La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 44

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By marlysaba2


Al cabo de unos minutos su espera se vio recompensada. La puerta de la cabaña se abrió y Natalia salió con dificultad, Alba no puedo evitar pensar que debía estar muy cansada. Permaneció quieta, en la puerta de los baños, esperándola. Natalia llegó hasta ella, avanzando con lentitud, y la miró sorprendida de encontrarla allí.

- Te estaba esperando – le dijo la enfermera sin más.

- ¿Qué ocurre? – le preguntó cansada.

- Quiero hablar contigo.

- Alba... - murmuró mirándola rendida ante su insistencia, imaginaba lo que quería, pero ella estaba agotada y no se sentía con fuerzas para otra discusión, ni para escuchar más recriminaciones - ¿por qué no lo dejamos...?

- No puede ser – respondió con firmeza.

- A ver, dime – aceptó arrastrando las palabras.

Alba no respondió se limitó a mover las manos nerviosa y a balancearse de un pie a otro. Natalia esperó pacientemente a que le dijera aquello que deseaba, pero la enfermera permanecía silenciosa.

- ¿Pasa algo? – le preguntó al fin Natalia impaciente, deseando meterse en la ducha e irse a la cama.

- Sí – respondió mirándola fijamente sin añadir nada más. Natalia esperó a que lo hiciera, pero Alba no hablaba.

- Y... ¿me lo vas a decir o nos vamos a quedar así toda la tarde? – preguntó con ironía. Su tono alertó a la enfermera que se echó atrás en sus intenciones y decidió hacerle caso a Sara.

- Eeeh... ¿qué favor querías? – dijo de pronto, desconcertando a la pediatra que se esperaba cualquier cosa menos aquella.

- ¿Favor? – repitió intentando recordar a qué podía referirse,

- Sí, antes me has preguntado que si podías pedirme un favor, quiero saber cuál.

- ... nada... no era nada... - respondió recordando aquella parte de la conversación que acababan de mantener.

- ¿Te ayudo a subir? – le preguntó sin insistir.

- Por favor – respondió esbozando una sonrisa, parecía que Alba ya no estaba enfadada y eso la alivió sobremanera.

- Nat... dímelo, dime qué favor querías.

- No es nada Alba... es... - se detuvo y la miró sin decidirse – quería que... me ayudases a... convencer a Germán.

- ¿Convencerlo de qué?

- De... que me deje irme ya de aquí – le pidió creyendo que después de lo que le había dicho antes la enfermera estaría de acuerdo.

- Ya... – respondió frunciendo el ceño y mirándola con aquella expresión que Natalia reconocía tan bien, Alba había vuelto a enfadarse.

- No es que no esté bien aquí – se apresuró a explicarse – es... es que... es Ana. Creo que no está bien y... yo...

- Ya... - dijo cabeceando y apretando los labios en una mueca irónica – Ana, ¿no? – preguntó con sarcasmo, "será más bien Vero", pensó.

- Sí – respondió sin entender su gesto – creo que mi madre no me dice la verdad y... yo... yo... estoy preocupada

- Llámala – le dijo sin más – no entiendo por qué no hablas con ella en vez de con tu madre. Es tu mujer, ya que te saltas las normas a la torera podías hacerlo para hablar con ella ¿no te parece? – le dijo con retintín, mientras el "te quiero" dicho a Vero retumbaba en sus oídos – si hablases más con tu mujer quizás no necesitarías hacerlo tanto con tu psiquiatra.

Natalia la miró y fue ahora ella la que apretó los labios. Sin embargo no dijo nada. ¿Qué pretendía Alba ahora! la tenía completamente desconcertada y ya no sabía ni que pensar ni qué hacer para mantener con ella una relación medio normal.

- Voy a ducharme – le dijo intentando subir el escalón sin ninguna intención de seguir con aquella conversación.

- ¡Espera! – la ayudó con presteza – deja que te suba yo.

- Creí que también habían puesto aquí una rampa.... – comentó recordando lo que le había contado Alba al respecto.

- Sí, pero la tendrá Kimau – le respondió – ya te dije que la inclinación me parecía demasiado pronunciada y que....

- Pues... la necesito ya – dijo frunciendo el ceño, pero al ver la cara que le estaba poniendo Alba intentó justificarse – quiero decir que para no molestar, yo ...

- Nat aquí la gente tiene otras cosas que hacer que estar todo el día pendiente de ti, a ver si crees que... - se interrumpió al ver que a Natalia se le saltaban las lágrimas – me refiero a que con las tormentas siempre hay desperfectos y Kimau tiene trabajo, pero... ahora lo busco y le digo que te la ponga para que puedas ...

- No – la interrumpió con un tono ligeramente molesto – déjalo que haga su trabajo – dijo girando la silla con esfuerzo encaminándose hacia la última puerta. Alba observó su marcha lenta y volvió a sentir un pellizco de preocupación.

- Nat, ¡espera! entro contigo – la alcanzó con decisión – estás demasiado cansada y Germán me ha dicho que...

- No, Alba, no necesito ayuda, puedo sola – le respondió mirándola fijamente. Las palabras de Vero resonaron en su mente "aléjate de ella, no pases tanto tiempo a su lado". Vero tenía razón, una ducha con la enfermera no era precisamente, la mejor forma de evitar el peligro.

- Nat, no hay rampa, y tengo que esperarte de todas formas, si te ayudo acabaremos antes y yo...

- Quieres dejar de ir detrás de mí todo el día. ¡No necesito tú ayuda! – le espetó con malhumor.

- Nat... no seas cabezota, ¿cómo piensas bajar? – le preguntó ignorando su tono.

- Te digo que no te necesito – le dijo nerviosa imaginándose en la ducha, desnuda, junto a ella, su corazón se aceleró solo con esa visión y sus manos comenzaron a temblar, de nuevo le dolía el pecho - vete y haz lo que tengas que hacer, ¿no habías quedado con Sara! pues ve.

- Muy bien – respondió enfadada - soy imbécil – murmuró dándose la vuelta, más para sí misma que para ella.

- Alba... - musitó al ver que a la enfermera se le saltaban las lágrimas, intentando cogerla de la mano, no soportaba verla así, ni hacerle daño con sus palabras.

- ¿Quieres estar sola? – se giró con ojos fulminantes – muy bien, no hay problema. ¡Estarás sola! Yo también estoy harta de ir detrás tuya... yo... yo solo pretendía que...

- ¿Estás harta? – repitió hablando por encima de ella – pues deja de hacerlo. Yo no te he pedido nada y no quiero nada.

Alba se zafó de su mano y se dio media vuelta, marchándose y saliendo de allí a toda velocidad. ¡Ahora sí que necesitaba esa copa! Sara tenía toda la razón, no era el momento de hablar con ella, lo había intentado y solo había conseguido que todo se estropease aún más.

Natalia se quedó en la puerta de la ducha unos segundos, con un nudo en la garganta y una sensación de profunda tristeza. Entró en los baños y, a duras penas, consiguió desvestirse. Ahora sí que le dolía el corte del brazo y tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para conseguir pasar de la silla a la plataforma que le habían montado. Sintió el agua correr sobre su cuerpo y una sensación de alivio la recorrió, pero esa agua no conseguía arrancar la tristeza que la atenazaba. Permaneció allí dejando que el agua resbalase por su cuerpo durante tanto tiempo que cuando se decidió a cortar el grifo, tenía las manos completamente arrugadas. La ducha le había sentado bien, estaba más relajada, pero al mismo tiempo las pocas fuerzas que le quedaban tras el día que llevaba, parecían haberla abandonado y tuvo que hacer varios intentos hasta que consiguió acercar la silla hasta ella, vestirse y sentarse de nuevo en ella, tenía que haberle hecho caso a Alba y dejarla que la ayudase. Pero su maldito orgullo se le impidió hacerlo.

Cuando consiguió salir de allí había anochecido y no se veía a nadie ni aun lado ni a otro del edificio. Las traseras de las cabañas mostraban todas las luces apagadas. Estaba claro que todos estaban cenando. Se lo tenía merecido por ser tan orgullosa, sin podérselo permitir, ¿qué iba a hacer ahora! solo se le ocurrían dos opciones, esperar a que pasara alguien para poder salir de allí o intentar bajar ese escalón, pero aunque no era demasiado alto, sabía que lo único que lograría sería dar con sus huesos en el suelo. Apoyó la cabeza en la mano y suspiró, deseando con todas sus fuerzas que pasara alguien cuanto antes.

Al cabo de un cuarto de hora, Margot salió del edificio del Hospital, iba acompañada por alguien que no conseguía identificar y eso que le pareció que tenía un aire ligeramente familiar, pero la penumbra de los dos pobres focos que iluminaban el patio central, apenas le permitía distinguirlas con claridad.

- ¡Margot! – llamó a la chica elevando el tono - ¡Margot! – gritó más alto al ver que continuaban su camino sin percatarse.

Ahora sí, la joven se volvió hacia ella. Natalia levantó el brazo y le hizo una seña con la mano de que acudiese hasta allí.

- ¡Por favor! ¿puedes venir un momento? – gritó al mismo tiempo que ambas figuras se acercaban hasta ella. Cuando las tuvo a su altura Natalia reconoció inmediatamente a la otra chica.

- ¡Yumbura! – exclamó Natalia sorprendida de verla en el campamento.

- Hola, Nat – inclinó levemente la cabeza en señal de saludo.

- ¿Necesita algo? – le preguntó Margot.

- ¿Puedes ayudarme a bajar de aquí?

- ¡Claro que sí! – exclamó sorprendida – ¿come stai sola? – le preguntó y sin dejar resquicio a la respuesta continuó con su eterno parloteo - ¡Este Kimau no tiene remedio! – le dijo con una sonrisa bajándola del escalón – le dije que terminara la rampa presto, antes de que usted regresara y mire el caso que me ha hecho. ¡Ragazzo! – exclamó mostrando su enfado.

- No tiene importancia, ya me dijo Alba que tenía mucho trabajo.

Margot la miró y enarcó las cejas mostrando su sorpresa, pero no dijo nada al respecto. Yumbura murmuró unas palabras que Natalia no entendió, pero tuvo la sensación de que ocurría algo y rápidamente su mente voló al pequeño que había atendido por la mañana y un escalofrío la recorrió.

- ¿Se encuentra bien? – le preguntó Margot viéndola palidecer.

- Sí – respondió clavando sus ojos en Yumbura.

- Nosotras tenemos que irnos, tenemos... prisa – le dijo la joven enfermera esbozando una leve sonrisa de despedida.

- ¡Yumbura! espera un segundo – le pidió Natalia, preocupada - ¿y el pequeño! ¿cómo está?

- Lo siento... – le respondió apretando los labios –... murió esta tarde – respondió con sinceridad, acostumbrada a todo aquello, pero viendo la expresión de desolación que había provocado en su interlocutora se apresuró a consolarla - usted hizo todo lo que pudo – le dijo apretándole el hombro - Aquí las cosas son así, ¿entiende? – Natalia asintió intentado controlar la enorme congoja que le había producido la noticia - Tenemos que irnos – le dijo seguidamente – hay un chico en la aldea que se ha roto una pierna y Margot va a ayudarme a entablillarla.

- Claro – consiguió decir con un hilo de voz. Tenía un nudo en la garganta que no la dejaba respirar.

- Hasta otro día – volvió a sonreír, despidiéndose de ella, Natalia levantó la mano e hizo un gesto con la cabeza, a modo de despedida, incapaz de pronunciar palabra.

Mientras las veía alejarse, las lágrimas que había estado intentando controlar toda la tarde brotaron sin freno. Permaneció allí parada, delante de la puerta de los baños, incapaz de moverse. Escuchó el ruido de un motor y las imaginó saliendo del campamento a esas horas de la noche. Admiraba su valor, admiraba su fortaleza, admiraba su decisión... Todo aquello era lo que a ella le faltaba, sí, le faltaba valor, le faltaban fuerzas y, sobre todo, era incapaz de decidirse. "Muerto", murmuró apretando los labios, "muerto", repitió sintiendo que sin poder evitarlo la barbilla comenzaba a temblarle. Giró la silla con la intención de ir a la cabaña, pero se detuvo, sin poder controlarse y sabiéndose completamente sola, hundió la cara entre sus manos y lloró amargamente.

Repentinamente, sintió que algo áspero le recorría la mano y la cara, dio un respingo, asustada, y sonrió al ver que era un perro.

- ¿Tú de dónde sales? – le preguntó entrecortada acariciándole la cabeza.

El animal se mantuvo con sus patas delanteras apoyadas en la pierna de Natalia, e intentó lamerle otra vez la cara. Natalia sonrió, mirándolo con ternura y comenzando a calmarse. Aquel gesto de cariño la gratificó y no pudo evitar acordarse de su perra, una golden retraiber perfectamente educada para ayudarla que le regaló su padre después del accidente, si no hubiera sido por ella, los primeros momentos en su nueva casa hubieran sido mucho más duros de lo que por sí ya fueron.

- ¿Sabes! me recuerdas a thersi, es más alta que tú – le habló como si pudiera entenderla, sin dejar de llorar aunque con menos fuerza – pero tiene ... tu mismo color.

El perro se bajó de ella y se colocó delante, llamándola con un par de ladridos. Luego, se apoyó de nuevo en sus rodillas. Lanzándole otro lametón que le rozó la nariz.

- ¿Qué quieres, bonito? – le preguntó – mala compañía has ido a buscar – le dijo con tristeza. El perro volvió a bajarse y a ladrarle, corriendo hacia la cabaña – no te entiendo – murmuró avanzando tras él – no tengo nada que darte – le dijo entrando en su cabaña – ¿quieres pasar? – le preguntó, pero el perro se mantuvo fuera, sentado, meneando su cola y mirándola fijamente - ¿no! bueno... sí, será mejor que te quedes ahí – le dijo haciéndole una caricia en la cabeza. El animal obedeció, sin entrar tras ella.

Natalia se perdió en el interior, preguntándose de dónde había salido ese perro, no recordaba haberlo visto antes por el campamento. Se metió en la cama, la cabeza no dejaba de darle vueltas, las imágenes acudían a ella con rapidez, la aldea, el lago, los bocadillos de atún y las patatas fritas le arrancaron una sonrisa, los furtivos, el miedo atenazante que había sentido y no solo a ellos, Alba, sus besos, sus palabras, sus gestos, sus miradas, Vero, su madre, Ana... "Ana", musitó en voz alta frunciendo el ceño, ¡se sentía tan culpable por no poder ir a verla! la voz de Vero retumbó en su cabeza "aléjate de ella", ¿cómo hacerlo! si la sola idea de intentarlo la dejaba más vacía de lo que ya se sentía, "muerto", "ha muerto", pensó y comenzó a llorar de nuevo, desconsolada, no sabía por qué lloraba o quizás sí, lloraba por todo y por nada. Tenía la sensación de haber ido perdiendo todo por el camino, "muerto", volvió a pensar, llorando con más fuerza, lo único que le quedaba, lo único que sentía que podía volver a recuperar, su capacidad para ejercer de nuevo.... "muerto". Le quedaba la Clínica, ¿qué estaría pasando allí! podía aferrarse a ella como ya hizo años atrás, podía ... pero no... recordaba vagamente su intención de dejar la Clínica y marcharse a Sevilla, pero... ¿para qué! no sabía qué hacer, no sabía qué pensar, no sabía cómo enderezar su vida ... no sabía nada. Solo sabía que no podía parar de llorar, a pesar de que la cabeza le martilleaba cada vez con más fuerza y de que cada vez le costaba más trabajo respirar. "Alba", pensó, "si yo pudiera...", se dijo con esperanza, "pero no puedes, quítatelo de la cabeza, no puedes", se repetía, "aléjate de ella", volvió a escuchar a Vero. "Muerto, está muerto".

En el comedor, todos estaban terminando de cenar, Germán había bromeado en varias ocasiones con Alba intentado animarla, pero la enfermera no estaba para bromas. Primero André había llegado con la noticia de que dos de las furgonetas de los furtivos habían escapado, solo lograron detener a una de ellos. El soldado les contó que habían conseguido recuperar dos armas de asalto AK47 y dos hachas. El resto del equipo debían llevarlo los otros. Eso la escamó y la asustó, habían sofisticado su armamento, y podían haber hecho con ellas cualquier cosa. Y, para colmo, después había tenido que narrar varias veces el episodio de la persecución y en todas la habían interrumpido antes de terminar con felicitaciones y bromas sobre el valor y la capacidad de resolver la situación que había tenido, pero ella y solo ella, sabía que eso no hubiera sido así, sin la ayuda de Natalia, a la que todos parecían olvidar y si recordaban que la acompañaba era para incidir en que a pesar de cargar con ella había conseguido escapar de ellos. Estaba enfadada consigo misma por no decirles a todos la verdad, por reconocerles que como siempre se había quedado paralizada y que las dos estarían ahora muertas si Natalia no hubiera luchado por hacerla reaccionar.

Germán la observaba y sabía que le pasaba algo, por eso se empeñaba en bromear y hacerla reír, pero a la tercera intentona del médico, cansada de él, Alba terminó por cerrarle la boca de malos modos. Todos la miraron sorprendidos y ella enrojeció avergonzada. Germán sonrió sin darle importancia.

- ¡Ahora entiendo por qué esos furtivos han salido por patas! – bromeó de nuevo provocando la risa en algunos de sus compañeros – ¡si es que mi niña tiene un genio pestazo! – la abrazó con rapidez y Alba, finalmente, sonrió moviendo la cabeza de un lado a otro.

- Quita pesado, qué no sabes que inventar para sobarme – lo apartó con suavidad.

- ¿Te tomas ese café conmigo? – le propuso el médico.

- No sé yo... - dudó burlona - ¿vas a reírte mucho de mí?

- Palabra que no – le dijo besándose los dedos y poniéndose serio – quiero... comentarte algo – le susurró en un intento infructuoso de que los demás no lo escuchasen – pero si estás muy cansada... hablamos mañana.

- De acuerdo, un café rapidito que estoy muerta.

- Te lo prometo – le dijo levantándose de la mesa - ¿dónde, en tu cabaña o en la mía?

- En la tuya, Nat estará ya durmiendo y no quiero que la despertemos.

El médico se marchó en dirección a la cocina, puso la cafetera y buscó en la nevera, allí siempre había caldo de sobra. Llenó un tazón y salió en busca de Natalia. Las palabras de Alba le habían recordado que le prometió llevarle algo de cenar y, aunque estaba seguro de que lo mandaría a paseo, tenía que intentar que comiese un poco.

Entró sigiloso en la cabaña, esperando verla dormir, pero la encontró sentada en la cama, con la luz encendida, los brazos cruzados sobre el pecho que no dejaba de moverse de arriba abajo, llorando y tan abstraída que ni siquiera lo sintió llegar.

- ¡Eh! ¡Lacunza! ¿qué pasa? - le preguntó, sobresaltándola, sentándose en el borde de la cama soltando el caldo en la mesilla preocupado.

Natalia lo miró un instante y luego retiró la vista, ladeando la cabeza hacia la ventana. ¿Es que nadie sabía llamar! ¡no podían dejarla en paz ni un momento! No quería ver a nadie, no quería hablar con nadie y sobre todo, no soportaba que la vieran así.

- ¡Vamos Nat! – le dijo con cariño, atrayéndola hacia él, al ver que ni siquiera se molestaba en mirarlo. La pediatra dudó un instante, pero finalmente se giró y fijó sus ojos en los del médico, se sentía tan sola y tan vacía, que se abrazó a él sin responder - ¿qué pasa? – le preguntó de nuevo, asustado por su reacción, pero Natalia continuó en silencio, llorando - es Alba ¿no? – le dijo, intentando adivinar cuál podía ser la causa de ese llanto desconsolado, apretándola aún más – si ya sabía yo... que estabas tú muy rarita – comentó acariciándole la cabeza con una mano y manteniéndola estrechada junto a él con el otro brazo - vamos, no llores, chist, ¡vamos, Nat! – intentaba calmarla, sin éxito, jamás la había visto así – verás como todo se arregla, solo necesitas descansar, ha sido un día muy largo, seguro que mañana ves las cosas de otra forma – continuó en su intento de consolarla - lo que tienes que hacer es hablar con ella. No podéis estar así, ninguna de las dos, pero menos tú – le habló en voz baja, al oído, manteniéndola abrazada – chist, tranquila – le susurró comprobando que poco a poco, dejaba de llorar - ¡Vamos, Lacunza, que no se diga! – intentó bromear cuando la pediatra aflojó en su abrazo y comenzó a calmarse – ¡qué vas a conseguir echar mi reputación por tierra! ¡no llores más que me vas a ablandar y a este paso consigues que yo también suelte una lagrimita!

- Lo siento – dijo separándose de él – Germán... perdona... yo...

- ¡Chist! – le sonrió – tranquila – le acarició la mejilla enjugándole las lágrimas – es bueno llorar. No te avergüences por ello.

Natalia lo miró agradecida, quería estar sola, pero tenía que reconocer que su abrazo y sus palabras la habían reconfortado.

- ¿Quieres contarme qué te pasa? – le preguntó cariñoso acariciando su antebrazo.

- Quiero estar sola – le dijo negando con la cabeza.

- Muy bien, lo entiendo. Pero... si te cansas de estarlo... yo... sigo ahí – le dijo enrojeciendo levemente, y adoptando un aire de timidez, que agradó a la pediatra que de repente recordó al joven tímido que era capaz de ser el más tierno del mundo y el más payaso al mismo tiempo.

Natalia asintió haciendo otro puchero ante su ofrecimiento y se llevó una mano temblorosa a los ojos en un intento de no volver a llorar.

- Gracias – musitó.

- Yo... sé lo duro que puede ser todo esto... cuando... cuando llegas aquí y... te separas de todo y de todos – comenzó hablando con calma y en voz baja - Esto no es fácil para nadie y para ti ...

- No lo digas – lo miró con tal desolación en los ojos que Germán se arrepintió de sus palabras – no lo digas porque ya sé que no sirvo para todo esto. Ni siquiera.... – se interrumpió hipando de nuevo, "se ha muerto", "se ha muerto", se repitió. No sabía por qué, la muerte de aquel niño le provocaba una congoja tan grande, pero lo cierto es que así era. Solo de pensar en él, las lágrimas volvían a recorrer sus mejillas.

- ¡Eh..! vamos... pero ¿qué pasa? - le dijo acariciándola de nuevo – ¿qué he dicho? – le preguntó desconcertado - ¡vamos! no te pongas así, esto es duro, pero todos nos acostumbramos y tú también, te conozco – añadió con una sonrisa de ánimo - solo que ahora estás un poco débil, pero en cuanto te recuperes del todo verás cómo descubres que sí eres capaz de hacer cualquier cosa. Los caminos no están asfaltados, pero tú te mueves muy bien con esa silla, que te he estado observando y... Alba...

- No... no le digas nada a Alba... - le pidió recuperando la compostura.

- ¿Qué no le diga nada de qué! ¿a qué te refieres?

- Me refiero a.... a esto.

- Tranquila.

- Lo digo en serio.

- Que sí, tranquila, no voy a decirle nada – repitió acariciándole la mejilla de nuevo – no he estado aquí, no te he traído este caldo – le dijo colocándole el tazón en las manos – y no he visto nada.

- Germán... no quiero... tomar nada – se lo tendió con desgana, perdiendo la vista en el fondo del cuarto.

- ¿Prefieres un zumo? – le preguntó y ella negó con la cabeza haciendo un nuevo puchero.

- Vale, vale, ni zumo ni nada, ya me voy, pero no me llores más, que te va a doler la cabeza – le sonrió levantándose de la cama aceptando su negativa, no era momento de insistir y sabía que en ese estado nada iba a sentarle bien, sabía que necesitaba estar sola y pensar, aunque eso era lo menos conveniente para ella, dudó si proponerle que tomase un calmante y durmiese hasta el día siguiente, pero conociendo lo poco que le gustaban, prefirió no decirle nada – anda, échate y descansa. Y... hazme caso, en cuanto estés más tranquila, habla con Alba.

- Vale – musitó cerrando los ojos, pensando que su amigo tenía razón, quizás eso fuese lo mejor.

Germán, la observó preocupado. No dijo nada más, recogió el tazón y apagó la luz, saliendo de la cabaña con la firme decisión de hacer algo para solucionar todo aquello. Natalia no estaba bien y no era conveniente que se alterarse de esa forma, y estaba claro que Alba o no se daba cuenta o no se la quería dar, y él iba a tener que hacérselo entender antes de que fuera demasiado tarde para las dos.

Mientras, Alba tras cruzar unas palabras con Sara, se había marchado del comedor en busca de Kimau, lo encontró afanado en ajustar una de las ventanas del cuarto de la radio y le pidió que terminase en cuanto pudiese la rampa, Natalia la necesitaba. El chico asintió y la enfermera se dirigió a la cabaña de Germán. Se sentó en el escalón superior y miró al cielo que amenazaba de nuevo tormenta. Luego miró rápidamente hacia su propia cabaña, la luz permanecía apagada y se extrañó de que, así, fuera. Natalia odiaba dormir a oscuras. ¿Y si no estaba en la cabaña! ¿y si le había pasado algo en las duchas! ¿y si se había caído al bajar el escalón? Sintió que los nervios se le arremolinaban en el estómago y se levantó de un salto en el mismo momento en que Germán llegaba con dos tazas de café.

- ¿A dónde vas?

- Ahora vuelvo – le respondió alejándose con una carrera.

El médico suspiró y se sentó en el mismo lugar en el que momentos antes lo había hecho Alba. "¡Me van a volver loco!", murmuró para sí.

Alba llegó a las duchas corriendo y entró con precipitación, allí no había nadie. Tenía la sensación de que algo no estaba bien, era como un presentimiento. Salió de allí disparada en dirección a la cabaña y entró con la misma prisa que lo hiciera en las duchas sin reparar en no hacer ruido, ni en el perro echado cerca de la puerta.

Natalia que aún lloraba tumbada en la cama, la escuchó abrirla y creyó que era Germán que volvía con el zumo a pesar de haberle dicho que no lo quería o con cualquier otra excusa absurda, pero rápidamente identificó sus pasos, ¡Alba! Disimuló intentando parecer dormida y procurando controlar su respiración agitada por el llanto, no quería que la viera así. No tenía ganas de hablar con nadie y mucho menos con ella.

La enfermera se acercó hasta la cama y se aproximó a ella, intentando comprobar si dormía. Natalia no dijo nada y Alba tampoco. La pediatra la oyó suspirar, girarse y coger algo de la mesa. Luego, cuando ya estaba en la puerta se volvió y dirigió sus pasos de nuevo hacia la cama. "¿Qué querrá ahora?", pensó Natalia cansada de tanto trajín y deseosa de volver a la soledad de su llanto. Se colocó de costado con agilidad, murmurando entre dientes unas palabras para aparentar que soñaba y que el ruido la estaba agitando.

Alba la miró creyendo que la había despertado, pero Natalia no volvió a moverse y la enfermera respiró aliviada, encendiendo la lamparilla, "este Germán no tiene remedio, mira que le he dicho veces que no le gusta dormir a oscuras, seguro que ya ha estado aquí y le ha apagado la luz", pensó, deteniéndose y echándole un ojo a la pediatra, "¡mírala! ¡tan tranquila!", "ya ves lo que le ha importado que la beses", suspiró decepcionada, ella sería incapaz de conciliar el sueño a pesar de lo cansada que estaba. Con todo lo que les había ocurrido a lo largo del día y ella, allí estaba "y luego me dirá que tiene problemas de insomnio", pensó molesta.

Salió por la puerta principal, maldiciéndose a sí misma por hacer una y otra vez en lo mismo, "¡ya está bien de preocuparte por ella!", se dijo enfadada, "a partir de mañana, todo será diferente", se propuso, dirigiéndose a grandes zancadas, que mostraban lo enfadada que estaba, hacia la cabaña de Germán.

El médico la miró con seriedad, bebiendo un sorbo de su taza. Alba se sentó a su lado, en silencio.

- Toma, se está enfriando – le tendió su taza.

- Gracias – le sonrió tomándola.

Él la miró fijamente, sus ojos estaban tristes, como solían estarlo hacía meses y la preocupación que ya sentía desde que viera a Natalia llorar desconsoladamente, se acrecentó.

- ¿Me vas a contar qué te pasa? – rompió el silencio.

- ¿Pasar? – repitió pensativa, con un suspiro – ¡de todo!

- Ya... - musitó – pero hay algo en especial que te tiene así ¿no?

- Si – reconoció bajando los ojos hacia su taza y mirando el contenido pensativa.

- Si no quieres hablar del tema...

- No es eso... – arrastró las palabras cansada. Germán esperó que dijera algo más pero no lo hizo.

- Bueno... ¿tengo que adivinar yo qué es eso que te ronda la cabeza y no te atreves a decirme? – aventuró condescendiente y armándose de paciencia - ¿es de Nat?

- No – negó con la cabeza y sus ojos se humedecieron ligeramente – es... lo de siempre – lo miró angustiada - Bueno... y... Nat... también.

- Lo de siempre... - repitió en un murmullo – entiendo – le dijo girando el cuerpo hacia ella y soltando su taza en el escalón, comenzando a comprender que algo más había pasado en aquel ataque de los furtivos - Cuéntamelo – le pidió posando sus manos sobre las de la enfermera.

- ¿Por dónde empiezo?

- Por donde quieras. Tenemos toda la noche – le sonrió.

- No sé... Germán... es todo tan... tan complicado.

- ¿Qué es lo complicado?

- ¡Todo! yo creí que.... que lo superaría... que... podría... pero hoy... hoy he vuelto a bloquearme – le reconoció con voz temblorosa – no merezco las felicitaciones de la cena – bajó la cabeza avergonzada – la dejé allí – confesó en voz baja – me fui corriendo y la dejé allí sola, sin pensar en lo que podía pasarle, sin pensar en cómo se sentiría, solo podía pensar en huir y salir de allí, solo en eso.

Levantó sus ojos hacia su amigo, esperando unas palabras de consuelo, deseando que él le dijese que todo estaba bien, que lo que había hecho era normal. Pero Germán permaneció en silencio, esperando que ella continuase y pensando que quizás Natalia estuviese llorando precisamente por todo aquello.

- ¿Qué te parece? – le preguntó cambiando su tono avergonzado por uno irónico – se supone que es el amor de mi vida, la persona por la que sería capaz de hacer cualquier cosa y ¿qué es lo que hago! ¡salir corriendo! – exclamó volviendo a bajar la voz y bebiendo un sorbo de su taza.

- No te tortures, Alba y no seas tan dura contigo. Sabes que es cuestión de tiempo y que llegará el día en que no te bloquearás.

- Eso me lo llevas diciendo desde hace meses.... – suspiró derrotada.

- Y seguiré haciéndolo mientras haga falta – sonrió con ternura – antes o después, dejarás de bloquearte. Y si nos es así, antes o después tendrás que decidirte a pedir ayuda.

- No sé... yo... me... me siento fatal... – le dijo con las lágrimas saltadas – y no solo por haberme vuelto a quedar paralizada – le tembló la voz recordando la experiencia vivida - eso no es lo peor... - murmuró.

- Y... ¿qué es lo peor? – le preguntó consciente de que eso era lo que ella quería.

- ¡Que la dejé allí! Germán, qué la dejé sola y yo... la miro a la cara y siento tanta vergüenza y tanta rabia que.... – bajó los ojos y se soltó de las manos de Germán, tomó su taza y bebió otro sorbo cuando habló su voz se había enronquecido - Sé que, aunque no lo diga..., sé lo que siente, sé que me ve capaz de abandonarla otra vez y... me odia por ello.

- Pero ¿qué estás diciendo! eso no es así – le respondió con rotundidad.

- ¡Tú no puedes asegurar eso! ¡tú no puedes saber cómo se siente! – exclamó alterada. Germán volvió a posar su mano sobre ella intentando transmitirle calma. Ambos guardaron silencio y tras una pausa Alba continuó más suave, en voz baja, con las lágrimas saltadas - tú no la has visto mirarme a la cara y decirme que no quiere nada de mí.

- No, no la he visto – le dijo enarcando las cejas pensando que sí la había visto llorar como una magdalena y estaba seguro del porqué, si Natalia le había dicho aquello estaba claro que había tomado una decisión, la de alejarse de Alba, y eso la mataba por dentro – pero estoy segurísimo de que Natalia no te odia.

- Bueno... quizás odiar sea una palabra muy... fuerte – reconoció – pero no me quiere. Y yo... no tenía que haberla dejado allí, no puedo olvidar su mirada.

- ¿Qué mirada?

- ¡La suya! – exclamó - cuando bajé del coche... la miré un segundo... y... vi la decepción, el dolor, pero... pero... no vi sorpresa en sus ojos, no espera nada de mí.

- Deja de torturarte y deja de decir chorradas – le respondió frunciendo el ceño - primero, si no hubiera sido por ti Nat no estaría allí, en su cama, tan tranquila – le dijo pensando secretamente que lo de tranquila se lo podía haber ahorrado porque si algo no estaba la pediatra era precisamente tranquila – y... lo segundo es que ni siquiera ella, cree eso.

- ¡Tú qué sabes!

- Me ha contado que te fuiste a buscar un camino para salir de allí, que lo encontraste, y que conseguisteis salir de allí gracias a ti – le sonrió enarcando las cejas. Alba apretó los labios, pensativa - ¿es cierto o se lo ha inventado! porque Lacunza podrá tener muchos defectos, pero no es una mentirosa – le dijo mirándola fijamente y levantando las cejas esperando su respuesta - ¿es cierto o no? – repitió instándola a reconocerlo.

- Si es cierto. Volví, pero... estuve a punto de dejarla allí.

- Te repito que no te tortures lo importante es que no lo hiciste.

- Ella me ordenó que me marchara – le contó – y yo... no debí hacerle caso y...

- ¡Qué bonito! - la interrumpió.

- No te rías, Germán – le recriminó molesta.

- No me río, lo digo en serio, me parece una de las pruebas de amor más bonitas que hay, ¿no dices que no te quiere! pues por lo que me acabas de contar, estaba dispuesta a morir por ti.

- ¿Qué quieres decir?

- ¡Joder, Alba! Blanco y en botella. Cualquier otro no hubiera tenido la entereza de hacerte reaccionar y, luego, decirte que la dejaras allí. Natalia debió pensar que con ella no tendrías opciones de salir viva de ese bosque. Para mí está claro que te ama.

- ¿Tú crees? – le preguntó con la esperanza reflejada de nuevo en sus ojos olvidando todas sus discusiones, ni siquiera se había parado a pensar en ese detalle y... si eso fuera cierto, entraría en esa cabaña y se la comería a besos por mucho que Natalia se empeñase en apartarla.

Germán dudó un instante, estaba completamente convencido de que así era, pero también lo estaba de que nada iba a ser fácil entre ellas y que espolear a la enfermera podría ser contraproducente. Finalmente, optó por la sinceridad.

- Estoy segurísimo – le dijo poniéndose serio – pero...

- ¿Te ha dicho ella algo? – le preguntó con interés cortándolo.

- No, no me ha dicho nada ... - se detuvo a punto de confesarle que la había encontrado llorando, pero recordó su promesa – hay algo más ¿verdad! porque yo la veo muy nerviosa, eso es normal después de lo que os ha pasado... pero... además... está muy... rara.

- ¿Rara? – repitió sin saber a qué se refería, rápidamente imaginó a que podría deberse - ya... - murmuró pensativa y preocupada, quizás había metido la pata besándola, mucho más de lo que creía - será porque ... porque... - dudó si contarle todo, temiendo la reacción de Natalia si se percataba de que había hablado con él del tema.

- ¿No te habrás lanzado? – se adelantó él, leyendo en sus ojos y en la expresión azorada de su rostro lo que no era capaz de decirle, imaginando el motivo de aquella tensión que desprendían ambas.

- Sí - reconoció con un suspiro – y en el peor momento, después de preguntarle por su mujer.

- Ay, Albita, no aprendes, qué te lo digo yo, no aprendes ¡Tienes el don de la oportunidad!

- Ya lo sé, no debí hacerlo.

- En eso tienes razón, te dije que fueras prudente. Que Nat te ame no quiere decir que esté preparada para reconocerlo.

- Y... ¿Cuándo sabré si lo está?

- No lo sé, pero ten cuidado – le dijo con preocupación – ¿quieres mi consejo?

- Sabes que sí.

- No la presiones. Nat no está bien, nada bien y... debe estar tranquila.

- Germán, ¿ya estás otra vez con eso! Nat está empezando a cansarse y yo también. Si crees que tiene algo dilo de una vez – le pidió preocupada.

- No lo sé, Alba. Es... una... intuición. Las pruebas salen constantemente bien, en eso Gándara tiene razón, pero esos síntomas... esa tensión tan alta... y ese dolor en el pecho... no me gusta un pelo.

- ¿Qué dolor? – le preguntó alertada. No recordaba que Natalia le hubiese dicho nada de un dolor en el pecho, le había visto algún gesto, pero siempre había creído que le costaba respirar.

- No tengo los medios necesarios para hacerle más pruebas - le dijo sin responderle - debería volver a Madrid, pero tampoco quiero que haga ya el viaje - le confesó con seriedad – hoy le he hecho otro análisis y voy a mandar parte de la sangre a Kampala.

- Germán... pero... ¿otro análisis! ¿para qué! ¿qué es lo que pretendes encontrar? - lo interrumpió – estás consiguiendo asustarme. ¿Qué crees que le pasa?

- Ya te he dicho que no lo sé. Que salgan todas las pruebas bien me obliga a pensar que todos tienen razón y que es psicológico, pero... yo conozco a Nat desde hace mucho y... no puedo creer eso. Me niego a hacerlo.

- Pero... Nat está en esa silla por ese motivo – le recordó – tiene que ser psicológico. Cruz es una excelente profesional. No puede estar equivocada y... Nat ha cambiado mucho desde la universidad.

- No tanto – le dijo señalándola con el dedo – yo sigo viendo a esa chica impulsiva, segura de sí misma, cabezona y obstinada. Esa chica que no reparaba en nada ni en nadie cuando se le metía algo en la cabeza. Y me niego a creer que la Nat que nos deja ver ahora, es esa chica. Sé que no lo es. Sé que ... - se interrumpió mirándola con una expresión que Alba no fue capaz de interpretar y eso que creía conocerlo a la perfección - No voy a dejar que se marche de aquí sin saber qué leche le ocurre.

- ¿Qué quieres decir?

- Nada – dijo levantándose. A Alba le parecía más molesto o enfadado que preocupado y eso la dejaba perpleja. Pero lo conocía y sabía que era inútil insistir, pasara lo que pasara por su cabeza, Germán no hablaría hasta no estar seguro cien por cien de lo que decía.

- ¿A dónde vas?

- Es tarde Alba, y mañana estaremos muy cansados. Vete a la cama – le dijo pensativo.

- Dime qué quieres decir – le preguntó en un intento que sabía en vano.

- Que... entre todos la mataron y ella sola se murió – le dijo pellizcándola en la mejilla con aire melancólico – no contribuyas a eso – le aconsejó con seriedad – ayúdala, dale tiempo, ten paciencia y ayúdala – insistió – y sobre todo, escúchala. Necesita hablar con alguien y conmigo no lo hará.

- ¿Y qué te hace pensar que conmigo sí? – preguntó incrédula.

- Te quiere, solo necesita... sentirse segura, la Nat que yo conocí era la persona más segura del mundo – suspiró - me pregunto... cómo han conseguido... cambiarla así.

- Creo que te equivocas en todo. No creo que sea un problema de inseguridad. Es otra cosa.

- ¿Qué cosa? – la miró interesado, estaba convencido de no estar equivocado en sus apreciaciones y si todo salía como él esperaba, Natalia se marcharía de allí siendo otra.

- Ella... ella no está enamorada de mí, sabe muy bien lo que quiere – le respondió levantando la cabeza y clavando sus ojos en él - quiere a Vero. La escuché esta tarde... cuando hablaba con ella.

- No te digo que no – le sonrió condescendiente, imaginando que parte de lo enfadada que la había visto durante toda la cena se debía a eso – pero... te ama a ti – sentenció con tal seguridad que Alba se sorprendió de su insistencia en el tema.

- No sé, Germán, me gustaría que fuera cierto, pero... - se detuvo sin confesarle que realmente creía que no lo era, de repente se sintió tan cansada y tan hastiada que su tono cambió – tienes razón, estoy cansada. Me voy a la cama – se levantó también – gracias por todo, por escucharme y... buenas noches.

- Buenas noches, niña – le dijo besándola en la mejilla – una cosa – la frenó de la mano para que no se marchase – si... estuviese despierta..., no la alteres, no discutas con ella y si ves que... le duele mucho la cabeza o... respira con dificultad o... cualquier otra cosa, llámame inmediatamente.

- Vale – respondió frunciendo el ceño pensativa y preocupada – lo haré. Buenas noches – le deseó alejándose con lentitud.

A medio camino se detuvo y encendió un cigarrillo. Un relámpago la hizo mirar al cielo. Otra tormenta. Llegó a su cabaña y se detuvo un momento en la entrada, para dar una última calada al cigarro, siempre los tiraba casi enteros.

- ¿Qué haces tú aquí, Pluma? – le dijo al perro que seguía tumbado en el último escalón, agachándose a su lado y acariciándole la cabeza con una sonrisa. "Seguro que Sara tiene guardia", pensó.

El animal le lanzó un lametón arrancando otra sonrisa distraída de la enfermera que lo abrazó y acunó unos segundos, lo besó en la parte superior de la cabeza y lo cogió de los mofletes, cariñosa, zafándole de un nuevo lametón. Luego entró en la cabaña intentando no despertar a Natalia, creyendo que dormía. Se desvistió, apagó la luz y se tumbó junto a ella, todo lo separada que pudo. Estaba segura de no poder pegar ojo en toda la noche, sin embargo no tardó ni un minuto en caer rendida.

Germán permaneció sentado en los escalones mirando a Alba hasta que desapareció en el interior de la cabaña y, luego, se levantó, evitando las primeras gotas que comenzaban a caer, entrando en la suya. Estaba cansado y decidido a interceder para que esas dos cabezonas se decidiesen a hablar porque lo único que estaban consiguiendo era hacerse cada vez más daño.

Esa noche volvieron las pesadillas. Alba se agitaba en la cama, junto a Natalia que era incapaz de conciliar el sueño a pesar del cansancio acumulado a lo largo del día, se sentía agotada y le dolía la cabeza, pero no conseguía dormir.

La enfermera, inquieta, se dio la vuelta y permaneció de espaldas a ella que la observaba en silencio. Recordaba las palabras de Germán y volvía a sentir ese nudo en la garganta que no la dejaba respirar, quizás el médico tenía razón, quizás debía hablar con Alba y dejarse de tonterías, pero era todo tan complicado, ¿qué podía decirle! era absurdo reconocerle que seguía queriéndola, ¿para qué! no podía, "Vero tiene razón, solo vas a conseguir hacerle más daño", suspiró sin dejar de darle vueltas a la idea de hablar con ella con sinceridad, de contarle todo, de hablarle de Ana, aunque no sirviera de nada ....

Por su parte, Alba parecía dormir, pero la intranquilidad de su sueño no presagiaba un buen descanso. Su mente reproducía una y otra vez el horror vivido meses atrás, pero en esta ocasión había una variante, no solo la perseguían a ella, Natalia estaba a su lado, pero no podía correr, allí parada era víctima del más brutal de los ensañamientos, hasta que agonizaba sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Alba sentía, ante aquel cuadro, que su corazón se rompía, que solo deseaba morir con ella, y gritaba, gritaba lo más alto que podía, pero ningún sonido salía de su dolorida garganta, su cuerpo empapado en sudor se agitaba continuamente, hasta que lanzó un grito y abrió los ojos despavorida, sentándose en la cama con brusquedad.

- Tranquila – escuchó la voz de Natalia a su lado mientras hacía esfuerzos por alcanzarle la mano y se la apretaba – estabas soñando.

- Ya... - respondió tumbándose de nuevo con la respiración agitada, aún no tenía la certeza de que solo hubiese sido un sueño, parecía tan real.

- ¿Otra vez esas pesadillas? – preguntó en un susurro.

- Si – murmuró – siento haberte despertado.

- Estaba despierta – confesó.

- Deberías dormir más – le aconsejó volviéndole la espalda – buenas noches.

- Alba... - estaba completamente desvelada y después de lo que había pasado en el lago y tras la huída de los furtivos se sentía tan mal que no era capaz de conciliar el sueño - ¿estás bien?

- Si – volvió a murmurar arrastrando la palabra con la intención de que Natalia captase que la estaba molestando.

- Alba... ¿puedo... pedirte un favor? – preguntó temerosa.

- Pídemelo mañana, ahora tengo sueño – respondió cortante.

- No puede esperar.

- ¿Te encuentras mal? – se sentó de nuevo con un deje de preocupación, clavando sus ojos, a través de la penumbra, en ella, recordando las recomendaciones de Germán.

- No. Bueno... no del todo.

- ¿Qué te pasa?

- Nada físico.

- ¿Qué quieres decir?

- Que... quiero pedirte perdón, por... lo de esta tarde... por... por empujarte y... por no haber sabido dejar las cosas claras...

- Las cosas están muy claras, te lo aseguro.

- Yo... solo quiero que... tú... que no sufras y...

- Nat, es tarde y... tengo sueño. Si te vas a dedicar a balbucear y decir incoherencias mejor te callas y me dejas dormir – le espetó con brusquedad – acepto tus disculpas y no tienes que pedirme perdón por nada. Duérmete – casi le ordenó, acercándose a ella, cogiéndole la cabeza con ambas manos y besándola en la frente con una mezcla de pasión y cariño.

Natalia no supo reaccionar ante aquel beso lleno de dulzura que contrastaba con sus duras palabras. Se sintió molesta por como Alba la había tratado, pero posiblemente se lo tenía merecido. La enfermera se tumbó, se hizo un ovillo y le dio la espalda.

Ese gesto terminó por hundir a la pediatra, Vero tenía toda la razón, solo estaba consiguiendo hacerle daño y hacérselo a sí misma, imaginando un futuro a su lado que no podía ser. Tenía que hablar con ella, tenía que decírselo y tenían que dejar a un lado ese juego de indirectas y dobles palabras.

- Alba...

- Nat, te quieres dormir ya – le pidió molesta.

- Vale, pero... escúchame una cosa.

- ¿El qué? – suspiró vencida. Estaba claro que por mucho que intentaba hacerle caso a Germán y no alterarla era imposible.

- Yo... lo único que quería es que te quede claro que te tengo mucho cariño, ¡mucho! – enfatizó tanto ese "mucho" que Alba se sorprendió - pero... pero nada más – respondió entre dientes, perdiendo fuerza a medida que hablaba.

- Tranquila que está muy claro – dijo la enfermera secamente – buenas noches.

- Y que... me gustaría que – se detuvo mirando su espalda, suspiró – me gustaría que me considerases tu amiga y que cuentes conmigo para cualquier cosa, Alba, para lo que sea.

- Muy bien – murmuró sin volverse – lo mismo te digo.

- ¿Entonces... amigas? – preguntó con el deseo interno de que se volviese y la mandase a paseo, con el deseo de que le gritase que no, que no podía ser su amiga.

- Amigas – aceptó la enfermera con desgana, pero sin oponerse – y... ahora... amiga, ¡déjame dormir! – pidió recalcando la palabra amiga.

- Claro... perdona... buenas noches.

- Buenas noches, Nat.

Alba se encogió aún más, tan pegada al borde que casi se caía de la cama, no podía dejar de pensar en esa voz rota con que Natalia le acababa de hablar, porque dijese lo que dijese conocía ese tono entrecortado, Natalia estaba mintiendo, ¿estaría fingiendo que no la amaba! pensó en las palabras de Germán y en las de Sara, los dos estaban convencidos de que Natalia la amaba, y el caso es que ella también lo había estado hasta que escuchó ese maldito "te quiero", que le había robado toda esperanza, la misma que Germán le había devuelto con sus palabras, porque aunque ella no las tenía todas consigo, aunque dudaba y estaba segura de que entre Natalia y Vero había más que amistad, había cosas que estaba segura de no haber interpretado mal, miradas, insinuaciones, gestos, que solo podían significar que Natalia seguía sintiendo algo por ella.

Suspiró cansada de darle vueltas a la cabeza, lo que tenía claro es que Natalia estaba luchando por no llorar. Sintió impotencia, no sabía cómo comportarse ya para que Natalia rompiese su coraza y reconociese lo que era evidente para todos. Notó que buscaba, con la mano, el contacto con su cuerpo, lo hacía siempre que se sentía triste o asustada, pero la enfermera se retiró, estirándose y envarándose tanto que consiguió alejarse aún más de ella. Natalia sintió que aquel desprecio le provocaba una congoja que no la dejaba respirar, otra vez sentía ese agudo dolor en el pecho, que le subía a la garganta con tal fuerza que la dejaba, durante los segundos que duraba, sin capacidad de hacer nada.

- Alba... - la llamó de nuevo, cuando puedo hablar, sin obtener respuesta – Alba...

- ¿Queeé? – preguntó con desgana.

- No me gusta que estés enfadada – le susurró – perdóname, por favor. Pero... de verdad.

- Ya te he dicho que no tengo nada que perdo... - se interrumpió "¿Natalia estaba llorando?" – Nat ¿se puede saber por qué lloras ahora? – le dijo aún más impaciente.

- No lloro – mintió - duérmete. Ya no te molesto más.

- ¡Claro que estás llorando!

- No – musitó.

- No estoy enfadada – le dijo con suavidad – no seas tonta y no llores más – la buscó en la oscuridad, dándose la vuelta, la cogió de la mano y se la acarició – ¡venga! duérmete, que como no descanses mañana no hay paseo.

- Pero... ¿aún quieres salir conmigo?

- ¿Salir contigo? – preguntó retórica - no, salir no – le dijo con retintín haciendo énfasis en salir - quiero pasear contigo y charlar, como dos viejas amigas, ¿no es eso lo que dices que somos! quiero enseñarte todo lo que te falta por ver... y...

- Gracias – le susurró aún asida a su mano.

- De nada – la besó en la mejilla – y deja de llorar.

- Es que no sé qué me pasa... estoy...

- Triste ¿verdad?

- Si – musitó.

- No lo estés. No tienes motivos – le sonrió acurrucándose junto a ella "salvo qué estés luchando contra lo que sientes", pensó esperanzada – duérmete – le repitió.

Natalia suspiró sin ninguna intención de hacerle caso. Clavó sus ojos en el techo, sin poder evitar que las lágrimas siguieran brotando sin control.

- ¡Joder! pero... ¿por qué lloras? – le preguntó al cabo de unos minutos en los que sentía su respiración congestionada y notaba el movimiento de sus hombros y de su brazo cada vez que se lo llevaba a la cara intentando no hacer ruido y llorar en silencio - ¡deja de llorar! – le pidió en un tono de ligero enfado, pero solo consiguió que Natalia llorase más alto una vez descubierta - Germán dice que tienes que estar tranquila. ¿Quieres que lo llame y te de algo para que duermas?

- No - musitó – pe...perdona... duérmete, ya... ya se me pasa – respondió entrecortada.

- No te entiendo Nat, ¿por qué lloras? – le preguntó angustiada y mucho más amable, por mucho que estuviese enfadada con ella nunca había soportado verla así – ¡venga! si no tienes motivos para llorar, de verdad que no estoy enfadada, solo cansada y nerviosa... ¡una no se salva todos los días de un ataque de furtivos! – exclamó en tono burlón, intentó animarla – te digo en serio que solo estoy nerviosa.... como tú.

- No... te preocupes... no...

- Nat..., por favor – la interrumpió sentándose en la cama, mientras le daba la espalda buscando el interruptor de la lamparilla sin dejar de hablar - son las tantas y... mañana... vas a estar... pero... ¿has visto los ojos que tienes? ¡completamente hinchados! ¿desde cuando llevas llorando? – le preguntó preocupada, observándola. Esos ojos no se ponían así en el poco rato que había tardado en tomarse el café con Germán, ¿cómo era posible que no se hubiese dado cuenta de cómo estaba cuando entró en la cabaña?

- No sé... - mintió.

- Pero... ¿qué te pasa? – le preguntó y Natalia negó con la cabeza tapándose los ojos con la mano sin poder parar de llorar - Eso van a ser los nervios – le dijo levantándose – voy a por Germán, tienes que calmarte – continuó ya en la puerta – lo hemos pasado muy mal y... te ha dado un bajón – le dijo intentando buscar una explicación. Nunca la había visto tan fuera de control.

- No, por favor, ya... ya me calmo... te... te lo prometo – le pidió intentando evitar que fuese en busca del médico - ¡Alba! – la llamó al ver no le hacía caso y que abría la puerta – no te vayas, por favor... que... ya... me... calmo.

- A ver si es verdad – contestó, impaciente, cerrando de nuevo, y regresando hacia la cama – Nat... ¡venga!... ¡qué no ha sido para tanto! ¡Míranos, sanas y salvas! ¡deberíamos estar celebrándolo! y no con estas caras. No tienes motivos para estar así – le dijo y Natalia que ya parecía más calmada volvió a hundir la cara en sus manos, llorando amargamente "¿no tengo motivos! ¡vaya si los tengo! pero... como... como te los explico", "¿cómo te hago esto?", "contrólate, vamos Nat, contrólate que estás enfadándola más y haciendo el ridículo", repetía su mente, al tiempo que lloraba aún con más fuerza.

Alba permaneció en pie, junto a su lado de la cama, mirándola desconcertada y esperando que se calmase un poco. Si no lo hacía, dijese lo que dijese iba a ir a por Germán. Eso no podía ser bueno para ella.

- Nat...

- Si... si... los tengo – murmuró tan bajito que Alba no la entendió.

- ¿Qué dices?

- Yumbura... ha estado aquí – levantó la cara hacia ella y habló con un tono tan triste y unos ojos tan desesperados que Alba comprendió rápidamente lo que había pasado.

- Nat...

- Se ha muerto...

- Te dije que el niño no... no tenía muchas posibilidades y que lo más normal era que...

- Lo sé – la cortó, impresionada con su frialdad – pero yo creía que... que lo había hecho bien... que... se salvaría... que...

- Lo hiciste muy bien, pero aquí eso no es suficiente.

- Yo...

- Tú vas a dejar de ser tan tonta – le dijo sonriéndole por primera vez en toda la noche – anda ven aquí – se sentó en la cama y abrió los brazos – ven – repitió y Natalia se sentó mirándola fijamente. Las lágrimas tenían empapadas sus mejillas y la barbilla no dejaba de temblarle, a pesar de sus esfuerzos por recuperar el control.

- Alba... yo...

- Chist – la silenció abrazándola – lo siento – le susurró al oído - siento el día que te he hecho pasar, no debí llevarte a la aldea y mucho menos subir a los lagos – reconoció estrechándola con fuerza y recorriéndole la espalda con sus manos intentando reconfortarla, Natalia dejó descansar su cabeza sobre el hombro de la enfermera y hundió la cara en su cuello, aferrándose a ella con tanta fuerza, con tanta desesperación, que Alba se enterneció, pensó en decirle que sentía haberla incomodado, que sentía haberla besado, pero no lo sentía, si había algo de lo que no se arrepentía era de haberse sincerado y haberle demostrado que seguía amándola – y.. siento lo de ese pequeño, pero... no te lo tomes así, ¿de acuerdo?

- Va... vale – balbuceó llorosa, solo el estar entre sus brazos la hacía sentirse algo mejor.

- Nat – le dijo sin separarse de ella – tu no lloras solo por ese pequeño, ¿verdad! hay algo más, algo... que no me cuentas – se aventuró.

Natalia no dijo nada. Solo necesitaba sentirla cerca, saber que no estaba enfadada con ella por cómo la había rechazado, ni por haber estado tanto tiempo al teléfono, ni por haber sido tan desagradable con ella, ni.... por ser lo que ahora era, en quien ahora se había convertido. La atrajo abrazándose de nuevo a ella.

- ¿Nat...? – la instó a responder, separándola con suavidad.

- Sí – se retiró aún temblorosa mirándola a los ojos, ¡tenía tantas cosas que explicarle! la sola idea de contarle algunas de ellas la ponía tan nerviosa que volvía a sentir aquel pinchazo en el pecho, la cabeza le daba vueltas y no sabía por dónde comenzar – yo.. yo... - encogió los ojos en un gesto de dolor y se inclinó levemente. Alba se alertó, al verla llevarse una mano al pecho, pero rápidamente se rehizo y continuó – quiero... hablar contigo, tengo que... - le dijo entrecortada – explicar... te... porqué.... por qué no ...

- Tienes que descansar – la cortó preocupada por el estado en que se encontraba – ya tendremos tiempo de hablar, ahora no es el momento, estamos cansadas y...

- Pero.. yo... creo que.... debemos hablar de...

- Sí – volvió a interrumpirla – tenemos que hablar – le dijo con seriedad, sin poder olvidar las palabras de Germán – yo también lo creo. Pero... ya lo haremos mañana. Más tranquilas, ¿de acuerdo?

- No... Alba... yo – volvió a interrumpirse y mirarla temblorosa -...necesito que.. que entiendas... que... yo... que yo...

- Nat, Germán no cree que debas alterarte y yo no te veo bien, quiero que te eches y descanses voy a buscar a Germán.

- ¡No!... por favor... Alba... escúchame – le pidió con un deje de dolor, cada vez le costaba más respirar y hablar.

- Mira, Nat – la cortó otra vez – vamos a hacer una cosa. Mañana, te invito a desayunar fuera de aquí. Cogemos el coche y nos vamos a Jinja, no está muy lejos y seguro que te gusta, es una ciudad pequeñita pero tiene mucha vida .. y... tendremos todo el día para hablar tranquilamente, ¿te parece bien?

- Si... - murmuró derrotada, estaba claro que Alba no pensaba ceder y ella no tenía fuerzas para seguir insistiendo – estoy... muy cansada y.... me duele la cabeza... – suspiró.

- ¡Cómo no va a dolerte! anda, échate e intenta dormir un poco – le dijo cogiéndola de la mano y recostándola – ¡mira qué cara tienes! ¡si te vieran en Madrid! – exclamó bromeando y Natalia hizo un nuevo puchero – ¡eh! vamos Nat... me has prometido que no ibas a llorar más.

- No puedo evitarlo – murmuró encogiendo los hombros y llevándose otra vez las manos a la cara.

- Voy a buscar a Germán – le dijo decidida a no prolongar más esa situación.

- No, no – volvió a negarse - ¡Alba! – le suplicó no quería calmantes ni pastillas, llevaba un día sin tomar nada, y aunque estaba muy cansada, aunque le dolía mucho la cabeza y aunque tenía un frío que la hacía estremecerse, tenía la sensación de encontrarse menos mareada, menos aturdida y con las ideas, por primera vez en mucho tiempo, claras - ¡por favor!

- Nat... - la miró suspirando y sentándose otra vez junto a ella, con impaciencia - ¿qué te pasa! no puedes estar así por ese niño, no es el primer paciente que pierdes y...

- Te lo he dicho – respondió con un hilo de voz – no sé... que.. que me pasa... estoy ...

- Ya lo sé, te he oído – la interrumpió – triste, estás triste – apretó los labios en una mueca de condescendencia y le acarició el pelo, para pasar luego a la mejilla, clavando sus ojos en los de ella, observando que cada vez estaban más hinchados.

Permanecieron en silencio, Alba acariciándola y Natalia cumpliendo su promesa y recuperando el control, sin dejar de escudriñarse, pensativas. Natalia se incorporó y se quedó a un palmo de la enfermera, a Alba le parecía que estaba más tranquila y respiró ligeramente aliviada, a pesar de su enfado no soportaba verla sufrir, y sus ojos le decían que lo hacía y ella era incapaz de ayudarla. Sin mediar palabra Natalia levantó su mano y le devolvió a la enfermera las caricias que llevaba minutos regalándole, con suavidad, con ternura, apretó los labios y volvió a abrazarla, "¡gracias!" le susurró al oído. Alba recordó las palabras de Germán "ayúdala", "necesita hablar con alguien", y como movida por un resorte la separó de sí y la miró fijamente, decidida a escucharla, quizás eso fuese lo que estaba necesitando.

- Nat, ¿qué te pasa? – le preguntó segura de tener las respuestas a tanto llanto – ya sé que ha sido un día completito – intentó bromear – pero cuando hemos llegado no estabas así, ha sido después de hablar por la radio ¿verdad? – intentó adivinar con la intención de que al fin Natalia se abriese y le revelase cuál era el motivo de su tristeza, pero la pediatra permanecía en silencio, escuchándola con atención, aún con la respiración entrecortada y los ojos llorosos - ¿es por Vero?. o... ¿es por tu mujer? – le preguntó directamente, Natalia le devolvió la mirada, negó levemente con la cabeza e hizo un nuevo puchero, Alba se temió que volviera a echarse a llorar – vale, vale, no te pregunto, pero no llores más – le dijo demasiado tarde porque Natalia se llevó de nuevo las manos a la cara para ocultarse – pero Nat... ¡¿qué he dicho ahora?!.. – le preguntó comenzando a desesperarse y de pronto, lo comprendió – Nat... ¿no será por lo que te he dicho en las duchas? – intentó adivinar y la pediatra lloró más fuerte - ¡eh! vamos! ¿es por eso! no lo pensaba, estaba enfadada. ¡Vamos, Nat! – intentó calmarla atrayéndola de nuevo y abrazándola - ¡si que estás tu bien! Lo siento, no estoy harta de ti, ¿cómo voy a estarlo! no debí decir eso, es una tontería y es mentira – hablaba precipitadamente intentado encontrar las palabras que consiguieran frenar ese llanto – no seas tonta, ya sabes como soy... ¿recuerdas cómo me llamabas? – le preguntó acariciándole la cabeza que la tenía hundida en el hueco de su cuello – pues sigo siendo la misma quisquillosa de entonces... ¡venga! no llores más – le pidió de nuevo.

Continuó acunándola durante un par de minutos, tenía claro que todo aquello era algo más que tristeza, era desesperación, era impotencia, lo leía en sus ojos, en su forma de aferrarse a ella, en su tono angustiado cada vez que hablaba, y no podía evitar recordar las palabras de Teresa, "tiene su vida, déjala, no vayas a hacerle daño", quizás eso era lo que ocurría, que Natalia había reaccionado a sus besos, que estaba tomando una decisión, y sintió miedo, un miedo atroz a hablar con ella, a escuchar lo que sentía de verdad a que la rechazase de nuevo y para siempre. Finalmente, Natalia fue serenándose, abrazada a Alba, que había dejado de hablar y solo la acariciaba con ternura, susurrando de vez en cuando un "chist", o un "ya está, cariño", cuando comprendió que nada de lo que le dijera frenaría su llanto, y que solo cabía esperar a que se desahogara sin más.

- Alba... - se separó de ella – perdona ... perdóname, vaya... vaya espectáculo.. que... te estoy dando – esbozó una sonrisa y ladeo la cabeza frunciendo los labios con timidez – lo siento.

- No tienes que disculparte – le sonrió – anda, hazme caso y échate – le dijo condescendiente.

- No...no – se negó decidida - Necesito hablar conti... go – hipó volviendo a llevarse la mano al esternón – uff – se quejó clavando la barbilla en el pecho.

- Nat... - Alba recordó las palabras de Germán, pensando en ir a buscarlo, aquello se acercaba más a una crisis nerviosa que a un bajón como le había dicho y quizás lo mejor sería que el médico le administrase un ansiolítico.

- No es nada... - levantó los ojos hacia ella – me pasa de vez... en cuando es... escúchame ...

- Ahora no, Nat. ¿No ves cómo estás? – se negó, impaciente mirando el reloj – es mejor que descanses y te tranquilices. Y, quieras o no voy a buscar a Germán.

Natalia hizo un gesto de protesta, pero terminó por obedecer y tumbarse de nuevo. La cabeza le estallaba y lo cierto es que era incapaz de pensar con claridad.

- Vale, lo... lo dejamos para mañana... - inspiró profundamente como si le costara trabajo llenar los pulmones - pero deja descansar a Germán y acuéstate tú también – le pidió a la enfermera.

Alba le sonrió y le acarició la mejilla.

- ¿Quieres que vaya a por un poco de hielo? Mañana no vas a poder abrir los ojos.

- No – se negó con una sonrisa triste y agradecida – quiero que te acuestes y... quiero que no estés enfadada.

- No lo estoy.

- Sí lo estás – afirmó – conozco tu cara, y esa boca apretada y esos ojos que...

- Vale, me has pillado, sí lo estoy – la interrumpió de nuevo sin dejarla hablar – estoy enfadada, pero... si... tan bien te acuerdas de todo, también recordarás que mañana se me habrá pasado.

- O no – enarcó los ojos y ladeo la cabeza con una mueca que intentaba ser conciliadora, sin poder dejar de pensar en los cinco años de ausencia, en aquella discusión que tuvieron, en lo que le hizo, en el empujón que le había dado en el jeep, "¿cómo no va a estar enfadada! ¿cómo puede olvidar todo eso?", se lamentó.

- O no – repitió devolviéndole la sonrisa – de ti depende - bromeó levantándose del borde de la cama y tumbándose a su lado, Natalia hipó ligeramente y Alba se acercó, abrazándola – no llores más, y duerme un poco.

Natalia volvió a suspirar y cerró los ojos reconfortada por su calor y aquel contacto. Cada vez le resultaba más insoportable la idea de que Alba la despreciase, la idea de volver y no poder dormir junto a ella, la idea de que desapareciera de su vida de nuevo, y que esta vez fuera para siempre. Y cerró los ojos con el firme propósito de intentar cambiar las cosas y de hablar con ella para que la entendiese, pero Alba tenía razón, era mejor esperar a estar tranquilas. Finalmente, sintiendo su abrazo protector, se dejó vencer por el sueño.

Alba permaneció despierta, pensando en todo lo ocurrido, sentía la muerte de aquel niño como la que más, pero Natalia debía endurecerse ante ciertas cosas, aunque lo cierto es que ya daba igual, no creía que las cosas fuesen a resultar como ella había imaginado.

La pediatra se agitó a su lado, "no puedo" murmuró entre dientes y la enfermera, que se había separado de ella, acalorada, se acercó de nuevo pensando que volvían esas pesadillas de las que le había hablado, esas que tanto la angustiaban. Notó que estaba helada y temblando. Extrañada, se levantó, buscó la jarapa que había usado en los primeros días de convalecencia y se la echó por encima. Fuera, un relámpago y un nuevo trueno, "otra tormenta", pensó rebuscando entre sus cosas, quería tomarle la temperatura. ¿Dónde estaba el maldito termómetro? Al fin, dio con él y se acercó a la cama, sigilosa. Encendió la luz, Natalia respiraba con dificultad aún congestionada después de tanto llanto, debía estar agotada. Le puso el termómetro sin que hiciera ningún gesto de percatarse y esperó unos minutos, sentada en la hamaca, observando su rostro. "Mira qué ojos tienes, hasta cerrados se te notan hinchados", pensó esbozando una sonrisa, "¿qué es lo que vas a decirme?", se preguntó preocupada, "si es que no me quieres o que aunque me quieras no vas a dejar a tu mujer, no quiero oírlo" "me vas a decir eso ¿verdad?", "¡sí! por eso estás nerviosa, y balbuceas tanto", "¡si supiera lo que realmente quieres y necesitas!", suspiró. Natalia se giró y abrió los ojos un instante, Alba se sobresaltó con la sensación de que la pediatra era capaz de escuchar hasta sus pensamientos, se levantó de la hamaca creyéndola despierta, pero la pediatra, con rapidez, se cogió la pierna la colocó sobre la otra y se echó de costado, acurrucándose sobre sí misma, Alba con agilidad le quitó el termómetro sin que lo notara, "aún tiene frío", pensó preocupada mirando la temperatura, "pues... no tiene fiebre y esto está bien", lo miró satisfecha. Apagó la luz y se metió en la cama, se abrazó a ella para hacerla entrar en calor y notó como su cuerpo se relajaba al cabo de unos minutos, dejando de tiritar. Sonrió, escuchando caer la lluvia.

Una hora después, seguía sin poder dormir, sin dejar de darle vueltas a todo lo que había pasado a lo largo del día, a la preocupación de Germán por la salud de Natalia, a lo que había visto en ella, en sus ojos, esa sombra que no era capaz de interpretar y, sobre todo, recordando esos besos no correspondidos y ese "te quiero". No tenía motivos para que la psiquiatra le cayese mal, pero en los días que llevaba en Jinja, y a pesar de que con ella siempre había sido más que correcta desde el primer encontronazo en la cafetería de la Clínica, su animadversión había ido creciendo. El afán de Natalia por hablar constantemente con ella, sus continuas referencias a los consejos que le daba y ese maldito "te quiero", hacían que no soportase la idea ni de escuchar su nombre. Tenía un mal presentimiento, estaba segura de que eso de lo que Natalia quería hablarle, no era otra cosa que su amor por Vero. "Vero, Vero", repitió, "¡qué coraje le estoy cogiendo a ese nombre!", se dijo enfadada consigo misma por ser tan insegura, por no coger a Natalia y dejarse de besitos y decirle todo de frente, sin miedo a su negativa a su rechazo, y obligarla a que le respondiese. Sí, quizás lo mejor era eso, cogerla y...

"No puedo", murmuró Natalia agitándose entre sus brazos, "Vero", murmuró de nuevo y Alba frunció el ceño, "joder, lo que me faltaba, ¡si hasta sueña con ella!", se dijo separándose de su lado, molesta, y dándole la espalda. "¿Tienes frío! pues llama a tu Vero, que te de calor", pensó irritada.

Natalia sintió su lejanía sin despertar, al cabo de unos minutos, el frío volvió a hacerse dueño de su cuerpo, estremeciéndola. En su mente se reproducían una y otra vez una mezcla de imágenes y, sobre todas, Vero riéndose de ella, "¿no eres capaz de separarte de ella! es muy fácil Nat, tan fácil como decirme te quiero, repítelo", "dime que me quieres y aléjate de ella". "No puedo....Vero...", murmuró de nuevo y Alba saltó de la cama y se vistió con rapidez, los celos se la comían por dentro, y salió de la cabaña con precipitación, sin reparar en el portazo que había dado.

Natalia abrió los ojos sobresaltada, el corazón le palpitaba a gran velocidad y, desconcertada, tardó unos segundos en recordar donde estaba, la cabeza le dolía, pero sobre todo, le dolían los ojos, y tenía un frío que la obligaba a temblar. De pronto recordó todo lo sucedido el día anterior y extendió la mano buscando a la enfermera, miró hacia la ventana, estaba amaneciendo y olía a tierra mojada, ni siquiera había oído llover, Alba debía haberse levantado ya, ¡qué madrugadora se había vuelto! aún tardaría en llevarle el desayuno, siempre lo hacía horas más tarde, para dejarla descansar. "¡Qué frío!", pensó somnolienta e intentó cubrirse mejor, descubriendo que Alba le había echado encima aquella vieja jarapa. Sonrió agradecida, y deseó secretamente que llegase la hora del desayuno, volvió a sonreír pensando en ese momento, le gustaba verla aparecer con la bandeja, su aire decidido, su sonrisa y sus "buenos días". Suspiró, decidida a hablar con ella en cuanto llegara, nada de esperarse al desayuno, tenía que recuperar las riendas de su vida, coger el toro por los cuernos como siempre había hecho y seguir adelante. "Alba", murmuró, moviéndose y situándose dónde instantes antes había estado la enfermera, notando el calor que había dejado impregnado en las sábanas, aferrándose a la almohada, aferrándose a ella, como le gustaría poder hacerlo, "Alba, Alba...".

Alba se había parado junto a la entrada, completamente alterada y tremendamente enfadada, aspirando con profundidad el fresco aire, intentando controlarse. Estaba amaneciendo y Pluma seguía allí, en la puerta. Alba frunció el ceño, pensativa y de mal humor.

- ¡Vamos! vamos de paseo – le dijo acariciando su cabeza, pensando que un poco de ejercicio le vendría bien. El perro no se movió del sitio, solo meneó su rabo con aire somnoliento - ¡vamos, Pluma! – bajó los escalones y se paró mirando al animal y golpeándose en las rodillas - ¡vamos! ¡vamos a pasear!

Pluma la miró, bostezó y volvió a echarse en la puerta de la cabaña. La enfermera suspiró y se alejó de allí a toda prisa. Necesitaba una ducha, necesitaba despejar la mente y aclarar sus ideas.





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