La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 53

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By marlysaba2


Llegaron al campamento sobre las nueve de la mañana, Natalia tuvo la sensación que nada había cambiado desde la noche anterior, que nadie se había movido de sitio, sentía que el tiempo estaba detenido en aquel lugar. La historia de Ngai retumbaba en sus oídos, sus ojos se clavaban uno tras otro en todos los grupos de familiares que entonaban su lacónico cántico, situados entorno a los enfermos que esperaban ser atendidos. La aprensión que experimentara el día anterior al traspasar aquel portón se había convertido en una opresión profunda que le atenazaba el corazón, ya sabía porqué cantaban y eso no contribuía a que se sintiera mejor, todo lo contrario, ese conocimiento le provocaba una congoja desmedida y un sentimiento de impotencia, de insignificancia, ¿cómo hacerles entender que aquello no iba a servirles de nada? Iba a necesitar tiempo, mucho tiempo, un tiempo que no tenía, para acostumbrarse a todo aquello.

- Lacunza – le sonrió Germán que permanecía con la puerta abierta mirándola divertido ante el gesto compungido que mostraba con la vista clavada en la multitud que se agolpaba frente al dispensario. Estaba tan ensimismada que ni siquiera se había percatado de que el médico había detenido el jeep, había sacado su silla y esperaba que ella se girase para ayudarla a descender – Lacunza – le gritó introduciendo parte de su cuerpo dentro del coche y consiguiendo que Natalia saltase en el asiento sobresaltada - ¿estás bien? – le preguntó risueño.

- Si, si.... Perdona – dijo girándose y mirándolo que una expresión tan abatida que Germán se preocupó.

- ¿Seguro! no es necesario que hagas nada si... estás cansada o... ¿te has mareado?

- Tranquilo, solo... estaba pensando... - se sonrojó – parece todo tan.. tan como ayer...

- ¿Y cómo quieres que parezca? – soltó una carcajada aliviado al comprender lo que le ocurría – anda, ven aquí – continuó menos burlón y mucho más cariñoso izándola y sentándola en su silla – sé a lo que te refieres – intentó hablar en voz baja al ver que Phillips llegaba hasta ellos – el tiempo aquí tiene otra medida, parece que... todo es más lento... que las cosas no cambian y que.. por muchos pacientes que veas un día al siguiente todo está igual...

- ¡Eso! – exclamó mirándolo agradecida.

- Ya te lo dije ayer... ¡te acostumbrarás! es cuestión de tiempo. Verás cómo al final acabas entendiéndolos y entendiéndote con ellos.

- Bueno... no creo que pueda hacerlo... me iré antes...

- Siempre puedes volver en los veranos, lo hacen muchos médicos.

- Lo sé – murmuró pensativa.

- Ahí tienes a Alba – le dijo señalando a su espalda. La enfermera llegó con un rictus de seriedad que extrañó a ambos.

- ¿Ocurre algo? – le preguntó Germán.

- Sí, han avisado por radio, te hemos estado llamando, pero no recibías la señal – le dijo la enfermera en tono de recriminación.

- ¡Mierda! Se me ha olvidado conectarla – reconoció mirando a Natalia - ¡joder! no sé cómo he cometido un fallo como ese.

- Es culpa mía, no he dejado de preguntarte cosas y ...

- ¡Qué va a ser culpa tuya! – la cortó mirando a Alba – ¿qué pasa? – la apremió.

- Tenemos dos problemas, han llamado a André, tiene que sumarse a los efectivos que están intentando acorralar al grupo de guerrilleros.

- ¿Se sabe dónde? – le preguntó frunciendo el ceño, eso si que era un inconveniente, no podían desplazarse sin el ejército a no ser en los jeep.

- A unos ochenta kilómetros al noroeste.

- Bien... - musitó rascándose la barbilla - ¿Es seguro?

- Todo lo seguro que son esas informaciones.

- ¿Y el otro problema?

- Bueno el otro en realidad son dos más, la guerrilla antes de desviarse hasta Aboro, ha arrasado dos aldeas, se prevé que en una hora empiecen a llegar al campo más de un centenar de heridos...

- No podremos atender a todos, tendremos que desviar a Kampala los casos graves y al campamento los leves – comentó calibrando con rapidez las posibilidades e intentando pensar cual sería la mejor manera de proceder.

- ¿Y nosotros qué hacemos? – preguntó Natalia sorprendida de que quisiese quitarse a todos de encima.

- Encargarnos de los que no puedan ir, ni a uno ni a otro sitio, la mayoría no podrán esperar a ser trasladados, cuando veas como llegan lo me preguntas – respondió con seriedad - eso es lo que haremos, ¿entiendes?

- Si... - musitó enrojeciendo sin esperarse ese tono.

- Hay algo más – lo interrumpió Alba recriminándole con la cabeza la forma en que le había hablado a Natalia -... los compañeros de Aboro... tenían detectado un brote de malaria en una de las aldeas asaltadas.

- Joder.. ¡lo que nos faltaba! ¿y cómo Oscar no nos ha dicho nada de ese brote?

- Se le habrá pasado – dijo con retintín la enfermera apretando los labios mostrando lo que opinaba del inspector.

- ¡Este tío es imbécil! ¿cómo pretende que nos hagamos cargo de todo eso?

Alba se encogió de hombros, no sabía lo que pudiera pretender Wizzar, lo que si sabía es que iba a ser un día de los peores.

- Bueno... bueno... vamos a organizarnos – dijo Germán girando sobre sí mismo, paseando la vista de un lugar a otro y volviéndose a sus compañeros – Gema y yo nos encargamos de los heridos. Phillips, tú te encargas con Samantha de la tarea diaria, no quiero a nadie del campo en la explanada, la quiero libre para los que lleguen. Avísale a Samantha, si hay algún caso urgente se tendrá que encargar ella. Y dile que llame a Nadia, tiene que volver de Kampala. Alba llama a Jesús, y que se preparen. Lacunza te quiero despejando esto, ve grupo por grupo, al que no necesite atención inmediata que se marche y vuelva en unos días.

- Germán... - protestó Alba – sabes...

- Ya sé que vienen del quinto coño – la cortó airado, Natalia nunca lo había visto así de serio – pero qué quieres, ¿qué se extienda el brote? me juego la cabeza a que más de la mitad de los heridos vienen infectados. Y no quiero aquí a las embarazadas salvo que sea estrictamente necesario – se volvió hacia Natalia - Lacunza, despejadme esto, ¡ya! – ordenó autoritario. Natalia miró a Alba sin saber muy bien lo que debía hacer.

- Vamos Nat, ven conmigo – dijo la enfermera – no te preocupes Germán, nosotras nos encargamos, en menos de una hora está esto libre.

- ¡Gracias! – sonrió por primera vez desde que la enfermera se acercara con las novedades.

- Phillips, vamos dentro hay que prepararlo todo – le dijo al joven – quiero los dos quirófanos listos y libres. Manda a todos a la parte de atrás, nada de pasearse por aquí y...

Natalia ya no pudo seguir escuchando sus indicaciones, el médico se alejaba con rapidez camino de uno de los edificios del fondo seguido de Gema.

- ¡Vamos, Nat! – la espoleó Alba, que la miró ligeramente preocupada, Natalia parecía apabullada.

- Alba... yo... ¿no crees que Germán debería...? - balbuceó temerosa, no se creía capaz de hacer aquello, pero tampoco quería negarse y por otro lado no entendía cómo Germán se marchaba dejándola allí con aquella tremenda responsabilidad.

- Germán y tú sois los dos únicos médicos que hay aquí. Él se va a encargar de las operaciones urgentes y te aseguro que habrá más de una - Natalia abrió unos ojos como platos ¿operar? - No te preocupes que está acostumbrado. Ha ido a organizar los quirófanos y los ayudantes que necesita. Ahora viene – se adelantó a sus pensamientos.

- Pero yo... no sé si voy a saber...

- Tú tienes que ser rápida, yo te ayudo – le sonrió mostrándole su confianza - La mayoría de las madres vienen a revisiones, eso ya lo sabes. En días como hoy no se hace ninguna, ni se hacen pruebas de VIH. Las mandamos de vuelta a sus aldeas.

- Pero tú has dicho que viven lejos y...

- Algunas sí. No te preocupes que ellas sabrán lo que hacer.

- Y ¿las que necesiten atención?.. ¿qué hago?

- Solo si la atención es inmediata, Nat.

- Vale – aceptó con cierto temor - ¿y los demás?

- A los demás tendrás que echarles un primer vistazo, si pueden esperar se marchan, si crees que no, formamos un grupo allí – le señaló el lugar dónde el día anterior habían estado trabajando Sara y Phillips – y luego, cuando esté esto despejado, nos ponemos con ellos.

- Vale – dijo pensativa – Alba... ¿qué se entiende aquí por "puede esperar"?

- Lo mismo que allí. Esto es como urgencias, Nat, tú imagínate que estás en el hospital y piensa en si lo ingresarías o no. El que no lo necesite se marcha, el que creas que debe ser atendido me lo dices y ya me encargo yo.

- Vale.

- ¡Vaya día para estrenarte sola! – le sonrió animándola - lo vas a hacer muy bien, ¡ya verás!

- ¿Tú crees? – le preguntó sin mucha convicción mostrando la inseguridad que sentía.

- ¡Estoy segura! – exclamó - ¿preparada?

Natalia apretó los labios en su ademán característico de circunstancias y asintió.

- Pues ¡vamos! - le dijo la enfermera con tanto entusiasmo que Natalia sintió una alegría enorme de tenerla a su lado, segura de que sin ella sería incapaz de hacer lo que le había pedido Germán.

- Vamos - repitió siguiéndola.

La enfermera se acercó al primer grupo les dirigió unas palabras y Natalia observó como todos se situaban en fila ante ella. Dos de las mujeres que había allí se levantaron y se retiraron. Natalia comenzó a examinar al primero, un chico joven que según le decía Alba padecía dolor abdominal y diarrea. La pediatra miró a Alba, necesitaba hacerle pruebas para saber algo más.

- No puedes hacer pruebas, Nat, ¿crees que aguanta hasta mañana?

- No sé... sin... - volvió a mirarla, no podía decidir sin más, Alba enarcó las cejas impaciente, a ese ritmo sería imposible despejar la explanada en menos de una hora.

- Nat... no hay tiempo – la apremió

- Entiendo... ¿hay medicamentos?

- Casi ninguno.

- Bien... pues... que beba mucha agua, dile que se tome algún potingue de esos que me disteis a mí el primer día. Fiebre no tiene, ni calambres, no está deshidratado... - enumeró más para sí intentando convencerse de la decisión tomada.

- Bien, ¿siguiente?

- Eh... sí – respondió mirándola dubitativa. La enfermera habló con el chico y su acompañante, una mujer que a Natalia le pareció su abuela, debía rondar los sesenta años, y que le ayudó a levantarse con sumo esfuerzo. Cuando ya se marchaban Natalia, se detuvo en la exploración que estaba haciendo y gritó, "¡espera!".

- Nat, ¿qué pasa? – la recriminó la enfermera.

- Alba no quiero que se vaya, dile a su abuela que espere con él en los árboles.

- Nat....

- ¡Por favor!

- De acuerdo – aceptó – pero es su madre no su abuela - le aclaró con una sonrisa, corriendo en pos de ellos.

Tras darles las indicaciones oportunas, regresó junto a la pediatra.

- Nat...

- Ya lo sé, ya lo sé, no me lo repitas más, no puedo tardar tanto, pero... no lo tengo claro y necesito más tiempo con él.

- ¿Este si puede marcharse? – le sonrió con timidez.

- Sí – admitió.

Continuaron unos tras otro, a medida que más pacientes examinaba más segura se sentía la pediatra de lo que hacía. Finalmente, y cuando apenas quedaban unos minutos para que se cumpliese la hora de trabajo, consiguieron terminar con el último grupo. Habían logrado que en la explanada quedasen apenas treinta personas. Y Germán llegó hasta ellas con una carrera, se había cambiado de ropa y se había puesto una bata.

- Vaya, Lacunza - exclamó gratamente sorprendido – me has dejado impresionado – sonrió - Yo que venía a echarte una mano.

- No hace falta, ya está todo controlado – intervino Alba con una enorme sonrisa de orgullo – Natalia ha estado estupenda.

- Ya lo veo, ¿cansada? – preguntó mirando a la pediatra que parecía bastante acalorada.

- No, no – se apresuró a responder – es... este calor...

- Sí, hoy va a apretar de lo lindo – comentó Germán mirando al cielo – no son ni las diez y debemos estar ya cerca de los treinta y siete grados.

- No te preocupes que ya me encargo yo de que hoy sí se ponga el sombrero y de...

- Eso espero – la cortó mirando nervioso hacia el grupo que había formado Natalia - ¿todos esos están graves?

- No todos, pero hay cosas que no pueden esperar – respondió frunciendo el ceño. Estaba especialmente preocupada por tres de ellos, dos niños de corta edad y una anciana – solo tres están realmente mal, pero... – dudó un instante con la sensación de que la estaban examinando – hay una pierna rota, un hombro dislocado, tres heridas ulceradas tienen fiebre y...

La sirena los alertó de que llegaban los primeros heridos.

- Ya me lo contarás – le dijo dándole una palmadita en el hombro – en cuanto pueda me paso. ¡Vamos Gema! – gritó y salió a recibir a los camiones.

Natalia lo observó en la distancia sintiendo que todo aquello era abrumador, ¡y ella se quejaba del estrés de Madrid!

- Nat... deberíamos empezar.

- Sí, si, perdona – reaccionó – con rapidez – Alba quiero que a los dos pequeños los atendamos dentro y a la anciana también.

- ¿Cuál?

- La del vestido verde.

- Ahora mismo va a ser imposible que entremos, empezamos aquí y en cuanto haya sitio libre nos avisan.

- Vale.

- ¿Por cuál empezamos?

- Por el niño que se ha caído en la hoguera, voy a necesitar anestesia para hacerle las curas y... ¿no hay anestesia? – se interrumpió al ver la cara que le estaba poniendo la enfermera.

- Si hay, es poca – respondió – y solo se usa en casos de verdadera necesidad.

- Este lo es.

- Me refiero a operaciones muy graves, Nat.

- Pero es un niño... No va a aguantar el dolor y ...

- Ya lo sé Nat, pero te sorprendería ver lo que son capaces de aguantar, sobre todo ellos.

- ¡Joder! – murmuró llegando al grupo – no entiendo como no se puede... Cuando llegue a Madrid voy a... - se calló al ver que Alba no la escuchaba y que se había alejado de ella.

La enfermera estaba dando unas instrucciones a los enfermos y a los familiares de los que estaban peor. Les dijo que se situaran en pequeños grupos en función del número que Natalia les había ido asignando, y que indicaba la gravedad de su estado. Natalia llamó por señas a la madre del pequeño con quemaduras y comenzó su trabajo, el pequeño no dejaba de llorar y Natalia sintió que se le saltaban las lágrimas, sabía el daño que le estaba haciendo. Aquello iba a resultarle mucho más duro de lo que había imaginado.

Dos horas después, el calor en el campo era insoportable. Alba miraba a Natalia temiendo que todo aquello fuese demasiado para ella, pero la pediatra seguía atendiendo a los pacientes sin mostrar ninguna señal de desfallecimiento. Los dos pequeños y la anciana ya estaban ingresados, había escayolado una pierna y efectuado las curas a dos chicos con úlceras en las piernas. Cuando estaba terminando con el último miró hacia la enfermera.

- Dile a la embarazada que le toca a ella – le indicó.

- Ahora mismo – dijo llamando a la chica que se levantó ayudada por otra mujer mayor y se acercó a la pediatra - no sé porqué has insistido en que se quede, no debería estar aquí, aún le faltan meses para dar a luz y... con el brote de malaria quizás hubiera sido mejor que....

- Que yo sepa la malaria no se transmite de persona a persona – la cortó, escuchando con la trompetilla.

- Ya Nat, pero las mujeres y niños menores de cinco años son los grupos que corren un mayor riesgo, y Germán no quiere que estén aquí, los mosquitos pueden venir en la ropa, en los camiones...

- ¿Cómo que pueden venir! ¿aquí no hay?

- Si hay, pero... aquí... – se interrumpió al ver que Natalia enarcaba las cejas.

- No es que no quiera hacer caso a Germán, Alba – la cortó molesta – estas pensando eso, ¿no? - dijo adivinando lo que le ocurría a la enfermera

- Si – musitó cabizbaja – pero es que... ¡no sabes con que rapidez se puede propagar un brote! sobre todo cuando hay heridos.

- Puedo imaginarlo – musitó pensativa – ya sé que se contagia por la sangre...

- Perdona, Nat, yo no quería que sonara a...

- No, perdona tú mi tono de antes – dijo levantando la vista hacia la enfermera que permanecía en pie esperando a que Natalia le ordenase lo que hacer con ella - pero... esta mujer no está bien, ya sé que le falta aún para dar a luz pero, tiene fiebre muy alta, quiero que le preguntes si ha vomitado, si tiene diarrea y si le duele la cabeza o está mareada.

- Ya se lo preguntamos antes, en la primera selección.

- Pues se lo preguntamos otra vez, no... no me acuerdo de lo que nos dijo.

- Claro – sonrió conciliadora, no quería que Natalia interpretase sus palabras como una recriminación o como que no se fiaba de su criterio, se dirigió a la chica y luego miró a Natalia – dice que sí.

- ¿Qué sí a qué?

- A todo – respondió Alba frunciendo el ceño ahora también preocupada.

- Alba... pregúntale cuántos días lleva así.

- Dice que dos, que cuando salió de su aldea estaba bien, pero vino porque le tocaba revisión, al parecer tuvo problemas en el primer parto.

- Entiendo... ¿de dónde viene! ¿de muy lejos?

- Del norte, de una aldea cercana a Agoro – saltó con rapidez y encogiéndose de hombros se explicó – ya se lo he preguntado.

- ¿Cerca de donde se ha detectado el brote?

- Sí.

- Vale – musitó pensativa.

- ¿Qué quieres que hagamos, Nat? – acabó inquiriendo la enfermera al ver que no decía nada.

- ¿Tenemos Paracheck?

- No, Nat, aquí no. En el campamento si puede que haya algunas, pero... aquí no. Son demasiado caras.

- ¿Caras? pero si son baratísi... - se calló al ver la cara de Alba y bajó los ojos avergonzada.

- Cuestan medio dólar cada una y eso aquí... - le explicó poniéndole la mano en el hombro para que entendiese.

- Es mucho dinero, ya lo sé – murmuró negando con la cabeza.

- No te agobies, ¿en serio crees que puede ser malaria?

- No lo sé... los síntomas se pueden confundir con otras enfermedades. Sácale una muestra de sangre - le indicó - ¿cuánto puede tardar el análisis? – le preguntó mientras la enfermera hacía su trabajo.

- No sé, habrá que enviarlo a Kampala, no creo que hayan mandado ningún técnico.

- ¿Pero aquí no hay laboratorio como en el campamento?

- Sí, pero con los recortes presupuestarios echaron a la chica que los hacía... a veces... si les sobra tiempo Germán o Sara dedican las últimas horas del día a hacerlos pero... nadie más de aquí sabe... bueno... salvo que hayan cambiado las cosas desde que no estoy.

- Tiene demasiada fiebre – le comentó mostrando su preocupación – ¿puedes tranquilizarla? – le preguntó al ver que la joven se removía nerviosa y comenzaba a sollozar aferrada a su acompañante que inició la entonación de uno de aquellos cánticos que erizaban el vello de la pediatra – dile que vamos a hacer todo lo que podamos, que no se asuste.

- Ya lo saben Nat, teme por su bebé.

- Tú díselo – le pidió compungida – ¡por favor!

La enfermera, obediente, cruzó unas palabras con ellas mientras Natalia terminaba de auscultarla. Esperó paciente a que lo hiciera con los ojos clavados en ella, ligeramente preocupada. Natalia cada vez se implicaba más en todo aquello, a ella le satisfacía esa idea, era lo que había buscado desde el principio, pero ahora, trabajando allí a su lado, viéndola sufrir con cada inconveniente, con la escasez de medios, con cada caso, sentía que quería protegerla, quería alejarla de todo aquello y hacerla feliz.

- Esta fiebre hay que bajársela – rompió Natalia su silencio sacando a Alba de sus cavilaciones - Además, está sudando y tiene escalofríos.

- Podemos darle un antipalúdico, de eso si tenemos.

- Prefiero esperar al resultado del análisis – se negó con rotundidad.

- Pero si es malaria...

- Está embarazada, Alba, no quiero arriesgarme, si es malaria perderá al niño de todas formas y si no lo es... - la miró fijamente - si es una simple gripe o una gastroenteritis, podemos llegar a salvarlo.

- Tienes razón – le sonrió al verla hablar cada vez con más seguridad. Se volvió hacia la chica y tras darle paracetamol con un poco de agua les indicó que entrasen en el dispensario.

- Joder esto es... desesperante... - suspiró la pediatra pasándose la mano por la frente cuando Alba terminó con ellas.

- Lo sé – volvió a sonreír - ¿quieres que hagamos una parada y tomemos algo? son más de las doce.

- ¿Más de las doce? ¿ya? – dijo abriendo los ojos sorprendida – se le había pasado el tiempo volando - no, no, mejor seguimos y paramos para comer.

- ¿Tienes hambre?

- ¡Ya lo creo! – exclamó enarcando las cejas – y no sé ni como con el atracón me habéis hecho darme en el desayuno.

- Pues... en días como hoy...

- ¿No se para?

- Sí, bueno... cado uno para cuando ve que puede o cuando lo necesita. Pero no creo que paremos antes de las dos y media o tres... ¿quieres que te traiga algo?

- No, pásame al siguiente – le pidió – al chico del brazo roto – le dijo - así mientras las acompañas a ellas dentro yo me encargo de escayolarlo – le señaló a las dos mujeres que permanecían en pie cerca de ellas, desconcertadas sin saber muy bien a dónde dirigirse.

- ¿Seguro que puedes sola?

- Sí, tranquila, si me dejas todo a mano... – respondió mirando hacia Germán que había vuelto a salir del interior, esperando la llegada de más heridos – ¿vienen más heridos? – preguntó al escuchar el ruido de motores.

- Seguro – sonrió viendo como el médico saltaba con rapidez al primero de los camiones que acababa de aparecer por el portón.

- Germán es rápido – comentó Natalia.

- Sí, tiene que serlo, de sus decisiones dependen muchas vidas.

- ¡Lo admiro! – afirmó con la vista clavada en el camión y Alba sonrió para sus adentros, ¡quién la había visto y quién la veía ahora!

- Él también a ti – le revelo ante la cara de perplejidad de Natalia – ahora mismo vuelvo.

- Vale – respondió accionando la silla y siendo ella la que se acercó al joven que mantenía el brazo pegado a su cuerpo y sujeto por la otra mano.

Alba se marchó hacia la sala de maternidad, ayudando a caminar a la embarazada y seguida por la madre de ésta a la que no dejó entrar con su hija, y le indicó que debía ir a la parte de atrás, a las chabolas del campo, pero antes se encargo de que le dieran una mosquitera.

Mientras, Natalia intentaba hacerse entender con el joven. Apenas tendría trece o catorce años. La pediatra le sonrió y señalándose así misma le habló con dulzura, intentando transmitirle calma, aunque no parecía en absoluto que estuviese asustado.

- Nat – dijo sonriendo, indicándole su nombre y señalándolo a él para que le dijera el suyo, pero el joven permaneció callado. Alba le había dicho con insistencia que antes de tocarlos debía hablarles aunque no la entendiese, mostrarse cariñosa, así confiarían en ella y la dejarían hacer. Pensando en ese consejo la pediatra repitió la acción – Nat – volvió a decir y lo señaló de nuevo a él.

- Yaya – pronunció al fin el chico llevándose la mano, con todos los dedos juntos, a la cara a la altura de la boca – yaya – repitió y Natalia tuvo la sensación de que más que decirle su nombre le pedía algo.

- Muy bien Yaya, vamos a ver ese brazo – le dijo en inglés con la esperanza de que el chico la entendiese.

El joven asintió y Natalia comenzó a examinarlo y prepararlo para la escayola.

- ¡Ya estoy aquí! – llegó Alba con una carrera.

- No hacía falta que corrieses tanto – la recibió con una sonrisa contenta de haberse hecho entender y de que el chico no mostrase ninguna reticencia hacia ella - ¡que te va a dar algo!

- Tranquila, estoy acostumbrada a estar de aquí para allá – le sonrió alegre de ver que Natalia se preocupaba por ella.

- Bueno... pues esto ya está, Yaya – le dijo al chico, sonriendo. Alba la miró con una mueca burlona – deberíamos darle un calmante – le indicó a la enfermera – hoy le va a doler.

- Pero puede marcharse, ¿no?

- Si, claro, puede marcharse, esto no es nada.

- Muy bien – respondió buscando entre las cosas y preparando una inyección – con que... ¿Yaya? – preguntó enarcando las cejas acentuando el tono burlón.

- Si – sonrió satisfecha de haber logrado que le dijera su nombre, aunque por la expresión de la enfermera supo que algo la divertía – me ha dicho que se llama así, ¿qué pasa! ¿por qué me miras con esa cara?

- Con que te ha dicho que se llama Yaya – soltó una carcajada – Natalia al decirte su nombre... ¿no se habrá llevado la mano a la boca?

- Si – la miró desconcertada. Alba se giró hacia el chico y luego hacia Natalia.

- Tú yaya... quiere comer – se burló de ella y luego habló con el chico – Nat, te presento a Dennis – bromeó -primera palabra que vas a aprender hoy, ¡arroz!

- ¿Yaya es arroz?

- ¡Exactamente! – respondió divertida.

- Pues... ¡vaya! – exclamó con aire de decepción y ligeramente avergonzada – habrá pensado que estoy como una cabra.

- No te preocupes que no creo que se haya enterado de nada – le acarició la mejilla - ¡además! Le has curado el brazo y le has quitado el dolor, para él eso es más que suficiente – le explicó dándole la espalda y hablando de nuevo con el chico, le indicó que podía marcharse después de la comida.

El muchacho se levantó y se lanzó sobre Natalia tocándole el pelo, sonriendo y besándola. La pediatra se sorprendió de aquella efusividad y correspondió con una sonrisa agradecida. Alba los miraba disfrutando con la escena. Finalmente, el joven se marchó camino de la zona de acampada y Natalia permaneció absorta mirando cómo se alejaba.

- ¿Seguimos? – le preguntó la enfermera.

- Sí, vamos a terminar – dijo con un hondo suspiro, mirando a los cinco pacientes que quedaban.

- ¿Seguro que no quieres descansar un poco! Nat... que son cinco y....

- Seguro – dijo arrastrando la palabra mostrándole que estaba cansada de que le preguntase continuamente.

- Vale, vale, no te lo digo más – respondió contenta de verla tan animada – pero si ves que necesitas parar...

- ¡Qué sííí, mamaíta! – le sonrió agradecida por su preocupación y Alba le devolvió la sonrisa acompañada de una leve y disimulada caricia en la mano.

Al cabo de media hora, aún estaban afanadas en su trabajo cuando Germán llegó hasta ellas con una carrera.

- ¡A las buenas tardes! – bromeó risueño – siento no haberme pasado antes pero ha sido imposible – se disculpó poniendo la manos sobre el hombro de Natalia.

- No te preocupes – respondió Alba - ¿qué tal te ha ido a ti?

- Acabo de salir del quirófano y en quince minutos entro otra vez.

- ¿Necesitas ayuda?

- No, tranquila, ya está todo organizado – la miró agradecido - ¿cómo va eso, Lacunza?

- Muy bien – respondió Alba – casi terminando con este grupo.

- Lacunza, quiero que te vayas a descansar – le dijo mirándola fijamente.

- Estoy bien, Germán, solo nos queda examinar a esas dos mujeres.

- Son las tres y media, deberías descansar y comer algo, luego sigues – insistió observándola detenidamente.

- Prefiero terminar – se opuso con decisión – luego te prometo que paramos.

- Que paráis no – sonrió – que se acabó por hoy para ti – afirmó con rotundidad y no me mires así que es una orden.

- Pero Germán...

- Poco a poco Lacunza, por hoy ya está bien – continuó y haciéndole una carantoña en la mejilla le dijo mucho más amable - ¡muchas gracias por todo! sin tu ayuda hubiéramos estado desbordados.

- ¡Me encanta trabajar aquí! – le dijo con sinceridad – soy yo la que debería darte las gracias, por dejarme hacerlo y... y por... por todo.

- Bueno, bueno, Lacunza, que estás hecha una sensiblona – se mofó al ver que se le humedecían los ojos, emocionada. Alba le acarició el pelo, consciente de lo duro que era todo aquello y de los esfuerzos que hacía Natalia para adaptarse – Alba, coge el jeep – se dirigió a la enfermera haciéndole un guiño que Natalia no pudo ver – y os tomáis la tarde libre, Gema y yo vamos a pasar aquí la noche, André ha llamado, han conseguido acorralar al grupo de guerrilleros, pero parece que va para largo que puedan cogerlos a todos. Ya sabes que no me gusta desplazarnos con el equipo sin ellos, así es que esperaremos a mañana.

- ¿Entonces dormimos aquí? – preguntó Natalia.

- Sí, dormimos aquí.

- Pero... no decías que no había sitio.

- Ya nos apañaremos – sonrió - ¿por qué no vais a Jinja? os dais un paseo, os tomáis un helado... ¡lo que daría yo por un buen helado! Y descansas de todo esto un poco.

- No sé – dijo la pediatra mirando a Alba.

- Germán tiene razón, Nat, pareces cansada, despejarte un poco te vendrá bien.

- Lo dicho, a las duchas, a comer y a divertirse, os esperamos para la cena.

- Pero Germán...

- No hay "peros", Lacunza, o me haces caso o mañana no vienes.

- Vale – aceptó de mala gana.

- Me voy que me esperan en quirófano, y luego tenemos que organizar la fumigación de las chabolas porque está claro que no va a haber forma de convencer a todos para que usen las mosquiteras que les hemos repartido, así es que... - se interrumpió ante los gritos que estaba profiriendo un hombre que entraba por el portón en bicicleta - ¡joder! a ver qué pasa ahora – suspiró corriendo hacia allí.

Las dos permanecieron observándolo, intentando adivinar qué ocurría. El hombre detuvo la bicicleta y cruzó unas palabras con el médico que rápidamente se volvió a atender a alguien que iba en la parte de atrás. Alba llamó la atención de Natalia.

- ¿Terminamos con ellas? – le preguntó llamándole la atención, segura de que no era nada de importancia, Germán se encargaría.

- Sí – suspiró con tal aire de cansancio que Alba se alertó.

Y no se equivocaba, detenerse a charlar no le había sentado nada bien a la pediatra. Mientras estaba activa y concentrada en su trabajo se había olvidado del calor, del dolor en los brazos, del hambre y del ligero mareo que sentía, pero tras pararse esos minutos a pleno sol, y comenzar de nuevo a examinar a aquella joven que no dejaba de vomitar, sintió que estaba agotada y que, ahora sí, estaba segura de que Germán tenía razón, sería mejor que le hiciese caso y en cuanto terminase con aquellas dos, se diese una ducha y descansase un rato.

- ¿Estás muy cansada? – le preguntó terminando de hacerle la cura a la última de las pacientes.

- Si, la verdad es que empiezo a estarlo – admitió, mirando hacia Germán que seguía arrodillado en el suelo junto a la bicicleta, acompañado ahora por Gema que había salido hacía un par de minutos en busca del médico.

- A ver si podemos irnos cuanto antes – le sonrió – termino la cura y nos vamos a la ducha. ¡Ya verás cómo te encanta Jinja! es una ciudad pequeña pero preciosa.

- Seguro... - dijo ligeramente abatida y Alba la miró extrañada.

- Que si estás muy cansada y prefieres quedarte aquí... no vamos a ningún lado, hablo con Nadia y puedes echarte un rato en su cuarto o en el de Samantha.

- No, no... no las molestes, ¡me encantará dar una vuelta!

- Muy bien, pero antes vamos a refrescarnos y comer algo.

- ¡Sí! estoy deseando meterme en la ducha y beberme un litro de agua – exclamó – y luego ...

- ¡Lacunza! – escucharon la voz de Germán - ¡Lacunza! – volvió a gritar - ¡ven! ¡ven, aquí!

Natalia miró hacia él y luego a Alba que había terminado de recoger todo. La enfermera había mudado el gesto ilusionado que mostraba hablando de sus planes, por uno de auténtica preocupación. Conocía a Germán suficientemente y reconocía su tono de apremio en aquella llamada.

- ¡Vamos! – le dijo a Natalia.

- ¿Qué ocurrirá?

- ¡Problemas! – respondió dando una carrera y adelantándose a ella que la seguía con dificultad debido a la irregularidad del terreno.

Natalia llegó hasta ellos cuando Alba ya estaba arrodillada junto al médico. Al verla, Germán se levantó, su cara mostraba una seriedad inusual en él y la pediatra comprendió que no solo estaba preocupado si no que también estaba nervioso.

- Lacunza, ya sé que no tengo derecho a pedirte esto pero... - se mordió el labio superior y tomó aire – no lo haría si no fuera la única opción.

- ¿Qué pasa?

- Tienes que ayudarme, dime qué opinas – le indicó a la chica que era sostenida por Gema y Alba.

Natalia abrió los ojos mostrando su sorpresa, pero sin decir nada se acercó a la joven, y tras explorarla, miró a Germán.

- Está de parto – le dijo sin entender qué le pasaba, debía haber visto muchos casos como ese.

- Germán, tenemos que entrar en quirófano, ¡ya! – lo apremió Gema, él la miró y la chica guardó silencio sin decir nada más, mirando hacia los pabellones de donde se acercaba Nadia, que ya había regresado, corriendo hacia el grupo. Germán se dirigió de nuevo a Natalia.

- Si – le dijo - y... lo siento, pero.... yo tengo que irme a quirófano – intentó justificarse observando a la comadrona acercarse agitada y volviendo sus ojos a Natalia - ¿puedes encargarte de ella?

- Germán, el chico no puede esperar más – lo apremió Nadia alcanzándolos.

- Voy – respondió – Nadia tienes que prepararlo todo, esta mujer va a dar a luz y tiene problemas, Gema ve dentro y revisa que esté todo listo en quirófano – dijo instándolas a que se marcharan, cuando se alejaron miró a Natalia – Lacunza, tendrás que encargarte de ella.

- Si – dijo continuando con la oreja puesta en la trompetilla – deberíamos entrarla ya, está sangrando mucho...

- Lacunza... creo que habrá que intervenir.

- Sí – musitó – no te preocupes, la aguantaré hasta que termines con el chico.

- No, tienes que encargarte tú, yo no puedo, no hay tiempo.

- Tranquilo, lo habrá, sé cómo aguantarla.

- Ya sé que sabes pero aquí no hay nada para hacerlo. Tienes que... estar tú presente, Nadia no va a poder sola, no me gusta nada esa hemorragia.

- Germán yo... no... - abrió los ojos desmesuradamente, ¿cómo le pedía aquello? – no... no puedo... yo...

- Tú eres su única oportunidad – posó su mano en el hombro, mostrándole su confianza y Natalia lo miró asustada.

- Nat... - Alba le sonrió – podemos hacerlo, Nadia y yo estaremos contigo.

- No, yo no puedo, no puedo... - repitió.

- Claro que puedes, Lacunza – elevó la voz levantándose - ¡Phillips! – gritó llamando al chico – tenemos que llevarla dentro.

- Germán, por favor – dijo Natalia mirándolo desesperada – no me pidas esto, hace cinco años que no entro en un quirófano.

- Por eso no te preocupes, no vas a entrar en ninguno – sonrió burlón.

- ¿Qué?

- Que solo hay dos y los tengo ocupados, tendrás que apañarte en la sala de maternidad – dijo alejándose - ¡Alba! – la llamó y la enfermera se levantó dejando a Natalia sola con la chica.

- ¿Qué pasa?

- No hay anestesia para todos, ya sabes lo que eso significa.

- Sí, lo sé – lo miró preocupada – Germán... Nat.... no sé si ella.... No creo que sea buena idea, está muy cansada y...

- Ayúdala, contigo lo conseguirá.

- ¿Y si no es así? tengo miedo de que...

- Alba, no hay más opciones, y sabes que si pudiese lo haría yo, pero no puedo y tengo prisa.

- Vale – aceptó viéndolo alejarse.

La enfermera corrió junto a Natalia, su cara mostraba la preocupación que sentía, no iba a ser fácil sacar a esa chica adelante y no había tiempo para trasladarla a Kampala. Natalia estaba asustada, su rostro se lo decía abiertamente y ella debía darle la confianza y las fuerzas que le faltaban.

- Nat, tenemos que entrar – le dijo apretando los labios y enarcando las cejas. La pediatra a pesar del calor, había perdido el color de sus mejillas y Alba la vio pálida, de nuevo parecía enferma.

- Alba no voy a poder.... – le dijo negando con la cabeza, abrumada.

- Tenemos que intentarlo, Nat – respondió con calma indicándole que no valían las negativas - no te preocupes que Nadia está acostumbrada, y yo lo he hecho muchas veces. Te ayudaremos.

- Pero en esta silla no voy a poder...

- La cama la pondremos a la altura que necesites... o si lo prefieres te sientas en el taburete que usan ellas.

- ¿No puedo negarme? – preguntó esperanzada.

- Claro que puedes – le dijo con una sonrisa - pero... si no la ayudas tú...va a morir.

- ¿Y si muere de todas formas?

- Nat, esta chica ha vuelto a nacer. Tiene la suerte de que hoy, tú estés aquí, si no hubieses venido, ni Nadia ni yo podríamos hacer nada por ella.

- Pero Germán sí.

- Germán habría escogido al más grave y, ese, es el chico. Y ella... no va a aguantar tres horas, hasta que él termine.

- Tengo miedo, Alba – reconoció al fin clavando sus desesperados ojos en ella - yo... hace mucho que no...

- Lo sé, cariño – se agachó a su altura y la besó ligeramente en la mejilla, manteniendo sus manos apoyadas en el brazo de la silla – y también sé que lo vas a hacer muy bien – la animó - ¿No eras tú la que me decías que operar es como montar en bicicleta! ¡una vez que aprendes no se olvida! - bromeó.

- Te mentía... solo quería impresionarte... para que... te pensaras lo de estudiar medicina

- No necesitabas hacerlo – le sonrió colocándose a su espalda – ¡vamos! no te lo pienses más. Yo te empujo, no tenemos tiempo que perder.

- Alba... ¿qué quería Germán? – preguntó resignada.

- Desearnos suerte.

- Ya... - murmuró incrédula.

- Le gusta hacerlo – dijo sin más explicaciones e intentando distraerla continuó con la charla - He estado hablando con la chica, las contracciones son muy frecuentes – le explicó entrando en la sala de maternidad y conduciéndola hacia dos lavabos que había al fondo, tras el biombo y junto a la camilla donde ya estaba echada la joven y Nadia, junto a ella, acompañándola, se encontraba perfectamente ataviada.

- Nat, no hay tiempo que perder, está perdiendo mucha sangre, tienes que lavarte...

- Voy, necesitaré que bajéis algo la camilla o que me sentéis en algo más alto – dijo respirando hondo y mirando a Alba angustiada – ayúdame - le pidió.

Ambas se cambiaron y lavaron. Nadia las observaba, mientras daba las indicaciones oportunas. Un chico llego con un taburete bastante alto y cuando Natalia estuvo lista la sentó en él. La pediatra inspiró un par de veces e intentó apartar su miedo y controlar el temblor de sus manos.

- Bien, vamos a empezar – dijo Natalia con un tono que pretendía ser de seguridad pero que Alba descubrió teñido de temor - a ver que tenemos aquí.

- Muchas mujeres tienen a sus bebés en casa, el primero lo tuvo en la aldea sin ayuda de nadie, pero tuvo problemas, por eso esta vez la convencimos de que tenía que venir a revisiones – le dijo Nadia mientras la pediatra comenzaba su trabajo ayudada por ambas.

- ¿Qué problemas? ¡mierda! – exclamó.

- ¿Qué pasa?

- Esta mujer tuvo desgarros y los tiene mal curados.

- Aquí es habitual.

- Va a ser más rápido de lo que creíamos – le comentó viendo los centímetros de dilatación.

- Sí – afirmó Natalia – el niño ya está aquí, pero... mucho me temo que.... – se interrumpió - Alba, ayúdame, coge de ahí – dijo levantando la vista hacia la madre que no dejaba de proferir alaridos – ¿no podemos darle nada?

- No te preocupes, aquí el parto siempre es natural.

- ¡Joder!

- ¿Qué pasa ahora? – preguntó Alba.

- Germán tenía razón vamos a tener problemas. Sangra demasiado – murmuró – dile que empuje – le pidió a la comadrona que estaba sentada junto a la chica intentando que controlase su respiración y se relajara, así el dolor sería menor y haciéndola descansar entre contracciones.

- Está muy débil, Nat – alzó la voz.

- Lo sé – respondió concentrada, frunciendo el ceño - No puedo – murmuró la pediatra – así no puedo.

- Nat, ¿la sentamos? – le preguntó Alba en un tono que sonó más a sugerencia.

- ¿Sentarla? – dijo más para sí, que para ellas.

- Aquí es normal dar a luz en cuclillas – le explicó Nadia – así haría más fuerza.

- Sí, incorporarla un poco – le pidió a ambas. Nadia, presionó ligeramente sobre la barriga de la chica en una maniobra que repetía con frecuencia.

- No hay manera, no, no, ¡déjala! – le ordenó - Alba, bisturí y tijeras.

- ¿Vas a cortar?

- No hay más remedio. No puedo orientar la cabeza, y si no nos damos prisa, no va a aguantar, está perdiendo mucha sangre – le dijo con rapidez – voy a hacerle una cesárea. Prepara la epidural, hay que ponérsela.

- ¿Epidural? Nat.... No hay

- ¡Joder! ¿cómo que no hay? No puedo hacerla sin anestesia.

- Pues ...

- Dame, voy a intentarlo con una episiotomía. Pero hay que ponerle algo.

- Corta – le indicó Alba – aguantará el dolor.

- Pero...

- ¡Corta!

Natalia tomó aire, se sentía mareada solo de pensar en lo que iba a hacerle, y el calor allí era insoportable. Inspiró hondo de nuevo y practicó un corte tan rápido que Alba no fue capaz casi ni de verlo. La enfermera sonrió, Natalia tendría dudas sobre su capacidad, pero estaba claro que no había perdido su habilidad.

- Así, muy bien, así – respiró Natalia aliviada – ya está.

- ¡Ya sale el niño! – dijo Nadia, dirigiéndose a la joven madre, que se dejó caer había atrás agotada. La comadrona se acercó a Natalia y se hizo cargo de la situación, cortó el cordón y cogiendo al pequeño se encargó de él.

Nadia lavó al niño y, tras comprobar que no había problema, lo acercó a su madre. Natalia permanecía pendiente de ella y de la expulsión de la placenta.

- ¿Pasa algo Nat? – le preguntó Alba situándose a su lado.

- Me temo que sí.

- Sangra mucho, ¿no?

- Sí, no deja de sangrar - murmuró.

- Nat, deja que te seque el sudor – se ofreció solícita - aquí hace demasiado calor pero es mejor para...- se interrumpió observándola - ¿estás bien? creo que...

- Si, si estoy bien. Vamos a tener que dormirla – la interrumpió Natalia – está perdiendo mucha sangre y no expulsa la placenta – miró nerviosa hacia Alba – vamos a tener que operar.

- Espera un poco – le pidió la enfermera – no han pasado diez minutos desde el nacimiento quizás....

- No voy a esperar, está claro que tiene problemas, Alba. tenía que haber hecho una cesárea desde el primer momento.

- Su primer parto ya fue difícil – le comentó Alba, con calma – es normal que....

- Ya lo sé y ya me lo habéis dicho – respondió nerviosa - pero ahora lo que me importa es que...

- El bebé está bien – le dijo Nadia, interrumpiéndola, dejando al pequeño en manos de una joven ayudante tras enseñárselo a su madre.

Alba miró a Natalia que parecía angustiada, no dejaba de sudar, el calor era insoportable allí dentro y sus nervios no acompañaban demasiado.

- Alba necesito que alguien la duerma ¡ya! – repitió nerviosa – no puedo frenar esta hemorragia.

- No hay anestesia Nat, ya te lo he dicho – le confesó al fin – de ningún tipo, tendremos que hacerlo sin dormirla.

- ¿Qué? – preguntó asustada – no puedo hacerlo sin dormirla, una placenta retenida solo puede extraerse con anestesia general.

- Germán lo ha hecho otras veces sin anestesia – intervino Nadia volviendo junto a ellas.

- Yo no soy Germán – respondió frunciendo el ceño, no lo iba a lograr, la chica iba a morir, y las palabras de Nadia volvieron a ella, "ni un solo fallecimiento en todos esos años", "hasta ahora, yo voy a tener ese honor", pensó angustiada. Y si no moría en la operación lo haría de una infección, esas no eran condiciones para nada.

- Nat... - la llamó Alba al verla pensativa, sin mover un dedo - ¿estás bien?

- Sí – musitó – ¿analgésicos tampoco hay?

- Sí – respondió la comadrona.

- Bien, pues inyectadle un sistémico.

- Le voy a poner un calmante, ¿te parece?

- Eso no será suficiente.

- Tendrá que serlo Nat – le dijo con calma la enfermera – es lo que hacemos.

- ¡Joder! – exclamó – no sé como...

- Tú haz lo de siempre.

- Esto es horrible.

- Nat, están acostumbradas al dolor más de lo que puedas imaginar, piensa que antes de cumplir los doce les practican la ablación, sin anestesia, sin calmantes y sin nada.

- ¡Joder! – murmuró sintiendo que a pesar del calor un escalofrío recorría su espalda, provocándole un ligero temblor por todo el cuerpo. Solo el hecho de pensar en practicar aquello sin ningún tipo de cuidados le hacía encogerse sin poder evitarlo.

- Nat... ¿preparada?

- Sí – murmuró.

La pediatra tomó aire y se decidió. Las tres se concentraron en la intervención. Nadia se sentó con la madre, tomándola de la mano, tranquilizándola e intentando que no pensase en lo que ocurría, controlando su pulso y midiendo sus fuerzas, si había algo en lo que tenía experiencia la comadrona era precisamente en eso. Natalia daba órdenes concisas, a las que Alba se adelantaba en la mayoría de las ocasiones. La pericia de la enfermera fue dándole confianza a la pediatra que, tras media hora de trabajo intenso, había logrado eliminar todo resto de placenta, controlar la hemorragia y cerrar a la chica.

- Gracias, Nat, muchísimas gracias – le dijo Nadia mirándola con admiración - ¡gracias a las dos! ¡le habéis salvado la vida!

Alba sonrió y la pediatra apretó los labios, y asintió sin responder, abrumada e impresionada por todo aquello, aún no era capaz de asimilar lo que habían hecho, además, la chica estaba muy débil y aún era pronto para felicitarse por nada. El niño era sano y no parecía tener problema alguno pero, Natalia, no las tenía todas consigo con respecto a la madre.

- ¿Antibióticos si habrá? – preguntó con tal deje de desesperación que Alba se enterneció.

- Si, tranquila – le sonrió quitándose la mascarilla.

- ¿Me ayudas a bajar de aquí? – pidió a la enfermera, que la miró preocupada.

Volvía a tener las ojeras muy marcadas y parecía agotada.

- Claro, ahora mismo te bajamos – le dijo haciendo una seña al mismo chico que había permanecido allí pendiente de todo por si necesitaban cualquier cosa - Has sido muy valiente para atreverte a operar – le comentó orgullosa.

- Ya... - musitó casi sin prestarle atención, no podía dejar de pensar en todo aquello, en la falta de medios, en los ojos de aquella mujer que tendría mucha suerte si no se producía ninguna complicación. Alba frunció el ceño ante el ensimismamiento de la pediatra.

- Nat... - le llamó la atención señalándole que estaba haciendo esperar al chico.

- Perdona – murmuró esbozando una leve sonrisa, apoyándose inmediatamente en el hombro del joven que la dejó sentada en su silla – Alba...necesito ir al baño.

- ¿Estás bien?

- Si – hizo una mueca encogiendo ligeramente los ojos manteniendo la sonrisa y tranquilizando a la enfermera.

- Nat, Josephine quiere darte las gracias – le dijo Nadia antes de que se marcharan.

- ¿Quién es Josephine? – preguntó sin recordar a quien podía referirse.

Nadia le indicó la cama y Natalia, sorprendida, se acercó a la joven que acababa de operar. La chica levantó lentamente la mano, su rostro mostraba un gesto de dolor que sobrecogió a la pediatra, no quería ni imaginar lo que tenía que haber sufrido y lo que le quedaba por pasar. La chica apretó su mano y Natalia murmuró unas palabras en inglés, diciéndole que descansara y no se preocupase, que todo había ido muy bien. Luego, giró la silla y salió del pequeño apartado. No podía creer que solo un biombo marcase la separación entre la enorme sala y el improvisado quirófano. La cabeza le daba vueltas, todo aquello era abrumador. Alba y Nadia la miraban sonrientes. Estaba claro que confiaban en que todo saldría bien pero ella tenía una extraña sensación, la sensación de que era imposible que fuera así.

- ¿Puedes subirle el calmante? – le preguntó a Nadia cuando llegó junto a ellas.

- No te preocupes, yo me encargo de Josephine. Ahora... vete a descansar, tienes mala cara.

Natalia asintió sin responder y Nadia volvió a marcharse perdiéndose tras aquel biombo verde.

- Anda, Nat, vamos a cambiarnos – dijo Alba mirando el reloj - ¡qué tarde se ha hecho!

- ¿Qué hora es? – preguntó la pediatra que había perdido completamente la noción del tiempo allí dentro.

- Casi las cinco.

- ¿Ya?

- Sí – la miró lanzando un suspiro, era prácticamente imposible que les diese tiempo a cambiarse, ducharse, comer algo e ir a Jinja antes de la hora de la cena. Natalia se percató de su aire de desilusión e imaginó a qué se debía, pero ella estaba tan cansada que no estaba segura de tener fuerzas para ir de excursión.

- ¡Estarás muerta de hambre!

- La verdad es que ya no – le sonrió encogiéndose de hombros, sería incapaz de comer nada después de lo que acababa de hacer – solo tengo sed, mucha sed y... quiero darme una ducha.

- Muy bien, vamos a buscar algo de beber y a darnos esa ducha.

- Ya no nos dará tiempo a ir a Jinja, ¿verdad? – preguntó mostrando también su desilusión.

- Si queremos estar aquí para la cena es imposible – le dijo empujándola camino de las duchas - ¿estás muy cansada? – le preguntó al ver que no protestaba por que la llevase.

- Un poco – mintió, sintiéndose realmente agotada - parece que esa excursión está gafada.

- Eso parece – sonrió sin decir nada más y sin que Natalia pudiera verla – bueno... pues... ya estamos... yo me ducho en la de al lado, te dejo aquí tus cosas – le indicó.

- Vale – le sonrió agradecida.

Ambas cruzaron sus miradas y volvieron a sonreír, a medida que pasaban los minutos y Natalia asimilaba lo que significaba lo que se había atrevido a hacer, se sentía más satisfecha y esa sensación de aprensión iba desapareciendo dejando lugar a una ligera euforia que crecía internamente. Alba le acarició la mejilla con ternura imaginando cuáles eran sus sentimientos, contenta de la mirada que reflejaban sus ojos. Natalia no podía dejar de verla trabajando a su lado, adelantándose a todas sus indicaciones, haciéndole más fácil su trabajo y apoyándola cada vez que la habían atenazado las dudas. Gracias a ella todo había ido bien. Sin ella no lo habría conseguido.

- Vamos, entra – la apremió - ¿o piensas quedarte ahí toda la tarde mirándome? – le preguntó burlona al ver la cara que le estaba poniendo.

- No, no – respondió Natalia con rapidez sin quitar los ojos de ella y sonrojándose levemente – ya entro. ¿Me esperas aquí? – le preguntó imprimiendo a su tono tal deseo de que así fuera que Alba torció la boca en una mueca divertida – lo digo porque tú terminarás antes y....

- Claro – sonrió encogiendo los ojos en una mirada traviesa – aquí te espero – casi susurró, apoyándose en los brazos de la silla y acercando su rostro a escasos centímetros del de Natalia, consiguiendo erizar el vello de la pediatra que se apresuró a echar la silla hacia atrás y entrar en la ducha, intentando no volver a caer en lo mismo que la tarde anterior.

Alba se quedó en la puerta observando su nerviosismo y una oleada de alegría la invadió, se dio la vuelta y canturreando se metió en la ducha.

Cuando la enfermera salió, aún se escuchaba correr el agua en la de Natalia. Se apoyó en la pared dispuesta a esperarla, como le había prometido. Se sentía especialmente contenta. Clavó la vista en el techo, pensativa, no podían ir a Jinja pero, quizás, si Natalia no estaba muy cansada podrían dar un paseo fuera del campo. De pronto, sus ojos se iluminaron y una idea cruzó por su mente. El agua de la ducha seguía corriendo, miró el reloj. Germán debía seguir en quirófano. Sonrió y, pese a su promesa de esperarla allí, salió corriendo del recinto con la esperanza de regresar a tiempo.

Minutos después, Natalia abría la puerta. Esperaba ver a Alba allí fuera, esperándola, pero estaba sola, ahora entendía por qué no la había escuchado llamarla, porque nadie aguardaba en el exterior. Una sensación de decepción y soledad la invadió. Era absurdo, pero se había imaginado que estaría allí, que la vería al salir y no había sido así. Se dirigió a la puerta, lo mejor sería ir a la sala de descanso, necesitaba beber algo, aunque primero debería esperar a que alguien la ayudase a bajar en la entrada. Cuando se disponía a salir al rellano, la puerta se abrió y llegó Alba con una enorme sonrisa.

- ¡Ya has terminado!

- Si – sonrió alegre y aliviada de verla.

- Pero Nat... ¿hoy tampoco te has secado? – la miró mostrándose disconforme con ella – no debes hacer estas cosas que...

- Ya lo sé pero... por mucho que lo intento en la silla... y sin nada...

- Pero... Nat... si necesitabas ayuda ¿por qué no me lo has dicho? – le preguntó frunciendo el ceño molesta más consigo misma por no haberse dado cuenta de que debía ser así, que con la pediatra por no habérselo pedido.

- Te he llamado, pero creí que no me oías, aunque ya veo que.... ¿dónde estabas?

- Eh... haciendo unas cosillas – respondió sin querer desvelar sus planes, al menos aún no.

- ¡Qué misteriosa estás! – exclamó interesada - ¿qué cosillas?

- Y tú eres una curiosa – bromeó apretando los labios y mirándola con unos ojos tan bailones que Natalia comprendió que algo estaba tramando - He ido a ver a Germán, quería pedirle una cosa.

- ¿Ya ha terminado?

- No, aún está en quirófano.

- Pero... ¿pasa algo? – preguntó preocupada de pronto, temiendo que hubiera complicaciones con alguno de los pacientes que había tratado.

- No, no pasa nada.

- ¿Seguro!? no habrá complicaciones con Josephine.

- No – sonrió al ver su preocupación.

- ¿Seguro! Alba no vayas a engañarme.

- Que no, Nat, que no pasa nada, solo le he pedido las llaves del coche – se vio obligada a contarle ante su insistencia.

- ¿Y para eso entras en quirófano? – preguntó en un tono que a Alba le pareció de recriminación.

- No. También quería decirle que todo ha ido bien y quería ofrecerme a echarle una mano, por... por si hacía falta.

- ¿Y la hace? – preguntó con cierto aire de decepción y cierto temor que divirtió a la enfermera, estaba claro que Maca, aunque no se lo dijera, se había hecho otra idea de lo que hacer con el tiempo que quedaba hasta la cena.

- No, no la hace – respondió viendo la alegría reflejada en los ojos de la pediatra ante su respuesta que, sin embargo, se apresuró a seguir regañándola.

- No debes molestarlo en el quirófano.

- No lo he molestado, lo conozco y sé que estaba preocupado – se excusó.

- ¡Era para estarlo! – exclamó - aún no sé cómo... hemos conseguido ...

- Porque tenía a la mejor.

- ¡Serás engreída!

- No hablo de mí – sonrió acariciándole la mejilla – hablo de ti – confesó divertida por la expresión sorprendida de la pediatra que no se esperaba que le dijera aquello - anda, vamos al comedor.

- No tengo hambre, Alba.

- Pero tenías mucha sed, ¿no?

- Sí, eso sí.

- Pues vamos al comedor, te voy a preparar un zumo que te va a encantar – dijo saliendo de las duchas – nutritivo, fresquito y de esos que quitan la sed.

- Gracias pero solo quiero agua – se negó a su ofrecimiento siguiéndola con trabajo – ¡Alba! espérame.

- ¡Perdona! – dijo volviéndose y ayudándola a bajar el escalón – se me olvida completamente que... - se interrumpió ligeramente avergonzada, no dejaba de darle vueltas al plan que se le había ocurrido y se le había olvidado por completo que Natalia no podía salir de allí sola – con que ¿agua? – preguntó retóricamente – ¡ni lo sueñes! debes tomar algo más.

- No, de verdad, no me apetece, estoy un poco mareada.

- Eso es del calor y de los nervios, pero necesitas tomar algo – habló con autoridad – hazme caso – le ordenó colocándose a su espalda, empujándola – verás cómo después te sientes mejor.

Natalia suspiró resignada, sabía que por mucho que se negase cuando a Alba se le metía una cosa en la cabeza era imposible conseguir negarse.

- Primero te vas a secar en condiciones que como te vea Germán te va a echar una buena bronca.

- Pero no dices que aún está en el quirófano.

- Pues te la echo yo – respondió divertida por sus rápidas respuestas.

- Y ayer... ¿por qué no me la echaste? – le preguntó insinuante – que yo recuerde no te importó mucho que estuviese mojada.

- Ayer.... – la miró torciendo la boca y enarcando las cejas, rememorando los besos que se dieron y notando que volvía el deseo de hacerlo – ayer tenía otras cosas en la cabeza – bajó la voz enronqueciéndola ligeramente.

- Ah... ¿sí? – preguntó haciéndose la sorprendida - ¿qué cosas eran esas?

- Cosas – sonrió disfrutando de la actitud de la pediatra - y, no me repliques, te vas a secar y luego, te vas a tomar el zumo.

- No vas a parar hasta que me lo tome, ¿verdad?

- ¡Exactamente!

- Vaaale, lo tomaré – aceptó con desgana, pero en el fondo tremendamente contenta de que Alba se preocupara tanto por ella.

La enfermera entró en el comedor que permanecía completamente vacío. A Natalia le pareció extraño que no hubiese nadie allí, se le antojaba más grande de lo que lo viera la noche anterior.

- ¿Te importa quedarte un momento aquí? – le preguntó Alba, tendiéndole una toalla seca que había sacado de la habitación de al lado - Voy a la cocina y ahora mismo vuelvo.

- No me importa – le sonrió obedeciendo y terminando de secarse el pelo - ¿dónde está todo el mundo?

- Trabajando, con un brote de malaria hay que fumigar las chozas y las tiendas, no todo el mundo está dispuesto a usar las mosquiteras.

- Pero ¿por qué? – preguntó sorprendida – es mejor que dormir con ese olor a...

- Claro que es mejor, pero... - guardó silencio y la miró con una expresión que Natalia no supo interpretar - ¿te entró Sara en alguna de las tiendas?

- No, ¿por qué?

- Porque si lo hubiera hecho habrías visto que en la mayoría duermen más personas de las que pudieras imaginar. Las noches de tormenta, en algunas chozas e incluso en algunas tiendas, a pesar de lo que les decimos, encienden fuego cuando baja la temperatura.

- ¿Y?

- Pues que en caso de incendio la mosquitera actuaría como una trampa mortal que les impediría una rápida salida. Por eso no las quieren y por eso hay que fumigar.

- El niño de esta mañana....

- Sí, lo más normal es que se cayera en la hoguera mientras dormía.

- Entiendo... - musitó.

- Bueno, ponte cómoda – le dijo cortando la conversación – se acabó el trabajo por hoy.

- No tardes – le pidió melosa y Alba ya en la puerta se volvió, negó con la cabeza, dibujando con sus labios un "no lo haré" y se marchó con una amplia sonrisa de satisfacción.

Natalia permaneció con la vista clavada en la puerta deseando verla regresar, deseando charlar con ella, reír con ella o simplemente estar en silencio, pero siempre a su lado, como había estado toda la mañana, junto a ella, trabajando codo con codo y consiguiendo hacerla sentir por primera vez en años, simplemente feliz.

Cuando lo hizo, Alba portaba dos grandes vasos y le tendió uno a la pediatra sentándose a su lado.

- Pruébalo, a ver qué te parece – le dijo alegre. La pediatra obedeció mirándola fijamente, preguntándose qué es lo que la hacía parecer tan contenta y deseando secretamente que fuera lo mismo que a ella - ¿y bien?

- Está bueno.

- ¿Solo bueno? – preguntó mostrándose decepcionada por su parquedad.

- Muy bueno – río corrigiéndose inmediatamente con un gesto de burla – de hecho, el detalle del hielo picado lo hace.... ¡perfecto! – exclamó con énfasis.

- Eso está mejor – bromeó – mucho mejor – la señaló con el dedo e un gesto recriminatorio que contrastaba con el baile de felicidad que mostraba su mirada. Sencillamente se divertía con aquellos juegos de insinuaciones y palabras veladas

- ¿De qué es?

- Piña, naranja y papaya... bueno y un poco de azúcar, te vendrá muy bien, porque con lo que has estado haciendo hoy – se detuvo con una sonrisa traviesa, que reveló sus pensamientos "y lo que te queda por hacer" - mañana vas a tener agujetas en todo el cuerpo.

- Ya las tenía hoy – confesó enarcando las cejas sin comprender muy bien qué quería decirle con aquella expresión y al mismo tiempo sintiendo un ligero temor ante su penetrante mirada – la verdad es que sí, que está bueno – reconoció apurándolo con rapidez y soltando el vaso en la mesa con un suspiro.

Alba se quedó mirándola un instante, Natalia parecía cansada y ella, que quería proponerle una cosa, dudó si hacerlo.

Finalmente, optó por no hacerlo, la imitó, soltando su vaso y se colocó a su espalda. Sin decirle nada comenzó a masajear sus hombros.

- ¿Sigues mareada?

- Ya no, entre la ducha y el zumo estoy mucho mejor – murmuró cerrando los ojos e inclinando la cabeza dejándose llevar por el masaje, los hombros, el cuello, la nuca – hummm ¡qué gusto! – suspiró reconfortada.

- ¿Te hago daño ahí? – inquirió en voz baja insistiendo en un punto donde notaba especialmente la tensión.

- No – musitó – ¡me encanta!

La enfermera guardó silencio, concentrada en lo que hacía, sintiendo una excitación especial, sintiendo como la pediatra se relajaba y se rendía al poder de sus manos.

- Para – musitó - para, Alba, para – le pidió sujetándole una de las manos – para o vas a conseguir que me duerma.

- ¿Tienes sueño?

- No mucho pero... si sigues así...

- Estás a gustito – sonrió para sí, obedeciéndola y sentándose de nuevo frente a ella.

- Si – volvió a suspirar entornando los ojos – ¡demasiado a gusto! – reconoció mirándola fijamente.

Alba saltó de su asiento con brusquedad, sobresaltándola.

- ¿Qué pasa?

- Tengo... que hacer una cosa... ahora vuelvo – se disculpó y salió del comedor como una exhalación dejando completamente perpleja a Natalia.

Antes de cinco minutos estaba de vuelta, Natalia la vio detenerse en la puerta y soltar algo en el suelo sin que pudiese distinguir qué era.

- ¿Dónde has ido? – le preguntó interesada.

- A recoger la mochila – respondió con rapidez.

- ¿Para qué? – preguntó extrañada.

- Pues... porque he pensado que... no tenemos tiempo de ir a Jinja, pero... si te apetece... aún podemos ir al río.

- Es tarde, ¿no? – le dijo y Alba interpretó que su cansancio era mayor de lo que creía y que no le apetecía, recordó los consejos de Germán y decidió no forzar la situación.

- Para ir al río no lo es, nos daría tiempo, pero... si lo prefieres, puedes echarte un rato, he hablado con Nadia y me ha dicho que puedes descansar en su cuarto sin problema.

- No, no quiero echarme – se negó - ¡me encantará ir al río! – respondió con rapidez esbozando una sonrisa, estaba deseando desconectar de todo aquello y sobre todo, deseaba salir de allí con ella.

- ¿Seguro! por mí no lo digas que podemos ir cualquier otro día, si tienes sueño....

- Me apetece ir, y ver todo aquello... y... no tengo sueño.

- La verdad es que tienes mejor cara – le devolvió la sonrisa con una mirada tan penetrante que Natalia volvió a sentir ese cosquilleo especial de la tarde anterior.

- Sí, me siento mejor, tenías razón, el zumo me ha venido muy bien.

- Entonces, vamos, te voy a llevar a un lugar totalmente distinto a lo que has visto en el campamento. Aquí el río es... diferente.

- ¿Veremos animales?

- Nat, es increíble la obsesión que tienes con ellos – soltó una carcajada y la pediatra se encogió de hombros - No creo que los veamos, te voy a llevar a ver las cataratas de Bujagali.

- No es obsesión pero... me había hecho la idea de que aquí...

- Ya sé... ya sé... - la interrumpió recordando conversaciones anteriores - bueno a donde vamos mejor que no veamos ninguno.

- Y eso ¿por qué? – preguntó con un deje de temor.

- Porque allí lo único que puedes encontrarte es algún cocodrilo o alguna serpiente.

- ¡Alba! – exclamó asustada y la enfermera soltó otra carcajada - ¿no hablarás en serio?

- Tranquila que yo te protegeré de todo bicho viviente que se te acerque – bromeó saliendo del pabellón.

- ¿De todo, todo? – preguntó insinuante.

- ¡De todo! – respondió empujándola hasta el jeep y ayudándola a subir.

- A lo mejor... hay algún bicho viviente que si me agrada que se me acerque – respondió socarrona buscando provocarla.

- ¡Ya te guardarás tú! – protestó en broma, haciendo como que no había captado su insinuación.

Alba le cerró la puerta y subió al asiento del conductor tras dejar la mochila en el trasero. Cruzaron sus miradas un instante, la enfermera leyó satisfacción e ilusión en sus ojos, Natalia tenía un brillo en su mirada que nunca le viera en Madrid, eso la hacía sentirse tremendamente feliz, imaginando que era ella quien lo provocaba. La pediatra también la observaba y descubrió esa felicidad que irradiaba la enfermera, su alegría y satisfacción aumentaron solo de pensar que ella contribuía a ella. Suspiraron al unísono y ambas lanzaron una pequeña carcajada.

- ¡Arranca! – dijo Natalia con una sonrisa burlona.

- ¡Voy! – se apresuró a responder y a salir de allí a toda prisa.

- No corras.

- ¡Perdona! Siempre se me olvida, es la costumbre – se excusó ralentizando la marcha y guardando silencio concentrada en la conducción.

Natalia la miró de soslayo y sonrió para sus adentros luego clavó la vista en el camino, lo último que deseaba era marearse en ese viaje.





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