La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 71

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By marlysaba2


Todo había pasado tan deprisa, la inauguración de la clínica, el regreso de Alba, el asalto, el viaje y... Alba, sus besos, sus caricias, su amor. Tenía la sensación de que la vida a la que estaba acostumbrada se había derrumbado de un plumazo con su llegada y ahora, las ilusiones que habían ido naciendo en su interior, las esperanzas y los planes, volvían a esfumarse de otro plumazo. Suspiró y, finalmente, dejó que las lágrimas que había estado intentando controlar comenzaran a recorrer su rostro, lo escondió entre sus manos y lloró amargamente, preguntándose ¿por qué? ¿por qué ahora que todo parecía arreglase por fin? ¿por qué ahora que se había vuelto a sentir llena de vida? Levantó la cabeza, se secó las lágrimas y sonrió. Sí, el tiempo había pasado muy deprisa en esos escasos tres meses, y quizás esa carrera no pudiese ya frenarse, pero si había algo a lo que estaba decidida era a lograr lo que deseaba antes de que ese tiempo se le escapase entre los dedos.

El convoy circulaba con lentitud, las últimas lluvias habían afectado a la carretera que presentaba profundos surcos en algunos de sus tramos, hasta el punto de obligar a detenerse a los camiones y, bajo las órdenes de André, descender algunos de sus soldados para rellenarlos y facilitar el paso. Eso las estaba retrasando considerablemente y Alba, nerviosa no dejaba de mirar el reloj. Aún les quedaba más de una hora para alcanzar la frontera con Kenia, pero por suerte, salvo esas detenciones forzosas, no habían sufrido ningún otro contratiempo.

Sara iba leyendo una revista médica y Alba miraba por la ventana pensativa. Apenas habían cruzado palabra durante el trayecto, y la joven pediatra la observaba de reojo de vez en cuando, extrañada de su seriedad y su rictus de preocupación, pero no se atrevía a preguntarle qué le sucedía para no dar pie a que Alba le devolviese la pregunta.

- ¿Estás bien? – acabó por decirle.

- Si – se volvió hacia ella esbozando una leve sonrisa.

- Vamos a llegar con bastante retraso, quizás deberías avisar a Laura.

- ¿Crees que podremos? – la miró interrogadora observando la hora.

- Puedes intentarlo en el control de la frontera.

- Sí, creo que tienes razón – suspiró – debería avisarla.

- ¿Seguro que no te pasa nada?

- Seguro – afirmó desviando la vista al exterior.

- Ayer vi muy bien a Nat – intentó cambiar de tema, convencida de que algo la preocupaba y de que podía tener que ver con Natalia.

- Si, está mucho mejor – admitió encarándola – pero no me mientas que anoche tenía un aspecto de pena, ¡estaba muy cansada! – sonrió enarcando las cejas.

- Vale, me has pillado – se encogió de hombros – te veo preocupada y... me preguntaba si... tendría que ver con ella, ¡el otro día estabas tan contenta! incluso anoche.

- No me pasa nada.

- Pues... aunque no te pase nada... me gustaría saber por qué estás tan seria, somos amigas y si tienes un problema... me gustaría que confiaras en mí – le dijo haciendo gala de la sinceridad que siempre la había caracterizado, insinuándole que no la había creído.

- A mí también me gustaría saber por qué te traes secretitos con Nat – le soltó de pronto.

- Eh... yo... no... - balbuceó incómoda, eso le pasaba por preguntar e insistir - perdona no quería molestarte – se disculpó enrojeciendo – ¿no pensarás que Nat y yo...?

- ¡Claro que no! – exclamó divertida con su ocurrencia – no me refería a eso, me refería a lo que te pasa a ti, ¿crees que no me he dado cuenta?

- No sé, creí que solo tenías ojos para Nat.

- Pues no – sonrió – es cierto que he estado muy pendiente de ella pero, también tengo ojos para los demás y, sobre todo, para ti.

- Solo le consulté a Nat una cosa por si... ella... podía ayudarme – le confesó – pero...

- Pero ¿qué? ¿no puede ayudarte?

- Lo va a intentar.

- Seguro que si puede lo hará – apoyó su mano sobre la de la joven – Nat es así, parece hosca y borde, pero ¡tiene un gran corazón!

- La quieres mucho ¿verdad?

Alba asintió con los ojos humedecidos, no sabía por qué, pero tenía una sensación extraña. Se había despertado contenta, llena de euforia y felicidad y el estar con Natalia le había dado una fuerza increíble para enfrentarse a su trabajo y a los riesgos sin temor, pero desde que Natalia hablara con ella sobre su presentimiento tenía la impresión de que le había contagiado esa sensación de que iba a ocurrir algo y eso la tenía nerviosa y deseando regresar a su lado.

- La echo de menos – musitó.

- Eh... ¡vamos! si solo van a ser unas horas, seguro que Germán está pendiente de ella.

- Ya lo sé es que... ha sido algo que me dijo esta mañana y que... me ha hecho... pensar en nuestra relación.

- ¿Crees que ella... no está segura?... me refiero a... a estar contigo.

- No – sonrió – no es eso, es... una tontería mía... tengo la sensación de que... le pasa algo y yo... no estoy allí para ayudarla.

- Eso se llama fase peguntosa – bromeó – esa fase "pegamín" en la que solo deseas estar ...

- ¡Serás payasa! Nat y yo tenemos eso superado, nos conocemos desde hace años y...

- Y os habéis vuelto a enamorar, ¡si no hay más que veros! – soltó una pequeña carcajada – lo que yo te diga ¡fase pegamín!

Alba la secundó riendo también.

- La verdad es que me cuesta separarme de ella, ¡no quiero ni pensar en Madrid!

- Eso es lo que te pasa a ti, que ya estás pensando en la vuelta.

- Es que me preocupa y mucho, ¡no imaginas la vida que llevaba Nat allí!

- Bueno, es una mujer inteligente, sabrá cómo hacer las cosas para estar contigo si es lo que quiere.

- Yo también lo espero – suspiró – pero... - la miró fijamente y guardó silencio.

- ¿Crees que no lo hará?

- Creo que lo intentará – comentó desviando la vista, Sara tenía razón y ella no estaba segura de que Natalia cumpliese con sus promesas, y no porque no la creyese, sino porque estaba convencida de que nadie se lo iba a poner fácil, las imágenes de María, de Sonia, incluso de Teresa pidiéndole que no le hiciera daño vinieron a su mente y ensombrecieron su rostro.

- Seguro que lo hará – le sonrió afable – confía en ella.

- Lo hago – apretó los labios en una mueca de circunstancias sin revelarle sus pensamientos ni sus dudas.

- Y si no... ¡siempre nos tienes a nosotros! – exclamó bromeando.

- Ya lo sé – dijo con nostalgia - ¡me va a costar mucho dejar todo esto definitivamente! – reconoció por primera vez en voz alta.

- Convéncela para que se venga aquí contigo – enarcó una ceja.

- ¡Qué más quisiera yo!

- Bueno... eres la enfermera milagro... ¿no! si te lo propones seguro que acaba aquí como un perrito faldero.

Alba sonrió agradecida por su apoyo y segura de que eso era imposible, aquella vida no era para Natalia, estaba convencida de ello.

- ¿Nos visitarás alguna vez? – le preguntó la joven interpretando en su mirada que aquello era imposible.

- Siempre que pueda – aseguró con un brillo especial en los ojos – voy a apuntarme a todos los viajes que haya y me vas a tener aquí mes sí y mes no – sonrió copiándola de las manos.

- ¡Te voy a echar mucho de menos! – exclamó abrazándose a ella.

- Y yo a ti – reconoció.

- Pero mira que somos tontas – dijo con las lágrimas saltadas separándose un poco – no sé qué me pasa que esto de un tonto últimamente.

- Sí, yo también – admitió emocionada estrechándola de nuevo entre sus brazos, mientras los camiones continuaban con su lenta marcha hacia la frontera.

- Pero mira que somos tontas – dijo con las lágrimas saltadas separándose un poco – no sé que me pasa que esto de un tonto últimamente.

Apenas había pasado una hora desde que Germán le entregara los resultados a Natalia cuando el médico volvió a buscarla y entró en la cabaña, como siempre sin llamar. Natalia estaba tumbada en la cama con los ojos cerrados y los brazos cruzados sobre el pecho, a su lado estaba tumbada Pluma, con el hocico apoyado en la pierna de la pediatra.

- ¡Lacunza! – la llamó alzando la voz provocando que Pluma lanzase un corto ladrido y comenzase a mover el rabo.

- ¿Ya estás aquí? – le preguntó sorprendida mirando el reloj segura de no haberse quedado dormida – es... muy temprano para comer.

- Te dije que nos iríamos de aquí – sonrió misterioso observándola con preocupación. Era evidente que había llorado y su aspecto demacrado y abatido lo desarmó.

- Ya... pero... no me he vestido aún... me refiero... para salir – balbuceó sentándose en el borde de la cama y alcanzando su silla.

- Así estás bien – le dijo con intención de picarla y levantarle el ánimo, seguro de que le daría uno de sus bufidos.

- ¿Así? ¿tú crees? – lo miró y luego se miró así misma – si, supongo que puedo ir así - suspiró.

- No – sonrió – ¡cómo una Lacunza va a ir así! ¡no puedes! anda vístete y arréglate como si yo fuera Alba – le guiñó un ojo con aire socarrón, indicándole que se había fijado en lo mucho que intentaba estar atractiva para la enfermera - te espero fuera.

- No tengo muchas ganas de...

- ¡Vamos! – la animó – no admito una negativa. Sé que estás comiéndote la cabeza y...

- No es eso es que no tengo hambre aún.

- Vamos a Kampala, para cuando lleguemos ya la tendrás – le reveló.

- ¿No es mejor ir a Jinja! me gusta esa ciudad y además, está más cerca. No me apetece un viaje tan largo, ni estar tres horas en el coche y otras tres para volver, además Alba...

- Ya te he dicho que estaremos aquí cuando vuelva, y en cuanto al viaje lo vamos a hacer, te apetezca o no. ¡Vístete! – le ordenó con firmeza – te espero en el jeep.

Natalia suspiró sin ganas de discutir. Buscó algo en el armario que poder ponerse y se vistió con desgana, sabía lo que pretendía su amigo y se lo agradecía pero ella necesitaba un poco de tiempo para asimilarlo y poder hablar de ello.

Como había prometido Germán la esperaba apoyado en el jeep fumando un cigarrillo, cuando la vio llegar lo tiró y lo apagó, la ayudó a subir y arrancó con velocidad. Durante todo el trayecto, Natalia guardó silencio. Los intentos del médico de darle conversación fueron en vano, porque la pediatra, cuando le respondía lo hacía con monosílabos y en la mayoría de las ocasiones ni siquiera lo hacía, mostrando claramente que estaba ensimismada en sus pensamientos y que apenas lo escuchaba. Germán, la observa preocupado, pero respetaba su silencio entendiendo que debía tener muchos sentimientos encontrados y un profundo miedo. Sabía que necesitaba hablar de ello, pero quería esperar a la comida para sacarle el tema.

La llevó a un pequeño restaurante a las afueras de la ciudad que estaba situado en las cercanías del hospital. Al verlo, Natalia lo miró molesta.

- ¿Al lado del hospital? – le preguntó frunciendo el ceño molesta - No pretenderás que....

- No pretendo nada – sonrió con calma – se come bien aquí, no es caro y así aprovecho y recojo los resultados de unas muestras urgentes que dejé ayer.

- ¿Ayer y urgentes? creía que aquí no había nada urgente – lo miró sarcástica.

- Si lo dices por tus análisis, tienes razón, no los mandé por urgencias. Como comprenderás no es lo mismo una posible epidemia de ébola que....

- Eh.. perdona – lo interrumpió - ¿hay una epidemia?

- Perdonada – rió ayudándola a bajar – y no, no hay ninguna epidemia. Solo llegó al campo un chico con síntomas más que sospechosos, está en cuarentena hasta que sepamos a qué atenernos. Por cierto, que luego tenemos que pasarnos por allí.

- Vale – dijo con desgana.

- Espero que esté libre la mesita del fondo, es la mejor – le comentó en tono confidencial entrándola en el local.

- ¿También has venido mucho con Alba? – preguntó sin poder evitar su curiosidad.

- Alguna vez – respondió entrado hasta el fondo – pero no es de sus lugares preferidos.

- ¿Insinúas que por eso me va a gustar?

- No insinúo nada – sonrió – estoy seguro de que la comida de aquí te va a gustar.

Tuvieron suerte y la mesa que deseaba Germán estaba libre. Prefería estar en aquel rincón, así podrían estar más tranquilos y tener más intimidad. Porque estaba decidido a sacarle a Natalia un tema que le llevaba rondando la cabeza un tiempo y que aquella analítica, podía confirmar. Tras hacer sus elecciones Germán, sentado frente a ella carraspeó nervioso, cogió su servilleta y la puso sobre sus rodillas, bebió un largo sorbo de su cerveza y volvió a carraspear.

- ¿Por qué estás nervioso? – le preguntó con un leve tono burlón que contribuyó a que él se sintiera más aliviado.

- No estoy nervioso.

- Claro y yo corro todos los días diez kilómetros. ¡Vamos Germán, qué nos conocemos!

- Lacunza, Lacunza - movió la cabeza de un lado a otro - ¿por qué no dejas a un lado el sarcasmo? – le pidió con dulzura, conocedor de que esa siempre había sido una de sus armas de defensa. Estaba asustada, aunque intentara disimularlo.

- Vamos, ¡suéltalo ya! ¿a qué le estás dando tantas vueltas? – insistió haciendo caso omiso a su petición.

- No le doy vueltas, de hecho es precisamente ahora cuando no le doy vueltas – respondió desconcertándola.

- No... entiendo ¿a qué te refieres? – preguntó frunciendo el ceño.

- A tus resultados.

- Ya... ¿no decías que me invitabas a comer para que me diera el aire?

- Sí, eso dije – admitió observándola fijamente, ella leyó su velada recriminación y suspiró.

- Supongo que debemos hablar de ello, ¿no?

- Creo que es lo mejor, tú nunca has sido de las que no coge el toro por los cuernos – la miró con cariño – y... te vendrá bien ...

- Bien... - asintió en un gesto de derrota - ¿qué quieres que te diga! ¿qué tengo miedo! ¿qué estoy enfadada! ¿qué...?

- Tú... ¿los tienes claros? – le preguntó interrumpiéndola.

- ¿Y tú?

- Yo... he preguntado primero – sonrió remolón.

- Germán, por favor, que no estoy para juegos – dijo tan apesadumbrada que el médico apretó los labios en señal de comprensión y asintió.

- Yo... verás yo... en estas semanas... he pensado en muchas posibilidades – le dijo titubeando, no estaba seguro de decirle todo lo que había pensado, pero finalmente decidió que lo mejor era ser completamente sincero si pretendía que ella lo fuera con él - reconozco que tras auscultarte la primera vez pensé que tenías un soplo, pensé en una estenosis mitral, pero me resultaba increíble que no te la detectaran en Madrid. Me he estado informando y es cierto que Gándara es buena.

- ¡Pues claro que es buena!

- Tranquila, solo... me parecía muy raro que... ¡joder! venías de un coma, te habían hecho todo tipo de pruebas, tenías tratamiento para la hipertensión y la taquicardia, me negaba a creer que era psicológico y tú también – la acusó con el dedo, recordándole alguna de las charlas que habían mantenido al respecto.

- Yo... yo... ya no sé qué pensar ni qué creer – reconoció – sinceramente no entiendo como Cruz no me ha dicho nada de esto. Estos análisis... ¿de cuántos días después de salir de allí son! ¿dos! ¿tres! ¡imposible que no saliera nada en las analíticas!

- Yo también lo veo raro. Ya te lo he dicho.

- Hay cosas que no entiendo, Germán.

- A mí también hay datos en las analíticas que te he ido haciendo que no me cuadran en absoluto – admitió con un suspiro – llegué a pensar en la enfermedad de Still.

- ¿La enfermedad de Still! pero si es muy poco común – lo miró como solía hacerlo en la facultad y él se cohibió.

- Ya lo sé pero tenías fiebre, erupciones cutáneas, el derrame pleural, la tos, la dificultad respiratoria y en las pruebas no salía nada, miré todo tu historial y.... – se calló y sonrió – Lacunza eres rara hasta para ponerte mala.

- ¡Qué gracioso!

- Ya en serio, tú... ¿qué opinas? porque sé que en este tiempo habrás estado pensando en posibilidades.

- Eso qué más da ya, estos análisis hablan por sí solos.

- ¿Tú crees! porque yo sigo teniendo mis dudas y me gustaría saber qué piensas tú exactamente.

- Tú primero, por favor.

- Pues creo que esta carencia de vitamina K puede justificar la hemorragia del otro día – señaló uno de los folios – también tienes un exceso de vitamina D.

- Te dije que en mi caso es normal. Hace tres años que me inyecto heparina y....

- Ya, pero aún así... - la miró esperando que ella le dijera algo más, pero se limitó a poner cara de atención, quería escuchar lo que él tenía que decirle – ya sé que venías de una operación, que habías perdido sangre, pero....

- ¿Qué?

- El potasio también estaba bajísimo.

- Normal, ¡mira qué niveles de aldosterona!

- Cierto, esos niveles pueden haber influido en tu insensibilidad, y no solo eso también han podido influir en que se te infectase la herida, en los mareos, en la tensión alta, incluso en la hemorragia del otro día.

- Las hemorragias, el otro día en la playa... también sangré.

El médico se quedó mirándola con atención, para Natalia su rostro siempre había sido un claro reflejo de lo que pasaba por su mente y era evidente que en esos años no había cambiado. Leyó la sorpresa inicial en sus ojos, que dejó paso inmediatamente a la preocupación y el enfado.

- ¡Pero será posible! ¿cómo no me has dicho nada? y lo que es peor, ¿cómo no me lo ha dicho Alba?

- Alba no se enteró, estaba yo sola – le confesó – duró muy poco y no le di importancia, había estado al sol casi toda la tarde.

- Vamos, ¡qué os habéis pasado mis recomendaciones por el forro de...!

- ¡Germán! – lo cortó con rapidez - me sentía bien, de hecho me sigo sintiendo bien y no entiendo nada de todo esto.

- Ya verás cuando coja a Alba – siguió en sus trece enfurruñado.

- ¡Ni se te ocurra! – lo amenazó con el dedo - ¡te hablo muy en serio! ¡ni una palabra a Alba!

- Tranquila que ya te he dicho que soy una tumba.

- Eso espero – suspiró bebiendo un sorbo de agua - ¿qué me estabas diciendo?

- Pues que con estos resultados... lo que no es normal es que en poco más de tres semanas hayas recuperado los índices en la última analítica – enarcó una ceja revelándole el dato - y mira qué niveles más altos de angitensina II y norepinefrina tenías cuando llegaste aquí.

- Si – musitó cada vez más seria.

- La serotonina está tan baja que no me extraña que no durmieses nada y te doliese tanto la cabeza.

- ¿Pero...? porque hay un pero ¿no es cierto? siempre has estado pensando en algo concreto.

- Pero después de dejar de tomar tu medicación...

- Y tomar lo que tú me has dado estoy mejor, ¿es eso?

- Así es, solo que yo no te he dado nada.

- ¿Qué?

- Que solo has tomado antibióticos por el punto infectado y... porque me mosqueaba el dolor de garganta que tenías, estabas con las defensas bajas y no quería arriesgarme, y salvo eso solo te he dado una nitro cuando te he visto muy alterada o con la tensión por las nubes, pero ya está – reconoció apretando los labios ante la cara de sorpresa de la pediatra - de hecho la última analítica, la que te hice cuando te dio la hemorragia, estaba algo mejor, en estos días has vuelto a tener apetito, incluso has ganado peso, no has vuelto a marearte, ni a desmayarte.

- Yo no me he desmayado.

- ¡Vamos Lacunza! ¿ya no recuerdas la primera cena con todos?

- Te dije que no me desmayé, solo... recordé algo y me puse... nerviosa...

- Bueno, no me desvíes el tema – le pidió y poniendo cara de pilló le preguntó - ¿por qué crees que entro en la cabaña de improviso? – ella se encogió de hombros - quería ver tus reacciones – sonrió – ya no duermes incorporada, o sea que ya no tienes dificultades para respirar ¿me equivoco?

- No – lo miró sorprendida – ya no despierto asfixiándome, ni con presión en el pecho, como antes.

- Ni despiertas en mitad de la noche con temblores y frío, desorientada, diciendo incoherencias. Ni tienes mareos, ni vómitos, ni palpitaciones, ni dolor torácico, ni las pupilas dilatadas – enumeró clavando sus ojos en ella – además Alba me ha dicho que te ve... en... digamos... buena forma – se sonrojó al referirlo y Natalia sonrió por primera vez en el día ante su turbación.

- ¿Eso te ha dicho? – preguntó burlona - ¿hablas con ella de lo que hacemos en la cama? – lo miró frunciendo el ceño fingiendo haberse molestado y Germán terminó por enrojecer.

- Solo le pregunté para asegurarme de que... – se interrumpió al ver que Natalia soltaba una carcajada – eres una... una...

- ¿Una qué? – mantuvo la sonrisa y sus ojos comenzaron a brillar como él recordaba que lo hacían siempre que se enzarzaban en una de sus disputas, pero no era el momento de aquellos juegos por mucho que ella quisiera desviar la atención.

- No empieces – la recriminó – te decía que pareces estar mucho mejor.

- Y eso no cuadra con... - se calló, lo había dicho en muchas ocasiones, pero aplicárselo a ella misma le costaba trabajo.

- Un tumor, Lacunza, dilo porque es eso en lo que has pensado en cuanto has visto las cardiotoxinas en el líquido pulmonar y las has asociado a todos los síntomas que tenías.

- Sí.

- Que no lo digas no va a hacer que desaparezca.

- Si es que existe.

- Tenías razón – le dijo en lo que a ella le pareció un cambio de tema.

- ¿En qué?

- Te he traído aquí porque quiero llevarte al hospital – reconoció de pronto – sé que no quieres y sé lo que me has dicho, pero quiero hacerte un par de pruebas y una nueva analítica.

- ¡Germán!

- Si estoy en lo cierto, quizás sirvan para tranquilizarte.

- Germán esos resultados lo dicen todo, ¡no puedo tranquilizarme! – exclamó – tú mismo me acabas de decir que lo reconozca y lo diga en voz alta.

- Lo sé pero, estarás de acuerdo conmigo en que si es lo que parece que es, no tiene sentido que una dieta y una nueva medicación, te hagan sentir mejor.

- No mejor, ¡mucho mejor! no entiendo... no los entiendo – repitió ojeando de nuevo las pruebas - ¿seguro que son los míos? porque las cardiotoxinas tendrían que haber salido en las analíticas que me hizo Cruz – lo miró esperanzada.

- Lacunza.... sabes que la presencia de cardiotoxinas....

- Lo sé... ¿no será un error del laboratorio?

- No lo creo, Nat.

- Es que... estoy tan bien ahora que...

- Sabes que muchos tumores son asintomáticos.

- Si – musitó con un hilo de voz – pero... quizás sea un mixoma – dijo con esperanza.

- Se habría visto en el ecocardiograma que te hicieron en Madrid.

- Si es pequeño....

- Si en el fondo estoy de acuerdo contigo en que hay cosas que no me cuadran, que... puede que haya un tumor y que... esté afectando al corazón – le dijo elevando sus manos sobre la mesa y cogiendo la de la pediatra que bajó los ojos hacia su plato al que apenas había probado - bueno no pongas esa cara, aún no hay nada definitivo, hay que hacer más pruebas y ver si realmente se trata de un tumor y determinar de qué tipo es, y... bueno... tú eso ya lo sabes, no te preocupes y...

- ¿Cómo no voy a preocuparme? ¿eh? deja de decirme las tonterías que les decimos a todo el mundo, entiendo muy bien estos papeles y no quiero ni necesito paños calientes.

- Si te digo algo, ¿no te enfadas?

- No te entiendo – lo miró desconcertada – ¿a qué te refieres ahora?

- Creo que puede haber una explicación más fácil a todo esto.

- ¿Cuál? – preguntó abriendo los ojos de par en par, perpleja, sin saber a qué podía referirse, pero con un halo de esperanza en ellos.

- Mandé analizar todo lo que tomabas.

- ¿Qué?

- Imagina solo por un momento que... tu organismo no produzca estas... alteraciones.

- ¡Eso es imposible!

- Creo que lo que tomabas no es lo que dices. Aún tardarán los resultados, pero... si no estoy equivocado... quizás tengas ese enemigo más cerca de lo que crees.

- Germán deja de decir cosas absurdas.

- No son absurdas si lo piensas bien cada vez que tomabas tus vitaminas...

- ¿No crees que bastante tengo ya encima? – lo cortó casi con lágrimas en los ojos y muestras de tal cansancio que el médico se calló. No quería contribuir a su aflicción aún más. Y sabía que decirle aquello implicaba que sospechase de personas a las que quería. Quizás no era el mejor momento para hablar de esas sospechas y menos sin tener ninguna prueba. Ya lo haría cuando pudiese demostrarle que tenía razón.

- Tienes razón perdona, era solo... una idea para cuadrar todos los cabos.

- Ya te dije que no lo intentaras.

- Bueno... en cuanto terminemos de comer vamos al hospital, así te quedas más tranquila.

- No tengo hambre, no creo que pueda terminarme esto y prefiero volver al campamento.

- No seas cabezona, come lo que puedas, te voy a entrar por urgencias y te vas a hacer esos análisis y en un par de horas sabremos si ...

- ¡No quiero! – alzó la voz – ya sabía yo que el estar aquí era por algo.

- Ya lo creo que quieres, y si podemos te haces un par de pruebas más – afirmó con tal rotundidad que Natalia leyó en aquellos ojos la decisión, la misma que le vio el día que reconoció estar enamorado de Adela y que le gustase a ella o no, le iba a pedir que se casara con ella.

Suspiró sin convencimiento, pero resignada a dejarse arrastrar hasta el hospital, porque si había aprendido algo de él, era que cuando se mostraba así, nada ni nadie era capaz de conseguir que cejara en su empeño.

Más de dos horas después ya estaban montados en el jeep de regreso al campamento. Natalia permanecía seria y pensativa. Estaba cansada, muy cansada. La larga espera en el hospital la había agotado física y emocionalmente. Se sentía triste, abatida, con ganas de estar sola y llorar, pero no era incapaz. Miró el reloj comprobando que era demasiado tarde. A pesar de que Germán había cumplido su promesa y había empleado sus contactos para que la atendieran por urgencias, esgrimiendo la pequeña mentira de que se había encontrado mal mientas comían, tuvieron que esperar más de una hora hasta que los atendieron. Germán pidió que le hicieran una analítica completa, una tomografía y una resonancia magnética, pero no sirvió de nada tanta espera porque al final les comunicaron que era imposible hacerle un hueco para la resonancia, y que salvo la analítica básica, era imposible darles los resultados en el momento, estaban saturados de trabajo. Ni las protestas y súplicas del médico hicieron ablandarse a su colega que se excusó diciendo que era imposible, el laboratorio estaba desbordado y él no podía hacer nada. Germán la había dejado sola durante más de cuarenta minutos que se le hicieron eternos mientras observaba todo lo que la rodeaba con estupor, recordando con nostalgia los días de locos en urgencias del Hospital Central que nada tenían que ver con aquel griterío y caos que la rodeaba.

Finalmente, Germán había aparecido con los resultados de la analítica en los que ya no había señales de cardiotoxinas en sangre, y los niveles estaban más altos y con la tomografía, donde no se apreciaba nada extraño, lo que contribuyó a alertarlo aún más, e insistir en la absurda idea de que tenía el enemigo en casa, hasta el punto de discutir con ella. Así había conseguido que se les hiciera muy tarde y ella no quería llegar después que Alba al campamento, lo que les valió una nueva discusión y que el médico cediera y optase por salir del hospital, pero con la advertencia de que pensaba detenerse en el campo de desplazados, llegase Alba antes que ellos o no.

Y allí permanecían en el jeep, ambos guardando silencio y con la tensión flotando en el ambiente. Natalia no podía dejar de pensar en lo ocurrido en el hospital, en aquellos nuevos resultados y en la descabellada idea de Germán, pero sobre todo, no podía dejar de pensar en Alba, en cómo le estaría yendo el viaje y lo más importante, en cómo contarle aquello o lo que era peor, en cómo sería capaz de ocultárselo, porque no estaba segura de poder hacerlo.

- Ya estamos en Jinja – habló Germán por primera vez desde que salieran – ya sé que es un poco tarde y que estás de un humor de perros, pero vamos a pararnos un momento aquí.

- ¿Por qué? ¿no íbamos a hacerlo en el campo? – preguntó con un deje de impaciencia.

- También nos pararemos allí – afirmó esbozando una sonrisa tímida y enarcando una ceja preparándose a su inevitable protesta.

- Pero... ¡Germán! me prometiste que estaríamos de vuelta antes que Alba regresase.

- Lo sé, pero tengo que pararme aquí, también lo prometí – la miró apretando los labios.

- Pues no prometas tanto si luego no eres capaz de cumplirlo – soltó enfadada.

- Le prometí a Alba que me llegaría sin falta a ver a... a alguien y vamos a hacerlo – le sonrió sin mostrarse molesto con el tono en que le había hablado, entendía perfectamente cómo debía sentirse y comprendía el dilema que intentaba dilucidar en su mente. Se adentró en calle llena de chabolas que estaban en las afueras de la ciudad, y Natalia comenzó a observar todo con atención, aquello era aún más deprimente que lo que había visto hasta entonces – y no te preocupes que si Alba llega antes que nosotros ya le diremos que hemos estado en el campo.

- Pero querrá saber por qué me he ido contigo, yo también le prometí que estaría allí esperándola y a este paso será ella la que me tenga que esperar a mí.

- ¡Dios! deja ya de protestar y venga, baja de ahí – le ordenó sujetándola con la silla ya fuera del jeep. Natalia sintió que la congoja se apoderaba de ella, no esperaba que le hablase con tanto genio e incluso diría que desdén e intentó controlar el nudo de su garganta.

- Estoy harta de que siempre me engañéis y me hagáis hacer lo que no quiero – musitó defendiéndose.

- No te enfades y ven conmigo – le dijo mucho más amable al ver que sus ojos brillaban de una forma intensa, a punto de derramar algunas lágrimas – perdona si te he hablado con brusquedad, pero esto es importante – se explicó mirándola con atención y adelantándose unos pasos sin empujarla obligándola a accionar su silla sorteando las irregularidades del terreno - ¡Vamos! – la espoleó girándose hacia ella.

Natalia lo siguió sintiendo que le pesaban los brazos sobre manera y que la cabeza parecía a punto de estallarle. Germán parecía no darse cuenta que ella no tenía ganas de visitar a nadie, de ver a nadie y mucho menos de estar en aquellas chabolas donde su tristeza se multiplicaba por cien. Germán, unos pasos delante de ella, sonreía para sus adentros. La conocía lo suficiente para saber que necesitaba desahogarse, que necesitaba llorar y que no lo haría delante de él, que no lo haría hasta no estar sola, y eso sería bastante difícil si pretendía ocultárselo a Alba, pero no lo sería si se buscaba una excusa como la que él le estaba brindando. Sí, la conocía lo suficiente para saber que en un rato no iba a ser capaz de controlar más la congoja que leía en su rostro y que disimulaba con su mal humor.

Germán entró en una de las chabolas y Natalia entró tras él. El médico alzó la voz gritando un nombre. Natalia apenas había tenido tiempo de que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad y su olfato a aquel olor, cuando un anciano de pelo cano y enjuto salió de un rincón, había permanecido tumbado en un camastro, y la pediatra no se había dado cuenta de su presencia. Germán habló con él en un dialecto que Natalia no comprendía y le dio algo que el anciano agradeció con visibles muestras de alegría, casi arrodillándose ante él.

Luego, el médico se giró hacia ella, le hizo una seña para que lo siguiera y salieron de allí. Sin mediar palabra, pero sin dejar de observarla, Germán cruzó la calle y se adentró en otra chabola. Realizando la misma operación esta vez con una mujer de mediana edad que tenía a un par de chiquillos revoloteando entorno a ella, Germán sacó de su maletín otros medicamentos y también se los tendió. Y así con tres chabolas más. Natalia lo seguía, cada vez más impaciente, cada vez con más deseo de salir de allí, cada vez estaba más cansada no solo físicamente, cada vez era mayor el peso de la noticia que había recibido con aquellas pruebas y cada vez mayor el deseo de tumbarse, cerrar los ojos y llorar. Estaba triste y aquella gente con aquellas vidas, en aquellas chabolas, con esas miradas de resignación y súplica, con sus sonrisas que dejaban ver dentaduras perfectas entre tanta imperfección, no estaban contribuyendo a levantarle el ánimo.

- Bueno pues... ésta es – le dijo el médico señalándole otra chabola.

- ¿Es qué? – preguntó con desgana, tan visiblemente derrotada que Germán estuvo tentado a abandonar sus intenciones y sacarla de allí.

- La chabola de Wilson – respondió.

- ¿Wilson? – repitió recordando que ya Alba le había dicho que quería presentárselo.

- Sí, Alba le tiene un especial cariño, ven conmigo – le sonrió, sin más explicaciones.

Natalia entró tras él como ya había hecho en las anteriores, comprobando una vez más que todas aquellas chabolas parecían seguir un mismo patrón, todas contaban con una única habitación que no alcanzaría los doce metros cuadrados, dividida por una cortina que pretendía conferir cierta privacidad a un camastro junto a la pared del fondo. Sin embargo, el ambiente en aquella parecía aún más tétrico.

Tras franquear la puerta Germán había vuelto a repetir el ritual, y llamó en voz alta, solo que esta vez lo hizo en inglés y Natalia comprendió perfectamente sus palabras, "Wilson, sal, soy Germán", "no tengas miedo, sal que te he traído un regalo", lo escuchaba decir mientras su vista paseaba de la mesa central, con varios cacharros llenos de mugre encima de ella, a un pequeño banco y una desvencijada silla para detenerse en un infiernillo de keroseno. El olor era aún más nauseabundo que en las anteriores y sintió que se le revolvía el cuerpo.

Germán volvió a llamar, pero no obtuvo respuesta, y, con paciencia, repitió sus palabras.

- ¿Por qué no nos vamos? Está claro que ese Wilson no está. Es muy tarde y...

- Sí que está – la interrumpió.

- No me encuentro bien Germán – reconoció mirándolo suplicante.

- Wilson es temeroso, y su madre lo tiene muy aleccionado, teme que... le pase algo – le explicó sin escuchar sus quejas.

- ¿Su madre! pero... ¿es un niño? – preguntó interesada.

- Sí, ahora lo conocerás, ha debido verte y no está acostumbrado a extraños.

- ¿Verme? pero ¡si aquí no hay nadie!

- La cortina tiene un par de agujeros en la parte baja, ¿los ves?

- Si.

- El suele asomarse por ahí, ¿por qué no lo llamas! cuando Alba lo hace siempre acaba saliendo, dile que... no sé... que vas a pasearlo en la silla.

- Germán, por favor, estoy muy cansada.

- Es solo un momento – le sonrió – nos vamos enseguida – le prometió con un gesto cariñoso – llámalo.

- ¿En inglés?

- Pues claro que en inglés – sonrió – espabila, que...

- Wilson sal, cariño, que solo queremos darte un regalo y... pasearte en la silla – dijo Natalia con precipitación y su mejor tono de dulzura, sin obtener respuesta.

- Llámalo otra vez.

- Germán – intentó protestar – es un niño estará jugando por ahí.

- No está jugando por ahí – aseguró.

- ¡Vámonos! por favor, aquí huele fatal – pidió con un gesto de asco.

- ¿No irás a vomitar? – la miró con tal aire de desdén que Natalia enrojeció.

- No – frunció el ceño y mirando a la cortina decidió intentarlo de nuevo – vamos Wilson, ¿por qué no sales? te traemos... - se volvió hacia el médico - ¿Qué traemos?

Germán la miró risueño y sin responderle fue él el que comenzó a hablarle aquel invisible pequeño.

- Wilson, ¿me recuerdas! soy Germán el amigo de Alba, ¿te acuerdas de Alba?

- Ella no puede venir, pero me ha pedido que te traiga un regalo de su parte – intervino Natalia, impaciente por salir de allí, deseando que el niño, si es que estaba, dejara de jugar y saliera de una vez. Germán la miró con una sonrisa.

Instantes después la cortina se corrió un poco y los ojos de la pediatra se abrieron de par en par. Ante sus ojos apareció un pequeño que no debía tener más de cinco años, con su pequeña manita había descorrido la cortina, estaba tumbado en la cama y parecía diminuto, allí solo, en la chabola. Pero lo que provocó un nudo en la garganta de la pediatra que le impidió pronunciar ninguna palabra más fue el comprobar que aquel pequeño era inválido.

- Wilson nació bien, pero la polio lo dejó así, su madre está fuera casi todo el día y él pasa aquí solo mucho tiempo – le susurró en voz baja – acércate a él.

Natalia obedeció sintiendo una profunda congoja por aquel pequeño, su miedo al cáncer, su angustia, su desesperación, su rabia, la pena de sí misma todo desapareció ante la mirada que le dedicó el pequeño, y que luego desvió hacia el suelo. Natalia sentía el tufo a basura de aquel lugar, observó bajo la cama todo tipo de objetos y desechos, latas, zapatos, botes, plásticos, cajas, desperdicios, le pareció que una rata se escondía en un rincón y un profundo escalofrío le recorrió la espalda.

- Wilson – lo llamó con una ternura infinita, sintiendo que sin conocerlo ya lo quería – Wilson – repitió y el pequeño obedeció levantando sus asustados ojos hacia ella.

Natalia sintió que aquella mirada la destrozaba, sentía que aquellos inmensos ojos oscuros se clavaban en ella abrasándola, haciéndola sentir culpable por haber creído que era desgraciada, por haberse lamentado de su suerte, cuando aquel pequeño estaba allí, sin que nadie hiciera nada por él, sin futuro y a diferencia de todos los que veía a diario sonreír, sin alegría, porque ni siquiera era capaz de jugar y a pesar de ello, allí estaba, con sus dos pequeñas piernecillas atrofiadas y sonriendo.

- Wilson, ven, ven aquí – le dijo izándolo sin dificultad debido a su extrema delgadez – te vamos a dar un regalo – se giró hacia Germán que sacó un dulce de su maletín y le guiñó un ojo arrancando la primera mirada agradecida y confiada del pequeño – Germán – miró a su amigo que leyó en sus ojos la impotencia que sentía – ¿cómo... cómo se mueve?

- No se mueve, siempre está aquí.

- Pero – dijo mirado como el pequeño devoraba el dulce que Germán le había dado mientras no dejaba de mirarla y tocarle el pelo, sin que ni siquiera le importara que se lo estuviera pringando con sus sucias manos – tendrá que jugar... que...

- Hace tiempo Kimau le hizo una tabla con unas ruedas hechas con cojinetes, pero... se la robaron....

- Podíamos dejarle mi silla yo... puedo apañarme... ya mismo estaré en Madrid y... no la necesito.

- Nat... no puedes llegar aquí y hacer las cosas así – le dijo apoyando su mano en el hombro de la pediatra – si le robaron una tabla con cuatro cojinetes.. ¿qué crees que podrían hacerle por una silla?

- Pero....

- No es una solución.

- ¿Y cuál es la solución! ¿cruzarse de brazos! ¿traerle de vez en cuando una golosina? – elevó levemente la vos en lo que él entendido como un reproche.

- Hay cosas que por mucho que lo deseemos no tienen solución y ... tenemos que aceptarlo – le dijo con calma y ella de pronto creyó que lo hacía con doble sentido, que le hablaba de su enfermedad y sintió que no era así, que sí que se podía hacer algo, se podía luchar, se podía intentar.

- Y si nos lo llevamos a Madrid, allí... yo... podría....

- ¿Separarlo de su madre, de su mundo?

- Pero ¿qué mundo? ¡se pasa la vida encerrado entre basura! con las ratas correteando alrededor.

- Nat... sé cómo te sientes, pero esa no es la solución.

- ¿Y cuál es?

- Alba... antes de que le pasara... lo que le pasó. Estuvo buscando trabajos para su madre, esa es la solución. Si su madre consigue salir de aquí, él... tendrá mejor vida.

- Pues vamos a buscárselo, ¿con quién hay que hablar?

- No es tan fácil, pero... estamos en ello.

- ¿Y mientras?

- Mientras su madre seguirá seleccionando basuras del vertedero para reutilizar lo posible. Aquí todo puede venderse, cualquier recipiente de plástico, o de hojalata, los zapatos los arregla para revenderlos o los corta para recuperar las suelas o los hace tiras para usar el cuero haciendo otros – le explicó con calma – hace todo lo que puede, pero una mujer sola y con tres hijos, aquí no lo tiene nada fácil.

- ¿Tres hijos? – preguntó sorprendida.

- Si. Sus hermanos estarán por ahí, rapiñando lo que pueden, buscando qué comer, pero no creas, están más pendientes de Wilson de lo que imaginas.

- Si, ya veo... - dijo con retintín, llevaban allí al menos media hora sin que nadie hubiera aparecido.

- Llevan cinco minutos acechándonos, me conocen y saben que no hay peligro.

- Es horrible.

- Sí, lo es. Y es importante que sepamos la suerte que tenemos, ¿no crees? – le dijo elevando las cejas buscando su con connivencia.

Ella asintió, el médico tenía razón, a pesar de todo, era una mujer con suerte. ¡Con mucha suerte!

- Toma, dale esto – le tendió un pequeño trozo de algo que ella no supo identificar pero que el niño recibió con suma alegría, comenzando a chuparlo con fruición – voy a dejarle aquí a su madre unas cosillas – le comunicó mientras comenzaba a sacar cosas de su mochila.

Natalia lo observó un instante luego dedicó toda su atención al pequeño Wilson, que sonreía sin parar, consiguiendo que ella también lo hiciera. Lo estrechó con ternura y el niño recibió sus caricias con una cara de agradecimiento que la hizo sentirse especial y que olvidara sus preocupaciones.

Después de dejar varios paquetes con comida y algunas medicinas, encima de la mesa, Germán se volvió hacia ella que permanecía con el pequeño en sus rodillas y le susurraba algo que no lograba entender.

- Nat, tenemos que irnos – le dijo apoyando una mano en su hombro, interrumpiendo su charla con el pequeño – se nos va a hacer muy tarde.

- Espera un poco – le pidió jugueteando con el niño.

- ¿No querías llegar antes que Alba al campamento! recuerda que aún debemos pasar por el campo de desplazados.

Ella asintió y, con un suspiro, le explicó al pequeño que se marchaban, lo situó con delicadeza en su camastro, no sin antes notar que se le saltaban las lágrimas cuando el pequeño se abrazó a ella, tocándole el pelo y sonriendo. No entendía como ellos se acostumbraban a todo aquello, ella no podría hacerlo jamás. Giró la silla enternecida al ver al pequeño despedirse alzando su manita y sin quitar sus asombrados ojos de la silla de Natalia, que se apresuró a salir de allí.

- ¿Qué te pasa Lacunza? – le preguntó al ver que se detenía en la puerta mirando hacia abajo sin avanzar. Natalia no respondió y él, preocupado, se agachó a su lado - ¿estás bien Nat?

- Sí – musitó – vamos – dijo con voz temblorosa.

- Si tienes ganas de llorar, llora – le dijo descubriendo lo que le ocurría – no serás la primera, ni la última.

- No – elevó los ojos mohína, odiaba resultarle tan transparente.

- ¿Qué? ¿has visto alguna vez algo parecido a todo esto? – le preguntó con la intención de hacerla hablar de ello, pero Natalia no respondió - ¿qué? ¿no me dices que piensas de estos barrios de chabolas?

- Es... es... sobrecogedor – murmuró cabizbaja – y... no hay... comparación.

- ¿Comparación con qué? ¿con ese palacio en el que vives? – sonrió burlón exagerando los comentarios que le había hecho Alba.

- ¡No! – lo miró frunciendo el ceño ligeramente molesta – me refiero a que no tienen de nada... si vieras las chabolas del... del poblado donde está el campamento en Madrid... allí... las hay con televisión y... nevera y tienen camas y...

- Sí, aquí no suelen tener muebles, a lo sumo palanganas con los utensilios de cocina, y la ropa se cuelga de un tendero en el espacio libre entre cama y techo. Si la familia es numerosa suele haber otra cama, y en los mejores casos otra habitación para los niños mayores, pues los menores duermen con la pareja.

- ¿Y cómo...?

- ¿Cómo qué? – sonrió entendiendo lo que preguntaba - ¿cómo tienen más hijos? – Natalia asintió abrumada por aquella realidad aplastante que la hacía sentirse insignificante, que la hacía sentir que sus problemas eran ridículos en comparación con todo aquello, ahora entendía algunas miradas de desdén que Alba no pudo evitar lanzarle los primeros días de su regreso a Madrid, todo debió resultarle superficial y ridículo - ¿me escuchas?

- Sí.

- Te decía que lo habitual es que el marido se largue abandonando a su mujer y a sus hijos. Son ellas las que deben sacarlos adelante, ¡pero ya ves cómo!

- Todo esto es horrible.

- Tendríamos que visitar a Alana – dijo mirando el reloj - pero.. es tarde... será mejor que nos machemos.

- ¿Quién es Alana?

- Una madre de veintisiete años y seis hijos.

- ¡Dios!

- Pues tiene suerte porque su marido no la ha abandonado y su chabola es de las más grandes, ¡con dos habitaciones! aquí es todo un lujo, te sorprendería lo limpia que la tienen.

- Ya... - musitó mientras la sentaba en el jeep. Germán permaneció con la puerta abierta mirándola preocupado. Volvía a estar pálida y ojerosa como los primeros días y parecía muy cansada.

- ¿Estás bien?

Natalia asintió, pero él no las tenía todas consigo.

- ¿Seguro?

- Sí... solo pensaba en lo pequeño que es Wilson y... que daría cualquier cosa por poder hacer algo por él.

- No te preocupes que pronto tendrá una plaza en una escuela, Alba se estaba encargando de eso y, estos días, cuando viajaba tanto a Jinja, consiguió convencer a su madre de que era lo mejor para él – le explicó y Natalia esbozó una sonrisa y el orgullo que sentía por Alba asomó a sus ojos para, repentinamente, ser sustituido de nuevo por la tristeza - ¿quieres tomar algo antes de seguir! te sentará bien.

- No... va... vámonos – balbuceó, con un nudo en la garganta.

- Creo que deberías tomar algo, no tienes buen aspecto.

- Que no, de verdad, es este olor que... me revuelve el estómago – reconoció ligeramente avergonzada por ello.

- ¡Como quieras! – sonrió.

Germán cerró la puerta, rodeó el coche y se sentó a su lado, volvió a mirarla.

- No es tan tarde, ¿estás segura de que no quieres tomar nada?

- No, gracias – arrastró las palabras con impaciencia – solo quiero volver.

Germán la miró un instante, le hizo una mueca burlona y arrancó. A medida que ascendían por el camino de tierra para salir de allí y tomar dirección al campo de desplazados comenzaron a dejar atrás las chabolas y adentrase en aquella carretera de tierra rojiza que Natalia tan bien conocía. La pediatra clavó su vista en el exterior y tuvo la sensación de que todo era diferente a otros días, cada vez sentía más presión en el pecho, más tristeza en el alma y más congoja en el corazón. Las imágenes descorazonadoras se sucedían, vio a un niño y una vaca mirando al horizonte fuera de una choza de barro, a un joven en traje al final de un sendero montañoso que caminaba descalzo, cojeando ostensiblemente. Sin mediar palabra, Germán detuvo el jeep junto a él, descendió y cruzó unas palabras con el chico al que acabó curándole una herida y vendándole un tobillo, cuando regresó al coche le explicó que era de una aldea cercana a Jinja, lo habían engañado, algo habitual según él, creyó tener un trabajo en la ciudad y recogió todos sus ahorros y se compró un traje, pero solo consiguió una paliza y que le robaran todo lo que llevaba, hasta los zapatos.

Ante aquella historia, Natalia de nuevo notó que las lágrimas pugnaban por salir, pero volvió a respirar hondo y controlarse. Siguió mirando por la ventanilla en silencio, unas niñas de apenas siete años acarreaban agua a la congolesa de la mano, una anciana apoyada en un palo avanzaba a duras penas tirando de un pequeño carro en el que llevaba varios fardos y encima de ellos dos pequeños desnutridos. Mirase a donde mirase la pobreza, la miseria, el drama humano afloraba a sus ojos y no pudo soportarlo más.

- ¿Lacunza...? – murmuró al verla bajar la cabeza y llevarse las manos a los ojos.

- Lo... lo siento – balbuceó, no soportaba más todo aquello, la mirada del pequeño le había provocado tal impresión que no pudo evitarlo, era incapaz de contenerse más tiempo y comenzó a sollozar.

- ¡Por fin! – exclamó parando el jeep al borde del camino y abrazándola – ven aquí, llora, desahógate y no te lo guardes todo dentro – le dijo estrechándola con fuerza.

Natalia se aferró a él y lloró amargamente por todo lo que veía, por la impotencia de no poder hacer nada, por la culpa que y la desesperación que la atenazaban, ella podía tener la sombra de una grave enfermedad sobrevolándola, pero había esperanza, sin embargo, cada estaba más convencida de que no la había para aquella gente que vivían en la miseria más absoluta. Poco a poco se fue serenando. Germán la mantenía abrazada, pero ella se retiró.

- ¿Mejor? – le preguntó con una tímida sonrisa. Natalia asintió – anda ven aquí – la atrajo de nuevo y la pediatra se refugió en su pecho sintiendo que sus fuertes brazos la sostenían y apoyaban, la reconfortaban de una forma que jamás hubiera imaginado de él.

Cuando llegaron al campo de refugiados, Natalia ya se había serenado y aunque era evidente que había llorado, se mostraba más animada y aliviada. Germán había sido tan cariñoso y comprensivo, la había animado tanto que se sentía mucho mejor. Insistía que hablara con Alba pero ella, aún dándole la razón, no las tenía todas consigo. Hacía unos minutos que Germán guardaba silencio y ella no dejaba de darle vueltas al tema, no había nada seguro, necesitaba hacerse más pruebas, podía decirle eso, pero si se lo decía Alba iba a querer saber qué había salido en los resultados y tendría que confirmarle lo que ambos interpretaban y ella tanto temía. ¿Cómo decirle lo que sospechaban! ¿cómo decirle a la persona que has vuelto a reencontrar cuando ya creía que jamás volvería a verla, a la persona con la que estaba planificando un futuro que quizás ese futuro no fuese a existir? Sabía que debía hacerlo, que tenía que hablar con ella, pero por su propia experiencia en el tema conocía que los familiares de pacientes con cáncer se hundían mucho más que los propios enfermos. Era consciente de que le iba a tocar a ella animarla, hacerle ver que no era para tanto y que estaba dispuesta a luchar para vencerlo, pero necesitaba un poco de tiempo para coger fuerzas y convencerse de ello. Luego hablaría con ella y sería la más animosa del mundo, se haría la fuerte aunque luego, a solas, se derrumbara y se muriese de miedo.

- Lacunza – la llamo burlón con la puerta abierta al verla completamente ensimismada - ¿bajas o me esperas aquí?

- Eh.... – lo miró desconcertada volviendo a la realidad - Te espero.

- ¿Seguro que no quieres bajar? Nadia está allí – le indicó con el brazo la entrada de maternidad - puedes tomarte algo con ella y ...

- No me apetece ver a nadie y, si solo te vas a parar un momento..., prefiero esperarte aquí

- De acuerdo, tardaré lo menos posible – aceptó de mala gana, no creía que fuera lo más adecuado para ella.

- Gracias.

- De todas formas, cuando lleguemos Alba ya estará allí... - intentó convencerla por si su intención era presionarlo quedándose en el coche para que se apresurara...

- Sí...

- ¿Por qué no te vienes? – volvió a proponerle – no te quedes aquí sola.

- Prefiero estar sola, ya te lo he dicho – refunfuñó y él suspiró, a punto de dar su brazo a torcer – no te preocupes Germán, estoy bien, de verdad.

Antes de que el médico tuviera tiempo de responder, Nadia llegó mostrando su alegría de verla y Natalia no supo negarse. Se vio forzada a descender del jeep y acompañarla al comedor mientras le contaba la evolución de los pacientes que ella había tratado. Estaban preocupados por la joven madre que perdió a su hijo por culpa de la malaria, su estado se había complicado con un edema pulmonar agudo, Germán se marchó para examinarla y Natalia quiso ir con él, a fin de cuentas era ella quien la había atendido.

Los dos comprobaron como la chica presentaba un cuadro de taquipnea. Su frecuencia cardiaca había aumentado hasta cuarenta respiraciones por minuto, su debilidad era manifiesta y parecía obnubilada. Natalia se quedó paralizada, era evidente que con ese cuadro sus posibilidades de supervivencia no eran muy altas, pero Germán la tranquilizó, había visto pacientes recuperarse en peores condiciones. El médico le pidió que se marchara con Nadia y descansase un momento, él iba a cambiarle el tratamiento y luego la recogería allí. Natalia aceptó su propuesta, tenía la sensación de que ese día nada podía salir bien y repentinamente volvió a sentir un miedo aterrador pensando en Alba y en cómo le estarían yendo las cosas. Deseaba que Germán terminase cuanto antes y volver al campamento, necesitaba verla, necesitaba abrazarse a ella, sentir su fuerza, contagiarse con su alegría y animosidad.

Minutos después Germán apareció en el comedor, donde Natalia intentaba mantener una conversación con Nadia aunque su mente, continuamente le jugaba malas pasadas y volaba, sin escuchar a la joven, a sus preocupaciones. Se despidieron de ella y tomaron rumbo al campamento. Germán estaba convencido de que Alba estaría ya allí, Natalia sentía un nerviosismo especial por verla, no solo por lo que la había echado de menos sino por lo que ocultaba y debía contarle.

- Germán – rompió el silencio en el momento de franquear el portón – no vayas a contarle nada a Alba.

- ¿Otra vez con eso? ya te he dicho que no voy a hacerlo.

- Perdona, pero sé lo bocazas que eres y... no quiero que con esto metas la pata.

- No soy tan bocazas – se defendió parando el jeep en el centro del patio – pero... creo que no han vuelto.

- ¿Qué no? – preguntó alterada – ¿cómo lo sabes?

- No están los camiones – le señaló con el brazo hacia la parte posterior del pabellón de los colaboradores – pero no te preocupes – le dijo al ver la cara de pánico que estaba poniendo – en estos viajes es normal retrasarse.

- Pero... ¿tanto? – preguntó con temor – tú mismo estabas seguro de que ya estarían aquí.

- Sí – musitó mirando hacia atrás – quizás si han regresado y, si era temprano, André ha vuelto a marcharse para hacer alguna ronda. Mira ahí viene Gema, ahora vamos a salir de dudas – le dijo descendiendo del jeep.

Natalia lo vio acercarse a la joven enfermera e intercambiar algunas palabras con ella, Gema negó con la cabeza e hizo unos gestos que Natalia no conseguía descifrar por mucho que intentaba leer sus labios. Germán se volvió a mirarla, su cara había adoptado un rictus de seriedad extrema que actuó como un resorte en el estómago de Natalia y sintió un vuelco en su corazón. ¡Les había ocurrido algo! ¡estaba segura! Abrió la puerta del jeep, quería bajar, ¡necesitaba saber qué ocurría! pero era imposible que ella saliera de allí por sus medios, cerró la puerta y bajó la ventanilla del jeep intentando escuchar la conversación, pero como siempre había demasiado ruido, impaciente, alzó la voz llamando al médico.

- ¡Germán! – casi grito desesperada - ¡Germán!

El médico le hizo una seña de que esperase un instante y continuó hablando con Gema. La chica la saludó alzando la mano y se marchó hacia el hospital. Germán se dio la vuelta y se encaminó al jeep, subiendo a él. Sus miradas se encontraron. Natalia supo por su expresión que no tenía buenas noticias y sintió que las fuerzas le fallaban, que su corazón se disparaba preparándose para escuchar una terrible noticia, mientras su mente repetía una y otra vez "Alba", "Alba, no" "no puede haberle pasado nada, no por favor, que no le haya pasado nada", "que no le haya pasado nada".

- ¿Qué pasa? – le preguntó Natalia con sus ojos abiertos de par en par, expectante, y mostrando el miedo que sentía.

- Nada, no te preocupes – le dijo intentando que no se alterara, bastante duro había sido el día ya para ella.

- Germán, ¡por favor! ¿qué pasa? – insistió posando su mano sobre la de él que la miró y apretó los labios – te he visto hablar con Gema y.... gesticular.

- Yo siempre gesticulo – intentó bromear con tan poco convencimiento que Natalia frunció el ceño.

- ¡Por favor! si ha pasado algo quiero saberlo, no me trates como a una imbécil.

- Nunca me atrevería a hacer eso – sonrió – te digo la verdad, no han vuelto y... no hay noticias de ellos. Eso es todo lo que me ha dicho Gema – confesó mirándola fijamente – y ahora, te voy a dejar en la cabaña y te vas a meter en la cama y vas descansar un rato. Tienes mala cara y no querrás que Alba te vea así. En cuanto vuelvan yo te aviso.

- No me voy a meter en la cama, no podría – lo miró manifestándole abiertamente su angustia – si a Alba le ha pasado algo yo...

- A Alba no le ha pasado nada – la cortó con genio – solo es un retraso – le dijo abriendo la puerta del coche y descendiendo al ver que Blaise llegaba hasta ellos llamándolo – espera un momento – le pidió volviendo a dejarla allí sola.

Natalia lo vio acercarse al soldado, los escasos cinco minutos que estuvo hablando con él se le hicieron eternos, sobre todo, cuando Germán levantó las manos y las cruzó detrás de su nuca dando un par de pasos a los lados, nervioso. De pronto se vio en la facultad con él y Adela, esperando los listados de las notas, ese era su gesto cada vez que recibía un suspenso y de nuevo sintió que le daba un vuelvo el corazón. Germán podría negarlo, pero algo había ocurrido y se lo estaba ocultando. Por eso, sin pensárselo dos veces abrió la puerta del vehículo e intentó descender, ¡necesitaba saber lo que ocurría!

- ¿Qué haces? – gritó Germán corriendo hacia ella - ¿estás loca?

- Quiero saber qué pasa.

- ¡Joder, Lacunza! ¿no puedes esperar ni cinco minutos? – habló airado manifestando su enfado.

- Perdona, pero....

- Sé que está preocupada, pero que te dediques a hacer tonterías no nos va a ayudar a nadie – continuó con su reprimenda cerrándole la puerta en las narices y subiendo de nuevo al coche arrancó con velocidad - te vas a quedar en la cabaña y me vas a hacer caso.

- ¿Y tú qué vas a hacer? – le preguntó desafiante.

- Voy a hablar con Blaise tranquilamente, y quizás salga con él a hacer la última ronda.

- ¿Vas a buscarlas?

- No.

- Yo quiero ir – dijo con rapidez sin creerlo.

- Tú te quedas en la cabaña, sí o sí. No estoy dispuesto a tolerarte ni una tontería más como la de querer bajar del coche.

- Vale... - musitó mirando hacia abajo – perdona solo quería escuchar... lo que te decía.

- Blaise no puede contactar con ellos por radio desde aquí – le explicó – esos es lo que me estaba diciendo, tampoco ha recibido la llamada de rutina que se efectúa al pasar la frontera.

- ¿Es lo que suele hacerse?

- Si, ya te he dicho que es una llamada de rutina – respondió sarcástico, pero luego al detener el jeep en la parte trasera de la cabaña y encararla, leyó en sus ojos el desconcierto y suavizó el tono – los soldados suelen ir indicando por donde va el convoy.

- Germán... - musitó notando que se le saltaban las lágrimas.

- Tranquila, no te pongas en lo peor. Esto es algo normal.

- ¿De verdad?

- Sí, ha podido estropearse la radio, o han podido colocar más inhibidores.

- Pero... yo creía que eso lo hacía el ejército.

- La guerrilla también los tiene. A veces los colocan cerca de nuestros campamentos, por eso si nos alejamos unos kilómetros quizás podamos contactar sin problema.

- Entiendo – murmuró.

- No te preocupes – posó su mano sobre ella – aún está dentro de lo normal el retraso.

- ¿Seguro?

- ¿Me ves preocupado? – fue su respuesta.

- Te veo serio.

- Porque yo también estoy cansado, pero no es la primera vez que se retrasa un convoy, ya te digo que puede haber sucedido cualquier cosa, un pinchazo o... una avería... o...

- ¿O qué? – el miedo se reflejó de nuevo en su mirada.

- O se habrán entretenido en la frontera. Solo podemos esperar – suspiró risueño - y mientras tú vas a descansar un rato, y cambia esa cara, porque como Alba te vea así....

- Tienes razón, voy a ducharme y a cambiarme y la esperaré como le prometí.

- Así me gusta – la animó dejándola sentada en la silla.

- Ya puedo sola, gracias – le dijo rechazando su intento de empujarla hasta la cabaña – hasta luego - se giró y se dirigió a la puerta.

- ¡Lacunza! – la llamó y Natalia se detuvo.

- ¿Sí?

- Cuando te he dicho que no te pongas en lo peor... - comenzó a decirle y Natalia sintió unas cosquillas especiales en el estómago, segura de que le había mentido de que sí que había que ponerse en lo peor, y lo miró con pavor – no te asustes – se interrumpió – quería decirte que me refería a todo – le guiñó un ojo - y que pienses en la opción que te di.

- ¿Se puede ser más pesado? – protestó esbozando una sonrisa comprendiendo sus intenciones.

- Sí, se puede ser como tú – soltó una carcajada, Natalia negó con la cabeza y volvió al interior con una extraña sensación. Germán no bromearía tanto si de verdad existiese la posibilidad de que les hubiese ocurrido algo, pero por otro lado estaba segura de que intentaba protegerla, mantenerla al margen y no preocuparla innecesariamente y eso la sacaba de quicio.

El médico se quedó observándola, pensativo. Estaba pálida y ojerosa, comprendía su preocupación, él mismo estaba nervioso y extrañado de la tardanza y, sobre todo, de no haber tenido noticias de ellos en todo el día. No quería ni pensar que hubiese podido suceder algo serio de verdad. Se dio la vuelta y se dirigió al hospital, dispuesto a preparar el protocolo de emergencia por si fuese necesario salir en busca de ellos.





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