La Clínica

Autorstwa marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... Więcej

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 48

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Autorstwa marlysaba2


De pronto Sara le había parecido diferente, más joven y con un aire de inocencia que le gustaba al tiempo que la sorprendía, con aquellos nervios, aquel intento de acercamiento y ese halo de misterio y nerviosismo con que estaba envolviendo todo lo que le decía.

- ¡Vaya! lo estarás echando mucho de menos aquí.

- La verdad es que sí.

- Si quieres... yo podría darte algún masaje – se ofreció solícita – no se me da nada mal y...

- No, no, gracias, no te molestes – se apresuró a interrumpirla.

- No es molestia – sonrió – así no pierdo práctica y tú dejas de echar de menos esos masajes...

- No, no, de verdad – respondió nerviosa – ya mismo vuelvo a Madrid – se excusó, "¿qué respuesta es esa! Natalia, serás imbécil mira que cara de cachondeo está poniendo, y ¿porqué estás tan nerviosa! sí, porque va a decirte algo, algo que no quieres escuchar, eso está claro" – y... vamos que Alba todas las noches se encarga de eso – mintió descaradamente, tenía la sensación de que Sara quería algo de ella y no le estaba gustando nada el tono de la conversación.

- Claro – sonrió abiertamente - ¡Alba! – exclamo guiñándole un ojo con complicidad.

- ¿Qué pasa? – preguntó comenzando a ponerse de mal humor, no entendía que hacía Sara allí sentada frente a ella, tratándola con esa familiaridad.

- Nada, que creo que he venido aquí a hacer el tonto. Ya veo que Alba... – se interrumpió risueña enarcando las cejas en gesto burlón.

- Si estas pensando que Alba y yo... te equivocas – le dijo con genio "y sí que has venido a hacer el tonto, ¡ya lo creo que sí!".

- No pienso nada, es Pluma la que...

- Pero... ¿de qué me estas hablando?

- Pluma... mi perra... ¿no te ha contado Alba nada de ella?

- No – la miró perpleja – pero... qué tiene que ver la perra con... con lo que me estabas diciendo.

- Esta mañana te he visto discutir con Alba, no te voy a ocultar que sé que ella y tú... en fin, que eres su ex.

- ¿Qué quieres Sara? – preguntó directamente harta de todo aquello, molesta por el tono de la conversación y comenzando a alterarse ante aquella incertidumbre.

- Nada, solo... contarte la historia de Pluma y... decirte que... en todo este tiempo... Alba... no te ha olvidado.

- Ya... - murmuró comprendiendo lo que pasaba. ¡Otra mensajera!

- Es cierto y también se que tú estás triste, y que sufres por ello y que...

- Pero bueno... ¡esto es el colmo! – exclamó comenzando a enfadarse, primero Germán y ahora Sara, ¡con razón la veía tan nerviosa! - ¿tú me conoces? no, ¿verdad! no tienes ni idea de cómo soy y mucho menos de cómo siento.

- No – reconoció con una sonrisa, sin inmutarse ante el tono de la pediatra – ahí es donde entra Pluma.

- ¿Tu perra?

- Sí.

- ¡Joder! – se sentó en la cama bruscamente e intentó alcanzar su silla – esto es un sueño ¿verdad! estoy soñando que todos me dais la castaña con Alba. Voy a cerrar los ojos y, cuando los abra, no estarás ahí y yo estaré en mi silla, y saldré a darme una ducha que me despeje la cabeza.

- Nat... esto no es ningún sueño – le dijo extrañada de su convicción de que así fuera y de lo nerviosa que se mostraba de repente.

- Pues entonces ya si que no entiendo nada, te presentas aquí para decirme que tu perra sabe que yo...

- Pluma es una perra muy lista, muy pero que muy lista, y tiene un sentido especial para la gente que sufre, al principio solo le pasaba con los niños, pero... cuando a Alba... - se detuvo mirándola intentado calibrar hasta que punto Natalia conocería lo que ocurrió – le pasó.... lo que le pasó – también le ocurrió con ella. Y... todos nos hemos sorprendido al ver que... ahora contigo... y... cuando Pluma se pone así con alguien...solo hay dos opciones.

- ¿Ves? tú eres más original que Germán – saltó de pronto – y si no fuera porque me estáis empezando a cabrear con tanta charlita sobre Alba me haría hasta gracia la historia de Pluma.

- Hablo en serio – la miró con tal convicción que Natalia no tuvo más que creer que sí que lo estaba haciendo - para que Pluma te siga a todas partes de esa forma, o estás enferma, enferma de verdad o.. estás triste, muy triste.

- ¡Joder! – exclamó sin poderlo evitar, Sara, aún si conocerla en profundidad pudo atisbar un asomo de temor en sus ojos y un deje de inquietud en aquella simple palabra y continuó satisfecha de comprobar que en el fondo Natalia la estaba creyendo - sino Pluma nunca dormiría en tu puerta, ni te buscaría, ni intentaría entrar contigo en la cabaña. Y... al final siempre consigue lo que quiere – le dijo con una sonrisa a la que Natalia no respondió - ¡con los niños hace milagros! – le dijo orgullosa – niños que le han volado una o las dos piernas con una mina, niños abandonados, medio muertos, niñas apaleadas... con todos ha perseverado hasta conseguir sacarles una sonrisa, hasta hacerles reaccionar. Así es que... tú me dirás – enarcó los ojos en gesto interrogador y guardó silencio.

- ¿Qué te diga qué?

- He visto tus resultados y descarto la enfermedad, al menos de las que yo te estoy hablando, de esas que estás muerto a los dos días.

- ¡Vaya, gracias! – saltó sarcástica – es un alivio saberlo.

- Solo queda que... estás triste, tan triste que Pluma lo capta – continuó ignorando su sarcasmo y su impaciencia.

- Y... ¿no será que se me dan bien los perros? - le preguntó con el mimo tono irónico - mi Thersi se parece mucho a Pluma – suspiró nostálgica al recordarla – de hecho, siempre he creído que se me dan mejor los perros que las personas, cuando te miran a los ojos nunca mienten.

- Entonces me das la razón, mi Pluma no miente. Te ha descubierto.

Natalia se quedó sin palabras. Aquello era absurdo, de locos y al final, entre todos, iban a conseguir volverla loca a ella, si es que no lo estaba ya.

- ¿Eso es lo que querías decirme? – le preguntó despectiva.

- Si, eso – sonrió segura de que sus palabras la harían pensar – a Pluma no puedes engañarla y... a mí tampoco. Y... Alba conoce a Pluma, todos la conocemos – sentenció – y... espero que... te recuperes... como todos esos niños – dijo levantándose – aquí hay algo que todos aprendemos antes o después y es... que la vida es muy corta y que en cualquier momento – dijo produciendo un chasquido con los dedos tan rápidamente que Natalia se sobresaltó – aquello que más deseas se te escapa entre las manos y, ya no tienes ocasión de dar marcha atrás. ¡Escúchate a ti misma, Nat! a nadie más – le aconsejó en la puerta – y... si necesitas algo... bueno... ya sabes.

Natalia asintió sin decir nada, Sara la había dejado tan perpleja que no se le ocurría ninguna respuesta, ni siquiera un simple gracias a su ofrecimiento.

- Bueno... yo... tengo que irme – le sonrió dirigiéndose a la puerta - hoy Oscar va a pasarse por aquí – dijo saliendo y dejando a Natalia completamente desconcertada y con Pluma, que había aprovechado para volver a entrar, encima de su cama intentando lamerla.

Su cabeza volvía a ser un torbellino si es que en algún momento del día había dejado de serlo. Sara la empollona, Sara la del gran expediente, Sara la que había renunciado a todo por estar allí, la chica segura, eficiente, seria... esa chica se dejaba llevar por... ¿su perra?

- ¿Y tú porqué la tienes tomada conmigo! ¿sabes en el lío que me has metido? – le preguntó al animal, molesta por todo lo que había dicho Sara - ¡baja de la cama! – le ordenó enfadada, ganándose un lametón en toda la cara, consiguiendo arrancar una sonrisa en la pediatra - ¡ay, qué voy a hacer yo contigo, si ni mis malos modos parecen impresionarte! – exclamó resignada a que se echase sobre ella, colocando su cabeza en el estómago de Natalia que comenzó a acariciarla – y, sobre todo, ¿qué voy a hacer con Alba, eh?.. ¿tú qué dices? – le preguntó con un suspiro pensando en lo que acababa de decirle Sara, "la vida es muy corta..." - ¿le cuento todo y... si me entiende.....nos damos una oportunidad o... lo dejo estar? – preguntó en voz alta aquello que tantos quebraderos de cabeza le estaba produciendo, ganándose un nuevo lametón.

Natalia esperó con paciencia que llegara la hora de que Germán volviera, como le prometió, pero no lo hizo. No dejaba de darle vueltas a todo lo que ocurriera por la mañana con Alba, a sus besos, a sus palabras diciéndole que la amaba, a la conversación con el médico y a la visita de Sara. Mientras más vueltas le daba a la cabeza, más se convencía de que no podía dejar pasar más tiempo sin hablar con Alba, y esa posibilidad acrecentaba sobremanera los nervios que sentía. La sola idea de contarle al detalle su vida desde que la enfermera se marchó, le provocaba tal sensación de angustia que creía que no iba a ser capaz de hacerlo. La cabeza le dolía cada vez más, se sentaba en la silla y al rato volvía a tumbarse en la cama, no se encontraba bien en ninguna de las posiciones que adoptaba y la desesperación comenzó a cobrar fuerza en su interior.

Solo deseaba que Alba abriese esa puerta, que regresase ya, que no se quedase varios días en Kampala con esa Nancy a la que estaba comenzando a odiar visceralmente, se sentía a punto de explotar y la maldita espalda no dejaba de dolerle. La soledad de aquella cabaña, el no poder distraerse ni siquiera leyendo, las dificultades en las comunicaciones que le impidieron contactar con España, ni con Adela, ni con Claudia, ni con Vero a la que llamó desesperada y sin éxito, le provocaron tal grado de alteración y nerviosismo que cuando a la hora de comer apareció Margot con un plato enorme de un guiso, solo el olor, le hizo dar arcadas. La joven, mirándola por primera vez con cierto aire de desprecio, que no pasó desapercibido a la pediatra, tuvo que devolverlo a la cocina y regresar con una tila y un caldo por orden de Germán, que no tuvo ni un segundo para estar con ella. Y Alba no regresaba.

El frío que tuviera por la mañana se había convertido en un calor intenso que la asfixiaba y le hacía sentir la cara ardiendo. Cada vez que se asomó a la puerta principal de la cabaña intentando comprobar si había mucho trabajo que impidiera al médico cumplir con su promesa de ir a verla, un bofetón de aire caliente la hacía volver a entrarse. Además, no se veía un alma por ningún lado y cada vez estaba más segura de que algo raro estaba pasando. Eran ya muchos días allí para saber que no era un día como los demás. A la hora de la cena se dirigió al comedor, pero lo encontró vacío, sabía que no habían llegado heridos porque desde la puerta principal de la cabaña podía observar el patio y había estado vacío todo el día. ¿Qué estaba ocurriendo! vio salir a Francesco y lo llamó pero, por una vez, el joven se limitó a saludarla con la mano y salir corriendo en dirección contraria, Germán apareció, unos segundos después, tras él, parándose en la puerta de la radio, pasándose la mano por la frente.

- ¡Germán! – gritó para que no le ocurriese lo mismo que con el italiano.

- Lacunza, ¿qué haces ahí? – se detuvo mirándola extrañado.

- ¿No cenáis? – le preguntó. Él miró el reloj distraído y a Natalia le pareció que también preocupado y cansado.

- Más arde – le comunicó – pero... ve a la cocina, lo tuyo debe estar ya preparado.

- No, gracias, os espero.

- No lo hagas – le aconsejó – no... no creo que hoy cenemos juntos... Luego nos vemos que... tengo... prisa y...

- Germán – lo interrumpió - ¿puedes darme algo para... el dolor de cabeza?

- ¿Y los analgésicos?

- No me hacen nada – confesó – y... no lo soporto más.

- Ve al hospital, Jesús está allí. Él te dará lo que le pidas.

- Prefiero... que lo hagas tú.

- Lo siento, pero... no puedo – respondió impaciente dándole la espalda y avanzando unas cuantas zancadas pero cuando ya estaba a unos metros de distancia se detuvo y se giró, Natalia permanecía allí con cara de desconcierto y volvió junto a ella – eehhh... esto... Lacunza... no puedo porque – dudó un instante si decírselo e inmediatamente se arrepintió – porque... bueno que no puedo. Tengo que hacer unas cosas y... ver a Felipe. Esta noche, si... saco un rato... me paso a verte – le dijo haciéndole una carantoña en la mejilla con tal aire de tristeza que Natalia se sorprendió.

- Espera – le pidió y Germán leyó el miedo en sus ojos – Germán...

- ¿Qué pasa Lacunza?

- Lleva doliéndome la espalda casi todo el día – le confesó con rapidez temiendo que si no lo hacía la dejase allí plantada – doliéndome bastante y ahora también...

- ¿Te duele el pecho?

- Si – bajó los ojos con un hilo de voz – cada vez más. El médico la miró, negó con la cabeza y suspiró resignado.

- ¡Mira que eres burra! anda, vamos al hospital – consintió situándose tras ella y empujando la silla a lo que Natalia no solo no se opuso si no que se sintió aliviada.

- Gracias.

- Si que debe dolerte para que vengas a buscarme – comentó subiendo los escalones y entrando en la sala común.

La pediatra no dijo nada más y Germán tampoco, lo que extrañó a Natalia que se esperaba otro sermón del médico, sin embargo, se mantuvo en silencio mientras la subió a una camilla y conectaba todos los monitores. Natalia no dejaba de observarlo, cada vez le parecía más ausente, distraído y preocupado. Actuando con rapidez, haciendo un par de indicaciones a Gema y situando los monitores a su lado.

- Germán... ¿sabes algo de Alba? – se atrevió a preguntarle por fin aquello que tanto deseaba conocer.

- ¿De Alba? – saltó con rapidez - ¿qué quieres que sepa? lo mismo de todos, Lacunza.

Natalia lo miró sorprendida por su brusca respuesta y apretó los labios disgustada por sus modos, y segura de que estaba molesto por haber tenido que cambiar sus planes y estar allí, atendiéndola. Él la miró y comprendiendo lo que podía estar pensando, dulcificó el gesto.

- Perdona, quiero decir que... no sabemos nada, pero... tú ahora lo que tienes es que estar tranquila – le dijo más suave mirando los datos que mostraba el monitor y apuntando algo en su cuaderno ante la atenta mirada de Natalia, que esperaba que le dijese algo más.

- Yo solo quería saber si había... llamado... si... ha llegado bien a Kampala – murmuró – y... si... si piensa quedarse allí unos días.

- Te repito que no te preocupes ahora por Alba – dijo airado – ya volverá – musitó con tan poca convicción que Natalia frunció el ceño alertada.

- ¿Qué ocurre, Germán? – le preguntó – porque ocurre algo ¿verdad?

- ¿Ocurrir? Eh.... – la miró pensativo – nada... nada, no ocurre nada – respondió ausente.

- No me mientas – le sujetó por la manga impidiendo que siguiera escribiendo y clavando sus ojos en él.

- Espera un momento, impaciente – respondió con seriedad, zafándose y terminando de apuntar.

- No me refiero a mí – lo miró más preocupada aún – ocurre algo en el campamento ¿verdad?

- Ya sé que no te refieres a ti, no soy lelo – bromeó, sonriéndole por primera vez en la noche – ya te he dicho que ... no pasa nada – dudó un instante, sin saber si contarle las noticias que habían llegado, finalmente, se decidió a no hacerlo, no quería alterarla más de lo que ya estaba. Natalia supo que le estaba mintiendo y comenzó a desesperarse, sintiendo que aumentaba la presión en el pecho - ¡Joder! Lacunza, quieres estar tranquila – protestó al comprobar que aumentaba su ritmo cardiaco – toma – le metió una pastilla bajo la lengua.

- ¡No puedo estar tranquila! ¿seguro que no pasa nada? Sara me dijo que Oscar tenía que pasarse por aquí y... ¿ha dicho algo de Alba o ha hecho algo? – se interesó recordando su conversación con él inspector.

- Te quieres callar y relajarte – le ordenó con genio – y... tranquila que Oscar no se ha pasado por aquí y no ha hecho nada contra Alba.

- Pero...si... si necesitas...

- No necesito nada - la interrumpió otra vez airado – no seas pesada.

- Vale – musitó cerrando los ojos.

- ¡Gema! – llamó Germán a la enfermera que llegó con prontitud, Natalia abrió inmediatamente los ojos – quiero analítica completa.

- ¡Otra vez! pero Germán, ¿qué esperas que cambie de ayer a hoy? – protestó Natalia sin poder contenerse.

- ¿Me has oído? – le preguntó el médico a la chica que ante la protesta de Natalia se había quedado quieta – conteo completo, incluido plaquetas. Y quiero fórmula leucocitaria.

- Muy bien – respondió Gema disponiéndose a sacarle sangre a Natalia.

- Pero... ¿fórmula leucocitaria? – le preguntó directamente - Germán... ¿me vas a decir ya en qué estás pensando? – lo miró entre molesta y asustada pero él no respondió y continuó apuntando en su libreta - ¿Germán?

- Perdona Lacunza – se disculpó – tengo la cabeza en otra cosa.

- Ya...

- Solo quiero asegurarme, eso es todo – respondió frunciendo el ceño – déjame que vea el corte, ¿cómo lo tienes?

- Lo tengo bien, ya te dije que apenas me duele.

- Luego... te ha dolido.

- Sí, un poco.

- ¡Estupendo! – exclamó alegre y visiblemente aliviado, Natalia lo miró extrañada y segura de que Germán tenía una idea muy clara de lo que ocurría – tú hazme caso, verás como de aquí a unos días estás mejor.

- ¿Tú crees?

- ¡Estoy seguro! Mira esto – le indicó el monitor – así no puedes seguir. Lo primero es que necesitas estar tranquila.

- ¿Tengo la tensión baja? – miró pensativa los índices – pero si yo creía que... entonces... - clavó sus ojos en él ligeramente asustada.

- ¿Estás mareada?

- Ahora no, pero antes... cuando fui a buscarte... si que lo estaba.. pero...yo creía que el dolor de cabeza y el mareo eran por todo lo contrario.

- Pues no, la tensión está baja, demasiado – murmuró - ¿cuántos analgésicos te has tomado?

- Cuatro, dos cada ocho horas – respondió cansada.

- Ahora veremos que tal el electro, pero....

- Germán... - se interrumpió mostrando en su mirada el miedo que sentía y esperando que el la tranquilizara, el monitor registró inmediatamente su nerviosismo.

- Lacunza, cálmate, el dolor de cabeza es normal después del golpe que te dieron... ni siquiera ha pasado un mes. Ya te lo dijo tu neuróloga.

- Ya lo sé ... pero... me duele mucho y... de forma diferente... es... como... como una presión.

- ¿Has tenido visión borrosa?

- No.

- Bien – dijo pensativo, controlando la arritmia que mostraba el monitor - No te preocupes, esta bajada de tensión y ese ritmo cardiaco pueden deberse a una cosa.

- ¿A qué?

- ¿Tú me lo preguntas? lo sabes perfectamente, ¡estás nerviosa! ¡muy nerviosa! yo diría que al límite de la histeria, ¿verdad? – la miró acusador y Natalia no respondió - ¿Lacunza?

- Sara fue a hablar conmigo... de... de Alba y...

- ¿Sara te ha hablado de Alba? – saltó mostrándose enfadado – está claro que aquí todo dios hace lo que le sale de los huevos – se levantó de un salto – le dije que tuviera la boca cerrada y te dejara tranquila.

- Eh... bueno... solo me dijo un par de tonterías de su perra, solo que yo... he tenido todo el día para pensar en ello y... - se calló mirándolo pasear de un lado a otro con la mano puesta en la cintura - pero... ¡no te pongas así! ella no tiene la culpa, soy yo que... ¡joder!.. que estoy ahí encerrada todo el día y...

- ¿De la perra? – preguntó volviendo a sentarse demostrándole que casi no la había escuchado – quieres decir que te ha contado lo de Pluma y...

- Sí – respondió con inocencia enarcando las cejas sin comprender en absoluto su actitud.

- Bueno... yo también estoy un poco nervioso – le sonrió dándole un golpecito cariñoso en el dorso de la mano – hoy está siendo un día... complicado.

- ¿Mucho trabajo?

- Sí... eso... ¡mucho trabajo! – exclamó mirándola fijamente y ella volvió a pensar que mentía, que había algo más.

- Lo siento y encima yo vengo a interrumpirte... - se disculpó haciendo una mueca de circunstancias.

- Nunca me interrumpes – volvió a acariciarle la mejilla - ¿recuerdas? ¡eres mi reto!

- Pues ¡vaya reto! – le devolvió la sonrisa más tranquila.

- Espera un momento que ahora vuelvo – le dijo levantándose y alejándose de la camilla donde estaba echada.

Natalia ladeo la cabeza y lo vio desaparecer por una puerta lateral. Permaneció allí observándolo todo con atención. Jesús se encontraba al fondo de la sala y parecía estar haciendo una ronda, deteniéndose sistemáticamente en todas las camas y hablando con los familiares de cada uno de los enfermos. Gema y Maika pululaban de un lado a otro saturadas de trabajo. No había ni una cama libre, ni siquiera un rincón en el suelo, donde se encontraban familiares y algunos de los enfermos menos graves. Natalia no soportaba aquello, ya le pareció horrible la primera vez que estuvo allí y seguía sin conseguir acostumbrarse a aquel olor, a aquel alboroto, al caos que aparentaba reinar en la sala aunque ya sabía que no era así y volvió a sentirse culpable por estar allí tumbada ocupando una plaza. ¡Qué diferente era todo! Cerró los ojos un momento, la pastilla estaba haciendo su efecto y cada vez se sentía mejor. Escuchaba infinidad de voces pero no entendía nada de lo que hablaban, eso la hizo aislarse completamente de ese jaleo y pensar, siempre pensar, deseaba tumbarse en su cama y dormir un rato, "Alba", abrió los ojos de nuevo, alguien había pronunciado su nombre.

Frente a su cama, Sara cuchicheaba con Maika, la joven al verla incorporarse, la saludó con la mano y le hizo una seña de que se tumbase de nuevo, pero no se acercó, Natalia le devolvió el saludo. Tenía mala cara, y parecía muy cansada, incluso juraría que había llorado, ¿le habría echado Germán una bronca por lo que ella le había contado? Las observó atentamente, fuera lo que fuese que estuviesen tratando era algo que las preocupaba, Maika parecía nerviosa y Sara abatida, ¿de qué estarían hablando?

Finalmente, Sara se dio media vuelta y salió del hospital. Estaba segura de que había escuchado el nombre de Alba, o quizás habían sido imaginaciones suyas, al fin y al cabo estaba pensando en ella y en cómo afrontar la situación, cada vez tenía más claro que Alba no regresaría ese día, ya había anochecido y era muy improbable que lo hiciera. Tenía que dejar de pensar en ella, tenía que conseguir que Germán la dejara marcharse de allí y volver cuanto antes a Madrid. No solo ya porque no soportaba más la tensión que le provocaba Alba, si no porque empezaba a sospechar seriamente que debía hacerse todas esas pruebas de las que Germán no hablaba pero que estaba segura que pensaba en ellas. Suspiró mirando hacia la puerta por la que desapareció el médico, deseando que llegase cuanto antes y poder salir de allí. A al cabo de un par de minutos lo vio salir empujando una pequeña mesita, le sorprendió comprobar que su eterna sonrisa burlona había desaparecido de su rostro y se convenció definitivamente de que algo sucedía.

- Bueno, ya estoy aquí – dijo dispuesto a hacerle el electro, comenzando a prepararlo todo y colocándole los electrodos – ¿te sienes mejor?

- Sí, bastante.

- Eso es buena señal – sonrió - ya sabes como va esto. No te muevas, no vayas a hablar y...

- Que sí – respondió arrastrando la "i" con impaciencia.

- Bien, pues... empezamos – le avisó dándole al aparato y sujetando el papel esperó a que terminase - bueno, vamos a ver... esto... - lo miró con atención – bien, no te muevas que voy a repetirlo.

- ¿Por qué? ¿qué pasa?

- Nada, me gusta repetirlo – sonrió burlón – tranquila, Lacunza.

Natalia suspiró resignada a estar en sus manos y harta de todo aquello, cuando terminó Germán, se quedó mirándola pensativo.

- Vamos a hacer una cosa, Lacunza. Si esta noche vuelve ese dolor de cabeza, y los análisis muestran la más mínima alteración, mañana te vienes conmigo a Kampala y no admito negativas, ni rabietas. Quiero hacerte un par de pruebas y aquí no puedo.

- ¿Qué pruebas?

- Aquí solo puedo hacerte un electro pero quiero comprobar un par de cosas más, de todas formas... cuando vuelvas a Madrid....

- ¿Qué pruebas? - repitió.

- Quiero una radiografía de torax, y... una angiografía. Y si hay suerte y ha llegado ya el equipo, quizás pueda hacerte hasta un ecocardiograma.

- Ya has visto esas pruebas, te las mandó Adela – le recordó – y no hay nada fuera de lo normal.

- Aún así, quiero repetirlas.

- Si con eso me dejas irme a Madrid, vale, voy contigo – aceptó ante el asombro del médico - Pero me quedo allí en un hotel hasta que salga el avión.

- Bueno... ya hablaremos de eso... ahora que hemos frenado la taquicardia, vamos a quitarte ese dolor de cabeza – le dijo poniéndole una inyección intravenosa – y... tranquilízate, que el electro a pesar de todo no está mal – sonrió cortando el papel y tendiéndoselo – a ver si eres capaz de calmarte un poco, Lacunza, o vas a conseguir que cumpla mi amenaza.

- O sea que lo de Kampala es un farol para que te haga caso – dijo clavando sus ojos en aquel papel y repasándolo en toda su longitud, ni rastro de la arritmia, como ya imaginaba, siempre lo mismo - ¡Joder! menudo susto me has dado.

- Es un farol para que te tomes en serio lo que te ocurre, tú sabes muy bien a qué pueden deberse esos síntomas, a parte de a tus nervios – le dijo con retintín mostrándole una vez que no estaba de acuerdo con ese diagnóstico – pero... sobre todo, te lo digo para que me hagas caso y para que dejes de darle vueltas a la cabeza, Lacunza. Toma ya una decisión.

- ¿De qué me hablas?

- Sabes perfectamente de qué te hablo, pero ahora no tengo tiempo de charlas – le dijo con seriedad - ¡Gema! – se giró llamando a la joven enfermera – quédate con ella, y cuando se normalice, la ayudas y la llevas a la cabaña, necesitamos la cama.

- Muy bien – respondió la chica – Germán... - se interrumpió mirándolo inquisidoramente, mirada que Natalia captó al instante.

- Luego hablamos, Gema – la cortó haciéndole una señal hacia Natalia, que rápidamente comprendió que no querían hablar de lo que fuera delante de ella - Lacunza, ya nos vemos – le dijo dándole un golpecito en la mano – tengo prisa – les dijo saliendo con rapidez de la sala.

- ¿Pasa algo? – le preguntó Natalia a la chica.

- No, no, nada – se apresuró a responder alejándose de ella, para atender a otros pacientes dejando a Natalia con la sensación de que sí que ocurría algo.

Los minutos pasaron, Natalia miraba el monitor y todo volvía a la normalidad, estaba más tranquila, incluso tenía hambre, buscó con la mirada a Gema para que la ayudase a bajar de la cama pero la joven no paraba de ir de un lado a otro. Después de media hora, Jesús se acercó a su cama.

- Hola, Nat, ¿qué tal?

- Bien – respondió esbozando una sonrisa.

- Sí, ya veo que esto está mucho mejor – comentó con satisfacción observando los monitores - ¿Y el dolor del pecho? ¿ha remitido?

- Sí, ya no me duele, ni la espalda tampoco.

- Buena señal, y ¿la cabeza que tal?

- Apenas me duele ya. Estoy mucho mejor, de verdad.

- Bueno... aún así... vas a quedarte aquí un rato más – dijo mirando el reloj y dándole un toquecito en la mano.

- ¿Y Germán?

- Está... ocupado, ¿necesitas algo?

- No, no – se apresuró a responder intentando incorporarse.

- No te levantes aún, en media hora si todo sigue así, te dejo irte ¿de acuerdo?

- Vale – aceptó sin protestar.

Natalia permaneció mirándolos trabajar. Jesús salió del hospital. Gema continuaba sin parar yendo de un lado a otro, nunca se había fijado tanto en lo cansado que debía resultar aquello. En una de las ocasiones en que pasó cerca y sin nada en las manos, aprovechó la ocasión.

- Gema – la llamó – por favor, ¿puedes echarme una mano? – le pidió con una sonrisa de circunstancias.

- Espere un poco más, Nat – le dijo acudiendo junto a ella.

- Pero ya está todo bien. Y ha pasado más de media hora. Y Jesús me ha dicho que...

- A mí Jesús no me ha dicho nada – la miró incrédula – y Germán me ha dijo que cenase aquí, quiere ver que tal le sienta la cena y si la tolera bien, sin vomitar y...

- Pero... - intentó interrumpirla sin éxito.

- Me dijo que luego venía él y hasta que no venga yo....

- A mi no me ha dicho eso – frunció el ceño ligeramente molesta con su amigo – este Germán...

- Sí, es un liante – le sonrió de tal forma que Natalia comprendió que aquella chica sentía más que admiración por él – serán solo unos minutos. Échese.

- Te digo que ya estoy bien – le dijo señalando el monitor, sentándose en la cama sin hacerle el menor caso – ayúdame, yo ya no necesito estar aquí, necesitas la cama, ya lo has oído. Mira toda esa gente – le señaló a los enfermos más cercanos que permanecían en algunas esteras echados en el suelo.

- Por eso no se preocupe, esto es así, tienen suerte de estar aquí y esta camilla está siempre libre. Es necesario que lo esté.

- Bueno... aún así quiero irme ya – insistió.

- Pero... yo... - dudó un momento, Germán era su Jefe y su orden había sido clara y concisa, y Germán podría ser un bromista pero en el trabajo era la persona más seria y concienzuda que en su corta experiencia había conocido y algo le decía que si ayudaba a Natalia a bajarse de allí iba a tener serios problemas.

- Gema... sé lo que estás pensando, pero... ya le explico yo a Germán... él sabe como puedo llegar a ser y...

- ¡Gema! – la llamaron desde el fondo de la sala.

- ¡Por favor! antes de irte ayúdame – le pidió angustiada sin ganas de seguir un minuto más allí – necesito ir al baño, necesito una ducha, necesito descansar y dormir un rato y aquí eso es imposible – le suplicó con tanta vehemencia que la joven suspiró, consciente de que la pediatra, en el fondo tenía razón, ella también pensó el primer día que llegó que aquello parecía cualquier cosa menos un hospital.

- De acuerdo – aceptó – pero... yo no la he ayudado, se ha bajado sola – le guiñó un ojo con cierto temor.

- Vale – sonrió satisfecha de su triunfo – y... no me hables de usted mujer, que no soy tan mayor.

- ¡No es por eso! - respondió nerviosa poniéndose colorada, arrancando una sonrisa de Natalia – es que....

- No sé lo que habrás oído por ahí, pero... tampoco muerdo – bromeó para hacerla sentir más cómoda - espero que Germán no me obligue a demostrarle como me he bajado sola de aquí – continuó bromeando y la chica se detuvo mirándola con cara de temor.

- Será mejor... que se quede y que...

- Gema, ¡por dios! que Germán no es tan burro. Solo bromeaba. Me conoce de sobra y sabe que no aguanto aquí más de lo estrictamente necesario, además, por lo que se ve hoy tenéis un día difícil.

- ¡Y qué lo diga! Y eso que aún no han llegado los heridos.

- ¿Qué heridos?

- Ehh – la miró enrojeciendo de nuevo, acababa de meter la pata – bueno... no lo sabemos solo... llamaron para decir que... nada... lo de siempre... la guerrilla y todo eso.

- ¿Por eso estaba Sara tan afectada? – preguntó directamente – quiero decir que... la escuché hablar con Marka y... ¿le ha pasado algo a alguien del equipo? – preguntó intentando comprender lo que ocurría.

- Yo... no lo sé – bajó los ojos mientras la acomodaba en la silla y se colocaba a su espalda, consciente de que había metido la pata saltándose otra orden de Germán.

- Ya... pero... la gente del campamento esta toda aquí ¿no! quiero decir que vosotros... que...

- Sí, si, nosotros estamos bien pero André estaba con algunos de sus hombres de vigilancia y...

- ¿Y qué? – de pronto sintió una aprensión terrible su mente comenzó a atar cabos con rapidez. Pero no, no podía pensar tonterías, Alba estaba en Kampala desde primera hora de la mañana. Tenía que calmarse o solo iba a conseguir pasar toda la noche en esa maldita sala.

- Nada, que vienen para acá con algunos heridos, no sabemos si guerrilleros o soldados.

- Bueno... no os preocupéis – intentó alentarla cuando en realidad solo pretendía tranquilizarse así misma, la idea de que a Alba le hubiese ocurrido algo la torturaba e inmediatamente se decía que era absurdo, que todo se debía a su incapacidad para decidir lo que hacer con ella y por eso imaginaba cosas horribles – si habéis contactado y no os han dicho nada más, será que todo está bien, ¿no crees?

- Claro... seguro que es eso - respondió sin convencimiento llegando hasta la puerta trasera de la cabaña – bueno pues... descanse y... tampoco se preocupe por nada.

Natalia asintió y se marchó a la cama entristecida, cansada y con la cabeza como un hervidero. Germán le había dicho que la enfermera lo intentaría de nuevo, pero al parecer se estaba tomando su tiempo. No había vuelto a la hora del paseo y tampoco para la cena. Y a eso se sumaba la preocupación que sentía por aquello que le ocultaban, porque aunque todos pensaban que era imbécil y no se enteraba de nada eso no era así, estaba convencida de que sucedía algo, al margen de ese enfrentamiento con la guerrilla, si no por qué había visto a Sara tan afectada, y debía ser algo tan importante y serio que no querían decírselo. Cerró los ojos intentando dormir un poco, calmarse y no desvariar más pero cuando llevaba un rato tumbada, el sofocante calor no la dejaba conciliar el sueño y decidió salir y darse una ducha.

Alba se detuvo en la puerta de la cabaña. Recordaba lo que le había dicho a Natalia esa misma mañana y recordaba, uno por uno, todos los consejos de Germán. Había pasado la mañana en Kampala, había visto a Nancy y se había confiado a ella, que como casi siempre estuvo de acuerdo con Germán, instándola a que regresase junto a la pediatra. A la vuelta, se detuvo en la aldea visitando a Yumbura, necesitaba sentir porqué era feliz allí y necesitaba sentir que podía volver a serlo, aún sin Natalia. Luego, había estado unas horas paseando, pensando qué hacer, en soledad. Finalmente, cuando se había decidido a hacerle caso a Nancy y no ir a Kampala, cuando se había decidido a seguir los consejos de Germán y dormir en el campamento, se encontró con André que volvía de su rutinaria vigilancia por los poblados de alrededor y los acompañó de regreso, con tan mala suerte que un pinchazo los hizo detenerse y sufrir un asalto del que habían salido vivos de milagro. Había tenido que atender a varios heridos y suerte que, la radio que llevaban siempre escondida en los bajos del camión, no había sido descubierta y André, a duras penas había conseguido contactar con el campamento. Germán había acudido al lugar con uno de los camiones medicalizados y gracias a ello habían conseguido las bajas no hubieran sido más numerosas.

Y allí estaba, en la puerta de la que había sido su cabaña durante cinco años, en la puerta de su pequeño refugio, tras recibir los besos y abrazos de sus amigos, cansada, sin detenerse a ducharse y sin haber comido nada desde el café que compartió con Nancy y, estaba allí, dispuesta a entrar y poner las cartas sobre la mesa. Estaba harta de insinuaciones veladas, de que Natalia se escondiese en su caparazón y no la dejase entrar, era el momento de reconocer la verdad y de decidir.

Abrió la puerta con ímpetu, esperando ver a la pediatra en la cama, leyendo o incluso ya dormida, pero para su sorpresa, no estaba en la cabaña. Un pellizco de preocupación se le cogió en la boca del estómago, quizás se había encontrado mal, ya le dijo esa misma mañana que no estaba bien y no la creyó pensando que, en realidad, lo que estaba era dolida por lo que le había dicho. Quizás al verse sola y sentirse mal, había tenido que salir a buscar ayuda.

Cuando estaba a punto de marcharse, desesperada con la idea de que la pediatra estuviese enferma, la puerta trasera se abrió y Natalia entró en la cabaña, tenía el pelo mojado y estaba claro que venía de la ducha. Alba se enfadó consigo misma por ser tan imbécil, siempre temiendo por ella, cuando Natalia parecía cada vez más a gusto allí, y, cada vez, la necesitaba menos.

- ¡Alba! – exclamó entre sorprendida y asustada, de verla en medio de la habitación a oscuras. No podía evitar sobresaltarse y sentir pánico – ¡qué susto me has dado! ¿qué haces ahí a oscuras? – le preguntó encendiendo la luz.

- ¿De dónde vienes? – inquirió a su vez en un tono tan neutro que Natalia no supo interpretar si seguía enfadada o no.

- De las duchas – respondió con una sonrisa burlona, era evidente de dónde venía, "¿de donde vienes tú?", pensó sin atreverse a formular la pregunta y dispuesta a congraciarse con ella – Germán me dijo que pasarías unos días fuera.... – le comentó con timidez mostrándole la alegría que sentía de que no fuera así.

- ¿Te molesta que haya vuelto? porque por tu cara al verme...

- ¡No! claro que no – se apresuró a responder – es que... me ha sorprendido... como ya era tan tarde... y... además, me dijiste que... vamos que... creí que no vendrías a dormir, que ... dormirías con Sara – balbuceó nerviosa y alegre al mismo tiempo.

- Me lo he pensado mejor – respondió y Natalia recibió la respuesta con una enorme sonrisa, contenta de tenerla allí, ignorando el tono en que le había hablado, olvidando todo lo que sucediera por la mañana, "¡yo también quiero dormir contigo!", pensó – esta es mi cabaña y esa es mi cama, y por lo que veo, ya estás bien y puedes hacer las cosas tu solita, así es que, como bien me dijiste el día que llegamos, si alguien debe marcharse, esa eres tú – terminó provocando que Natalia borrase la sonrisa de su cara.

- Eh... claro... – aceptó desconcertada, no se esperaba aquello y menos después de su charla con Germán "volverá a intentarlo, Lacunza", "pues ¡vaya intento! eres todo un lince, Germán", pensó decepcionada - ¿dónde puedo pasar la noche? – le preguntó con ese aire de timidez que la enfermera no recordaba en ella y que tanto le había visto desde que llegaron a Jinja.

- No sé, Nat – respondió mostrándose enfadada - ¡búscate la vida!

- Vale... - dijo con suavidad – eh... ¿me dejas pasar? necesito coger... mi bolsa – le pidió pasando a su lado sin mirarla y con un nudo en la garganta. No soportaba más esa situación, se asfixiaba, necesitaba marcharse de allí, necesitaba volver a su rutina, esa en la que se sentía emocionalmente segura, tenía que huir de Alba y de lo que la hacía sentir...

- Nat... - la llamó cogiendo la silla y girándola hacia ella, sentándose en el borde de la cama, frente a la pediatra – si te hago una pregunta ¿me responderás con sinceridad?

Natalia apretó los labios y encogió un hombro, intentando disimular su decepción y el daño que le habían hecho sus palabras. Indicándole que no sabía ni siquiera si le respondería. A esas alturas todo estaba empezando a darle igual. Estaba harta de tanta discusión, harta de tanto juego y harta de sentirse culpable.

- Si vas a mentirme....

- No – dijo al fin con un suspiro – seré sincera. ¿Qué quieres saber? – le preguntó mordiéndose el labio inferior para no decirle lo que pensaba realmente, "no dices que no me crees, ¿de qué servirá que te diga la verdad si no vas a creer lo que te diga?", pensó recordando las duras palabras que le dirigió la enfermera por la mañana.

- ¿Quieres dormir aquí? – le preguntó dejándola más descolocada aún de lo que ya estaba. La pediatra clavó los ojos en ella, "¡claro que quiero!", no pudo evitar desear a pesar de que su mente le decía todo lo contrario.

- ¿Quieres tú que lo haga? – preguntó a su vez, sin responder.

- Ya sabes lo que yo quiero, creo que te lo he dejado muy claro esta mañana.

- Yo también te lo he dejado claro.

- No. Tú me has dejado claro qué es lo que debes hacer. Pero... yo no te pregunto eso. Ya sé cuál es tu deber. Sé que le debes todo a Ana o eso crees – dijo con retintín provocando que inmediatamente el rostro de Natalia se ensombreciese y frunciese el ceño - Yo te pregunto si quieres – le dijo con tal intensidad que Natalia retiró la silla - ¿qué es lo que quieres, Nat? – preguntó con fuerza, directamente, haciéndola sobresaltarse, muy consciente de lo que podía provocar en ella, muy consciente de la lucha que Natalia mantenía entre su corazón y su cabeza, era el momento de exigirle que le hablase con él en la mano y no con ella. Si no lo hacía, si Natalia la decepcionaba una vez más, no volvería a insistir, aunque antes estaba dispuesta a quemar todos sus cartuchos para lograrlo.

La pediatra bajó la cabeza y guardó silencio, pero Alba no estaba dispuesta a consentírselo. Cogió la silla y la atrajo hacia la cama dejando su rostro a un palmo del de Natalia que, intimidada e incómoda, echó el cuerpo hacia atrás, temiendo un nuevo beso.

- No temas, jamás voy a volver a besarte – le dijo en un tono casi de orden e incidiendo tanto en el jamás que Natalia lo recibió como un mazazo - Solo quiero que me reconozcas tus sentimientos. Después te dejaré en paz para siempre.

- Ya te lo dije esta mañana – repitió con un hilo de voz, cada vez se sentía más insegura en su postura.

- Muy bien y... ¿si no te creo?

- Entonces, el problema, lo tienes tú.

- Me das pena, Nat – le soltó con tal expresión de desprecio que la pediatra se quedó paralizada – María José me pidió que te ayudase, Adela me espoleó para que te trajese aquí, hasta Vero me dio las gracias por animarte después de que te tomaras aquellas copas – le reveló dejando a la pediatra boquiabierta - pero... me estoy dando cuenta de que eso es imposible. No quieres que nadie te ayude.

Natalia bajó la cabeza de nuevo, sentía un nudo en la garganta y unas ganas enormes de llorar.

- ¿Dónde estás, Nat? – le preguntó, al cabo de unos segundos, al ver que no respondía y parecía ausente - ¿aquí o a miles de kilómetros con tu clínica, tus obligaciones, tus miedos y tus excusas? – dijo tiñendo su tono, de nuevo, de un deje despectivo.

- Aquí – respondió clavando sus ojos en ella un instante, volviendo con rapidez a desviarlos, a Alba le pareció que huían desesperados.

- Nat, deja de esconderte, deja de esconder tu corazón, estoy harta de eso.

- Y yo estoy harta de que me mandes mensajeros que no quiero oír – le soltó aludiendo a la charla que había tenido con Germán y con Sara – si quieres decirme algo, hazlo tú directamente.

- ¿Yo? eres tú la que tienes que aclararte – le respondió con seriedad – sabes de sobra lo que quiero de ti. ¿Tan difícil te es decirme lo que sientes?

Natalia apretó los labios y la miró, Alba estaba segura de que le faltaba muy poco para hablar. Muy poco. Quizás de sus próximas palabras dependiese que lo hiciese o no.

- ¿Sabes? – continuó Alba, ahora mucho más suave – hoy han atacado al convoy en el que íbamos y yo, por primera vez en meses, no me he quedado paralizada. Por primera vez he reaccionado sin pensar en Margarette, sin pensar en el peligro, sin...

Natalia levantó la cara y miró a la enfermera. Alba, se detuvo, leyendo el miedo en sus ojos, que se habían abierto de par en par. ¡Ahora entendía el revuelo que se había producido en el campamento! ahora entendía el porqué nadie apareció por la cabaña, y porqué Germán no había vuelto a terminar aquella conversación, porqué había estado tan esquivo en el hospital, ahora entendía porqué Sara había estado todo el día tan rara, entendía el porqué de los cuchicheos, de las carreras, de las frases a medias, ¡ahora lo entendía todo! Alba había estado en peligro y ella, allí, sin saberlo, perdiendo el tiempo, perdiendo la vida.

- Sí – dijo Alba comprendiendo lo que había pasado por su mente y aprovechando ese resquicio – han podido matarnos y... ¿sabes en qué pensaba? – le preguntó retóricamente y siguió – pensaba en que esta noche ya no podría verte, en que no tendría ocasión de decirte otra vez que te quiero, sí, te quiero, Nat, aunque te incomode oírlo, aunque prefirieras que no fuera así, ¡te quiero! y ... allí, arrodillada en el suelo, con el fusil sobre mi cabeza, soñaba con que quizás tendríamos suerte y sí que podría verte esta noche, y sí que podría decírtelo y sí que tú me responderías la verdad, sea cual sea – dijo hablando con autoridad viendo como Natalia volvía a bajar la cabeza – pero... te empeñas en bajar los ojos, en no mirarme a la cara y en guardar silencio. Y yo...

- Alba... - la interrumpió poniéndole un dedo en los labios para que callase – calla – le pidió con voz ronca - ¿quieres la verdad?

- Sí.

- ¿Me vas a creer?

- ¡Te lo juro!

Natalia la miró de una forma tan extraña que Alba ahora sí que no supo interpretar lo que discurría por su mente. Los segundos pasaban lentamente y Natalia parecía calibrar su respuesta, la enfermera comenzó a impacientarse, el silencio se apoderó de todas las emociones, con la intención de romper el dolor que ambas sentían. En el exterior, el viento soplaba suavemente, Alba deseaba con todas sus fuerzas que Natalia rompiera de una vez ese silencio, tenia que hablar con la verdad aunque la matara con ella.

Finalmente, la pediatra levantó la mirada y consiguió posar sus dulces ojos castaños en ella, Alba se asustó, al verlos enrojecidos y rotos por la pena, y se dispuso a escuchar el adiós que se avecinaba, la había dejado sola todo el día, la conocía, habría estado luchando consigo misma y, como siempre, había triunfado su cabeza. Tomó aire y se mordió el labio inferior nerviosa esperando sus palabras, su rechazo. Pero Natalia permaneció en silencio, mirándola. Alba tampoco podía dejar de hacerlo, ni podía dejar de reproducir en su mente las noches compartidas en aquella cama, las caricias, las horas de insomnio velando sus sueños, las confidencias, las risas, los castos besos llenos de atrevimiento y promesas veladas, que habían desembocado sin remedio en aquellos otros que se regalaron por la mañana, aquellos que hablaban por ella por mucho que se empeñase en negarlos. Pero, ahora, había algo diferente en aquella mirada oscura, estaba segura de que Natalia ya no veía en ella a su princesa como solía llamarla, a la princesa de la que se enamoró. Aquellos ojos solo eran reflejo de la imagen del dolor, la inseguridad, el tiempo perdido y el amor roto en pedazos. Y de eso la única culpable había sido ella, "sí, Alba, tú la abandonaste cuando más te necesitaba y, ahora, es incapaz de confiar en ti, es incapaz de volver a amarte".

- La verdad es que me vuelves loca – dijo al fin en voz baja - Desde que llegaste a Madrid no pude dormir ni dos horas seguidas. Despertaste en mi todo el dolor, todos los recuerdos que intenté borrar pero que me fue imposible. Me hiciste sentir culpable de nuevo, me hiciste sentir vergüenza por estar en esta silla, me hiciste desear ser la que era y hacer las cosas que ya no puedo hacer, me hiciste recordar lo mejor y lo peor de nuestros años juntas, me hiciste soñar con algo que no puede ser, me hiciste desear que Ana no existiera... y... te odié por ello.

- Nat... - la interrumpió con lágrimas en los ojos.

- No – dijo con genio - ¿querías la verdad? Ahora vas a escucharme. Te odié porque no podía amarte.

- Nat... - intentó de nuevo protestar pero esta vez Natalia no estaba dispuesta a ser interrumpida, le colocó el dedo índice en los labios, sellándoselos, y enarcando una ceja, interrogadora, "¿me dejas terminar?", le pareció escuchar a Alba, que respiró hondo y no dijo nada más.

- Me hiciste sentir todo eso, pero luego llegamos aquí y... cada vez que te veo darte un pico con Sara, cada vez que te veo reír con Germán, cada vez que te marchas a Jinja, a Kampala o a dónde coño te vayas y vuelves con esa sonrisa de felicidad, me muero de celos – reconoció con unos ojos que echaban chispas – y deseo decirte que no te he olvidado, que quiero intentarlo, que quiero que vuelvas a besarme, pero luego, cuando te escucho decirle a Germán que te has equivocado, que no soy lo que quieres...

- Nat yo no le he dicho eso – la interrumpió mirándola con desesperación – yo... - calló al ver la mirada fulminante de la pediatra que continuó, tras volver a ponerle un dedo en los labios solicitándole silencio.

- ... cada vez que te escucho decir que vas a quedarte aquí, siento que no puede ser, que tú y yo perdimos nuestra oportunidad y que es absurdo pensar en un futuro. Siento que perteneces a todo esto y que te olvidarás de mí y que nunca regresarás.

- Nat... no puedes pretender que me quede en Madrid.

- Pero tú si puedes pretender que yo me venga aquí, ¿verdad? – le dijo haciendo enrojecer a la enfermera – seré una tullida, Alba, mental y físicamente – continuó con sarcasmo aludiendo a lo que creía que todos pensaban de ella – pero aún me queda un poco de lucidez para saber lo que intentas y tú tampoco puedes pretender que me venga aquí y deje todo, y a todos. No puedes pretender que... que deje a mi mujer – terminó con un nudo en la garganta y la voz enronquecida.

- No pretendo eso – respondió también casi sin voz – solo que... sé que deseas quedarte aquí y qué...

- ¿No será que eso es lo que deseas tú? – la cortó enfadada.

- ¡Y tú! – exclamó con convicción - ¡Lo sé!

- ¡Tú que vas a saber! – casi le gritó – estoy harta de que todo el mundo me diga lo que puedo hacer, lo que tengo que comer, la ropa que debo ponerme, a dónde puedo ir o no, ¡estoy harta! – elevó la voz con ojos que echaban chispas – y ¡lo que me faltaba ya! que encima me digas también lo que tengo que querer, que desear y que sentir - le espetó cada vez más enfadada – estoy harta de que esta puta silla – la golpeó con todas sus fuerzas e hizo un gesto de dolor que no impidió que continuase – le permita a todos creer que saben lo que es lo mejor para mí... solo la veis a ella y no me escucháis... no...

- Nat...

- ¡No! Me dices que no ves la silla pero es mentira – gritó de nuevo - ¡mientes! – la fulminó con la mirada – te crees como todos en el derecho de manejar mi vida, de darme órdenes, de imponerme ...

- ¡Ya basta! – la cortó – no es por la silla y lo sabes. Te he visto disfrutar aquí, te he visto con unas ganas y una ilusión que, por mucho que digas, no tenías ni en tu clínica, ni en tu campamento, y lo he visto porque te conozco, y porque ... - se le quebró la voz – todavía, aunque te duela, sé leer esos ojos que me vuelven loca... porque.. te miro y te veo a ti... no veo la silla... aunque seas tú la que te empeñas en escudarte en ella para no reconocer lo que sientes, porque... Nat – sus ojos se llenaron de lágrimas – yo te veo a ti y... te escucho... a lo mejor no a tus palabras... pero sí a tus ojos, a tus gestos, a tus manos cuando me rozan, a tus abrazos... te veo y...

- ¡Tú que vas a ver! – exclamó casi sin fuerzas y con los ojos llorosos, por lo que acababa de escuchar, si había alguien a quien no podía engañar era a ella, aunque se empeñase en engañarse a sí misma.

Alba sintió miedo, consciente de lo que Natalia estaba pensando, de la lucha interna que tenía, y no entendía como en esos años Ana no había sido capaz de ayudarla, de hacerla sentir de otra forma Estaba claro que Natalia tenía la autoestima por los suelos y que cuatro frases no servirían para levantársela, y ella había estado contribuyendo a que eso fuera así, se arrepintió de muchas de las cosas que le había dicho e impuesto y en ese preciso instante supo que era la primera batalla de las muchas que le quedarían por librar si quería hacerla reaccionar, si quería conseguir que le abriese su corazón de par en par.

- De acuerdo, vamos a hacer una cosa – propuso cogiéndola de las manos e intentando dominarse.

- ¿El qué? – preguntó con un hilo de voz llena de desesperación.

- Vamos a olvidarnos de esta conversación y solo respóndeme a una pregunta – le dijo clavando sus ojos en los de Natalia – ¿tú me quieres?

- Yo... - le devolvió la mirada con la misma intensidad que la miraba la enfermera, la voz se le quebró – yo... no sé... yo... - miró hacia abajo y suspiró tragando saliva intentando recuperar el habla - ... yo...hay veces que estoy tan cansada de la soledad, tan cansada de lamentarme, tan cansada de escucharme llorar que solo querría que nada fuera como es. He pensado tantas veces en decirte claramente que no te quiero, que nuestro momento pasó – confesó con un suspiro y los ojos clavados en el suelo, noqueando a la enfermera con sus palabras y consiguiendo que hiciera un puchero que Natalia no pudo ver.

El silencio reinó de nuevo entre ellas. Alba no sabía qué decirle, tenía la sensación de que nada ayudaría sino todo lo contrario, "paciencia, ten paciencia con ella Alba y escúchala", retumbaban las palabras de Germán en su cabeza, pero eso no era tan fácil, ella solo necesitaba un sí o un no, ¿por qué le era tan difícil ser clara y concisa! pero Natalia parecía incapaz de dar esa simple respuesta y eso la estaba desesperando, tanto que estaba a punto de levantarse y dejar las cosas como estaban cuando, Natalia, que seguía con la cabeza baja respirando agitada, levantó sus ojos hacia ella.

- Pero... luego me miras y me pierdo en esa mirada como me perdía antes y me sonríes y solo puedo desear que sigas mirándome y sonriéndome así, y se me olvida lo que iba a decirte y... - se calló mirando la sonrisa que estaba esbozando la enfermera.

- Y te pierdes de nuevo y te olvidas de todos tus propósitos y solo piensas en un beso, solo un beso – continuó por ella, mostrándole que ese sentimiento era compartido, que ella también había estado pensando en dejar las cosas como estaban y seguir cada una con su vida, pero había algo que la empujaba a seguir, a intentarlo a no darse por vencida.

- Sí – murmuró – y... me vuelvo loca pensando en lo que debo hacer y en lo que deseo hacer, en lo que me pides y en lo que no puedo darte.

- ¿Crees que solo te pasa a ti! ¿crees que eres la única que tiene miedo? – le preguntó – porque yo estoy aterrada solo de imaginar que me das la mano y... me dices que sí, que me quieres - dijo mirándola a los ojos y luego a los labios – yo también tengo miedo, Nat, mucho miedo – reconoció casi en un susurro, acercándose a ella lentamente, dispuesta a besarla.

- Alba... - la avisó en tono recriminatorio, temiendo ese nuevo beso.

- Nat – suspiró retirándose – lo siento, perdóname, perdóname... - le pidió con las lágrimas saltadas – tienes razón... - admitió acariciándole la mejilla – creo que... será mejor que me vaya – dijo levantándose.

- ¿Irte! ¡No! ahora no. Ahora te quedas y me escuchas terminar – le dijo con genio, hizo una pausa la miró fijamente a los ojos y suavizó el tono – querías la verdad ¿no es así? – Alba asintió reflejando en su mirada el miedo que comenzaba a experimentar, un frío interno comenzó a apoderarse de ella, quizás después de tanto pedírselo era ella la que no estaba preparada para escuchar la verdad – pues... la verdad es que siento pánico cada vez que me vas a hacer una pregunta, siento pánico cada vez que me miras y quieres saber cómo estoy o si soy feliz. Siento pánico cuando creo que vas a besarme, y lo siento de que no quieras hacerlo. Siento pánico de decirte la verdad y lo siento de mentirte. ¿Sabes las veces que he soñado contigo, las veces que he soñado que tú y yo hacíamos una locura? ¿sabes cómo me siento al despertar? ... me siento vacía, completamente vacía – confesó bajando los ojos – mi vida... yo... creía que tenía todo... pero ahora... siento que no tengo nada si... si... - la miró, iba a decirle "si tú no estas", pero guardó silencio – mi vida está vacía, Alba, ¡vacía!

- ¿Y Ana? – preguntó temerosa deseando conocer qué pasaba en su matrimonio.

- Ana... - murmuró bajando los ojos que se le habían llenado de lágrimas.

- Nat, mírame – le dijo siendo ahora ella la que le levantó la cara – lo siento... sé que no te gusta hablar de ella, pero...tenemos que hacer algo. Necesito saber si... si ella – dudó un instante, Natalia estaba poniendo aquella expresión hermética que indicaba terreno peligroso y decidió no insistirle sobre Ana y controlar el deseo de saber qué pasaba con ella – necesito saber si... si ... si tú me quieres... si...

- ¿Quererte? – la miró con tristeza - ¿no te ha quedado claro? – preguntó ladeando la cabeza y enarcando una ceja, y sin ninguna intención de esperar la respuesta continuó - ¿sabes los celos y la rabia que me has hecho pasar estos días? – volvió a preguntar bajando los ojos de nuevo, avergonzada de que fuera así – sí, lo sabes, ya te lo he dicho antes – murmuró cansada.

- ¿El qué? – insistió, Natalia había hablado tan bajo que casi no pudo escucharla, parecía ausente, distraída - ¿qué es lo que me has dicho? – preguntó deseosa de que Natalia reconociese sus sentimientos por ella, de escuchar un "te amo" de sus labios.

- Lo sabes, ¿me vas a hacer repetirlo? – respondió esquiva.

- ¡Sí! ¡Repítelo! – le pidió con énfasis – Nat... ¿qué es lo que sientes?

- ¿Qué siento? - repitió meditabunda, a Alba le dio la sensación de que sus ojos le suplicaban cansados que no siguiese con el interrogatorio, que no la presionase más, pero ella no estaba dispuesta a ceder y la miró inclinando la cabeza en un gesto de apremio, para que continuase, Natalia suspiró – ya te lo he dicho..., siento celos de todos y de todo, siento celos de Germán, cada vez que ríes con él, cada vez que te abraza, cada vez que lo buscas para contarle tus cosas, siento celos cada vez que me dejas y te vas con Sara, cada vez que te oigo decir que tu mayor deseo es quedarte aquí, cada vez que me hablas de Nancy o con quien sea que pasas las tardes, cada vez que... - reconoció de nuevo hablando con desesperación y deteniéndose, apretó los labios, la miró con una profunda tristeza y negó con la cabeza, respondiendo a la petición que momentos antes le había hecho la enfermera – pero no, Alba, no podemos hacer nada. No puedo.

- Pero, Nat...

- No, Alba, no puedo. Llevo todo el día pensando, dándole vueltas y... lo único cierto es que... que quiero huir de ti, de tu mirada, de lo que me haces sentir...

- Pero, ¿por qué, Nat? ¿por qué? ¿por qué huir? hay otras opciones... - le dijo enarcando los ojos con esperanza.

- Porque no puedo, Alba, ¡no puedo! – repitió con énfasis - ¿es que no me escuchas? ¡no puedo! – casi gritó, haciendo un gesto de dolor y llevándose instintivamente la mano al esternón.

- Ya... - musitó sin fuerza, bajando la cabeza con un suspiro, luego la levantó decidida, ignorando aquel gesto - Es por Ana, ¿verdad? ¿no me vas a decir qué pasa con ella? porque pasa algo, ¿no? ¡Vamos Nat! yo tampoco soy imbécil, no puedes decirme que tu vida está vacía, que estás celosa de mí y luego decir que no puede ser. ¿Qué pasa?

Natalia guardó silencio y bajó los ojos. No quería mentirle, le había jurado ser sincera y ella jamás faltaba a su palabra, pero no se sentía con fuerzas para hablarle de Ana en aquel preciso momento. Además, aquella conversación había conseguido que la presión en el pecho volviera con toda su fuerza y que la cabeza le martillease de nuevo, sentía que le faltaba la respiración y que una sensación de mareo se apoderaba de ella, pero tenía que dominarse y terminar con aquello ya, porque conocía a Alba y, aún dejándole las cosas claras, era muy capaz de perseverar hasta lograr de ella lo que pretendía. La enfermera no soportó más ese nuevo silenció y se decidió a averiguar qué era aquello que Natalia ocultaba sobre su matrimonio.

- Es Ana la persona que te levantó del suelo... la persona que... sin pedirte permiso tiró de ti – habló aventurándose, intentando que Natalia respondiese a todas sus dudas y aclarase esa incertidumbre que la estaba matando - Esta mañana... hablabas de ella... cuando... cuando yo te dejé.... fue ella la que... que... Ana es esa persona, ¿verdad?

- Sí – la interrumpió levantando la vista, su mirada era limpia y Alba supo que Natalia quería a su mujer y sintió que los celos se la comían por dentro.

- ¿Y ahora? ¿qué pasa ahora con ella?

- No pasa nada.

- Eso ya lo sé – dijo irónica y Natalia frunció el ceño molesta, comprendiendo inmediatamente a lo que estaba aludiendo la enfermera – no...

- No empieces, Alba - la cortó con rapidez amenazándola con el dedo. Su tono fue seco y autoritario, como el que solía tener hacía años, recobrando una fuerza que en los últimos minutos parecía haber perdido y la enfermera lo reconoció al instante.

- Perdona, tienes razón, no la conozco – aceptó echándose atrás en su recriminación, así no iba a conseguir nada – quizás si... si tú me lo explicases.

- No hay nada que explicar – respondió cortante y Alba se cercioró de que había metido la pata, Natalia había vuelto a cerrarse y por mucho que insistiera no iba a conseguir sacarle una palabra sobre ella – Ana es mi mujer y punto.

- Nat... me has prometido ser sincera y... creo que no lo estás siendo.

- Que no quiera hablar de Ana no quiere decir que lo que te he dicho no sea cierto.

- ¿Cómo puedes pretender que crea que esa maravillosa persona – saltó molesta recalcando con tal tono el "maravillosa" que la pediatra le lanzó una mirada hosca, volviendo a avisarla con ella de que no estaba dispuesta a que insultase a Ana, pero Alba estaba lanzada, los celos que sentía la espolearon - esa persona que luchó por ti, esa persona que te dio la mano y te levantó, no te ha tocado un pelo en tres años! eso es lo que me dijiste esta mañana ¿no es cierto? – fue elevando el tono sin poder evitarlo, Natalia asintió con el ceño fruncido y bajó los ojos para evitar que Alba viese lo turbada que se encontraba - ¿esa es la forma que tiene de ayudarte? ¿y debo creer que no pasa nada? ¿qué todo está bien entre vosotras? – dijo con precipitación indignada por lo que imaginaba que Ana debía haber estado haciéndole sentir a Natalia, haciéndola responsable de su falta de autoestima - ¿pretendes que crea eso?

- Si – respondió secamente en un intento desesperado de que la enfermera abandonara el tema.

- Vale – soltó como un latigazo, mostrándole el enfado que tenía y levantándose de la cama con brusquedad, empujándola ligeramente para poder pasar. Comenzó a pasearse de un lado a otro, intentando controlarse. Natalia permaneció con la vista fija en la cama, sin atreverse a girarse y encararla, supo que Alba no la creía y se desesperó, no estaba preparada para hablarle de Ana pero tampoco lo estaba para aquella mirada de desprecio y decepción, que la enfermera acababa de lanzarle, no soportaba que Alba le hablase así, que dudase de su sinceridad – muy bien – escuchó a su espalda al tiempo que sentía que Alba le giraba la silla - entonces... no puedes por culpa de Ana, es esa tu respuesta, ¿no? – dijo detenida frente a ella con los brazos en jarra y el ceño fruncido.

- No...no lo es – levantó los ojos clavándolos en ella – no puedo y no es solo por ella – le confesó dejándola desconcertada.

- ¿No? entonces... ¿por qué? – inquirió sorprendida, rápidamente creyó comprenderlo – ¡ah! ¡ya!.. ¿es por Vero? – le preguntó airada pero con temor, convencida de que solo podían ser esos los motivos por los que Natalia se negaba a dar el paso.

- No... ¿Vero!? no, claro que no – repitió – es...

- ¡Es por Vero! ¡ya lo creo que sí! – la interrumpió segura, imitando su tono, al ver la expresión que Natalia había puesto al escuchárselo decir, mezcla de sorpresa y satisfacción, la conocía y sabía que por sus ojos había pasado un atisbo de alegría, de ilusión de que fuera así, solo con imaginarlo, si es que era cierto que no era por ella – lo vi desde el día que entré en la clínica. Te ama y tú, digas lo que digas....

- Te digo que entre Vero y yo no hay nada – la interrumpió con genio – para qué me pre...

- ¡Y yo tendré que creerte! – la cortó con rapidez sabiendo lo que iba a recriminarle - pero... escucha lo que te digo – la señaló con el dedo volviendo a sentarse frente a ella - algún día recordarás esta conversación – la avisó con seguridad – ella te quiere y tú... tú no eres indiferente.

- ¡Te equivocas!

- Eso ya lo veremos – sentenció, con la intención de provocar que saltase y le confesase con rotundidad que no, que a quien amaba era a ella, pero Natalia la miró negando con la cabeza y apretando los labios, con aire de desencanto.

- Alba... no es por ninguna, y en todo caso, de ser por alguna, sería por Ana – respondió tajante.

- Entonces, ¿por qué? no entiendo... - repitió – si no es por Ana y no es por Vero, no entiendo porqué no puedes. ¿Por qué es?

- Es... es por mí y... es... por ti.

- Nat... - la recriminó, ya no sabía cómo transmitirle que dejara de pensar en eso.

- Además... tengo... miedo de...

- ¿Miedo? – la interrumpió con una sonrisa, cogiéndola de nuevo de las manos – ¿es por eso! ya te he dicho que yo también lo tengo y que....

- ¡Déjame hablar y no me interrumpas más! – protestó elevando la voz, al tiempo que se zafaba de ella y más bajo continuó – no me entiendes, yo no soy la que era y... tengo miedo de ... de volver a... a hacerte... – balbuceó mostrando lo mucho que le costaba decir aquello, Alba no quería interrumpirla pero no comprendía a qué se refería, no comprendía aquella mirada de culpabilidad, aquellos ojos suplicantes, y no entendía ni su tono ni esos gestos que parecían hablar de algo muy concreto - ... daño – terminó enarcando las cejas, transmitiéndole de nuevo esa sensación – no quiero hacerte daño – repitió con las lágrimas saltadas.

- ¿Daño? pero... ¿a mí porqué? – le preguntó con un aire de inocencia que sorprendió a Natalia que, inmediatamente, recordó las palabras de Germán "Alba no le dio importancia o no se acuerda", ¿cómo podía no acordarse! ella llevaba años torturándose con aquello - no vas a hacerme daño, Nat – le sonrió tomándola de la mano y acariciándosela con ternura - ¿por qué piensas eso?

- Ya te lo hice una vez – le dijo mirándola a los ojos con el miedo y la culpa reflejados en ellos.

- Nat, nos lo hicimos mutuamente, tú... no estabas bien y... yo... nunca supe estar a la altura.

- Eso no es verdad – dijo con tanta intensidad que Alba la soltó, estremeciéndose – lo intentaste, ¡vaya si lo intentaste! y... yo no te dejé, pero... pero no me refiero solo a eso, y lo sabes, me refiero a la noche en que te fuiste – enarcó las cejas en un gesto que le decía claramente "¿no lo recuerdas?".

- Eso si es verdad – la contradijo con calma, enarcando las cejas sin saber a qué se refería, y hablando pausadamente continuó - al menos eso es lo que yo recuerdo.

- ¿Qué recuerdas? – le preguntó con tanto temor en su mirada que Alba se sorprendió de ello.

- Nat... no le des más vueltas a eso... lo hicimos...

- ¿Qué recuerdas? – repitió con fuerza – necesito que me lo digas – le confesó con tal tono desesperado que Alba sonrió, negando con la cabeza.

- De acuerdo – la miró extrañada, no entendía porqué daba tanta importancia a todo aquello - ¿qué pasa, qué no te acuerdas de nada? – le preguntó burlona, Natalia la miró con aquella expresión que Alba no sabía interpretar y asintió, la enfermera volvió a sonreírle - esa noche fui a casa aunque te había dicho que no lo haría, estabas como una cuba, intenté explicarte porqué te dejaba, pero apenas podías tenerte en pie, tenías toda la casa hecha un desastre, intenté meterte en la cama y no fui capaz, no me dejaste – respondió a su pregunta - eso fue lo que pasó, me marché y te dejé allí, sola. Esa es la verdad.

- No, no lo es... - murmuró pensativa recordando las palabras de Rafi, cuando fue a buscarla al pueblo, "Alba no quiere verte y yo no voy a consentir que vuelvas a ponerle la mano encima" - pero... ¡gracias!

- Nat... no pienses más en ello. Yo no lo hago y tú tampoco deberías hacerlo - comenzó cogiéndola otra vez de las manos – yo, solo quiero que tú y yo ...

- No, Alba – la cortó retirando sus manos – vamos a dejarlo, ya te he dicho que no puedo... y... además... no quiero – musitó con tan poca fuerza y convicción que Alba frunció el ceño.

- Quedamos en que íbamos a ser sinceras, ¿no? – le reprochó consciente de que Natalia podía serlo al decir que no podía, pero no lo era con aquel "no quiero".

- Si.

- Entonces... ¿cómo me puedes decir que no quieres si hace un momento me has dicho que...?

- ¡Vale! ¡no puedo! ¿cuántas veces necesitas que te lo repita?

- De momento no me has dicho nada que explique porqué no puedes.

- ¡Joder! – saltó desesperada – no puedo porque no te mereces esto, Alba. ¡No te lo mereces! – casi gritó volviendo a hacer un gesto de dolor bajando la cabeza y comenzando a respirar con dificultad – no te lo mereces - repitió en un murmullo más para sí que para la enfermera, viéndose descubierta.

- ¿El qué? ¿qué es lo que no me merezco?

- ¡Mírame! – se retiró de ella echando la silla hacia atrás y abrió los brazos - No puedo ofrecerte nada, aquí lo tienes todo, esto es lo que soy, Alba... y... en Madrid sería mucho peor – suspiró – además, te escuché cuando hablabas con Germán – bajó la vista avergonzada por haberlos espiado – lo que más deseas es regresar aquí, y créeme que te entiendo, aquí eres feliz, lo sé desde que te acompañé al Nilo, y yo... yo solo tengo problemas – le dijo con sinceridad, Alba leyó la franqueza en sus ojos. Nadie mejor que ella sabía lo que significaba renunciar a todo y empezar otra vida. Pero estaría dispuesta a hacerlo de nuevo, si Natalia le dijese que la amaba, aunque fuera a su manera esquiva – problemas y más problemas....

- ¿Me estás diciendo que no puedes ofrecerme nada porque no puedes andar? – le preguntó con tal tono de incredulidad que Natalia bajó los ojos sin responder, Alba le levantó la barbilla y frunciendo el ceño la miró fijamente a los ojos – ahí sentada – dijo señalándola con el dedo – está la mujer segura, inteligente, arrolladora y guapa que puso patas arriba mi vida. ¡Yo sí que no tenía nada que ofrecerte! pobre, sosa, fea – sonrió abriendo los brazos y enarcando las cejas con complicidad - ¿recuerdas? ¡ni siquiera sabía vestir bien, ni comportarme en un restaurante, ni...! – se interrumpió acariciándole la mejilla, Natalia la escuchaba con atención temiendo a dónde quería ir a parar - ¡ni siquiera sabía lo que era un sorbete de lentejas! – exclamó burlona - ¿sabes como me sentía a tu lado? ¡ridícula! ¡invisible! – confesó – ¡no entendía cómo podías haberte fijado en mí! ¡tú! ¡qué podías tener a tu lado a quien quisieras!.. – se interrumpió con una sonrisa amplia y una mirada que Natalia no pudo resistir y bajó los ojos de nuevo - pero me enseñaste que eso solo estaba en mi cabeza, me ayudaste a ser la persona que no me atrevía a ser, sacaste lo mejor de mí, me diste la seguridad y confianza que me faltaban y ...

- Alba... - intentó cortarla, volviendo a mirarla fijamente.

- Nat – la interrumpió a su vez dispuesta a que la escuchase - que yo sepa, sigues siendo médico, sigues siendo inteligente, has montado una clínica que es la envidia de muchos, sigues siendo guapísima, atractiva y... - puso una sonrisa burlona para indicarle que lo que iba a decirle era lo que menos le importaba - sigues siendo rica, ¿qué es lo que no puedes ofrecerme? ¿levantarte de esa silla y bajarme algo de un altillo? – intentó bromear.

- ¡No seas tan simple! – respondió mostrándose molesta, pero en el fondo halagada con sus palabras – sabes que no es tan sencillo, no poder andar implica muchas más cosas, ¡lo sabes! – le dijo con genio, mirándola con desesperación, pero Alba parecía sonreírle con aquellos ojos y ella no podía soportarlo, desvió la vista otra vez, porque si seguía mirándola así, no iba a ser capaz de hacer lo que debía hacer.

- ¿Qué cosas? – insistió, quería que Natalia las dijese en voz alta, que se escuchase a sí misma repitiéndolas y, quizás, de ese modo, vería lo ridículo que podía llegar a sonar.

- Cosas, Alba – respondió sin fuerza, mirándola otra vez suplicante, Alba sintió que le imploraba que no la hiciese humillarse más, pero repentinamente su gesto cambió frunció el ceño y la atacó – no te hagas la tonta, porque sabes perfectamente a qué me refiero, ¿no?

- No, no lo sé – se inclinó hacia ella insinuante y le susurró en el oído – ¡dímelo tú!

- ¡Joder! cosas simples que nos gustaba hacer como... como patinar – exclamó enfadada.

- ¿Patinar? ¡pero de qué me hablas! – sonrió – en mi vida había patinado hasta que te conocí y si lo hice fue por ti, nunca más he vuelto a hacerlo. Dime algo que de verdad impida que podamos estar juntas – volvió a susurrar acercándose a ella mirándola fijamente – algo de verdad importante – siguió hablando junto a su oído - ¿recuerdas? mi película favorita es "Con faldas y a lo loco". Y no me va a valer cualquier excusa

- ¡No son excusas! tenías un novio parapléjico, o eso me dijiste, ¿verdad? – saltó con rapidez echándose hacia atrás, incómoda y seria, no entendía cómo Alba podía bromear con aquello.

- Sí - sonrió triunfante, "¡gracias, Nat, por acordarte!", "¡me lo has puesto en bandeja!", pensó satisfecha.

- Pues entonces ya sabes a qué cosas me refiero – respondió mostrándose enfurruñada.

- Por eso mismo no sé a qué te refieres – le dijo con retintín repitiendo sus palabras - que yo recuerde, hacíamos de todo juntos – respondió sin poder evitar una mueca de suficiencia. Natalia sintió que los celos por aquel desconocido la invadían y al mismo tiempo una angustia tremenda le atenazaba el pecho, sintiéndose impotente y derrotada.

- Pues.... yo no puedo – musitó bajando los ojos avergonzada – esta misma mañana lo has comprobado.

Alba comprendió al instante lo que le ocurría y cómo debía sentirse. Necesitaba tiempo para hacerla entender que a ella eso no le importaba. Suspiró y borró la sonrisa de su rostro. Con seriedad, la obligó a mirarla.

- Diga lo que diga, no voy a convencerte de que eso es una tontería, ¿verdad? – le preguntó.

- No, no me vas a convencer y no, no es ninguna tontería, Alba. Además, tú no vas a renunciar a esto, no voy a consentirlo y yo...

- Ya sé, aquí no te ves, no es tu sitio – terminó por ella.

- Sí, eso exactamente.

- Vale – musitó pensativa - Si te hago una última pregunta... ¿me serás sincera?

- ¿Crees que no lo estoy siendo?

- ¿Lo serás?

- Sí, te lo prometo – respondió con tal cansancio en el tono que Alba, ahora sí, se alertó, Natalia parecía enferma, pero no hizo alusión a ello, ni lo tuvo en consideración. Necesitaba saber, necesitaba que Natalia se diese cuenta de que la quería sin condiciones.

- Si supieras que te vas a morir en unas horas, ¿qué último deseo pedirías? – le preguntó de pronto.

- ¿Qué pregunta es esa?

- Es la que es. ¡Respóndeme!

Natalia la miró y cabeceó, ya sabía por dónde iba. Alba, acababa de estar en esa situación, se lo había dicho al llegar, y en esa situación, los que creía que eran sus últimos pensamientos, se los había dedicado a ella y, ahora, quería saber si ese pensamiento era mutuo. Pero si le decía que sí, que lo era, le estaría dando esperanza, se haría ilusiones de algo que no iba a poder ver satisfecho, porque no estaba dispuesta a permitirle que renunciase a todo por ella. Respiró hondo, le había prometido ser sincera, ¿qué podía responder! no quería mentir y faltar a su promesa, pero tampoco quería alentarla.

- Pues ... pediría una playa y un caballo – respondió esquiva, poniendo ojos soñadores, mirándola primero y luego, perdiendo la vista más allá de la enfermera – una playa – susurró con voz ronca - la marea baja, olas con aroma a sal... una suave y cálida brisa que me mueva el pelo – suspiró como si acabase de vivir la escena, luego volvió a fijar sus ojos en Alba, con una mueca de desencanto - ¿sabes! desde el accidente no he vuelto a la playa, no he vuelto a ver el mar – le confesó con tristeza.

- Pero... ¿por qué? – preguntó extrañada, conocedora de lo mucho que le gustaba, no pudo evitar recordar los días que pasaron en Cádiz, cuando se la llevó a una cala perdida y solitaria, de arena finísimas, "¿ves esto, Alba! ¡esto me da la vida!". Natalia se encogió de hombros y apretó los labios, en respuesta a su pregunta y Alba interpretó que aquél era otro de los castigos que la pediatra se auto infligía. Natalia hacía tiempo que no se permitía ser feliz ni disfrutar de la vida – no entiendo que tengas que... renunciar a cosas así.

- ¡Hay tantas cosas que no entiendes! – exclamó sin dejar de mirarla, Alba bajó los ojos molesta e incómoda con aquella mirada – me has preguntado que pediría, pues... eso es lo que pediría.

- Ya... - dijo levantándose.

- No he terminado – la frenó y Alba tuvo la sensación de que a pesar de la seriedad de su rostro sus ojos le sonreían - pediría una playa y un caballo, poder galopar hasta un lugar apartado, sentarme mirando al mar, sentir que alguien se sienta a mi lado, en silencio, solo con el murmullo de las olas... mirarnos, sentir que su mirada me llama, notar que el silencio atrapa las palabras, que nos atrapa, que atrapa nuestras bocas – hizo una pequeña pausa mirando los labios de la enfermera para, inmediatamente, volver a clavar los ojos en los de ella, Alba sintió que Natalia había estado a punto de besarla, pero se había controlado a tiempo - y pediría un abrazo, un abrazo que me sujete, que me de las fuerzas necesarias, un abrazo tan dulce que me haga sentir que no muero, sino que me hundo entre las olas del mar - terminó con una voz ronca y entrecortada, con una mirada soñadora y con tal desgarro que la enfermera fue capaz de sentir el dolor que transmitía Natalia.





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