóvenes casi seguro estudiantes, sobre todo, europeos y americanos. El jeep circulaba muy despacio en el interior del recinto y se encaminó al aparcamiento.

- Antes estaba mejor – le susurró Alba– pero ya se le van notando los años a las instalaciones además hace un par de años murió el dueño y desde entonces no está tan cuidado.

- Pero no está mal, no me esperaba algo así en mitad de la selva.

- Me alegra que le des tu aprobación - le dijo con una sonrisilla irónica.

- Ya ves... me he propuesto que no vuelvas a llamarme pija.

- ¿Qué te apuestas que antes de que caiga la noche te lo he dicho? – la retó.

- ¡Lo que quieras! no te voy a dar lugar – aceptó la apuesta levantando el mentón orgullosa.

- Una cena en Madrid – la señaló con el dedo – en cuanto lleguemos, ¡tú y yo solas!

- ¡Hecho! – le tendió la mano para sellar el pacto.

- Si ganas, escoges restaurante y pago yo.

- ¿Y si pierdo...?

- ¿Cómo "y si"? ¡vas a perder! – torció la boca en una mueca divertida y Natalia rió.

- ¡Ni lo sueñes! depende de mí y no te voy a dar el gusto.

- Vas a perder – repitió con seguridad y tal brillo en los ojos, que bailaban contentos de tal forma que Natalia se temió que ese edificio, que aparentaba ser el paraíso en medio de la selva, no estuviera tan buenas condiciones como esperaba y deseaba.

Cuando estaban entrando en el recinto hotelero, Natalia desvió la vista hacia la derecha y dio un respingo en el asiento, no recordaba que Alba le hubiera hablado de ello y no pudo evitar sentir un estremecimiento, impresionada por aquella majestuosa montaña que se elevaba triunfante hacia el cielo.

- ¿Aquella montaña de allí es...?

- Si, el Nrumygongo, un volcán activo – le dijo sonriendo.

- ¡Es impresionante!

- Pues mucho más lo es subir a la cima, cuando llegas se te olvida el cansancio, el frío y la sed, es algo... indescriptible.

Nancy descendió del vehículo y el conductor hizo lo propio. La bióloga le hizo una seña a la enfermera que asintió.

- Nosotras esperaremos aquí, tiene que buscar a un par de chicos que se encarguen de los coches y luego descargaremos y entraremos - le explicó a Natalia.

- ¿Subiremos?

- ¿A dónde? - preguntó desconcertada.

- ¡Al volcán!

- No, Nat, es imposible, no tenemos tiempo. Pero... ya lo haremos en otra ocasión.

- Claro... - murmuró pensando por segunda vez en el día en los resultados. Su tono hizo creer a la enfermera que se había decepcionado.

- Si quieres ver a los gorilas no podemos ir al volcán – le explicó condescendiente

- Salvo que nos quedemos más días – apuntó esperanzada en que se decidiese por esa opción.

- No, no, eso es imposible, tenemos que volver ya – respondió con rapidez "¡qué más quisiera yo que poder quedarme!", pensó, "pero es imposible, debo hacerme esas pruebas cuanto antes, porque esta incertidumbre me está matando".

- Vaya... ¿y esa prisa! creía que te lo estabas pasando bien – la miró ligeramente decepcionada y extrañada por la expresión de angustia que acababa de poner.

- Y me lo estoy pasando, pero.. no puedo estar más tiempo aquí, tengo que volver – afirmó rotunda, la enfermera desvió la vista y Natalia comprendió lo que le ocurría.

- Ya lo sé, solo era un comentario.

- Sí..., esto es maravilloso y me quedaría aquí ¡toda la vida!.... – suspiró – pero... ya es demasiado tiempo fuera y.... no está bien. No puedo dejar el trabajo tanto tiempo, Cruz y Mónica deben estar hasta arriba, sobre todo Mónica.

- ¡Ay! ¡Doña responsable! a ver si un día dejas que se te vaya la cabeza y haces una locura.

- Y esa locura... sería contigo, supongo – le susurró insinuante.

- Es igual con que hagas una locura y yo te vea me basta – respondió sin entrar al trapo.

- Todo esto ya lo es – sonrió misteriosa y un aire melancólico que Alba no terminaba de comprender pero que cada vez la tenía más preocupada – ¡más de lo que imaginas! – exclamó pensando en que ya debería estar camino de Madrid para ponerse en manos de Cruz, descansando y no aventurándose en las profundidades de una selva tropical sin ningún medio a su alcance.

- ¿Qué quieres decir?

- Nancy te está llamando – le dijo señalando hacia la chica que le hacía señales a Alba, sin intención de responderle.

- ¡Voy! gritó la enfermera – bajando del jeep y dejando allí subida a Natalia que paseó su vista por el lago y todo lo que de circundaba.

Definitivamente el estar allí era una auténtica locura, aunque Alba no supiera hasta qué punto. Pero no se arrepentía, todo lo contrario. Estaba siendo un viaje intensísimo en sensaciones, colores, olores, sentimientos y vivencias. En un país con una orografía de continuas montañas verdes, muchas con grandes extensiones de cultivo en terrazas imposibles, acompañado con una inmensidad de cursos fluviales que iban a parar a ese impresionante lago Victoria que tenía la sensación de ocuparlo todo. Un país donde el contacto y acercamiento con la gente se le antojaba tan fácil y agradable, en especial los niños, que no parecía que fuera una extraña para ellos, ni siquiera la barrera del idioma parecía importar. Había aprendido a saludar continuamente, a sentirse aludida cuando escuchaba, en cualquier camino o carretera, en cualquier aldea recóndita, el familiar bye Muzungu, y se sentía feliz cuando los pequeños se la decían de aquella forma graciosa entre atrevidos y temerosos, cuando ella les regalaba caramelos y dulces y ellos correspondían regalándole su eterna sonrisa, haciendo que se sintiera allí como entre amigos, tranquila, feliz, sin temor a nada a pesar de ser una extranjera una "cara pálida". Sí, podía ser una locura, pero esa locura la estaba haciendo sentirse inmensamente feliz.

Germán estaba ya cogiendo su mochila y se disponía a ayudar a Nancy que charlaba con Annie y dos jóvenes que habían salido en busca de los jeep, cuando la enfermera le agarró del brazo, reteniéndolo.

- Tengo que hablar contigo – le dijo con una mezcla de ilusión y preocupación.

- ¿Qué pasa? – la miró extrañado.

- Ha pasado algo que... no sé cómo interpretar.

- ¿Lacunza está bien? – la miró alarmado, temiendo que hubiese vuelto a sangrar o a marearse o a cualquier otra cosa.

- Creo... que... verás... he pellizcado a Nat y...

- Che, che... - levantó la palma de la mano y su rictus serio se mudó en su eterna expresión burlona - intimidades a estas horas, no, y menos si... - empezó a mofarse, pero la mirada de Alba lo silenció.

- No se trata de eso, es algo serio.

- A ver la pellizcaste y ¿qué? ¿qué ha pasado? ¿te dio un bufido, te mandó a la mierda, o es que ya habéis discutido? no me digas que han bastado ocho horas de coche para que ya haya tormenta en el paraíso.

- ¡Que no! ¡déjame hablar y deja de decir chorradas! – le pidió con apremio - ¡Nat lo ha notado!

- Hombre es que tus pellizcos son como para no notarlos – se quejó risueño recordando algunos de los que había sufrido – sobre todos esos que....

- Lo ha notado en el muslo – lo cortó.

- ¿Qué dices? – la miró frunciendo el ceño incrédulo.

- Que si, que estábamos charlando con Nancy y yo... no quería que metiera la pata y yo creo que... ha sido sin... darse cuenta... y... bueno que se ha quejado y...

- ¿Estás segura?

- ¡Segurísima! la pellizqué y saltó al instante.

- ¿No serán imaginaciones tuyas?

- ¡Qué no! – protestó, pero al verlo indeciso insistió – te juro que no. Sé muy bien lo que hice y cómo reaccionó.

- Bien... vamos ahora mismo a verla - soltó las cosas y se acercó al jeep en el que aún permanecía Natalia, observando todo por la ventanilla en espera de que alguien sacase su silla de la parte de atrás y pudiese descender para reunirse con los demás.

- ¡Germán! – lo retuvo Alba antes de que abriese la puerta del coche – sé... discreto... ya sabes cómo se pone con el tema.

- Tranquila – sonrió abriendo la puerta y encarando a la pediatra - Lacunza, ¿qué es eso de que has notado un pellizco en la pierna? – le espetó sin más.

- ¿Yo? ¡qué más quisiera! – exclamó perpleja - ¿a qué viene esto?

- Sí Nat, antes... cuando te pellizqué palideciste y te quejaste y...

- ¿De qué hablas Alba? – la miró desconcertada y ligeramente enfadada – si se trata de una broma... no tiene gracia.

Germán se volvió hacia la enfermera frunciendo el ceño, sin comprender qué estaba ocurriendo allí.

- Nat... te pellizqué en el muslo y... te quejaste – repitió con un hilo de voz.

- Cuando me quejé fue por el codazo que me diste en el costado – le dijo frunciendo el ceño. ¿Qué pretendía Alba inventando aquello y yendo con el cuento a Germán! no la comprendía, pero empezaba a sospechar que todo eso solo podía significar una cosa, que Alba estaba deseando que ella dejara esa silla, y ante la sola idea, la decepción y la angustia se reflejaron en sus ojos, consciente de ello, se apresuró a apartar la vista para no ser descubierta – no he sentido nada en las piernas – murmuró – te lo puedo asegurar y.. ahora... me gustaría salir ya de este coche.

- Si ya le he dicho que a mi enfermera que deje de tomar tanta foto y tanto sol y...

- ¡Germán! ¡cállate! – le pidió Natalia enfadada - y... ayúdame a bajar – le dijo mucho más suave – y tú Alba... deja de calentarle la cabeza con esas cosas, y deja de... intentarlo.

- Nat... no intento nada – habló con preocupación segura de que Natalia sí que había reaccionado y que ahora intentaba negarlo, no entendía por qué lo hacía, quizás eso formaba parte de ese bloqueo que tantas veces le habían comentado, pero fuese lo que fuese, no iba a permitir que eso estropease lo que les quedaba de viaje, porque la cara de la pediatra así lo presagiaba, tenía que intentar borrar esa expresión de su rostro y conseguir que le volviese el buen humor - perdona creí que era ..., el codazo te lo había dado mucho antes y... no sé... interpreté que...

- Pues interpretaste mal – le dijo visiblemente enfadada.

- Pero es que... estabas tan distraída hablando con Nancy y reaccionaste tan... tan en el momento que... pensé que...

- ¡Joder! y ¿qué? ¿qué pensaste? – la fulminó con la mirada, hacía mucho tiempo que Alba ya no veía a Natalia con esa rabia contenida.

- Perdóname – volvió a pedirle mirando a Germán en busca de ayuda, pero su amigo permanecía impávido, observándolas y calibrando lo que podía significar todo aquello. Conocía a Alba y sabía que no se inventaría algo así, pero también conocía a Natalia y sabía que no mentiría en algo tan importante. Suspiró comenzando a comprender lo que podría estar sucediendo y recordando los consejos que Felipe le dio el día que le consultó sobre ella, se decidió a hablar con Alba sobre el tema, pero debería esperar a que estuviese a solas, porque no era ni prudente ni aconsejable hacerlo delante de la pediatra y menos viendo que se había cerrado en banda.

- ¿Y tú qué? ¿no dices nada? – le preguntó Natalia a Germán alzando la voz molesta también con él.

- No tengo nada que decir – sonrió – no saquéis las cosas de quicio, ha sido un mal entendido, pues ya está, vamos a descansar un rato y a ver todo esto.

- Nat, sabes que no miento – insistió la enfermera que se ganó, por una vez, un discreto golpe del médico que pasó desapercibido a la pediatra.

- Yo solo sé que me has hecho polvo la costilla – protestó mohína - además me has dado en el mismo sitio de la operación y aún me duele – le reveló echándoselo en cara.

- Nat eso fue mucho antes, pero... luego...

- Luego, ¿qué? el coche no dejaba de traquetear y me has metido el codo para poder esconder la mano entre nuestras piernas ¿o no es eso lo que has hecho? – la acusó enfadada - no puedo mover las piernas y si no eres capaz de aceptarlo.... – la atacó guardando un estudiado silencio.

- ¡Pero no digas tonteras, mi amor! – exclamó sin reparar en la presencia de Germán que se columpiaba de un pie a otro, incómodo, y que le hizo una seña para que frenara en la discusión que la enfermera volvió a ignorar - ¡claro que lo acepto!

- Bueno, bueno, será mejor que dejéis esta conversación para otro momento, ¿no os parece? – les pidió Germán viendo que subían de tono.

- Sí, será lo mejor - suspiró Natalia con el ceño fruncido.

- Mirad, Nancy nos llama – dijo con alivio - Vamos dentro.

El médico dio unos pasos, pero ambas se quedaron allí plantadas mirándose sin moverse. Se volvió hacia ellas.

- ¿Por qué no venís y vemos las habitaciones? – les insistió temiendo que entablaran una discusión más seria – venga, Lacunza...

- Ahora vamos Germán, adelántate tú – le pidió Alba interrumpiéndolo.

- No tardéis – aceptó de mala gana.

Germán se encaminó a la puerta principal y Alba se situó tras la pediatra dispuesta a empujarla.

- No hace falta – le dijo secamente – puedo sola.

- Ya sé que puedes, pero yo quiero, estás cansada – le respondió acariciándole la mejilla - cariño - se inclinó en su oído – por favor, no te enfades, y... no me pongas esa cara – le pidió melosa, pero la pediatra no respondió – Nat, yo... te amo, te amo tanto que... jamás pienses que el estar en esa silla es un impedimento porque no lo es, ¡no lo es! – exclamó casi con las lágrimas saltadas, Natalia no podía verla, pero notó el apremio y la angustia en su voz.

- Lo sé – sonrió por primera vez desde que se bajara del jeep girando la cabeza hacia ella, Germán tenía razón, estaban allí para pasarlo bien – perdóname tú, no debí ponerme así y menos delante de Germán, pero hay veces que... te juro que no te entiendo....

- Lo siento, me he equivocado. No hablemos más del tema ¿de acuerdo?

- De acuerdo- suspiró incapaz de negarle nada.

- No quiero que dudes de que te amo, ni de que me da exactamente igual si estás en esa silla y creía que ya había quedado más que claro.

- Sí – sonrió abiertamente y le acarició la mano que le tenía puesta en el hombro - pero me gusta que me lo recuerdes... - la miró con franqueza y susurró – de vez en cuando.

- ¡Te lo voy a recordar siempre! – la besó fugazmente en la mejilla aliviada de ver que no estaba enfadada - ¡toda la vida! – exclamó con mayor énfasis – y ahora vamos a ver dónde podemos dormir esta noche – le dijo empujándola con decisión hasta la puerta principal del hotel.

- ¿Cómo podemos? pero... ¿no tenemos reserva? – preguntó sin obtener respuesta

– Alba – la miró con temor.

- Ya lo verás – le susurró de nuevo esbozando una sonrisa.

- Pues ¡vamos! porque estoy deseando ver la habitación – dijo la pediatra que sentía un cosquilleo especial en su estómago, extrañada por el comportamiento de la enfermera, pero contenta de poder compartir con ella todo aquello, a pesar de que a veces, se le metieran en la cabeza esas ideas descabelladas.

- Teme lo que deseas – murmuró entre dientes.

La pediatra, que la había oído, se volvió y la miró a los ojos, mientras subían el escalón de recepción. Alba sonrió ladeando la cabeza con un gesto travieso al verse descubierta, y Natalia la imitó, temiendo interiormente lo que iba a encontrarse al franquear la puerta. Pero al entrar Natalia se sorprendió agradablemente de lo que veía, una limpia y confortable recepción, digna de cualquiera de los mejores hoteles, con decoración local. Ahora le quedaba la aventura de ver cómo sería ese alojamiento por dentro. Mucho se temía que las prevenciones que estaba insinuándole la enfermera solo podían significar que dejaba mucho que desear, aunque esa recepción no presagiaba que fuera a ser así.

Entraron en recepción a tiempo de ver como del despacho situado tras el mostrador donde rezaba el cartel de "Gerencia", salía un hombre joven y alto que rápidamente acudió al encuentro de Nancy y Annie, a quienes saludó con alegría. Era evidente que allí no solo eran conocidas sino muy bien recibidas. Ambas observaron cómo intercambiaban unas palabras y señalaban en varias ocasiones hacia Germán.

- ¿Ocurre algo? – preguntó la pediatra, interpretando que había algún problema.

Alba que había situado a Natalia junto a uno de los sillones de la entrada y que se había sentado en el brazo del mismo, la encaró.

- Nosotras no teníamos reserva previa, Nancy hizo todo lo que pudo para conseguirnos un hueco y... - la observó detenidamente.

- ¿Y...? – preguntó con temor.

- Lo consiguió – afirmó con una sonrisa – no sé si lo sabes, pero en toda África es común que en los hoteles como éste, haya varios tipos de alojamiento. No solo están las habitaciones del edificio principal sino que también hay cabañas y tiendas.

- ¿Me estás queriendo decir qué esta noche vamos a dormir también en una tienda?

- ¡No! Claro que no, ya te digo que Nancy nos consiguió un hueco, nosotras tenemos una cabaña, será Germán el que tenga que dormir en una tienda.

- Una cabaña... - musitó intentando imaginar.

- Sí, imitan chozas, las hay con aire acondicionado y con todo tipo de lujos, pero... estaban todas ocupadas, y luego las hay más modestas, pero... son aceptables.

- ¿Aceptables? – repitió temerosa.

- Sí, tienen sus camas y... están limpias.

- ¡Menos mal! porque llevo todo el día intentando hacerme a la idea de que íbamos a estar de acampada, pero esta noche esperaba dormir en una confortable cama.

- Tranquila que dormirás en una cama, pero a partir de mañana...

- Ya lo sé – sonrió – ya sé que a partir de mañana... ¡empieza la aventura! - suspiró intentando parecer animosa y, rápidamente, cambió de tema - por cierto, no creo que Germán duerma en una tienda.

- ¿Qué quieres decir?

- ¿Has visto cómo lo mira Nancy? – le preguntó burlona.

- Claro que lo he visto, ya te dije que... - junto los dedos índices de sus manos con un gesto de complicidad.

- Pues eso, que no creo que duerma en la tienda – sonrió con malicia. Alba lanzó una sonrisilla asintiendo, ella también pensaba lo mismo. Pero inmediatamente se puso seria.

- Nat... hay algo que... no te he dicho.

- ¿El qué? – la miró con temor al ver su cambio de actitud. Alba tomó aire.

- Pues... que esas cabañas más modestas... – se interrumpió de nuevo y Natalia comenzó a ponerse nerviosa, temiendo lo que pudiera esperarle en las dichosas cabañas.

- ¿Qué pasa con ellas?

- Que... - dudó un instante – bueno que no tendremos baño en el cuarto.

- ¡¿Qué?! – exclamó con disgusto, sin dar crédito - ¿te estás burlando? – preguntó creyendo que pretendía ganar la apuesta haciéndola saltar.

- No. Es verdad – respondió apretando los labios y elevando las cejas en una mueca de circunstancias – pero piensa que será solo una noche, Nat, y... hay baños comunes – intentó hacerle ver que no era para tanto. Natalia lanzó un profundo suspiro, sin decir nada - Lo siento, pero cuando llamamos estaba todo ocupado. No es un hotel muy grande y solo hay diez bandas.

- ¿Bandas! ¿qué es eso?

- Las cabañas... se llaman así.

- Ya... creo que todo esto... ha sido demasiado precipitado.

- Pero merecerá la pena ¡ya verás! – le dijo con ilusión tomándola de la mano y Natalia ante su cara y el brillo de su mirada no pudo evitar una oleada de ternura, ¡se estaba tomando tantas molestias por ella! ¡Todos se las estaban tomando! Y ella no podía comportarse como Alba la acusaba siempre, como una pija.

- Ya la ha merecido – sonrió borrando el gesto anterior de desagrado – esos rinocerontes... ¡dios! son gigantes.... son... son...

- ¡Pues espera a ver los gorilas! – le susurró – esos si que son... son – la remedó riendo.

- ¿Por qué susurras?

- Por... porque no tenemos pedidos los permisos.

- ¿Qué permisos?

- Para subir a verlos, hace falta un permiso a nombre de cada persona con un día fijo asignado, y ¡hay seis meses de cola!

- Y... ¿qué pretendes que hagamos? ¿qué nos colemos en algún grupo! te aviso que yo no paso, precisamente, desapercibida – intentó bromear, señalando con ambas manos su cuerpo, recurriendo al sarcasmo.

- ¡Nat! – protestó risueña, no podía evitarlo, siempre le había atraído su forma irónica de ver la vida – nosotras no haremos la ruta turística.

- ¿Ah, no?

- Claro que no, subiremos mucho más en la montaña, a la parte más salvaje y recóndita, y... tranquila que ellas – dijo señalando hacia Nancy y Annie - se encargan de todo, somos sus invitadas.

- Vaya – miró hacia las dos con agradecimiento, en el preciso instante en que Nancy abandonaba el grupo y se acercaba hasta donde se encontraban.

Llegaba con paso firme y una sonrisa de satisfacción.

- Todo arreglado – les comunicó – podemos subir a las habitaciones. Y ésta es la llave de vuestra banda – dijo tendiéndose a la enfermera – lo siento, pero no quedaban plazas individuales.

- Sí, ya le he dicho a Nat que compartiríamos – se apresuró a responder antes de que Natalia hiciese comentario alguno.

- Si vas a estar más cómoda – se dirigió a la pediatra – podéis quedaros con mi habitación. Es individual pero siempre la pido con cama de matrimonio, para variar, ¡acostumbrada al saco de dormir! – sonrió afable.

Alba miró de reojo a Natalia, no quería cogerle la palabra a Nancy, pero había de reconocer que Natalia estaría mucho mejor en una habitación con baño, sin embargo, la pediatra que seguía con la vista fija en Nancy, no le dio opción y se apresuró a responder por ella.

- De ningún modo - se negó con rotundidad ganándose una mirada llena de orgullo y amor de Alba, que por un momento temió que aceptase el ofrecimiento – estaremos perfectamente en la banda.

- Insisto, Nat, de veras que no me importa – repitió Nancy dando dos pequeños golpecitos en el antebrazo de Alba para que fuese ella la que aceptase el ofrecimiento.

- Te lo agradezco mucho Nancy, pero no – volvió a negarse Natalia.

- Sois mis invitadas y me gustaría que estuvieseis a gusto, la habitación es muy confortable y el acceso es pleno, en la cabaña tendréis que salir del edificio... y...

- No te preocupes Nancy – intervino Alba.

- Solo quiero que estéis cómodas.

- Y lo estaremos – aseguró Natalia que miró con una sonrisa a Alba buscando de nuevo su apoyo – además estarás harta de estar siempre durmiendo en una tienda, ya me ha contado Alba que a veces estás allí arriba durante varios meses. Y nosotras estaremos perfectamente en esa banda, ¿verdad, Alba?

- Sí, Nancy, de verdad, no te preocupes – repitió - Natalia está decidida y... no la vas a convencer – sonrió situando su mano sobre el hombro de la pediatra.

- En ese caso, ¡nos vemos en la cena! la mesa está a mi nombre – le dijo a Alba – reservé a las siete y media.

- Muy bien, luego nos vemos – respondió la enfermera viendo como su amiga se alejaba de ellas y se acercaba al mostrador donde Germán estaba aguardando.

- ¿Las siete y media? – preguntó Natalia bajando la voz - ¿esas son horas de cenar? – dijo irónica mirando el reloj - ¡apenas vamos a tener tiempo de darnos una ducha!

- Es inglesa Nat y por deferencia ha reservado así de tarde.

- ¿Tarde?

- Chist – la silenció riendo y empujándola con decisión al exterior por una puerta trasera que indicaba con una flecha la salida a la zona de las bandas – no seas así, ¿acaso no tienes hambre?

- ¡Sí que la tengo!

- Pues no protestes – soltó una carcajada – que eres una gruñona.

- No protesto, pero cenar a las siete... ¡eso es acostarse a la hora de las gallinas! – exclamó burlona – aunque es verdad que me comería un caballo.

- ¡Un caballo! – repitió riendo – luego apenas probarás bocado.

- Es que me lleno enseguida, no sabes lo que es estar todo el día sentada, al menos en Madrid, con el gimnasio... - suspiró pensando en la cantidad de horas que debería dedicar a la vuelta, porque allí se había olvidado de todo incluidos sus ejercicios diarios - ¿Qué tipo de comida hay en este restaurante? – preguntó de pronto temiendo que fuera cocina típica africana.

- De todo Nat, el buffet es amplio y también puedes pedir a la carta.

- Ya pero... ¿qué hay?

- Ya te lo he dicho, de todo y al estilo europeo si es lo que preguntas.

- ¡Es que me muero de hambre!

- ¡Y yo! – admitió la enfermera.

- ¿Qué haremos luego! porque si cenamos a las siete....

- Muy lanzada te veo yo... ¿no decías que estabas cansada?

- Cansada del coche - la puntualizó - me gustaría ver un poco el complejo.

- Pues no va a ser posible, porque después de la cena... ¡a la cama! es mejor que nos acostemos temprano porque Nancy quería salir sobre las cinco de la mañana.

- ¡Joder! ¿a las cinco? tendremos que levantarnos por lo menos una hora antes.

- Pues sí.

- Ahora entiendo por qué me decías anoche que aprovechase para dormir.

- No, aún no lo entiendes – musitó entre dientes – pero ya lo entenderás – le dijo agachándose junto a su oído – y... por cierto, ¡estoy muy orgullosa de ti!

- ¿Y eso?

- Creí que aceptarías el ofrecimiento de Nancy.

- ¡Ja! ¡en eso estaba pensando yo! – exclamó torciendo la boca en una mueca de suficiencia - tú lo que quieres es ganar la apuesta y decirme que soy una pija, y de eso nada.

- La voy a ganar – saltó una carcajada – hemos llegado, esa es la nuestra – dijo mirado el número que rezaba en la llave y el que estaba puesto encima de la puerta de la banda – ¿preparada? – le preguntó metiendo la llave en la cerradura, entreabriendo la puerta levemente e interponiéndose entre la pediatra y la entrada, con una sonrisa burlona en su cara y unos ojos que bailaban divertidos.

- Abre ya – sonrió – y deja de hacer el payaso.

Alba abrió y dejó paso a Natalia que se asomó un poco, luego la enfermera giró la silla y la subió, salvando el pequeño escalón. Entraron en la banda y Natalia miró a Alba intentado disimular lo mucho que le desagradaba, ¿aquello qué era! ¡un cuchitril inmundo! y ¡lleno de moscas! pero se había jurado no protestar y guardó silencio mientras paseaba la vista por aquel cubículo de unos cuatro por tres metros, con dos camas separadas por una diminuta mesilla y un ventilador en el techo. La ropa de cama estaba a los pies de las mismas y junto a ella un juego de toallas. ¡Tendrían que hacer ellas las camas! Junto a la ventana se veían dos espirales para los mosquitos y debajo una pequeña silla. Alba la miró de reojo esperando su reacción, pero tras entrar y cerrar la puerta, Maca seguía en el mutismo más absoluto.

- Hay muchas con moscas – dijo la enfermera esperando esa reacción que no llegaba.

- ¿No me digas? – respondió irónica.

- Es... porque por las noches vienen a pastar los facóqueros y... los topi.

- ¿Facóqueros?

- Sí, una especie de jabalíes, se mueven aquí cerca, en la zona de acampada.

- ¡Dios! ¡qué asco! – no pudo contenerse por más tiempo – dando un par de manotazos al aire para espantar las que pretendían posarse en ella - ¿y tenemos que dormir aquí?

- Si – dijo secamente frunciendo el ceño – te recuerdo que eres tú la que te has negado a aceptar el ofrecimiento de Nancy – le dijo molesta.

- ¿Y los topi esos... qué son? – se interesó dispuesta a no perder esa apuesta y en un intento de que no se enfadara, porque por el tono sabía que estaba molesta con ella pero no podía evitar comportarse así, ¡no soportaba las moscas!

- Un tipo de antílope, van en manadas y los facóqueros casi siempre los acompañan y... bueno que se acercan a pastar y claro durante el día buscan lugares frescos y... luego...

- ¡Dios! – exclamó dándose un guantazo interrumpiéndola – son insoportables y ¡pican!

- Sí, son tse-tse, pican mucho pero no te preocupes que ahora mismo las echo - dijo abriendo las ventanas e intentando hacer lo que había prometido.

- ¡Cierra las ventanas! que están entrando más – casi gritó alterada.

- Pero... Nat, hay que echarlas – se justificó.

- Lo que hay es que matarlas – afirmó con decisión – nos van a dar las uvas si pretendes echarlas.

- Nat... no voy a matar las moscas – la miró enarcando las cejas en señal de aviso – la sola idea me produce repugnancia.

- ¿Cómo que no? ¡si nos están comiendo vivas!

- Como que no. No las mato y punto.

- Pues déjame a mí, verás que pronto acabo con ellas – habló con genio dirigiendo la silla hacia ella y arrebatándole una toalla, que acababa de coger, de las manos.

- ¡Nat! – protestó.

Pero la pediatra le sonrió entre divertida y desafiante, comenzando a dar golpes al aire con la toalla, sin parar, a diestro y siniestro.

- Pero ¡Nat! – rió también al verla dando vueltas con la silla toalla en mano – es mejor abrir la ventana y echarlas.

- ¡Ni lo sueñes! – exclamó.

- Pues tú me dirás porque a toallazos no vas a acabar con ellas.

- Te digo que o ellas o yo, tú decides con quien quieres pasar la noche – le dijo decidida.

- Anda estate quieta y ve a ducharte que ya me encargo yo de ellas – respondió suspirando resignada y a un tiempo mirándola sin parar de reír al ver sus esfuerzos por darles con la toalla – ¡para ya! – la frenó – que te vas a hacer daño. Y, quieras o no, vamos a abrir las ventanas.

- ¡Que no! que entran más – repitió – y además dios sabe que otros bichos pueden colarse.

- ¿Y tú pretendes dormir en plena selva? – se burló de ella.

- Si lo que quieres es que te diga que has ganado no lo vas a conseguir, aunque tenga que erigirme en la exterminadora oficial de moscas – la amenazó con el dedo, pasando a su lado con la silla y dándole con la toalla en el culo un pequeño golpecito – si no vas a hacer nada, ¡aparta de mi camino!

Alba comenzó a reír mirándola a los ojos y negando con la cabeza, cuando Natalia se ponía así no había quien consiguiera disuadirla. ¡Ya se cansaría! Alba soltó las mochilas en una de las camas y sacó algo de ropa para ponerse, luego comenzó a vestir las camas mientras la pediatra seguía en su infructuoso intento de acabar con aquellas moscas.

- Las he visto más eficaces – se mofó la enfermera - ¡valiente exterminadora!

- Tú déjame a mí y ya verás.

Pero al cabo de unos minutos, cansada, Natalia frenó en sus intentos de darles caza, se plantó ante Alba que la observaba risueña y llena de paciencia, sentada en la silla, y se encogió de hombros también riendo.

- Vale, me rindo – admitió soltando la toalla en la cama – inténtalo tú, que yo me muero por una ducha – admitió vencida y al ver que la enfermera no se movía cogió de nuevo la toalla y se la lanzó a la cara – ¡vamos! ¡muévete! – la espoleó con alegría - ¡qué es tardísimo!

- Ya voy – se levantó con desgana – me acabo de dar cuenta que estoy molida, tantas horas sentada....

- ¡Qué me vas a contar a mí! – exclamó burlona.

- Nat... - protestó enrojeciendo levemente y acercándose a ella – no me gusta que seas tan sarcástica, lo he dicho sin pensar.

- No es sarcasmo – le respondió mirándola con dulzura - para eso lo mejor es hacer ejercicio – torció a boca en una mueca y sus ojos comenzaron a moverse bailones, Alba supo que ya iba a soltarle otra de sus ocurrencias – y no apalancarte en esa silla – se mofó - ¿estás muy cansada?

- La verdad es que sí, ayer no paramos con el traslado de los niños y hoy también han sido unas buenas horas de coche.

- Pues vamos a la ducha que cenemos pronto y te acuestes – le dijo acariciándole la mano y lanzándole una mirada llena de amor – que esta noche te doy un masaje verás que bien duermes.

- ¿Lo harías?

- Pues claro.

- Pero... ¿tú no estás cansada?

- Un poco, pero... estoy más nerviosa que cansada – reconoció - solo de pensar en esa acampada... - se estremeció y Alba lanzó una carcajada.

- Ve tú a la ducha que yo voy a buscar algo para las moscas - sonrió consiente de lo poco que le agradaban todos los insectos.

- De acuerdo, pero...

- ¿Qué? - inquirió al ver que la miraba sin decir nada.

- ¿Dónde estaban las duchas? – preguntó al fin.

- Al salir a la izquierda – le dijo abriendo la puerta y señalándole con la mano el lugar. Pero Natalia no se movió y Alba se quedó mirándola fijamente, comprendiendo lo que deseaba - ¿quieres que te acompañe?

- Lo prefiero – admitió con una enorme sonrisa – seguro que hay algún escalón - se justificó.

- Un escalón o una... - enronqueció la voz y paseó sus dedos por el pelo de la pediatra - una cucaracha asesina - se rió de ella.

- ¡Calla! - volvió a estremecerse solo de imaginarla. Alba soltó otra carcajada y cogió todo lo necesario de la mochila, metiéndolo en una bolsa más pequeña.

- Anda vamos - le dijo condescendiente - pero mientras te duchas, yo voy a ver qué consigo para deshacernos de ellas.

- ¡Ojalá lo logres! – exclamó - ¡las odio! - Alba la miró con tal cara de burla que Natalia la amenazó con el dejo - ¡ni se te ocurra decírmelo! – exclamó imaginando que iba a echarle en cara que era una pija.

- No lo digo – apretó los labios conteniendo la risa y con unos ojos que bailaban cada vez más – pero que sepas que has perdido.

- ¡Porque eres una tramposa!

- ¿Tramposa yo? – preguntó aún más risueña.

- Sí, tú. Me dijiste que dormiríamos en el hotel.

- ¿Y acaso te he mentido! vamos a dormir en el hotel – se encogió de hombros situándose a su espalda.

- Deja que ya voy yo a las duchas que estoy deseando que te deshagas de esas moscas.

- Espera y no corras tanto, primero vamos a ver qué condiciones tienen y... luego....

- Deja que adivine - la interrumpió irónica - un escalón de veinte centímetros y un cuchitril en el que no cabrá ni la silla.

- Pero mira que eres quejica – le dijo llegando a la zona de los baños comunitarios.

- Seré todo lo quejica que quieras, pero ¡mira que escalón! – le señaló con un suspiro acostumbrada a que fuera así.

- Ya veo – habló entrecortada por el esfuerzo de tirar de la silla para subirla – pero mira, las duchas son amplias – sonrió abriendo una de las puertas de las dos que quedaban libres.

Natalia asintió, mientras notaba que los usuarios se quedaban observándola. No era normal ver a personas en su situación haciendo ese tipo de viajes de aventura. Los baños eran muy básicos aunque, efectivamente las duchas eran espaciosas y estaban muy limpias, pero necesitaban una reforma urgente. Alba entró con ella y cerró la puerta.

- Pero... ¿tú no ibas a buscar algo para las moscas?

- Ahora voy, primero quería ver que puedes sola.

- Tranquila que puedo, aunque la silla...

- La pondrás chorreando, ya lo sé – la acarició pensativa – nunca había reparado en lo mal acondicionados que están todos los baños – comentó con ternura acariciándole la mejilla – lo siento Natalia.

- ¿Por qué? tú no tienes la culpa y... no te preocupes que ya me apañaré.

- ¿Te dejo aquí la bolsa? – le señaló un rincón apartado.

- Sí, gracias.

- ¿Sabes? ¡estoy muy orgullosa de ti! – exclamó de pronto, se inclinó y la besó suavemente en los labios – y no soporto a la gente descarada que te mira como si...

- ¿Qué gente? - disimuló.

- Esos dos que estaban ahí fuera, ¿no has visto cómo te han mirado? he estado tentada a decirles algo.

- ¡Ni se te ocurra! Es normal que me miren, estoy acostumbrada a que lo hagan, ni siquiera los he visto.

- ¡Te quiero! – se inclinó hacia ella, manteniendo su rostro un instante tan cerca que sentía sus alientos, se escudriñaron y, se besaron de nuevo, esta vez más intensamente, soltando ambas un suspiro al separarse. Y riendo seguidamente de la sincronización que parecían tener.

- Anda vete ya que no respondo – le pidió la pediatra intentando controlar el deseo que crecía en ella.

- Espera, antes quería... pedirte disculpas.

- ¿Por qué? ¿por hacer trampas? – preguntó burlona – pues sí deberías disculparte, ¡qué digo disculparte! deberías compensarme con muchos, muchos mimitos.

- No es eso.

- Y por cierto, estoy pensando que... ¿por qué he perdido? Porque a ti tampoco te gusta dormir con ese mosquerío. ¡Que parece una porquera!

- ¿Por qué no paras de quejarte? – le preguntó con sorna - y eso solo lo hacen las pijas.

- ¿Y qué? vale, me quejo, pero la única que ha cogido la toalla y ha intentado hacer algo he sido yo, ¿es eso de pijas?

- Bueno... - apretó los labios esbozando una sonrisa divertida con su actitud y su insistencia, recordando lo poco que le gustaba a Natalia perder a nada.

- Además, que no, que me niego, que no he perdido, que a ti te dan tanto asco como a mí. La apuesta sigue en pie – la señaló con el dedo.

- Será por poco tiempo, antes de que te acuestes habrás perdido – volvió a mostrar esa seguridad que tenía en ascuas a la pediatra – pero..., de acuerdo, la apuesta sigue en pie. ¿Me dejas ya que te pida disculpas?

- ¿Por qué? ¿por tenerme cazando moscas media hora? – aventuró risueña.

- No me refiero a eso – le dijo con seriedad obligando a Natalia a cambiar su actitud juguetona – me refiero a lo del pellizco – le confesó con cara compungida - no he debido hacerlo ni decirle nada a Germán.

Natalia esbozó una leve sonrisa y la miró fijamente a los ojos.

- Olvídalo – le pidió tirando con suavidad de ella – ven aquí – dijo sentándola en sus rodillas y acariciando su rostro con ambas manos, para luego, atraerla y besarla con tanta pasión que Alba se estremeció – no le des más vueltas – le susurró besándola de nuevo, ¡cómo había deseado hacerlo todo el viaje! Ambas sintieron la excitación que crecía en ellas.

- Nat... - gimió levemente al separarse - ¡te amo! – fue ahora ella la que la besó deseosa, olvidando sus intenciones de salir a buscar algo para las moscas.

- ¡Dios! – murmuró la pediatra, excitada, clavando sus ojos en los de la enfermera

– Alba... - fue ahora ella la que se estremeció al contacto con su piel, al sentir sus manos tirando de su camiseta hasta arrancársela – Alba... - jadeó presa del deseo.

- Alba... - musitó perdiéndose en la profundidad de sus ojos que la llamaban a besarla de nuevo.

Por unos instantes se entregaron a un juego de besos y caricias que subían cada vez más en intensidad e intención. Pero Natalia bruscamente se detuvo.

- Anda vete que... que no llegamos a la cena – le pidió empujándola levemente para que se levantara. Alba frunció el ceño.

- Nat... - protestó buscando de nuevo sus labios sin deseos de separase de ella.

Ya ni quería ni podía parar, ¡la deseaba!

- Cariño – la frenó y Alba hizo un gesto de frustración, tentada a negarse, pero cedió, consciente de que ese lugar era incomodísimo para la pediatra y de que era tardísimo y además, había gente fuera esperando.

- Me voy – admitió levantándose con un profundo suspiro - pero esta noche no te escapas.

- ¡Largo! – le sonrió señalándole la puerta con el dedo – y cuando salga no quiero ver ni una mosca en el cuarto o la que no te vas a escapar eres tú – la amenazó bromeando.

Alba soltó una carcajada y abrió la puerta, pero se detuvo, volviéndose hacia ella con gesto pícaro.

- Por cierto.. eh... no hay agua caliente.

- ¡¿Qué?!

- No protestes que te va a ir bien – le dijo insinuante viendo que estaba tan acalorada como ella.

- ¡Joder! – murmuró contrariada.

- Esto es así, y sécate bien que si te acatarras Nancy no te deja subir a verlos.

- ¿Y eso por qué?

- Son las normas.

- Tranquila que me secaré bien – respondió – ¡venga! ¡vete!

- Ya voy – sonrió haciéndose la remolona, deseando seguir allí con ella, ducharse con ella, y seguir besándola, pero obedeció y salió de allí dispuesta a buscar algo en recepción que pudiera librarlas de esas odiosas moscas.





Continue Reading

You'll Also Like

235K 23.8K 61
Rose Weasley era muy distinta a sus hermanos, no era valiente, osada o revoltosa, en cambio, era tranquila, con una alegría contagiosa, siempre dispu...
576K 41.1K 74
Lara pensaba que Toni era el amor de su vida, pero dejó de serlo hace mucho, después del primer golpe que recibió por su parte cuando estaba embaraza...
200K 13.3K 50
"No te vayas, hay muchas pero no hay de tú talla"
86.4K 8.4K 62
👁️⃤ 𝘖𝘯𝘦-𝘚𝘩𝘰𝘵𝘴, 𝘪𝘮𝘢𝘨𝘪𝘯𝘢𝘴, 𝘏𝘦𝘢𝘥𝘤𝘢𝘯𝘰𝘯𝘴 𝘦 𝘩𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢𝘴 con los personajes de la serie: «🇬 🇷 🇦 🇻 🇮 🇹 �...