La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 43

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By marlysaba2


En el Hospital Germán había subido a Natalia a una camilla y se había marchado en busca de todo lo necesario. La pediatra permanecía recostada, con los ojos cerrados, cuando el médico llegó hasta ella cargado de cosas y acompañado por Maika.

- Bueno, ya estamos aquí – dijo colocando un banco junto a la cama para sentarse y proceder al examen, Natalia abrió los ojos y lo miró sin decir nada – antes de examinar ese corte voy a ver que tal está esa tensión. Y ya que estamos aquí, Maika te va a sacar sangre.

Natalia asintió sin protestar, sorprendiendo a Germán que se esperaba una respuesta negativa al respecto.

- Maika tráete una manta – le ordenó a la enfermera al ver que Natalia comenzaba a temblar – Lacunza, no te pongas nerviosa que no es para tanto – sonrió burlón - ¿qué! ¿qué tal la excursión! ¿te ha gustado la aldea? – le preguntó con la intención de darle conversación y distraerla. Natalia sonrió para sus adentros reconociendo el truco que ella había empleado continuamente con los niños.

- Si.

- ¿Solo sí? – sonrió – vamos... que a mí no me engañas – sonrió - no te ha gustado nada de nada. Si ya le dije yo a Alba que no era buena idea llevarte allí.

Natalia lo miró sin responder a su provocación, no tenía ganas de charla y menos de discutir con él. Germán frunció el ceño.

- Ya hablaré con ella, no se va a librar de una buena bronca, ¿se puede saber por qué no habéis vuelto a la hora de comer? Le dije claramente que no podías... - probó de otra forma buscando picarla.

- Fui yo la que insistí, ella no quería, pero a mí me apetecía ver esos lagos, y... estar lejos de aquí – confesó con desgana, interrumpiéndolo.

- ¿Tan mal te tratamos! Lacunza, Lacunza que vas a conseguir ofenderme - bromeó.

- No es eso y lo sabes – dijo cansada.

- Cuéntame qué es entonces – propuso comprendiendo que le ocurría algo.

- Germán, no soy una cría, no hace falta que me entretengas – le pidió secamente – termina con eso cuanto antes, quiero hacer una llamada.

- Ya veremos si la haces – murmuró mirando el monitor – cuando compruebe si todo está en orden.

- Lo está – sentenció mohína – solo estoy un poco nerviosa por lo que ha pasado y tengo un poco de frío, eso es todo.

- La temperatura está bien – le dijo mirando el termómetro que le había puesto momentos antes - .. ¿tú te has encontrado bien! digo a lo largo del día.

- Sí, he estado bien. ¡Más que bien! – exclamó pensando en los buenos momentos que había pasado con Alba, pero el tono que empleó hizo que el médico la mirara pensativo.

- ¿No te ha dolido el pecho? – le preguntó frunciendo el ceño y anotando algo en su pequeño cuaderno.

- Bueno... cuando nos perseguían... me puse tan nerviosa que sí me dolió un poco – le explicó con calma.

- ¿Y ahora? – insistió.

- Ahora no. Germán te digo que estoy bien y me he encontrado bien todo el día. Si... ¡hasta tenía hambre!

- Eso es buena señal – le dijo observándola preocupado, sus ojeras, su mala cara y lo ausente que parecía estar no indicaban que estuviese tan bien como se empeñaba en decir.

- ¿Te duele la cabeza? – le preguntó echándole la manta que Maika acababa de traer.

- Un poco.

- ¿Mejor así? – le preguntó arropándola.

- Si.

- La tensión no está muy mal, y el ritmo un poquito alto, pero después de lo que os ha pasado es normal que estés algo alterada – le dijo mirando los monitores preocupado, sin tenerlas todas consigo.

- Ya te lo he dicho- respondió arrastrando las palabras y cerrando los ojos.

- Bueno... vamos a ver ese corte – sonrió sentándose en el banco y comenzando a quitarle la venda – y vamos a desinfectarlo bien.

Natalia giró la cabeza hacia el lado contrario del lugar en el que se había sentado el médico que examinada con detenimiento su brazo en busca de más cristales.

- Lacunza, ¿no me digas que te marea la sangre? – le preguntó burlón al ver que no lo miraba.

- No – respondió escuetamente.

- ¿Te duele?

- No.

- Bueno, bueno, aquí hay un par de esquirlas más – le dijo con las gafas de aumento puestas – Maika dame las pinzas – ordenó a la joven que se las tendió con presteza – esto puede dolerte un poco – le avisó a la pediatra que seguía sin mirarlo, con la cabeza ladeada y los ojos cerrados, distraída sin poder dejar de pensar en lo que había vivido, en los besos de Alba, en su incapacidad para hacer lo que más deseaba, corresponderla, y sobre todo, en su forma brusca de rechazarla, ¿cómo había sido capaz de volver a hacerlo! no se lo iba a perdonar nunca, ¡nunca! La sola idea la alteraba aún más, tenía que hacer algo, pero ¿qué podía hacer! no quería repetir la misma historia no quería volver a hacerle daño y eso era lo único que iba a conseguir si cedía. Hacerle daño. Necesitaba hablar con alguien, necesitaba despejarse y aclarar sus ideas. Suspiró levemente - No estés tan seria mujer, que no te va a quedar cicatriz – bromeó, pero Natalia no respondió a la broma perdida en sus pensamientos – aunque bien pensado si quieres te dejo aquí un brazalete que... - se detuvo mirándola sorprendido de que no respondiese - ¿No te duele? – le preguntó sin obtener respuesta y, ya si alertado, se inclinó hacia ella y la cogió de la barbilla girándole la cabeza hacia él – Lacunza, ¿qué pasa?

- Eh... - dudó saliendo de su ensimismamiento.

- ¿Qué ocurre?

- Nada – respondió extrañada, volviendo a escuchar lo que le decía – lo siento no....

- ¿No me has escuchado! te digo que esto te va a doler un poco.

- Ya lo sé.

- Te pondría anestesia, pero... estamos bajo mínimos y... aquí por unos puntos no solemos ponerla... - se detuvo al ver que ella abría los ojos desmesuradamente pero que seguía sin decir nada – pero... si quieres... ¿quieres que te la ponga?

- No – respondió con desgana, en realidad sí que quería – bueno sí – se corrigió, pero al ver el gesto condescendiente de él se arrepintió – no sé... lo que tú veas.

- Entonces... empezamos sin anestesia, si ves que te duele mucho me lo dices y te pongo un poco, ¿de acuerdo? – Natalia asintió y volvió a desviar la vista - Alba ha hecho un buen trabajo – le comentó satisfecho – uy, uy, voy a tener que darte más puntos de los que pensaba.

- Vale.

- Te va a doler.

- Ya me lo has dicho – respondió palideciendo al primer puntazo.

- Lacunza, ¿estás bien?

- Si, Germán – dijo por primera vez con tono de impaciencia. "Solo quiero que cierres el pico y me dejes en paz" pensó harta de su insistencia, "necesito hablar con Vero, ella sabrá lo que debo hacer", se dijo frunciendo el ceño y clavando los ojos en el techo.

- Maika, gracias, ya no te necesito aquí, puedo terminar solo. ¿Puedes hacerle la cura al de la cama seis! ahora voy yo.

- Ahora mismo doctor – respondió la joven alejándose de ellos.

- Bueno... ya estamos solos, ¿me vas a decir qué te pasa o no? – le preguntó dándole los puntos.

- ¡Uf! ten cuidado – se quejó sintiendo por primera vez que la ligera molestia se convertía en un dolor intenso.

- Lo estoy teniendo, si ves que no aguantas el dolor....

- Lo aguantaré – dijo secamente, dispuesta a no dar la nota, bastante tenía ya con lo que había pasado como para que Alba tuviera algo más que echarle en cara", además, tampoco era para tanto "¿doler un par de puntos?" se preguntó sarcástica, ¡si Germán supiera el dolor que había tenido que soportar algunos días cuando la espalda la mataba!

- ¿No me vas a decir qué pasa?

- ¿Quiero hacer una llamada?

- Luego llamas – le dijo con autoridad – dime qué ocurre, Lacunza.

- No ocurre nada – suspiró harta del tema – Germán, ¿Cuándo podré irme de aquí? Necesito volver a Madrid.

- Pronto – le dijo esquivo, esa pregunta le ratificaba que algo había ocurrido y si ella no quería hablar de ello ya conseguiría que Alba le dijese lo que había pasado.

- ¿Cuánto tiempo es pronto?

- No lo sé, depende de cómo siga todo.

- Pero ya estoy bien.

- Estás mejor – sonrió – bastante mejor, pero... es prudente que sigas unos días más aquí. El viaje es largo y duro. Y... recuerda que sigues convaleciente.

Natalia guardó silencio sin oponerse y Germán continuó con su tarea, mirándola de vez en cuando, esperando alguna queja más, pero la pediatra tenía mordido el labio inferior y el ceño fruncido, aguantando el dolor sin rechistar. Germán sonrió divertido, como siempre le decía ¡genio y figura! su orgullo no la dejaría quejarse después de lo que le había dicho. La miró con ternura sin que ella lo percibiera y se dispuso a distraerla, así sentiría menos el dolor.

- ¿Por qué no ha querido entrar Alba contigo?

- ¿No lo sé! pregúntale a ella – dijo secamente.

- Lo haré – respondió con una sonrisa comenzaba a imaginar que el viaje no había salido tan bien como la enfermera hubiese deseado – esto ya está. Vamos a esperar unos minutos, quiero ver una cosa – le comunicó dándole un par de golpecitos en la mano.

- Germán... - protestó.

- Lacunza, no protestes, que sé lo que me digo y tú también – le sonrió abiertamente – eso sí déjame que te diga que me has sorprendido, creí que me pedirías la anestesia – reconoció enarcando las cejas burlón.

- He estado a punto – admitió sonriéndole por primera vez – pero...

- Pero una Lacunza es ¡una Lacunza!

- No – negó con la cabeza y con un suspiro confesó – no quiero que luego vayas por ahí riéndote de mí.

- ¿Cuándo me he reído yo de ti? – le preguntó burlón recordando algunos momentos en los que lo había hecho – no será que quieres que le cuente a mi enfermera milagro lo valiente que has sido y lo bien que te has comportado...

- Deja de darme charla – lo cortó cansada – quiero hacer una llamada.

- Mira que estás pesadita con la dichosa llamada – respondió mirando el monitor y sonriendo ante su gesto de contrariedad – antes contéstame a una pregunta, ¿te ha dolido hoy la garganta? – le preguntó sin atender su protesta y volviendo a anotar en su cuaderno.

- Me ha molestado a ratos, pero es que... el polvo rojo de los caminos es....

- ¡Horrible! lo sé – volvió a sonreír – eh... quieta... no te incorpores aún – le pidió empujándola suavemente – que te vas a marear. A ver cuéntame qué habéis hecho todo el día – le preguntó mirándole las pupilas.

- Germán, por favor, el que me mareas eres tú, deja ya de interrogarme y si crees que me pasa algo dímelo y si no me voy ahora mismo.

- De acuerdo, de acuerdo, ¡vaya genio gastamos! – bromeó - ¿Quieres que te lleve a la radio o prefieres darte una ducha y cambiarte primero! porque estás hecha una auténtica pena. ¡Si la doña pudiera verte!

- No te rías de mi madre.

- Te recuerdo que, lo de doña, se lo pusiste tú – enarcó las cejas y apretó los labios divertido - ¿a dónde te llevo?

- No te preocupes ya voy yo sola.

- De eso nada – se negó con firmeza – no quiero que hagas esfuerzos con ese brazo, al menos hoy. Te llevo yo.

Natalia lo miró suavizando el semblante. Lo cierto es que cada vez se sentía más agotada.

- Tienes trabajo ¿no lo recuerdas? La cama seis.

- Tú eres la insoportable número uno y también eres trabajo – le dijo burlón pero Natalia no estaba para bromas ni discusiones.

- Entonces... ¿no te importa? – le preguntó sin entrarle al trapo.

- Claro que no.

- Prefiero llamar primero.

- Mala decisión doctora, primero deberías ducharte, descansar y cenar algo. Y luego... ya podrás llamar.

Natalia arrugó la nariz solo de pensar en comida, aún tenía el estómago revuelto y lo último que entraba en sus planes era ir a cenar con los demás.

- Lacunza, no me pongas esa cara de asco que vas a cenar, a partir de ahora se terminó eso de saltarse comidas.

- No puedo comer, todavía estoy mareada del viaje – reconoció.

- Bueno, en ese caso, nada de llamadas, te vas a dar una ducha y te voy a meter en la cama, aún queda un buen rato para la cena. Verás cómo después de descansar un poco te sientes mejor y puedes comer algo.

- Te he dicho que no voy a cenar, Alba se ha encargado de cebarme a lo largo del día – protestó molesta viendo como él echaba agua en un vaso y le tendía una pastilla – solo voy a tomarme mis vitaminas – le avisó sin cogerla - aún no entiendo por qué estás empeñado en que no las tome, solo has conseguido que me sienta más cansada.

- Pues... tendrás que esperar a volver a Madrid porque las he tirado – le respondió encogiendo los hombros.

- ¡Joder! pero ¿por qué tienes que tirarlas! ¡las necesito!

- Sí, necesitas tomar muchas cosas para recuperar ciertos niveles, pero no necesitas esas vitaminas. Ya te dije que quiero que me hagas caso y tomes solo lo que yo te dé.

- Sí las necesito, tú no lo entiendes – le dijo con voz entrecortada.

- Explícamelo – le pidió con calma.

- ¿Sabes cuál fue siempre tu problema? – preguntó airada - ¡qué eres un burro con orejeras! ¡coño! que solo ves tu puta zanahoria, se te mete una cosa entre ceja y ceja y tiene que ser eso por cojones – gritó consiguiendo llamar la atención de todos los que estaban allí.

- Chist – le dijo Germán levantando un dedo en tono amenazador – esto es un hospital, aunque a ti no te lo parezca. Así es que haz el favor de hablar más bajo.

- Y yo estoy harta – continuó sin escucharlo, pero en voz más baja muy alterada – y, por cierto, que cuando quieras ordenarme que coma algo no hace falta que me la envíes a tu enfermera milagro – repitió con retintín -, basta con que me lo digas tú.

- Bueno... bueno... tranquilízate, que estás desvariando – sonrió afable viéndose descubierto y sin ninguna intención de discutir con ella – ¿se puede saber por qué estás tan enfadada?

- No estoy enfadada – musitó suavizando un poco el tono.

- Claro y yo no estoy aquí y a ti no te han perseguido a tiros – le dijo sarcástico consiguiendo que Natalia experimentase un escalofrío que la hizo estremecerse.

- Bueno... tranquilízate – le pidió posando su mano en el antebrazo de Natalia y adoptando un gesto de seriedad le dijo – no sé qué te ha pasado con Alba, ni... me importa – le dijo con tranquilidad.

- ¡No me ha pasado nada! – saltó con tanta rapidez que ella misma se contradijo – todo lo contrario, ¡me ha salvado la vida! ¿Tan difícil te es entender que estoy nerviosa por eso? Si no hubiera sido por ella yo...

- Te he dicho que no me importa lo que os traéis entre manos – repitió en el mismo tono de tranquilidad - pero... lo que sí sé es que tienes que calmarte y aunque no cenes con nosotros, tienes que tomar algo, así es que más tarde te llevaré la cena. Y no admito negativas.

- ¡Eres insufrible!

- Eso mismo me decía tu amiga – bromeó aludiendo a Adela y Natalia sin saber por qué, enrojeció, sabía que no se estaba comportando bien con él, pero no podía evitar que la sacara de quicio, la conocía demasiado bien y eso la molestaba aún más – anda, vamos a la cabaña que tienes que descansar.

- Te he dicho que quiero hacer una llamada – le dijo airada llevándose instintivamente una mano al pecho y apoyando los cuatro dedos en el esternón. Germán observó el gesto y frunció el ceño, mirando al monitor.

- O te calmas o te inyecto un tranquilizante y te dejo aquí toda la noche. Tú escoges.

- Por favor, Germán – le pidió con las lágrimas saltadas por la impotencia - Quiero llamar ya – insistió – y después te juro que hago todo lo que digas – le prometió con tanta desesperación que Germán comprendió que sería más prudente dejarla hacer lo que le pedía.

- De acuerdo, una llamada y rapidito – consintió – y no tengas tan malas pulgas, no te conviene estar siempre tan alterada, vuelves a tener mala cara y quiero que, hasta que tengamos todos los resultados, estés tranquila y descanses.

Natalia lo miró y suspiró profundamente. Ya ni siquiera discutía con ella y eso la exasperaba aún más, pero en el fondo le agradecía su preocupación, aunque estaba empezando a conseguir que ella también creyese que algo no estaba bien. Él le devolvió la mirada y sonrió con franqueza "¡esta Lacunza no ha cambiado en nada!", negó con la cabeza condescendiente y la ayudó a sentarse en la silla.

- Vamos a buscar a Greco, que te haga esa llamada.

- Gracias – musitó volviendo a llevarse la mano al pecho.

- Lacunza... ¿vuelve a dolerte?

- Germán... - lo miró asustada por el dolor intenso que empezaba a sentir y que le subía a la base del cuello – necesito....

- ¡Joder, Lacunza! – exclamó cogiendo una caja de la bandeja sacando una pastilla y metiéndosela bajo la lengua – te estoy diciendo que te calmes, tienes que controlar esos nervios.

- Lo sé – respondió con voz débil al cabo de un momento - Vero siempre me lo dice.

- Pues hazle caso, échate un rato – le ordenó volviendo a subirla a la cama.

- ¡No! Germán... – intentó evitarlo sin éxito – ya se me pasa, tengo que...

- Tienes que quedarte ahí, echada y tranquila, en media hora vuelvo, ¿entendido?

- Vale – dijo recostándose vencida, en el fondo sabía que él tenía razón, pero si tardaba mucho en hacer esa llamada iba a conseguir no encontrar a Vero.

- Así me gusta.

Germán se alejó de la cama y permaneció en la sala atendiendo al resto de ingresados, cruzó unas palabras con Maika y con Jesús, sin dejar de quitar la vista de ella, no le gustaban nada esos síntomas, pero las pruebas salían continuamente dentro de la normalidad y empezaba a barajar la posibilidad de que, como decían los demás, la mente de Natalia hiciese el resto. Al cabo de unos minutos volvió junto a ella.

- Bueno, ¿qué tal! ¿más tranquila?

- Si.

- ¿Se te pasa?

- Completamente, ya no me duele nada – le sonrió - ¿Era nitro?

- Sí – respondió mirándola con el ceño fruncido - No vayas a enfadarte, pero... no voy a dejarte llamar – la avisó.

- Por favor, Germán, lo necesito – le suplicó casi sin fuerza.

- No quiero que te alteres, Lacunza. Que por hoy ya has tenido bastante.

- ¡No lo sabes tú bien! – murmuró sin poder evitarlo.

- Puedo imaginarlo, por eso no quiero que te dediques a hacer llamaditas que te conozco. Nada de trabajo.

- Te juro que no es nada de trabajo y que si alguien puede tranquilizarme es ella.

- ¿Quién! ¿tu psiquiatra?

- Si. Necesito hablar con ella, por favor.

- ¿No puede esperar a mañana! ¿tan importante es?

- Sí, lo es. Vero siempre me... me... entiende.

- Ya... anda... vamos – le dijo ayudándola a incorporarse, Natalia intentó evitarlo haciendo un gesto de que podía sola – Lacunza... no empieces. Que voy a tener que hablar yo con esa psiquiatra tuya y decirle unas cuantas cosas.

- Vero estaría de acuerdo contigo – reconoció con un suspiro – siempre me dice lo mismo que tú, que me tranquilice, que me controle, que no le de vueltas a la cabeza, pero... yo... no puedo.

- Antes no eras así.

- Antes era antes, y ahora es.... Ahora.

- Ya veo que te has vuelto toda una filósofa – le dijo con sorna riendo.

- No es eso... - lo miró a los ojos y la tristeza que él vio en ellos le hizo comprender rápidamente a qué se refería - desde que...

- Desde que estás en esa silla tu orgullo no te deja estar tranquila, ¿no es eso? – le preguntó con suficiencia - Te alteras por todo y te pasas el día intentando demostrar que... puedes hacer la cosas tú solita. ¡La supermujer!

- ¡Eres imbécil! – se molestó al verlo con aquél aire de sabelotodo molesta porque la conociera tanto.

- Y tú una cabezona orgullosa – le dijo con una carcajada – y, además, has perdido facultades, antes siempre me callabas.

- Antes no tenía tantas cosas en las que pensar.

- Pensar, pensar, ¿sabes cuál ha sido siempre tu problema? ¡las matemáticas!

- ¿Qué dices! Germán no tengo ganas de acertijos, estoy muy cansada.

- Ya lo sé, pero te digo que la vida no es dos por dos, ni dos por tres, que no siempre tienes que tenerlo todo controlado y, exactamente, como tú quieres. Que las cosas, para el común de los mortales, no son así, no vale chascar los dedos y que el mundo se ponga a tus pies, no vale con que papaíto le de a su princesa lo que desea... Has aprendido tarde pero has tenido que hacerlo, por eso cuando algo te descuadra... – se interrumpió viendo que Natalia enrojecía y temiendo volver a alterarla, suavizó el tono, sonrió y le acarició la mejilla - la señorita no es capaz de aceptar que los demás la quieran y quieran ayudarla, pero eso es lo que provocan tus encantos – bromeó conciliador - ¡Bienvenida al club de los humanos, doctora Lacunza!

- Germán... - le pidió con tal cara de cansancio e impotencia que se enterneció.

- Lacunza, Lacunza, - suspiró divertido al ver su expresión entre avergonzada por necesitar ayuda y orgullosa con su mentón levantado y ese aire de superioridad que tan bien recordaba de ella – ¡vaya susto que nos habéis dado! – le dijo cambiando radicalmente de tema con la intención de no discutir con ella - suerte que llevabais el jeep pequeño, es el más nuevo y...

- Germán... eh... yo... hablando de eso... yo... - lo interrumpió recordando de pronto las palabras de Alba.

- ¿Tú qué, Lacunza? – le preguntó al ver que no seguía.

- Yo... quería decirte que... que yo me encargo de arreglar el coche y...

- ¿No solo entiendes de radios sino que también eres chapista? – le respondió burlón.

- Sabes lo que quiero decir. Yo me encargo de todos los gastos, Alba no ha tenido la culpa fui yo que...

- No te preocupes por el coche – dijo más serio llegando a la puerta de la habitación de la radio y asomando la cabeza gritó - ¡Greco! ¡Greco! vamos a ver si está éste aquí – le dijo situándose frente a ella – y tranquila que del coche me encargo yo. ¡Greco! – volvió a gritar.

Francesco salió al instante y al ver a Natalia bajó el par de escalones de un salto con una enorme sonrisa.

- ¡Señora! – exclamó cogiéndola de una mano – ya me han contado... ¡no sabe lo que me alegro de que esté usted bien! porque está bien ¿verdad? – preguntó mirando sus ropas manchadas de sangre. Natalia asintió con una sonrisa y miró de reojo a Germán que se había colocado tras el italiano al que sacaba unos palmos de altura y miraba divertido - ¿quiere hacer una llamada?

- Si, Francesco, a eso venía - respondió esbozando una leve sonrisa y clavando sus ojos en él.

- Ahora mismo la subo – se prestó solícito manejando la silla con habilidad.

- Te espero aquí – le dijo Germán ladeando la cabeza ante el nerviosismo del italiano, una mirada burlona asomó a sus ojos, pensativo.

Segundos después Francesco salía de la habitación.

- Por lo que veo, seguimos sin cumplir las normas – le dijo Germán adoptando un aire de seriedad.

- Las normas son para los miembros del campamento, no para ella, ¡ella es nuestra invitada! – sentenció el joven.

- ¿Sabes? – el médico bajó la voz en tono confidencial – deberías tener cuidado con ella, ¡es una Lacunza!

- No entiendo – lo miró desconcertado.

- No deberías tratarla así, Nat es amiga mía desde hace años y... la conozco.

- Pero... ¿le he faltado al respeto! ¿se ha molestado! ¿te ha dicho algo?

- No – negó con la cabeza y casi susurrando le pasó el brazo por los hombros y se acercó a su oreja – es muy enamoradiza y... la tratas con tanta galantería que... no sé yo si... se va a confundir.

- ¿Enamoradiza? – repitió incrédulo.

- ¡Le encantan los hombres! – sonrió en el mismo tono de confidencia – y tú... ya sabes... - enarcó la cejas.

- ¿Te ha dicho algo de mí? – preguntó con interés y Germán leyó la esperanza en sus ojos.

- Nada, pero yo se lo noto. Ya te digo que la conozco.

- Tengo... tengo que ir a la base – se excusó nervioso – Blaise quiere que le eche un vistazo a una de sus radios. ¿Me das permiso?

- Bien.. pero recuerda lo que te he dicho – lo señaló con el dedo – no tontees con mi amiga.

- ¡Tu amiga es una gran mujer! – exclamó repitiendo su frase favorita y Germán asintió dándole la razón – nunca jugaría con ella – afirmó alejándose con rapidez, sin escuchar la carcajada del médico.

- ¿Se puede saber qué haces riéndote aquí solo?

- ¡Alba! – se giró hacia ella con tal expresión en su rostro que la enfermera supo que ya había hecho una de las suyas.

- ¿Qué es lo que te traes entre manos?

- ¿Yo! nada, qué voy a traerme.

- ¡Germán! ....

- ¿Dónde te habías metido? – le preguntó con curiosidad – creí que...

- Necesitaba.... Despejarme. ¿Me vas a contar de qué te estabas riendo?

- ¿Estas ya mejor? – le preguntó acariciándole el brazo y cambiando de tema sin ninguna intención de revelarle su pequeña broma.

- Si, me he quedado como nueva. ¡Una ducha hace milagros!

- Me alegro – sonrió con cariño.

- ¿Y Nat?

- Dentro - le dijo inclinando la cabeza en dirección al cuarto de la radio - haciendo una llamada.

- ¿Una llamada! pero... ¿ya se ha duchado? – preguntó calibrando el tiempo y pensando en que era casi imposible teniendo en cuenta que ella se había recreado en la ducha, precisamente para verla llegar.

- No.

- ¿Sin ducharse y sin cambiarse? – preguntó extrañada de que fuera así, ¡con lo presumida que era! - ¿a quién llama?

- Creo que a la tal Vero – respondió apretando los labios – pero... no me hagas mucho caso – se apresuró a decir al ver que la enfermera fruncía el ceño molesta con la idea y tensaba su cuerpo.

- ¿Y Francesco! ¿ha vuelto a dejarla sola! me lo he encontrado cuando venía hacia aquí.

- ¿Tú que crees? – sonrió – está coladito por ella – le dijo enarcando las cejas y volviendo a adoptar aquel aire travieso que Alba tanto temía.

- ¿Cómo está, Nat? – le preguntó sin ganas de hablar del italiano y sus continuos enamoramientos, ¡qué pesadito que era! – ¿lleva mucho rato dentro?

- Respondiendo a tu primera pregunta, está... bien, nerviosa, pero... bien. Y a la segunda, no, acaba de entrar – dijo sonriéndole – y tú sigues pálida y tienes mala cara, ¿habéis pasado mucho miedo?

- ¡Qué pregunta! – sonrió ladeando la cabeza de un lado a otro – ¡creí que no lo contábamos!

- No deberías haberla llevado a los lagos. Ya le he dicho que tiene que estar tranquila y una persecución no es mi idea de descanso.

- Lo sé y lo siento – dijo bajando la vista – no le eches la bronca, es culpa mía. Ya sabes las ganas que tengo de enseñarle todo y... me dejé llevar.

- Ella dice que la culpa es suya, que te insistió en subir – reveló con ojos bailones.

- ¿Eso ha dicho? – preguntó con una sonrisa de satisfacción. A pesar de todo Natalia seguía protegiéndola, en eso no había cambiado, la recordaba como la persona más justa y sincera que había conocido, y en el tiempo que llevaba de nuevo junto a ella, seguía comprobando que era así.

- ¡Vaya dos! – sonrió – a ver si os aclaráis ya – Alba bajó los ojos sin ninguna gana de hablar de lo ocurrido – no ha ido tan bien como querías ¿no?

- No.

- Me preocupa que os hagáis daño, ella... está muy alterada y me da que no es solo por... los furtivos.

- Gracias Germán, por... preocuparte, pero...

- No tienes ningunas ganas de hablar del tema – la cortó él – muy bien, no insisto – volvió a acariciarla con suavidad.

- ¡Gracias!

- De nada – sonrió - pero que conste que estoy muy enfadado. Y que no quiero que vuelvas a desobedecerme.

Alba lo miró mohína. Él tenía toda la razón y, además, se podía meter en un buen lío si la encubría. Se encogió de hombros, cabizbaja y triste. Todos los riesgos que había corrido no habían servido para nada.

- Lo siento – se disculpó – ¿tendrás muchos problemas con el coche?

- Ya hablaremos de eso – le dijo mirando el reloj – parece que tarda – comentó - aprovechando que estás aquí, encárgate tú de ella, que se meta en la cama, yo tengo que hacer la ronda antes de la cena.

- Germán... yo ya me iba, he quedado con Sara y preferiría que te encargaras tú yo...

- Tú vas a hacer lo que te he dicho y os vais a dejar de gilipolleces. Si tenéis que aclarar algo, hacedlo cuanto antes, porque Lacunza... no está para muchas emociones.

- ¿Qué le pasa? - preguntó asustada.

- Ya te lo he dicho, tiene que estar tranquila y... discutir no le conviene. Esta noche déjala descansar y, mañana... hablad lo que tengáis que hablar, pero no seas muy dura con ella. Está intentando adaptarse a todo esto.

- ¿Ahora la defiendes? Donde ha quedado eso de...

- Alba, estoy hablando en serio. Me tiene preocupado y no quiero que la alteres.

- La que me altera es ella a mí – musitó entre dientes bajando los ojos y moviendo el pie, nerviosa, jugueteando con la tierra.

- Dale tiempo. Para ella todo esto es... complicado – le dijo volviendo a acariciarle el brazo.

- Ya...

- Pero.. lo está intentando – le reveló - a su manera, lo intenta – insistió y Alba levantó los ojos hacia él sin comprender a qué se refería en concreto – quiere que estés orgullosa de ella, le da miedo defraudarte...

- Ya... - repitió torciendo la boca en una mueca despectiva e incrédula.

- En serio, ¡si hasta ha consentido que no le ponga anestesia cuando le he dicho que estábamos bajo mínimos!

- ¿Eso ha hecho? – lo miró perpleja – ya... le has tocado su orgullo.... ¿no? En ese caso no me extraña.

- Tiene miedo. Lo leo en sus ojos y... deberías tener cuidado.

- Entiendo... pero... yo... - se detuvo sin saber si contarle todo, pero se arrepintió en el último momento - ¿qué te ha dicho?

- Nada. Tengo que volver dentro. Os veo en la cena – la cortó con autoridad – por cierto, que me ha dicho que te has pasado el día dándole de comer.

Alba sonrió y se encogió de hombros.

- Para que veas que no te desobedezco en todo – respondió burlona.

- Eso está muy bien, pero aún así debe cenar, tampoco habrá comido tanto, ¿no?

- Sí que ha comido, pero lo ha vomitado todo, se ha mareado por el camino.

- ¡Será lianta! – suspiró dándose la vuelta y dando un par de zancadas hacia el hospital, de pronto se detuvo y se volvió hacia Alba – vigílamela, una sola llamada, nada de estar hablando de trabajo y alterándose, y cuanto antes se meta en la cama, mejor. ¡Que a este paso se va a tener que quedar aquí una larga temporada!

Alba asintió y se dispuso a esperar que Natalia saliera, pero pasaron diez minutos y no lo había hecho. Sintió que los celos volvían con toda su fuerza, ¿cuánto tiempo llevaría de cháchara con Vero! seguro que le estaba contando todo, y esa idea la hacía sentirse aún peor, molesta y enfadada. Quizás estaba equivocada y la negativa y el rechazo de Natalia no era por su mujer, sino que era por Vero, desde siempre había notado que entre ellas había algo más que una relación médico paciente, algo más que amistad. ¿Estaba Natalia enamorada de Vero? Esa idea comenzó a formar cuerpo en su mente y era incapaz de dejar de darle vueltas, mientras más tardaba la pediatra más impaciente y enfadada se estaba sintiendo. Intentó recordar los buenos consejos de Sara, "no se lo tengas en cuenta, dale tiempo", sí, le había prometido que eso es lo que haría, comportarse con ella como si nada hubiera ocurrido, pero ahora no lo tenía tan claro. Tenía que hacer algo, no soportaba esa espera, tenía que entrar y si daba pie con su tardanza a que lo hiciera, ¡se iba a enterar! Germán le había dicho que una llamada rápida y llevaba más de veinte minutos, ¿qué se creía! ¿qué todo el mundo tenía que estar pendiente de ella! ¡no señor! Respiró hondo y se dispuso a interrumpir aquella charla.

Con sigilo subió los escalones y escuchó para ver si continuaba hablando, pero no conseguía oír su voz. Sintió un pellizco en el estómago y comenzó a imaginar que le había ocurrido algo, Germán insistía en que debía descansar y ella cada vez estaba más segura de que había algo que le ocultaba. Entreabrió la puerta con tal cuidado que Natalia, enfrascada en su conversación no la escuchó. Alba permaneció inclinada, intentando oír sus palabras. Pero repentinamente se sintió culpable de espiarla, "¿qué estás haciendo! imagina que se vuelve y te pilla, ¿qué excusa vas a darle?", volvió a cerrar la puerta y se sentó en el escalón a esperarla.

En el interior, Natalia mantenía una seria conversación con la psiquiatra, estaba muy angustiada por haber empujado a Alba, ese hecho no dejaba de darle vueltas en la cabeza, intentando buscar la forma de confesárselo a su amiga.

- Y... no sé qué hacer, Vero. Vuelvo a sentir esa presión en el pecho que no me deja respirar y... sigo sin acordarme de nada y...

- A ver Nat, vamos por partes que no me entero – le dijo tras escucharla con paciencia - deja de dar vueltas y habla claro, ¿cuál es el problema?

- ¡Ya te lo he dicho! – respondió con desesperación.

- Vamos a ver, me has dicho que tienes pesadillas, que sueñas con Elton, que te angustia no recordar nada más que cosas sueltas, que estás cansada de todo, que sigues sin apetito y con dolor de cabeza, que tienes miedo continuamente y no sabes porqué, ¿no es eso?

- Sí – dijo con un hilo de voz, ni ella misma hubiera resumido tan bien los veinte minutos de casi monólogo que llevaba aferrada a la radio.

- Y ahora dime ¿cuál es el problema?

- ¡Joder! El problema es que Alba me saca de mis casillas – dijo con voz ronca.

- ¿Seguro que el problema es Alba?

- ¿Qué quieres decir?

- Quiero decir que..., no será que tú... te sacas solita de ellas, dándole vueltas a la cabeza, como siempre.

- Y aunque fuera así que más da, es ella la que me obliga a darle vueltas a la cabeza.

- ¿Ella por qué?

- Porque pretende que haga cosas que yo no puedo hacer.

- ¿Qué cosas?


- ¡Cosas! – exclamó mostrándole que no quería decirle el qué, Vero comprendió al instante cuál podía ser el motivo de su nerviosismo.

- ¿No puedes, no quieres o no debes? – le preguntó con calma.

- ¿Qué más da?

- Contesta – le pidió en su tono profesional, arrastrando la palabra.

- ¡No puedo!

- Pues... en ese caso.... yo veo fácil solución.

- ¿Sí! por favor, ¡dime cual! porque me estoy volviendo loca.

- Si Alba es el problema, no pases tanto tiempo con ella.

- ¿Aquí! ¡eso es imposible!

- No creo que lo sea. Habrá más gente con la que puedas hablar, podrás no sé... habrá otras cosas que hacer...

- No sabes cómo es esto – dijo angustiada – y si no estoy con ella ¿qué hago el día entero! al menos con ella puedo.... – se detuvo sin querer desvelar lo que hacía con la enfermera y sin querer confesarle que no imaginaba ya, pasar un día sin estar a su lado, aunque fuera para sentir que el miedo de lo que pudiera pasar la atenazaba.

- Si ya estás bien, y tan mal te encuentras allí, vuélvete.

- Germán no quiere darme el alta aún.

- ¿Y tú estás de acuerdo con eso? – le preguntó extrañada – ¿desde cuándo obedeces tanto a tus médicos? – le preguntó irónica – Nat... ¿no me estarás ocultando algo, verdad? – le preguntó mudando el tono jocoso por uno completamente serio y preocupado.

- No te oculto nada, estoy bien ¡es Germán y es todo esto! ¡esto... esto es el culo del mundo! no hay de nada y no puedo hacer nada sin ayuda de nadie – se quejó – ni aunque quisiera irme de aquí podría hacerlo, hasta que ellos no me lo permitan.

- Pues entonces hazme caso y dedícate a otra cosa, intenta relajarte, tómatelo como unas vacaciones en un monasterio, perdida en la naturaleza, lee, pasea, llámame más a menudo – bromeó – pero deja de estar el día entero con ella. Y deja de torturarte.

- Vale...

- ¿Qué pasa? – preguntó captando al instante en su tono que seguía sin convencerse – hay algo más ¿verdad!

- Si.

- ¿Me lo vas a contar! porque tú me has llamado para algo, ¿No?

- Sí.

- Ya sé que por teléfono es difícil Nat, pero... ¿tanto te preocupa...?

- He... he... vuelto a... a hacerlo... la he empujado – confesó y el silencio se hizo al otro lado - ¿Vero?

- Te he oído. ¿Qué más?

- Nada más, la he empujado, con brusquedad y.. le he hecho daño.

- ¿Por qué?

- Ya te lo he dicho... porque me saca de mis casillas.

- Eso no es una respuesta.

- Pues es la única que tengo.

- Nat, te conozco, y tú no vas por ahí dando empujones, puedes ser un poco borde de vez en cuando, puedes tener algo de mal genio, pero por mucho que te empeñes, no creo que sin motivo tú.... ¿Me vas a contar lo que ha pasado?

- No puedo – murmuró sintiendo un nudo en la garganta.

- Entonces... yo no puedo ayudarte.

- Vero... por favor... no sé qué hacer... estoy... estoy... tan agobiada que te juro que ...

- Nat, ¿te estás tomando tus medicinas?

- Si – mintió.

- Tranquilízate, no puedes estar siempre así de angustiada, se supone que estás allí recuperándote del asalto y descansando.

- Ya...

- Quiero hablar con Alba.

- ¡No!

- Pero... ¿por qué?

- Porque no.

- Si no me cuentas tú lo que ha pasado... me lo tendrá que contar ella. O yo no podré ayudarte.

- Vero, ¡por favor!

- Tú decides ¿o quizás prefieres que hable con Germán! porque no me gusta nada lo alterada que estás y... empiezo a pensar que no ha sido buena idea que te fueras allí.

- Vero... no quiero que hables con nadie... no quiero que sepan que yo...

- Muy bien. Cuéntamelo tú o me obligarás a ...

- Vale, vale... te lo cuento – aceptó interrumpiéndola. Respiró hondo y se dispuso a hacer lo que había prometido - Alba... Alba me besó y... yo... la rechacé – le dijo entrecortada - Eso es todo – confesó al fin y se dispuso a escuchar lo que Vero tenía que decirle pero no oía nada al otro lado - ¿Vero?

- ¿Te besó? – preguntó con un deje extraño para Natalia, nunca le había escuchado aquel tono.

- Si.

- Y... fue entonces cuando tú la rechazaste bruscamente.

- Sí.

- ¿No te lo esperabas?

- Bueno... en parte sí... quiero decir que la primera vez no, pero... que...

- ¿La primera vez! ¿os habéis besado más de una vez?

- No, ¡claro que no! – se desdijo – yo no la he besado ¿me oyes? – elevó la voz nerviosa – además, ¿qué importancia tiene una o dos! lo importante es que la empujé que... yo... que... que soy capaz de ...

- Tranquila Nat, no me importan las veces. Solo el porqué.

- ¿Por qué me beso? – preguntó retóricamente tan alterada que no comprendió la pregunta de la psiquiatra que no se molestó en sacarla de su error interesada en el nuevo derrotero que había tomado la conversación - ¿Por qué va a ser! dice que me quiere.

- ¿Y tú no la crees?

- Pues... no sé, eso no importa.

- Lo que importa o no, lo decido yo – la cortó tajante - ¿por qué la rechazaste?

- ¿Por qué? – repitió pensativa y guardó silencio.

- Sí, Nat, ¿Por qué? – insistió sin obtener respuesta - Porque tú no la quieres, porque, aunque la quieres te incomoda quererla o ... porque crees que no debes quererla o porque ...

- Porque no Vero, y punto – fue ella la que la interrumpió ahora con genio – solo quiero que me digas qué hago.

- Bien, te repito lo que te he dicho antes, si el problema es Alba, aléjate de ella, solo vas a conseguir hacerle daño y hacértelo tú.

- Pero...

- Pero ¿qué! ¿no eres capaz?

- No es eso.

- ¿Entonces?

- Entonces nada – respondió con un hilo de voz, la sola idea de hacerle caso la desgarraba por dentro, no quería alejarse de ella, no quería ni imaginar volver a Madrid y a su rutina y que Alba no estuviese a su lado - ¡gracias Vero! – musitó con tan poca convicción que Vero se alertó.

- Nat...

- Vero... tienes razón... no voy a darle más vueltas a la cabeza. Me alejaré de ella.

- Así me gusta. Intenta buscarte otras distracciones y pasa menos tiempo a su lado y sobre todo, tómate todo con más tranquilidad y no te angusties por no recordar, ya lo harás.

- Ya lo sé – suspiró cansada de escuchar siempre aquella frase.

- ¿Te estás tomando las vitaminas?

Natalia no respondió.

- ¿Te las estás tomando? - insistió.

- Eh... sí – mintió sin saber por qué lo hacía – Vero... yo... - se detuvo respirando con dificultad, volvía a tener esa presión en el pecho.

- Nat ¿estás bien? – le preguntó, al ver que había cambiado su tono apremiante y nervioso, por uno entrecortado y débil.

- Sí.

- Aquí todos estamos deseando que vuelvas, te echamos mucho de menos – le dijo intentando animarla.

- Vero yo... yo también te estoy echando mucho de menos y hoy... hoy me he acordado de lo mucho que os quiero y de que nunca te lo he dicho y de lo mucho...

- Nat... ¿seguro que estás bien? – le preguntó en un tono alegre lleno de satisfacción por aquella confesión.

- Que sí, pesada – respondió más relajada al escuchar el tono de la psiquiatra, ¡daría cualquier cosa por ver la cara que tenía puesta!

- Vaya... - dijo sorprendida – ¡la doctora Lacunza demuestra sus sentimientos! ¡eso sí que es un avance!– se burló divertida – ¡sí que te está cambiando aquello!

- ¡No lo sabes tú bien! – sonrió al imaginar la cara de Vero, por su tono sabía que había conseguido sorprenderla.

- Me encantará saberlo – le dijo insinuante - Voy a tener que reconocer que me he equivocado y sí que ha sido una buena idea que pases una temporadita alejada de todo esto.

- Buena idea o no, ¡estoy deseando volver y.... verte!

- Y... ¿no tienes ni siquiera una idea de cuándo vuelves! porque yo... ¡lo estoy deseando!

- ¡Y yo! – suspiró y comprobando que el silencio se hacía a ambos lados de la línea decidió romperlo – Vero.... esto.... Cambiando de tema ¿tienes un rato! quiero comentarte algo... algo... importante.

- ¿Más importante?

- ¡Mucho más! – le dijo con intensidad.

- ¿Otro problema?

- No, esto es... otra cosa... es algo que... que... no me había dado cuenta en Madrid, pero que... aquí...

- Nat, me encantaría seguir charlando contigo, pero... he quedado con Adela – le reconoció – está aquí, en el despacho, esperándome fuera.

- ¿Adela ahí! ¿pasa algo?

- ¿Qué va a pasar Nat? – rio.

- No sé, pero... no entiendo que... dime qué pasa.

- Nada que deba inquietarte, solo... estamos viendo unas cosillas.

- Vero que os conozco, ¿qué pasa?

- Nada, tranquila, solo estamos tratando el caso de una chica que ingresaron y que ha habido que amputarle la pierna. Me han pedido consejo – le explicó con naturalidad - por cierto a ver si te vas planteando contratar un psicólogo en tu clínica.

- Vero ¿es... Clarise? – le preguntó preocupada, pensando en la reacción de Alba y Germán sin atender a su broma.

- No Nat, tranquila, no la conoces. Es una niña de Sudán. Llegó antes de ayer.

- Vero si... ¿tú me dirías si hay algún problema en la clínica?

- Todo va muy bien. No te preocupes. Tengo un poco de prisa... Adela tiene que volver al trabajo y yo tengo grabación, solo es eso.

- De acuerdo – dijo con decepción que Vero captó al instante.

- Nat, eso tan importante que quieres decirme... ¿puede esperar?

- Claro que puede, lleva esperando unos años, por unos días más...

- Gracias, Nat y... lo siento, pero... es tarde... si no quieres nada más.

- No, no.

- Llámame mañana y hablamos más tranquilamente, ¿vale! y... hazme caso, mantente distante de ella, Quien evita la ocasión evita el peligro.

- Claro – musitó "¿Y si el peligro lo llevo dentro?", se dijo pensativa.

- Repítemelo – le pidió Vero en tono burlón.

- ¿El qué? – preguntó desconcertada.

En el exterior Alba estaba ya casi histérica, pensó en entrar y mentirle diciéndole que no podía acaparar la radio de aquella manera, o que tenía órdenes de Germán de llevarla a la cama o que espabilase que ella sí quería cenar y todavía tenía que ayudarla en la ducha, pero todo le parecía poco convincente y temía que Natalia se diese cuenta de sus verdaderas intenciones. Se levantó y se acercó a la puerta prestando atención. Escuchó una carcajada de Natalia y frunció el ceño. Estaba claro que Vero sabía sacar lo mejor de ella.

- Adiós Vero, que sí, que te haré caso, claro que te lo he dicho en serio – rio de nuevo - ¿otra vez! no sé para qué te digo nada, que no, que no te lo repito más.... Bueno una vez y corto... ¡te quiero! – rio divertida ante la insistencia de la psiquiatra que continuaba burlándose de ella desde que le dijera aquello.

Alba sintió que sus celos se desbocaban. "¡Te quiero! ¡te quiero! ¡te quiero!", esas dos palabras la martilleaban, las dos palabras que deseaba escuchar de su boca desde hacía tanto tiempo, y cuando lo había hecho no iban dirigidas a ella. Sintió que enrojecía de rabia, de ira, de decepción. No podía estar pasando aquello, y el caso es que ¡lo sabía! ¡lo había sabido desde el día que las vio juntas! no era por Ana, era por Vero por quien Natalia la rechazaba.

La pediatra colgó y marcó otro número. Alba que la esperaba de mal humor, se enfadó aún más al ver que no salía y que establecía otra comunicación.

- ¿Mamá? – la escuchó decir y ahora sí que se sintió una oleada de ira, "¡pero en qué coño está pensando!", se dijo alterada, después de los esfuerzos de todos por mantener el secreto de su paradero iba a echarlo todo por la borda.

- ¡Nat! ¡hija! pero...

- Hola, mamá.

- ¡Pero... si acabo de hablar con Adela y me ha dicho que seguías con un fuerte dolor de cabeza y que... aún no podía hablar contigo y...!

- Estoy mejor.

- Pero... me ha dicho que te ha inyectado un calmante y que...

- Mamá, si me lo hubiera inyectado no estaría hablando contigo...

- Pero no entiendo.... No entiendo nada, hija... - dijo endureciendo el tono y Natalia comprendió que no debía haberla llamado, reconocería ese deje en cualquier parte, su madre estaba alerta y sospechando. ¡Menudo interrogatorio la esperaba!

- Mamá... escúchame... necesito... - intentó explicarle sin éxito ante el grado de alteración de su madre. Alba que escuchaba fuera frunció, aún más, el ceño dispuesta a escuchar aquello que necesitaba la pediatra.

- ¿Cuándo vuelves de Pamplona! ¿cuándo puedo ir a verte! ¿cuándo...? – le preguntó precipitadamente sin hacerle el menor caso. Natalia comprendió al instante la mentira que tenían montada entorno suyo e imaginaba quienes estaban siendo partícipes.

- Tranquila que pronto estaré allí – respondió con desgana – escúchame, mamá, necesito preguntarte una cosa.

- ¡Déjate de preguntas! La que tiene cientos de preguntas soy yo ¿le vas a decir a esa detective que me coja el teléfono! porque como siga sin atendernos a tu padre y a mí se las va a ver con nosotros y además...

- ¡Mamá, por favor! – elevó la voz comenzando a enfadarse y Alba entreabrió aún más la puerta alertada – necesito preguntarte algo – insistió con un deje de angustia que consiguió su objetivo.

- ¿Qué ocurre, Natalia?

- Mamá... ¿cómo está Ana? – le preguntó y la enfermera movió la cabeza de un lado a otro "será cínica, primero le dice a Vero que la quiere y ahora va y pregunta por su mujer. Y... "¡será cobarde! ni siquiera es capaz de llamarla ella", se dijo cada vez más enfadada.

- Regular hija, no le hace ningún bien no verte. Está muy triste y... ¡Mikel! – le escuchó Natalia gritar - ¡es la niña!

- Mamá, escúchame – le suplicó sin ninguna gana de hablar con su padre, hacía tiempo que la relación que mantenía con él distaba mucho de la que tuviera de niña - ¡Mamá! ¿qué pasa con Ana! ¿está ingresada de nuevo? – preguntó preocupada y Alba prestó atención sorprendida, ¿estaba enferma su mujer! nunca había oído nada al respecto.

- No. Tranquila.

- Mamá, no me mientas ¿cómo está?

- Eh... mejor hija, ha pasado unos días malos, ya sabes, pero hace un par de ellos que parece algo mejorada. Aunque...

- Aunque ¿qué?

- Deberías volver en cuanto puedas. Mira, habla con tu padre, dile donde está y vamos y....

- Mamá, tengo poco tiempo, dime qué le pasa – le preguntó angustiada – ¡mamá, por favor!

- Nada, Natalia, ya te lo he dicho. ¿Cuándo vuelves?

- Aún tardaré unos días, mamá – respondió y escuchó la voz de su padre "pregúntale en que sitio está que mañana mismo estamos ahí".

- Hija, tu padre quiere....

- No puedo decirlo mamá – le dijo cansada.

- No me convences hija, y tampoco me convence eso de que no puedas venirte aquí, ¿dónde mejor que en tu casa! con tu familia....

- No puede ser mamá.

- Pero... ¿por qué! yo te veo hablar bien, con ánimo, no parece que...

- Mamá... en cuanto me den el alta estoy en Sevilla, te lo prometo.

- Mañana mismo me presento en Pamplona, voy a llamar a Adela y a ...

- ¡Mamá! – la interrumpió con un grito - ¡por favor! te lo pido por favor – le suplicó en tal tono de angustia que su madre se preocupó.

- Nat hija, que papá y yo solo... queremos verte y... traerte aquí... donde tienes que estar... con tu familia y... con tu mujer - repitió.

- Mamá, ¿cómo quieres que te lo pida! no puedo recibir visitas – mintió sin saber qué inventarse – de hecho me he escapado para llamarte, en contra de la opinión de Adela y... y de los médicos.

- Pues eso tampoco me gusta nada, hija, tienes que hacerles caso a tus médicos.

- Ya lo sé mamá, pero... necesitaba saber... no hagas nada, deja a Adela y deja a Isabel, ¡por favor!

- Pues dime qué te ocurre para que haya tanto secretito, por dios Natalia, que me estáis asustando. Y a tu padre ya no sé qué decirle, insiste continuamente en ir a Pamplona y yo... no entiendo tanto misterio.

- Mamá ya lo sabes, las amenazas, el asalto... todo esto... es necesario para que Isabel haga su trabajo y para... que yo... me recupere. No podéis venir.

- No me convences, hija, no me convences, pero... si es lo que quieres... así lo haré.

- Mamá, hazme un favor.

- Depende de qué se trate, hija.

- ¡Mamá!

- No voy a dejar de insistir, si es lo que quieres, porque no me parece bien, soy tu madre y tengo derecho a verte.

- No es eso mamá..., bueno eso también, que papá no haga nada que lo conozco.

Pero... me refería a otra cosa.

- A ver, dime.

- Dile a Ana que... que la quiero.

- Lo haré hija, lo haré.

Alba escuchaba a Natalia y los celos que sentía con las palabras que le dedicó a Vero no eran nada con los que estaba sintiendo al escucharla hablar con su madre. Además, estaba muy enfadada, tenía terminantemente prohibido hablar con ella, seguro que acababa de estropearlo todo y dejar a todos los que llevaban encubriéndola con el culo al aire y todo porque, porque a la niña rica se le había metido entre ceja y ceja hacer lo que le daba la gana. Bajó los escalones de un salto y volvió a subirlos, nerviosa. Estaba harta de ella y de sus desplantes. Estaba harta de correr tras ella y estaba harta de... Natalia salió y Alba olvidó todo lo que estaba pensando. La pediatra tenía las lágrimas casi saltadas y parecía muy alterada. Unas profundas ojeras circundaban sus ojos y estaba muy pálida. La miró casi sin verla y se llevó una mano al pecho haciendo un gesto de dolor. Alba se alertó, Germán ya le había avisado de que Natalia debía descansar.

- ¿Estás bien?

Natalia no respondió, permaneció en la misma postura, con la cabeza inclinada sobre el pecho, tomando aire con dificultad.

- ¿Nat...? – repitió.

- Si – respondió, levantando la cara hacia ella y abriendo los ojos desmesuradamente, sorprendida de encontrarla en la puerta - ¿qué haces ahí?

- Eh... nada... bueno... esperarte – se justificó con rapidez - ¿Busco a Germán! tienes mala cara.

- ¿Estabas escuchando? – le preguntó frunciendo el ceño molesta con la idea, sin responder a su pregunta.

- ¡Claro que no! ¿por quién me tomas? – elevó el tono enfadada – Germán tenía que volver al hospital y me ha pedido que me quede yo.

- Perdona – dijo con un hilo de voz – lo siento – murmuró avergonzada por haber pensado así de ella, bajando la vista con un suspiro. Cerró los ojos y tomó aire, volviendo a poner aquel gesto de dolor que preocupaba a la enfermera.

- ¿Seguro que estás bien?

- Que sí, ¡joder! – le dijo cansada - ¡qué pesados que sois todos! – respondió de mal humor, más molesta por la conversación que acababa de mantener con su madre que con la enfermera.

Alba, que después de lo ocurrido se había estado conteniendo no pudo evitar que se le olvidase la preocupación y volviese a sentir que la ira la embargaba.

- ¿Se puede saber con quién hablabas tanto! ¡vas a conseguir que me quede sin cenar! y...

- Perdona, no sabía que estabas esperándome – repitió – hablaba con Vero y... con mi madre.

- ¿Con tu madre? – se hizo la sorprendida - ¡tú estás loca! te dije que Isabel había ordenado expresamente que nadie de tu familia supiese dónde estabas.

- Ya lo sé, pero no he dicho dónde estoy.

- ¡Lo que faltaba qué lo hubieras dicho! – exclamó enfadada – Isabel....

- Alba... por favor... - le pidió cansada – no....

- ¡Ni por favor ni leches! y no me pongas esa cara de hastío que si estuvieses tan cansada no te habrías tirado más de media hora ahí metida. No sabía, no sabía... - repitió con retintín – no sabías que era yo quien esperaba, pero sí sabías que Germán estaba aquí fuera, podías tener un poco de consideración con las personas y no pensar siempre en lo que tú quieres, que los demás no tenemos todo el día para correr detrás tuya y...

- Vale, ya vale – la fulminó con la mirada - No volveré a llamar sin tú permiso, no volveré a hacer esperar a nadie y no volveré a molestarte – le dijo con cierto tono irónico que exasperó aún más a la enfermera – pero deja de echarme la bronca – le pidió más suave clavando sus ojos en ella con desesperación, pero Alba, a esas alturas, no se inmutó y continuó con la reprimenda, desahogándose.

- Ahora tendremos que decirle a Isabel que has metido la pata – soltó molesta sin escucharla - a ver cómo le sienta después de todo lo que están haciendo por ti.

- Por favor... Alba – le pidió de nuevo con un hilo de voz.

- Pues que sepas que vas a ser tú la que hables con ella yo estoy harta de ser la gilipollas que se traga todas las broncas de unos y otros, estoy harta de que Cruz, me diga una cosa, Germán otra, Isabel otra y, para colmo, Adela que me llama todos los días, no pienso volver a....

- Alba... ¿puedo pedirte un favor? – le preguntó intentando cortarla, pero estaba claro que no había forma de hacerlo.

- ... a cargar con la culpa de lo que a ti te de la gana de hacer, ¿no eres mayorcita? – le preguntó tomando aire por primera vez y mirándola con tal indignación y enfado que Natalia se asustó - ¡Y encima a tu madre! ¡No te entiendo! eres capaz de no hablar con ella en meses y precisamente ahora que no puedes... ¡esa mujer es capaz de presentarse aquí y joderlo todo! y...

- ¡Ya está bien! – saltó elevando el tono de tal forma que Alba se calló, Natalia estaba ya enfadada y había enrojecido con la alteración - mi madre tiene derecho a saber, y a Isabel no la entiendo – se explicó con voz ronca y ojos chispeantes - no entiendo por qué no puedo hablar con mi familia, ¿sospecha de mi madre! ¿es eso! a lo mejor también sospecha de mí y por eso no me dice nada claro – dijo sarcástica - porque mi madre será insoportable a veces, pero la verdad es que no me la veo mandándome notitas, ni poniéndose una capucha para asaltarme – soltó despectiva - ¡es mi madre, coño! está preocupada y ... yo lo estoy también.

- ¿Y tú por qué? – le preguntó más suave al verla alterarse de aquel modo y recordando las recomendaciones de Germán.

- Por nada – se negó a responder intentando salir de allí y bajar los dos escalones.

- Pero ¡qué haces! - corrió hacia ella - ¡que te vas a matar! – la regañó mostrándose molesta – deja ya de hacer tonterías y de llamar la atención, Nat. Y pon un poco de tu parte para recuperarte que vas a conseguir que nos quedemos aquí una eternidad.

Natalia no respondió y se giró a mirarla. No entendía qué mosca le había picado de pronto, pero estaba claro que su enfado era sincero y que estaba harta de tenerla allí, en su campamento. "Llamar la atención", se repitió, ¿eso pensaba de ella! estaba claro que sí que, por fin, Alba se sinceraba y reconocía lo que Natalia tanto temía, lo que, precisamente, ella había intentado hacerle ver desde el principio, que antes o después se hartaría de tener que estar pendiente de ciertas cosas. Hasta ese momento la enfermera había parecido muy interesada en seguir allí y en que ella lo hiciera también, pero ya se había cansado de ella y se lo había dicho alto y claro.

Decidió no decirle nada y dejarlo estar. No soportaba que eso fuera cierto, Alba estaba enfadada, solo eso, "no pienses tonterías, solo está cansada y nerviosa por lo que ha pasado y lo paga así. Si estuviera harta de ti, no te habría besado", se dijo intentando borrar de su mente la idea que tanto la atormentaba. Respiró hondo, y la miró, el silencio se había hecho entre ellas. Natalia pensó que ya se le pasaría. Seguro que en el fondo lo que le ocurría era eso, que estaba enfadada por cómo la había rechazado en el jeep y tenía toda la razón para estarlo. Era mejor esperar a que las dos estuvieran más tranquilas para poder hablar del tema.

- Vamos – le dijo la enfermera empujando la silla – quiero acabar cuanto antes.

- ¡Espera! – la frenó decidida a no ser una carga para ella - Alba... no hace falta que me acompañes a las duchas, puedo sola.

- De eso nada, Germán me ha pedido que...

- Germán exagera, quiero ir sola - insistió.

- De acuerdo – respondió cabeceando afirmativamente - ¿vendrás a cenar? – le preguntó mostrando cierto interés en ello, arrepentida por el tono en que le había hablado desde que saliera de la radio.

- No, no me apetece – reconoció – creo que me voy a meter directamente en la cama. Estoy cansada – respondió también mucho más tranquila.

- Vale.

- ¿Tú...? – quería preguntarle cuáles eran sus planes, si se llevaría su cena a la cabaña para acompañarla, como había hecho en otras ocasiones, si se quedaría allí leyéndole algo o contándole alguna historia, pero aunque deseaba que fuera así, aunque deseaba que no la dejara sola, no se atrevió a pedírselo, no tenía ningún derecho a hacerlo.

- Yo he quedado con Sara para tomarme una copa y luego cenaré con todos. Y después de la cena, me tomaré un café con Germán en el porche, así es que llegaré tarde. Intentaré no despertarte.

- ¿Una copa! ¿antes de la cena! Alba no deberías...

- ¿Tú me vas a decir lo que debo hacer o no? – respondió airada y con gesto despectivo, cortándola.

- Vale, perdona, no he dicho nada – dijo accionando su silla con un ligero gesto de dolor – y... no te preocupes, estoy tan cansada que no creo que me despiertes.

- No me preocupo – respondió malhumorada, deseando que Natalia borrase ese gesto de su rostro y le sonriese, diciéndole que la necesitaba, que sí que deseaba que la acompañase, deseando que dijese algo que le hiciese comprender que lo que había escuchado no quería decir nada y que, estaba equivocada, que ese "te quiero" a la psiquiatra estaba exento de amor y que la amaba a ella, solo a ella. Pero no sucedió. Natalia clavó sus ojos castaños en los de Alba, parecía querer decirle algo, pero la enfermera no supo comprender el qué, solo vio oscuridad en ellos.

- Bueno...hasta mañana entonces – esbozó una leve sonrisa con un aire de timidez que casi ablandó a la enfermera. ¡Esa sonrisa! suspiró, mientras observaba su espalda.

Alba permaneció viéndola alejarse y estuvo tentada a correr tras ella para ayudarla a sacar del armario ropa limpia, para acompañarla a la ducha y meterla en la cama. Pero ese "te quiero", que le había escuchado decirle a Vero se lo impidieron. Los celos que se la comían por dentro, también lo impidieron. Germán se iba a enfadar con ella por volver a desobedecer, pero si Natalia se empeñaba en hacer las cosas como a ella se le antojaba que también afrontase las consecuencias, de ahora en adelante no pensaba estar todo el día pendiente de ella. ¿No decía que estaba bien y que necesitaba libertad! "pues andando", murmuró, "tú misma, Nat". Se dio la vuelta y un sentimiento de culpa la invadió. Natalia aún no estaba bien, si lo estuviera Germán la dejaría marcharse y, lejos de hacerlo, tenía la sensación de que seguía preocupado. Y ella, ¿qué hacía ella! comportarse como una adolescente frustrada porque no era correspondida, en vez de cumplir su promesa y estar a su lado como amiga, apoyándola y cuidándola. "Te estás portando como una idiota y te va a pasar factura, búscala y habla con ella".

- ¿Qué haces ahí parada con esa cara? – la cogió Sara por el brazo.

- Eh... - la miró desorientada – pensaba que... tengo que buscar a Nat y... hablar con ella.

- Sí es de lo que me has contado antes... yo me esperaría a mañana. Estáis cansadas y... estas cosas... en caliente....

- No es solo eso – la miró con franqueza y tal seriedad que alertó a su amiga.

- Pues... aunque no sea eso, por tu cara, es algo importante y si... es así... también me esperaría a mañana, cuando las dos hayáis descansado y estéis de otro humor, ahora...

- Para ser tan joven eres tú muy sabia – sonrió interrumpiéndola, pensando en que su amiga tenía mucha razón, las dos estaban demasiado nerviosas para hablar con calma.

- Es lo que tiene una – le devolvió la sonrisa, halagada – que vale para todo.

- ¿Me invitas a esa copa?

- ¡Vamos! ya tendrás tiempo de pensar esta noche y hablar con ella mañana, con calma y sin esa cara de enfado.

- Tienes razón, no creo que sea el momento.

- Así me gusta, que me hagas caso por una vez – bromeó.

- Claro... - dijo sin convicción – Sara...

- ¿Qué?

- Espera – la frenó – tengo... tengo que preguntarle algo a Nat. Ve preparando esas copas que ahora voy.

- ¡No tienes remedio, qué lo sepas! – exclamó con una sonrisa dándose la vuelta y siguiendo su camino sola.

Alba corrió hacia las duchas, entró con precipitación con la esperanza de que Natalia aún no estuviese bajo el agua, pero las encontró desiertas, era imposible que le hubiese dado tiempo a ducharse, apenas había hablado un par de minutos con Sara, además, ¿quién la había ayudado a subir! porque alguien había retirado la rampa del escalón, seguro que había sido Kimau para mejorarla y se les había olvidado volverla a colocar. Salió y esperó un momento mirando hacia la trasera de la cabaña por donde espera ver aparecer a Natalia. 






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