Friend of the Devil ━shingeki...

By OurColors

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━━Me gusta jugar en la arena, construyendo futuros y destruyendo pasados, mientras mi amigo el demonio se... More

FRIEND OF THE DEVIL
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━━━PRÓLOGO
━━ARCO I:
1. Yo conozco ese rostro
2. Días de estrés
3. Motivos
4. Hoy no
5. Belladonna
6. A través de cartas
7. Por una cuchara.
8. Mal presentimiento
9. Rojo, verde y amarillo
10. Pisadas de gigante
11. La Titán Hembra
12. De cadáveres y pesares
13. Culpa.
14. Traiciones, regalos y segundas oportunidades
15. Confiar
16. Es un mundo cruel.
━━ARCO II
17. Preludio al desastre
18. Caminos solitarios
19. 12 horas antes
20. Verdades y respuestas
21. Malas decisiones = consecuencias
22. Antes de partir
23. Guerrero
24. La chica del cabello bonito
25. Dile al demonio
26. Titanes que sonríen
27. Granos de café
28. Máscaras que pretenden
29. Confort
30. Sincero contigo
━━ARCO III
31. Aferrados al pasado
32. Semillas sembradas
33. Reencuentros
34. Perspectivas
35. De conversaciones y saludos
36. Persecuciones
37. De verdades y carcajadas
38. Empezó con una persecusión
39. Experimentos para dos
40. Un encuentro, una advertencia
41. Cuando se pone el sol
42. Y aquí entraba él
43. Momentos
44. Caso perdido
45. De roles y confianza
46. Planeaciones y traiciones
47. Todo estará bien
48. Juicios finales
49. Enfrentamientos
50. Pérdidas
51. Ser quién eres
52. Amigo leal
53. Resplandores
54. Reunión = Ejecución
55. Coronas, reuniones y nostalgia
56. Cadenas y anomalías
57. Saltos en el tiempo
58. Últimos detalles
59. Tentar a la suerte
60. Un día antes
61. De despedidas y silencios
━━ARCO IV
63. Félix Kaiser
64. Al despertar
65. Visitante
66. Juicio a un demonio
67. Propuestas indecentes
68. Veredictos
69. De pianos y bailes
70. Finas presentaciones
71. Arrepentimientos
72. Marley estaba en guerra
73. Rocas y sangre
74. A ti más que a nadie
75. De explosiones y ataques
76. Regreso
77. Sobre estar sumergido y ascender a la superficie
78. Secuelas
79. La verdad duele
80. Normalidad
81. Lugares de ensueño
82. Núcleos
83. Sobre aceptación y confesiones
84. Charlas de medianoche
85. Deseos y lo que necesites
86. Sobre avanzar y comprometerse
87. Un último trato
88. Tras los muros
━━━ARCO V

62. Polvo, escombros y sangre

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CAPÍTULO SESENTA Y DOS
POLVO, ESCOMBROS Y SANGRE

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Pero sí hizo eco entre ellos.

Entre los presentes sobre el muro, sí que fue escuchado y sí que se adhirió a ellos como una sanguijuela.

Félix no podía sacarle los ojos de encima a Zeke incluso si quisiera, incluso aunque pudiera.

Estaba ahí entre sus costillas el distintivo tirón que sentía cuando pensaba en él, cuando lo recordaba tendiéndole un cono de helado o expulsando el humo de su cigarrillo directamente en su rostro. El corazón le latía no en el pecho si no en todo el cuerpo; ba-dump, ba-dump, ba-dump.

Eran las palabras mágicas que podrían hacerle correr en caso de ser necesario, pero con Zeke... Con Zeke era distinto.

—¿Amigo? —preguntó Hange con voz ahogada—. ¿A qué te refieres con amigo?

A que lo conozco de toda una vida, pensó con su voz atrapada en algún rincón de su garganta. A que he muerto junto a él, o a veces vivo o no, a veces solo existo en el mismo espacio que el suyo y nada más.

Lo conozco. Lo conozco. Lo conozco mejor que nadie más.

—Stohess —respondió una voz que no era la suya, y brevemente alcanzó a ver a Kenny por el rabillo de su ojo—. Cuando capturamos a Ymir, fue porque ese asqueroso mono la dejó ir.

El poco revuelo que se alzó tras aquella confesión no importaba mucho para él; sus ojos escaneaban a Zeke enfrente suyo, la enormidad del Titán Bestia y lo... Horroroso que se veía desde aquella distancia.

Félix estaba mucho más alto de lo que el titán lo era, pero de alguna manera, era Zeke quien conseguía verse más intimidante. Por entre la bruma de su repentina aparición le pareció ver que los ojos pequeños de la bestia le brillaban de un singular color escarlata, y su boca, estrechada tan grande como era posible, era la señal necesaria para que Félix se le fuera encima.

Una provocación, se dio cuenta. Quiere que vaya a él.

Y Félix lo haría. Por Dios, Félix iba a-

Alguien lo sostuvo por el brazo y tiró de él hacia atrás, y Félix parpadeó como si estuviera saliendo de algún trance, su cabeza girándose de golpe para encontrarse con la entrecerrada mirada de Kenny encima suyo, sus labios tirando hacia abajo en una mueca.

—Quieto —siseó su capitán entre dientes, mirando de costado a Hange que los observaba atentamente—. Sé que tienes ganas de cortarlo en pedacitos-

—Oi, yo no-

—...Pero si te apresuras y lo arruinas, voy a dejar que te trague de un solo bocado.

Entendió perfectamente el mensaje que el hombre trataba de darle, porque si Félix cometía algún error aquí, toda oportunidad que pudieran tener de sobrevivir se iría por el caño.

La mirada de Kenny encima suyo le decía mucho, y hablaba más de lo que su capitán lo haría nunca; destilaba esa sensación de depredador, de cazador hambriento por una presa fuerte, capaz, que valiera la pena ser cazada y ultimadamente, atrapada.

Sus dedos se curvearon y formaron un puño, aunque aquello no alcanzó a tranquilizar la electricidad que le corría bajo la piel y agregaba combustible a su sangre, que bombeaba su corazón en un desbocado ritmo que le dejaba sin aliento.

Zeke estaba ahí, a solo metros de él; una parte suya quería ir hacia él y quizás darle un golpe, sacudirlo de los hombros y pedir que recordara. Otra, igual de grande y demandante, quería nada más que abrirle la garganta con su cuchilla y observarlo mientras se ahogaba en su propia sangre.

Félix tragó saliva a secas y se obligó a reír, a pesar de que el sonido fuera ahogado.

—S-sí, cierto, cierto... Lo siento —murmuró, flexionando continuamente sus dedos, su mirada moviéndose hacia Zeke tantas veces que a ese punto los más cercanos a él ya se habían dado cuenta que no le sería fácil ignorarlo—. Lo siento, capitán.

Kenny le dio un apretón a su brazo y luego lo soltó, dejando que le cayera en un costado del cuerpo con un sordo sonido, que su puño golpeara suavemente el equipo que cargaba contra sus caderas.

... Pero le era difícil apartar la mirada.

Encontró que todavía estaba fija en la figura del titán de Zeke incluso con tanta distancia entre ellos, y la necesidad que sentía palpitarle en los huesos de ir hacia él y... Tragando con fuerza y sintiendo el nudo atorado en su garganta, se obligó a mirar hacia otro lado cuando el coro se alzó y el eco se extendió por la desolación en su cabeza, los recuerdos viniendo a él como lo hacían por las noches cuando buscaba descansar de ellos.

La última vez, pensó para sí mismo, tampoco pude decirle adiós.

—¿Reiner no ha salido de su escondite aún?

—...No, aún no —le respondió Hange, estudiándolo con la mirada con sutileza—. Pero ahora que Eren se ha transformado...

—Hijos de puta —murmuró Kenny entre dientes, escupiendo al suelo tras hablar—. Si no salen de donde quiera que estén...

—¿Qué harás? —preguntó un poco burlón, pero curioso, mirando al hombre de reojo—. ¿Vas a ir tocando de casa en casa a ver si están ocultos ahí?

Kenny chasqueó la lengua y su mirada se movió por encima del muro, deteniéndose en algún lugar lejos, hacia donde se extendía el exterior de la seguridad de María. Su ceño estaba ligeramente fruncido y sus labios presionados con tanta fuerza que los tenía blancos. Sus dedos oscilaban por encima del equipo de maniobras, con las yemas de estos acariciando el frío metal donde residían las cuchillas.

La manera en la que se hallaba de pie, erguido pero perdido, buscando.

Félix lo observó en silencio por unos segundos, su mente yendo a prisa para tratar de entender qué es lo que pensaba su capitán.

Sus manos temblaron un poco, y los latidos de su corazón en sus oídos ahogaron todo lo demás en una sensación de desapego que quitó un poco de peso de su pecho; eso no cambiaba el hecho de que estaba esperando.

Zeke podría comenzar a arrojarles piedras en cualquier momento, y él sabía que en el momento que eso ocurriera, sería el fin del juego para ellos.

Se tragó lo que se sintió como un tallo lleno de espinas que bajaron por su garganta, desgarrando la piel y dejándola sangrar un desastre en su pecho. Lenta, muy, muy lentamente, como si tuviera miedo de hacerlo, Kenny se volvió hacia él y algo caliente y doloroso atravesó su pecho cuando el color metálico en los ojos del hombre se nubló con cruda comprensión.

—...No hay ningún puto titán.

—¿Uh?

Kenny hizo un gesto hacia Zeke, y luego se giró e hizo lo mismo hacia atrás, en donde se encontraba la vacía Shiganshina. Félix miró de reojo hacia atrás, no queriendo darse vuelta por completo para no tener que enfrentarse de cara al resto de sus compañeros.

—No hay ningún otro titán —repitió, girándose para mirar a Erwin, su expresión neutral—. Petra y el resto de los chicos podrían llegar en cualquier momento y solo hemos conseguido que ese puto mono dé la cara. O sacamos a Reiner y Bertolt de sus escondites, o todo se va al diablo.

El rostro de Erwin estaba cuidadosamente en blanco, pero sus ojos se movieron hacia Kenny en un gesto de consideración que no pasó desapercibido para él y Hange. Entonces, esos mismos ojos se movieron hacia donde Zeke esperaba y algo cambió en ellos; se oscurecieron como el cielo durante una tormenta, y quienes lo rodeaban sintieron un pequeño cambio en el hombre, en el aura que lo rodeaba.

—¿Qué sugieres?

Las cejas de Kenny se alzaron, y su boca se arqueó en lo que podría haber sido una sonrisa.

—Sugiero que les digamos exactamente lo que no quieren escuchar.

Fueron las de Erwin las que se arquearon, interrogativas, y entonces la sonrisa de su capitán se tornó en algo que él ya había visto antes. Kenny deambuló hacia la orilla del muro, sus dedos tamborileando con suavidad sobre los compartimientos de sus cuchillas y el pequeño sonido que eso ocasionaba alargaba un eco en el interior del distrito que le sonaba a lamentos y gritos.

Kenny se aclaró la garganta.

—¡Oye, mono estúpido!

—Oh por Dios... —murmuró alguien cerca de ellos, aunque Félix no sabría decir quién.

—Kenny, ¿qué-?

El Ackerman alzó su mano y le indicó que se callara, pero no lo miró en ningún momento.

En la lejanía, le pareció ver que la cabeza de mono de Zeke se tildaba en consideración, y fue por primera vez que se preguntó si quizás existía la posibilidad de que sus voces se escucharan hasta aquel lugar, si había alguna manera de que el viento las acarreara hasta allá, especialmente si gritaban.

—¡Dile a tus putos compañeros que salgan de donde quiera que estén escondidos! —sus labios se curvearon y su boca hizo esa cosa, aquella en la que sonreía y se convertía en algo que solo veía cada vez que Kenny se volvía en Kenny el Destripador—. ¡O le diré a Eren lo que tiene que hacer para tirar estos muros abajo!

Félix se detuvo de golpe y con él lo hizo su respiración.

Se sintió como si todo se hubiera puesto en pausa; como si el mundo entero se detuviera, y se congelara, y solo fuera el exterior lo que podía moverse. Los árboles y la brisa, el viento silbando entre las grietas rotas de la puerta bajo de ellos. A lo lejos alcanzaba a ver cómo los árboles se mecían con suavidad ante el más pequeño soplo, las ramas entrechocando entre sí en su prisa por ponerse a bailar con el.

Félix lo sintió en sus huesos; traquetearon en una sacudida y el sonido se extendió como si fuese un eco en un desolado pasillo de las celdas ocultas bajo Mitras. Y tras sus ojos, también aparecieron todos esos recuerdos que a veces se mantenían ocultos.

Su vista se movió con lentitud hacia el frente, en donde la enorme figura de Zeke se hallaba congelada, tan quieta que por un momento dudó que estuviera respirando.

—Kenny... —murmuró por lo bajo, consciente de cada respiración que tomaba—. ¿Qué haces?

—Provocarlos —dijo con finalidad, ni siquiera mirándole ni de costado—. ¡Anda, mono cara de-!

—¡Comandante Erwin!

El grito de Armin silenció abruptamente a Kenny y todos ellos se giraron en redondo hacia donde el chico estaba. Sus ojos se abrieron ligeramente en grande cuando notó que un costado del chico estaba manchado en sangre.

—¡Armin! ¿Qué te-?

—¡Es-!

Una ráfaga de viento que se alzó desde el suelo lo silenció y entonces el cielo se iluminó de dorado, trozos de escombro alzándose por los aires y después cayendo duramente al suelo, explotando en pedacitos de concreto y tejas y rocas diminutas que se partieron cuando volvieron a aterrizar en el suelo. Félix se quedó de pie junto a Kenny mientras los otros se apresuraban en moverse hacia el otro lado, en donde era muy probable que Reiner estuviera.

—¿Ese fue...?

—El Acorazado —murmuró en respuesta, tragando saliva con pesadez—. Nos habríamos dado cuenta si Bertolt...

Por detrás de ellos, Zeke gritó con tanta fuerza que eso también sacudió su cuerpo entero y el páramo desolado se llenó de más luces doradas, relámpagos cayendo del cielo como una lluvia de estrellas. Félix apretó sus dientes con tanta fuerza que los sintió temblar, chocando entre sí como si sintiera un escalofrío de frialdad corriendo a través de su piel.

Su respiración tartamudeó en su pecho cuando una fila completa de titanes apareció de la nada, flanqueando a Zeke por todos lados y cerrándose alrededor de ellos como un...

—Un muro —murmuró para sí mismo—. Es un muro.

Abajo, en las casas a las afueras de la muralla, escuchó una pequeña conmoción seguido del relincho de varios caballos y sus coceos, el sonido rebotando contra la muralla y después viajando hacia arriba siendo ese el único motivo por el que siquiera se dio cuenta de lo que ocurría. Pero... No podía moverse. No podía si quiera acercarse al borde para ver qué ocurría; era como si sus pies estuvieran adheridos a la cima del muro con su vista fija allá en donde se erguía la figura de Zeke.

En cualquier momento, pensó para sí mismo, tragando saliva con dificultad, en cualquier momento comenzará a arrojarnos rocas y ¿luego qué? ¿Qué es lo que va a pasar?

—Crees... —murmuró, titubeante—. ¿Crees que pueda ir a hablar con él? ¿Qué pueda-?

—¿Disuadirlo? Nah, no te molestes, chico. No vale la pena arriesgarse por algo tan innecesario.

—Pero si no hago algo-

—Todos vamos a morir —asintió Kenny con tan poca importancia en su voz que una oleada de rabia le subió por el pecho—. Suena muy mal, uh. Ahora, repíteme porqué debes ser tu quien salve a estos idiotas.

—Porque yo-

—¿Por que eres el rey? —murmuró su capitán, girando un poco para poder mirarlo de costado, por encima del hombro con una expresión en sus ojos...—. ¿Por que sabías que esto ocurriría? ¿O es porque te sientes culpable sabiendo que incluso si tu mueres, vas a ser capaz de volver?

Lo que sea que fuera a responderle murió en su garganta una muerte rápida, repentinamente sintiendo que la lengua le pesaba y que el agujero en su pecho crecía mucho más grande que todo el tiempo que llevaba agrietándose. Su mano se alzó de golpe hacia su pecho y arrugó la camisa justo por encima donde se encontraba la insignia del sol y el girasol, sintiendo bajo su tacto el suave palpitar de su corazón.

—...Eres un hijo de puta.

—Gracias, es mi trabajo serlo.

Una bengala se alzó desde algún lado en el distrito y Félix se giró ligeramente hacia aquella dirección, entrecerrando sus ojos para poder ver en la distancia. La mayoría de los scouts se movían en esa dirección, donde pudo ver también que Reiner iba.

—Los demás van tras el Acorazado... ¿Qué hacemos?

—Aguardamos —sentenció el otro, cruzándose de brazos y mirando hacia el frente—. Ellos tienen su misión, nosotros la nuestra.

—Petra aún no llega.

—Lo hará en cualquier momento.

—¿Cómo estás tan seguro? Es un largo camino de Trost hasta acá.

—Confío en ella.

Quizás fuera la manera en la que lo dijo, o quizás fue exactamente lo que dijo lo que dejó a Félix sin palabras, mirando a Kenny como si lo viera por primera vez en mucho, mucho tiempo. La postura de su capitán era inquebrantable, la del líder del Escuadrón Anti-Personal al que no le importaba nada más que seguir su propio camino.

Por un segundo, permaneció ahí de pie con la mirada puesta sobre el Ackerman, atónito y aterrorizado de igual manera cuando vio la sonrisilla que tiraba de los labios del hombre.

—¿Qué? ¿Por qué me miras así?

—Estás loco.

—Ah, sí... Me lo han dicho antes.

Una airada risilla se le escapó y se pasó las manos por entre los cabellos, tirando suavemente de ellos como si eso lo fuera a ayudar a despertar de esa pesadilla.

—¿Sabes algo? Eres un-

La mano de Kenny se disparó hacia él de golpe y lo empujó hacia atrás en el momento exacto en el que una roca pasaba entre ellos, los dos echándose hacia atrás cuando una lluvia de rocas pequeñas cayó sobre ellos. Félix se volvió hacia el frente y soltó una maldición cuando vio que Zeke se preparaba para volver a lanzar de vuelta.

—¡Mierda! Mierda, mierda, mierda, ¿qué hacemos?

—¡Cálmate! —le gritó Kenny mientras se arrastraba hacia él. Las manos de su capitán se cerraron con fuerza alrededor de sus hombros y tiró de él hacia arriba hasta ponerlo en pie—. Primero cálmate, no te alarmes, maldición. Félix, ¿qué carajos te pasa?

—¡Estoy asustado! —exclamó, sintiéndose a sí mismo cayendo en el pozo—. Estoy... Cansado, y... Y muy asustado, ¿de acuerdo? Después de hoy es probable que termine muerto o que despierte en Marley y no voy a saber absolutamente nada de lo que ocurrió aquí, ¿por qué no-?

—¡Oi, idiotas!

La voz de Ymir los despertó de ese momento y Félix cerró la boca de golpe, sintiendo que sus mandíbulas crujían con tan repentino golpe. Los dos se giraron hacia ella y la observaron en silencio, notando las gotas de sudor que le caían por el rostro y lo agotada que se veía, el subir y bajar de su pecho con cada respiración que tomaba.

Félix tragó saliva con pesadez y se acercó hacia ella con su mano estirada, pero la chica la batió a un lado y se precipitó hacia Kenny.

—Levi me mandó de vuelta aquí, dijo que era muy peligroso si me quedaba con ellos y que sería más difícil protegernos a mi y a Eren si estábamos en el mismo sitio —en una muestra de enseñanza de Kenny, la chica se volvió hacia un costado y escupió al suelo, y lo que tiró al suelo fueron gotitas rojas con saliva—. Ese hijo de puta selló la puerta interior con ese lanzamiento. Maldito mono horrible, ¿qué tan bueno es, uh?

—Bueno, si selló la puerta al primer intento...

Ymir resopló. La castaña hizo un gesto agresivo con su mentón dirigido a un costado de Zeke.

—¿Y esa otra cosa junto a él? ¿Qué es eso, una ciempiés humano o qué?

—Solo tiene cuatro patas, tonta.

—Calla, vejestorio.

—Es Pieck —murmuró él, interponiéndose entre ambos y físicamente separándolos—. Pieck... Pieck algo, no recuerdo su nombre completo, pero ella es la cambiante del Titán Carguero.

Ymir rio entre dientes desde su lado.

—Huh, eso explica esa cosa en su espalda. ¿Cómo nos deshacemos de ella?

—Bueno... Usualmente resguarda su espalda con una especie de armadura, pero... No sé si la traiga puesta en estos momentos, no alcanzo a ver —suspiró, revolviendo sus oscuros cabellos—. Puede que solo esté siendo un carromato, o algo, no lo sé.

Ymir hizo un sonido con su garganta a modo de aceptación pero permaneció en silencio, de pie junto a ellos mientras aguardaban.

Detrás suyo podía escuchar gritos, exclamaciones. Podía escuchar una batalla llevándose a cabo contra quien creyó que sería Reiner. Sus manos se cerraron con fuerza en puños y exhaló con lentitud, escaneando el terreno frente a él, tras Zeke, en busca de alguna indicación de que Petra estaba acercándose.

—Es posible que llegue aquí después —murmuró tirando una mirada de costado hacia Kenny, notando cómo éste pelaba sus labios con irritación—. Nosotros recién llegamos, y ella solo iba a emprender la marcha una hora después de que amaneciera, Kenny. No va a llegar aquí tan pronto.

La mirada de su capitán se movió hacia él, considerándolo en silencio. Desde aquel ángulo no podía verlo bien, pero algo le decía que estaba estudiándolo, aguardando.

¿A qué, exactamente? Lo cierto es que no tenía ni idea.

—¿Qué sugieres?

Félix se mordió el labio y miró a sus espaldas en dirección a donde se extendía el resto del distrito. Alcanzaba a ver puntos moverse en la lejanía, probablemente scouts usando el equipo de maniobras para ir contra Reiner. A unos metros hacia su derecha se encontraba Erwin y uno de los hombres de su escuadrón, mirando en dirección de la pelea contra el Acorazado.

Erwin estaba haciendo lo mismo que Kenny; aguardaba a tener una oportunidad, probablemente analizando la situación antes de meterse de lleno en ella.

Cuando se giró de vuelta, Zeke estaba preparándose para volver a lanzar más rocas en su dirección.

Ah, supongo que es hora de decidir.

—Iré con Eren.

—¿Uh?

—Iré con Eren y... Trataré de hacer algo con esos titanes de allá.

Kenny volvió la mirada hacia donde Zeke estaba preparándose para lanzar, una dura expresión reclamando su rostro cuando comprendió correctamente lo que Félix trataría de hacer.

—¿Estás seguro?

Félix se encogió de hombros.

—No, pero creo que valdría la pena intentar —señaló en dirección a Zeke y las tierras que se extendían tras él—. Hasta que Petra llegue aquí... No tenemos otra cosa qué hacer que no sea servir como apoyo.

La mirada de su capitán se movió hacia donde se hallaba Erwin, y entonces una mueca de fastidio comenzó a aparecer en su rostro con lentitud, dándose cuenta de lo que tendría que hacer hasta que Petra hiciera su camino hasta acá. Ymir se rio a un lado de ellos.

—Suerte con eso, capitán —le murmuró la chica por lo bajo, burlona.

Félix se permitió sonreír, sus labios apenas y alzándose lo más mínimo hacia arriba. El Ackerman resopló mientras la yema de sus dedos acariciaba los compartimientos donde mantenían las lanzas relámpago.

—Ve, me quedaré con Cejas para mantener un ojo encima del mono.

—Su nombre es Zeke.

Kenny chasqueó la lengua y se dio la vuelta, tirándole una irritada mirada por encima de su hombro.

—Y yo moriré antes de decirle Zack.

Félix rodó los ojos y se alejó del borde del muro hacia el otro extremo, mirando en la dirección en la que el Acorazado se hallaba. Las casas a su alrededor estaban destrozadas, un círculo semi perfecto de escombro con la imponente figura de Reiner de pie en el desastre, una de sus manos alzadas y cubriéndose la nuca. Desde esa distancia no alcanzaba a ver a los scouts, pero probablemente los que habían cruzado hacia el distrito nada más llegar estarían ahí.

Se preguntó si varios más se habrían quedado al otro lado del muro antes de que la puerta fuera sellada. Quizás estuvieran cuidando los caballos, aferrados a su única manera de salir de allí con vida.

Suspirando, se sostuvo de sus empuñaduras y golpeteó su tanque de gas.

—¿Quieres que vaya contigo?

Miró de reojo a Ymir, sonriendo con ligereza cuando atrapó su mirada, y negó.

—Quédate aquí, ve a ver cómo están las personas que se encuentran con los caballos y haz un conteo rápido de cuántos hay en este otro lado. Si no vuelvo para cuando Petra llegue, lanza una bengala y avísame.

Ymir se encogió de hombros, bufando algo por lo bajo que le sonaba sospechosamente a una queja. Félix le miró fugazmente de reojo, sonriendo divertido, y le dio un ligero golpe en el hombro.

—Te veo después.

El grito de Zeke hizo eco a su alrededor, y la colisión de las rocas en la parte baja del muro le cerró la garganta con un fuerte agarre. Gritos se alzaron desde los pies del muro y los caballos relincharon. Félix sacudió la cabeza y se volvió hacia donde debía ir, pero antes de partir Ymir tiró de él hacia atrás.

Félix le miró con confusión mientras ella ladeaba el rostro y fruncía la boca.

—Escucha, uh... Tal vez mueras hoy.

—Ouch.

—O tal vez no, ni idea la verdad, pero uh... Nunca, uh, nunca pude...

El rostro de Félix se suavizó porque era dolorosamente obvio lo que Ymir quería decir y, sin embargo, parecía no atreverse a decirlo. Una parte de él sabía exactamente cómo era, tener la intención de hablar pero no las palabras, o no saber exactamente de qué manera querías transmitirlas.

Suavemente, le puso la mano en el hombro y lo apretó un poco. Los ojos de Ymir se movieron hacia él casi de inmediato y vio algo furioso removerse en esos charcos marrones.

—Entiendo.

Algo en los hombros de Ymir se destensó y estos cayeron ligeramente hacia abajo, su rostro ladeándose para ocultar de él lo que era probablemente vergonzoso para ella.

—...¿Puedo pedirte un favor?

Una de sus cejas se arqueó y Félix le quitó la mano del hombro, mirando a la chica con curiosidad.

—¿Qué es?

—No te pierdas —le dijo ella, resoplando y girándose para mirarlo—. Kenny es un idiota constipado de emociones y solo funciona correctamente cuando algo tiene que ver con Uri, supongo, pero... Aún te necesitamos aquí, ¿sabes?

Fue como escuchar a Caven, de nuevo en esa vieja cabaña a las afueras de Klorva mientras le limpiaba la sangre de la mejilla. Félix, sonriendo, asintió con lentitud y le dio otro ligero golpe en el hombro a la chica.

—Gracias por preocuparte por mi, Ymir —le dijo y le guiñó el ojo. Ymir se abalanzó hacia él y Félix, a prisa, se precipitó sobre el muro y se dejó caer por el borde, riéndose con fuerza cuando la castaña exclamó una ola de maldiciones tras de sí.

La brisa se movió a su alrededor como si estuviera siendo acarreado por ella misma, y lo que sea que Ymir estuviera diciendo desde la cima, se perdió a su alrededor y se diluyó en el viento.

Apenas sus pies tocaron el suelo, echó a correr en la dirección donde había visto al Acorazado y a Eren.

━━━

Eren sintió un ardor en la garganta cuando la figura del titán de Reiner comenzó a acercarse con rapidez; sus pasos alzaban la tierra del suelo y hacían un eco en sus oídos, uno que parecía rebotar en el interior de su cráneo y descender hacia su pecho, golpeteando contra su corazón como si quisiera ir en contra de sus latidos.

Sentía los puños rígidos a los costados de su cuerpo de tan apretados que los tenía, y las uñas se le clavaban en la piel, dejando marcas de medialuna encima. Ni siquiera escuchó cuando Ymir los dejó para volver con su escuadrón, demasiado ocupado viendo a Reiner acercarse más y más y más.

Eren iba a explotar de ira antes de poder hacer ninguna otra cosa.

—¡Eren! —Mikasa lo tomó del brazo y tiró de él hacia atrás, lejos del borde del muro. Varios scouts se movieron hacia el frente, un par de ellos gritando ordenes o maldiciones—. Tenemos que sacarte de aquí.

—¡Mikasa! ¡¿Qué dices?! —exclamó Sasha, colgándose del brazo de ella—. ¡Eren es el único que podría ir contra Reiner y ganar!

—No puedo creer que hayan tenido la osadía de volver —Marlo, de pie a un lado de ellos, observaba a Reiner acercándose con una mezcla de emociones en su rostro que lo hacían ver joven—. Romper los muros, ocasionar la pérdida del brazo del Comandante Erwin... Deberíamos deshacernos de ellos aquí mismo, ¿no es así?

—Eso es lo que diría el Comandante Erwin —murmuró Jean. Su mirada se movió hacia donde se hallaba la puerta interior, una gota de sudor resbalando por su rostro cuando vio la lluvia de rocas cayendo al otro lado del muro—... Pero tal vez esté demasiado ocupado con eso de allá.

—Es el mono —el susurro de Connie, finalmente, los despertó a los otros de sus pensamientos, y los cinco se volvieron a mirarlo. Connie tenía las empuñaduras del equipo de maniobras sujetas en sus puños, sus nudillos marcándose blancos del agarre que tenía sobre ellas, y su rostro se hallaba oscurecido de rabia—. Apuesto todo a que ese titán mono está aquí.

Eren parpadeó con lentitud y miró en la misma dirección en la que Jean lo había hecho previamente; desde aquella distancia no alcanzaba a ver con claridad lo que ocurría, pero sí que veía la puerta interior abarrotada de rocas, sellada del mismo modo en el que la exterior se encontraba. Frenéticamente miró a su alrededor y se encontró con el capitán Levi a unos metros de ellos, discutiendo con otro veterano de los scouts.

—¿Qué hacemos entonces? —pregunto Marlo, mirándoles a ellos porque claro, se dijo a sí mismo, nosotros llevamos meses en la Legión, él es el recluta nuevo ahora—. ¿No necesitamos una estrategia o... O algún plan?

—Petra tendría que haberlos emboscado pero... Parece que aún no llega.

—Y la puerta fue sellada —agregó Mikasa, señalando con su cuchilla el montón de rocas apiladas en donde anteriormente solo había una grieta del tamaño de un titán—. No va a poder entrar.

—Podría escalar, como Annie intentó...

—Una lluvia de rocas le habría caído encima —señaló Mikasa casi enseguida, mirándole de reojo—. Armin debería haber venido con nosotros.

Eren, aprehensivo, echó otro vistazo hacia donde se hallaba la puerta al interior de María, su corazón marcando un acelerado ritmo que bombeaba contra sus oídos como si latiera junto a ellos.

—Estoy seguro de que Armin va a venir en cualquier momento —Sasha les sonrió a todos, aunque se le notaban los nervios en la orilla de su sonrisa, apenas ahí presentes—. Digo... Ellos tienen allá al Comandante ¿cierto? Y a Hange.

—Además, el capitán Levi envió a Ymir de vuelta con el capitán Kenny —Jean se movió hacia el frente solo para retroceder hacia atrás de golpe—. Reiner se está acercando, ¿qué-?

—Oi, niños.

Sobresaltados, el grupo se volvió hacia el capitán Levi y se pusieron atentos de inmediato, erguidos y con sus armas listas. Era instinto para ese momento, y una parte de ellos agradeció ser así.

Levi los observó uno a uno, deteniéndose momentáneamente en Eren y después pasando su mirada a Mikasa. Ella entrecerró los ojos, bajando un poco la cabeza para poder mirarlo de frente.

—No tenemos ninguna otra opción que no sea enfrentarnos a él —dijo al final, volviéndose hacia donde Reiner se hallaba—. Estamos lejos de la puerta interior, así que nos moveremos hacia la exterior para tener un punto de apoyo donde podamos mantener nuestra distancia con él. Mucho campo abierto con el equipo de maniobras podría resultar en pérdida.

—Hai.

—Eren —el capitán lo miró por encima del hombro, efectivamente cortándole la respiración por unos segundos—. Te apoyaremos en esto, pero ésta es tu pelea. Nosotros podremos hacer daño pero solo si tu nos das una oportunidad.

Eren se enderezó, su mirada moviéndose de la puerta exterior hacia Reiner. La destrucción tras los pasos del Acorazado alzaba nubes de polvo y escombro, dejando tras de sí un desastre. Luego miró en otra dirección, más cercana a la puerta exterior, alzada en una colina; allí estaba su casa.

Allí estaba el sótano al que habían querido ir con desesperación esa primera vez.

Pero ahora... Ahora tenían a Ymir, tenían el conocimiento de los Reiss.

Zeke es mi hermano, pensó tragando saliva y asintiendo. El corto asentimiento del capitán Levi dio paso a la orden de continuar andando de vuelta a la puerta exterior y él, junto al resto de sus amigos, lo siguieron en silencio.

Félix dijo que lo conocía de todas esas vidas que ha vivido, y él... Su pecho dio una fuerte sacudida y la garganta se le cerró, algo caliente cerniéndose encima suyo cuando recordó el alocado plan del mayor. Tendrá que irse con él.

Lo que sea que hubiera hablado con el Comandante Erwin aquel día que lo acompañó a Trost luego del fallido intento de hacer contacto con el Fundador, había sido lo suficiente como para mandarlo lejos. Para hacerlo tomar la decisión de que ir a Marley era la mejor opción.

Eren no era estúpido, no estaba ciego ni mucho menos era inatento como el resto parecía pensar.

Él sabía sobre el Comandante Erwin, sobre los sentimientos de Félix hacia el hombre, y una parte suya había querido que el Comandante los correspondiera si eso mantenía a Félix con ellos.

¿Sería injusto culpar al Comandante Erwin por la decisión de Félix?

Eren creía que no.

—¡Eren! —el grito de Jean casi le hizo tropezar con una roca suelta en el muro pero el otro alargó su brazo de golpe y lo detuvo de caer como un idiota. Cuando se enderezó, Jean lo soltó como si tocarlo quemara—. ¡No es tiempo de pensar en tonterías, idiota!

Eren bufó, pero se tragó su respuesta cuando el capitán Levi echó un vistazo hacia atrás y aceleró para dejar a Jean atrás, mirando hacia un costado, en donde el muro terminaba, para rastrear el camino de Reiner.

Sus ojos se abrieron de golpe y se precipitó hacia adelante, en donde Levi iba.

—¡Capitán Levi!

El otro apenas alcanzó a girarse cuando Eren le cayó encima, detrás suyo los otros haciendo lo mismo hasta que sus cuerpos golpearon el suelo del muro con fuerza.

Los tejados de una casa les pasaron por encima, algunos de ellos cayéndoles encima con extrema dureza. Escuchó a Marlo quejarse de uno golpeando su cabeza, y Jean gruñó, probablemente con una herida propia.

Eren, jadeando, rodó de encima del capitán Levi y se desplomó a un costado de él, su mano yendo de inmediato a su hombro derecho. Un trozo de cristal de alguna ventana se le había incrustado en la piel, la sangre rojiza cayendo por la transparencia del vidrio y goteando sobre su ropa.

La vista le daba vueltas. Por el dolor, probablemente, pero aún así se enderezó, gruñendo entre dientes hasta poder sentarse y después enderezarse.

Levi seguía en el suelo, mirando las gotas de sangre que había dejado en el suelo luego de recostarse en el.

—...Al menos ya no tendré que morderme.

Connie lo miró con los ojos abiertos de par en par, una nerviosa sonrisa abriéndose paso en su rostro. Eren lo miró, a la espera de algún comentario o una carcajada, cuando alguien tiró de él y lo hizo darse vuelta.

—No se detengan —apremió el capitán, dándole un firme apretón a su hombro. Eren siseó y el capitán lo soltó tan de golpe que lo desconcertó—. ¡Sigan adelante! Y aléjense del borde... Que no nos tome desprevenidos otra vez.

Eren lo siguió con más lentitud, paso a paso y sintiendo que estos lo alejaban de algo.

Al frente, a solo unos pocos metros, estaba la figura de su titán endurecido por el material brillante, luminoso incluso aunque fuera de día. El capitán Levi miró hacia atrás, hacia donde ellos se hallaban, y asintió en su dirección.

Brevemente, miró al resto de sus amigos antes de darse la vuelta y saltar directamente desde la parte superior del muro, sintiendo las ráfagas de aire que pasaban junto a su figura que se desplomaba. Reiner lo vio casi de inmediato, demasiado tarde para intentar atraparlo antes de que pudiera transformarse.

Luz dorada lo envolvió en cuestión de segundos, cegándolo por un momento antes de quedar envuelto en calor. Era extraño, pensó, porque cada vez que tenía que ponerse su piel de monstruo, un poco de sí mismo terminaba perdiéndose y fusionándose con ella.

Aún podía recordar aquel día en Stohess; tal vez jamás sería capaz de olvidar la expresión en el rostro de Annie cuando lo vio cargar contra ella. El recuerdo se interpuso con otro, uno que tampoco podría olvidar con tanta facilidad.

La expresión en el rostro de Armin había sido bastante similar a la de Annie todas esas semanas atrás cuando les dijeron que Historia había ordenado transferir el poder del titán de Annie a un nuevo cambiante; el dolor oculto bajo ojos azul claro, las lágrimas que se acumularon en las esquinas de los párpados. Lo cierto era que Eren no entendía, no cuando él conocía la imagen completa de lo que en realidad ocurría entonces, y luego el día llegó y... Y todo se puso peor.

Los sollozos de Annie, sus súplicas, la forma en que sus palabras se quebraban nada más ser dichas y cómo seguía preguntando por su padre, cómo expresaba desear poder volver a verlo al menos una vez más... Todo eso había estado en sus sueños por casi un mes.

Luego estaba la voz de Félix también, cortando a través del recuerdo con asombrosa claridad, ahogando todos y cada uno de los sonidos de su entorno, acallando los desbocados latidos de su corazón resonando contra sus oídos; deberías llorar, Annie.

No hay nada que te salve ahora, ninguna esperanza para ti, al menos no con nosotros. ¿Recuerdas cómo pisoteaste a mis compañeros, recuerdas esa persecución en el bosque, cómo trataron de ganarnos tiempo y terminaron aplastados bajo tu pie?

Perdí a alguien ese día. Perdí a muchas personas ese día. Así que sí, deberías llorar y fingir que estás arrepentida de ello, maldita asesina.

Las lágrimas de ella de ese día le recordaban a las que le vio mientras se encapsulaba a sí misma en el cristal de endurecimiento de su titán, solo que esa vez eran más gruesas, la voz más alta, la desesperación filtrándose en cada pedido que hacía, el miedo en sus ojos mientras trataba de razonar con Historia, buscando en ella una onza de piedad que la reina no le iba a dar.

Antes, se preguntaba qué había estado pensando Annie mientras era arrastrada a una zona alejada de los presentes donde pudiera ser ingerida sin problemas. Pero ahora, después de tanto tiempo... Comenzaba a darse cuenta que quizás Annie no había tenido tiempo de pensar, de razonar la situación, de actuar en ella.

Annie no había tenido tiempo de nada excepto de pedir y desear.

Se preguntó brevemente si Reiner lloraría al enterarse de la muerte de Annie. Se preguntó si tendría el valor de reírse en su cara de la misma manera que lo hizo Félix antes de que Petra se inyectara el suero en el brazo.

El suelo tembló bajo su peso cuando aterrizó en el, dejando marcas tras de sí en los costados del muro con las endurecidas garras afilando sus dedos. Reiner se detuvo a solo unos pasos de él, pero Eren estaba listo, lo había estado por mucho tiempo ya.

Se lanzó hacia él con los puños alzados y asestó uno en la mandíbula, desequilibrándolo y haciéndolo trastabillar hacia atrás, la coraza del titán golpeando una de las casas y tirándola abajo. Sin darle tiempo a pensar, se abalanzo sobre él una vez más y lo sostuvo por el abdomen, alzándolo en el aire y después dejándolo caer.

No le permitas moverse. No lo veas a los ojos si crees que así será más fácil, le decía la voz de Kenny, el lejano recuerdo de sus palabras viniéndole a él en un susurro, pero tienes que deshacerte de él, Eren.

No escuches a Félix. Kenny le había dicho eso una tarde que se encontró con él por pura casualidad en el cuartel de la Legión luego de que el hombre acompañara a Ymir a dejarle unas cosas al Comandante Erwin por parte de Historia. Lo había detenido para preguntar por su entrenamiento, por el de todos ellos, y Eren, por alguna extraña razón había terminado por contarle sus dudas.

No escuches a Félix si crees que contenerte va a ser difícil. Si quieres deshacerte de Reiner en el momento en el que lo veas, entonces hazlo.

Lo que sea que quieras hacer, es tu decisión.

Reiner le dio un puñetazo en el rostro y Eren se fue hacia atrás voluntariamente, dejándose caer contra las derruidas casas a sus espaldas. Tambaleante pero a prisa, el Acorazado se enderezó y trató de echársele encima en el momento exacto en el que una lanza relámpago se le insertaba en el hombro, y quien sea que la hubiera puesto ahí tiró de ella y la bomba explotó.

La enorme figura del otro cambiante se tambaleó hacia un costado y un pesado trozo de su endurecimiento se le partió y cayó al suelo. Reiner se quedó de piedra, mirando sobre su hombro con asombro, y Eren lo hizo por igual.

Allá en la distancia, los arcos que trazaban los scouts con los equipos de maniobras eran notables gracias a la luz del sol, sus gritos volviéndose una cacofonía que hasta ese momento no había sido capaz de escuchar.

Reiner se echó hacia un costado con violencia y alzó su mano para protegerse la nuca, su mirada yendo de él hacia los scouts que se avecinaban, y en un flash, el capitán Levi descendió desde el muro y ensartó una de las lanzas en el otro hombro del titán, tan cerca de la nuca que por un momento creyó que ahí acabaría todo.

Reiner se tiró hacia atrás buscando alejarse de Levi y la lanza explotó también. Eren lo vio caer en cámara lenta; el leve ensanchamiento de sus ojos, la boca entreabierta... La enorme figura del Titán Acorazado se derrumbó en el suelo con su mano aún protegiendo su cuello, con la mirada perdida en el cielo y dejándoles sin oportunidad de alcanzar propiamente su nuca.

Los scouts que habían estado acercándose se detuvieron en los tejados de las casas cercanas pero guardando una considerable distancia por si volvía a despertar y a ponerse en pie, aunque todos y cada uno de ellos miraban la deshecha figura de Reiner en el suelo con aprehensión. Había vapor saliendo del cuerpo, envolviéndolo en un velo grisáceo.

Eren se enderezó con lentitud y nada más hacerlo el capitán Levi se posó en su hombro, su cuchilla rozando la piel sobre la que se hallaba en pie. Lo miró de reojo, notando en su figura la tensión que le enmarcaba los hombros, la seriedad en su rostro y cuán oscuros se le notaban los ojos.

—Tch. Se cubrió el cuello a tiempo, pero al menos conseguí acertarlo.

La latente pregunta seguía ahí intacta; ¿Sería capaz de reírsele en la cara, de contenerse a sí mismo, reprimirse contra ese ferviente deseo de aniquilarlo ahí mismo?

Muévete. Está ahí, está indefenso, muévete.

Ve y termina lo que él empezó.

Ve y dale lo que se merece.

Si no fuera por él, si no fuera por ninguno de ellos... Mamá no habría sido devorada. Shiganshina estaría intacta, los muros, sus habitantes... Si no fuera por ellos entonces todo podría estar bien.

—¡Eren!

Eren, sobresaltado, arrastró su mirada lejos de la figura de Reiner y buscó en sus alrededores a quien sea que lo hubiera llamado. Sentía una extraña anticipación creciendo en sus entrañas, y la sangre bajo su piel hormigueaba a la espera de algo.

—¡Eren!

Es Félix. Esa era la voz de Félix.

No fue el único que se giró cuando la voz del otro los alcanzó. El capitán lo hizo también, de pie en su hombro apenas si giró su rostro, pero en cuanto vio quién se acercaba hacia ellos, pudo notar que algo en la postura del hombre se deshacía con extrema ligereza, la tensión en sus hombros disipándose un poco. Eren suspiró y abrió la boca mientras daba un paso en la dirección del azabache, queriendo acercarse hasta el lugar por el que se avecinaba Félix cuando algo en el cielo llamó su atención.

Era un barril, se dio cuenta. Y rocas.

Rocas que caían en las cercanías de las casas que rodeaban la puerta hacia el interior, y el barril que pareció flotar ahí encima por unos segundos antes de comenzar a descender, ese también estalló unos pocos segundos después.

La explosión se extendió un segundo más rápido que la luz dorada, enviándolos a todos al suelo lleno de escombros y hierba. Eren sintió que el corazón se le detenía un segundo demasiado largo, atrapado entre sus costillas y cautivo allí detrás, a salvo. El pitido en sus oídos acalló los gritos de los scouts a su alrededor, llamándose los unos a los otros y tratando de averiguar qué demonios había ocurrido a pesar de que era demasiado obvio. Por encima de las casas que también lo rodeaban alcanzó a ver una columna gigantesca de vapor subir por los aires y perderse en el despejado cielo de ese día.

Se veían como nubes de tormenta, ahora que se daba cuenta, ahí tendido en el suelo encima de los escombros de lo que alguna vez fue una casa. Nubes que acarreaban con ellas más que una simple tormenta. Eren no tenía que mirar para darse cuenta de lo que era en realidad, de quién había salido de su escondite.

Cuando se enderezó no tuvo las energías de sorprenderse, pero la rabia que le subió por la garganta al ver la enorme, gigantesca figura de Bertolt en el cuerpo del Titán Colosal amenazaba con asfixiarlo. Sus puños se curvearon y la voz de Kenny volvió a él; lo que sea que quieras hacer, es tu decisión.

Quiero aniquilarlos. Quiero hacerles pagar, quiero-

—¡Oi, Eren!

La voz de Jean lo trajo de vuelta de su mente, arrastrándolo fuera de esa burbuja de rabia en la que había comenzado a sumergirse. Ni siquiera se dio cuenta de que el capitán Levi no se hallaba cerca, y que los únicos que permanecían a su alrededor eran otros pocos scouts, con Sasha y Connie alejándose de ellos en dirección a la puerta interior.

Jean aterrizó a su lado, una contrariada expresión en su rostro que casi lo congeló.

Ladeó su cabeza, maldiciendo dentro del titán la falta de habla que poseía al transformarse.

—¡Mikasa y el capitán Levi fueron en busca de los otros! Varios scouts se hallaban cerca de Bertolt cuando él... —le tembló la voz un poco al hablar—. ¡Félix estaba-!

Lo que sea que Jean fuera a decir se vio interrumpido cuando Eren fue derribado al suelo, un fuerte y grueso brazo presionando contra su cuello para mantenerlo en el suelo. Por el rabillo del ojo vio el rostro del titán de Reiner y entonces el puñetazo que le dio en la cara le arrancó el globo ocular, dejándolo ciego en cuestión de segundos.

Reiner gruñó y Eren, ciegamente, estiró una de sus manos por detrás y golpeó el brazo de Reiner, arañándolo con urgencia para hacer que este lo soltara. El mantra continuo de no no no resonaba en su cabeza y ahogaba los sonidos de los scouts que gritaban su nombre y de las rocas que caían del cielo. En algún lugar por encima de él, la voz de Jean gritó y luego se escuchó la explosión de una lanza relámpago, pero eso no fue suficiente para ocasionar que Reiner se alejara de él.

En cambio, el brazo en su cuello presionó con más fuerza y Eren se removió, golpeando los costados de Reiner con fuerza. La masiva forma del Acorazado se le vino encima y solo lo notó por la sombra que se cernía sobre él y que alcanzaba a ver con su único ojo funcional.

No, no puedo dejar que me lleve. No puedo.

Otra lanza relámpago estalló y de repente el peso de Reiner se le fue de encima y Eren giró hacia un costado, sus nudillos endureciéndose deprisa y su brazo estirándose hasta conectar limpiamente con la mejilla de Reiner. Se puso en pie en un único respiro y echó a correr en una dirección contraria, sus ojos encontrando de inmediato la figura del Titán Colosal un poco más adelante de ellos.

Jean aterrizó en su hombro unos segundos después, unas gotas de sangre salpicando su mentón y su pómulo izquierdo.

—¡Mierda! ¡Ese idiota de Reiner me tiró contra los escombros! —gruñó mientras se llevaba una mano al rostro para limpiarse la sangre. Eren lo miró de reojo y después lo hizo a su alrededor, buscando con desesperación a sus amigos—. Hey, ¡Hey, Eren, allá! ¡Al frente!

Las casas comenzaban a terminarse, un mar de escombros cubriendo lo que en algún momento fue una pequeña plaza en la que solía reunirse con Armin cuando Eren se ofrecía a acompañarlo a hacer las compras. Su mirada se demoró de más en una banca de madera mohosa recostada en el césped, con sus patas partidas y los asientos rotos.

Cuando volvió la mirada al frente se encontró con Mikasa tendiendo a un scout en el suelo al que le faltaba un brazo... Y la parte inferior de su rostro.

Jean maldijo, sin aliento y perturbado.

El capitán Levi los vio llegar, la misma tensión de antes nuevamente presente en sus hombros.

—¡Capitán! Reiner volvió a despertar, no sabemos si nos siguió o prefirió ir donde Bertolt, nosotros-

—La lanza relámpago lo afectó —le interrumpió el otro, mirando por encima de su hombro en la dirección por la que habían venido—. Como sea, no podemos quedarnos aquí abajo en estas condiciones.

—Si nos movemos hacia arriba Bertolt va a vernos —la cabeza de Eren se giró de golpe hacia atrás, al tejado de la casa con la que se cubrían. Era una de las pocas estructuras en pie, lo suficiente grande y ancha como para cubrirlos bien. El nudo en su pecho se deshizo al ver a Félix, sano y salvo y con solo un poco de escombro en su ropa oscura—. Podríamos tratar de ir por el muro pero Reiner está en esa dirección, y con Bertolt tan cerca de este otro costado nos estaríamos arriesgando a que nos viera.

—Está destruyendo las casas a su alrededor —señaló Mikasa, cubriendo el rostro del scout con la capucha. La vio enderezarse y mirar hacia donde se encontraba el Colosal, su mirada entrecerrándose—. Tal vez no sepa en dónde estamos.

—O tal vez solo está deshaciéndose de los scouts que se encuentren más cerca de él —murmuró Jean, apretando las empuñaduras—. Félix, ¿qué está pasando detrás del muro?

—El mono, Zeke —respondió, mirando en su dirección por un milisegundo—. Selló la puerta con una avalancha de rocas y acorraló a más de la mitad de los caballos allá. Me imagino que ese era su objetivo para dejarnos encerrados aquí y...

—Deshacernos de nosotros de una vez por todas —completó Levi por él.

Félix y Levi se miraron, una especie de silenciosa comunicación pasando entre ellos todo en cuestión de unos pocos segundos. Mikasa, Jean y Eren se miraron entre sí, sus rostros contraídos.

—¿Qué hacemos, entonces? Reiner está aquí cerca y Bertolt está por allá. No nos será fácil volver a reunirnos con los otros.

—Podríamos intentar ir por el muro pero Bertolt podría hacer como Zeke y empezar a lanzarnos cosas... ¿Qué dices, Levi?

El Capitán Levi estaba actuando de manera extraña y él no era el único que lo pensaba. Mikasa estaba un poco tensa, de pie junto al cadáver, su mirada moviéndose entre ambos hombres con un brillo curioso pero cauteloso en sus ojos. Jean, todavía sobre su hombro, sostenía las empuñaduras con tanta fuerza que sus nudillos se habían puesto blancos, imposibles de pasar por alto.

Había algo desafiante en los ojos de Félix, algo que parecía perforar directamente a Levi hasta el fondo. Lentamente, el capitán relajó sus tensos hombros y le dirigió al otro una mirada larga y penetrante.

—¿Por qué viniste? Creí que tu y Kenny esperarían a que Petra llegara.

—Me aburrí.

La mandíbula del capitán se puso rígida. Félix, con algo que parecía divertirle danzando en su mirada, se volvió hacia el frente y pretendió ignorar a Levi.

—Uhm... ¿entonces qué-?

—¿Por qué viniste?

La voz de Levi chorreaba frialdad, escepticismo y tensión, todo en una sola pregunta. Mikasa dio un paso atrás y Jean tragó saliva con dificultad. Incluso Eren, metido en la nuca de su titán, sintió que comenzaban a meterse en territorio prohibido.

Félix se enderezó y miró a Levi por encima de su hombro con lo que les pareció una eternidad de segundos entre los tres parpadeos que pareció tomarle el llegar a una decisión.

—... Vine por Eren —dijo al final, tirándole una rápida mirada al menor que lo dejó inquieto—. Le dije a Kenny que me dirigía hacia acá, y Ymir ya está con ellos. Relájate, Levi.

Era una orden. O mejor dicho, sonaba a una.

Una parte suya le dijo que Félix no había tratado de ordenarle nada a nadie, especialmente no al capitán Levi. La otra le dijo que no había sido un error, que la intención de Félix sí era ordenarle al otro que se tranquilizara.

Félix se giró hacia él como si con eso conseguiría evitar cualquiera que fuera la respuesta de Levi y lo miró con fijeza, una mueca apareciendo en su rostro y la preocupación en sus verdes ojos echándose de ver.

—Si vamos a tratar de ir hacia la puerta interior, lo mejor será hacerlo con el equipo y muy cerca del suelo. No sé dónde rayos esté Reiner y la verdad no me apetece ser aplastado o sofocado por su amigo Bertolt por allá —el otro suspiró—. En cuanto Eren deshaga la transformación, el vapor que emane del cuerpo va a delatarnos, así que hay que movernos a prisa.

Jean giró el rostro hacia él. Eren asintió una sola vez y el castaño se quitó de encima suyo, aterrizando a solo unos pocos pasos de Mikasa. El capitán Levi se movió hacia ellos también, tirando de su capucha hacia arriba.

Jean lo imitó.

Félix, que no llevaba capa, bajó desde el tejado de la casa y se acercó hacia el pequeño grupito, gentilmente rodeando el cuerpo del scout hasta alcanzar el lado contrario.

El capitán Levi le hizo una seña y Eren comenzó a desprenderse de los ligamentos que lo mantenían sujeto a las funciones corporales del titán. El vapor que se alzó de él se convertiría en una señal de humo que los delataría de inmediato así que se apresuró a desprenderse de el, su mano moviéndose hasta tirar de la semi intacta capucha y acomodarla sobre su cabeza.

—Separémonos —indicó Levi, mirando a Félix y luego a Eren—. Ustedes vayan por allá, nosotros iremos por este lado. Reiner estaba cerca de este costado, así que si nos ve que mejor se encuentre con nosotros y no contigo, Eren.

Mikasa hizo amago de moverse hacia él, pero Levi estiró su brazo y lo colocó frente a ella, cerrándole el paso.

—Tu vienes conmigo.

Las cejas de ella se fruncieron.

—Pero-

—Si vas con nosotros va a ser bastante obvio quién soy yo —murmuró Eren en voz baja, carraspeando un poco para recobrar el uso de su voz. Mikasa lo miró fijamente por unos pocos segundos, dubitativa—. No llevas tu capucha, Mikasa, y en cuanto te vea o te sigue a ti o vendrá hasta acá, pero si lo hace va a tomarle tiempo y... Eso es lo que necesitamos, ¿no?

Mikasa volvió a abrir la boca para debatirle, pero la mano de Jean le cayó sobre el hombro y el otro simplemente asintió.

—Tiene razón, Mikasa —dijo—. Si Reiner nos ve y decide ir tras de nosotros, estaríamos dándoles tiempo para seguir hacia la puerta interior, y si decide cambiar de dirección, entonces podríamos retrasarlo.

—Vámonos ya —Levi echó a andar, no dándole el tiempo a la chica para responder. Empuñó el equipo de maniobras y dobló la esquina, alzándose por encima del tejado hasta el siguiente.

Eren trató de sonreírle a Mikasa antes de que esta se fuera, aún dudosa y claramente reacia a alejarse de él. Jean, en cambio, se detuvo un segundo y le dio un último asentimiento para después seguir a los dos Ackerman en la dirección contraria.

Suspirando, se dio la vuelta y siguió a Félix por detrás de las casas semi derruidas, ocultándose de Bertolt tras las ruinas y los escombros. Los hombros del mayor estaban tensos, sus manos cerradas flojamente alrededor de sus empuñaduras.

Era como si no tuviera miedo, todo desde su postura hasta la expresión en su rostro y la ligereza con la que se movía. Dejaron atrás la pequeña plaza y las casas en ruina y se adentraron a una zona casi intacta con solo tejas caídas del techo esparcidas en el suelo, o manchas de sangre que jamás se borrarían propiamente. Más adelante, muchísimo más adelante y un poco hacia el centro de esa zona se encontraba su casa y la enorme roca que había impedido el escape de su madre todos esos años atrás.

Félix se detuvo de golpe y Eren chocó contra su espalda, un resoplido siendo arrancado de sus pulmones con tal acción.

El mayor se giró hacia él, sus ojos verdosos brillando con duda.

Eren supo de inmediato que algo andaba mal.

—¿Qué ocurre?

Félix balbuceó por unos pocos segundos, su mirada moviéndose ansiosa de aquí allá mientras sus dedos se flexionaban alrededor de sus empuñaduras.

Los oscuros cabellos se le pegaban en la frente a causa del sudor, y solo entonces notó un par de raspones en su mejilla izquierda.

—... No sé cuánto tardará Petra en llegar —murmuró el mayor en un suspiro—. Quiero... Quiero intentarlo otra vez. Quiero... Ver si es posible asustarlos al... Romper el muro un poco.

En algún momento habría existido duda, desconfianza. Aquel día en Utgard no habían conseguido nada excepto casi perderlo a él por ponerse a experimentar tan apresuradamente sin una garantía de que lo lograrían, pero en ese instante Eren se dio cuenta de que probablemente una distracción como esa les serviría ya fuera para ponerle un alto a lo que sea que Reiner y compañía hicieran o para acelerar sus actividades.

Así que no dudó en estirar su mano y tomar la del mayor con firmeza entre sus dedos, deseando que ese poder dentro suyo despertara y viniera a él.

Casi de inmediato, esa ola de algo se despertó y se precipitó a través de él, el latido de su corazón respondiendo con una canción propia. Eren tembló, anclándose a las manos de Félix cuando escuchó al otro jadear, y muy lejos, al otro lado del muro, el Titán Bestia rugió.

Se sintió como si el mundo entero dejara de respirar por un segundo entero cuando el suelo comenzó a temblar y pequeños trozos de roca se derrumbaron de uno de los muros más cercanos a Bertolt.

No podían verlo correctamente, pero de alguna manera ambos lo sintieron; el miedo que esa vista instaló en el núcleo del Titán Colosal y cómo Reiner, en su camino hacia los dos con Levi, Mikasa y Jean pisándole los talones, se detenía tan abruptamente que sus pasos abrieron una grieta en el suelo. Era como si el mundo entero se estrechara y expandiera, creciendo más allá de sí mismos a un ritmo alarmante que seguía aumentando mientras más tiempo pasaran sosteniéndose las manos.

Detrás de los párpados de Eren, imagen tras imagen tras imagen comenzaron a aparecer y entonces vio el rostro que había empezado a perseguir sus sueños desde hace ya un tiempo; Frieda Reiss.

El temblor cesó, el muro se mantuvo intacto y en un instante, tanto él como Félix se separaron y echaron a correr, sin aliento y con sus corazones rebotando en sus pechos, escandalizados.

Vieron a Reiner a su lado izquierdo, quieto ahí como si el mundo estuviera derrumbándose a su alrededor. Estaban tan concentrados en él que no vieron la mano del Colosal barrer las casas y los escombros y lanzarlos en su dirección.

Levi exclamó algo y Eren, del mismo modo en el que lo hizo con el capitán, se tiró encima de Félix y los dos rodaron hasta golpear contra unos árboles caídos y más ruinas de casas o fuentes o lo que sea que hubiera sido aquello.

Su espalda crujió con el impacto y Eren gruñó aún jadeando, y se puso en pie con un poco de dificultad. Félix, mucho más rápido que él, lo tomó de la mano y tiró de él hasta alzarlo de golpe y siguió así mientras continuaban corriendo. Los pasos de Reiner, cada vez más cerca, se acompasaban con sus respiraciones y con los latidos de su corazón.

Al frente, Bertolt los vio casi de inmediato, y entonces el Titán Colosal se puso en pie.

—¡Mierda!

Félix se giró hacia Eren y lo empujó hacia un costado, instándole a ir en otra dirección, directo hacia donde se encontraba Reiner yendo hacia ellos dos.

—¡Tu equipo, ahora!

Los dos desplegaron sus ganchos y pasaron con un zumbido entre las casas, con Bertolt cerca de su derecha y Reiner a la izquierda, cerrándose alrededor de ellos dos con rapidez. Levi y Mikasa iban tras el Acorazado con Jean un poco más alejado de ellos dos, como si buscara rodear a Reiner para llegar más a prisa a ellos.

Eren contaba los segundos que pasaban, cada número haciendo eco en su cabeza y la imagen mental de estos brillando de un alarmante color rojo. Sus pies se detuvieron un momento encima de un tejado y luego empujó hacia arriba, siguiendo a Félix cuando éste saltó desde la cima y se precipitó al suelo, de inmediato yendo hacia arriba antes de poder impactarse.

Por el rabillo del ojo vio que dejaban su casa atrás, la colina perdiéndose a sus espaldas y oculta por las casas que dejaban atrás. Cuando volvió a mirar al frente, su mirada se desvió inevitablemente hacia su lado izquierdo y el miedo que le subió por la garganta se sintió casi irreal cuando vio a Reiner a punto de abalanzarse sobre ellos.

El Acorazado patinó hasta detenerse, plantando sus pies con fuerza en el suelo y haciendo abolladuras en el mientras se preparaba para golpearlo.

No puede matarme, si quieren el Titán Fundador, no pueden matarme.

Se enganchó de un edificio contrario, alejado de Reiner, pero de inmediato se dio cuenta que la distancia entre esa casa y la siguiente no sería beneficiosa para él, no iba a lograr moverse con rapidez, no en un espacio tan amplio como aquel. No puede matarme, no puede matarme, no puede-

Un borrón oscuro pasó frente a sus ojos en el momento exacto en el que el brazo de Reiner descendía hacia él y Eren vio la figura de Félix ser lanzada hacia un costado, hacia donde ellos habían estado dirigiéndose para volver a la puerta interior. El mayor gritó, algo crujió, y se escuchó un derrumbe en la zona donde el cuerpo del azabache aterrizó.

Eren dejó de respirar por un segundo.

—¡Félix!

Una sombra le cayó encima y Eren se forzó a mirar hacia el titán que volvía a alzar su mano, como si quisiera aplastarlo con ella como alguien aplastaría a un mosquito. El menor no dudó en llevarse la mano a la boca y morder la piel con fuerza hasta que saliera sangre de la herida, un relámpago dorado cayendo del cielo hacia él.

El puño de Reiner se impactó contra su rostro, lanzándolo contra las casas a su lado y Eren se derrumbó encima de ellas, pero se puso en pie enseguida y se le tiró encima con su puño alzado.

La desesperación que sentía en el cuerpo lo entorpecía un poco, sus pensamientos divididos entre buscar a Félix o pelear contra Reiner.

El Acorazado volvió a darle un golpe y Eren lo esquivó, tirando su brazo al frente y rozando el rostro del otro mientras su pierna subía para golpearle el costado izquierdo. Reiner se tambaleó y Eren se le fue encima, tirando otro puñetazo.

Fue consciente entonces de que el capitán Levi no estaba con Mikasa ni con Jean cuando estos aparecieron en uno de los tejados adyacentes observándolos a ambos.

Reiner rugió y uno de sus golpes conectó contra su abdomen, haciéndolo trastabillar. Eren se enderezó y corrió en una dirección contraria, echando una rápida mirada sobre su hombro para asegurarse de que estaba siendo seguido.

En los ojos de Reiner brillaba algo; quizás fuera inseguridad, quizás miedo. De lo único que estaba seguro es que lo que hizo con el muro había bastado para ponerlos nerviosos a los dos, a Reiner y a Bertolt, y probablemente a Zeke también.

Sus pies derraparon en el césped cuando se detuvo para darle cara a Reiner, pero este esquivó su puñetazo y lo lanzó hacia el suelo de un solo golpe en el rostro, la piel partiéndose bajo el golpe y vapor ascendiendo de la herida. Eren se arrastró por el suelo, dio vuelta a su cuerpo y asestó una patada al hombro de Reiner que abrió suficiente espacio entre ambos para permitirle ponerse en pie.

El otro se enderezó, mirándole fijamente, y fue capaz de ver la manera en la que se ponía rígido cuando lo vio alzar sus dos brazos, puños cerrados, en la forma de defensa y ataque que Annie le había enseñado.

Era su manera de tentarlo, una parte suya se lo dijo. Era como se lo echaba en cara, la pérdida de ella de la que aún no estaban enterados.

Reiner rugió, vapor saliéndole de la boca como si fuera vaho, y se acercó a él en dos grandes zancadas y los dos se golpearon con los puños cerrados, los del rubio endurecidos. Los huesos le crujieron y la mandíbula se le rompió, colgando inútilmente con su lengua saliéndosele como si fuese un sabueso.

Ver esa postura pareció despertar algo en Reiner porque el rubio comenzó a golpear con más fuerza, cada puñetazo debilitando su cuerpo. Eren se dejó caer al suelo y enredó sus piernas alrededor de las de Reiner y lo detuvo ahí, pensando rápidamente qué hacer para darse un segundo para respirar y otro para contraatacar.

Excepto que, en ese pequeño instante entre pensar y hacer, una lanza relámpago cayó directamente de encima de sus cabezas y se incrustó en la de Reiner. El otro no tuvo tiempo a hacer nada excepto rendirse a la explosión que le siguió a ello.

Eren aguardó a que el humo se disipara, contando aún los segundos —doscientos tres, doscientos cuatro, doscientos cinco— cuando la cortina grisácea se deshizo y la figura de Hange emergió de entre ella.

La mujer le sonrió.

—¡Na, Eren! ¿Te molesta si nos unimos a la diversión?

━━━

Cuando alcanzó la cima del muro, lo primero que hizo fue dejarse caer de rodillas sobre el suelo y respirar una fuerte, gran bocanada de aire.

—¡Félix!

La vista le daba vueltas, o quizás fuera el mundo y el cielo los que estaban moviéndose a su alrededor como si se tratara de un juego donde giraban y giraban y giraban.

La boca le sabía a sangre, un poco de ella derramándose desde un corte en su mejilla izquierda y solo sirviendo para resaltar los rasguños de aquel derrape que dio en el suelo luego de que el Titán Colosal se transformara. Alguien se arrodilló a su lado y le puso una mano en la espalda, dibujando círculos con ella.

—¡Oi! ¿Te encuentras bien? ¡Oi, Félix!

—Déjalo respirar, Ymir —esa definitivamente era la voz de Kenny. Unos pocos segundos después, la presencia de la castaña desapareció de su lado—. ¿Qué te pasó, chico?

—La explosión del Colosal me lanzó contra unas ruinas —murmuró jadeante, una de sus manos yendo hacia sus costillas para presionar. Siseó cuando sintió una oleada de dolor recorrerle el pecho—. Y el estúpido de Reiner me golpeó y me mandó volar contra los escombros. Hijo de puta.

—¿Qué ocurrió?

Félix alzó su cabeza, entrecerrando los ojos al mirar hacia arriba con el sol dorado dándole de lleno en ellos. Entre sus pestañas vio el contraído rostro de Erwin, sus labios presionados en una fina línea.

—...Nada, los demás están bien. Levi y Hange fueron con Eren para apoyarlo con Reiner.

Los labios de Erwin se fruncieron un poco más al igual que sus cejas.

—¿Qué fue eso? Lo del muro, ¿qué fueron esos temblores?

Al instante, él y Kenny compartieron una rápida mirada, las palabras no y , y lo siento tuve qué pasando entre ellos con demasiada rapidez como para que los otros las descifraran. Pero Erwin era astuto, y veía cosas que otros no cuando se trataba de estrategias y oportunidades, y definitivamente atrapó ese pequeño gesto entre los dos.

La mirada del Comandante se entrecerró y algo en su postura cambió.

—¿Qué está ocurriendo? —su voz sonaba demandante, la voz del Comandante y no solo del hombre. Kenny se rio entre dientes mientras le tendía una mano para que se enderezara, ese otro gesto ganándose una mirada con más escrutinio cuando Félix la tomó y se impulsó hacia arriba—. Félix, ¿qué fue lo que Eren hizo?

Ymir dio un paso atrás, mirando de él a Erwin con una sonrisilla que enmascaraba tras ella los nervios que parecía sentir. Miró de reojo hacia donde se hallaba Zeke, viéndolo ahí sentado, quieto, sus ojos enanos trazando los movimientos del vapor que desprendía el Colosal en el cielo.

—...¿Jamás te mencionamos que Eren había estado entrenando con las habilidades del Titán Fundador para tratar de ver si conseguía ponerlas en uso otra vez?

Un pesado silencio permeó por encima de ellos mientras los hombros de Erwin se tensaban. Félix se mordió el labio inferior y miró al rubio casi con timidez, incapaz de hacerlo directamente a los ojos.

—...Ups.

Erwin suspiró con extrema pesadez, su mano alzándose hasta tallarse el rostro. Era el tipo de gesto que lo recordaba hacer en las noches más pesadas, llenas de papeleo e informes por revisar, cuando los dos debían quedarse hasta pasadas las altas horas de la noche y terminaban durmiendo en sus sillas, o en el sofá que el hombre rubio había acomodado en su oficina con ese propósito único.

—Yo... Recordaba habértelo dicho, lo siento.

Kenny bufó, aunque más que un bufido parecía enmascarar una seca risa.

—Quizás en una de tus otras vidas, chico.

Félix giró en redondo y le asestó un golpe en el brazo, arrepintiéndose casi de inmediato cuando el dolor en sus costillas tironeó de él y lo hizo jadear y trastabillar hacia atrás.

—Ah, mierda... Creo que esos dos imbéciles sí me jodieron un poquito.

Kenny arqueó una de sus cejas y le miró. Erwin, carraspeando, volvió a llamar la atención de ellos dos y Félix suspiró.

—Intentó despertar a los titanes del interior del muro cuando se lo pedí —murmuró finalmente, bajando la mirada hacia su mano y flexionando sus dedos—. A decir verdad no pensé que funcionaría, pero... Bastó para asustar a estos tres. Cuatro... Como sea.

—... Fue una locura, si me lo preguntas —la voz de Erwin tenía en ella ese tono de gravedad que le ponía los vellos de punta, autoritaria pero curiosa, mezclada con algo a lo que nunca le supo dar nombre—. Pero al menos consiguió ponerle un alto al Titán Bestia y a su acompañante.

—Hah, ahora solo debemos aguardar por Petra.

Kenny, resoplando, se pasó una mano por los castaños cabellos y pasó a su lado, dándole una suave palmada en el hombro. Félix lo miró por el rabillo del ojo, su capitán haciendo una seña hacia abajo, hacia el otro lado del muro, y lo vio desaparecer cuando se dejó caer hacia el suelo.

Ymir permaneció detrás, mirando en la dirección donde se hallaban Eren y Reiner.

—Si quieres ir, ve —murmuró, acercándose unos pocos centímetros a ella. Ymir se giró de golpe hacia él—. Levi está con ellos, pero... Es probable que puedas ser de ayuda.

El rostro de Ymir hizo algo gracioso, sus cejas frunciéndose un segundo mientras se mordía el labio inferior, sus manos apretadas en puños.

—...No, iré... Iré a ver los caballos de este lado —señaló hacia abajo, en donde se encontraban los pocos caballos que habían conseguido huir hacia el interior del distrito antes de que Zeke comenzara a tirar rocas—. Los volveré a contar.

Era claro el conflicto de ella; era el mismo que él había sentido cuando Levi prácticamente lo forzó a irse, gritándole que si solo iba a estar ahí para ser lanzado de un lado a otro, sería mejor que se fuera porque no iba a estar salvándole el trasero a cada momento.

Ymir también desapareció hacia el otro lado del muro y Félix dejó salir todo el aire que había estado conteniendo durante todo ese rato, su mano yendo inmediatamente hacia sus costillas.

Erwin notó el gesto de inmediato.

—¿Te duelen mucho?

—Un poco... Pero afortunadamente no están rotas.

Erwin dio un paso más cerca suyo, su mano alzándose a escasos centímetros de tocarle el pecho.

—¿Estás seguro? Esa explosión alcanzó a impactarme a mí —murmuró el otro, suavemente colocando la punta de sus dedos sobre la camisa oscura, en la zona de sus costillas—. Tu estuviste más cerca de ella.

Félix alzó la mirada hacia él, anclándose en los ojos azules como el cielo que le observaban con preocupación. Una fácil, pequeña sonrisa le creció en sus labios y su mano subió para empujar la de Erwin.

—Puede ser que las traiga un poco frágiles —asintió—. Así que... Mejor no tientes a la suerte, ¿quieres?

El ceño fruncido de Erwin se disolvió un poco, su mano, en cambio, moviéndose hasta la suya y tomando con ligereza sus dedos para recorrer la piel cubierta en polvo y ligeros raspones con los suyos. Félix rio con suavidad y se acercó hacia él, dejándose caer contra su pecho y gimoteando mientras enterraba el rostro en la camisa del Comandante.

—Estoy cansado —murmuró—. Ese puto de Reiner me lanzó con mucha fuerza. Cuando escuché algo crujir me asusté porque genuinamente creí que habían sido mis costillas.

—¿No lo fueron?

—Nah, fue uno de mis tanques —golpeteó el compartimiento con un suspiro, separándose un poco de Erwin para poder mirarlo—. Levi tomó uno de... De uno de los cadáveres y me lo dio. Me dijo que dejara de estorbar y viniera a hacer lo que se me pidió... Que idiota es.

—Probablemente estaba preocupado.

—Bueno, qué rara forma de demostrarlo tiene. Se veía molesto conmigo cuando me lo encontré por primera vez. No sé qué hice para merecerme esa molestia, pero... Ah, mierda, qué importa.

Se dejó caer contra el pecho de Erwin otra vez y gruñó, frustrado consigo mismo.

Si la opinión del resto le importara menos, probablemente habría permitido que el muro se viniera abajo y aplastara o lo que fuera a Reiner y a Bertolt. Probablemente... Probablemente habría enviado algunos hacia Marley, ver las reacciones de los guerreros y forzarlos a retirarse. Eso sonaba como un buen plan y sería mucho más sencillo que esta mierda de juego que trataban de jugar aquí en Shiganshina.

Pero una parte suya se rehusaba a decepcionarlos a todos, a... A decepcionar a Erwin.

¿Qué pensaría el rubio si se enteraba de que Félix estaba considerando eso? Temblaba ante la sola idea de pensarlo, y se horrorizaba consigo mismo cuando se daba cuenta de que lo que le importaba era la reacción de Erwin a esa acción, no las consecuencias que esa decisión podría traer consigo.

Las palabras de Kenny vinieron a él como un eco lejano; al diablo el mundo, Félix. Mientras que tu tengas lo que quieres, todo estará bien.

Sus manos se cerraron en puños y la garganta se le parchó.

No, no no no. No quiero eso, no puedo quererlo. Querer deshacer los muros implicaría usar a Eren y yo no quiero... No quiero-

Con un frustrado suspiro alzó sus brazos y los enredó alrededor de Erwin mientras presionaba su rostro en el pecho del hombre. Lo sintió reír un poco y pronto, la mano del Comandante aterrizó en su cabeza, gentilmente peinando los oscuros mechones con dedos ágiles.

—¿Te encuentras bien?

Félix negó.

—Quiero ir a casa —susurró con dificultad—. Que esto acabe ya y volver a casa.

Erwin volvió a reír; esa lenta, sacarina y profunda pero corta risa que le hacía sonar tan atractivo. El rostro del rubio se inclinó un poco y lo sintió presionar un beso contra su coronilla.

—Ya acabará —le dijo el otro en el mismo tono de voz, un susurro para sus oídos únicamente—. En cuanto Petra llegue, nos desharemos del Titán Bestia y luego iremos a por Reiner y Bertolt, y podremos volver.

Impotente, culpable, con el corazón apesadumbrado, Félix solo pudo asentir con la cabeza a pesar de que sabía mejor.

Sabía que no iba a volver con ellos. Sabía que tal vez la mayoría tampoco lo haría, que muchos de ellos ya estaban tirados por ahí con piezas de sus cuerpos faltantes, perdidos en el mar de escombro que el Colosal dejaba a su alrededor.

Félix no iba a volver a casa, no precisamente. Él iría a su otro hogar, con otra familia que aún no lo conocía. El mundo que él recordaba pero que no lo recordaba a él, y aquello ocasionó que la garganta se le cerrara con algo que no sabía si era un sollozo o un grito atascado ahí a medio camino.

Se hundió con más propósito en la calidez que Erwin proporcionaba, sintiendo que la tensión tanto en su cuerpo como en el del Comandante se deshacía con un gesto tan simple. Erwin olía a vainilla y a heno, a rayos de sol también.

A miedo, por igual. Incertidumbre.

La mano del Comandante se enterró entre sus cabellos y Félix se separó ligeramente de él cuando sintió que tiraba de los mechones en una indicación de que lo mirara, pero no deshizo el agarre que sostenía alrededor de su abdomen, en cambio, sus brazos se apretaron un poquito más a su alrededor.

Erwin sonrió, inclinándose para dejar un beso en su frente y luego otro entre sus cejas.

Algo le dijo que los besos habrían continuado descendiendo de no ser porque en ese exacto momento, ambos vieron una bengala ascender por el cielo desde detrás de la columna de titanes y de Zeke.

El humo era verde, fácilmente distinguiéndose entre lo azul del cielo y lo blanco de las pocas nubes que pululaban el firmamento.

Sus cabezas viraron en aquella dirección, observando otra bengala ascender mucho más cerca que la anterior. Zeke y Pieck permanecían quietos en sus sitios, sin darse cuenta de lo que se acercaba desde detrás de ambos.

—Están aquí.

Erwin asintió y Félix, lentamente, dejó ir su agarre y se separó del hombre.

—Será mejor que bajemos y alistemos al resto.

Félix negó rápidamente, girándose hacia el rubio y poniendo su mano en el firme pecho, dándole un suave empujón hacia atrás.

—No, ¿sabes qué? Ve al otro lado del muro, a donde están el resto de caballos, y comienza a trazar un plan para deshacernos del Colosal —dijo, mirándole fijamente a los ojos. Erwin parpadeó en su dirección, desconcertado—. Escucha, Levi y yo te lo dijimos, no estás en condiciones de pelear, mucho menos de ir contra esos dos y la horda de titanes a su lado. En estos momentos funciona más tu cerebro que el resto de tu cuerpo, y hay que aprovecharnos de eso.

Erwin agudizó su mirada, entrecerrándola para mirar directamente a través de él. Pero Félix se mantuvo firme y alzó las paredes para evitarle entrar, para que no lo leyera con tanta facilidad. Suspirando, negó con la cabeza y chasqueó la lengua.

—Erwin, hablo enserio —dijo, enderezándose para mirarlo de frente—. Hay una mitad de caballos acá y la otra en el interior del distrito. Tenemos suficientes personas y ellos conocen el plan, saben lo que vinimos a hacer aquí. Mientras nos encargamos de Zeke y sus titanes, piensa en algo para deshacernos de Bertolt, ese es el verdadero problema ahora mismo.

—...Me suena a que solo quieres deshacerte de mi.

—Así como estás ahora mismo, eres peso muerto —dijo de golpe, sin molestarse en azucarar sus palabras. Erwin se enderezó un poquito y abrió la boca como si buscara contradecir lo que le decía—. No, no, cállate, no te atrevas a llevarme la contraria en esto cuando incluso Levi te lo dijo antes. Nos vas a estorbar, y sabes que es cierto. Vas a ser de más utilidad aquí tratando de salvarnos los traseros de esa cosa ahí enfrente que yéndote de frente a tu muerte, idiota.

Creyó haberse sobrepasado con eso último, pero a decir verdad, lo único que quería era alejar a Erwin de ese fatal destino que estaba dispuesto a llamarlo todo tipo de cosas hirientes si eso lo alejaba de Zeke. Una parte de él le dijo que estaba siendo ridículo, la otra solo quería que el Comandante estuviera a salvo.

Los ojos de Erwin, brillando con algo parecido a auténtica sorpresa, se suavizaron un poco y el hombre retrocedió, renunciando físicamente a una pelea que sabía estaba perdida desde el primer momento en el que entraron al tema. Félix era terco y el propio Erwin sabía de primera mano lo imposible que sería hacer que se echara para atrás cuando estaba decidido a lo que fuera. Su mejor apuesta era simplemente dejarlo ir y volver a concentrarse en otra cosa.

—Bien —asintió, una pequeña sonrisa creciéndole en el rostro—. Pensaré en algo y se lo comunicaré a Levi. ¿Satisfecho?

Félix tragó saliva con dureza, la rigidez en sus hombros deshaciéndose con un gesto tan sencillo como esa sonrisa. El siseo de un tanque de gas le hizo desviar la mirada hacia las espaldas de Erwin, encontrándose con Ymir. La castaña los miró a ambos y luego miró al frente, sus ojos ensanchándose cuando notó las bengalas en el cielo. Estaban acercándose.

—Oh... Ya están aquí —su mirada se movió a ellos de vuelta, sus cejas frunciéndose—. ¿Qué esperas?

Félix se encogió de hombros.

—Te esperaba a ti —dijo, haciendo una seña con su cabeza hacia atrás—. Andando.

Ymir miró a Erwin con una de sus cejas arqueadas, silenciosamente examinando la figura del hombre, quieta ahí mientras los observaba a ambos. El inmaculado cabello rubio se mantenía quieto a pesar de la fresca brisa que parecía hacer ondear el resto de sus capas, acarreando consigo el olor a piel quemada y humo, polvo de las casas que el Colosal derrumbaba y lanzaba por aquella parte del distrito.

Sus ojos se movieron brevemente en aquella dirección, un puño hecho de miedo apretándole las entrañas con tanta fuerza que casi lo hizo vomitar.

—Vamos entonces —murmuró Ymir finalmente, encogiéndose igualmente de hombros y echando a andar hacia el otro lado del muro.

Félix asintió y se giró para seguirla, sus costillas protestando un poco con un movimiento tan brusco. Sus puños se apretaron un poco y después los deshizo, suspirando, y comenzó tamborilear sus dedos sobre sus tanques. El compartimiento donde mantenía las lanzas relámpago y sus cuchillas traqueteó cuando se balanceó en la orilla del muro dispuesto a tirarse en dirección al suelo.

—Félix.

La voz de Erwin lo hizo darse vuelta, solo mirándole un poco por encima de su hombro. Arqueó una de sus cejas en pregunta, sintiendo un leve hormigueo en la punta de los dedos cuando vio los hombros de Erwin decaer un poco.

—Ten cuidado.

Félix sonrió con suavidad. Alzó su mano a la altura de su frente y saludó.

—Te veo después, Comandante.

El suelo bajo sus pies desapareció entonces y Félix se encontró a sí mismo cayendo. Tomó sus dos empuñaduras y desplegó sus ganchos, aterrizando en segundos a pies del muro.

Los caballos que quedaban en ese costado del muro relincharon con el poco eco de las voces pertenecientes a los scouts que aguardaban con ellos. Las pocas casas que rodeaban la puerta interior estaban mohosas, algunas de ellas caídas o a punto de derrumbarse. Félix echó a andar en la dirección donde alcanzaba a ver a Kenny, de pie junto a un caballo marrón y otro de color blanco.

Ymir se acercó a él y le tendió una pistola de bengalas, que Félix tomó con un poco de duda. La castaña se encogió ligeramente de hombros y le indicó con la mano que la siguiera mientras que las personas a su alrededor se movían de aquí allá en preparación para el próximo ataque.

—Solo para informarte, tu caballo está aquí, por allá —le dijo ella con desinterés, deteniéndose junto a la yegua que Ymir había tomado de las crías de los Jovan. Una sonrisilla le creció en el rostro cuando se giró a mirarlo—. Tenemos los animales contados y la mayoría están al otro lado... Varios de estos scouts deberán quedarse atrás o no lo sé, servir de apoyo a los otros.

—¿Kenny ya se los dijo?

—Sí, lo estaba discutiendo con-

Justo en ese instante se escuchó un rugido y el suelo volvió a temblar con una avalancha de rocas cayéndoles desde el frente, dejando en escombros las casas que se hallaban al principio de la zona. Una nube de polvo se alzó desde aquella dirección y Félix escuchó los gritos; todas las voces que se alzaban y se callaban abruptamente con la sangre que caía como lluvia.

Ymir ensilló su caballo a prisa y Félix se dio media vuelta, deteniéndose de golpe a escasos pasos de donde la castaña se movía cuando vio que Zoro tironeaba de las riendas con las que un scout lo sujetaba; el animal miraba hacia él, sus ojillos enfocados sobre su figura.

Félix resopló.

—¡Oye, tu! —el scout que tenía a su caballo se volvió hacia él, alarmado y con la mirada ensanchada en terror—. Quédate aquí y cuida a ese animal. Dáselo... Ah, maldición, dáselo al Comandante Erwin y dile que yo me llevé a su caballo. ¿Sí? Gracias.

—A-Ah, ¡s-sí, señor!

Kenny le miró con extrañeza cuando se acercó y se montó en el caballo blanco de Erwin. Félix, petulante, le sacó el dedo medio y el otro rio entre dientes, aunque había algo en su rostro que no encajaba por completo.

Kenny tiró de las riendas y se acercó hacia donde se abría la calle principal, los scouts que permanecían con ellos moviéndose tras ellos para enfilarse. Otros se fueron hacia los costados, hacia las pocas casas que permanecían intactas que los cubrían más.

—No soy de discursos motivacionales —empezó el Ackerman, volteándose hacia atrás para dirigirse al resto—. Así que solo háganlo bien, no la caguen y si van a morir, asegúrense de haber contribuido en algo.

Otra bengala se alzó desde el frente, subiendo y subiendo y subiendo y luego perdiéndose en el azul del cielo. La mirada de Félix descendió con lentitud y se detuvo en la figura de Zeke, erguida y con sus dos manos aplastando entre sí lo que probablemente era una roca hasta volverla trizas.

Un pozo de miedo se le abrió en el pecho. Le temblaban las manos, apretadas alrededor de las riendas del caballo blanco sobre el que iba. Félix se inclinó un poco y alzó su mano hacia arriba, contando los segundos en voz baja.

—Oi —le dijo Kenny, mirándole por el rabillo del ojo—. Contrólate chico, ¿estás asustado o qué?

—¿Tu no?

El Ackerman se encogió de hombros.

—Puede que sí, puede que no. Quién sabe, me da igual. Ahora cállate y dispara.

El azabache rodó los ojos, sintiendo que el brazo también le temblaba. Respiró una, respiró dos veces y después apretó el gatillo. Humo color verdoso se esparció en el cielo como una estrella fugaz invertida.

A su alrededor, las casas se volvieron borrosas y los colores se mezclaban cada vez que iban más y más rápido y más rápido. Se sentía como si estuviera perdiendo el aliento con cada paso que daban, lo único que lo mantenía clavado en su lugar a un lado de Kenny era la vista de Zeke asomándose frente a todos ellos, esa sonrisa malvada y horrible extendiéndose lentamente en un rostro que estaba muy lejos y al mismo tiempo, demasiado claro para él.

Félix rio y asió con más fuerza la pistola de bengalas, enfocándose en Zeke y solo en él, obligándose a ir más a prisa.

No supo qué lo poseyó entonces para decir lo que dijo, pero las consecuencias las vería después. Mucho después.

—¡Hey, Kenny! ¿Quieres que te diga algo curioso?

Su capitán hizo un gesto con su mano, lo que sea que eso significara, y Félix se giró un poco hacia él, tirando con más fuerza de sus riendas para hacer que el caballo fuera más a prisa.

Al frente, detrás de donde el monstruo de Zeke se cernía, un rayo dorado cayó del cielo e inundó sus palabras en una cacofonía de gritos.

La expresión de Kenny se deformó.

—¡¿Qué tú eres un qué?!

—¡Un Ackerman!

Zeke se giró a prisa, en el exacto momento en el que una figura alta, de cabellos color del cobre y una mirada que estaba literalmente encendida en fuego se le tiraba encima. El puño de Petra impactó con fuerza en el rostro de Zeke, haciéndolo retroceder de golpe, sus gigantes pasos dejando huellas en la tierra.

Los scouts que habían venido desde Trost con ella pasaron entre los titanes que rodeaban el páramo y por detrás de ellos, los titanes capturados que habían sobrevivido a la guillotina de Hange se fueron sobre Pieck.

Era una escena sacada directamente de sus pesadillas, las que involucraban el bosque de árboles altos y un monstruo que venía detrás de él, persiguiéndolo como si no fuera más que una presa destinada a ser capturada.

El titán de Petra era enorme, a pesar de que ella era baja y menuda, llevar la piel del monstruo la hacía parecer colosal, intimidante, poderosa. Era diferente a verla saltando de árbol en árbol, usando su propio equipo para moverse sin problemas como si la vida no fuera nada salvo algo que disfrutar a como diese lugar.

Pero el titán de ella tenía la misma constitución que el de Annie; con los músculos expuestos bajo algo que aparentaba ser piel y tendones rojos, el endurecimiento en la zona de los pechos siendo lo primero que vio porque eso, él sabía, eso no había estado en Annie Leonhart. El endurecimiento también lo tenía en los puños que utilizaba para golpear a través de la defensa de Zeke, rápidamente esquivando y dando y tomando cada golpe que el mono daba. El cabello era corto, cobrizo, y reflejaba el sol en un espectáculo de fuego y llamas cada vez que se movía.

Los titanes que rodeaban a Zeke eran su objetivo, y podrían haberlo hecho sin problemas, sin interrupciones, de no haber sido porque Zeke abrió la boca y gritó; el sonido hizo eco, rebotó en cada rincón del interior del distrito y en los huecos de su pecho, y en un segundo, los monstruos a su lado comenzaron a moverse hacia ellos.

Félix miró entre los pocos rostros que alcanzaba a ver, deseando poder ver con más claridad para asegurarse de que los pocos que él conocía, a los que quería ver con vida, se encontraran entre ellos. Ubicó a Pieck al frente rodeada de titanes, su pequeña figura siendo casi tragada por todos ellos. Con rapidez, y a pesar de que Kenny parecía estar hablándole, se elevó en los aires y trazó un arco por encima de la cabeza de un titán, luego descendió y le cortó la nuca con fluidez; el titán cayó con un ruido sordo.

Los otros titanes se volvieron hacia ellos, sonrisas psicóticas en sus rostros, y toda la manada se les vino encima.

Era el infierno encarnado, pensó mientras descendía hacia el desde arriba. El viento que le azotaba la cara atravesó el silencio en sus oídos y ahogó el repugnante crujido de los huesos de aquellos que eran atrapados y tragados por los titanes. Félix podía ver frente a él a las figuras de Petra y de Zeke, por lo que se movió hacia el suelo y se deslizó entre las pisadas de las bestias, abriéndose paso entre ellas para alcanzarlos.

Los latidos de su corazón se aceleraron cuando cayó encima de otro titán y le cortó la nuca igualmente. El vapor que se alzó de la herida lo cegó por unos segundos, obstruyendo cualquier cosa que se hallara frente a él. Por eso no vio al titán hasta que el vapor se disolvió y se encontró de golpe con las mandíbulas abiertas del monstruo. Un jadeo de sorpresa se le escapó de la boca y Félix, maniobrando su cuerpo hacia un costado, apoyó su pie sobre los labios del titán y se dejó caer hacia el suelo.

Luego se enganchó de la pierna del titán y lo rodeó, sus ganchos soltándose un segundo después y haciéndole caer. Rodó por el suelo y evitó a escasos centímetros ser aplastado por otro de los titanes.

Era como si el mundo se pusiera en enfoque una vez más; todo a su alrededor era un desastre, sangre y cuerpos y sonrisas color rojizas, todo. Félix se quedó quieto, contemplando el manto azulado encima suyo como si fuera la primera vez que lo veía. No tenía que mirar a ningún lado para saber que estaba en peligro, que mientras más se mantuviera ahí recostado como idiota, más se volvería un blanco fácil.

Respira, se dijo a sí mismo, tienes que respirar. Y ponerte en pie, tienes que ponerte en pie y seguir adelante, hacia donde Petra se encuentra.

Petra y Zeke estaban más alejados, enfrentándose cara a cara a pesar de que era notorio que la experiencia de Zeke no estaba en el combate cuerpo a cuerpo. Los puños de Petra conectaban fácilmente en el rostro de Zeke, hilos de vapor alzándose de cada herida que ganaba tras cada golpe que recibía.

Allá, se dijo otra vez, tienes que ir allá.

Con pesadez, se puso en pie y asió las empuñaduras de su equipo de maniobras con fuerza, obligándose a mover, a atacar, a hacer algo que justificara su presencia en ese campo de batalla.

Desplegó sus ganchos y se precipitó contra un titán, limpiamente cortándole la nuca y ocasionando que cayera al suelo y aplastara debajo de el al scout que se había estado tragando. El sentimiento era familiar, se dio cuenta, la adrenalina en sus venas y el miedo que a veces lo cubría cuando salía de la seguridad de los muros y se enfrentaba a lo que sea que estuviera tras los muros de Shiganshina.

A su derecha vio a Ymir encajando la lanza relámpago a pies de tres titanes y tirar de ella con rapidez, desencadenando una explosión que los mandó volar a los tres. Sesos y sangre volaron en el aire y les cayeron encima, y enseguida, el vapor los cubrió a todos ellos. Los cegó.

Hubo otra luz dorada, otro relámpago amarillo, y desde un costado escuchó a Ymir rugir.

—¡Félix!

La voz de Kenny lo desestabilizó un segundo y cayó al suelo, rodeando por encima de el hasta detenerse abruptamente contra una de las rocas que Zeke había planeado lanzarles. El Ackerman, lleno de sangre humana y titán por igualdad, se acercó a él y lo alzó del cuello de la camisa hasta que terminaron nariz a nariz.

En los ojos grises de su capitán brillaba lo más parecido a la ira; fría y concentrada, enfocada en él.

—Kenny, ¿qué diablos?

—Vuelve —dijo el hombre con extrema claridad—. ¡Vuelve allá atrás maldita sea y ponte a salvo!

—¿Qué? No, ni hablar. Tenemos un maldito plan, no voy a-

—¡A la mierda el plan! —Kenny lo zarandeó del agarre que tenía sobre él, trayendo su rostro peligrosamente cerca del suyo—. ¿Cómo es que no-?

—¡Félix!

La voz de Eld lo sobresaltó y rápidamente se separó de Kenny, mirándole con los ojos abiertos de par en par. Eld lo inspeccionó con rapidez como solían hacerlo cuando se veían por primera vez luego de una larga expedición y suspiró de alivio. Notó que llevaba la coleta deshecha y que el sudor que le bañaba la frente también ocasionaba que la sangre que fluía de un pequeño corte cerca de su cabello resbalara hacia abajo.

Las líneas rojizas lo distrajeron un segundo.

—¡Eld! ¿Qué ocurre, estás herido? Tienes sangre en la-

—La frente, sí, lo sé, ese titán con la cosa en la espalda casi me come, pero alcancé a huir —el rubio negó rápidamente como si buscara deshacerse de los pensamientos intrusivos de esa manera—. Como sea, tengo una idea.

—Entonces habla —irrumpió Kenny, mirándoles a ambos con frialdad—. Rápido, no estamos a salvo aquí.

Eld asintió, mirando de él a Kenny y viendo ahí entre ellos la tensión que había estado por terminarse de romper antes de que los interrumpiera.

—Atraigamos a todos esos titanes a una zona cercana en el centro y usemos las lanzas de Hange para detonar una explosión. Petra está cansando a la Bestia, pero ella tampoco va a aguantar tanto. Ya les dije a otros que a mi señal se dirijan hacia donde ella estará, y entonces volaremos el sitio. Es...

—Riesgoso —asintió él, echando un rápido vistazo hacia espaldas de Eld. Los titanes comenzaban a moverse, acumulándose tras unos scouts que continuaban en sus caballos, todos ellos en dirección a Petra quien, por cierto, terminaba de derrumbar a Zeke en el suelo. La vio empujarlo colina abajo mientras los caballos y sus jinetes huían fuera de su camino—. No importa, vamos ahora. La cosa es deshacernos de ellos aquí, ¿cierto?

Eld asintió, aunque su mirada se demoró de más encima de él. Había algo ahí en sus ojos, algo que no podía identificar tan bien.

Félix le sonrió, aunque por la fragilidad en la sonrisa que el rubio le devolvió, era obvio que no era para nada convincente. Kenny y Eld se separaron de él no sin antes una rápida despedida y los tres se alzaron en los aires, las lanzas relámpago listas en sus empuñaduras.

El mundo bajo sus pies se expandió, la luz del sol iluminando la figura derrumbada de Zeke en el suelo. Había vapor saliendo desde la nuca, flotando en el aire como riachuelos y disipándose en el. Con lentitud, vio que Zeke abría los ojos y su mirada lo encontró casi de inmediato. Félix cambió de dirección, el gas de sus tanques saliendo en siseos agudos mientras se precipitaba a prisa hacia el suelo.

Echó su brazo hacia el frente y encajó la lanza en el estómago del mono con los enormes y deformes cuerpos de los titanes abalanzándose encima de ellos; los caballos relincharon, hubo gritos y maldiciones y llanto e incluso Zeke rugió.

Las puntas de las lanzas le atravesaron la piel y se insertaron en el; también en el suelo, en los caballos, en los desafortunados que morirían envueltos en fuego ese día, y en conjunto, Eld, Kenny y Félix tiraron de la soga que unía la carga con sus empuñaduras y un fuerte, resonante estruendo silenció incluso los bramidos de Pieck llamando por Zeke.

Una oleada de fuego lo empujó hacia atrás, tan brillante como el fuego mismo e igual de cegador que los relámpagos durante las transformaciones de Eren. Escombro, rocas y tierra pasaron volando junto a él mientras el abrasador calor del humo que despedía la explosión parecía querer derretirle el equipo de maniobras.

Algo le golpeó el rostro y Félix gritó, su voz siendo ahogada por una segunda explosión mucho más agresiva que la suya y entonces fue expulsado, lanzado en una dirección que no podía ver ni comprender ni descifrar.

Su espalda crujió cuando aterrizó sobre el suelo y el aire se le fue de los pulmones.

El grito que había estado a punto de proferir se perdió en el eco de voces y gritos y explosiones y en el calor, el fuego. La vista le daba vueltas, la tenía oscurecida, apenas sí conseguía abrir los ojos.

Entre un parpadeo y el otro, perdió el conocimiento.

━━━

—La reina, uh... Quién lo habría dicho.

A su lado, escuchó a Frieda reír con lo que podría haber sido suavidad, pero el sonido era un poquito más fluido, quedo, su voz un toque lejos de romper a llorar.

—Ah, Félix, no seas grosero —murmuró ella, gentilmente golpeando sus hombros y sonriendo de lado—. ¿Qué acaso no me crees capaz?

La miró de reojo, una sonrisa propia extendiéndose por sus labios cuando vio las comisuras de ella tirando suavemente hacia arriba. Alzó una de sus manos y tocó la pálida mejilla de Frieda con la punta de su dedo índice.

—Supongo que sí —dijo por lo bajo, su mano moviéndose de su rostro hasta los oscuros, largos mechones de cabello oscuro que se deslizaban por los hombros. Los corrió gentilmente hacia atrás, apreciando la suavidad de estos, y luego una brisa fresca los alborotó ligeramente—. Tienes la apariencia de una, pero, uh... Bueno, no lo sé.

En los labios de Frieda se formó una decaída sonrisa, muy pequeña pero muy sincera, y su mirada bajó hacia el verde césped sobre el que se hallaban sentados. Sus dedos jugueteaban con las hebras verdosas, tirando de ellas y arrancándolas.

—Está bien, habría sido un problema si tu... —el suspiro que salió de sus labios era peor que pesimista—. Supongo que no importa ya, ahora que lo sabes.

Hubo un corto silencio entre ambos, el único sonido que en ese momento los envolvía provenía de lo que se hallaba a su alrededor; las aves que silbaban en la copa del árbol bajo el que se hallaban sentados, lo que parecía ser un sapo en algún lugar a las orillas del lago, y el viento y sus melodías.

Olía a flores.

También a tierra, a agua y a lluvia.

Frente a él la superficie del lago se extendía como un espejo enorme que podría cubrir la casa entera si así lo quisiera, sus tranquilas aguas siendo visitadas de vez en cuando por colibrís o libélulas. Félix ladeó un poco el rostro y entrecerró sus ojos para poder observar con claridad si es que en realidad se trataba de una.

—Hey, ¿esa es una libélula, cierto?

A su lado, Frieda suspiró levemente y se inclinó hacia el frente, haciendo la misma expresión que él para comprobar si se trataba de una libélula, o si la conversación de momentos atrás lo había dejado tan idiota como él creía.

—Mhm, creo que sí... Ah, no alcanzo a ver muy bien, pero definitivamente debe ser una. Son las pocas que se atreven a venir hasta acá.

—¿Les da miedo o qué?

Frieda se encogió levemente de hombros, yéndose de vuelta hacia atrás hasta poder recargarse contra el tronco del árbol, una pequeña risita dejando sus labios en lo que pareció ser un suspiro.

—Ni idea. ¿Por qué no le preguntas?

Él se giró hacia ella y la golpeó con suavidad en el hombro, provocando que se fuera de lado y que más carcajadas se le escaparan con facilidad.

—Qué graciosa eres, uh.

—Ah, cálmate Fé —murmuró ella, enderezándose correctamente mientras movía uno de sus mechones oscuros detrás de su oreja—. Solo bromeaba.

Chasqueando la lengua, se volvió al frente y observó el pasar de las nubes en el cielo, cómo es que éstas se reflejaban con extrema claridad sobre el espejo de agua frente a ellos. La tenue brisa de primavera sacudía los árboles más cercanos y arrancaba hojas verdes de las ramas, acarreando consigo no solo dichas hojas, si no también el dulce aroma de los campos de flores silvestres y girasoles que rodeaban la propiedad.

Félix inclinó su cabeza hacia atrás y observó los espacios entre las copas de los árboles que permitían que la luz del sol se filtrara a través de ellos, un suave rayo dorado cayendo sobre sus ojos y cegándolo por unos pocos segundos. Frieda permanecía en silencio, contemplando, al igual que él, el pasar de las nubes en el cielo.

—Entonces... —comenzó diciendo, ladeando el rostro para mirarla de costado, a través del rayo dorado de luz de sol—. Cuando tu tío falleció... El título pasó a ti, uh.

La vio morderse el labio inferior con nerviosismo y Félix entrecerró un poco sus ojos, buscando en el rostro de ella lo que era obviamente cualquier indicio de que estuviera por mentirle. Frieda era un libro abierto para él, igual de clara que el agua o el cielo.

—Técnicamente. Es... Complicado de explicar —susurró, y sus hombros se encorvaron un poco como si encima de ellos hubiera un gran peso—. Pero puedo confiar en ti, ¿cierto?

Cuando alzó la mirada hacia él, Félix tuvo que recordarse que respirar era esencial para su supervivencia.

En los ojos de Frieda había una expresión que él no le había visto nunca, no a ella por lo menos. Eran tan claros como un diamante, pero así de inseguros y preocupados, así de... Desconcertados, conseguían sacarle el aliento de un solo golpe, porque Frieda no se suponía que luciera así.

—Por supuesto que puedes confiar en mí —dijo él con el ceño fruncido, algo revolviéndose en su estomago ante la mera posibilidad de que Frieda no lo hiciera—. No deberías dudar de eso nunca, Frieda.

Ella suspiró con tanta pesadez que le pareció que se caería ahí sobre la hierba del puro alivio que parecía sentir. Su ceño fruncido se pronunció más, y ese algo que se le revolvía en el estómago comenzó a calentarse.

—Hace... Hace muchos años, mucho antes de que llegáramos a este lugar, nuestro ancestro hizo... Hizo algo —comenzó a decir con un tono de voz tan bajo, como si temiera ser escuchada por alguien más—. Hizo contacto con algo, y... Y nosotros cambiamos.

Lentamente, ese algo en su estómago se desenrolló.

—¿Cam...biamos? ¿A qué te refieres con eso?

Frieda le miró de reojo, y fue ese simple gesto lo que le hizo cerrar la boca con rapidez.

—Su nombre era Ymir, y ella... N-no lo sé, la verdad, solía decirle a Historia que Ymir era una chica dulce, una dama, y que ella debía crecer igual... Pero últimamente... Ah, tal vez debería explicar con más claridad.

Las manos de ella se cerraron en puños, su mandíbula apretándose con dureza cuando dejó de hablar. La observó, primero a la espera, curioso, y lentamente se dio cuenta de que Frieda parecía estar luchando en contra de algo.

—Ymir es... Una diosa —murmuró, y luego asintió, como si lo estuviera confirmando para ella misma—. Tenía un poder inimaginable, uno que esclavizó a muchas personas, a muchas naciones, que trajo miedo y pérdida y... También trajo vida, también trajo bienestar y riquezas. Ella era especial, Félix, fue hecha especial, pero... Los eldianos no supimos apreciar ese poder para el bien.

—¿Eldianos?

—Mhm, esos somos nosotros, el pueblo de Ymir —asintió—. Ella... Ella era una Fundadora, ¿entiendes? Era un principio, y tal vez también podría haber sido el final. Los titanes... Los has visto, ¿cierto?

Félix asintió, mudo y con el corazón desbocado.

—Los titanes los hizo ella —murmuró finalmente. Por un segundo, sus puño volvieron a cerrarse y un quejido se le escapó de los labios, pero Frieda se recompuso al instante, suspirando de alivio—. Ese poder, ese Fundador, ha pasado en la familia Reiss de portador en portador con el deber de proteger a los que se encuentran fuera de estos muros. Es... Es lo que somos, ¿sí? No creo que haya otra forma de explicártelo más que de esa manera, y espero... Bu-bueno, que me creas, supongo, porque-

—Porque tu lo tienes —su voz apenas fue un susurro y Frieda, repentinamente alerta, se volvió hacia él con rapidez—. Tu tío... Dijiste que era el rey, y si ese dichoso poder ha pasado de heredero en heredero, tu...

—¡No te molestes! —ella se enderezó de golpe, y solo entonces fue que notó sus ojos llenos de lágrimas, el brillo que parecían transmitir. Una pequeña parte suya le dijo que no se debía a la luz de sol que golpeaba por encima de ambos—. Yo... ¡Quería decirte! ¡Por eso te pedí que te quedarás conmigo en la Policía Militar, porque yo-! Porque... Bueno, yo...

Sus palabras se disolvieron en un torrente de sonidos incoherentes, cada uno peor que el anterior, cada uno de ellos tirando de las fibras de su corazón con tanta fuerza que se sintió sin aliento.

Es una reina, pensó para sí mismo con una nota de incredulidad en sus palabras. Y me está contando este cuento de hadas...

Lentamente, con cuidado, Félix se acercó a ella y tocó suavemente su hombro, sacándola de su breve momento de confusión y miedo. Frieda parpadeó como si fuera la primera vez que lo veía, ojos claros como el diamante viéndole con lágrimas en ellos, varias ya deslizándose por sus mejillas como arroyos de agua cristalina.

Le dio un suave apretón a su hombro y se dijo que lo hacía por ella, a pesar de que también lo hacía por sí mismo.

—Respira —murmuró, mirándola fijamente a los hombros—. Dime todo desde el principio, Frieda. Por favor.

Así que lo hizo.

Le habló sobre una hermosa titán, grande, con las costillas por fuera y una cadavérica expresión en su huesudo rostro. Le habló sobre cuán grande era y cuán poderosa, cómo logró alzar un imperio por sí misma, con su fuerza y su cuerpo y dando todo de sí. Le contó de Eldia y Marley y los países al sur de esa pequeña isla a la que habían huido.

Había momentos en los que Freida debía detenerse a tomar aire, a atarse en ese momento. Pero se lo dijo todo; sobre los titanes y la familia Fritz, la Guerra en el continente, el peso de la decisión de dejarlo todo atrás por vergüenza que llevó a Karl Fritz a huir y poner en todos los que vinieran después un voto que les impediría buscar represalias contra lo que se hallaba fuera de los muros.

Le habló de los titanes tras los muros y los que se hallaban en el interior de ellos. De los otros esparcidos fuera, los que estaban tan esclavizados como ella.

Era como escuchar uno de esos cuentos de terror que la señorita Diane les contaba de vez en cuando con una taza de chocolate caliente a las llamas de la chimenea, cuando eran más niños y Tomm se ponía de caprichoso por no querer ir aún a la cama.

Le habló también de Uri Reiss, de la gentileza en sus ojos y el cansancio en su rostro. Del hombre que mantenía fielmente a su lado, todo lo contrario a su pacifico tío porque Kenny Ackerman era un monstruo.

Félix se rio, negándose a explicarle a ella por qué lo había hecho.

Le habló de los trece años, la maldición de Ymir. El mundo de arena y un manto oscuro con estrellas, el árbol, los caminos.

—Y entonces... Finalmente pasó a ti.

Frieda se recargó contra él, exhausta, y su brazo se enredó alrededor del de Félix.

—Ajá... Había... Había alguien más en la línea de sucesión, pero...

Una de sus cejas se arqueó.

—¿Pero?

—...Pero no habría sido suficiente para esto.

—Wow, quien quiera que sea esa persona, debe ser muy incompetente, entonces.

La sintió sonreír, la curva de sus labios junto a su hombro.

—No, solo... Solo quiero cuidar de esa persona, ¿sabes? Además, con toda su vida por delante... No quisiera que perdiera eso.

—¿Pero está bien que tu pierdas la tuya?

Frieda alzó una de sus manos y le dio un leve golpe en la frente, mirándole con reproche un segundo después. Félix se encogió de hombros, tratando de que en su sonrisa no se viera la preocupación y la rabia que podía sentir en su cuerpo.

—Calla, idiota.

—Ouch, ¿vas a comenzar con los insultos verbales?

—Talisa dice que las palabras duelen más que los golpes.

—Eso es cierto, pero hey, deja de escuchar a mi madre por favor, la amo con todo mi corazón pero ella es una mala influencia para ti, Frieda.

Ella volvió a golpearle la frente, una pequeña sonrisa creciendo en su boca.

—Dije calla.

Félix, divertido, se llevó una mano al pecho e inclinó ligeramente su cabeza hacia un costado, una burlona sonrisa en su boca.

—Como diga mi reina.

Frieda se deshizo en carcajadas a su lado, su menudo cuerpo cayéndole encima con su rostro presionado contra su brazo. Félix rodó los ojos y tironeó de los pocos mechones que alcanzaba a tomar con la punta de sus dedos.

Aún así, escuchar su risa no podía borrar lo que acababa de decir, no borraría mágicamente todo lo que ella le había confesado. Quedaban trece años en el reloj una vez que tomabas ese poder, y luego... Y luego ella se iría.

Si sus cálculos eran correctos, entonces todavía le quedaban diez años en su reloj. Tiempo suficiente para que jugara a la reina y la hija devota y después, si quería... Tal vez para pasarlo juntos. Girando un poco la cabeza, la vio reír mientras pequeñas lágrimas de alegría le salían de los ojos y resplandecían en su camino por sus mejillas, gentilmente dejando detrás un rastro húmedo sobre la pálida piel.

—Gracias por decirme —murmuró, aguardando a que su ataque de risa cesara. Frieda le miró sonriente—. Pero aún no entiendo... ¿Por qué? Se supone que debe ser un secreto, y tu... Bueno, me lo contaste.

—Porque eres importante para mí, Félix, y mientras más pensaba en cómo te seguía manteniendo fuera de esto sabiendo que eventualmente yo me iría... No se sentía correcto —murmuró en un suspiro—. No quería... Irme sin decir adiós.

—Aún te quedan un par de años —contrarrestó, carraspeando—. Puedes ser la reina y aún así venir aquí a pasar tiempo conmigo. Podría pedir una transferencia a la Policía Militar y conseguir que el señor Jovan mueva un par de cosas para que sea hecha lo más pronto posible.

Frieda, parpadeando, se separó de él con lentitud y le observó como si lo viera por primera vez. Félix mantuvo su sonrisa de optimismo a pesar de que sentía que el pecho se le oprimía.

—Tu... ¿Transferirte? ¿A la Policía Militar?

—Sí, exactamente, ¿por qué no? Quiero decir... S-si tu tiempo es limitado, ¿no sería mejor que estuviera cerca de ti para cuando tu...? D-dices que hay un Ackerman que es cercano a tu familia ¿cierto? No habría problema con eso porque, bueno, yo también soy uno y si ese tal Kenny sabe que yo también formo parte de su familia, probablemente-

—Félix... —el temblor en la voz de ella lo detuvo abruptamente. Frieda le había puesto una mano en el hombro, de la misma manera en la que él lo hizo cuando la desesperación comenzó a ganarle la batalla—. ¿Tu eres un Ackerman?

Él se quedó unos momentos en silencio, y luego rio, abruptamente y por un solo segundo y luego cerró la boca, un tinte rosado subiéndole a las mejillas.

—...No tienes derecho a reclamarme por retener secretos, si es lo que pensabas hacer.

Frieda le dio un pequeño golpe en el hombro.

—¡No iba a hacer eso, idiota! Ugh, eres un tonto —bufó—. Pero, uh... Supongo que tienes razón. Es... Wow, ¿un Ackerman? Eso es...

—¿Frustrante?

—Yo diría asombroso —asintió ella, sonriendo e inclinándose hacia él—. ¿Eres como Kenny, entonces? Él es... Raro pero bastante fuerte.

—Ah, bueno... ¿S-sí? Uhm... ¿recuerdas aquella vez que te caíste del árbol...?

Frieda rio con ligereza y volvió a tomar asiento a su lado, acercando sus rodillas a su pecho y abrazándolas con sus dos brazos. El cabello le ondeaba con suavidad.

—Vaya... Un Ackerman, uh, ¿quién lo habría dicho?

Le devolvió el golpe en el hombro, mucho más suave y con extrema delicadeza.

Ella le miró con diversión por el rabillo del ojo, la sonrisa intacta, y algo en los hombros de ambos se deshizo con lentitud.

—¿Quién lo habría dicho, cierto? —murmuró ella pasados unos segundos—. Un Ackerman y un Reiss juntos de nuevo... Creí que mi tío Uri sería el único afortunado.

—Supongo... Lo que tendría más sentido si decido quedarme aquí contigo —prosiguió—. Es el trabajo de un Ackerman proteger a la persona que ellos escogen, ¿cierto? O algo así, y según lo que tu dijiste ellos solían cuidar de los reyes y reinas, así que tiene sentido que permanezca a tu lado, Frieda.

—Pero no serías feliz.

—¿Quién lo dice?

Ella le miró de refilón, su mirada aguda.

—Tu mismo, antes de que te fueras a la academia —rio—. Tu quieres ver lo que hay fuera de estos muros, quieres conocer el mundo como es. Retenerte aquí conmigo... No creo que sea lo que en verdad quieras, Félix.

—Tal vez no, pero tu eres más importante para mí que eso que hay allá afuera. Quedarme contigo, incluso si tengo que entrar a la Policía Militar para ello... Bueno, eso sería suficiente para mí.

El rostro de Frieda se contrajo, un pequeño ceño fruncido apareciendo en sus cejas mientras se mordía el labio, mirando pensativa a las orillas lejanas del lago que besaba suavemente el barro y la hierba, algunas libélulas moviéndose sobre las aguas con sus diminutas alas brillando gracias al rayos de sol.

—Pero tu ya tienes una vida —dijo—. Allá en la Legión. Tienes tus amigos y... Y ese hombre, el Comandante, ¿cuál era su nombre?

—...Erwin.

—¡Ajá! Y... ¿Cuándo fue la última vez que te sentiste así por alguien que no fuera Nicolás, uh?

—Es el Comandante, Frieda —rio él con ligereza—. No hay ninguna manera de que él-

—¡Pero podría! Y si no lo hace, pues qué hombre tan imbécil, Félix.

—Frieda-

Ella lo interrumpió de nuevo, negando continuas veces con su cabeza y suspirando.

—No quiero atarte a mi —le dijo en voz baja—. No quiero sacarte de un lugar en el que te sientes en paz, en el que sientes que perteneces para traerte de vuelta acá. Sé que no te gusta vivir aquí en Sina, y Mitras es distinto, es... No serías feliz ahí, Fé.

—Pero estaría contigo.

—Pero no eternamente —aquello los hizo callar a ambos por unos momentos, los suficientes como para que sintieran la energía drenarse de sus cuerpos—. Estabas tan entusiasmado por unirte a la Legión, Félix, y yo no... No puedo quitarte eso. No quiero. No hay razón alguna para que vuelvas a encerrarte aquí tras estos muros.

—Entonces tíralos abajo.

—No puedo-

—¡Si quisieras probablemente podrías!

—¡¿Y qué haría con eso, uh?! ¿Qué podría yo-?

—¡Podrías liberarnos!

Lentamente, tan lentamente que pareció doler, Frieda se dio la vuelta para mirarlo. Había una emoción ilegible escrita en su rostro, algo de verdad brillando en sus ojos. Pero luego sonrió y esa extraña mirada desapareció de su rostro y el agarre de Félix sobre sus propios nudillos disminuyó.

—Lo siento —murmuró, desviando la mirada avergonzado—. Me acabas de decir que no puedes y yo... Lo lamento, Frieda, no pensé en lo que decía.

Hubo otro silencio entre ellos, uno mucho más tangible que cualquier otro. Caía sobre ellos como una lluvia lo haría del cielo, excepto que el silencio era pesado y cargado con cientos de cosas que probablemente quedarían sin ser dichas.

Al final, fue ella quien volvió a tomar la palabra, gentilmente deslizando su mano entre la suya y entrelazando sus dedos.

—Tu no perteneces aquí, Félix. Quieres algo que no obtendrás si te quedas aquí, e incluso si lo hicieras por mí, ¿cómo crees que me sentiría yo sabiendo que fui la razón que te detuvo? ¿Cómo crees que me siento al escucharte ahora mismo?

Félix tragó saliva con pesadez y se encogió de hombros, negándose a mirarla por miedo a ver alguna cosa en su rostro, alguna expresión, que terminara hiriéndolo. Frieda le dio un apretón a sus manos y las alzó hasta su boca para dejar un beso en el dorso de la suya.

—Yo solo quiero que seas feliz, y no vas a obtener eso aquí. No de mí.

Había algo atascado en su garganta, se dio cuenta un segundo después cuando trató de pasar saliva y la encontró obstruida. Parpadeando, la miró rápidamente de reojo y después miró al frente, al lago frente a ellos con aguas cristalinas que se volvían un espejo y reflejaban a la perfección el cielo encima de ambos.

Había patitos nadando cerca de la orilla, haciendo camino hacia el centro.

—Quiero que seas feliz, Fé —le repitió ella, dudando de haber sido escuchada la primera vez. Félix llevó su mirada de vuelta a ella, y los cristalinos ojos azules que poseía se habían vuelto diamantes, tan claros y brillosos y hermosos que le arrebataron el aliento—. Quiero que seas muy feliz.

Vagamente, una parte suya reconoció eso como un adiós.

Su sangre cantaba, extasiada; gritaba en sus venas y pulsaba, ardiendo en ellas como si estuviera quemándose. Flexionó sus dedos de la mano y descubrió que los tenía rígidos, que su cuerpo entero estaba tenso.

Se preguntó si se trataba de una petición o una demanda, si Frieda le iba a dar una orden, si iba a responder a sus preguntas antes de irse. Se preguntó, ociosamente, si el temblor en su piel se debía a que el Ackerman en él quería escuchar más, pedir más, saber y prometer y dar, dar, dar.

Se preguntó si lo haría, pero para entonces él ya sabía la respuesta.

—Es... ¿Es una orden?

Las largas, oscuras pestañas de Frieda revolotearon cuando ella parpadeó, su mirada buscando en la de Félix con una silenciosa pregunta.

Pero Frieda sabía porque él ya se lo había dicho, y no hubo manera de enmascarar la absoluta devastación con la que la claridad de sus ojos se tiñó.

—De ser una, tu... ¿Tu la llevarías a cabo?

Félix se encogió de hombros y alzó su mano opuesta hasta su cuello, buscando con la yema de sus dedos el cordón oscuro y la frialdad de la piedra que ocultaba bajo su camiseta. Una pequeña sonrisa tiraba de sus labios, aunque era algo nostálgica y decaída.

Frieda miró hacia otro sitio por unos pocos segundos, recomponiéndose y limpiando las lágrimas de sus ojos, de sus mejillas. Félix pretendió no verla para darle privacidad, por más poca que ésta fuera.

—Entonces... Sí, es una orden —exhaló ella.

Félix deshizo el agarre en sus manos y se puso en pie de un salto, sacudiéndose los pantalones para sacarse de encima el poco césped que se habían pegado a ellos. Luego se volvió hacia Frieda e hizo una perfecta inclinación, con su brazo derecho flexionado de la misma manera en la que había visto a un mayordomo hacer.

—Como ordene mi reina.

Frieda se lanzó hacia él con el puño alzado y Félix trastabilló, sosteniéndola de la cintura para evitar que ambos cayeran. Los dos se echaron a reír, golpeándose juguetonamente el uno al otro y gritando y exclamando palabrotas cuando tropezaban con las hierbas o cuando Frieda pisaba accidentalmente una flor.

Al final se detuvieron en el lago, con las pantorrillas húmedas y los dedos hundidos en lodo, pequeños pececitos nadando a su alrededor.

—Hey.

Frieda tildó la cabeza en su dirección. Félix sacudió la cabeza y se acercó a ella, colocándose a sus espaldas y tomando un par de mechones negros entre sus dedos. Los comenzó a trenzar con cuidado, sabiendo que una vez que entraban al agua era raro dar media vuelta y salir intactos de ella.

—Que permanezca en la Legión no significa que dejaremos de vernos, ¿cierto?

Frieda rio levemente.

—Eres bienvenido a visitarme cuando quieras. Tu y Talisa, por supuesto. Oh, y ese tal Erwin también, cuando reúnas el coraje para decirle que te gusta, claro.

Rodando los ojos, tiró de uno de los mechones y ella se quejó. Félix rio burlón y enredó una la trenza con el tallo de una flor al terminar.

—Te quedan diez años, así que supongo que en algún momento lo haré.

—Más te vale que sea pronto —dijo ella, dándose vuelta para mirarlo—. O le diré a Nicolás que eres un cobarde.

—Nicolás ya está al tanto de eso, muchas gracias.

Frieda volvió a golpearlo, y finalmente las risas cesaron y lo único que permaneció con ellos fue la brisa, el silbido de los pájaros y el sonido del agua mientras los patitos nadaban a la distancia.

Félix titubeó un segundo, inseguro y temeroso, miles de dudas y pensamientos corriendo a través de su mente en cuestión de segundos. Pero al final la decisión era fácil, y con dedos ágiles extrajo la lágrima de jade de debajo de su camisa y tiró de ella hacia arriba, sacándosela de encima.

Frieda se sobresaltó ligeramente cuando la pasó por encima de su cabeza y la dejó caer sobre su cuello, el cordón oscuro contrastando con la pálida piel de ella.

—Me lo devuelves la próxima vez que nos veamos.

La sonrisa de Frieda era fácil de imitar, principalmente porque Félix la amaba, porque se sentía lleno con solo verla de cerca. Había un suave rubor en sus mejillas, dedos largos y delgados jugando con la lágrima de jade y tirando de ella mientras el sol brillaba y se reflejaba en sus ojos cristalinos.

Los pocos mechones que comenzaban a escapar de la trenza le enmarcaban el rostro con delicadeza.

Frieda asintió, estirando su mano hacia él y mirándole con expectativa. Félix la estrechó fácilmente, sonriendo en todo momento.

—Lo prometo.

Eso también, se dio cuenta, fue un adiós.

(Fue el último de ellos.)

━━━

—¡...lix! ¡Félix!

Lentamente, muy lentamente, los sonidos comenzaron a volver a él.

Encima suyo podía ver el cielo azulado lleno de nubes blancas, éstas moviéndose con lentitud a través de las columnas de humo que oscilaban como riachuelos. Félix parpadeó continuas veces, tratando de aclarar su mirada para deshacerse de los puntos negros que invadían su visión.

Oh. Espera, eso no... Eso no está bien.

Lo cierto es que nada estaba bien. Absolutamente nada estaba bien y una parte suya se hundió; quizás su corazón o sus pulmones, lo que fuese, le robó el aliento por escasos segundos cuando pensó en Frieda.

Frieda y su estúpida obsesión por hacerle prometer cosas que jamás sería capaz de cumplir.

—... Oi, chico.

Félix ladeó el rostro, el rio de sangre que le cayó desde el costado derecho de la cara bajando hacia sus labios y por encima de su ojo. Por entre las gotitas rojas y la humedad en sus pestañas, alcanzó a ver a Kenny, tendido a unos metros de él y devolviéndole la mirada.

Frunció un poco el ceño y se removió por encima de la tierra, gimoteando al sentir que los huesos le pesaban.

—Qué... Ah, ¿qué diablos pasó?

—La idea del otro rubio funcionó —le respondió en lo que pareció ser un susurro—. Pero nos mandó a volar a todos. No sé dónde terminó él... ¿Cómo te sientes?

—Como si prefiriera haber muerto.

Una ronca carcajada se alzó desde donde se encontraba Kenny, carente de diversión pero extrañamente viva.

Félix trató de ver entre las manchas rojizas que le bañaban la vista.

—Ah, pensé que lo estabas, idiota —dijo el otro, ladeando su rostro para mirarlo—. No parecías querer despertar.

Con un quejido se enderezó, pero los pies no le respondían para nada. Los tenía adormecidos, así que se tuvo que arrastrar hasta terminar más o menos cerca de Kenny, y se dejó caer a un lado del hombre, hombro con hombro.

—Estaba, uhm... No sé, Frieda estaba ahí y yo... No lo sé, no importa ya —murmuró, desviando la mirada hacia el frente—. ¿Cómo te sientes tu?

La respuesta de Kenny fue inmediata.

—Como si estuviera vivo.

Esta vez fue su turno de carcajearse, su pecho traqueteando y su risa cortándose a medias para volverse un quejido de dolor. Repentinamente no podía respirar y un horrible dolor se desató en sus costillas. Era más que claro para entonces que estaban rotas.

Kenny se burló de él, porque por supuesto que Kenny lo haría.

—Tienes la cara llena de sangre —le dijo el otro.

Félix se llevó la mano al rostro y con sus dedos se tocó la parte derecha, tanteando lo que él suponía era una herida preocupante. Sus dedos tocaron algo viscoso, cálido y cuando los alejó para ver qué era, una sonrisilla se le curveó en la boca al ver el rojo de la sangre cubriéndole la yema de los dedos.

—... Creo que perdí el ojo. No puedo ver bien por el derecho.

—Desafortunado, pero sobrevivirás.

—No sé si eso me consuela.

La risilla seca de Kenny lo hizo reír a él, el sonido alborotando sus costillas y entonces se quedó inmóvil.

A través de la bruma del dolor que casi lo cegaba, en el cielo azul casi podía ver el rostro de Frieda reflejado en él. Algo en su pecho se retorció horriblemente y las lágrimas brotaron de sus ojos en cuestión de segundos.

Quería gritar. Quería ir a ver a Frieda dondequiera que estuviera y decirle lo estúpida y desconsiderada que era con él.

¿Cómo se atreve? Pensó. ¿Cómo te atreves a ser tan injusta? ¿Cómo te atreves a pedirme cosas tan ridículas, Frieda?

Algo tintineó en su mano derecha cuando la alzó y la luz del sol se reflejó en lo que sea que estuviera sosteniendo en ella; un trozo de cuchilla. Estaba aferrado a ella como si su vida dependiera de ello y en el filo de la hoja fue capaz de ver las manchas de sangre de sus propios dedos, las cortadas a lo largo de ellos que continuaban dejando huellas rojizas en el lustroso metal.

—¿Todo bien?

La voz de Kenny, suave y silenciosa, pareció hacer eco en el silencio de aquel momento.

—No, solo... Solo quiero irme a casa —murmuró, tallándose el rostro con el dorso de su mano e impulsándose hacia arriba. Kenny estaba recostado a un metro de él, con los cabellos castaños revueltos y manchados de polvo de escombro. El uniforme negro estaba impecable, el de ambos, a excepción por el polvo blanco que los cubría—. Dios, estoy... Estoy muy cansado.

—Entonces vámonos —le respondió el otro, haciendo un innecesario gesto con su mano y luego con la otra—. Tenemos que hablar de todos modos. Eres un maldito Ackerman y tu jamás pensaste decírmelo, chico.

—Oh lo siento su majestad, pero no es algo que iba divulgando por ahí con descuido, ni siquiera con mis amigos más cercanos.

Kenny chasqueó la lengua, su figura derrotada ahí en el suelo.

Era un consuelo, pensó él bajando la mirada hacia sus manos manchadas de sangre mientras continuaba aferrándose a la cuchilla. La hoja reflejó los rayos de sol y por inercia, alzó la mirada hacia donde se encontraba el distrito y vio que la columna de vapor que antes había estado humeando en esa dirección comenzaba a desaparecer.

—¿Ya viste? El Colosal parece haber desaparecido.

—Debe ser Cejas —murmuró el otro, mirándole de reojo—. Si hay alguien que puede deshacerse de ese chico Bertolt, es él.

Esta vez fue Félix quien chasqueó la lengua, aunque el comentario, y en especial el apodo, le causaban un poco de gracia. Se volvió hacia Kenny con una sonrisa y estiró su mano para golpearle el brazo.

—Ah, eres un hijo de puta, Ken-¡Kenny!

Su cuerpo se movió con mucha más rapidez de la que debió haberlo hecho, y Félix se impulsó al frente, trazando un arco por encima de Kenny e irrumpiendo el camino de Pieck con el blandir de la cuchilla en su mano.

Sus costillas protestaron con lo brusco de sus movimientos pero eso no lo detuvo porque en el siguiente minuto se abalanzó de vuelta contra ella y le encajó la cuchilla cerca de la boca. Pieck se echó atrás con violencia y lo empujó, haciéndole perder el equilibrio. La vista le dio vueltas, los pies se le enredaron pero antes de que pudiera tocar el suelo, algo le golpeó en la cabeza y los puntos negros volvieron a aparecer en su visión.

Se sintió como si durmiera, pero... Pero no.

Félix soñaba al dormir. Félix vivía al dormir. En esos momentos...

En esos momentos, cuando cerró los ojos, no hubo nada excepto oscuridad.


Son 20k amigos no lo puedo creer, me creo incapaz de escribir tanto para esto, oof... No que sea algo malo pero estoy honestamente muy sorprendida. I mean, sé que dije que quería meter todo lo de Shiganshina en un solo capítulo pero jamás me imaginé que terminaría así lol

De cualquier manera, espero que les haya gustado porque oof, es extremo y es genial y honestamente estoy muy orgullosa de mí misma.

Sé que hay varias cosas que meh, pero debía meter ese flashback en alguna parte y decidí que sería mejor en el final del acto III como una despedida ksjvkdj espero que en verdad les haya gustado el cap, lo hice con mucho amor. No estoy del todo satisfecha con el porque creo que pude haber escrito cosas mejores, pero damn, lo hice bien lol

En fin, esta vez sí voy a responder cualquier pregunta que tengan sobre este arco y los anteriores, pero nada de spoilers, si quieren spoilers eso es al priv y dicho específicamente lol, estoy dispuesta a todo ahora lmao

En fin... Realmente espero que les haya gustado, este es el último capítulo antes del cuarto y último arco, así que aquí vamos lol.

En otras noticias, ¿vieron lo que pasó estos últimos dos fines de semana? Me fue imposible actualizar porque mi vida diaria se ha vuelto un poco pesada lol y no puedo escribir con tanta frecuencia como me gustaría, así que... Me voy a tomar un break para poder escribir con calma y no presionarme a sacar algo a prisa solo por actualizar, espero que comprendan. Pero eso sí, voy a estar actualizando mis otras fics como Lost Cause, goodnight paris, blindspot... Tengo capítulos ya escritos pero no editados y eso me molesta lol, así que espero que entiendan <33

So... Nos leemos después, los quiero <33

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