La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 69

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By marlysaba2


El día siguiente, amaneció lluvioso, Alba miró el reloj, aún era muy temprano. Se levantó con sigilo y una sonrisa en los labios que era muestra de la felicidad que sentía, se asomó a la ventana un instante, no le importó ver la lluvia, muy al contrario disfrutó de ella un instante, tenía la sensación de que ese también sería un gran día.

Entró en el baño y se duchó. Al salir esperaba ver a Natalia despierta pero aún dormía. Abrió la ventana para que entrase algo de fresco y comenzó a recoger todo lo de la cena y preparar el desayuno. Cuando terminó se acercó a la cama. Miró a Natalia que no se había movido y continuaba durmiendo plácidamente, no había despertado en toda la noche y sonrió, ¡estaba preciosa! y no quería despertarla.

Se asomó a la ventana agradeciendo aquella fresca brisa, le encantaba ver llover sobre el mar. Recordaba que a Natalia también le gustaba, quizás era hora de espabilarla y aprovechar las horas que les quedaban allí, se giró y se quedó observándola, se sentía inmensamente feliz. La noche pasada había sido mágica y, mentalmente, le agradeció todo lo que la hacía sentir.

Permaneció en pie junto a la cama, sonriendo pensativa, admirando sus ojos cerrados, aquellos ojos que adoraba cuando la desnudaban con la mirada, esa mirada en la que ella había sido capaz de encontrar el camino de la salvación, el camino de la salida de aquel infierno que habían sido sus últimos meses. Natalia había conseguido que todo cobrara otra dimensión, que lo viera con otra perspectiva, que doliera mucho menos, había logrado llenar su vida de amor y arrinconar el miedo, el odio y la rabia que la estaban carcomiendo. Permaneció allí, admirado aquella sonrisa que dibujaban sus labios, aún dormida. Esa sonrisa que conseguía llenar de color hasta el día más gris. Admirando su belleza, su delicadeza al tocarla, su sutileza sensual, que encendía la pasión en su cuerpo a cada instante. Suspiró. ¡La amaba y deseaba compartir con ella el resto de sus días!

La pediatra abrió los ojos de improviso y somnolienta la buscó a su lado, inmediatamente la vio allí en pie, junto a la cama, pensativa y sonriendo. Por inercia, le devolvió la sonrisa sintiendo que Alba la mataba con aquella expresión. ¿Qué estaría pensando! parecía contenta, feliz. "Sí, y yo también soy feliz", se dijo sin apartar sus ojos de ella, "Su corazón me pertenece, y el mío le pertenece a ella, siempre le ha pertenecido, siempre ha sido su hogar". Alba se percató de que había despertado y se acercó despacio, con suaves movimientos que encandilaban a Natalia, que no dejaba de observarla, de imbuirse de su belleza, deseando que le diera los buenos días y escuchar la armonía de su voz. Suspiró. ¡La amaba! sentía un amor desmedido por ella, un amor capaz de oponerse a todo, un amor que la hacía ver el futuro con optimismo, con alegría y esperanza. Esa mañana, todo parecía tener otro color y otra luz. Levantó su mano hacia ella y le sonrió.

Era la primera vez que Alba veía aquella sonrisa en la pediatra. Una sonrisa realmente auténtica, desprovista de sombras, limpia y real, muy real. La sonrisa de quien se ha convencido de que la vida le ha dado otra oportunidad, la sonrisa de quien tiene la plena confianza de que, al fin, sus problemas aún sin acabarse, pesarían menos, porque tenía en quien apoyarse para cargar con ellos. Y esa sonrisa, llenó de satisfacción y felicidad a la enfermera mucho más que cualquier palabra, mucho más que cualquier gesto y, sin decir siquiera buenos días, se metió en la cama y se abrazó a ella, disfrutando del contacto, de las caricias que presta ya le estaba regalando, la miró y también sonrió, para, finalmente, fundirse en un tierno beso.

- Buenos días, mi amor, ¿has dormido bien?

- ¡Cómo nunca! – sonrió besándola de nuevo. Cuando se separaron se quedó absorta mirándola fijamente - ¿puedo pedirte un favor? – le preguntó risueña.

- Claro.

- ¡Despiértame así todos los días! – exclamó con vehemencia.

- ¡Boba! – la besó otra vez – he preparado el desayuno, ¿tienes hambre?

- ¡Muchísima! Pero... ¿ya lo has preparado! ¿cuándo?... no te he escuchado.

- Estabas muy... muy dormida – le confesó con ojos bailones dándole un pico.

- ¿A qué huele?

- Bueno... aquí no hay mucho donde escoger, así es que... ayer me traje un poco de matooke

- Eh... - dudó con una sombra de temor – ¿qué es eso?

- Es un guiso típico de aquí, con guisantes y bananas.

- ¿Un guiso! pero... ¿cuándo nos vamos! lo digo porque en el avión... si me mareo... - intentó buscar una excusa para no probarlo, solo pensar en ello le revolvía el estómago.

- Aún quedan un par de horas, come tranquila – le dijo burlona traduciendo a la perfección sus pensamientos – salvo que como eres una tiquismiquis no quieras probarlo, pero deberías tomar algo que luego es peor.

- Eh... ya... ¿guisantes y bananas has dicho?

- Si – respondió seria frunciendo el ceño, mostrándose fingidamente molesta – ya sabes que Germán quiere que tomes plátanos y que....

- Eh... ya lo sé... pero... no puedo comer tanto plátano – habló conciliadora – voy a necesitar doble ración de laxante – bromeó intentando que no se enfadara.

- Pues vas a tener que comerlo – respondió con firmeza y el ceño fruncido aunque sus ojos mostraban lo que se estaban divirtiendo con su apuro.

- Eh... si... vale... lo... lo probaré – se decidió con una sonrisa de agradecimiento que a todas luces era engañosa. Tendría que tomar de aquel guiso. No podía hacerle el feo de no probarlo, bajo ningún concepto quería molestarla, ni enfadar y mucho menos hacer nada que estropease ese viaje de ensueño.

Alba soltó una enorme carcajada, volvió a la cama y ante la perplejidad de la pediatra la besó con tanta pasión que encendió de nuevo su deseo.

- Me encantas cuando pones esa sonrisa, cuando intentas disimular.

- ¿Disimular yo? – preguntó Natalia haciéndose la inocente – yo no disimulo nada – se hizo la ofendida

- Bueno pues... ¡me encantas cuando aparentas!

- ¿Yo aparento! ¿qué aparento? – le preguntó torciendo la boca en una mueca entre divertida y molesta, pero no logró engañar a la enfermera, sus ojos bailones la delataron.

- Que puedes comer de todo, que quieres algo que no quieres – le dijo acariciándola en el antebrazo con suavidad y clavando sus ojos en ella intensamente – si es que aunque intentes corregirte, ¡eres una pija!

- No me gustan los guisos – reconoció encogiendo los hombros y apretando los labios en una sonrisa franca – y menos pensando en montarme en ese avión.

- Ya lo sé – la besó.

- ¿Con que una pija?

- Sí, peor eres una pija encantadora.

- Ah, sí.

- ¡Sí!

- Ven aquí doña perfecta – la atrajo besándola.

- Anda levanta y métete en la ducha, mientras te tostaré un poco de pan. ¿Lo quieres con mantequilla y mermelada?

- Pero... ¿hay?

- Pues claro que hay, ¿de verdad crees que conociéndote te iba a hacer comer matooke? he traído un poco pero es para mí.

- Serás.... – le dijo aliviada, también riendo – te diviertes mucho tú haciéndome rabiar.

- ¡Y me encantas cuando sonríes así! – exclamó besándola de nuevo.

- ¿Así como? – preguntó melosa y halagada con sus piropos.

- Pues así, con una sonrisa auténtica, cuando no escondes tu miedo tras ella, cuando tus ojos me dicen que eres feliz.

- ¿Tan transparente te resulto?

- Hoy si.

- Es que me haces tan, tan feliz – suspiró – consigues que me crea que todos los problemas podrán solucionarse.

- Y lo harán, ya verás – la besó de nuevo con dulzura.

Natalia la atrajo sintiendo que Alba la mataba con aquellas miradas, con aquellas promesas y aquellas palabras, sentía que si había algún día en que dejara de verlas se moriría de pena, que si alguien se las ganaba en lugar de ella se moriría de celos. La amaba, cuando le hablaba así, cuando lograba desnudar su alma, cuando le decía cuánto la quería, cuando la animaba a superar sus limitaciones, cuando la cuidaba, cuando estaba pendiente de todos sus gustos.... Se separaron y se miraron fijamente a los ojos, acariciándose las manos hasta que Natalia volvió a atraerla y besarla. Alba se estremeció ante ese beso que se le antojo diferente a todos lo que le diera, un beso lleno de sentimientos y promesas, un beso que gritaba el amor que le profesaba. Se retiró y la observó un instante, sintiéndose flotar en un cielo azul, Natalia la miraba de una forma tan especial, que lograba hacerla sentir la mujer más bella y deseada del mundo. Y aunque nunca le dijera que la amaba, aquellos ojos, aquella mirada limpia y profunda, llevaban toda la mañana gritándoselo.

- Se va a enfriar el desayuno – dijo la enfermera intentando frenar las atrevidas caricias que comenzaba a propinarle Natalia.

- Que se enfríe – sonrió maliciosa – quiero repetir lo de anoche – le propuso.

- Mathew vendrá en un par de horas.

- Tiempo más que suficiente para que estas manos me vuelvan loca – le dijo besándole primero una y luego la otra, mirándola risueña y expectante.

Alba le devolvió la sonrisa. Se besaron de nuevo. Natalia deseaba que Alba la cobijara con sus piernas como hiciera la noche pasada, que la dejara acariciarla, pasear por su suave piel. Quería volver a ver ese cuarto lleno de estrellas, mirara al techo y ver el cielo. Alba volvió a besarla y Natalia se estremeció de nuevo, comenzó a desnudar a la enfermera, que temblaba excitada también.

- Nat....

- Hummm.

- Ve al baño – le susurró al oído.

- ¡Dios! ¡lo olvidé! – exclamó ligeramente avergonzada, separándose de ella con rapidez. En mitad de la noche cuando Alba se quedó dormida se levantó y se puso el pañal y ahora había olvidado por completo llevarlo puesto.

- Eh... no pongas esa carilla, cariño.

- Lo siento... yo... yo...

- Eh, no pasa nada – le acarició la mejilla con delicadeza - ve – la besó con ternura – aquí te espero – le dijo saltando a la cama – pero antes dame otro beso, de esos que solo tú sabes dar – le pidió tirándole de la camiseta para acercarla a ella insinuante. Natalia olvidó su azoramiento y se entregó a un beso mucho más intenso, que la hizo retirarse con brusquedad, saltar a la silla con agilidad y susurrar un "no tardo" lleno de sensualidad.

Alba la observó entrar en el baño y deseó que volviese ya, necesitaba abrazarla, besarla, perderse en ella, necesitaba que sus besos desbordaran su pasión, necesitaba amarla de nuevo.

- Se puede saber qué estás pensando – le dijo una Natalia burlona en la puerta del baño.

Alba enrojeció levemente.

- En lo que quiero que me hagas.

- Y... ¿qué es eso?

- Ven aquí y te lo digo.

Natalia se acercó despacio, fingiendo un repentino temor.

- ¡Dímelo! – le pidió en un susurro enronqueciendo la voz. Sonriendo ante a la expresión de sus deseosos ojos, ante su dulce mirada, llena de amor y deseo.

Alba se acercó a su oído, pero no pronunció palabra, solo la besó y jugueteó con la punta de la lengua. Natalia saltó a la cama, y con un gemido se acercó a ella y le susurró "yo sé lo que quieres", Alba se estremeció suspirándole al oído. Segura de que Natalia no la engañaba, y sí que sabía lo que quería. Deseaba saborear la miel de su piel y levantar los ojos para ver su dulce mirada llena de satisfacción y deseo, anhelaba que la enloqueciera con sus lentas caricias, con sus susurros, con aquellas palabras que murmuraba en su oído y que siempre eran las que deseaba escuchar, suspiraba por ver su sonrisa pillina que abría el frasco de su pasión, que la inquietaba y la colmaba de placer. Deseaba que la recorriera con pequeños mordiscos, que la besara despacio, que susurrara versos junto a su oído. Deseaba que la dejara contemplar su figura desnuda, que la dejara amarla por siempre, conquistar cada uno de sus rincones y recovecos, dejando en ellos la huella de su llegada con un apasionado beso.

¡Sí! Natalia era consciente de que Alba deseaba todo aquello y allí estaba entregándose a ella, susurrando, recitando, besando acariciando, rebelde y apasionada, matándola de placer, lentamente, con caricias cada vez más atrevidas y rápidas, hasta que logró como siempre que sus caderas enloquecieran, convirtiéndolas en su propia placentera agonía.

Dos horas después Matthew apareció con un jeep y uno de los jóvenes que las acompañaran la tarde anterior. Las ayudaron a montar todo en el coche y tras despedirse del joven se dirigieron hacia la pista de aterrizaje. La lluvia se había convertido en una fina llovizna, que confería al pasaje una belleza diferente. Alba se enterneció al ver cómo Natalia permanecía con la vista fija en el mar, con una expresión melancólica, mientras el vehículo comenzaba a traquetear por el estrecho camino. La pediatra se mantenía atenta a los lados del camino esperando ver algún animal, pero era incapaz de distinguir ninguno. Alba, que se había sentado en la parte delantera junto a Matthew, con el que mantenía una amena conversación, se giraba de vez en cuando y le lanzaba una sonrisa o la observaba burlona, al verla tan seria y atenta.

- No te esfuerces, cuando llueve los animales suelen ponerse a cubierto, es raro ver alguno.

- Parece todo tan diferente a... ayer.

- Dentro de poco dejará de llover, aquí el clima cambia rápidamente y en especial, a finales de la estación lluviosa – le explicó la enfermera – cuando estuve aquí con Nancy, ocurría lo mismo, por la mañana comenzaba a soplar una suave brisa y luego se convertía en un calor sofocante y poco después, empezaba a llover. Pero a medio día lucía un sol radiante.

- Pues esperemos que hoy sea igual – deseó con cierto temor en el tono.

- Tranquila que el vuelo será bueno – adivinó al instante por donde iba – ¡mira! ¡jirafas!

- ¿Dónde? – preguntó mirando sin ser capaz de distinguirlas.

- Bajo aquellos árboles, ¿no las ves?

- ¡Sí, sí! ¡ojalá me hubiera traído mi cámara! – se lamentó de nuevo. Alba se volvió hacia atrás.

- Sí que es una pena – estuvo de acuerdo con ella, pero un brillo especial iluminó su mirada – ya volveremos y con cámara. Podrás hacer todas las fotos que quieras.

- ¡Ojalá sea pronto! este lugar es...

No dijo nada, no era capaz de encontrar una palabra que estuviese a la altura de aquel paraíso en el que había encontrado la felicidad absoluta. Tenía la sensación de que ya nada iba a ser como antes. Se sentía con fuerzas de lograr todo lo que se propusiese. Nada podría ya frenarla para lograr lo que más deseaba, compartir su vida con Alba.

El resto del camino lo hicieron en silencio. Cuando llegaron a la avioneta todo estaba dispuesto para el despegue que efectuaron sin problemas a pesar del estado de la pista.

Alba se había inclinado hacia a delante y charlaba con Matthew. Mientras Natalia no dejaba de mirar por la ventanilla, pensativa, aunque la nubosidad impedía ver nada

- Dice Matthew que no vamos a Jinja, que aterrizamos en Kampala, llegaremos en unas tres horas – se volvió Alba hacia ella – Germán va a esperarnos en el aeropuerto.

- Vale – respondió mecánicamente sin haberla escuchado.

- Estás muy callada ¿estás bien? – le preguntó interesándose por ella por primera vez desde que despegaran.

- Si – le sonrió – solo pensaba.

- No te preocupes, Matthew dice que en un rato saldremos de estas nubes y...

- No pensaba en eso, pensaba en... en nosotras, en ayer – suspiró con una dulce y soñadora sonrisa - y... en la vuelta a Madrid – reconoció ensombreciendo la mirada.

- Ah - dijo acomodándose junto a ella y mirándola con seriedad - ¿y qué pensabas?

- Nada – suspiró.

- Uy, uy, ¿no tendré que preocuparme?

- ¡En absoluto! – sonrió cogiéndole una mano y acariciándola – pensaba en lo que debo hacer al llegar y... en cómo hacerlo.

- No quiero que te preocupes por eso.

- Pero hay que pensar en ello.

- A ver... ¿en qué estabas pensando?

- No quiero que nadie se entere de que tú y yo... estamos juntas antes de...

- Ah, ¿pero lo estamos? – le preguntó burlona intentando que se relajase y no se tomase las cosas siempre a la tremenda.

- Alba, esto no es para bromear.

- Perdona – se disculpó – ya sé que no quieres que nadie sepa nada. No hace falta que me lo repitas cada vez que nos demos un beso.

- No es eso, es que...que quiero primero ir a Sevilla y... hablar con mis padres y... con mis suegros.

- ¿Y con Ana?

- Claro... - masculló entre dientes mirando hacia fuera, Alba le cogió la barbilla y la giró hacia ella.

- Nat...

- Sí, también con ella – reconoció con un suspiro – esto no es fácil para mí.

- Tranquila, ya te dije que tendrás todo el tiempo que necesites. ¿Por qué no te tomas unos días libres cuando lleguemos! yo no podré, pero tú deberías hacerlo y así podías ir a verla con calma.

- Yo tampoco podré. Quiero ponerme al día cuanto antes y quiero cambiar algunas cosas. Ya iré a Sevilla el primer fin de semana.

- Bueno pero cuando estemos allí tendrás que tomarte las cosas con tranquilidad, Nat.

- Ya estoy bien Alba, y llevan demasiado tiempo cargando con cosas que me corresponden. Cruz debe estar desbordada por no hablar de Mónica, ¡odia los papeleos!

- Vale, pero no puedes llegar y de golpe cargarte tú con todo. Poco a poco cariño.

- Ya veremos – frunció el ceño enfurruñada.

- Bueno, no te enfades, no quiero que pienses que pretendo organizarte la vida. Solo me preocupa tu salud – respondió siendo ahora a ella la que se le ensombreció la mirada. Tenía la sensación de que incluso antes de llegar Natalia ya estaba buscando excusas para no ir a Sevilla y hablar con su mujer.

- Ya lo sé – volvió a suspirar preocupada por la sombra que había visto cruzar en sus ojos - no hablemos de trabajo.

- Tienes razón - sonrió – hablemos de otra cosa.

- Alba... - comenzó, pero se quedó mirándola fijamente y guardó silencio.

- ¿Si?

- Quiero que estés tranquila, cuando lleguemos y me ponga al día, lo primero que haré será arreglar mi vida para que tú y yo...

- Estoy tranquila, cariño. Ya te he dicho que no te preocupes por eso.

- Hablaré con Ana cuanto antes y... luego quiero que se lo digamos a todos – la miró con dulzura, clavando sus ojos en los de la enfermera que recibió esas palabras con una enorme alegría.

- ¿Te he dicho ya que te quiero? – sonrió abiertamente y visiblemente aliviada.

- No sé, creo que hoy no – bromeó haciéndose la interesante.

- Pues te quiero, te quiero, te quiero.

- Calla que me vas a obligar a besarte y luego te vas a arrepentir.

- ¿Arrepentirme? ¿estás de broma? quiero que me beses siempre, ¡a todas horas!

- ¿Sí? eso voy a recordártelo en cuanto nos bajemos de esta avioneta – le dijo socarrona.

- Sabes por qué es, aquí...

- Ya lo sé – soltó una carcajada – pero quiero que me entiendas, en Madrid, hasta que no arregle todo, no quiero que tengas... muestras de cariño conmigo.

- Nat.... – la miró con seriedad.

- Entiéndelo, no quiero que mis padres se enteren antes de que yo hable con ellos, y ya conoces a Teresa, ni quiero que nadie piense que yo... que Ana.

- Ya... - suspiró mohína.

- No te enfades, por favor.

- No lo hago – le sonrió afable – pero vas a Sevilla el primer fin de semana – la señaló con el dedo – porque no sé si voy a ser capaz de estar muchos días sin besarte – le susurró en el oído – sin acariciarte – continuó paseando su mano por el antebrazo de la pediatra que se removió nerviosa – sin... dormir...

- ¿Queréis que haga una pasada por Marchison? – las interrumpió Matthew con su vozarrón por encima del ruido del motor.

- ¡Sí! – exclamó la enfermera echándose hacia delante y luego volviéndose a Natalia - ¡te va a encantar! una pena que no podamos visitarlo.

- ¿Qué es?

- Ya verás cuando lleguemos.

- Alba... exactamente ¿cuándo volvemos a Madrid? – cambió de tema y Alba supo que su cabeza ya no dejaba de darle vueltas a todo.

- Mañana voy a Nairobi a recoger a los niños, hoy tengo que hablar con Laura, pero por lo que me dijo, ella tiene que ir a Kisumu y... no sé, no me ha confirmado nada, pero si es como la otra vez... en cuatro o cinco días deberíamos salir de Jinja para encontrarnos con ella.

- Entonces sí que puede darnos tiempo a visitar ese Marchison que has dicho – le dijo con ilusión y Alba sonrió.

- Ya veremos, está a 300 km de Kampala y es mucho para recorrer en un día. Además, después de recogerlos en Nairobi, tendré que ir Jinja y Kampala con los niños.

- Entonces también voy yo, quiero asegurarme que la pequeña que operamos ayer se viene con nosotras.

- Nat... creo que deberías permanecer en el campamento. Una cosa es hacer un viaje en jeep...

- De eso nada, si tú vas, yo voy.

- Ya veremos, que los viajes en camión no son como en jeep y luego nos queda la vuelta a Nairobi, cariño – volvió a negarse – ten cabeza, que estés mucho mejor no quiere decir que no debas seguir teniendo cuidado y descansando.

- Pero...

- ¡Marchison! – gritó Matthew.

Ambas se asomaron por la ventanilla, hacía casi una hora que habían dejado las nubes atrás y las vistas eran increíbles, Matthew descendió y maniobró, bordeando el río Nilo para realizar una pasada por el parque.

- Mira Nat – gritó Alba – ese es el Parque Nacional de Murchison Falls.

- ¿Ya estamos en Uganda?

- Si – dijo la enfermera echándose hacia delante y hablando con el piloto que efectuó una nueva maniobra y un giro para que pudieran apreciar mejor el pasaje.

- ¿Es muy grande? – preguntó la pediatra notando que su estómago se rebelaba ante las pasadas de la avioneta que subía, bajaba y giraba una y otra vez.

- Es el área protegida más grande de Uganda unos mil doscientos kilómetros cuadrados y es el parque más visitado del país, además se mete en Ruanda, allí es donde se pueden ver los gorilas.

- Me encantaría visitarlo, ¿seguro que no nos dará tiempo?

- No creo Nat – suspiró también ilusionada en esa posibilidad – ahora hay muchas más especies, pero en los años setenta la fauna de país fue casi erradicada.

- ¡Qué barbaridad! ¿Y eso por qué? – preguntó con interés.

- Fue durante los quince años del déspota gobierno de Idi Amin. Los soldados utilizaban los animales para hacer prácticas de tiro.

- ¿En serio? – preguntó abriendo los ojos desmesuradamente – ¿así, por gusto?

- Si – asintió pegándose a ella para ver mejor por la ventanilla. Natalia también colocó la frente en el cristal.

- ¡Elefantes! mira Alba allí, allí.

La enfermera soltó una carcajada, al verla tan contenta era increíble como disfrutaba con ellos.

- Y allí tienes jirafas – le dijo señalándole más allá – en el segundo claro ¿las ves?

- ¡Sí!

- Ahora la fauna terrestre aún se está recuperando de la masacre y de los furtivos que en los años ochenta hicieron mucho daño, pero como ves ya hay muchas más manadas.

- ¡El río desde aquí es impresionante!

- Pues mira, desde Paraa, hay a diario barcos que ofrecen la oportunidad de ver multitud e hipopótamos, cocodrilos y aves de todo tipo y eso quizás si que nos daría tiempo a hacerlo.

- Cocodrilos... - musitó - ¿en un barco, dices! eh...

- ¿No te convence? – le preguntó burlona.

- Ya sé que es absurdo, pero... desde que no puedo andar me da pánico meterme en una barcaza de esas y... el agua, y pensar que hay cocodrilos...

- Sí que es absurdo – sonrió – ¿acaso crees que de pasar algo yo tendría más posibilidades?

- Supongo que no, que nadie las tendría, pero... ¡no puedo evitarlo! – suspiró.

- Solo era una idea – le sonrió acariciándole la mano en señal de comprensión - un safari por el Nilo se puede hacer en unas tres horas y sí que verías animales como tú quieres.

- Prefiero la tierra y un coche.

- Organizar un safari en coche lleva mucho más tiempo y no es tan fácil, hay tramos que deben hacerse andando y pedir permisos, ya no nos daría tiempo a obtenerlos, ni a reservar alojamiento en el parque ...

- Ya.. entiendo – suspiró con aire de decepción - no te preocupes y no me hagas caso es que veo todo esto y... – admitió mirando por la ventanilla – y... ¡me gustaría tanto ver esos gorilas! ... pero si es imposible.

- No es eso Nat, es que organizar un viaje en transporte público por esta zona es muy difícil y costoso, tanto en tiempo como en recursos. Hay que hacer noche en tiendas de campaña. Y si ya quieres subir a las montañas a ver gorilas o a la cima de las cascadas, mínimo son tres días – volvió a justificarse.

- Claro...

- Ya tendremos tiempo de hacerlo si volvemos.

- ¿Cuándo vais a volver? – gritó Matthew que les mostró que las estaba escuchando y las dos se miraron sorprendidas abriendo los ojos ligeramente avergonzadas.

- En unas vacaciones por ejemplo, ¿no, Nat? – respondió con presteza la enfermera.

- Eh... claro... unas vacaciones – asintió sin convencimiento y Alba la miró sin comprender por qué dudaba. Quizás se había decepcionado por no poder visitar el parque.

- ¡Atentas! – las avisó Matthew

- ¡Mira Nat! – le gritó Alba.

- ¡Dios es impresionante!

- Son las cascadas de Murchison Falls.

Natalia perdió la vista en la espectacularidad de las cascadas que resultaban apabullantes, no solo por su tamaño sino también por la fuerza y el asombroso poder del río. Observando como el rápido curso del Nilo era toscamente interrumpido por una estrecha hendidura, que forzaba al caudaloso y poderoso río a pasar por un espacio de apenas siete metros de ancho.

- ¿Ves donde el agua explosiona? ese sitio se llama "Boiling Pot".

Natalia asintió, escuchando sus explicaciones, incapaz de expresar lo que le trasmitía aquella apoteosis de furia de la naturaleza, que obligaba a aquel majestuoso río a retorcerse a través de un estrecho pasillo que apenas sobrepasaba la centena de metros.

- La cascada es pequeña – continuó Alba – no tiene ni cincuenta metros, pero te aseguro que cuando estas allí arriba en medio de un ensordecedor torrente de espuma y vapor de agua, la impresión que te produce te deja sin respiración.

¿Sabes por qué se llaman así?

- No.

- Se llaman así en honor al presidente de la Royal Geographical Society británica, Sir Roderick Murchison – le explicó con prosopopeya - que le encargo en 1866 el último y tercer viaje a África al doctor y misionero David Livingstone, para que confirmara que las fuentes del Nilo estaban en el Lago Victoria.

- ¡Qué enterada te veo! – bromeó con gesto divertido, encantada con tantas explicaciones – eres una guía estupenda.

- No imaginas lo que es estar allí arriba, y... ¡no te rías de mí!

- Tenemos que ir – se volvió hacia ella con un brillo especial en los ojos – quiero decir que me encantaría ir, y que me enseñes todo.

- Lo haremos, mi amor – le susurró acercándose a su oído, para evitar que Matthew la oyese – te prometo que lo haremos y... que te enseñaré todo.

- ¿Todo, todo? – le preguntó socarrona.

- ¡Todo! – exclamó aferrando sus manos a la de la pediatra y cruzando unas miradas que despertaron de nuevo la llama del deseo en ambas.

Natalia suspiró y Alba hizo lo propio, permaneciendo asomadas a la ventanilla, en silencio y con las manos entrelazadas.

Tras hacer un par de pasadas más en las que la pediatra se sorprendía una y otra vez descubriendo nuevos animales o detalles que antes no viera. Matthew, emprendió la dirección de Kampala, y las avisó que estarían allí en media hora. Las dos permanecieron agarradas de la mano, mirando por la ventanilla y lanzándose miradas esporádicas, disfrutando del paisaje.

Cuando aterrizaron en Kampala, Germán ya las estaba esperando. Tras los saludos pertinentes y despedirse de Matthew con la promesa de quedar en otra ocasión todos juntos, el médico les comunicó sus planes.

- Siento que tengáis que estar aquí casi todo el día, pero dentro de una hora tengo una reunión en la central, voy aprovechar para ver a Oscar y luego tengo que pasar por el hospital. No podremos regresar al campamento hasta las cinco o las seis de la tarde.

- No te preocupes, aún no he visto Kampala, podemos dar una vuelta por ahí, ¿no, Alba?

- Supongo que si – respondió sin convencimiento con la mente puesta en lo que había dicho Germán – ¿hay algún problema? – le preguntó a su amigo directamente.

- No, solo que va a haber ciertos cambios. Quieren informarnos de ellos – le explicó mirando detenidamente a Natalia – Lacunza no sé si es buena idea que deis una vuelta, hoy está la cosa un poco movidita, quizás sea mejor que os deje en el apartamento y os recoja esta tarde allí.

- ¿Movidita? – le preguntó Alba sin saber a qué podía referirse.

- Lo de siempre, el kabaka Mutabi que ya está haciendo de las suyas y ya sabes cómo se ponen los radicales.

- Ya... pero no creo que aquí... – comentó Alba sin darle más importancia.

- ¿Qué es un kabaka?

- Qué, no, quién. El kabaka es el rey, en realidad al que le correspondería serlo si esto no fuera una república. De vez en cuando le da por provocar y hacer visitas oficiales en contra de las recomendaciones del gobierno y ya la tenemos liada. Hoy ya ha habido varios disturbios, grupos de radicales que protestan por la visita que tiene prevista este mediodía a la capital.

- Pues a pesar de eso a mi me apetece ver algo, porque habrá algo que ver ¿no? – intervino Natalia sin interés en la política local, y deseando recorrer las calles junto a Alba, como hicieran hace años cuando pasaban algún fin de semana de turismo.

- Sí que los hay, pero no creas que muchos, Kampala no es muy bonita que digamos – le dijo Alba.

- Una mezquita, el templo hindú y poco más – la secundó Germán con cierto tono despectivo – poca cosa, esto no es Jinja.

- ¡Lástima que no me traje la cámara de fotos! – volvió a lamentarse ignorando su comentario dispuesta a no dar su brazo a torcer.

- No sueñes hacer fotos a edificios públicos que está prohibido, una vez Alba hizo una y casi la arrestan – le contó con seriedad.

- ¡Venga ya! – los miró creyendo que se burlaban de ella como siempre

- Eso es cierto Nat, tuve que entregarles el carrete a cambio de que no me llevasen al puesto de policía, así es que por una foto perdí todas las demás.

- ¡Pues vaya! – dijo ligeramente decepcionada, le encantaba hacer fotos, al final iba a ser una suerte no tener la cámara – pero sí habrá sitios que se puedan fotografiar.

- Claro – rió Alba - ¿dónde quieres ir?

- No creo que sea buena idea que os dediquéis a pasearos por aquí, puede haber revueltas y seguro que algunas calles están cortadas.

- Bueno Germán, pero si vamos a la mezquita y a las catedrales no creo que tengamos problemas.

- André me dijo antes de salir que pueden llegar a cerrar las entradas y salidas de la ciudad y quizás haya toque de queda – insistió mostrando su desacuerdo – además sería mejor que descansarais un poco después del vuelo y que estéis preparadas cuando llegue a por vosotras.

- Estamos bien ¿verdad Alba? – buscó su connivencia sin ninguna gana de encerarse en el apartamento.

- Bueno... podemos dar una vuelta rapidita y luego comer juntos.

- Imposible, comeré algo rápido después de la reunión y me iré al hospital.

- Pues... damos esa vuelta y luego podemos esperarte en el apartamento – propuso la enfermera sin querer llevarle la contraria a ninguno de los dos.

- Como queráis pero tened cuidado, ya os digo que están las cosas un poco revueltas, además ha habido varios ataques guerrilleros y...

- ¿En la ciudad? – preguntó incrédula Alba, extrañada por esa insistencia.

- No, mujer, pero ya sabes cómo es esto.... no quiero que sin comerlo ni beberlo os veáis metidas en algún follón.

- No seas exagerado, Germán, que nosotros hemos venido en los peores tiempos de la guerrilla y nunca nos ha pasado nada.

- Ya sé que aquí es más difícil, pero... tened cuidado por favor, y Lacunza, tómate las cosas con calma, no vaya a ser que... con tanto ajetreo acabes por darnos un susto.

- Estoy muy bien – le sonrió más afable – no tienes por qué preocuparte.

Germán asintió, lo cierto era que Natalia había vuelto de la playa con una imagen mucho más saludable, nadie diría que hacía unas semanas estaba tan mal, pero aún así prefería que mantuviese unas mínimas precauciones.

- Hace calor, y no debes estar mucho al sol, tienes que cuidarte hasta que tengamos esos resultados, ¿de acuerdo? – la miró frunciendo el ceño, Natalia apretó los labios y asintió - y tú – señaló a Alba – si ves cualquier revuelo sal pitando para el lado contrario.

- Que sí, que tendremos cuidado – le dijo Alba comenzando a exasperarse.

- Bueno... ¿dónde os dejo entonces? - les preguntó cuando ya estaban los tres en el jeep.

- Llévanos al centro, ya nos averiguamos nosotras con un Taxi.

- ¿Allí os vais a meter? a estas horas eso es...

- ¡Germán! por dios que no somos dos crías – saltó Natalia molesta con su paternalismo.

- Muy bien... vamos al centro – dijo resignado tomando dirección al mismo y mirando a Alba, sentada a su lado, de soslayo - ¿qué tal os ha ido? – le dijo en voz baja, consiente que con el ruido del motor y del tráfico Natalia no podría oírlo.

- Ha sido fabuloso – lo miró que tal ilusión que él cabeceó y sonrió guiñándole un ojo y mostrándole que se alegraba por ellas – pero ya te cuento – le dijo esquiva zanjando el tema, no quería que Natalia pudiese oírlos y se molestase con ella.

Minutos después las dejaba en pleno centro. Natalia comprobó con admiración lo bien que Alba se defendía entre aquella vorágine de gentes y vehículos. La enfermera le contó que el centro era así, y que si querían coger un taxi que las llevase a todos los sitios que podían visitarse no tenían más remedio que ir a Old Taxi Park, una explanada enorme, desde arriba no se veían más que los techos blancos de los matatus, ni un centímetro de tierra roja africana quedaba a la vista. Todo aquello era agobiante y aun tiempo tan diferente a cualquier sitio que hubiese visitado que quedó fascinada.

Alba quería montar en un boda-boda tipo sidecar, pero Natalia se negó, prefería un matatus aunque tardasen más. Finalmente Alba cedió comprendiendo sus motivos pero la avisó de que no les daría tiempo a ver casi nada.

El taxi se movía con dificultad entre el tráfico, cuando apenas habían avanzado diez metros en media hora, Alba se inclinó sobre el joven conductor y cruzó con él unas palabras.

- ¿Qué le has dicho?

- Que le pago el doble si consigue que veamos antes de comer todo lo visible.

- ¿Y ha aceptado?

- ¿Tú qué crees?

- Eres.... – sonrió impresionada

- Qué – la miró burlona.

- ¡Increíble! – exclamó orgullosa – controlas todo con tanta soltura que... estoy... impresionada.

Alba le acarició la mano con discreción, halagada con sus palabras. El joven cumplió su promesa y las llevó por calles menos transitadas, permitiéndoles ver las dos catedrales anglicanas, la mezquita de Gaddafi, el templo hindú, pasaron delante de varios museos, de algunos de los edificios y sitios históricos del reino de Buganda, como el Parlamento en el que se detuvieron a entrar porque Alba estaba empeñada en que Natalia viera su fachada tallada en madera natural que la dejó impactada, y el Teatro Nacional. Terminaron su recorrido junto al monumento a la independencia de Uganda, donde la enfermera conocía un pequeño restaurante en el que ya le había dicho que iban a comer.

Alba despidió al taxista y le pagó lo prometido. Natalia tuvo la sensación de que todo aquello era impactante, desde el caos de Old Taxi Park, los descomunales atascos que Alba le contó que no cesaban desde el amanecer hasta bien entrada la noche, los turistas paseando en los boda-boda, y su gente, simpática y amable como pocas, hecho que había podido comprobar en el atestado mercado que recorrieron con rapidez. Se quedó impresionada con el contraste de esas grandes avenidas llenas de tráfico y aquellas calles de tierra roja embarradas o literalmente anegadas por las riadas de los barrios más pobres. Pero si algo fascinó a Natalia fueron los marabú, siempre vigilantes, en las ramas de los árboles.

- ¿Qué? ¿te ha gustado la ciudad?

- Teníais razón, no es que sea muy bonita, pero... ¡es tan diferente! Que sí, ¡me ha gustado mucho!

- Aquí se dice que todos los caminos llevan a Kampala, y si te quedases aquí más tiempo comprobarías que casi siempre hay que pasar por la cuidad, aunque vayas al otro extremo del país aquí es en el único lugar donde puedes obtener los permisos.

- Sí – musitó pensativa – es tan... no sé es como si regresas a la civilización, pero al mismo tiempo es... salvaje.

- No creas en Kampala hay bastante seguridad, y si sabes manejarte por aquí y no te metes en los atascos, se mueve una muy bien.

- Ya veo, tú lo haces a tus anchas.

- Son muchos años – sonrió - ¿tienes hambre?

- Muchísima.

- Pues vamos – se situó tras la silla.

- No hace falta Alba, puedo sola.

- Ya has escuchado a Germán, poco a poco – insistió con firmeza – te va a gustar el restaurante, es pequeño pero se come muy bien.

Empujones y golpes, la hicieron perder de vista a Natalia que luchaba con su silla, pero no era fácil de manejar entre la muchedumbre, la pediatra intentó moverla, pero no podía, se giró y no vio a Alba, la empujaron y la golpearon y el pánico comenzó a apoderarse de ella. Una nueva ráfaga de disparos y la caída de dos de las personas que corrían delante de ella, la dejó paralizada, sin saber hacia dónde tirar. De pronto sintió una mano en su hombro, no era un golpe más era una mano firme que casi la acariciaba, se giró de nuevo y la vio, una sonrisa tranquilizadora en su rostro, Alba estaba tras ella y respiró aliviada. La enfermera había conseguido volver a su lado, sin embargo, y a pesar del ánimo que acababa de darle a Natalia, ella, aferrada a los asideros de la silla, sintió que la angustia comenzaba a apoderase de todo su cuerpo. Los gritos de la muchedumbre la ensordecían, Natalia intentó girarse hacia ella en un par de ocasiones sin éxito, creyendo que se había quedado bloqueada. Alba sabía que debía continuar, pero era incapaz de hacerlo, Natalia intentaba decirle algo pero no la oía. Al detenerse, la golpearon de nuevo y estuvo a punto de caer sobre la pediatra, no podía seguir parada o las arrastrarían, decidida optó por seguir adelante y buscar refugio en cuanto pudiese, pero todo parecía estar ya repleto.

Tras unos minutos de desconcierto, vio como una pareja les hacían ostensibles señas para que se dirigieran hacia ellos, refugiados en un portal cercano. Pero era prácticamente imposible llegar hasta allí. Más disparos, más sirenas y más empujones la pusieron al borde de la desesperación, tenía que sacar a Natalia de allí como fuera, pero era incapaz de avanzar más, angustiada y asustada volvió a detenerse, de pronto un fuerte empujón la hizo soltar la silla, la gente la arrastró, y separada otra vez de Natalia, a la que ya no distinguía entre la multitud, sintió que se ahogaba, que se moría si le pasaba algo sin que ella pudiera ayudarla. Luchó por llegar hasta ella, y cuando lo consiguió vio que un lugareño fornido se había hecho cargo de la silla, abriéndose paso, y conduciéndola al interior de la estación. Alba los siguió como pudo. Una vez a salvo y, después de agradecer al desconocido su ayuda, Alba se volvió hacia Natalia que estaba pálida y sus ojos reflejaban el miedo que había pasado. Fuera seguían los disturbios.

- ¿Estás bien?

- Si – musitó con un hilo de voz - ¿quién era? – le preguntó al ver que había charlado con él animadamente varios minutos.

- No sé, no lo conozco y tampoco le he preguntado, pero gracias a él no te ha pasado nada.

- Si – reconoció mirándola sobrecogida, en su fuero interno, cuando ese desconocido comenzó a empujarla a su mente acudieron todo tipo de posibilidades y ninguna buena, fue incapaz de pensar que era simplemente alguien que quería ayudarla y todo su cuerpo se puso en alerta esperando un ataque - ¿qué es lo que pasa? – le preguntó asustada mirando hacia el exterior y avergonzada por haber pensado mal de su salvador.

- Lo que ya nos dijo Germán, protestan por la visita del rey.

- ¿Y los disparos?

- Los militares y la policía intentan frenar a los radicales – le contó respirando aliviada – dos calles más allá... - se interrumpió al ver que dos mujeres se acercaban a ellas y les preguntaban en inglés si estaban bien.

- ¿Qué amables, no?

- Aquí son así, siempre muy hospitalarios con los de fuera y... - tuvo que callar de nuevo cuando más personas se acercaban a interesarse por ellas, preguntarles si necesitaban algo y ofrecerse a ayudarlas.

Alba permaneció charlando unos minutos con un grupo, mientras Natalia la observaba, desconcertada. Minutos después la enfermera volvía a su lado.

- ¿Seguro que estás bien? – insistió al verla aún tan pálida, sin recuperar el color ni después de la casi media hora que llevaban ya allí.

- Algo mareada de tanto jaleo.

- Lo siento, Nat, lo siento mucho – le dijo agachándose a su lado y cogiéndole una de sus manos, que aún temblaban, acariciándosela.

- Tú no tienes la culpa.

- No pero... no he podido evitarlo... me empujaron y... me arrastraron...

- No te preocupes – sonrió – no ha pasado nada y así tenemos algo que contar.

- ¡Ni se te ocurra contárselo a Germán!

- No estaba pensando precisamente en él – volvió a sonreír intentando mostrarle que estaba bien y que no le daba más importancia – pensaba en Madrid.

- Ya... - musitó preocupada de que pensase tanto en el regreso, tenía una desagradable sensación al respecto - en unos minutos podremos salir – le reveló contenta – me han dicho que han levantado una barricada dos calles más allá, han quemado varios vehículos y neumáticos, pero ya está controlado, los militares han respondido con gases lacrimógenos y fuego real.

- ¡Joder! ¿y qué vamos a hacer?

- Irnos al restaurante, está aquí al lado, y si salimos por la otra puerta llegamos en un momento.

- Pero... ¿otra vez vamos a meternos en ese follón? – preguntó sin convencimiento.

- Tranquila que solo ha sido una estampida, también me han dicho que ya está todo más calmado.

- Pues... a mí se me ha pasado el hambre – le dijo intentando no salir aún de allí.

- No seas tonta, verás como cuando te tranquilices, te apetece comer.

- Lo que tengo es una sed que me muero. Podemos comprar cualquier cosa allí – señaló un puesto dentro de la estación – y bebérnosla aquí, tranquilamente.

- Sí, yo también tengo la boca sequita – sonrió comprendiendo lo que pretendía – pero no sueñes en que compre nada ahí, es carísimo y pueden darte gato por liebre - comento con naturalidad sacando la botella de agua de la bolsa - toma, está algo caliente, pero te sentirás mejor.

- Sí, dame - la aceptó con rapidez y dio un largo sorbo, tras el cual se sintió mejor

- la verdad es que es incómodo que nos miren tanto - reconoció al ver que no dejaban de rondarlas.

- Somos las únicas blancas de la estación por eso están pendientes.

- Pero... es la capital, y hemos visto muchos turistas, estarán acostumbrados... quiero decir que no es lo mismo que... las aldeas... y...

- No es por eso, saben que somos extranjeras, ¿no has visto como se han acercado antes a interesarse?

- Si.

- Pues por eso nos miran, están pendientes de nosotras, por si necesitamos algo y ayudarnos.

- Ya...

- Anda, vamos – se situó tras su espalda – en el restaurante estaremos mejor.

Natalia suspiró resignada a hacer lo que ella quisiese. No le apetecía en absoluto meterse otra vez entre esa masa de gente, pero al llegar a la puerta comprobó que ya no había ni rastro del revuelo que se había vivido momentos antes. La gente paseaba tranquila y solo se oían algunas sirenas en la lejanía.

- Y.. ¿esto siempre es así?

- No siempre, pero sí que los disturbios son frecuentes y a veces duran varios días.

- ¡Menos mal que era una ciudad tranquila! – exclamó con sorna, pero Alba no pudo oírla, situada a su espalda y empujándola a la salida camino del restaurante.

Minutos después, entraban en un pequeño y acogedor local que a Natalia le pareció encantador. Tras acomodarse en una pequeña mesa junto al ventanal que daba al monumento de la independencia, Alba pidió las bebidas y, sonriente, miró a Natalia.

- ¿Estás ya más tranquila?

- Sí, cariño, es que... de pronto... es como si estuviera en Madrid y... se me ha venido todo encima... y... me he asustado.

- Te entiendo... te reconozco que yo también me he asustado, sobre todo cuando te perdí de vista – suspiró acariciándole la mano con disimulo - deberíamos haberle hecho caso a Germán.

- ¡Qué dices! ¿y perderme todas esas cosas?

- Pero si al final no hemos entrado nada más que en las catedrales y en el Parlamento.

- La verdad es que me hubiera gustado ver la mezquita por dentro.

- Imposible, ya sabes que las mujeres no podemos entrar.

- Sí, pero... me hubiera gustado.

- Germán tiene fotos, dile que te las enseñe.

- Lo haré – dijo mirando la carta sin decidirse.

Alba la observaba con disimulo divertida con las caras que iba poniendo conforme leía los platos, Ragout de víbora, el Kebab de mono, o la cola de cocodrilo. El camarero llegó y les sirvió las bebidas, Alba había optado por una cerveza de mijo y a Natalia le había recomendado un agua de limón y jengibre.

- Ummm – se relamió Natalia – está buena, ¡muy buena! Es... refrescante y... nada dulce.

- Me alegro que te guste, ¿qué! ¿sabes ya lo que quieres? – le preguntó con cierta sorna sabedora de que no era así contenta de haber aceptado en la bebida.

- Pues... la verdad es que no... ¿tú si?

- Sí, los mejores platos de aquí son el malakwang y las firinda.

- Muy graciosa – sonrió - ¿me traduces?

- Las espinacas con crema de cacahuete y la sopa de judías peladas.

- Eh... no sé.... algo que no sea muy picante – la miró esperando su ayuda, porque en su corta experiencia culinaria allí había podido comprobar que la cocina africana abusaba del picante y las especias en general – la tortilla esta gigante.... – la miró interrogadora. Alba soltó una carcajada.

- Es de huevo de avestruz y es para... unas diez personas como poco – se burló de ella viendo la cara de decepción que ponía - Si quieres pedimos de entrante las bolitas de maní.

- ¡Ni lo sueñes! – se negó con rapidez – todavía recuerdo la que me liaste el primer día, me dan asco solo de recordarlas.

- Lo siento – se disculpó rememorando la broma que le gastó el día de su llegada al campamento y arrepintiéndose otra vez de haberlo hecho - ¿qué tal el arroz Joloff con aceite de palma! ¡está exquisito! y aquí suelen acompañarlo con aritos de cebolla y tomate.

- Eso puede estar bien... pero... lo compartimos ¿no?

- Claro y para ti, te recomiendo las espinacas, te van a encantar.

- ¿Qué es el tiof?

- Un pez similar al rodaballo, pero aunque es asado en su interior introducen chili, pica demasiado, pero si quieres pescado....

- Ya... bueno... vale... las espinacas estarán bien, no quiero pescado. ¿Y tú?

- La sopa de judías, y de segundo el matooke.

- ¿Otra vez vas a comer eso?

- Éste es diferente, pasta de banana, puré de patatas y ternera en su jugo, aunque quizás lo pida con salsa periperi, ¡me chifla!

- No suena mal.

- Pídetelo, pero tú sin salsa, porque pica un montón.

- Pero... yo no creo que pueda con tanto. Prefiero solo las espinacas.

- ¿Quieres que compartamos y así lo pruebas? – le preguntó a sabiendas de que era precisamente eso lo que deseaba – si lo compartimos lo pido sin salsa.

- ¡Perfecto! – dijo soltando la carta aliviada – la verdad es que me apetecería probarlo, pero te veía tan entusiasmada que creía que estabas muerta de hambre - bromeó.

- Es que tu comes todavía muy poco, recuerdo cuando eras capaz de zamparte...

- Calla, calla – la interrumpió riendo - ¿Seguro que esas espinacas van a gustarme?

- Seguro, salvo que en estos años hayas cambiado de gustos – enarcó las cejas y torció la boca en una mueca burlona que le indicaba su doble sentido.

- ¡En absoluto! me sigue gustando lo mismo – ratificó con rotundidad – es más, diría que estos años me han ayudado a apreciar mejor todo lo que me gusta.

- Entonces te aseguro que te van a sorprender – la miró burlona y Natalia lanzó un profundo suspiro.

- Te besaría ahora mismo!

- ¡Ni se te ocurra! – exclamó - que el cupo de sustos está lleno por hoy.

Alba llamó al camarero y le indicó sus elecciones. Luego, fijó los ojos en ella y, sonrió contenta una vez olvidado el susto que se habían llevado.

- El postre lo he escogido yo.

- ¿Qué es?

- Sorpresa, ya lo verás – le dijo misteriosa – Nat....

- ¿Sí? – la miró fijamente.

- ¡Soy tan feliz!

- ¡Yo también! – susurró – pero deja de mirarme así que estamos llamando la atención y luego empezarás a temer que te beso o... algo peor – bajó la voz y sus ojos bailones demostraron la excitación que sentía con el juego de insinuaciones.

- ¡Tienes razón! – suspiró decidida a no seguir por ese camino porque no se fiaba de que Natalia no fuese capaz de hacer algo que las pusiese en un serio aprieto - ¿sabes? Estaba pensando que... si regresamos a Kampala... ¡tendrías que ir a una obra de teatro! – le dijo cambiando de tema radicalmente.

- Y eso ¿por qué? – preguntó ladeando la cabeza haciendo una graciosa mueca divertida con su repentino cambio en la conversación, consciente de que a Alba le ocurría lo mismo que a ella, ¡estaba deseando besarla!

- Porque es increíble cómo se comporta la gente fliparías.

- Pero qué hacen.

- Comen palomitas, beben cerveza, hablan por el móvil, responden a los actores, les tiran los tejos, gritan, los niños que lloran lo hacen durante minutos y sus padres los ignoran...

- ¿Y los actores que hacen?

- Nada, sigue la representación como si tal cosa y si el ruido es ya muy ensordecedor se esperan unos instantes.

- Pues habrá que ser de una pasta especial para actuar por aquí.

- La verdad es que si – reconoció mirando con deseo el plato que acababan de servirles – ya verás cómo te gusta este arroz.

- Seguro que si – se apresuró a probarlo.

Durante el resto del almuerzo, charlaron amenamente. Natalia se atrevió a probar las judías de Alba y ésta hizo lo propio con las espinacas. Como ya vaticinara Alba, el postre fue toda una sorpresa, a la pediatra le encantó, era una especie de torta hecha a base de batata y coco, que le trajo recuerdos de la infancia cuando Carmen, la fiel asistenta de su madre que, prácticamente, los había criado, les asaba batatas en el horno y se las daba a escondidas para merendar, bañadas con azúcar y miel. Alba rió con la anécdota, sobre todo, cuando Natalia le contó el enfado de María el día que los descubrió y comprendió porqué ninguno tenía ganas de cenar.

Tras el postre, Alba pidió al camarero que les llamara un taxi. Natalia estaba empeñada en dar un paseo por los jardines que daban al lago victoria, pero la enfermera se negó, prefería regresar al apartamento y esperar tranquilamente a Germán. Finalmente, viendo que sus artimañas melosas y sus casi súplicas no surtían efecto, Natalia dio su brazo a torcer y consintió en marcharse a descansar al apartamento.

- ¿Cuánto tardará, Germán? – peguntó Natalia nada más cruzar la puerta del apartamento.

- No lo sé – respondió la enfermera mirando el reloj – pero nos dijo que sobre las cinco o las seis vendría a por nosotras, así es que aún debe tardar unas... tres horas.

- ¿¡Tres horas!? Y... ¿qué hacemos aquí encerradas tres horas?

- Bueno... a mí se me ocurren un par de cosas – respondió insinuante.

- Serás guarra – sonrió.

- Es que... me vuelves loca – susurró melosa - y en el avión cuando me has mirado de esa forma... yo...

- Anda ven aquí – tiró de ella y la sentó en sus rodillas - ¡que yo también llevo toda la mañana deseando hacer algo!

- ¿Toda la mañana?

- ¡Toda!

Se quedaron mirándose a los ojos, sonriendo no solo con el rictus de sus bocas, deseando fundirse en un beso, pero Alba estaba dispuesta a prolongar un poco más la situación.

- ¿Quieres una infusión de Kinkeliba? – le preguntó socarrona.

- ¡Déjate de infusiones! Y... ¡bésame! – le pidió con vehemencia. Alba soltó una carcajada, "quien te ha visto y quién te ve", pensó alegre y satisfecha de lo mucho que habían cambiado las cosas entre ellas.

Sin embargo, se levantó de sus rodillas sin atender su petición y se dirigió al dormitorio. Natalia la siguió. Alba se movía contoneándose, como le gustaba hacer para provocarla, Natalia la miraba embelesada, deseando perderse en su boca. Se detuvo en mitad del cuarto mientras Alba, dándole la espalda se giró lentamente, y se sentó en la cama. Su cuerpo comenzaba a experimentar las sensaciones que sabía que la llevarían a olvidar todo lo que la rodeaba, notó como sus pezones se endurecían, como el cosquilleo de su vientre se iba haciendo más intenso y cómo, casi sin quererlo se removió anhelante en su asiento. Los ojos de Natalia fijos en ella, desnudándola con la mirada, observando cada uno de sus gestos, de sus leves movimientos... hasta que un suspiro profundo inundó la habitación, y Natalia accionó la silla aproximándose a ella. Alba extendió las manos y cerró los ojos disfrutando de la sensación de su llegada, del roce de sus manos sobre sus muslos, ¡cómo había anhelado tener el cuerpo de ella a su lado! y ahora era una realidad, la maravillosa realidad de amarla y ser correspondida. La maravillosa experiencia de compartir caricias, besos, movimientos, gemidos y palabras de aliento sobre la misma cama con Natalia era el más profundo de sus deseos. Abrió los ojos y se encontró con los de la pediatra, sumergiéndose en la calidez de aquella mirada, comprendiendo que las dos deseaban lo mismo, sonrieron, con una sonrisa cómplice, la sonrisa de dos amantes que conocen el juego al que están a punto de entregarse.

Natalia comenzó a desabotonar lentamente la blusa de Alba, sus manos comenzaron a recorrer su abdomen y sus costados con parsimonia. Alba sintió que el calor se hacía más intenso... que la ropa comenzaba a estorbarle, y que sus manos cobraban vida propia al escuchar a Natalia susurrarle junto a su oído un sensual "¿quieres?", en respuesta levantó los brazos de la pediatra y le arrancó la camiseta, echándola sobre la cama, abrió sus piernas y atrajo la silla, para poder besar sus labios, esos labios que tanto deseaba, primero con dulzura, despacio, para luego perderse en su boca, comenzando a conferir a cada beso mayor pasión.

Se entregaron al juego de las caricias y los besos. Alba se estremeció cuando sintió a Natalia rozar sus senos, jugar con los mismos pezones erectos que minutos antes pedían sus caricias y su atención... la pediatra se detuvo y la miró temerosa de haberle hecho daño, pero su expresión le indicaba que iba por buen camino. Poco a poco la ropa desapareció, la enfermera arqueo la espalda intentando ver lo que Natalia estaba pensando hacer, porque se había detenido en sus besos y caricias y permanecía con los ojos clavados en ella, hasta que le indicó que se diera la vuelta. Alba obedeció, y cerró los ojos, entregada a ella, escuchando como Natalia subía a la cama y comenzaba a acariciar su espalda que muchas veces fue bendecida por los besos de sus labios, la enfermera no pudo contenerse más y su voz reaccionó haciendo que en el cuarto se escuchara un ligero gemido de placer... sus piernas se abrieron poco a poco, invitado a la pediatra a bajar y hacer sus caricias más atrevidas.

Sin embargo, Natalia no lo hizo, con su mano izquierda se dirigió lentamente a su boca, recorrió con el dedo índice sus labios y dejó que Alba besara cada uno de sus dedos, humedeciéndolos, para después iniciar un lento recorrido hasta sus pezones, presionándolos con suavidad, acariciándolos al tiempo que, ahora sí, se dejaba caer sobre ella, haciéndola notar su cuerpo, mientras su mano derecha se encaminada, sabia y decidida hacia su más recóndita profundidad. Alba volvió a gemir, y Natalia detuvo sus caricias para indicarle que se diese la vuelta, Alba obedeció y Natalia reptó sobre ella besándola y volviendo a introducirse en ella. Alba ronroneó e instintivamente sus caderas se movieron imperceptiblemente, deseosas, anhelantes...

- Espera un poco – le pidió Natalia en un susurro, levantando sus ojos hacia ella.

Alba se mordió el labio inferior y asintió, mostrando en su rostro el placer que estaba sintiendo. Natalia le dedicó una sesión de caricias interminables, queriendo redescubrir su cuerpo una vez más, el vaivén de su cadera comenzó a hacerse más intenso, su respiración se agitó y Natalia comenzó a besar y pasear su lengua por su interior, haciendo que su boca subiera y bajara cada vez con mayor ansiedad, hasta que supo que había llegado el momento, notando como sus caderas iniciaban una carrera apasionada, poderosa, como elevaba las piernas con vehemencia, temblando ante el inminente orgasmo y sintiendo ese tierno beso, que la colmaba de excitación y placer al cambiar el ritmo, intensidad o forma de acariciarla. Su respiración se volvió entrecortada y la acompañó de pequeños e intensos gemidos que culminaron en un pequeño grito y un temblor intenso.

Natalia se detuvo, permaneciendo inmóvil unos instantes. Luego, subió para observarla un instante, ¡estaba bellísima! Alba le devolvió la mirada y entreabrió sus labios, sedienta de sus besos, se dedicaron a ellos con ternura, hasta que Natalia volvió a separarse. Todo su cuerpo gritaba en silencio la necesidad de tenerla a su lado, de sentir su abrazo, y Alba así lo hizo, comenzando una danza tranquila, que se perdió entre suspiros, sollozos, murmullos y gritos de satisfacción.

Natalia sintió esas manos delicadas tomando posesión de su cuerpo, dedicándose a ella con mimo, sabiendo perfectamente donde y como tocar, midiendo la intensidad y calibrado en todo momento hasta cuando podía presionar su vientre, hasta cuando podía estar en su interior sin correr riesgos y haciéndola estremecer como la noche anterior, consiguiendo que ese roce interior intensificase las sensaciones, esperando el momento en que Alba la elevara, haciéndola creer que eran sus caderas las que lo hacían, justo en el instante en el que los espasmos se hicieron presentes, consiguiendo experimentar aquella contracción que tanto había añorado y que la obligó a lanzar un grito reprimido y sentir que vivía y agonizaba en sus manos, que disfrutaba, que se entregaba a miles de sentimientos, emociones y sensaciones en pocos minutos, disfrutando del clímax y entregándose a él, sin miedos ni reservas, deleitándose en un intenso orgasmo, sintiéndose tremendamente satisfecha, complacida, viva y cansada.

Exhaustas dedicaron unos minutos a acariciar sus pieles desnudas, a mirarse con ternura, sin pronunciar palabra, a recrearse en esas miles de sensaciones que poco a poco volvían a crecer en su interior, sintiendo que la llama de la pasión prendía de nuevo en ellas. Natalia la besó con intensidad, ansiosa y Alba la frenó.

- Nat se nos va a hacer tarde.

- ¿Tarde? pero... ¿no teníamos tres horas?

- Sí, pero tendremos que... ducharnos.

- Aún hay tiempo – susurró junto a su oído, recorriendo su cuerpo con una de sus manos.

- Nat... - protestó sin fuerza lanzando un suspiro de excitación, notando que su cuerpo se encendía de nuevo, que sus sentidos se inquietaban y luchaban por dejarse arrastrar haciendo frente a su razón que le gritaba una y otra vez que era tarde – Nat...

- Chist, princesa, tenemos tiempo de sobra.

Alba no se resistió más, se entregó a un beso apasionado, y perdió sus manos en ella, calibrando si también estaba preparada y notando que era así. Envueltas en un manto de caricias, buscándose sin freno, Natalia entraba y salía de ella, con habilidad hasta arrancarle un grito de placer. Alba la besaba con vehemencia abrazándola, transportándola y meciéndola, hasta que juntas sintieron que se elevaban al cielo, y que solo encontraban consuelo en esa unión perfecta que sus almas tanto habían soñado y que sus cuerpos acababan de firmar.

- No sé cómo lo haces... - susurró Natalia perdiéndose en aquella mirada profunda y entregada.

- ¿El qué? – casi jadeó aún falta de respiración por el esfuerzo.

- Que no sé lo que haces conmigo, pero... consigues... transformarme, consigues que me sienta arder. ¡Literalmente!

- Ya sabes... soy la enfermera milagro.

- Y yo... ¿yo qué soy? – preguntó con malicia, deseando saber si ella también la hacía sentir así.

- ¿Tú? ¡la mujer de fuego! – exclamó burlona besándola de nuevo, riendo abiertamente ante la cara que le estaba poniendo Natalia – ¡ardes! – rió – ardes tanto que me quemas, me enciendes, me calientas, me prendes, me...

Natalia la silenció con otro beso intenso, luego quedaron mirándose fijas la una en la otra, echadas de lado en la cama con las piernas entrelazadas acariciándose con la mano que les quedaba libre y comenzando a regalase pequeños y tiernos besos, exentos de la pasión que habían mostrado antes y llenos del amor que sentían, de la felicidad que llenaba sus corazones, llenos de esperanza e ilusión. Hasta que el sonido del timbre las sobresaltó.

- ¡Dios! ¡Germán! – exclamó Alba dando un salto de la cama - ¡ya está aquí!

- Pero... ¿ya han pasado tres horas? – preguntó sin dar crédito a que así fuese - ¡es imposible!

- No – miró el reloj extrañada también – seguro que hay problemas en las salidas, ya nos lo avisó, y si hay toque de queda cuanto antes salgamos mejor.

- Pero...

- ¡Vamos, Nat! – la espoleó mientras se vestía a toda prisa – ¡levántate! tenemos que irnos.

- Pero... pero... tendremos que ducharnos... dile que suba.... – le pidió – o mejor dile que se vaya sin nosotras – la miró insinuante sin moverse de la cama – podemos quedarnos aquí esta noche y....

- ¡Estás loca! – la interrumpió risueña, con una mirada embaucadora, encantada con esa idea, acercándose a besarla – ¡me encantaría poder hacerlo! – exclamó sentándose en el borde junto a ella - ¡no podría imaginar mejor plan!

- ¿Y qué nos lo impide?

- ¡Mañana tengo que ir a Nairobi a por los niños! ¿ya no lo recuerdas?

- ¿Era mañana?

- Si, ¡mañana! – la miró burlona - ¡dónde tendrás la cabeza!

- Pero... ¿seguro que me lo has dicho?

- Sí, te lo dije – ratificó sin saber si bromeaba o decía en serio que no lo recordaba - ¡venga, Nat! ¡arriba!

- Voy – arrastró la palabra con desgana - ¡cómo pasa el tiempo de rápido!

Otro timbrazo volvió a sobresaltarlas, Alba corrió fuera del dormitorio, Natalia la escuchó preguntar en inglés y luego responder, "Germán, ahora mismo bajamos".

- ¡Alba! ¿cómo le dices que bajamos ya!? ¡tenemos que ducharnos! Y... recoger un poco todo esto – le dijo comenzando a angustiarse.

- Tranquila, ve tú al baño que yo recojo mientras y... ¡date prisa! – le pidió.

- Vale, pero... ¿por qué no sube?

- Tenemos prisa Nat, además tiene el coche en doble fila – le explicó con rapidez mientras preparaba todo – vamos, déjate de charla y métete en el baño – le ordenó.

- Ya voy – volvió a arrastrar la palabra - ¡joder con las prisas! – musitó cuando ya estaba entrando en el baño.

- ¡Te he oído! – le gritó desde el dormitorio - ¡gruñona! – rió, al escuchar a Natalia soltar una carcajada.

- ¡Mentirosa! – le soltó cerrando la puerta negando con la cabeza y una amplia sonrisa. Estaba segura de que era imposible que la hubiese escuchado, pero la conocía tan bien que Alba había adivinado que protestaría.

En veinte minutos estaban abajo. Germán las esperaba y parecía ligeramente enfadado. Alba ya había prevenido a Natalia que estaría enfadado, porque parecía preocupado y con ganas de salir cuanto antes.

- ¿Qué estabais haciendo? – les espetó con el ceño fruncido – André nos ha avisado que habrá toque de queda, y tenemos que cruzar todo el centro. Espero que podamos salir de la ciudad.

- Lo siento – se disculpó Alba – pero.... – lo miró sin saber que decirle, era obvio que no podía contarle la verdad, al menos delante de Natalia porque sabía que en ese caso la que se enfadaría sería ella y, de pronto, le vino a la mente la excusa perfecta – lo siento mucho, Germán, sabemos que tenemos prisa, pero... Nat... a Nat le ha sentado mal el almuerzo – soltó de pronto.

- Eh... - Natalia la miró desconcertada, pero la cara de pocos amigos de Germán la hizo secundarla, recordaba a la perfección los arranques de genio de su amigo, los tenía de tarde en tarde pero cuando agarraba uno era mejor ponerse a cubierto, como siempre decía Adela - ... eh... eso... me.. me ha sentado mal.

- Pero ¿qué te ha pasado? – se inclinó mudando la cara de enfado por una de sincera preocupación - ¿estás bien?

- Sí... ya estoy mejor...

- ¿Seguro? – le preguntó observándola detenidamente - ¿te has tomado la medicación? – Natalia sintió – es cierto que pareces algo... acalorada – dijo colocando su mano en el lateral del cuello mientras Alba desviaba la vista con una sonrisa disimulada, ¡vaya si estaba acalorada! – no parece que tengas fiebre.

- No, si solo ha sido... las espinacas esas con cacahuetes que... me han resultado un poco... un poco pesadas – mintió descaradamente intentando no cruzar la mirada con Alba.

- Si es que parece mentira... – masculló, negando con la cabeza y apretando los labios - os tengo dicho que...

- Germán... le puede pasar a cualquiera – intervino Alba echándole un cable – tenemos prisa, no vayamos a discutir ahora.

- Tienes razón, ¿seguro que estás bien, Lacunza?

- Sí.

- Pues vamos, la situación está complicada – les confesó - la guerrilla ha vuelto a atentar en el norte y... se rumorea que... posiblemente suspendan oficialmente la tregua.

- ¡Joder! – exclamó Alba - ¿crees que será peligroso que salgamos a estas horas?

- No, no creo que sea para tanto, al menos de momento – las tranquilizó subiendo a la parte trasera del jeep a Natalia – Lacunza, si ves que te encuentras mal me lo dices, no vayas a ser tan cabezona de aguantarte – le pidió más suave – y ¿se puede saber qué te ha pasado! ¿has vomitado! ¿te duele la cabeza! ¿no habrás estado demasiado al sol! si ya os dije que era mejor que descansaseis, te crees que estás bien del todo pero.... pero no puede ser estar todo el día de aquí para allá... ni...

- Tranquilo que iré bien – lo interrumpió, mirando a Alba con disimulo y recriminándole con la cabeza su mentira. ¡Menuda le esperaba con Germán!

- ¿No habrás vuelto a sangrar? – le preguntó y Alba le dirigió una mirada risueña a Natalia que la pediatra esquivó.

- Nat, ¿prefieres ir delante? – le preguntó Alba recordando que ahí se mareaba menos y deseando que Germán dejara de interrogarla porque Natalia cada vez parecía más agobiada ante tanta pregunta, sabía que no le gustaba mentir y ella la había, prácticamente obligado a hacerlo.

- La verdad es que si – reconoció con aire de timidez arrepintiéndose al instante al ver el gesto del médico – pero... da igual....

- ¿Y por qué no lo dices? – protestó Germán sacándola con rapidez y situándola en el asiento delantero, ante la protesta de la pediatra insistiendo en que no hacía falta que estaría bien detrás, no quería ser el motivo por el que perdieran más tiempo.

- ¿Por qué tienes que ser siempre tan cabezona, Lacunza? – le preguntó arrancando el vehículo.

Natalia se encogió de hombros y no respondió ante la mirada de aviso de Alba  a través del espejo. Era evidente que Germán estaba de mal humor, y la enfermera no quería que comenzaran con una de sus disputas. Cuando ya estaban en marcha apretó el hombro de Natalia en señal de agradecimiento y comenzó a contarle al médico lo que habían estado haciendo a lo largo de la mañana, y a transmitirle los saludos de Nancy, a la que había llamado para darle otra vez las gracias por cederle la cabaña y contarle que todo había ido estupendamente y de Sandro. La charla distendió el ambiente y Alba sonrió contenta, si había algo que había aprendido en esos años era a saber animar a Germán.





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