La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 50

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By marlysaba2



Las puertas del campo se abrieron para el convoy Germán entró el jeep, pero los camiones permanecieron en el exterior, de ellos comenzaron a bajar los demás médicos y enfermeras, que se adentraron a pie.

Germán detuvo el vehículo en las inmediaciones de uno de los edificios, bajó de él y saludó a varios jóvenes que se acercaron abrazándolo y tocándolo, Natalia lo vio estrechar un par de manos y cruzar unas palabras, luego sacó la silla y la situó junto a su puerta, la ayudó a desprenderse del cinturón y a girarse. Tras él, observando la maniobra había una chica bastante joven que le sonreía afable, ella le devolvió la sonrisa y desvió la vista agobiada por tantos ojos puestos en ella con interés y curiosidad, no terminaba de acostumbrarse a esos recibimientos que la intimidaban y la hacían sentirse incómoda e insegura, siempre tremendo un ataque o un golpe. Mientras Germán la izaba, Natalia miró hacia el portón y vio como llegaban a pie los demás, y como los rodeaban algunos niños y chicos jóvenes, vio a Alba agacharse y besar a algunos, la vio levantar en sus brazos a un pequeño y acariciarles la cabeza a otros.

- Ya está – le dijo Germán cerrando la puerta del jeep tras sentarla en la silla, esperaba que le presentara a aquella joven que no dejaba de sonreírle, pero el médico no solo no lo hizo si no que se excusó un instante – espérame aquí un momento, Lacunza.

- Vale – respondió abrumada por lo que veía, Germán que se dio cuenta de sus nervios, le guiñó un ojo y le hizo una discreta carantoña en la mejilla, para después alejarse con aquella joven hacia el edificio que se encontraba más cercano.

Natalia se quedó observándolo creyendo que entraría en él pero no lo hizo, varias personas más salieron del interior y se unieron a ellos. Los vio saludarse y cruzar unas palabras, los vio hacer indicaciones y señalar los grupos de gentes que aguardaban. La pediatra se giró de nuevo, volviendo su vista hacia la enfermera, buscándola entre aquel remolino de personas, cuando al fin pudo distinguirla, comprobó que continuaba saludando a varias de ellas, deseaba que dejase aquella "entrada triunfal" y llegase cuanto antes a su lado, no le gustaba estar allí sola, rodeada de desconocidos que la miraban fijamente. Pero era consciente de que debería esperar un rato hasta que Alba llegase hasta dónde ella se encontraba, todos parecían alegrase tanto de verla allí que la detenían a cada instante, la siguió con la mirada, hasta que el jeep le hizo perderla de vista.

De pronto, Natalia, se sintió fuera de lugar. El hecho de haberse quedado allí sola, junto al jeep, en su silla y observando cómo cada uno se desenvolvía por el recinto con unos u otros, la hacía sentir que había sido un error el ir allí, que solo los iba a estorbar en sus quehaceres. Germán seguía hablando en aquel grupo, Alba ya ni siquiera estaba a su vista y ¿dónde se metían los demás! deseaba ver a cualquiera de ellos, a Gema, a Maika, a Jesús, a Sara a quien fuera, porque estaba segura de que Alba seguiría saludando a todos un buen rato, como ya sucediera en la aldea. Un par de niños rompieron la timidez y se acercaron recelosos a tocarla, sobresaltándola. Le acariciaron el pelo, tocaron la silla, le rozaban a ella con un atrevimiento no exento de temor, uno se le abrazó y le sonrió de tal forma que a Natalia se le saltaron las lágrimas intentando corresponder como había visto hacer a los demás. Luego, los pequeños se alejaron corriendo. Todo aquello la sobrecogía. Paseó la vista a su alrededor.

Dos edificios más grandes y uno más pequeño se levantaban al fondo, alejados de éste más cercano en el que leyó "Dispensario". Natalia comprendió inmediatamente que en él debían de atender a todos y que los demás debían ser las salas de las que le había hablado Germán, el pequeño serían los servicios y duchas, como en el campamento, al menos, le parecía tener la misma distribución. Delante de ellos una inmensa explanada salpicada con algunos árboles, y en ella decenas de personas esperaban ser atendidos, unos puestos en pie, formando colas, otros sentados o tumbados directamente en el suelo y los menos echados en esteras, al refugio de la sombra de los escasos árboles. Pero, sobre todo, si había algo que la hacía que el vello se le erizase, era aquel canto y aquel olor. Sintió un escalofrío que la recorría con una intensidad increíble. El canto de aquellas voces se metía en su cabeza, era un lamento que le producía una sensación de tristeza y angustia. Hasta tal punto que sintió la acuciante necesidad de taparse los oídos, pero no lo hizo, temiendo que el gesto fuera ofensivo. Natalia – sintió una mano en su hombro y dio un respingo – no te asustes, soy yo – le dijo con una mueca burlona - ¿vamos? – le preguntó Sara, mirándola con un esbozo de sonrisa – Germán te está llamando.

- Eh... si – dijo volviendo a la realidad – sí, vamos - dijo siguiendo a Sara que se encaminaba al grupo de Germán, Alba ya estaba con él y ella ni siquiera la había visto llegar, enfrascada en las sensaciones que le provocaban todo aquello. Antes de alcanzar el grupo llamó a la joven, necesitaba preguntarle algo – ¡Sara!

- ¿Si? – se giró deteniéndose a mirarla.

- ¿Por qué cantan? – le preguntó intrigada.

- Bueno... es largo de explicar pero.. básicamente... porque creen que así lograran que sus familiares enfermos no mueran.

- Pero... ¿por qué! ¿por qué creen eso?

- Ya te he dicho que es una larga historia – respondió con premura haciendo ademán de continuar la marcha, pero al ver su gesto de desconcierto ante su seca respuesta, suspiró y le sonrió – luego te la cuento, ¿de acuerdo? – dijo más afable – ahora no tenemos tiempo que perder.

- Todo esto es...

- Sobrecogedor – habló por ella, asintiendo – lo sé, creo que todos hemos sentido lo que tú sientes ahora mismo, pero... te acostumbrarás.

- Eso mismo me ha dicho Germán hace un minuto.

- Porque es verdad – le sonrió comprensiva – anda, vamos, nos esperan ¡hay mucho trabajo qué hacer!

- Claro, claro, perdona no quería entretenerte – le dijo recordando las palabras de Germán sobre Sara.

- No te preocupes, no me entretienes, ¡me encantaría poder enseñarte todo y explicártelo! – exclamó con tal énfasis que Natalia la miró intrigada - pero ya ves cómo está esto – reconoció mostrándose angustiada andando junto a ella – no soporto verlos esperar con esa infinita paciencia y no hacer nada – le sonrió encogiéndose de hombros – Germán siempre me echa la bronca, pero....

- Deberías escucharlo, Germán tiene razón, hace días que tienes mala cara, que te agotes no va a ayudarles en nada – le dijo dejando a la joven sorprendida de que Natalia la hubiese estado observando.

- Germán sabe cómo soy, no puedo dejar nada para otro día – respondió ligeramente cortante.

- No te molestes, no quería que sonara como... vamos que solo... que solo me preocupa tu aspecto y... como ayer me dijiste que no estabas bien... pues....

- Pero... imagino que no soy nadie aquí para decirte lo que debes hacer. Disculpa si....

Sara se detuvo y la miró fijamente. A Natalia le pareció que se le humedecían los ojos, pero el intenso sol y el hecho de tener que mirar hacia arriba, le impedía verla con nitidez.

- No te preocupes por mí. Estoy bien – respondió con rapidez iniciando de nuevo la marcha y apretando el paso. Natalia la siguió a corta distancia, cada vez más convencida de que le ocurría algo, por mucho que pretendiera aparentar normalidad.

- Ya estamos todos – sonrió el médico al verlas llegar, mirando directamente a la pediatra – Sara, Nadia me está diciendo que Phillips necesita ayuda con aquellos grupos de allí, Gema y tu le echaréis una mano.

- Muy bien. Vamos Gema – dijo la chica lanzando una mirada de soslayo a Natalia y alejándose del grupo. Alba que no había dejado de observarlas desde que se detuvieran a charlar, frunció el ceño, pensativa "primero se ofrece a darle un masaje y ahora discuten", pensó sin tener claro si debía preocuparse o simplemente preguntarse qué se traían entre manos, "deja de pensar tonterías y controla tus celos que vas a hacer el ridículo, Sara es tu amiga y Nat... ¿qué es Nat?", se dijo.

- Alba, tú y yo... - comenzó a decirle Germán pero rápidamente se percató de que estaba en otro mundo - ¡Alba! – dio una palmada ante su rostro y la enfermera dio tal salto que todos soltaron una carcajada incluida Natalia que la miraba divertida - ¿se puede saber en qué piensas?

- En nada – respondió mohína.

- Te decía que tú y yo, nos quedaremos con aquel grupo de allí, son una veintena de heridos, llegaron esta madrugada y aún esperan ser atendidos.

- Pero... ¿y Nat? – preguntó mirando a la pediatra – yo creía que... vamos qué...

- Ahora voy con ella – la miró burlón – tranquila que no se me ha olvidado.

- Pero... ¿no vamos a trabajar juntas? – preguntó la enfermera mirando a Natalia y luego a Germán con cara de desesperación. ¡Todos sus planes echados por tierra! ya que no podía irse de excursión con ella al menos esperaba poder enseñarle cómo funcionaba el campo y estar a su lado en el trabajo.

- Nat, Nadia es la comadrona del equipo – dijo Germán presentándosela y obviando el comentario de Alba – ya le he dicho que eres pediatra y que vienes dispuesta a echar una mano, se ha ofrecido a enseñarte todo esto, y.. a explicarte cómo funcionan aquí las cosas – le dijo señalándole la misma joven que se acercó al jeep cuando Germán la ayudaba a descender.

- Vale – aceptó la pediatra sonriéndole a la chica, Alba la miró perpleja, ni siquiera un gesto de contrariedad, al menos podía haber mostrado interés en estar con ella, sin embargo le pareció descubrir y cierto temor en sus ojos – encantada, Nadia – le dijo a la chica que le tendió la mano, estrechándosela.

- Nat si prefieres quedarte... - intervino Alba, intentando decirle que no hacía falta que hiciese nada, que podía quedarse con Germán y con ella o descansar en el comedor, pero Germán la frenó.

- ¡Reche! – la llamó por el apellido con tal genio que la dejó perpleja y callada – ¡vamos! no hay tiempo que perder – le ordenó tirando de ella y dejando a Natalia con Nadia – ¡vamos! – la agarró del brazo – luego nos vemos – le dijo a Natalia con un guiño - ¡suerte!

El médico avanzaba con grandes zancadas y a Alba le costaba seguir su ritmo. La enfermera miró hacia atrás y comprobó que Natalia ya avanzaba hacia el fondo del recinto donde estaban las salas de maternidad e infantil. Repentinamente, Natalia se detuvo y giró la cabeza, sus miradas se encontraron unos segundos y ambas, instintivamente levantaron la mano en señal de despedida. Cuando se habían alejado de ellas, Germán la miró enfadado, la mantenía agarrada por el brazo y le habló visiblemente molesto.

- Deja de protegerla y deja de tratarla como lo haces – le espetó con genio.

- Pero... ¿has visto su cara? la conozco, nos pedía que no la dejásemos sola.

- No te digo que no – admitió – pero no es lo que necesita.

- ¿Y qué necesita? – preguntó mohína - ¿eh?

- Está aquí, ha consentido en venir y echar una mano y es lo que va a hacer. Sin ti y sin mí – habló con contundencia y con tal gesto de autoridad que Alba se sintió molesta.

- Solo quería que supiese que si no está bien no tiene porqué disimular ni...

- ¡Ni leches, Alba! ¡deja de justificarte! y... ¡déjala trabajar! – la cortó airado – no la agobies. ¡Dale un poco de aire y deja de presionarla! – casi le ordenó - Le sentará bien conocer todo esto. Ya verás – le dijo más suave golpeándola en el brazo con complicidad – vamos niña, ¿no ves que necesita relajarse? – le preguntó con dulzura comprendiendo su angustia y su preocupación.

- ¿Relajarse aquí?

- Sí – le dijo enarcando las cejas.

- Ya... me estás diciendo que necesita descansar de mí.

- No exactamente, necesita pensar con calma, valorar la situación y decidir.

- ¿Y trabajando va a hacer eso?

- Sí, tú la conoces tan bien como yo y sabes de sobra que no le gusta dejar nada a medias. Si quiere estar contigo tendrá que poner su mente y su vida en orden y necesita decidir cómo. Y sobre todo, necesita sentir que es capaz de hacerlo.

- Vamos que, según tú, lo único que he hecho es meter la pata.

- No, le has dejado clara tu postura – le sonrió – ahora creo que está segura – le dijo y viendo la cara que ponía la enfermera frunció el ceño, pensativo - porque se la has dejado ¿verdad?

- Bueno... - dudó – creo que aún tengo algo que... decirle.

- Joder, no me vengas ahora con esas – protestó deteniéndose un segundo.

- Tengo que hablar con ella de... de algo.

- No me irás a decir que ahora te has echado atrás porque antes, cuando veníamos de camino, le he insinuado a Lacunza que... tú estarías dispuesta a...

- ¡No! – exclamó cortándolo con énfasis - ¡cómo voy a echarme atrás! ¡lo que más deseo en este mundo es estar con ella! – confesó con fuerza consiguiendo que Germán riese y la mirase con ternura estrechándola contra él - es solo que quiero que entienda un par de cosas que creo que no tiene claras de mí.

- Muy bien, habla de nuevo con ella, pero... no discutas y dale tiempo ¿vale? Y... ¿quieres mi consejo?

- ¿Acaso no me lo has dado ya?

- Supongo que sí – sonrió – pero me refiero a que la dejes... tomar la iniciativa, que sea ella la que de el paso, sin que la presiones a hacerlo.

- Creo que tienes razón, voy a hablar con ella.

- Tendrá que ser luego – suspiró mirando hacia el grupo que los esperaba - anda, vamos, que a nosotros nos tocan los heridos.

- ¡Para variar! – suspiró imitándolo.

- Ya sabes – le sonrió pasándole el brazo por el hombro - ¿dispuesta?

- Si – esbozó una sonrisa de correspondencia, abrazándolo por la cintura. Sabía que Germán solo intentaba ayudarlas aunque a veces preferiría que no hiciese nada al respecto.

- ¡Olvídate de Lacunza un rato y a trabajar!

- ¿Llevan toda la noche esperando? – preguntó en un intento de hacerle caso y centrarse en aquel grupo.

- Sí. Los más graves los mandaron en un camión a Jinja.

- ¿Se sabe qué ha pasado ahora?

- Se enfrentaron a un grupo de saqueadores.

- ¿Guerrilleros?

- Puede ser, pero no es seguro – respondió arrodillándose junto al primero de ellos – bueno vamos a ver qué tenemos aquí.

Alba se agachó junto a él y preparó su equipo, el joven tenía un corte profundo en una pierna, había recibido los primeros cuidados y le habían cortado la hemorragia con un emplasto a base de hierbas y barro.

- Bueno, bueno... vamos a limpiar esto y a darle unos puntos, prepara el antibiótico y... – se calló mirándola con una sonrisa, Alba que ya había preparado todo lo necesario antes de que él le dijese nada, y lo observaba divertida – veo que sigues en plena forma.

- ¡No lo dudes! – bromeó y mirando a su derecha le preguntó - ¿esas mujeres...?

- Para Nadia y Nat – sonrió – la vas a tener muy cerquita – le dijo haciendo una mueca traviesa.

- No deberían estar esperando creo que aquella chica de allí ...

- Solo serán unos minutos, Nadia quiere enseñarle un poco a Nat las condiciones en las que estamos – le explicó – no te preocupes que aún puede esperar – le dijo mirando a la chica embarazada, que estaba recostada sobre otra joven y que hacía ostentosos gestos de dolor – de todas formas, estate pendiente de la frecuencia de las contracciones, si hace falta la atiendes tú.

- De acuerdo – le sonrió satisfecha de estar de nuevo allí, junto a él, y de volver a gozar de su confianza. Desde el otro día en el campamento estaba echando de menos un poco de acción – pero... no creo que Nat pueda aguantar todo esto.

- Mira que eres terca – dijo en tono de resignación – confía en ella – le aconsejó – Lacunza, siempre será Lacunza, solo... necesita un pequeño empujoncito y volver a creérselo, ¡quién me iba a decir a mí que iba a estar intentando que vuelva a ser la misma borde y orgullosa de antes! – bromeó.

- No me refería a eso, yo confío en ella – protestó cuando vio que terminaba de hablar – me refiero físicamente.

- Te digo lo mismo, dale un voto de confianza – clavó sus ojos con seriedad en ella y repentinamente brillaron de una forma especial., Alba supo inmediatamente que iba a soltarle una de las suyas – además... si no aguanta esto... tampoco podrá aguantar lo que tú quieres ¿no crees? Así es que no te quejes que... ¡te la estoy poniendo en forma!

- ¡Germán! – regruñó entre dientes, sonrojándose – no me gusta que hables así.

- A la orden, jefa – bromeó dejándola limpiando la herida del chico y levantándose a examinar al siguiente.

En el interior de uno de los edificios, Nadia condujo a Natalia hasta la sala de partos, la pediatra miraba todo con atención, sorprendida de la precariedad de medios y eso que ella había creído que era imposible trabajar con menos de los que había en el hospital del campamento y se estaba dando cuenta que aquello era aún peor, allí no había de nada.

- Esta mujer va a tener a su primer hijo – le contó Nadia, acercándose a un camastro negro en el que yacía una joven.

- Pero si es una niña... - murmuró clavando sus ojos en aquella cría a la que Nadia secaba las gotas de sudor de su frente.

- Cuando empiezan a sudar, significa que el bebé está de camino – le explicó Nadia volviéndose hacia ella – tienes que estar muy pendiente de esos detalles, aquí no contamos con muchos medios.

- Ya veo – murmuró – y... ¿cómo podéis encargaros de todos y...?

- Médicos Sin Fronteras ha estado tratando a pacientes del campo y de las aldeas de los alrededores durante los tres últimos años – le explicó – si no fuera por ellos.... no podríamos.

- Parece que tiene algún problema – dijo Natalia mirándola con atención – deberíamos traer un ecógrafo y... - se calló sintiéndose imbécil, ¿había dicho un ecógrafo! estaba segura de que no habría ninguno, le acababa de decir que no tenían medios, ahora parecería que no la había estado escuchando.

- Toma – le dijo tendiéndole una trompetilla – aquí tienes el ecógrafo – volvió a sonreír.

- ¿Esto? – preguntó incrédula.

- ¿Sabes usarlo?

- Yo no..., vamos que sé lo que es pero jamás lo he usado.

- Mira – dijo tomando la trompetilla de sus manos e inclinándose sobre la barriga de la mujer – ven, cógela tú y escucha – se la tendió a Natalia que imitó su acción.

- Oigo los latidos del corazón – le dijo con satisfacción.

- Sí, ahora vamos a palpar el cuerpo del bebé – afirmó procediendo al examen -

¿ves? – le dijo tomando las manos de Natalia y situándolas en el mismo lugar en el que instantes antes detuvo las suyas - todavía está muy arriba - añadió.

- Sí – respondió mirándola a los ojos, sin decirle que ella ya sabía como palpar a una embarazada, pero prefirió cerrar la boca - ¡lo noto! ¡lo noto!

- Aún tardará unas horas, ¿notas esto? – le dijo pasando la mano de Natalia por un punto concreto de la barriga de la joven – cuando esté a esta altura le quedará menos de una hora.

- Entiendo – dijo con seriedad admirando lo que hacían allí.

- La próxima tú sola – la avisó mostrándole su confianza. Y señalándole la cama de al lado. Natalia se acercó a la chica con la trompetilla en sus piernas y procedió al examen.

Mientras, la comadrona se sentó en un taburete, esperando a que terminase, cuando la vio concluir, le hizo una seña para que se acercase. Natalia llegó hasta ella con cara de seriedad, hacía mucho que no trataba a pacientes y la falta de medios le provocaba aún más inseguridad en sus apreciaciones.

- ¿Qué tal?

- Creo que aún debe quedarle más de una hora – respondió titubeante.

- Efectivamente así es – le sonrió - en aquellas dos camas, ya están de parto. Necesitarán nuestra ayuda en unos minutos – le dijo con rapidez - ¿ves aquella cortina? – le señaló una cortina verde que tapaba otra cama al tiempo que daba unas indicaciones a un joven que la retiró con presteza – hay una cama para las urgencias, cuando salgamos siempre podemos encontrarnos con algún caso que necesite una rápida intervención, esa cama siempre estará libre para esos casos.

- Entiendo y... si hay más de un caso urgente.

- Escogemos cuál es el más urgente – respondió con sencillez – cuando vosotros estáis aquí se agiliza el trabajo pero... de normal, solo estamos doce personas y ningún médico. Hacemos turnos de ocho horas y atendemos las veinticuatro horas del día – le dijo con orgullo ante la mirad de asombro de Natalia – vamos – dijo levantándose del taburete – ven – la llevó fuera de la sala de partos.

En el exterior se agachó en cuclillas sobre el suelo de cemento del pasillo y examinó a las dos mujeres que aguardaban recostadas contra la pared.

- Estás aún pueden esperar – le comentó levantándose del suelo, tras cruzar unas palabras, que Natalia entendió como tranquilizadoras con las dos – volvamos dentro.

- ¿Y... esto está así todos los días?

- ¡Todos! – afirmó – la natalidad es altísima, por mucho que intentamos hacer campañas de concienciación es muy difícil convencerles de que pongan medios.

- Debe ser duro.

- Lo es, pero me encanta trabajar aquí – le sonrió de nuevo – en realidad a todos nos gusta, es muy gratificante.

- Sí, debe serlo... - suspiró pensativa, aquello era tan diferente a todo lo que había visto y hecho que esta se sentía abrumada y al mismo tiempo cada vez sentía más ganas de ponerse a ayudar, entendía perfectamente a Sara - Yo creía que ... daban a luz en.. los campos que...

- Muchas sí – reconoció – muchas están trabajando hasta sentir los primeros dolores, cuando eso ocurre, se retiran y dan a luz allí mismo, pero hemos conseguido que muchas acudan aquí. Saben que ayudamos a impedir que las madres mueran durante el parto.

- Debéis darles seguridad.

- Bueno... algo así. Poco a poco las cosas van cambiando, o eso queremos creer – volvió a sonreírle.

- Debe ser muy difícil que no muera ninguna, ¿no?

- Eso no ha ocurrido ni una sola vez desde que trabajo aquí, cosa que no puede darse por sentado en este país – respondió de nuevo con ese aire de orgullo.

- Y, ¿cómo lo habéis conseguido? – preguntó realmente interesada, ¿ni una muerte en tres años con aquellos medios y sin médicos! le resultaba muy difícil creerlo, era lógico que algún caso se hubiese complicado. La chica la miró y sonrió comprendiendo sus dudas.

- A que, como te he dicho, nosotros trabajamos las veinticuatro horas del día: las mujeres pueden conseguir ayuda de día y de noche, a cualquier hora.

- Pero habrá casos especiales... quiero decir que... qué hacéis cuando hace falta... una operación – preguntó recordando que no solían contar con un médico veinticuatro horas.

- Las urgencias que podemos las mandamos al hospital de la ciudad cuando necesitan ser operadas. Y las que no pueden ser trasladadas hasta allí llamamos al campamento por radio y en menos de media hora siempre estáis aquí.

- ¿Menos de media hora! y cómo porque hoy hemos tardado más del doble.

- Se puede lograr en moto.

- Claro, entiendo – dijo recordando las cosas que Alba le había contado en Madrid, era cierto que la enfermera le había hablado, al pedirle su moto, de que ella en Jinja usaba una pequeña, de pronto la imaginó corriendo en ella por aquellos caminos de tierra para llegar a tiempo de ayudar a alguien y supo que no podía ofrecerle nada que la hiciera sentir igual que se sentía allí. Su cara reflejó esa desesperanza y la joven la malinterpretó.

- No podemos hacer más. El gobierno no tiene dinero para mantener estos centros con más medios. Ni siquiera pueden permitirse pagar el sueldo de un solo médico. Pero aún así, evitamos muchas muertes.

- Pero... la gente vive aquí, ¿no?

- Los desplazados sí. Pero nosotros atendemos a todo el que llega. Por eso la gente viene desde muy lejos – le contó entrando de nuevo en la sala de partos – cuando terminemos con estas, tendremos que salir a examinar a las que esperan fuera. Hoy hay mucho trabajo.

- Dime qué hago – le pidió solícita.

- Ven conmigo – le indicó – vas a asistir a tu primer parto aquí.

Natalia se situó a su lado junto a uno de los camastros, por suerte eran tan bajos que ella no tenía problema en atender desde la silla. Nadia se ocupó de una de las mujeres que llevaban horas de parto, cuando dio a luz, inmediatamente fue trasladada a otro lugar, ocupando el suyo una de las que esperaban en el pasillo. Nadia le explicó que un puñado de mujeres más esperaban en la puerta de la sala de consultas, para ser atendidas.

- ¿Sala de consultas! ¿no son embarazadas?

- Unas sí, pero están en los primeros meses, otras... no – dijo bajando la voz – aquí atendemos también a mujeres víctimas de la violencia sexual - le explicó la comadrona – por desgracia eso sí que no hay forma de pararlo, pero les aconsejamos y les damos medicamentos, para evitar infecciones por el virus VIH o embarazos no deseados.

- No sabía que aquí...

- Bueno... como puedes imaginar... hay cosas que no deberíamos hacer, la política en este país es muy estricta para algunas cosas ¿me entiendes? – le preguntó en tono confidencial y Natalia asintió - pero... las hacemos... corremos nuestros riesgos, pero... los asumimos todos. Tú... ¿estás dispuesta?

- ¡Por supuesto! – exclamó con tanta fuerza que la joven soltó una carcajada. Y la miró de una forma diferente, inclinándose hacia ella.

- Los amigos de Germán, son nuestros amigos y él me ha hablado maravillas de ti.

¡Estoy deseando aprender a tu lado! – le confesó cambiando la actitud profesional por una completamente diferente, casi de admiración, que sorprendió a Natalia.

- ¿Aprender de mí! ¡será más bien al revés!

- No doctora, sé lo que digo – insistió mirando hacia el exterior.

- ¿Vamos a salir a la explanada? – intuyó Natalia que iba a ser así.

- Después, ahora tenemos trabajo aquí. Estas dos mujeres pueden dar a luz al mismo tiempo – la avisó tras examinarlas de nuevo - Ahora no podemos abandonar la sala ni un momento. Luego, vendrá Jacqueline, también es comadrona y alternamos turno. Entonces podremos salir a la explanada.

- ¿Y tú no descansas?

- Hoy no, hoy quiero enseñarte todo esto y estar a tu lado. Luego podrás hacer las cosas sola, con tu enfermera, como ellos – señaló a una de las ventanas de la sala de partos que daba a la explanada y por la que la joven veía a los demás, Natalia no podía ver el exterior desde la silla pero lo imaginó como si pudiese hacerlo – ya descansaré.

Natalia asintió dispuesta a ayudar en lo que pudiese.

- ¿Preparada? – le preguntó al escuchar el grito de una de las futuras madres.

- Sí – respondió Natalia sintiendo que le temblaban las manos ante la idea de encargarse de una de esas mujeres, pero debía hacerlo.

Nadia, se acercó a la cama y su brillante sonrisa desapareció durante un instante, Natalia comprendió que estaba preocupada.

- ¿Qué ocurre? – le preguntó.

- Lleva un niño muy grande – le dijo con el ceño fruncido al ver que la madre de la cama vecina comenzaba a mecer su cuerpo hacia adelante y hacia atrás intentando amortiguar el dolor.

Natalia también miró hacia ella, temiendo que cayese del camastro. Nadia le hizo a Natalia una seña de que se acercase a ella, y la pediatra obedeció, le secó el sudor de la frente y la obligó a dejar de mecerse y recostarse, la tomó de la mano y le intentó transmitir calma, era otra cría, no debía tener más de doce o trece años. La joven se puso a gritar y Natalia no entendía qué decía.

- ¡Nadia! ¿qué dice? – le preguntó comprendiendo que la falta de comunicación iba a ser un gran obstáculo para ella.

- Habla en Luo, un dialecto de esta región, pero háblale en inglés, te entenderá – le dijo alzando la voz ayudando a la madre que tenía entre manos – le grita a su madre – le explicó.

- Pero ¿qué dice?

- "Mamá, me estoy muriendo" – le tradujo con rapidez. Natalia apretó los labios en un gesto de comprensión, aquella niña estaba asustada, muy asustada, probablemente mucho más que ella.

- Tranquila, que no te vas a morir – le dijo Natalia en inglés a la chica, que giró su cabeza hacia ella al entender lo que le decía – tranquila – repitió - que yo estoy aquí, te voy a ayudar y no te vas a morir – le habló con calma, masajeando su espalda, tal y como había visto hacer a Nadia instantes antes con la otra parturienta.

No disponía de un ecógrafo, ni de ningún aparato de alta tecnología. Sabía que debía usar su sentido común, aquella chiquilla dependía de que ella emplease con habilidad su sentido del tacto, la trompetilla y su experiencia. Una hora más tarde la joven daba a luz a una niña sana y Natalia, llena de sangre y tan agotada como aquella joven, con la pequeña en sus brazos y los agradecidos ojos de su madre clavados en ella, se sentía la mujer más feliz del mundo.

Instantes después, tras lavarse y recoger un equipo con las cosas que necesitarían fuera, salían a la explanada, el calor y el intenso sol frenaron a la pediatra.

- Vamos a pasar calor – le comentó Nadia viéndola detenerse y hacer un gesto de contrariedad, recordando lo que le había contado Germán sobre ella – si prefieres seguir dentro vigilando a las demás...

- No, no – se negó con rotundidad – me apetece ver el trabajo de fuera, además ya está Jacqueline allí.

- Estupendo – le sonrió de nuevo – pues vamos, como seas tan rápida como ahí dentro, no vas a tener ningún problema en encargarte tú sola del grupo – la halagó indicándole el lugar al que iban a dirigirse.

Llegaron junto a una decena de mujeres que se encontraban sentadas en el suelo, junto a ellas, otras tantas permanecían en pie o paseaban. Natalia vio a Germán y Alba afanados en la cura de un anciano que parecía no tener muy buena pinta. Al pasar junto a ellos, Alba levantó la cabeza y al verla la saludó con la mano. Natalia correspondió lanzándole una enorme sonrisa, pero no detuvo la marcha. Alba se levantó del suelo, al fijarse en su peto manchado, e hizo ademán de marcharse pero Germán la sujetó por la muñeca.

- ¿A dónde vas?

- Eh... - lo miró dudando – quería... quería ver sí – suspiró y se agachó de nuevo – a ningún sitio – musitó recordando las recomendaciones del médico.

- Así me gusta – sonrió comprendiendo la inquietud que sentía por Natalia, pero debía dejarla experimentar todo aquello por sus propios medios, cuando lo hiciera, ya tendrían tiempo de trabajar codo con codo, la observó de reojo y vio que de nuevo la seriedad había vuelto a su rostro y que cabizbaja terminaba con el vendaje que tenía entre manos - ¿Qué te dije? – le susurró Germán al oído intentando animarla – ¿no te parece más contenta?

- Tiene mala cara – respondió la enfermera frunciendo el ceño – parece muy cansada.

- No lo parece, ¡lo está! – la miró con un gesto divertido - y los demás qué ¿acaso estamos frescos como una rosa? – le dijo burlón – deja de protegerla.

- ¡Olvídame, Germán! - protestó mohína, mostrando su mal humor.

- ¡Gruñona! – se rió de ella – pero ¿no la ves! al final vas a tener que darme la razón quieras o no. Esto le va a venir bien.

- No sé – dudó clavando sus ojos en él – solo espero que no tenga una recaída, creo que no está en condiciones como para estar el día entero trabajando, esto es muy duro.

- ¡Mujer de poca fe! - bromeó de nuevo – te recuerdo que el médico soy yo.

- Sí, y yo te recuerdo que la que tiene que estar pendiente de ella toda la noche soy yo.

- ¿Te molesta! ¡yo creí que te encantaba! – le respondió socarrón.

- Hummm – refunfuñó entre dientes.

- Si yo sé lo que te pasa – continuó hablando suavemente - Ya sé que he estropeado tus planes, pero... hazme caso...

- Me iba a ir de excursión con ella, ya la tenía convencida – le confesó mostrando en el tono lo que le había contrariado el cambio de plan.

- Bueno... ya habrá tiempo de que hagas esa excursión, Lacunza no estaba preparada para eso.

- ¿Y tú como lo sabes! ayer me pediste todo lo contrario.

- ¿Por qué no ha dudado en aceptar mi propuesta? – respondió con rapidez y cierto tono irónico – te dije que tuvieras paciencia con ella, no la presiones demasiado y déjala elegir.

- Ya lo sé – suspiró – no me lo repitas más.

- Anda, coge ahí y deja de mirar hacia ella. Nadia sabe lo que se hace, he hablado con ella, estará pendiente de Natalia. No le va a pasar nada..

- No puedo evitar preocuparme – confesó - Cruz me dijo que debía tener mucho cuidado con el sol, y que....

- Lo sé, pero deberías confiar un poco en ella y... en mí.

- Tienes razón – le sonrió, más convencida mirando de soslayo al lugar en que Natalia y Nadia atendían a una de las jóvenes embarazadas. Vio a Nadia examinándola mientras, Natalia cogía en sus brazos a un pequeño que no dejaba de llorar y hacía lo propio con él.

- ¡Alba! – la reprendió, al verla absorta de nuevo - ¡muévete!

- Perdona – se disculpó, siguiendo con su trabajo.

El resto de la mañana, estuvieron trabajando separadas, sin descanso. Alba fue un par de veces hasta ella, cuando Nadia entraba en el dispensario, con excusas absurdas, "¿me has llamado?", "dice Germán que si necesitas ayuda me venga contigo", a las que Natalia siempre la había recibido con una sonrisa de satisfacción, pero para desesperación de la enfermera, siempre le respondía en negativo. La pediatra cada vez se sentía más segura en lo que hacía y eso le hacía estar de muy buen humor, eso y el hecho de que Alba no dejaba de mirarla y preocuparse por ella. Tan eufórica se sentía que empezó a imaginar la noche en la cabaña, tenía ganas de hablar con Alba, de contarle todo lo que había hecho, de hablarle de Ana y de confesarle que estaba dispuesta a intentarlo con ella pero, poco a poco, Natalia comprobó que Alba siempre se acercaba cuando la dejaban sola y las dudas la asaltaron, convenciéndose de que no confiaba en ella, ni en que fuese capaz de atender a esos pequeños si no había alguien vigilando sus decisiones y eso, aunque se dijo que eran imaginaciones suyas y se recriminó por haberse vuelto tan susceptible, le provocó una leve sensación de abatimiento.

Pero Natalia se equivocaba, en realidad, Alba solo quería saber cómo estaba, le parecía ojerosa y cansada y temía que fuese tan burra como para no encontrarse bien y seguir allí. Hacía un rato que Natalia se encargaba sola de atender a un grupo integrado por madres y abuelas con niños de corta edad, ayudada por una enfermera que le había mandado Nadia, que había vuelto al interior a atender la consulta, tras haber terminado con el grupo de embarazadas.

Alba, agachada junto a Germán, miró por enésima vez hacia Natalia que seguía ocupada con un niño de unos tres años. Suspiró, pensativa, ¿por qué sería todo tan difícil? Siempre la misma duda que la obligaba a creer lo imposible... Germán había sido más que claro, Natalia se había visto obligada a decirle que iría de excursión con ella, seguro que por su insistencia, cuando en realidad no le apetecía. "No lo pienses más, todo es inútil", se dijo. Volvió a clavar la vista en ella, era tan complicado aceptar la verdad que inventaba mentiras para olvidar un poco la tristeza que veía siempre en sus ojos, aquellos ojos que amaba y que deseaba verlos reír. Nada, nada de lo que hacía parecía servir. La última vez que se había acercado a ella, Natalia ya no la había recibido sonriente y le había respondido impaciente que, si necesitaba algo de ella, ya la llamaría, dejándole claro que no fuera más hasta allí. Le gustaría que Natalia supiera que ella la escuchaba, la escuchaba y mucho, y que si se confiase del todo a ella quizás pudiera ayudarla, pero era tan cabezona, y se cerraba tanto en sí misma. "Y mírala, está preciosa", suspiró absorta y Germán le llamó la atención.

- ¡Alba! – casi le gritó al ver que seguía ensimismada sin cumplir la orden que acaba de darle.

- Perdona, perdona – se disculpó ayudándole al instante.

- ¿Se puede saber dónde estás?

- Perdona – repitió - no volverá a pasar.

- Céntrate por favor, y deja ya de mirar a Natalia que la vas a desgastar.

- No seas payaso.

- Está guapa la jodía, ¿eh? – le comentó con confianza dándole un golpecito en el brazo y señalándola con la cabeza.

- ¡Eh, tú! – le regañó – no la mires así.

- Es que lo está, ha cogido colorcito y mira el tono de su pelo cuando le da el sol y lo mueve el aire, no me dirás que no dan ganas de meter los dedos en su nuca y...

- ¡Germán! – casi gritó provocando que hasta Natalia levantase la cabeza creyendo que ocurría algo y mirase hacia ellos.

El médico soltó una carcajada y la besó en la mejilla.

- ¡Pero que tonta qué eres! – exclamó.

Natalia en la distancia frunció el ceño al ver la escena, "¡será peguntoso!", pensó contrariada, ¿por qué tenía que estar siempre achuchándola y sobándola? No tenía por qué pero eso la molestaba y mucho, se sintió de nuevo celosa y se arrepintió de haberse negado a trabajar junto a ella.

- Eres imbécil, me he creído que... – se interrumpió con la vista clavada en Natalia que acababa de terminar con ese niño y estaba haciendo un gesto a su enfermera de que esperase un momento – ¿no te parece que está muy cansada?

- Corre y le dices otra vez que se vaya dentro, que te va a bufar de nuevo ¿pero no ves que se está divirtiendo?

- ¿Qué tiene esto de divertido?

- Albita, Albita, deja a la pediatra que está disfrutando. Eso sí, tendrás que convencerla para que no haga nada esta tarde y para que se ponga el sombrero de paja, ¡otra vez se lo ha quitado! Aún está recuperándose como para aguantar el día entero al sol y trabajando.

- ¿Ves? tú también crees que debe descansar.

- Yo creo que todo esto le está viniendo muy, pero que muy bien – le dijo guiñándole un ojo – anda vamos a terminar con éste y ve a ver qué tal está, pero dile que vas de mi parte y que haga el favor de ponerse el maldito sombrero.

- ¡Gracias! no puedo evitar estar preocupada por ella – comentó mientras los dos seguían con el trabajo – anoche le dolía mucho la cabeza y no quiso que te avisase.

- Anoche ya le había inyectado yo un calmante y sabía que no le iba a dar nada más. Lo que tiene es que controlar sus nervios. Y sobre lo de estar aquí, ya habíamos quedado en que podía ayudarnos un poco, a ver que tal le sentaba. No puede pasarse el día entero sola, dándole vueltas a la cabeza, lloriqueando y aburrida como una ostra. ¡No sé cuántas veces se habrá leído ya ese libro y esas revistas! – exclamó divertido - ¡mierda coge ahí!

- Esto está fatal deberíamos...

- Sí, sí – reconoció mirando al joven que atendía – éste se queda aquí – afirmó levantando la mano y haciendo las indicaciones pertinentes para que lo introdujeran en el centro de salud.

- Lo del sombrero se lo dices tú – le pidió una vez que se habían llevado al chico – a mí no me hace caso. Dice que con los sombreros se cae el pelo, que suda con él, que ...

- Pues verás la gracia que le va a hacer cuando se le achicharre el pelo – soltó sarcástico.

- ¿A Nat? – sonrió burlona – ¡se ha traído un protector solar del cabello!

- ¡Tan pija como su amiga! – exclamó divertido - Que se deje de protectores y se ponga el sombrero, que no quiero más sustos como el de su llegada – protestó.

- Te repito que se lo digas tú – insistió.

- ¡Cobarde! – bromeó.

- Ya enserio, entonces... ¿tú ves a Nat mejor?

- Eso dicen los últimos análisis – le dijo esbozando una sonrisa – y... salvo la tensión, yo no veo motivo por el que deba estar encerrada en la cabaña, creo que todo esto puede ayudarla a ver las cosas de otra forma.

- Pero... quizás esté haciendo "todo esto", como tú dices, por no quedar mal delante tuya, ¡ya sabes lo orgullosa que es!

- Lo sé – respondió pensativo, no había olvidado esa posibilidad, pero sus últimas charlas con ella le decían que no era así - Vamos a terminar con este vendaje – le dijo sonriente – y ahora, ve a ver qué tal está.

- Vale. Pero que conste que creo que no tienes razón. Debería estar tranquila en el campamento, descansando. Para eso es para lo que vino aquí. Para alejarse del estrés de Madrid y... y de todo. Aquí lo único que va a conseguir es agobiarse más, y ver que hay cosas que no puede hacer.

- Pero otras que sí – le dijo frunciendo el ceño - ¿sabes lo que te digo! que mientras pienses así de ella, no te vas a comer la rosca que quieres.

- Ya no quiero nada – murmuró decepcionada.

- ¡Y yo me lo creo! – soltó una carcajada - ¿y esa mochila que te has traído! ¡a mí no me engañas, Albita!

- Bueno... - apretó los labios en una mueca burlona con unos ojos tan bailones que Germán volvió a reír – voy a intentar algo. Anoche estuvimos hablando y... creo que sé cómo conseguir que entienda una cosa.

- Si sabía yo que estabas tramando algo y que ese aire de resignación y derrota solo era una pose para despistarme – se mofó de ella, pero la enfermera no le respondió - ¿Tramas algo o no?

- Sí – admitió - y tanto trabajar aquí la va a dejar agotada y poco receptiva – descubrió sus temores. Germán se encogió de hombros.

- O sea que antes no iba desencaminado – le dijo con retintín – pues siento haberte estropeado tus planes pero yo pensaba en otra cosa, quería que se sintiera activa, que viera que es capaz de ejercer, que sienta que su ayuda es necesaria.. le va haciendo falta dejar de creer que solo sirve para asustar a niñatos como Oscar y llevar papeleos. Lacunza es médico de vocación, pudo ser cualquier cosa y escogió ser pediatra, ¿nunca te contó su madre que desde pequeña decía que quería ser médico de niños?

- ¿Su madre a mí! solo la vi una Navidad y aunque fue muy correcta no puedo decir que hablásemos demasiado. Aunque eso de ser médico de niños sí que me lo ha dicho ella.

- Pues... ¡aquí se va a hartar de ellos! ya verás cómo le sienta bien.

- Quizás tengas razón – murmuró – pero... sigo pensando que... puede pasarle todo lo contrario – comentó mirando hacia ella preocupada por las cosas que le había reconocido la noche anterior.

Pero Alba se equivocaba, Natalia había encontrado en aquel campo de refugiados algo que tenía olvidado hacía mucho tiempo, y no estaba dispuesta a renunciar a aquella sensación de recordar porqué estudió medicina. Germán la conocía muy bien y había acertado de pleno. Estaba satisfecha, feliz, cansada, muy cansada, pero feliz. Por primera vez en años se sentía plena, útil y capaz. Por eso, cuando minutos después, la enfermera llegó hasta ella con el mensaje de Germán, le dio las gracias, le dijo que no se preocupasen tanto por ella y que la dejase trabajar. Alba no tuvo más remedio que volverse a su puesto junto al médico y continuar con su tarea, eso sí, sin quitarle la vista de encima, dijera lo que dijera, cada vez tenía peor aspecto.

Serían las dos de la tarde cuando, Natalia, se obligó a parar para beber un poco, mandó a su enfermera al interior con uno de los pequeños y con el aviso para Nadia de que habían llegado tres embarazadas más. Saco una botella de agua apurándola hasta el final. Ya no estaba cansada, estaba realmente agotada y su cara era reflejo de ello. Alba, que seguía sin quitarle ojo, al verla detenerse y pasarse la mano por la frente, permaneciendo así cerca de un minuto, no pudo contenerse más y corrió hasta ella sin que Germán pudiera frenarla. Estaba claro que empezaba a mostrar los primeros síntomas de desfallecimiento. Cuando llegó a su lado le pareció que estaba demasiado pálida, parecía abstraída, con la vista perdida y su mano izquierda pellizcaba su barbilla, mostrando inquietud.

- ¿En qué piensas? – le preguntó la enfermera agachándose a su lado, preocupada.

Natalia la miró volviendo a la realidad.

- Me has asustado – le sonrió alegre de verla de nuevo allí - ¿has parado para comer?

- No, no he parado para comer – contestó con rapidez – siento haberte asustado, ¿estás bien? Parecías...

- Sí, estoy bien – respondió arrastrando las palabras cansada de que no dejara de preguntárselo – Solo observaba el reparto de comida y... pensaba... mientras vuelve.... vuelve... eh... ¡vaya! ¡se me ha olvidado cómo se llama la enfermera! – la miró con un aire resignado y divertido.

- Se llama Josephine – le sonrió.

- ¡Es verdad! – se encogió de hombros - ¡cada vez tengo peor la cabeza! – bromeó quitándole importancia.

- ¿Demasiado para una sola mañana?

- No. No es eso... es... ya sabes... soy un desastre para los nombres.

- Nat... eh.... ¿vas a comer ahora?

- No. Han llegado más embarazadas – le dijo señalando unas jóvenes sentadas unos metros a su izquierda.

- Ya lo he visto, pero...

- Le he dicho a Josephine que llame a Nadia – la interrumpió – tenemos que examinarlas.

- Ya... – aceptó sin mostrarle la disconformidad que sentía con aquella decisión y esbozando una sonrisa la miró a los ojos – pero Germán quiere que comas en el primer turno y luego descanses.

- ¿Germán? – la miró incrédula y Alba leyó un clarísimo "¿no serás tú?" que la hizo sonrojarse.

- Vale, me callo – aceptó incorporándose y mirando hacia el dispensario, ni rastro de Nadia ni de Josephine - ¿te importa si me quede contigo mientras llega Nadia? necesito un respiro.

- ¡Claro que no! – le sonrió alegre - ¿te duele la espalda? no sé cómo aguantas tanto tiempo en esa postura.

- Ya estoy acostumbrada – suspiró clavando sus ojos en los de ella – Nat..., dime, ¿qué pensabas? – preguntó curiosa.

- En que hoy no vamos a poder terminar con todos – respondió mostrando cierta angustia – da la sensación de que mientras más examinas, más llegan - suspiró.

- Si, son demasiados, nos iremos después de la cena y volveremos mañana. Deberías descansar un rato – le aconsejó de nuevo – y comer algo, Germán dice....

- Ya sé lo que dice Germán – respondió secamente – me lo has venido a decir ¿diez veces? – preguntó irónica mirándola fijamente. Alba bajó la vista avergonzada, al final había metido la pata y había conseguido exasperarla, pero Natalia le levantó la barbilla sonriente.

- Gracias por preocuparte por mí – le dijo mucho más amable – pero estoy bien. Y... quiero seguir trabajando.

- Nat... tienes que descansar – insistió al ver que no estaba enfadada.

- Ya lo he hecho, Alba – le dijo.

- No me refiero a estos minutos sueltos mientras esperas a tu enfermera me refiero a....

- Alba... - la cortó mirándola suplicante y mostrando tal hastío en su expresión que la enfermera se alertó.

- El niño de antes... tenía problemas, ¿verdad? – suspiró dando su brazo a torcer y cambiando de tema.

- Eso me temo – murmuró mirándola fijamente, agradecida de que no le insistiese. De pronto, por sus ojos pasó una sombra y le preguntó algo extraño para la enfermera – cuando ves todo esto... ¿no tienes miedo?

- ¿Miedo! no, yo no tengo miedo, bueno ya no – le dijo con sinceridad.

Su mente voló años atrás, cuando llegó por primera vez a ese campo de refugiados, ni siquiera llevaba una semana allí cuando experimentó la dureza de los días en el campo y sintió que se asfixiaba y no precisamente por el calor, sino por la drástica decisión que había tomado en su vida, por dejarlo todo, por abandonar el hospital, por haberla dejado sin explicaciones, por marcharse y comenzar de nuevo, lejos de todo, lejos de ella. La miró entendiendo, perfectamente, como se sentía.

Natalia esbozó una leve sonrisa de respuesta a aquella mirada dulce, comprensiva, cómplice, aquella mirada que la hacía sentir un cosquilleo en el estómago y que la cabeza le diese vueltas. La deseaba, deseaba besarla de nuevo, deseaba acariciarla, deseaba decirle que la amaba más que a nada en este mundo, que quería quedarse allí con ella. Sin apartar sus ojos de la enfermera habló con voz queda, tranquila, como si de pronto hubiese recuperado todo el aplomo y la seguridad que siempre la había caracterizado.

- ¿Sabes?! ahora entiendo todo lo que me contabas en los paseos de los primeros días – la miró con franqueza, Alba vio una luz en sus ojos hasta ahora oculta - En días como hoy, me gustaría ir al Nilo, como me enseñaste aquella vez – le confesó. Ahora fue Alba la que sonrió – me gustaría....

- Si te apetece, lo haremos en cuanto empiece a caer el sol – respondió interrumpiéndola – ¡te lo prometo!

- ¡Me encantará! – exclamó manteniendo sus ojos clavados en ella con tanta intensidad que, Alba supo que estaba intentando decirle algo más.

- Nat... - torció la cabeza, con el ceño fruncido, confusa - Con esto... ¿no me estarás proponiendo que... que volvamos sobre nuestros pasos? – se aventuró - Quiero decir... que... - la miró esperanzada y al mismo tiempo sintió un temor que hasta entonces no había experimentado, ¿y si se estaba equivocando? Y... ¿si de nuevo estaba metiendo la pata y obligándola a reconocer aquello para lo que aún no estaba preparada! "haz caso a Germán", se dijo.

- Te propongo que empecemos de nuevo – se explicó - Sin discusiones, sin presiones, sin prisa – se explicó con una sonrisa correspondida inmediatamente por la enfermera - aquí me siento tan lejos de todo que... que tengo la impresión de... de poder conseguirlo – terminó sin dejar de mirarla, pero Alba mudó su expresión, ¿qué significaba eso último! no entendía muy bien que pretendía decirle Natalia.

- ¿Conseguir el qué, Nat?

- Conseguir olvidarme de todo y... - la miró intensamente "y decirte que te amo, que ya no puedo callarme más, que el miedo que tengo lo olvido cuando me miras como me estás mirando ahora, que...".

- Nunca dejas nada al azar, ¿verdad? – le preguntó acusadora, y en tono de reproche, al ver que no continuaba y se quedaba absorta, observándola - no puedes ni por un momento dejar de pensar y, simplemente hacer las cosas porque las quieres y las sientes, sin planes, sin preparativos, sin tenerlo todo estudiado y sopesado.

- No, no puedo. Lo siento – reconoció mudando su expresión alegre por una más seria que denotaba su incomodidad ante aquellas palabras – sabes como soy, pero... si no quieres tú... olvida lo que te he dicho – apretó los labios intentando esbozar una sonrisa que le transmitiera la sensación de que no pasaba nada, si así era.

En el fondo, Natalia esperaba una respuesta en la que se negase a olvidarlo. Pero, en cambio, Alba no dijo nada, se alejó de ella un par de pasos y clavó la vista en el suelo, comenzando a juguetear con la tierra, moviendo la puntera del zapato. Luego se agachó, cogió un palito y lo paseó, nerviosa, entre los dedos. Natalia no dejaba de observarla, esperando lo que tanto ansiaba, pero la enfermera seguía pensativa, finalmente habló.

- Anoche me fuiste completamente sincera ¿verdad? – rompió el silencio con voz queda.

- Sí – respondió Natalia sin comprender a qué venía ese giro en la conversación- pero... no entiendo...

- Me dijiste como te sentías, ¿verdad? – la interrumpió.

- Sí, pero... - intentó preguntarle qué quería decirle, pero la enfermera no estaba dispuesta a escucharla, solo tenía una idea fija en su mente, hacerla comprender que aquello que intuía que la frenaba a dar el paso, estaba solo y exclusivamente en su cabeza y que ella no lo sentía igual, que ella la amaba por encima de cualquier cosa y que estaba también estaba dispuesta a cualquier cosa, siempre que Natalia fuese completamente sincera y reconociese, abiertamente, sus sentimientos.

- Me siento atrapada, Nat... - confesó levantando la vista del suelo y clavando sus ojos en los de la pediatra.

Natalia la miró fijamente, temía que lo que estaba a punto de escuchar no iba a gustarle demasiado. Aguardó a que continuase, pero Alba seguía sin hablar, había vuelto a juguetear con la tierra y parecía pensarse lo que tenía que decirle. Natalia sintió que toda la euforia que había experimentado esa mañana desaparecía de un plumazo. Después de atreverse a dar el paso, de atreverse a decirle que estaría dispuesta a intentarlo, tenía lo que tanto había temido, que le cerrara la puerta en las narices.

- ¿Atrapada por qué? – terminó por preguntarle.

- No porqué, por quién – le respondió clavando ahora ella, sus ojos, en la pediatra – nadie mejor que tú sabes que no es la primera vez que intento huir de ti.

- Si no quieres ir al río, basta con que me lo digas. No hace falta más – le dijo intentando darle una escapatoria.

- No se trata del río, se trata de este juego absurdo, que no nos conduce a nada. Y no quiero seguir jugando. Se acabó, Nat. No voy a seguir con esto.

- No te entiendo – dijo con un hilo de voz mirándola asustada - ¿qué juego?

- No quiero más este tira y afloja. Estoy cansada y... yo... yo solo deseo que todo vuelva a ser... como antes.

- Me estás diciendo que... te vas a quedar aquí, ¿qué no regresas conmigo? – la miró con temor y recordó las palabras de Germán "depende más de ti que de ella" y se decidió – Alba – le dijo cogiéndola de la mano – a mí ... a mí... me gustaría mucho, ¡muchísimo! que... que volvieses conmigo – le reconoció, pero la enfermera no respondió, ni siquiera levantó los ojos hacia ella, no mostró sorpresa, ni alegría y Natalia se asustó – Alba, por favor, ahora soy yo la que te pide sinceridad, ¿te vas a quedar aquí? – preguntó directamente, necesitaba saberlo, necesitaba estar segura de si debía dar el paso o callarse para siempre.

Alba la miró y estuvo a punto de decirle que sí, que efectivamente esa era su decisión, tenía que hacerla reaccionar, hacerla reconocer lo que tanto quería escucharla decir, pero en el último momento se arrepintió, vio la cara de Germán, recordó sus palabras y pensó que quizás eso era presionarla demasiado. Sabía que debía volver a Madrid y arreglar algunos asuntos antes de regresar definitivamente a Jinja y decidió escoger esa salida.

- No, no es eso. Antes de solicitar mi vuelta aquí, cumpliré con mis obligaciones – le dijo sin percatarse de la cara de desencanto de la pediatra "¿obligaciones! ¡en qué estás pensando, Nat! te lo acaba de decir clarísimo, eres una obligación, una carga, una...", no quería seguir pensando, no podía - Me refiero a... - la miró fijamente, frunció el ceño y tomó aire - antes te he mentido, si hay algo a lo que temo, temo a la dependencia que tengo de ti, Nat. Y... no me gusta... y... no quiero...

- ¿Dependencia! ¿tú de mí? – preguntó interrumpiéndola con voz ronca mostrando incredulidad - ¡Tiene gracia! – exclamó irónica, molesta por lo que le había dicho antes, si había algo que ella no estaba haciendo era jugar, y más aún por el tono recriminatorio de sus palabras, no entendía a que venía aquello – que tú me hables a mí de dependencia – murmuró entre dientes y frunció los labios, cabeceando afirmativamente – tú no dependes de mí, tú no sabes lo que es depender realmente de algo o de alguien – soltó casi llorosa.

- Sí lo sé, Nat – respondió bajando la voz y haciéndole a ella una seña de que hiciera lo mismo, pero la pediatra no se dio por aludida.

- ¿Lo sabes! ¿tú sabes lo que es estar sentada en esta silla dependiendo de todos para lo más básico! ¿sabes lo...?...

- No exageres... – murmuró sin convicción consciente de la cantidad de veces que, a posta, la había hecho esperarla a sabiendas de que ella no podría buscar lo que quería – te manejas muy bien en la silla y ya está bien de...

- No me refiero solo a eso – la cortó con genio - ¿Tú sabes cómo me sentí cuando desapareciste sin más?

- Es eso, ¿no! aún no me has perdonado. Me preguntaba cuando tendrías el valor de reconocerlo.

- ¡No! claro que no – exclamó con voz ronca – te perdoné hace mucho – confesó abatida.

- Entonces... ¿qué es lo que no sé! ¿qué es lo que no entiendo?

- Tú no sabes lo que es cerrar los ojos y tenerte aquí metida día y noche – se dio unos golpes en la sien señalándose la cabeza - serena o borracha, despierta o dormida... ¿lo sabes? No creo que lo sepas, ¿sabes qué es que tu mujer te haga el amor – Alba frunció el ceño al oír aquello sintiendo una punzada de celos - y tú no puedas dejar de pensar en otra? – casi le gritó despertando la atención de los demás. Germán se levantó y miró hacia ellas, haciéndole a la enfermera un gesto recriminatorio.

- Chist, Nat, no levantes la voz y no montes una escena – le pidió, viendo la seña de Germán – este no es lugar ni....

- Pues... ¡no me hagas montarla! – respiró agitada – eres tú la que has venido hasta aquí para.... ¿para qué?..¿para qué has venido?

- No la montes y punto – respondió también con genio y el ceño fruncido, pero con la voz ronca y muy baja – Y para que te enteres, si lo sé. Sé lo que es irte a miles de kilómetros huyendo de alguien que va contigo, sé lo que es trabajar hasta caer desmayada con el sólo propósito de dormir, por una noche, sin soñar contigo, sé lo que es luchar contra fantasmas que sólo repiten un nombre, el tuyo. Hay muchas formas de dependencia Nat, y estoy harta de que estés siempre sintiéndote una víctima. Porque yo también he sido víctima de algo horrible y ...

Natalia se revolvió en su silla incómoda, sin saber qué decir, pero dispuesta a no seguir con aquella conversación.

- ¡Basta, Alba! – la cortó y se giró dándole la espalda – tienes razón, esto es absurdo. Olvida todo lo que te he dicho antes – le pidió con genio, Alba la miró alertada, no pretendía enfadarla hasta ese punto, solo quería llevarla a su terreno para que si de verdad quería intentarlo, lo hiciese libre de todo, y ella sabía que a Natalia le faltaba algo por reconocerle, algo por echarle en cara y tenía que conseguir que lo hiciera - No podemos cruzar dos palabras sin terminar discutiendo.

- No, no basta - cogió la silla y le dio la vuelta encarándola – y sé lo que te pasa, sé que desde el día que te lo conté me odias por no haber luchado, por dejar que me hicieran... por... por dejar que me violaran – le soltó con crudeza y con intención de provocarla - sé por qué me rechazas, y por qué me dices que no puedes estar conmigo....

- No entiendo... ¿qué quieres decir? – habló con voz ronca y los ojos más oscuros que Alba le viera en muchos días – te he dicho que sí quiero.. que.... podría llegar... a... intentarlo... que...

- ¿Tú te estás escuchando? – le preguntó retóricamente – ¿por qué balbuceas? ¿no estás segura? yo te voy a decir porqué – saltó con rapidez frenando el leve intento de Natalia de protestar - no creo lo que me has dicho, creo que la realidad es que te doy asco... y sé que me desprecias por no buscar ayuda...

- ¿Qué gilipollez estás diciendo? – alzó de nuevo la voz fulminándola con la mirada – no pongas en mi mente cosas que solo están en la tuya, eres tú la que no te perdonas, tú la que te das asco... - le espetó con genio – yo... yo no pienso eso, no... no siento eso... - balbuceó de nuevo, mucho más suave comenzando a comprender que había caído en una trampa por la expresión de triunfo que estaba poniendo la enfermera.

- ¿No? entonces ¿qué sientes? ¿por qué me rechazas? – le preguntó con una dulzura que hasta ahora no le había mostrado. Natalia comprendió que estaba en lo cierto, había caído en su trampa.

- Yo... yo... - las lágrimas se le saltaron "¿por qué te rechazo?", "¡porque no puedo hacerte cargar conmigo!", "porque no te mereces que se me vuelva a ir la cabeza y te haga otra vez lo que te hice", pensó – yo... no te rechazo, yo... – dijo con un nudo en la garganta "yo... te amo, y lo único que sueño es en estar contigo", pensó, mirándola de tal forma y con tal intensidad que Alba la entendió.

- ¿Y por qué nunca me quieres decir lo que sientes? – preguntó intentando disimular una sonrisa provocada por la alegría de aquella confesión sin palabras, no hacía falta que las pronunciara, sus ojos las habían gritado tan alto que había sido capaz de escucharlas.

- Alba, porque yo no soy como tú. No soy capaz de... de expresar... bueno que ya lo sabes – frunció el ceño molesta, le costaba hasta decirlo en voz alta.

- ¿Tan difícil era decirme que me quieres?

- Te he dicho que te quiero muchas veces, ¡muchas! más incluso de las que soy capaz de recordar...

- No me refiero a esos te quiero, Nat. Ya sé que hay muchas formas de hacérmelo ver. Me refiero de verdad – le dijo en tono de reproche – necesito que me lo digas de verdad.

Natalia la miró intentando adivinar qué era lo que quería de ella, siempre había sabido leer aquellos ojos, pero ese día estaban especialmente misteriosos y Natalia sintió de pronto pánico de no poder volver a entenderlos, de haberlos perdido para siempre.

- Ya te lo he dicho – respondió cansada mirando a aquel grupo que debía atender y que ya estaba terminando de comer el plato que le habían servido – y, ahora, debo seguir con los niños.

- ¡Cobarde! ¿hasta cuándo vas a seguir huyendo?

- No huyo. Nadia viene por ahí y debo seguir. ¡Mira que cola! – exclamó angustiada y nerviosa – ya hemos dado suficiente espectáculo ¿no crees?....

- Yo lo que creo es que debes descansar. Germán me ha enviado a que te lo diga. El sol de la tarde es demasiado fuerte para ti – le dijo con brusquedad.

- Lo que es demasiado fuerte para mí son conversaciones como ésta.

- ¿Te he levantado dolor de cabeza? – preguntó burlona.

- Me has levantado todo, la cabeza, el estómago, ¡menos lo que yo quisiera! – exclamó con énfasis.

- ¿A qué te refieres? – preguntó perpleja.

- Creo que es evidente, ¿no?

- No – respondió con sinceridad.

- ¡A mí de esta silla! – exclamó de nuevo. Alba la miró y esbozó una media sonrisa divertida, sus ojos bailaron como hacía tiempo y Natalia supo que la enfermera tramaba algo y ella ya no era capaz de saber el qué.

- No esperes milagros, bastante he logrado ya de ti hoy – le sonrió abiertamente, Natalia se quedó desconcertada, sin saber que significaba aquello que le había dicho, Alba parecía otra vez de buen humor y parecía aceptar su negativa a pronunciar las dos palabras que tanto deseaba escuchar "te amo".

- Pues... si no puedo esperar milagros de la enfermera milagro, tú me dirás de quién puedo esperarlos – respondió irónica.

- Vete dentro, por favor, en cuanto pueda voy yo. O... - se volvió y miró a Germán que auscultaba a un chico, el médico levantó la cabeza al verse observado y ella le preguntó con una seña si iba a ayudarle, a lo que él negó con un gesto y un "tranquila" - mejor te acompaño y...

- No hace falta que te molestes. Puedo sola – se apresuró a oponerse.

- No me es molestia – le sonrió – pero si no quieres... - se encogió de hombros y le acarició la mejilla, con suavidad - descansa, ¿de acuerdo? – la miró satisfecha de lo que había leído en sus ojos – si aún tienes ganas, esta tarde iremos al río.

- ¿Lo dices en serio? – le preguntó cada vez más confusa con su actitud y Alba asintió - ¿y soy yo la que está jugando?

- Sí, tú eres la que juegas y no hablas claro, yo no voy a insistir más veces – sonrió satisfecha, ya la tenía donde quería, ahora sí estaba segura no solo de que Natalia la amaba sino de que no tardaría mucho en reconocerlo.

- De acuerdo, vamos al río esta tarde – aceptó ante el asombro de Alba que estaba segura de que se iba a negar.

Natalia giró la silla para encarar al grupo dispuesta a llamar a la primera madre de la fila que tenía en brazos a una pequeña a la que intentaba obligarla a tomar parte de lo que le habían servido.

- ¡Ah! ... Otra cosa, Nat – le llamó la atención reteniéndola.

- ¿Qué?

- Me encantas en esa silla – le susurró en el oído – deja de querer levantarte por mí de ella, si quieres hacerlo, que sea por ti.

Natalia la miró sintiendo que un escalofrío le recorría la espalda y que un cosquilleo especial subía desde su estómago. La enfermera la miró burlona y le dio la espalda, comprobando que Nadia se había detenido en uno de los grupos, se giró hacia ella.

- Y... una cosa más, Nat – la miró con intensidad - ¿Entiendes ahora cómo me siento yo cada vez que me insinúas que no merezco cargar contigo? – le preguntó con una mirada especial, franca, dura y a la vez llena de cariño.

Natalia no respondió y bajó los ojos, avergonzada y vencida, ¡qué lista había sido la enfermera! ¿qué podía responder a eso? Alba se dio la vuelta dispuesta a marcharse, pero de pronto pensó en decirle algo más y se detuvo, cuando estaba a punto de hacerlo, sintió que Natalia la sujetaba por la muñeca, obligándola a encararla.

- Alba – la miró fijamente a los ojos y la observó con atención, la enfermera aguardó paciente, segura de que Natalia le iba a decir algo importante – si... si... ese león sediento del que hablabas anoche... se... se decidiese a beber agua.... – bajó el tono y apretó los labios en una mueca que la enfermera conocía a la perfección, Natalia dudaba y tenía miedo de su respuesta - ¿tú qué pensarías de él?

- ¿Pensar? no pensaría nada – respondió, pero viendo que sus palabras provocaban un velo de decepción en los ojos de la pediatra, inmediatamente, se apresuró a continuar – yo... - se agachó, dejando su cara a un palmo de la de Natalia - ¡estaría dándole agua toda la vida! - le susurró con tanta intensidad que Natalia se echó hacia atrás, en un intento de evitar lo que ya intuía que era inevitable, pero sus ojos brillaban de una forma especial, mostrándole a Alba que la respuesta le había satisfecho sobremanera.

- Y... si... ese león... prefiriese que... que no se la dieses – le preguntó con temor de ser malinterpretada, Alba frunció el ceño sin saber qué quería decirle, pero decidió esperar a que se explicase – si... si prefiriese volver al lugar del que llegaba y ... y prefiriese que... que lo dejases beber solo, que... que ...

- Si ese león prefiriese vagar por la selva, buscando su sitio, yo vagaría con él, si prefiriese volver a su zoo y vivir enjaulado, yo me enjaularía a su lado, para que cada vez que tuviese sed, supiese que puede beber y...

- Y si el sol de la selva y el cansancio de ir tras él, hiciese que se secase el agua, hiciese que....

Alba la miró, sonrió y le cogió una mano, inclinándose de nuevo hacia ella.

- A estas alturas de tu vida, Nat, creí que ya habrías aprendido que hay veneros que brotan de tan adentro que nunca se secan y... por mucho que queramos taparlos, por mucho que queramos cerrar esa fuente, la naturaleza sigue su curso y antes o después, resurgen con toda su fuerza, porque lo único que han hecho es crecer a escondidas.

- Pero... pero y si... si no fuese así y si... se secase – insistió mirándola con un aire de desesperada súplica. Alba comprendió al instante lo que ocurría, Natalia tenía miedo de que volviese a dejarla, como ya hizo cinco años antes.

- Entonces tendríamos sed los dos y tendríamos que buscar juntos dónde poder beber, y quizás tendríamos que dejar de vagar... - le sonrió maliciosa – y quedarnos en un lugar que nos permitiera saciar la sed de ambos – terminó incorporándose y dejándola con una tonta sonrisa en la boca - ¿no crees?

- Supongo que sí – murmuró.

- ¿Solo supones? – le preguntó maliciosa.

Alba esperó a que dijera algo más, pero no lo hizo, Natalia continuó observándola fijamente, abstraída, asimilando cada una de las palabras que habían sido pronunciadas. "¡Daría lo que fuera por saber qué está pensando!" se dijo la enfermera calibrando hasta qué punto debía seguir presionándola o si ya estaba bien, finalmente decidió parar, estaba claro que Natalia necesitaba más tiempo y ella estaba dispuesta a esperar todo el que fuera necesario. Se dio la vuelta sin pronunciar palabra y se alejó de ella, pero antes de llegar junto a Germán deshizo sus pasos con una rápida carrera.

- y... una cosa más, Nat, yo... ¡también te amo! no es tan difícil decirlo – apretó la boca en una mueca socarrona – como diría Germán, "santo y seña, Lacunza ¡santo y seña!" – exclamó y corrió hasta su puesto junto al médico, dejando a Natalia boquiabierta.

La pediatra comprendió inmediatamente lo que acaba de hacer la enfermera, en la trampa en la que había caído sin remisión y no pudo evitar esbozar una sonrisa. A su modo le había hecho sentir lo que llevaba días haciéndole ella. La había acusado de algo que no era cierto, pero que era lo mismo que ella buscaba de excusa para negarse a entregarse a Alba. Sí, había sido muy lista, ¡muy lista! y no pudo evitar mirarla mientras se alejaba, sonriendo agradecida. Le acababa de hacer la declaración de amor más bonita e intensa que nunca le hiciera, la había dado la seguridad que tanto necesitaba, pero también le había dejado muy claro que, si no quería perderla, tenía que dejarse de confesiones veladas, le había dejado claro que no le bastaba cerciorarse de que la amaba, que necesitaba escuchárselo decir. Suspiró mirando hacia ella, necesitaba ver su sonrisa otra vez, sus ojos anhelantes clavados en ella, pero Alba se había arrodillado junto a Germán, parecía seria, tranquila y, sobre todo, dispuesta a no volver a "ofrecerle agua", ya sabía dónde estaba, las dos sabían dónde estaban, y Natalia comprendió que Germán tenía razón en todo lo que le dijo, dependía de ella y solo de ella el que Alba decidiese volver a Madrid o permanecer allí, en Jinja. La cabeza le daba vueltas y se sintió ligeramente mareada, se giró y buscó su sombrero, lo cogió y se lo puso resignada. Bebió un poco de agua y esperó un instante a encontrarse mejor, luego llamó a la madre que veía primera en la fila, atendería a aquella pequeña hasta Nadia volviese.

Minutos después, Nadia regresó y le pidió que entrase a descansar, pero Natalia se negó con una sonrisa y, juntas, atendieron a cuatro mujeres más. Mientras las examinaban, la pediatra miró en varias ocasiones hacia Alba, pero la enfermera parecía enfrascada en su trabajo. Cada vez estaba más cansada y, a pesar de estar disfrutando con todo aquello, sabía que no iba a poder aguantar mucho más allí fuera. Cuando ya suspiró creyendo haber terminado con el trabajo en la explanada, llegaron tres jóvenes madres que, Natalia miró con desesperación, se sentía agotada pero no quería dar su brazo a torcer y menos después de la charla con Alba, pero empezaba a ser consciente de que estaba llegando al límite de sus fuerzas. Nadia la miró sonriente, pero ligeramente preocupada, le propuso de nuevo seguir sola y que ella fuese a descansar, pero Natalia volvió a negarse. No estaba dispuesta a renunciar a las primeras de cambio.





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