La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 58

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By marlysaba2


En el patio central, Germán y Alba se afanaban en sacar adelante al joven que la enfermera había atendido en primera instancia y que presentaba problemas respiratorios. El médico estaba visiblemente contrariado, ese chico no debían haber viajado en ese camión, la fractura abierta que presentaba en la pierna no era nada comparado con los síntomas que mostraba y el evidente traumatismo torácico.

- No sé como coño no se han dado cuenta de cómo está.

- Es casi un niño y ya sabes como son....

- ¡Putas minas! – exclamó enfadado – aquí no puedo hacer más por él, tenemos que meterlo en el quirófano ya, no va a poder esperar.

- Pero Germán...

- Ya lo sé, ya lo sé... pero... Sara tendrá que poder sola – la interrumpió haciéndole señas a los jóvenes camilleros para que lo trasladasen. Anotó unas indicaciones en una hoja y la colocó encima de la camilla a los pies del chico – ahora voy yo - les dijo, observando como se marchaban con un suspiro se volvió hacia el siguiente.

- Este parece que ha tenido suerte – se adelantó la enfermera que ya lo había estado examinando.

- Y tú parece que cada día...

- No vayas a insistir – lo interrumpió con una sonrisa imaginando lo que iba a decirle - porque ya te he dicho en muchas ocasiones que me gusta mi trabajo y que no voy a estudiar medicina - bromeó.

- Una lástima... ¡eres buena! ¡muy buena!

- Y tú un adulador – respondió halagada - ¿qué es lo que quieres? ¿eh? – le preguntó sarcástica y una enorme sonrisa mientras terminaba de limpiar el corte del chico que atendían.

- ¿Yo!? ¿qué voy a querer? – sonrió pero sus ojos manifestaban todo lo contrario.

- Si es lo que creo no te voy a contar nada.

- Mira esto, dijo señalándole una de las señales que el chico tenía en la espalda.

- Azotes.

- Sí, y antiguos.

- ¡Esto es una mierda! – exclamó afectada al ver que el chico no tendría más de doce años y con seguridad llevaba desde los siete u ocho trabajando en aquellas condiciones – deberíamos denunciar esto o hacer algo.

- Dale agua y que descanse a la sombra – le indicó Germán que no respondió, no servían de nada sus denuncias – no sé qué vamos a hacer con toda esta gente, no hay sitio – suspiró levantándose y mirando a su alrededor donde decenas de pacientes estaban desperdigados por el suelo.

- No te preocupes – dijo incorporándose – seguro que Nadia ya está liberando algunas camas.

- Si – musitó – van a hacer falta. Mejor terminamos con este grupo, y cuando terminemos, nos metemos en el quirófano que ya deben de tenerlo todo casi listo – se desdijo de su decisión anterior, allí había demasiada gente para dejar a Sara sola - empecemos con aquel chico, tiene el brazo roto.

- Muy bien – asintió, girándose hacia el joven que acababan de atender y guiándolo hacia la sombra de los árboles.

Germán la observó unos instantes satisfecho y contento de verla en plena forma. Parecía la de antes del asalto del orfanato y eso lo llenaba de alegría. No puedo evitar pensar que Natalia tenía mucho que ver en ese ánimo de la enfermera, en esa seguridad y confianza que había recuperado y sobre todo en la alegría que veía en su mirada. Alba regresó a su lado y se agachó de nuevo junto a él.

- ¿Te ayudo? – le preguntó con una enorme sonrisa.

- Sí, límpiale la herida de la pierna, ha tenido suerte y no parece tener nada roto – se retiró dejándola hacer - Entonces..., qué, ¿no me vas a contar qué tal con Lacunza? – le preguntó devolviéndole la sonrisa y cambiando de tema pillándola desprevenida.

- Bien Germán, ya te lo he dicho – respondió esquiva.

- ¿Solo bien?

- Germán.... – protestó, haciéndole un gesto con los ojos indicándole que siguiese con lo que hacía.

- ¿Y esas caras de lelas que traéis?

- No te voy a contar nada – lo miró burlona – así es que no insistas y vamos a terminar con rapidez con estos tres que te tienes que meter en el quirófano.

- Anda... solo un poquito – le pidió en tono socarrón.

- Nada – saltó – y deja de reírte de mí.

- Vale, pero dime si... en fin, que.... ¿bien, bien?

- Sí – sonrió con tal expresión que Germán la miró con seriedad.

- Entonces habéis... ya sabes.

- ¡Germán....! – exclamó clavando sus ojos en él sin dar crédito a que le preguntara aquello.

- Que es solo interés profesional – se justificó con rapidez.

- Sí, sí... ¡interés profesional! ¡serás cotilla!

- Te lo digo en serio, ¿cómo ha estado Lacunza?

- ¡Germán!

- Joder Alba, que hablo en serio, no me des detalles ni nada, pero.... ¿ha estado bien?

Alba lo miró fijamente, ¡si es lo que quería se iba a enterar! Su boca dibujó una mueca irónica y sus ojos comenzaron a bailar de tal forma que el médico temió la respuesta.

- ¡Colosal! ¡fabulosa! sabes que puede ponerse.... – rió burlona y Germán enrojeció.

- ¡No me refiero a eso, niña! – la cortó con rapidez - digo físicamente.

- Muy bien, ya te lo he dicho – soltó una pequeña carcajada solo de ver la cara de su amigo, eso le pasaba por preguntar lo que no debía.

- ¿No le ha dolido el pecho, ni...?

- No le ha dolido nada.

- Pues... a pesar de la expresión de tonta que trae y de esa sonrisa bobalicona, no tiene buena cara.

- Eso es porque no ha dormido en toda la noche.

- Ya... la cama – musitó recordando lo que le dijera la pediatra horas antes.

- No solo la cama – reveló casi sin darse cuenta, en tono confidencial.

- ¿Sabes por qué? ¿se lo has preguntado? – insistió con tal deje de inocencia que Alba lo miró negando con la cabeza.

- Síííí.

- ¿Y...?

- ¡A ti te lo voy a decir!

- Eres imposible, solo quiero saber si era por... ¡déjalo! ya le preguntaré a ella.

- Ni se te ocurra decirle que hemos hablado de esto.

- Pero si no me has contado nada.

- Aún así no le vayas a decir nada, déjala que está muy contenta y no tengo ganas de que la agobies con tus tonterías.

- No son tonterías y no empieces a esconder la cabeza debajo del ala como cuando llegaste aquí – le reprochó el médico adoptando un aire de seriedad que alerto a Alba.

- Pero... ¿me estás diciendo en serio que crees que Nat debe... tener cuidado? – preguntó con tanto temor que Germán se arrepintió de haberle hablado en aquel tono y negó con la cabeza tranquilizándola - ... porque yo te puedo asegurar que está muy, pero que muy recuperada - sonrió de tal manera que Germán enrojeció de nuevo.

- Bueno... - suspiró - ¿entonces... habéis arreglado todo?

- Sí, ha sido... – suspiró y lo miró tan contenta que él se enterneció – vamos que ni en mis mejores sueños me hubiese imaginado algo así.

- ¡No imaginas cuánto me alegro niña! eso sí, me debéis una cena, que si no es por mí todavía estás lloriqueando por las esquinas.

- ¡Si hombre! ahora habrás sido tú el que...

Se calló al ver salir a Natalia de los barracones y dirigirse con Nadia a uno de los grupos que aguardaban, su cara se iluminó al verla, Natalia levantó la mano en señal de saludo desde lejos y Alba rápidamente le correspondió y frunció el ceño ante la carcajada del médico.

- Cierra esa boca que te van a entrar moscas y quita esa cara de boba, ¡qué se te cae la baba!

- ¡Qué tonto eres! – exclamó mirándolo con una mueca de condescendencia, pero ni sus bromas eran capaces de borrar la alegría que mostraba su rostro al verla - ¡Está tan guapa!

- Claro, sudorienta, con unas ojeras que le llegan al suelo, el peto manchado, el pelo completamente despeinado... en fin ¡indescriptiblemente guapa y atractiva! - se mofó divertido y Alba se sonrojó levemente.

- Eres imbécil – murmuró esta vez más seria.

- Que si... que está preciosa – siguió burlándose.

- Anda cállate ya un rato y déjame terminar con este vendaje – le dijo mirando de nuevo hacia Natalia.

- No debería estar al sol mucho rato, hoy hace aún más calor que ayer.

- Pues ve y se lo dices porque a mí no me hace caso.

- Ya se lo he dicho, pero... bueno, lo cierto es que... Si se encuentra bien para echar una mano... no nos vendría nada mal – dijo pensativo.

- Yo creo que no debería estar fuera, Germán, díselo antes de operar.

- No tengo tiempo, yo me voy ya al quirófano – anunció viendo los gestos que le hacía uno de los chicos desde el pabellón, indicándole que estaba todo listo - vamos a dejarla un poco y, luego, cuando salga ya le digo que se entre, le viene bien trabajar, ¿te has dado cuenta con que seguridad toma ya las decisiones?

- ¡Si! ha vuelto a ser la misma de antes – sonrío orgullosa de ella.

- ¿La misma, la misma? – preguntó insinuante.

- ¡Germán! – volvió a protestar y él soltó una carcajada tan sonora que casi todos miraron hacia ellos, incluida Natalia – como consigas enfadarla te las vas a tener que ver conmigo.

- Tranquila que Lacunza no se enfadará, si he estado a punto de atarle una guitilla para que no se nos escape – bromeó – está flotando en una nube.

- ¿Tú crees?

- ¿Tú te has fijado en su cara de tonta? Pero si le ha reído la gracia hasta a Oscar.

- Ya... ¿no te ha parecido raro! y... Sara también está rara, ¿no crees?

- Yo lo que creo es que tú, para no perder la costumbre no dejas de buscarle tres pies al gato.

- Seré yo – musitó – y lo poco que me ha gustado que Nat alabe a ese imbécil.

- Lacunza sabe lo que se hace – sonrió – por si no te has fijado se ha largado sin echaros una bronca y sin apercibirme por dejaros el jeep.

- Eso si, tengo que reconocer que sabe claudicar cuando cree que no lleva razón.

- Pues eso es lo que hay que ver, niña – sonrió mirando hacia la pediatra - ¿terminas tú el vendaje y recojo yo todo esto?

- Claro – suspiró mirando de soslayo al lugar donde Natalia se encontraba.

- No te preocupes tanto por ella, estará bien.

- Tienes razón – sonrió sin tenerlas todas consigo, la conocía demasiado para saber que con lo orgullosa que era no consentiría en descansar si nadie lo hacía. Suspiró de nuevo ante la sonrisa burlona de su amigo y se dispuso a terminar ese vendaje cuanto antes.

Por su parte, la pediatra ya estaba junto a Nadia atendiendo a un grupo de aldeanos integrado por un par de jóvenes madres que iban a revisión y una decena de pequeños, que aguardaban con sus madres y abuelas, a ser atendidos. Alba terminó el vendaje y se incorporó observándola, no podía evitar sentir un pellizco de inquietud, estaba segura de que había tenido fiebre por la mañana y ese calor y ese sol no sería nada bueno para ella, sin embargo esa sensación de orgullo al verla trabajar con ese interés y dedicación vencía a la inquietud que le producía la idea de que le ocurriese algo o tuviese una recaída. Natalia, movida por un sexto sentido, levantó la vista, sintiéndose observada e inevitablemente, cruzaron sus miradas, ambas sintieron que la distancia que las separaba se disipaba en un segundo y que aquellos dos cuerpos separados por unas decenas de metros estaban más unidos que nunca, que sus almas se acariciaban con delicadeza, se tocaban sin moverse de sus sitios y hablaban sin pronunciar palabra alguna. Alba se estremeció ante el poder de aquella unión que se le antojaba inquebrantable. En el otro extremo Natalia sintió el mismo escalofrío y pensó que nada podía ya separarlas, sintiéndose unida a ella por un lazo insoluble, y sonrió imaginando la sorpresa que se llevarían todos cuando al regresar, arreglase su vida y se enterasen de que todo había vuelto a su ser, a como nunca debió dejar de haber sido.

- ¡Alba! – gritó Germán - ¿entras conmigo o te vas a quedar ahí?

- ¡Voy! – gritó – pero... espera un segundo – le pidió juntando los dedos índice y pulgar en una señal de brevedad de tiempo.

Corrió hacia donde se encontraban Nadia y Natalia que estaban terminando de atender a un joven con una herida en la cabeza y un brazo roto.

- Hola – sonrió Natalia al verla llegar, incorporándose con rapidez.

- Hola – jadeo por la carrera clavando sus ojos en los de la pediatra, rápidamente supo que algo la entristecía - ¿cómo va todo?

- Bien – le dijo apretando los labios en una mueca que la enfermera distinguió rápidamente, Natalia no solo estaba triste, si no también preocupada – este chico tendrá que quedarse unas horas en observación, para ver como evoluciona el golpe de la cabeza – le explicó con precipitación ante la atenta mirada de Nadia, que se sorprendió ante el nerviosismo que mostraba su tono precipitado.

- Entonces... ¿todo bien? – insistió Alba que no dejaba de darle vueltas a esa mirada de Natalia.

- Muy bien – intervino Nadia – tenemos todo controlado, Sara se encargará de los heridos y nosotras y Phillips del resto de pacientes.

- Y... tú... ¿estás bien, Nat? – le preguntó directamente a ella escudriñándola con la mirada segura de que le ocurría algo.

- Si – volvió a asentir reforzando su afirmación asintiendo con la cabeza.

La enfermera frunció levemente el ceño, segura de que no era así pero delante de Nadia no quería hacer nada que pudiese indicar que algo había cambiado entre ellas, aunque mucho se temía que ya era tarde, la cara de la joven mostraba tal perplejidad ante su la insistencia que se cercioró de haber metido la pata. A pesar de ello, levantó las cejas inquisidoramente, esperando que Natalia la entendiese y le dijese qué le ocurría, pero no fue así y tuvo que dar su brazo a torcer, no tenía tiempo para charlas, Germán la estaba esperando.

- Entramos en quirófano en un minuto, uno de los chicos estaba peor de lo que parecía, luego nos vemos – les explicó con rapidez mirando hacia Nadia fugazmente y agachándose junto a Natalia, le susurró al oído – mi amor, ¡ponte el sombrero!

Natalia asintió, estremeciéndose al notar su aliento en el cuello, su respiración tan cerca y esa inesperada proximidad que la excitó sobremanera. Alba se incorporó al instante y Natalia clavó sus ojos en ella e instintivamente, paseo la lengua por sus resecos labios deseando besarla, fueron unos instantes en los que ambas se dijeron un silencioso ¡te amo! Alba suspiró levemente y apoyó su mano en el hombro de Natalia acariciándola con discreción, miró a Nadia con una sonrisa.

- Allí hay dos chicos que no hemos podido atender – le dijo a la comadrona - solo tienen unos cortes y golpes, nada serio, ¿os encargáis vosotras?

- Claro, sin problema – respondió solícita – corre que te están esperando – le indicó señalando a uno de los jóvenes ayudantes que le hacía ostensibles señas a Alba para que acudiese cuanto antes.

- ¡Uy! ¡no me había dado cuenta! ¡qué vaya todo bien! – les deseo a las dos volviendo a cruzar la mirada con Natalia que permanecía especialmente silenciosa para su gusto.

- ¡Suerte! – correspondió Nadia.

Alba se alejó de ellas con otra carrera y la pediatra permaneció con la vista clavada en su espalda deseando que llegase el momento de encontrarse a solas con ella y poder hacer lo que deseaba más que nada en el mundo, besarla con toda su alma.

- Nat, ¿seguimos? – le preguntó la matrona al verla parada con la vista perdida en la lejanía en el punto por donde Alba había desaparecido y con una extraña sonrisa en su rostro.

- Eh... si... si... seguimos – dijo sintiendo que enrojecía, solo de ver aquellos ojos fijos en ella y con la sensación de que Nadia la había mirado con suspicacia, esperando y deseando que no hubiese notado nada.

Hora y media después Germán y Alba habían terminado en el quirófano y salían de nuevo al patio central justo en el momento en el que Nadia dejaba sola a Natalia y se dirigía al dispensario acompañando a un grupo de mujeres que habían acudido a las consultas.

Germán miró el reloj y comprobó que ya era casi la hora de comer. En el patio aún aguardaban decenas de pacientes, sin embargo parecía más despejado que cuando se marcharon. Miró a la enfermera y ninguno tuvo que decir nada. Ambos encaminaron sus pasos hacia el lugar en el que Natalia permanecía con un bebé en sus brazos examinándolo y cruzando unas palabras con su madre que entendía perfectamente el inglés e incluso lo chapurreaba. Cuando llegaron a su altura la pediatra tendía el niño a la madre que con grandes gestos de agradecimiento se inclinaba ante Natalia que la despidió con un gesto de complacencia.

- Veo que te las apañas muy bien sola – sonrió Germán sobresaltándola.

- ¡Hola! – exclamó con tanta alegría, clavando sus ojos en la enfermera, que los dos soltaron una carcajada - ¿Ya estáis aquí? – se sorprendió mirando el reloj - ¡vaya! es más tarde de lo que creía. ¿Cómo ha ido todo? – habló con precitación intentando disimular. No podía evitar que el ver a Alba le produjera esa sensación de euforia y cosquilleo en el estómago y estaba segura de que la risa del médico se debía a que la había descubierto.

- Muy bien – respondió Alba con una sonrisa – Germán no cree que vaya a haber complicaciones.

- Y a vosotras ¿qué tal os ha ido? – le preguntó el médico.

- Ya ves – suspiró señalando a su alrededor – los más graves ya están todos atendidos, pero aún queda para rato.

- Sí, quizás en un par de horas hayamos terminado – admitió el médico – tú deberías entrar y tomar algo, pareces acalorada.

- Se nos ha terminado el agua – dijo encogiendo un hombro – Nadia ha ido a por más.

- Nat... lo que Germán quiere decir es que ya está bien por hoy, tienes que descansar – casi le suplicó preocupada y con un tono tan autoritario que la pediatra levantó el mentón desafiante.

- Los que debéis descansar sois vosotros – saltó con rapidez – acabáis de salir del quirófano y...

- Lacunza – la interrumpió frunciendo el ceño – tómatelo con calma, ¿de acuerdo?

- Estoy bien, no seáis pesados, descansaré cuando terminemos con este grupo y solo no quedan tres, ya hemos hablado Nadia y yo de ello – se explicó con una sonrisa – haremos un descanso y luego seguiremos.

- Nat... - intentó protestar la enfermera mirando hacia Germán para que la apoyase, pero el médico tenía puesta aquella expresión de satisfacción que tan bien conocía en él y sabía que no iba a obtener de él lo que pretendía.

- Alba... estoy bien – insistió rozándola levemente en el brazo – de verdad – la miró fijamente y la enfermera supo que no le estaba mintiendo, pero eso no era óbice para que ella siguiera preocupada.

- En ese caso, nosotros vamos a ver a Sara y que nos diga cuál es el grupo por el que debemos seguir – le dijo Germán.

- Creo que el de la izquierda – se adelantó Natalia – de hecho ya les hemos estado echando un vistazo, hay un chico con un tobillo roto. Pero los demás no tienen nada serio – les explicó pasándose la mano por la frente.

- Nat, ¿por qué no entras un rato? – insistió Alba, al ver su gesto de cansancio y escuchar que arrastraba ligeramente las palabras – no debe darte tanto sol, ¿verdad Germán?

- Germán... solo necesito un poco de agua, tengo la boca seca eso es todo – respondió mostrándose ligeramente impaciente enfatizando y arrastrando el "todo" – no nos quedará ni media hora – se quejó frunciendo el ceño.

- Bueno... vamos a hacer una cosa, terminas con este grupo y te entras. Ya nos encargamos nosotros de los que quedan y no admito protestas – le ordenó señalándola con el dedo, Natalia torció la boca a punto de decir algo, pero el revuelo que se estaba armando se lo impidió.

Los tres miraron hacia el portón y vieron como entraba una carreta con varias personas tumbadas en ella y una decena rodeándola, andando a su par. ¡Otro grupo de desplazados! pensaron los tres. Natalia tuvo la sensación de que era imposible acabar cuando creía que podrían hacerlo siempre entraba alguien más, Germán y Alba suspiraron al unísono, se miraron y esbozaron una sonrisa. Perfectamente compenetrados sabían lo que les esperaba. La enfermera se volvió hacia Natalia, que mantenía la vista clavada en el recién llegado grupo y su rostro era la viva imagen de la desesperación. "¡Y luego dirá que no está cansada!", pensó la enfermera al ver su expresión.

- Vamos Alba, mientras antes empecemos antes terminamos - tiró de ella y la enfermera con un suspiro se dejó arrastrar.

- Nat... nos vemos luego... - le hizo una seña con la mano y repentinamente, se zafó del médico y volvió junto a ella, se agachó, la besó levemente en la mejilla ante la sorpresa de la pediatra que no se esperaba aquello y le sonrió - ¡lo estaba deseando! – le susurró – por favor, cariño, no hagas tonterías – le pidió acariciándole la mejilla y alejándose con una carrera sin darle tiempo a responder, dejándola con una sonrisa dibujada en sus labios y una sensación de calidez en su alma.

- No las haré – prometió en voz baja, viendo cómo se alejaba.

Con un profundo suspiro, giró la silla y se acercó a una señora mayor que acompañaba a un pequeño de unos seis años, solo tenía un corte en la espalda y algunas contusiones, interpretó por los gestos que le hacía la señora que el pequeño se había caído en las rocas del río pero ya le preguntaría a Nadia cuando volviese. Miró hacia Alba y volvió a suspirar, ¡estaba deseando quedarse a solas con ella!

Germán y Alba acudieron con presteza a atender a los recién llegados, la mayoría solo estaban agotados y deshidratados pero el médico separó a tres de ellos y frunció el ceño al tratar a un anciano, sus síntomas le indicaban un nuevo caso de malaria y por lo que veía no era el único, como él se encontraba un pequeño de unos tres años y un joven de unos trece.

La enfermera se enteró que llegaban desde el norte huyendo de las razias de la guerrilla que se han dedicado a arrasar aldea s saqueando todo a su paso y secuestrando niñas y adolescentes como cuando estaban en su máximo esplendor.

- Alba cuando termines de acomodarlos búscame una cama en la sala infantil.

- Eso va a ser imposible.

- Pues tiene que serlo, este niño no puede estar sin monitorizar.

- Germán está todo hasta arriba es imposible.

- ¿Y en aislamiento? este niño está muy mal.

- En aislamiento no tengo ni idea de cómo estarán. ¿Le pregunto a Nadia?

- No déjalo. Ve con ellos, y despeja todo esto, ya me encargo yo de él.

La enfermera se marchó y regresó media hora después. La sonrisa en sus labios era la señal del éxito obtenido, lanzó una fugaz mirada hacia donde ya no debía estar Natalia, pero comprobó que se equivocaba, la pediatra seguía allí con Nadia y Alba borró su sonrisa y frunció el ceño, llevaba demasiado rato al sol, debía estar agotada y aquellos excesos no podían ser buenos para ella.

- ¿Algún problema? – le preguntó Germán al ver su gesto de contrariedad.

- No, todos están acomodados, pero como esto siga así no va a caber nadie más en unos días.

- Estamos peor que cuando la guerra era abierta. Esta tregua es una mierda.

- ¿Qué has hecho con el pequeño?

- Lo he mandado a infantil. Si al final de la tarde sigue igual lo meto en aislamiento.

- ¿Crees que se salvará?

- Está muy débil – negó con la cabeza mostrando su desesperanza – no lo creo.

- ¿Hemos terminado? – preguntó sorprendida al ver solo dos chicos alrededor del médico.

- ¡Qué mas quisiera! este sol es insufrible, he mandado a los demás debajo de los árboles.

Alba permaneció en pie miró hacia donde le indicaba el médico y comprobó que debía haber allí más de una treintena de personas, aguardando ser atendidas.

- Todavía están ahí – comentó señalando hacia Natalia y Nadia.

- Ya las veo.

- Germán...

- Ya lo sé... no me lo digas porque estoy de acuerdo contigo, pero creo que ya están con la última.

- ¿Todavía?

- Se habrá complicado la cosa, confía en Nat, seguro que en cuanto terminen con ella se entra y descansa. Y si no lo hace te prometo que la entro yo.

- Vaaale – aceptó resignada - ¿seguimos?

- No sé, ¡estoy muerto de hambre! – dijo de pronto el médico sorprendiendo a Alba que lo miró divertida y a un tiempo extrañada, nunca lo había visto interrumpir el trabajo, era capaz de comer cualquier cosas mientras seguía atendiendo pacientes.

- ¿Y cuando no? – le preguntó burlona.

- Deberíamos parar un poco y comer algo. ¿Tú no tienes hambre?

- Pues no mucha, he desayunado bien y anoche... cené demasiado.

- Ya... - sonrió con malicia – cenar...

- Sí – lo miró comprendiendo por donde iba. – cenar, ¿a qué no imaginas dónde llevé a Nat?

- Pues conociéndote... la llevarías al restaurante del Sheraton, todo pijerío para compensarla de todo esto.

- No, no – apretó la boca con una sonrisa de suficiencia – ni siquiera cenamos en Kampala.

- ¿En Jinja?

- Sí – sonrió de tal forma que Germán la entendió al instante.

- No serías capaz de meterla en...

- ¡Sí! ¡las costillas más famosas del país! y le encantaron, repitió tres veces.

- ¡Qué burra eres!

- Pero ¿por qué?

- Joder Alba, eso es demasiado fuerte para ella, si hace dos días que no era capaz de comer casi sólidos y ...

- Pues le sentaron estupendamente y esta mañana ha desayunado más que yo. Y mírala, ahí sigue, tan tranquila.

- No sí al final verás tú como esta lo único que tiene es cuento - soltó una carcajada mirando hacia donde Natalia y Nadia estaban terminando con la última chica del grupo – porque yo estoy que me muero por beber algo y descansar, ¿tú que dices? nos entramos un rato.

- Por mí perfecto, reconozco que también estoy cansada, estos meses de descanso me han hecho perder la forma.

- Bien, pues... vamos a terminar con estos dos chicos y descansamos un rato. Coge ahí, sujeta fuerte que voy a ver si consigo ajustar este vendaje.... ¡mierda! que no hay forma. Anda acompáñalo dentro y que lo hagan en el dispensario, así no hay manera, de paso te traes más vendas, las vamos a necesitar, ya me encargo solo del que queda – suspiró – ¡ah! y... pásate por el baño.

- ¿Por el baño? – lo miró desconcertada y el asintió - ¿por qué?

- Porque Nadia acaba de dejar a Nat en él – le dijo enarcando las cejas divertido - ¿no la has visto pasar?

- ¿Cómo quieres que la vea? – refunfuñó mirando sobre su hombro, efectivamente ya no estaban allí. Se incorporó y le dio un beso rápido al médico, agradecida por el aviso. Cruzó unas palabras con el chico para que la acompañase al interior y se volvió hacia él de nuevo – Y tú ¿qué! ¿no le quitas ojo! ¡estás preocupado!

- Bueno... digamos que me está sorprendiendo agradablemente su aguante, pero... quiero estar seguro de que está bien.

- ¿Terminas solo? – le preguntó con una enorme sonrisa, solo de pensar que iba a su encuentro.

- Vete tranquila, esto no es nada – le indicó levantando las cejas y haciendo un leve movimiento de cabeza en dirección a los baños – anda ve, necesitará ayuda para salir de allí.

Alba entró en el edificio con precipitación, pensó que Natalia estaría en el baño y no en las duchas y allí se dirigió, efectivamente no se equivocaba. La pediatra estaba en el último lavabo, haciendo un esfuerzo por refrescar sin ponerse chorreando.

Alba sonrió al ver lo bien que se manejaba sola a pesar de las dificultades que le ocasionaba el que nada estuviese a su altura. Se acercó a ella sin que la pediatra se diese cuenta y la abrazó por detrás, posando sus labios en la mejilla y eternizando ese beso unos segundos, Natalia supo al instante de quien se trataba y por primera vez desde que sufrió el asalto, no se asustó ni se sobresaltó, cerró los ojos e inspiró profundamente, imbuyéndose de su aroma, disfrutando de aquel contacto y deseando permanecer abrazada a ella toda la vida.

- ¿A quién esperabas? – le preguntó extrañada de no verla inmutarse.

- A nadie – respondió acariciando su antebrazo.

- ¿Y no te he asustado?

- No. Sabía que eras tú – volvió la cara hacia ella sonriente.

- Creí que no me habías oído entrar.

- Y no lo he hecho, pero... no sé... de pronto... sentí que estabas ahí – reveló mirándola fijamente a los ojos.

- Nat... - empezó a decirle, pero fue incapaz de continuar ante la intensidad de aquella mirada que parecía adentrarse en su mente y anular su pensamiento.

- ¿Qué? – preguntó sonriendo ante la cara absorta de la enfermera.

- ¡Te quiero! – susurró apoyando las manos en los brazos de la silla e inclinándose hacia ella con intención de besarla, pero en el último instante se detuvo y continuó observándola.

- Ven aquí – tiró de ella deseando hacer lo que la enfermera parecía no atreverse – yo también estaba deseando verte – le dijo bajando la voz con una mueca de complicidad.

- Nat, aquí no, pueden vernos, ya te he dicho que....

- Vaaale – aceptó de mala gana - ¿has parado para comer?

- No.

- Y... ¿qué haces aquí? – le preguntó insinuante, imaginando que había entrado tras ella para buscar un momento de soledad.

- Germán me ha pedido que venga a echarte un vistazo.

La pediatra frunció el ceño, "¡vaya! y yo que creía que...", pensó molesta, pero la sonrisa de la enfermera que se agachó con rapidez y le dio un beso fugaz, hizo que, inmediatamente Natalia se olvidase de lo que iba a decirle, de la protesta que pensaba formular harta de que los dos estuvieran continuamente pendientes de ella y levantó el brazo perdiendo la mano en el pelo de la enfermera y atrayéndola hacia ella, recreándose en un nuevo beso, ese beso que tanto había estado añorando toda la mañana.

- Nat... - suspiró retirándose y sintiendo que el deseo crecía en ella de forma desmedida a pesar del cansancio y del calor.

- ¡Te he echado de menos! – reconoció encogiendo los ojos levemente y entreabriendo los labios en una invitación a que repitiera.

- ¡Y yo a ti! trabajamos bien juntas ayer ¿verdad?

- Sí – suspiró sin dejar de mirarla – ven aquí....

- Tengo que irme – le dijo cuando Natalia la cogió de la mano y tiró de nuevo de ella – Germán quiere que le lleve unas vendas y...

- Y también que me eches un vistazo y no veo que me hayas echado nada – le dijo socarrona y con una mueca burlona.

- Deberías parar y comer algo y darte una ducha para refrescarte, estás ...

- ¿Cómo estoy? – preguntó en el mismo tono de insinuación de antes.

- ¡Nat! no estoy bromeando ni jugando, hace demasiado calor, debemos estar a unos tres grados más que ayer y...

- ¿Y qué? – volvió a preguntar socarrona, y con unos ojos tan bailones que Alba negó con la cabeza sonriendo incapaz de mantenerse firme.

- Y... ¡espérame! – le prepuso bajando la voz y acercándose a su oído – termino en un rato y luego descansaremos una media hora, ¡iré a buscarte!

- No tardes – respondió sintiendo que las cosquillas revoloteaban de nuevo en su estómago.

- No lo haré – le prometió ya en la puerta.

Natalia la observaba con una enorme sonrisa en sus labios, pero de pronto la sirena sonó de nuevo y la sonrisa se borró de su rostro. Alba se detuvo en la puerta y miró hacia ella segura de que no podría cumplir su palabra.

- Llegan más heridos – le dijo con seriedad – no creo que pueda parar en un rato y ... lo siento, pero... tendremos que ...

- Lo sé – respondió con un deje de decepción – no te preocupes.

- Aún tardarán unos minutos – comentó cerrando la puerta y volviendo a entrar, con la intención de compartir esos minutos con ella, no soportaba ver esa expresión de tristeza en sus ojos y la tenía desde la primera vez que fue a ver cómo le iba el día.

- Nadia me ha dicho que vienen de una mina de carbón, del norte del país – comentó interesada.

- Sí – respondió acercándose a ella con lentitud, ligeramente insinuante pero Natalia parecía no percatarse, con su mente puesta en esos heridos y en lo que había visto esa misma mañana.

- No entiendo cómo los mandan hasta aquí, los hospitales de Jinja y Kampala le pillan más cerca, ¿no?

- Siempre están saturados, además nosotros estamos aquí para casos así.

- ¿Y esto no está saturado? – preguntó irónica recordando los esfuerzos que debía hacer cada vez que era necesario que alguien permaneciese ingresado.

- Germán dice que hace un par de días las lluvias provocaron un corrimiento de tierras y que no hay plazas libres en ninguno de ellos – le contó agachándose a su altura – Nat....

- Alba – la interrumpió, a la enfermera le pareció preocupada por algo - esta mañana... uno de los chicos que he atendido...tenía unas señales extrañas en los tobillos, como, como de argollas - le dijo mirándola fijamente y la enfermera supo que Natalia tenía la cabeza en otra cosa, se incorporó y se apoyó en el lavabo, mirándola con seriedad y cruzando los brazos sobre el pecho dispuesta a satisfacer su curiosidad.

- Si, algunas minas son explotadas en un régimen de semiesclavitud, sobre todo, las minas de diamantes del sur de El Congo – le explicó con rapidez - Uganda... participa en la guerra del país y se beneficia de ello.

- Pero... cómo... cómo no ...

- ¿Cómo no se denuncia? – la interrumpió imaginando lo que quería decirle con aire entre resignado y sarcástico.

- Sí, eso – frunció el ceño, pensativa – y si es esclavo en el Congo, ¿cómo ha llegado ese chico hasta aquí?

- No se denuncia porque todo el mundo lo sabe, Nat, y ese chico habrá huido y ahora trabaja aquí, en las minas de carbón o en las de coltán... que no es que sean mucho mejores, pero al menos son libres de hacer lo que quieran. Bueno, todo lo libre que se puede ser aquí.

- ¿Qué es el coltán...?

- Un mineral – sonrió al verla tan interesada - se usa sobre todo en telefonía móvil. Ni imaginas qué empresas tienen intereses aquí. Es más, algunas de ellas alientan las guerras civiles y negocian con gobiernos como el de Uganda para explotar ciertos yacimientos.

- ¿Qué empresas?

- Pues... Sony, Microsoft, Hewlett-Packard, IBM, Nokia, Intel, Motorola, Ericsson, Siemens, Hitachi. Bayer, - enumeró con rapidez - se dedican a comprar los productos y son las peores, ¡mucho más que las que tienen montadas empresas aquí! porque se dedican a especular e incentivar las guerras.

- No entiendo como los gobiernos no intentan montar sus propias empresas como desde aquí no... no se frena todo esto como...

- Nat, las peores de todas son precisamente las empresas de aquí.

- ¿Qué quieres decir?

- Que al que se le considera oficialmente, el malo, no siempre es tan malo.

- Pero no entiendo, cómo los gobiernos no impiden que se exploten así a sus ciudadanos cómo consienten que empresas de fuera.... tengan esclavos y... habría que denunciar casos así, no sé como no se hace algo para frenar a Estados Unidos y Reino Unido en la explotación de estas tierras.

Alba soltó una carcajada y la miró con suficiencia, pero le hizo una carantoña conciliadora para que no malinterpretase su risa.

- ¿De qué te ríes? – preguntó mohína.

- No te enfades, pero ¡aún te falta mucho por conocer de estas tierras!

- No me irás a decir que la mucha culpa de lo que pasa aquí no la tienen...

- Nat – la interrumpió – no tenemos mucho tiempo para hablar de política local – sonrió – pero si te interesa, cuando terminemos... ¡te doy unas lecciones! – le dijo insinuante.

- ¡No! dime porqué te ríes – la interrumpió molesta, sin aceptar su broma.

Alba se acercó y le acarició la mejilla con una sonrisa, no tenía ninguna intención de discutir con ella, ¡todo lo contrario! miró el reloj, suspiró, volvió a apoyarse en el lavabo y se dispuso a explicarle todo lo que desease saber.

- No te enfades boba – le repitió con ternura – es que... creo que estás muy equivocada. Las cosas no son tan simples como las veis allí.

- Pues explícamelas – le pidió esbozando una leve sonrisa.

- ¿Pero... a qué viene tanto interés?

- No sé... - suspiró y a Alba le pareció, de pronto, que Natalia parecía muy cansada - tú, quizás te has acostumbrado a todo esto pero... pero yo... cuando veo a un niño que no llegará ni a los diez años con esas señales me... me... ¡se me revuelve el cuerpo! y... no creo que no... que no se pueda hacer nada...

- Ya... – murmuró escudriñándola con atención, no sabía por qué pero tenía la sensación de que le ocurría algo más que no le decía - ¿es eso solo?

- ¿Te parece poco?

- No, pero... hay muchas cosas, ¡muchas! y... mucho peores que puedes ver – le dijo avisándola de que debía endurecerse – eres médico, Nat, y deberías estar acostumbrada ...

- Ya lo sé... - musitó bajando los ojos ante su recriminación, sintiéndose ligeramente avergonzada.

- No te avergüences, cariño – le pasó la mano por el pelo y se agachó dándole un rápido beso en la mejilla – no pretendía que sonara a reproche, ¡ojalá yo pudiera seguir sintiendo como tú lo haces ahora! – exclamó pensativa y Natalia levantó los ojos hacia ella comprendiendo que aquella vida, que las cosas que había visto y sufrido la habían endurecido.

- Eh... – le dijo cogiéndola de la mano al ver que se le habían humedecido los ojos – eh, ven aquí – le pidió tirando de ella – no quería entristecerte solo... saber qué pasa con esas minas... con esas empresas pero... ¡ven aquí! – la sentó en sus rodillas y la abrazó – ya está, princesa – la consoló imaginando lo duro que había sido todo para ella y culpándose por hacerla revivir lo que tanto se empeñaba en olvidar. Alba se separó y la miró sonriente.

- Soy una tonta, ¡perdóname!

- No, perdóname tú, la tonta soy yo por...preguntar tonterías – sonrió abiertamente.

- Es normal que quieras saber – dijo con ternura mirando hacia la puerta y levantándose de sus rodillas – creo que viene alguien – comentó, guardando silencio. Natalia hizo lo propio pero nadie apareció y Alba se volvió de nuevo, hacia ella.

- ¿Qué querías saber?

- Nada, solo me preguntaba cómo se permite que empresa de fuera vengan aquí, exploten esto y esclavicen a la población.

- Nat... ya te he dicho que las cosas no son tan simples – comenzó volviendo a echarse en el lavabo frente a la pediatra - aquí, las empresas de fuera como tú las llamas, son las únicas que tienen en unas condiciones aceptables a sus trabajadores. Además, no son ni Estados Unidos ni Reino unido los peores, hace tiempo que dejaron de ser el principal mercado y explotador de África.

- Entonces...

- Es China Nat, son los chinos los que explotan la mayoría de los países de aquí, los que arrasan con bosques y selvas en busca de madera, los que están implantando sus trabajadores cualificados y mantienen conciertos para contratar a trabajadores locales no cualificados, los hacen trabajar jornadas interminables y en algunos empresas, como las que se dedican a la minería lo hacen como ya te he dicho tratándolos como a esclavos. Ni imaginas como son las minas de diamantes, eso sí que te pondría los pelos de punta.

- Joder, ¡no tenía ni idea! – reconoció mostrándose casi avergonzada por su ignorancia - ¡de nada!

- Es normal, la mayoría de la gente no se preocupa por lo que ocurre aquí. Además Uganda es una... digamos excepción, está protegida por Estados Unidos, aquí no hay diamantes pero se accede fácilmente a ellos por la frontera con El Congo. Ruanda y Uganda, son los únicos países que reciben ayuda de muchos donantes para el desarrollo y parte de sus deudas externas fueron canceladas. Por eso aquí ves mucha más prosperidad.

- ¿Prosperidad? ¿aquí? – preguntó sarcástica, abriendo los ojos desmesuradamente.

- Si, Nat, tú no sabes lo que es Etiopía, Somalia o El Congo, ahí si que te agobiarías. ¡Allí no tenéis ni idea de lo que es esto! – exclamó con seriedad y cierto gesto despectivo - ¡ni idea!

- Eso no es verdad, hay gente que sí pensamos que... ¿porqué crees que concerté un acuerdo con Médicos sin Fronteras para... para colaborar... para...?

- Nat, ya sé lo que me vas a decir – volvió a interrumpirla consciente de que la había malinterpretado – pero no me refiero a eso – me refiero a lo que ocurre ahora y no de lo que pasaba hace siglos, eso ya no tiene casi nada que ver con la realidad. No estaba hablando de las condiciones de vida eso ya sé que sí os preocupa a muchos.

- Entonces... no entiendo como los gobiernos de aquí consienten...

- Son los nuevos ricos africanos los que explotan a sus paisanos, son ellos los que los dejan literalmente matarse por conseguir un mísero diamante, mientras ellos esperan en sus cochazos perfectamente trajeados, para comprarlo por cuatro duros y especular con ellos.

- No entiendo...

- El comercio de diamantes debería estar regulado, hay pasases que lo han intentado y lo han conseguido pero en otros es el propio gobierno, a través de su ejercito el que controla el circuito, y el que explota a su gente.

- Pero eso es...

- Horrible, ya lo sabemos, hay muchas cosas de aquí que lo son, y que no se conocen.

- Pero yo creía que el imperialismo colonial era el que...

- Fue, Nat, hoy las cosas han cambiado. Se han derrocado gobiernos solo por la lucha del circuito, ¿por qué crees que hay guerrillas con las que no se logra terminar! ¿de donde crees que sacan las armas! ¡pero si hasta se conoce que el grupo palestino de Fatah es uno de los controladores del circuito de diamantes.

- Pues... - Natalia bajó los ojos, perpleja, asombrada, acongojada y ligeramente avergonzada por toda su ignorancia de aquella tierra, que cada vez se le antojaba más bella, misteriosa, terrible y sobrecogedora, y que cada vez necesitaba más conocer – habría que hacer algo – musitó casi sin fuerza.

- Bueno... ahora lo que tendrías es que descansar un poco y no preocuparte tanto por cosas que están por encima de tus posibilidades.

- Pero nuca lo habéis intentado! digo... hacer algo... denunciar... no sé – la miró con tanta desesperación que Alba se enterneció.

- Nosotros solo podemos paliar algunos efectos de esas torturas a los que los someten en las minas, denunciar algún caso y poco más. Hacemos lo que podemos.

- Pero es.... poco, ¡muy poco! – exclamó con las lágrimas saltadas....

- ¿Se puede saber qué te pasa? – se atrevió a preguntarle sin rodeos – porque tú no estás así solo por eso.

- Nada que... me... impresiona todo lo que me cuentas que... - respondió esquiva.

- No me refiero a ahora, no a todo lo que te he contado, me refiero a antes...

- ¿Cómo antes?

- Hace horas que te veo... sensible – le dijo manifestándole sus sospechas - ¿te ha pasado algo con Nadia?

- ¡No! claro que no, es una chica encantadora, ¿por qué crees eso?

- Entonces porqué estás... triste.

- No estoy triste es que... - miró hacia abajo, era increíble cómo Alba era capaz de adivinar sus sentimientos – es la chica de ayer, al final tenía malaria y....

- Ha perdido al niño – adivinó sin necesidad de que ella le contara nada.

- Si – suspiró abatida.

- Era de esperar Nat, cuando no se coge a tiempo, es lo normal, y suerte si consigues salvarla a ella.

- Ella sí, yo creo que se salvará. Pero... Nadia me dijo que nunca habían perdido un niño y yo...

- Nat... eso que te dijo se refiere a las madres que vienen aquí desde primera hora, las que aceptan escuchar las charlas en las aldeas y admiten un seguimiento, no las madres que llegan sin revisión alguna con más de veinte semanas de gestación y ya enfermas – sonrió con suficiencia – te aseguro que puedes darte por satisfecha de haber salvado a la chica.

- Pero.... si ayer yo... hubiese sido más...

- Ayer tomaste la decisión más adecuada, cariño, te tienes que acostumbrar a que aquí... las cosas son... diferentes a que...

- Da la sensación de que la vida de una persona no vale nada, de que...

- Es que no lo vale, Nat, ya te lo dije.

- ¿Sabes? antes me estaba acordando del día que te enseñé mi coche y... ¡me da tanta vergüenza!

- Serás tonta - se agachó y la besó levemente – Nat... – suspiró clavando sus ojos en ella – has hecho todo lo que has podido y lo has hecho muy bien.

- Pero se puede hacer mucho más... si hubiera un laboratorio en condiciones y personal para hacer las analíticas, si pudiéramos...

- Nat....

- Ya... el dinero.

- ¡Exacto! Y no le des más vueltas, cariño, tú no tienes culpa alguna de que haya perdido al bebé. Y no va a ser el único caso, en la carreta que ha llegado hay un par más con malaria y un niño que casi seguro también la tiene.

- No entiendo porqué no usan las mosquiteras, ¿para qué las repartís?

Alba la miró y sonrió, intentando decirle que no se preocupase tanto por todo, que debía ir adaptándose a todo aquello poco a poco y tomarse las cosas con más calma como ya le decía Germán, pero no le dijo nada de aquello, no quería incidir en su malestar y sabía que esas palabras solo contribuirían a contrariarla.

- Anda ven aquí, mi amor – le dijo tirando de la silla - refréscate un poco y deja de pensar en ello, ahí fuera sí que hay gente a la que puedes ayudar, aquí no podemos pararnos a pensar en eso. No hay tiempo.

- Vale - aceptó – lo intentaré.

- Ya verás como te acostumbras – le dijo comprensiva.

- ¡Gracias!

- ¿Gracias, por qué? – la miró extrañada.

- Por escucharme y por... conocerme.

- ¡Ay! – suspiró enternecida - ¡Si en el fondo eres una tontona, con esa fachada de dura y estirada y...! - bromeó haciéndole una carantoña.

- ¡Oye! – la interrumpió - ¿estirada yo! ¡será posible! – protestó haciéndose la ofendida, Alba soltó una carcajada.

- Anda vamos, que ya deben estar echándonos de menos y los heridos deben estar a punto de llegar, no puedo dejar a Germán más tiempo solo.

- Entonces... ¿vais a parar para comer? Nadia me ha dicho que nosotras parábamos ahora, aunque si llegan más heridos... quizás....

- Si, en cuanto terminemos con el chico que está examinando Germán, pararemos un rato. Pero tú, no es que vayas a parar, tú es que vas a comer y descansar – casi le ordenó dirigiéndose hacia la puerta.

- Bueno eso... ya lo veremos. Hay mucha gente esperando – respondió yendo tras ella.

- Sí que la hay – admitió, con la mano en el picaporte, mirándola seriamente por encima del hombro - y tú no querrás ser uno de ellos, ¿no?

- No seas exagerada que yo ya estoy bien.

- Nat – se detuvo y la observó – te lo digo en serio, por la tarde el calor es insoportable. No puedes estar al sol, cariño.

- Vale – aceptó – la verdad es que me vendrá bien descansar. Iré a echarle un vistazo a Josephinne y a la chica de la malaria, por cierto, que ni siquiera sé como se llama – reconoció casi avergonzada.

- Descansar Nat, es descansar, nada de echar una mano en maternidad ni ir de ronda.

Natalia la miró y le sonrió resignada a soportar esos arranques maternales de la enfermera, pero sin intención alguna de hacerle caso.

- No me pongas esa cara – la señaló con el dedo interpretando a la perfección su gesto – Nat, por favor... - comenzó de nuevo a regañarla, pero otro toque de la sirena la hizo detenerse - ¡ya están aquí! – exclamó mirando el reloj y comprobando que habían tardado en llegar menos de lo que había calculado, frunció el ceño con contrariedad, no quería que Natalia continuase trabajando pero no podía pararse a insistirle, la pediatra volvió a sonreír, sabía lo que estaba pensando.

- Que sí, que voy a descansar, no me lo digas más y no te preocupes que voy a haceros caso.

- Cariño, si yo estoy encantada de que trabajes pero es por tu bien, aún no puedes...

- Alba – la cortó - ¿me has oído? – le preguntó burlona al ver la expresión contrariada de la enfermera - que te he dicho que voy a descansar y no voy a estar al sol – repitió mirándola divertida.

- Eh... – balbuceó mientras asimilaba las palabras que había escuchado, estaba tan convencida de que Natalia le diría que no se iba a descansar que ni siquiera estaba escuchando lo que le decía – perdona... yo...

- Anda, gruñona, vamos fuera – río abiertamente consiguiendo que la enfermera se inclinase a besarla con rapidez, siempre temerosa de que alguien entrase y las descubriese, aliviada de ver que Natalia parecía convencida de descansar y agradecida por ver que ni siquiera se molestaba con ella le dijera lo que le dijera - ¿salimos o no? – insistió al verla parada mirándola embobada – creo que tienes razón y van a empezar a pensar que nos ocurre algo.

- Sí vamos... - murmuró reaccionando, ¡estaba deseando que llegara la noche y poder tumbarse a su lado, besarla y abrazarla sin tener que estar escondiéndose.

Salieron del baño y Alba se situó a su espalda ayudándola a bajar el par de escalones de acceso. El fuerte sol las golpeó de lleno, las dos hicieron un gesto de contrariedad y la pediatra se pasó la mano por la frente, dispuesta a hacerles caso y permanecer toda la tarde en el interior de los pabellones.

- Dios, ¡qué calor! ¡esto es insoportable! – exclamó con sinceridad - a veces pienso que es peor ir un rato al baño, porque cuando sales...

- Sí, pero es necesario – reconoció la enfermera – si no te refrescas de vez en cuando es imposible aguantar.

- ¡A mí me los vas a decir!

- Nat... ¿te dejo en el comedor o prefieres la sala de descanso?

- Prefiero buscar a Nadia.

- Nat – protestó en tono recriminatorio.

- Le he dicho que comería con ella – se justificó.

- Bueno, en ese caso, aquí te quedas - le dijo entrándola en el comedor – luego nos vemos.

- Hasta luego, cariño – susurró tan bajo que Alba casi ni la oyó pero adivinó sus palabras, se giró y le hizo un gesto con la mano de ir a azotarla, al tiempo que sonreía divertida.

"Yo qué te he dicho", dibujaron sus labios sin que pronunciara palabra, recriminándola por esas muestras públicas de afecto, al final iba a conseguir que alguien se diese cuenta. Natalia enarcó las cejas, encogió los hombros y soltó una carcajada, perdiéndose hacia el interior del comedor.

Cuando Alba llegó junto a Germán el médico ya estaba separando por orden de gravedad a los recién llegados.

- ¿Dónde te habías metido? – le preguntó con una media sonrisa al verla llegar.

- Donde tú me dijiste – respondió con rapidez, devolviéndosela - ¿son muchos?

- ¡Demasiados! – exclamó con cansancio.

- Germán, debes descansar un poco – le dijo con cariño, él la miró y torció la boca en una mueca de resignación.

- Aquél chico de allí, ve cogiéndole una vía – le pidió sin responder a su recomendación.

- ¿Hay que operarle?

- Sí, prepáralo todo.

- ¿Alguno más?

- No sé, aún no he terminado – respondió auscultando a otro joven que parecía tener dificultades al respirar.

La enfermera obedeció, cogió la vía y dio las indicaciones oportunas para que trasladasen al chico al interior, se marchó con él y preparó todo en quirófano. Luego, acudió de nuevo junto a Germán.

- Todo arreglado, ¿operaras tú?

- Sí, Sara se encargará de este grupo y Nadia de los de allí.

- Nadia está comiendo – le dijo con una sonrisa – y tú deberías hacer lo mismo.

- Nadia está allí – le señaló un grupo a lo lejos, Alba miró hacia el lugar que le indicaba con un gesto de contrariedad, imaginando que Natalia estaría con ella – y nosotros comeremos algo en cuanto terminemos con éste chico y luego operamos – le dijo con calma – parece que ha tenido suerte, vamos a escayolarle la pierna y listo, no hará falta que se quede aquí.

- Si – respondió distraída – no veo a Nat.

- Pues está allí, con Nadia, ha salido hace un momento, ¿no le has dicho que se quede dentro?

- ¡Claro que se lo he dicho! – exclamó frunciendo el ceño e intentando localizarla.

- Lacunza... Lacunza... - murmuró preocupado mirando también hacia el grupo – vamos, niña, tenemos que entrar.

- Pero Nat...

- No debería estar ahí, lo sé, pero hay muchos pacientes Alba... y... ella parece estar bien.

- ¿Tenemos para mucho rato? – le preguntó resignada.

- No, solo es una fractura, hay que fijarla, no creo que tardemos mucho, ¿por qué?

- Porque en cuanto salgamos me la voy a llevar de aquí, quiera o no – respondió decidida.

- ¡Ay, Albita! – sonrió pasándole el brazo por encima de los hombros, mientras caminaba hacia el comedor – ¡no vas a aprender nunca!

- ¿Qué quieres decir?

- Deja que Lacunza tome sus decisiones, te lo he dicho muchas veces.

- La dejo, pero no voy a dejar que no se cuide, si ella no es capaz de parar la pararé yo.

- Uy... uy... qué mamaíta me has salido. Ten cuidado que "tu niña", es más rebelde de lo que tú crees.

- Mi niña hará lo que yo le pida – sonrió con malicia – de eso me encargo yo.

- Muy segura te veo.

- ¿Y no es eso lo que querías?

- Yo solo quiero que seas feliz – le dijo con cariño – pero ten cuidado, Lacunza... ¡es mucha Lacunza!

- Es un cordero con piel de lobo – sonrió pensando en ella - ¡si lo sabré yo!

- Bueno, vamos a comer algo y a terminar con esa fractura y luego, sácala de aquí, le vendrá bien.

Pero cuando salieron de quirófano los dos tuvieron la impresión de que en la explanada había más gente que antes. Y que los distintos grupos en vez de disminuir habían aumentado. Alba suspiró, incapaz de marcharse de allí dejando a sus compañeros con todo aquel panorama. Miró a Germán y él comprendió que no se marcharía. Se acercaron a Sara y se pusieron con ella a terminar con el grupo de los heridos en la mina. Durante una hora trabajaron sin descanso y casi sin hablar, el cansancio comenzaba a hacer mella en ellos, pero por fin parecía que la explanada iba quedándose más y más vacía, y que el fin de la jornada podía llegar antes de lo que esperaban.

Unas decenas de metros mas allá, Nadia atendía a una anciana que presentaba una quemadura en la mano, mientras Natalia, auscultaba a un bebé. La matrona curó y vendó la mano de la anciana y se volvió hacia la pediatra, que ya había terminado con el pequeño.

- Está muy bien – le dijo tendiéndole al niño con una sonrisa – no parece que tenga nada, ¿por qué lo han traído?

- Nació prematuro y le recomendamos que lo trajese a revisión – respondió entregándoselo a su madre y despidiéndola, contenta de ver que el pequeño evolucionaba bien.

- Con este calor no deberían traerlos si no les ocurre nada – le aconsejó.

- Es difícil convencerlos para que los traigan, y ni te cuento implantar horarios – dijo volviéndose hacia ella con una sonrisa cada vez se encontraba más a gusto a su lado - ¡Nat! – exclamó mirándola - ¡te sangra la nariz!

- Eh... - se sorprendió llevándose una mano a ella, ni siquiera lo había notado – es verdad – afirmó buscando en el bolsillo un pañuelo.

- Espera, déjame a mí – se ofreció solícita inclinándole la cabeza hacia adelante y presionándole con el dedo índice y el pulgar el tabique nasal – ¿te pongo un taponamiento?

- No, tranquila, no es nada, con el pañuelo se me cortará - le dijo retirándose del grupo seguida de la comadrona – sigue tú, yo estoy bien, en cuanto pare voy yo – le pidió sin querer llamar la atención.

- Deberías entrar – le recomendó recordando lo que Germán le dijera de ella, y viendo que cada vez sangraba más, desobedeciendo, se acercó a ella y, con decisión volvió a inclinarle la cabeza – no te incorpores que es peor – le dijo con firmeza - déjame, por favor, que te vas a poner perdida.

- No es nada – insistió apartándola con suavidad.

- Creo que es mejor que entres – volvió a repetirle – solo quedan dos chicas y yo puedo examinarlas sola.

- Sí, creo que sí – aceptó, levantando la cabeza y comenzando a sentirse ligeramente mareada – será lo mejor.

En el otro extremo, Germán se incorporó de pronto y permaneció en pie, Alba levantó la cabeza hacia él extrañada.

- La herida ya está limpia, ¿vas a darle los puntos o se lo pido a Sara? – le preguntó, pero él pareció no escucharla - ¡Germán! – lo llamó - ¿qué miras? – preguntó incorporándose también con la intención de comprobar qué era aquello que llamaba tanto su atención.

- Lacunza... creo que le ocurre algo.

- ¡¿Qué?! – casi gritó, mirando hacia ellas asustada, viendo como Nadia se agachaba junto a Natalia que permanecía con la cabeza inclinada hacia abajo, orientada a un lateral de la silla y creyó que estaba mareada o vomitando.

Sin pensar en el chico que atendían, sin escuchar a Germán que la llamaba y sin reparar en todos los pacientes que debía sortear, inició una alocada carrera hasta ella, sentía el corazón disparado y no precisamente por el esfuerzo, sino por el miedo que experimentó al pensar que a Natalia le ocurría algo. Llegó al grupo, en segundos, seguida de Germán, que le había pedido a Sara que diera los puntos al chico.

- ¡Nat! – llegó casi sin resuello más por el nerviosismo que por la carrera – Nat... qué.... qué pasa.

- Le sangra la nariz – explicó Nadia obligando a la pediatra a mantener la cabeza agachada cuando hizo el intento de incorporarse para verlos – no es nada, ahora le pongo un taponamiento.

- Nadia, gracias, déjame a mí – pidió Germán apartando a la chica y, levantándole levemente la cabeza a la pediatra, para que la mantuviese por encima del corazón, pero manteniéndola inclinada hacia delante y siendo él el que siguió presionando en el tabique nasal – Alba humedece una gasa que...

- Germán que no hace falta, si... ya apenas sangro... - intentó negarse a que le hicieran nada.

- Lo que hace falta lo decido yo – la interrumpió tan cortante que todas guardaron silencio – Alba esa gasa – la apremió con autoridad.

- Toma – se la tendió con presteza mirando con aprensión la cantidad de sangre que había en el suelo. Había visto miles de veces casos similares pero éste era distinto, esa sangre era de Natalia y eso a ella la desesperaba. Sabía lo que podía significar un sangrado de nariz en una persona con sus antecedentes clínicos y sentía pánico solo de imaginar la mejor de las opciones.

- Presiona tú aquí, Alba – le pidió, incorporando a Natalia, e introduciendo el taponamiento - ¡Alba! ¡espabila!

- Sí, sí – respondió apretando en el mismo punto en el que estaba presionando Germán, mirando a la pediatra con aprensión, le parecía que tenía muy mala cara - ¿qué te pasa, Nat? – le preguntó, con el pánico reflejado en su mirada, al ver que estaba muy pálida y que permanecía con los ojos cerrados.

- Nada, ya os lo ha dicho Nadia, solo me ha sangrado la nariz – respondió con hastío.

- A ver, Lacunza... abre los ojos y mírame – le pidió comprobando su reacción al levantar la cabeza - ¿te mareas? ¿te duele la cabeza? ¿tienes ganas de vomitar?

- No me mareo – respondió secamente, palideciendo aún más y cerrando de nuevo los ojos, demostrando que mentía – ni me duele la cabeza, estoy bien.

- Lacunza no me mientas.

- No me duele la cabeza, Germán – respondió frunciendo el ceño – y... me mareo un poco pero es normal, llevo a pleno sol más de dos horas, quince minutos con la cabeza hacia abajo, es normal que al levantarla me maree un poco – respondió con genio y el médico sonrió al ver que no parecía ni desorientada ni confusa - se... puede saber ¿qué hacéis aquí los dos? – musitó mirándolos y pasándose una mano por la frente – hay gente esperando.

- Debe ser del calor – intervino Nadia sorprendida de tanto revuelo solo por un simple sangrado de nariz – debería entrar y... echarse un poco de agua.

- Sí, Nadia tiene razón, Lacunza, vamos dentro, a pesar de todo quiero echarte un vistazo.

- No es nada, Germán, ya casi no sangro – repitió exhalando un suspiro de impaciencia.

- Nat, por favor, ¡vamos dentro! – le suplicó Alba con tanta desesperación que la matrona la miro extrañada.

- No os preocupéis tanto, es algo que me ocurre de vez en cuando – reveló consiguiendo que Germán adoptase un aire pensativo y frunciese el ceño contrariado, nunca le había contado nada de eso ni lo había leído en su expediente – solo me ha dado demasiado sol.

- Sí, puede que tengas razón, por eso vas a entrar, ¡ya! – le dijo Germán, en un tono tan autoritario que Natalia lo miró sorprendida – y me vas a contar con detalle eso de que te ocurre de vez en cuando.

- ¡Y encima no te has puesto el sombrero! – protestó Alba mostrando su enfado sin disimulo alguno - ¿cómo hay que decirte las cosas? - le recriminó sin tapujos.

- Alba, no empieces – la cortó bruscamente.

- Bueno, bueno, vamos a calmarnos – pidió Germán con una sonrisa intentando que no se enfrascaran en una discusión delante de todos – y tú, Lacunza, hazme caso y ve a darte una ducha y a descansar. Ahora voy yo a ver si esto se debe a algo más que al sol.

- Yo la acompaño – se prestó Nadia solícita.

- Bien – aceptó Germán que rápidamente se dio cuenta de la mirada que le estaba echando la enfermera al ver cómo permitía que Natalia se marchase con la comadrona – un momento Nadia, necesito hablar contigo – le pidió – Alba ¿te importa acompañar tú a Nat?

- Claro pero ¿y los heridos? – preguntó la enfermera, en un intento de disimular su interés en ser ella quien la acompañase, ganándose una mirada recriminatoria de Germán que iba acompañada de una mueca de impaciencia, ¡no era momento de juegos!

- Sal en cuanto puedas, y tú Lacunza, sigue presionándote cinco minutos y si en diez no se ha cortado la hemorragia me llamas – le dijo enarcando las cejas y volviéndose hacia la matrona – Nadia ¿puedes hacerme un favor? – le preguntó al tiempo que le indicaba a la enfermera con la mano que cogiese a Natalia y la entrase.

- Claro, tú dirás.

Alba, obediente, se situó en la espalda de Natalia y comenzó a empujar la silla con velocidad, pero antes de que se alejase demasiado, Germán dio una carrera, la frenó y le susurró algo al oído que Natalia no fue capaz de escuchar, Alba asintió y el médico volvió junto a Nadia. Permaneció con la vista puesta en ellas, viendo como la enfermera entraba a toda velocidad, no quería que Natalia estuviese más tiempo al sol, además tenía la sensación de que la pediatra estaba cada vez más pálida y su preocupación iba en aumento al ver que apenas había intervenido en la conversación, y que cuando lo había hecho la había notado casi sin fuerzas. Su rostro era reflejo de la preocupación que sentía y Nadia, que conocía bien su gesto, alertada, se decidió a averiguar qué era lo que pasaba por su mente.

- ¿Ocurre algo? – acabó preguntando la chica al ver que el médico no le pedía ese favor y se mostraba con un aire hosco.

- Eh.. no nada – respondió pensativo.

- Querías hablar conmigo – le dijo en un tono tan temeroso que él la miró y sonrió, aliviando a la chica que se temía alguna reprimenda, por no haber estado pendiente de Natalia.

- Solo quiero pedirte un favor – le reveló bajando la voz – no pongas esa cara mujer – sonrió afable – no es nada serio.

Nadia le devolvió la sonrisa y respiró aliviada esperando a conocer que era lo que ella podía hacer por él.





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