La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 38

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By marlysaba2


Natalia clavó los ojos en ella con desesperación "¿qué haría si me besas! huir Alba, si pudiera me levantaría y echaría a correr lo más lejos de ti que fuera capaz ... pero, no puedo", pensó sin dejar de mirarla, "no lo hagas, no lo hagas porque si lo haces y yo huyo... ¿qué harías tú?", se preguntó a sabiendas de que si se producía todo aquello lo que de verdad deseaba era que ella no se lo tuviera en cuenta, "si huyo no es por ti, es por mí", pensó angustiada. "No puedo, no estoy preparada para esto, no es que no te quiera, ni que no te pueda querer... es que... hace mucho, mucho tiempo que...", pensó con el miedo metido en el cuerpo y el corazón desbocado solo de pensar en esa posibilidad.

- Pero.. no lo vas a hacer ¿verdad? – le preguntó con temor y la voz temblona, reflejando en sus ojos todas aquellas dudas y contradicciones que la atormentaban.

- Claro que no – le sonrió burlona pasando el dedo índice por su antebrazo, "no, hasta que no estés preparada", pensó, "pronto serás tú la que me lo pidas".

Natalia la miró agradecida. No podía, se sentía incapaz de corresponder. Hacía tanto tiempo que había cerrado su corazón que por mucho que lo intentaba no era capaz de encontrar la forma de abrirlo. Lo cerró una noche de borrachera, una noche de locura, entre gritos y llantos, entre miedos, inmersa en un laberinto de dolor y desesperación del que no era capaz de salir. Lo cerró y escondió la llave, tan bien, que ahora no se veía con fuerzas de buscarla y abrirlo de nuevo. Esperaba con anhelo que alguien encontrase esa llave y la ayudase a salir, librándola de la confusión que sentía, dejando atrás todos esos errores que había cometido, enterrándolos en el olvido y permitiéndole que la luz de la felicidad volviese a inundarla. Pero la atenazaba el miedo a caer de nuevo en ese laberinto de falsos espejos, con reflejos de falsas luces, que la hacían confundirse y emprender caminos erróneos que la dejaban extenuada, desalentada y más perdida aún que antes...

- Nat... ya te he dicho que no va a pasar nada que no quieras – le sonrió al verla tan seria y pensativa – estaba bromeando.

- ¿Sabes lo que de verdad me encantaría! dar un paseo contigo – le dijo de pronto.

- Démoslo – sonrió aliviada al ver que no se había tomado a mal su pregunta.

- No me refiero a lo que hacemos estos días, me refiero de verdad, andar a tu lado, darte la mano...

- Démoslo – repitió con una sonrisa picarona.

- Claro... - sonrió melancólica - no sé cómo.

- ¿No?

- No – suspiró.

- Ahora verás – le sonrió.

Recogió todo a la velocidad del rayo lo colocó en la bolsa trasera de la silla y se situó detrás de ella empujándola hasta el camino. Llegó allí casi sin resuello, por lo empinado del terreno. Pero una vez arriba la suave pendiente del mismo le permitió coger carrerilla.

- ¿Qué haces? – exclamó Natalia sobresaltada – Alba...

La enfermera soltó una carcajada y cogiendo velocidad saltó encima de la silla sujetándose a la pediatra con un brazo apoyando su mano en el pecho de Natalia.

- Venga, dame tu mano – le pidió riendo, Natalia obedeció y la levantó, volviendo a entrelazar sus dedos.

- ¡Estás loca! – gritó riendo con la excitación que le provocaba el comprobar que la silla cada vez tomaba más velocidad.

- Sí - admitió la enfermera "estoy loca por ti", pensó aún subida en el travesaño trasero

- Nos vamos a matar – se asustó Natalia, la silla cada vez corría más y el terreno no se podía decir que fuese muy regular.

- ¿Nos? – le susurró al oído agachándose un poco – no señora que yo salto en cuanto se ponga peligroso – soltó otra carcajada y saltó frenando la silla. La pediatra estaba sonrojada - ¿qué? ¿te ha gustado el paseo?

Natalia la miró risueña y con la respiración entrecortada.

- ¿Te has asustado? – le preguntó riendo - ¡valiente cobardita estás hecha!

- ¿A esto lo llamas paseo! ¡eres peor que Mara! – le espetó entre asustada, excitada y divertida.

- Serás desagradecida – rió de nuevo pero una sombra pasó por sus ojos, "Mara", pensó, a la vuelta llamaría a ver si ya sabían algo de la niña, Laura le había contado que desde que apareció estaba esquiva y triste, Sonia estaba preocupada por ella y aunque habían intentado averiguar el motivo de su fuga, no lo habían conseguido.

- ¿Pasa algo? – preguntó Natalia al ver que se quedaba pensativa y su rostro se ensombrecía.

- No, nada.

- No decías que estaba prohibido...

- No pasa nada Nat – la cortó bruscamente a sabiendas de lo que iba a decirle.

- Vale – respondió sin creerla – si he dicho algo que te ha molestado...

- No seas pesada – le sonrió - no has dicho nada, solo pensaba en que debemos llamar a Madrid – le respondió empujándola de vuelta al jeep.

- Sí, yo también quería...

- Hablar con Vero, ya lo sé – la cortó con tono de hastío.

- No te enfades, solo quería preguntarle por un sueño que he tenido esta noche, pero nada más – le explicó haciendo una velada alusión a lo que le había dicho la noche anterior.

- ¿Un sueño? – sonrió divertida por aquella aclaración, Natalia daba marcha atrás y aunque le estaba costando más trabajo del que ella imaginaba hacerla reaccionar, poco a poco la estaba situando donde ella quería - ¿tan raro era que tienes que llamar a tu psiquiatra?

- Bueno... más bien una pesadilla.

- Pues cuéntamela a mí. Ya sabes que si se cuentan no se cumplen.

- Claro... en eso estaba pensando yo... ¡a ti te lo voy a contar!

- ¡Oye! – exclamó haciéndose la ofendida - que yo soy muy buena interpretando sueños – protestó divertida.

- No puedo, sales en él – confesó la pediatra aumentando el interés de Alba.

- Ahora sí que me lo tienes que contar – le pidió impostando la voz.

- No dices que sino no se cumple.

- ¿Y tú no dices que era una pesadilla! ¿cómo puedes querer que se cumpla una pesadilla?

- No quiero... bueno... no es que no quiera es que no quiero que se cumpla tal cual.. pero... si he aprendido algo de lo que me dice Vero en estos años... quizás sí que quiera que se cumpla.

- Tú y tus pajas mentales Nat, deberías dejar de darle tantas vueltas a la cabeza y actuar más – respondió bruscamente molesta por sus continuas menciones a la psiquiatra.

Natalia borró la sonrisa de su cara y la observó detenidamente.

- ¿A qué te refieres? – preguntó extrañada por el tono y sin llegar a comprender qué era lo que quería decirle, porque la conocía y siempre había un mensaje oculto en sus palabras pero esta vez no alcanzaba a imaginar cuál..

- A nada.

- Joder, pues para estar prohibido responder "nada", no paras de hacerlo – protestó - ¿qué pasa! ¿que quien hizo la ley hizo la trampa! o es que solo me toca a mí cumplir la norma.

- Va a ser que sí - sonrió.

- ¿Que sí qué?

- Que sí a todo – soltó una carcajada – es lo que hay, estás en mi terreno y te toca cumplir mis normas, que en tu clínica mandas tú.

- Pues... ¡estamos buenas! – exhaló un suspiro – y... ¿me das permiso para hacerte una pregunta o solo puedes preguntar tú?

- Claro, dime.

- ¿Por qué te has reído antes?

- Nat... ya te he dicho que siento haberlo hecho. No seas susceptible y no te lo tomes por dónde no es.

- Vale... - respondió con un nudo en la garganta, ¿por qué tenía que ser todo tan complicado! cuando lo único que ella quería era ponerse bien y disfrutar de todo aquello junto a ella.

- ¿Te ha gustado este sitio? – le preguntó cambiando de tema.

- Si – respondió distraída – ¿puedo hacer otra pregunta?

- Si, dime.

- Tú... ¿sabes si Germán... sospecha que me pasa algo más de lo que yo creo?

- No te entiendo, Nat – rió – o te explicas mejor o...

- Quiere llevarme a Kampala y yo... creo que no es necesario, pero... él insiste y... no sé...

- Ah, es eso – se detuvo y se situó frente a ella – no tienes por qué preocuparte. Germán es así. Siempre perfeccionista. Hasta que no te vea en plena forma insistirá en hacerte pruebas.

- ¿Seguro?

- Si, tranquila... - le acarició la mejilla colocándose de nuevo tras ella y empujando la silla – recuerdo una tarde que me dio un dolor de estómago horrible, y... estuvo a punto de montarme en el jeep y llevarme a Kampala.

- Y... ¿qué te pasaba?

- Comí algo que me sentó mal, suele ocurrir cuando tu cuerpo se está acostumbrando a todo esto.

- Ya...

- No te preocupes... ya te digo que Germán es así... hasta que no lleguen tus resultados no se quedará tranquilo.

- Vale... - respondió sin mucho convencimiento.

De pronto, comenzaron a escucharse unos gritos y voces que se acercaban cada vez más. Alba se detuvo.

- ¿Qué pasa? – preguntó Natalia sintiendo que su corazón se aceleraba.

La enfermera no respondió. Las voces cada vez se oían más claras y próximas. Repentinamente, del recodo del camino salieron dos jóvenes que se situaron frente a ellas. Los chicos les gritaron algo que Natalia no entendía. Se giró hacia la enfermera, que se había quedado paralizada.

- Alba, ¿qué dicen? Alba... - intentó mirarla angustiada - ¡Alba!..

Pero la enfermera no respondía, su mente se repetía "son ellos, son ellos, tienes que huir tienes que salir corriendo, vamos corre, corre". Soltó la silla y dio un paso hacia atrás, las manos le temblaban, un sudor frío la empapó y su mente solo repetía un pensamiento "corre, corre", escuchó la voz de Natalia en la lejanía llamándola, no podía mirarla, solo podía mirar a aquellos chicos que gesticulaban sin parar "no puedes ayudarla, vamos vete sin ella, con ella no tendrás opciones, corre, corre".

- Alba... - repitió Natalia intentando que la escuchase - ¿qué dicen, Alba?

Los chicos se aproximaron a ellas y la pediatra levantó la mano y les gritó que no se acercaran. Ellos la miraron y luego se miraron entre sí, parecían alterados y asustados, Natalia estaba segura de que estaban muy nerviosos y parecían muy jóvenes, portaban dos grandes palos que usaban a modo de cayados, debían ser pastores de los que le había hablado la enfermera en alguna ocasión. Uno de ellos se acercó peligrosamente, Natalia miró de nuevo hacia la enfermera, el joven pronunció una palabra que Natalia no entendió aunque creyó comprender por sus señas que preguntaban por el hospital. Natalia se giró de nuevo, Alba permanecía con la vista fija en ellos, inmóvil, "el jeep, tengo que llegar al jeep", pensaba sin mover un solo músculo.

- Alba... - la llamó Natalia de nuevo intentando alcanzar una de sus manos, apoyadas de nuevo en los asideros de la silla, pero no llegaba.

Entonces se decidió. Alba estaba paralizada y ella debía hacer algo, respiró hondo y haciendo un esfuerzo, accionó la silla avanzando hacia los jóvenes, que no dejaban de mirar a la enfermera, la conocían de vista aunque ella no era capaz de recordarlos. Natalia llegó junto a ellos, ambos echaron un paso atrás observándola con curiosidad y comenzaron a gesticular con grandes aspavientos levantando los brazos y haciendo señales que Natalia no era capaz de comprender. Alba observaba la escena incapaz de moverse, pero repentinamente, al ver levantar el brazo en el que portaba el palo a uno de los chicos, creyó que iba a golpear a la pediatra y reaccionó.

- ¡Nat! – gritó corriendo hacia ellos y situándose delante de ella en señal de protección.

Los jóvenes, sorprendidos, sonrieron y se inclinaron, luego continuaron con sus exageradas gesticulaciones. Alba, ya dueña de sí, intercambió unas palabras con ellos, los chicos inclinaron la cabeza varias veces en lo que a Natalia le pareció una señal de agradecimiento y tras lanzarles una sonrisa se marcharon corriendo en dirección contraria de donde llegaron.

- ¿Qué querían? – preguntó Natalia sin dejar de mirar a Alba con el ceño fruncido y la preocupación escrita en el rostro. Había vuelto a bloquearse y eso no era buena señal. Al final iba a tener que hablar con ella seriamente y aconsejarle que buscara ayuda profesional como ya le pidiera Germán.

- Solo saber dónde estaba el campamento. Necesitan agua.

- ¿Estás bien? – le preguntó cogiéndola de la mano, la tenía helada – Alba...

- Si... lo estoy... - se giró y la miró esbozando una forzada sonrisa.

- Deberías plantarte el buscar ayuda, no puedes estar...

- Nat... – la cortó secamente – no sigas.

- Pero... Alba...

- ¡Por favor! – le pidió con tal angustia que Natalia asintió sin pronunciar ni una sola palabra más, pero con la intención de intentar más adelante convencerla de que sola le iba a costar más trabajo superar todo aquel horror – será mejor que volvamos – le dijo empujando la silla en dirección al jeep – y... no vuelvas a alejarte de mí, ni a acercarte a nadie hasta que yo no te diga que puedes hacerlo ¿está claro? – la regañó.

- Pero Alba yo solo....

- ¿Está claro o no? – la interrumpió enfadada,

- Muy claro – aceptó sumisa – no te enfades, creí que tú... vamos que pensé que no podías y creí que yo podría... pero ya he visto que no soy capaz de....

- Nat, lo único que yo quiero es que no te pase nada – se agachó y la besó en la mejilla - ¿me entiendes?

- Sí, perfectamente – sonrió girando la cabeza para mirarla a los ojos – Alba...

- ¿Qué? – preguntó con un brillo especial en la mirada al ver aquella expresión misteriosa de la pediatra que de pronto había sentido un deseo desmedido de protegerla, como ya le ocurriera en Madrid al leer aquel informe.

- Ven – le pidió alargando la mano para coger la suya – para y ven aquí.

- ¿Qué quieres? – sonrió complaciente situándose ante ella.

- Gracias – le dijo con un brillo de emoción en los ojos – gracias por no salir corriendo y dejarme ahí sola.

- Nat... - bajó la vista avergonzada – he estado a punto de hacerlo – musitó – me he asustado de dos chiquillos que encima conozco.

- Yo también me he asustado, han salido de pronto, es normal.

- No quiero que me des las gracias, me ha faltado esto – le dijo juntando índice y pulgar – para...

- Pero no lo has hecho y... estoy orgullosa de ti – le sonrió con dulzura.

- Nat... - la miró y apretó los labios, ¡la quería tanto! no hubiera sido capaz de perdonarse el haberla dejado allí. Natalia leyó aquella culpa en sus ojos.

- Alba... - murmuró con un profundo suspiro – ven....

Tiró de ella y la abrazó, luego se separó despacio manteniendo la cara de la enfermera sujeta por ambas manos mirándola a los ojos, la atrajo suavemente y el corazón de Alba comenzó a latir desenfrenado "¡va a besarme!", pensó sin poder creerlo "¡va a besarme!".

Natalia sonrió adivinando sus pensamientos y lo hizo, pero con suavidad y en la mejilla, manteniendo los labios posados en ella durante un segundo eterno y tan cerca de la comisura que Alba se estremeció. "Te lo debía", pensó la pediatra recordando el beso que le dio la enfermera en la cabaña.

- Tú también lo superarás – susurró en su oído.

Alba se incorporó con un suspiro agradecido por lo que significaba y decepcionado por lo que podía haber sido y parecía que no iba a lograr nunca. Sonrió con suficiencia cada vez estaba más segura de que conseguiría su objetivo.

- Se me olvidaba.

- ¿El qué? – preguntó Natalia perpleja.

- Fui a Jinja a comparte algo.

- ¿A mí?

- Si – dijo rebuscando en la bolsa.

- ¿Qué es? – se interesó tomando la pequeña bolsa de papel que le tendía la enfermera, lanzándole una mirada de ilusión que Alba ya no recordaba.

- Una tontería – volvió a sonreír.

Natalia la abrió y metió la mano, soltando una carcajada.

- Alba... - la miró enternecida y agradecida, ladeando la cabeza de un lado a otro.

- Son de café – le dijo al verla sacar uno – así no lo echarás tanto de menos.

- ¡Gracias! – exclamó tomando uno de los caramelos.

- Son caseros, no se parecen en nada a los que conoces ¡ya verás!

- Ummmhhhh – lo saboreó entrecerrando los ojos - ¡dios, está buenísimo!

- Me alegro de que te gusten – rio al verla paladear con aquella fruición.

- No sabes lo que echo de menos... - suspiró – un buen café... ¿quieres uno? – le preguntó tendiéndole la bolsa.

- No, son para ti – respondió empujándola hasta el jeep.

- ¿En serio has ido hasta Jinja solo a por esto? – le preguntó halagada de que fuera así cuando la enfermera abría la puerta del coche.

- Si – respondió escuetamente dudando si contarle lo demás, su gesto se volvió pícaro - a por esto y... a por otras cosillas.

- ¿Qué cosillas?

- Ya lo sabrás.... cuando llegue su momento – sonrió misteriosa guiñándole un ojo.

- Alba... - protestó frunciendo el ceño - ¿no me lo vas a decir! dímelo – le pidió poniendo cara de súplica.

- No, y no intentes convencerme con tus caritas de niña buena porque no te lo puedo decir.

- Pero... ¿por qué?

- Porque es una sorpresa y... quizás llegue el día en que puedas disfrutarla.

- Ah, entonces.... ¿cabe la posibilidad de que no?

- Efectivamente – respondió pasando su brazo por debajo de los de la pediatra - ¡vamos! ¡agárrate!

- ¿Y de qué depende? – insistió agarrándose al coche para hacer fuerza y que a Alba le costara menos trabajo levantarla.

- Solo... de ti – respondió entrecortada por el esfuerzo.

- ¡Joder! perdona, parezco un mueble – se quejó de ella misma, impotente al ver que no tenía fuerzas para ayudarla – ni siquiera soy capaz de....

- Chist, todavía estás débil, pero pronto te subirás tú sola – la animó sentándola – ya está – le sonrió pasándole con suavidad la mano por la cabeza.

Natalia la miró con una sonrisa agradecida, eso era imposible, pero le gustaba cada vez más esa forma que tenía de tratarla y obligarla a hacer las cosas, por un lado se sentía protegida y segura con ella, pero por otro la enfermera confiaba tanto en sus posibilidades que a veces lograba que se olvidase de sus limitaciones y creyese que era capaz de todo y eso, tenía que reconocer, que nadie lo había logrado hasta entonces.

- ¿Qué me miras? – le preguntó Alba burlona.

- Nada.

- ¿En qué hemos quedado? – le preguntó en el mismo tono burlón.

- Vale – sonrió – pensaba en que me dices las cosas de una manera que hasta yo me las creo.

- ¿Qué cosas?

- Pues.. eso... que algún día pueda yo subirme a este jeep sin que me ayudes.

- ¡Ah! eso es seguro – soltó una carcajada mientras guardaba la silla en el coche – no creerás que voy a estar todo el tiempo revoloteando detrás tuya – le dijo sentándose a su lado – en cuanto estés mejor se acabaron los mimos.

- Pues... a mí me gusta que revolotees.

- ¿Ves! eso es lo que te pasa, que te has acostumbrado a la buena vida.

- Si, será eso – suspiró intentando abrocharse el cinturón sin conseguir alcanzarlo.

- Pues vete haciendo a la idea de que conmigo se terminó – la miró burlona "daría lo que fuera porque me dejaras cuidarte toda la vida", pensó – de aquí en adelante vas a empezar a moverte tú solita que ya estás mucho mejor.

Natalia asintió sin responder. La enfermera esperaba alguna respuesta, pero Natalia perdió la vista en la lejanía del camino, pensativa. "Alba tiene razón, como siga así voy a terminar por perder el poco tono muscular que me queda, tengo que volver a los ejercicios y a los masajes, tenemos que irnos de aquí cuanto antes". Alba la ayudó a colocarse el cinturón, arrancó el jeep y regresaron sin volver a mencionar el incidente con los dos chicos, ambas parecían haberlo olvidado, charlando sobre la cena y las ganas que tenía la pediatra de que, por fin, Germán la dejase tomarse un café.

Cuando llegaron al campamento, Germán, a diferencia de otros días, no las estaba esperando, era demasiado temprano y tenía turno de tarde en el hospital. Dejaron el Jeep y se encaminaron hacia los edificios principales.

- ¿Estás muy cansada? – le preguntó la enfermera cuando atravesaban el patio central - ¿Quieres que vayamos a la cabaña o prefieres que nos demos una vuelta por aquí?

- No, estoy muy bien – respondió alegre – lo que me gustaría es ducharme, no sé yo si el agua esa...

- Nat eres un caso, ese agua ya has visto que es más pura que mucha de la que te bebes en tu casa.

- Tú sí que eres un caso... por meterte conmigo ya no sabes lo que inventar – soltó una carcajada – más pura, ni más pura – protestó divertida.

- Anda... sí, vamos a ducharnos – dijo mirando el reloj – aún es temprano.

- ¡Estupendo! ¿Y luego qué hacemos?

- ¿Luego? – preguntó sorprendida de que estuviese tan animada – luego a la cama y yo te llevo la cena.

- ¿Y no puedo cenar con vosotros en el comedor? – preguntó con una sonrisa – estoy mucho mejor, no me ha dolido la cabeza en toda la tarde y... estoy harta de estar todo el día encerrada en la cabaña.

- ¡Claro que puedes! pero... ¿no será mejor que te eches un rato! hoy es el primer día que sales tan temprano y... yo creo que es mejor que vayas poco a poco.

- Que no, que estoy muy bien.

- Pero... Nat... yo creo que, por hoy, has tenido bastante, mañana salimos más tarde y te quedas a cenar, ¿vale? – intentó convencerla.

- Por favor – suplicó melosa - Estoy bien, de verdad, no te preocupes... además, ¡tengo mucha hambre!

- ¿Mucha hambre? – sonrió contenta de que fuera así - Pero... ¡cómo no me lo has dicho antes! – exclamó bromeando – ¡eso sí que hay que celebrarlo!

- Antes... no la tenía, me ha entrado ahora, has venido todo el camino hablándome de comida y claro....

- ¿Te apetece algo en concreto! no tienes que esperar a la hora de cenar, puedo ir a la cocina y decir...

- No, no – se negó – me comeré lo mismo que vosotros y... me esperaré.

- ¿Seguro! mira que hay cosas que yo creo que...

- ¡Seguro! desde hoy se acabaron las condescendencias, Germán tiene razón, quiero ser una más aquí – sonrió – no quiero que pienses que soy una pija y una...

- Lo eres – se agachó y le susurró al oído – hagas lo que hagas, lo eres y... ¡me encanta!

- ¡Ah! ¿si?

- Si.

- Alba...

- ¿Qué?

- Gracias por los caramelos.

- De nada – rio – es la tercera vez que me las das – le dijo burlona – ya vale ¿no?

- Es que... esta mañana.... Creí que seguías enfadada conmigo por... lo de Vero y... saber que habías ido hasta allí solo por mí, pues... no sé – clavó sus ojos en ella y Alba sintió que esa mirada era capaz de derretirla.

- Anda, vamos a la ducha... - se interrumpió con un profundo suspiro - ¡la necesitamos!

Natalia asintió con una mirada picarona, entendiendo el doble sentido de sus palabras. Alba emprendió la marcha y Natalia sonrió sin que pudiera verla, cada vez se sentía más cómoda con ella, además, ese baño en el río le había devuelto una vitalidad que hacía semanas que no sentía. Tenía ganas de cenar en compañía, hasta de ver a Germán, reír sus bromas y discutir con él.

- ¿Crees que podremos tomarnos un café después de cenar en el porche, como hacéis Germán y tú? – le preguntó animada solo con esa idea.

- Creo que no – sonrió ante su insistencia en el tema – Germán te lo ha prohibido tajantemente y te aseguro que, cuando se cuadra, no hay quien le lleve la contraria.

- ¡Me gustaría tanto! – suspiró melosa, girando la cabeza hacia ella con una mirada soñadora que desarmó a la enfermera incapaz de negarse.

- Aunque... podemos intentarlo.

- ¡Intentémoslo! – propuso ilusionada.

Tras pasar por la cabaña y recoger todo lo necesario, se encaminaron hacia las duchas. Alba se dirigió a la última donde Kimau había perfeccionado el sistema que montó el primer día. Natalia al verlo se sorprendió.

- ¿Y esto! no me habías dicho que...

- Era una sorpresa, para cuando pudieras venir.

- ¡Muchas gracias!

- A mí no me las des. Germán y Kimau son los que han estado montándolo – le sonrió - ¿crees que será suficiente con esto?

- ¡Claro que sí! ¡podré ducharme sola!

- Bueno.... – dudó un instante - hoy es preferible que me quede contigo.

- No es necesario, Alba, de verdad.

- Sí lo es, Nat. Quiero ver si es cierto que puedes.

- Te digo yo que con esto sí puedo.

- Si no lo digo por el montaje, lo digo por tus fuerzas – respondió con una tímida sonrisa, no quería que la pediatra malinterpretase sus palabras consciente de lo susceptible que se ponía con ese tema – ¿ya no recuerdas lo que ha pasado en el jeep! si ni siquiera puedes ...

- Si me acuerdo – la cortó con seriedad frunciendo el ceño.

- No te preocupes, ya mismo podrás sola – le acarició la mejilla – pero hoy es mejor que me quede contigo, ¿de acuerdo?

- No. Quiero hacerlo sola.

- Nat... solo para ver...

- Sola, Alba.

- Nat... por favor...

- Alba – la miró con tal intensidad que la enfermera supo que iba a dar su brazo a torcer le dijera lo que le dijese, esos ojos ya la tenían convencida – si te necesito te prometo que te llamo, pero... déjame que lo intente, no sabes lo que es tener que estar todo el día...

- Vale, vale, no me digas más – aceptó cortándola – te pongo las cosas aquí y me espero fuera...

- ¡Gracias!

- Y... ¿si me quedo dentro como la otra vez! así...

- ¡Alba! – protestó impaciente.

- De acuerdo – exhaló un suspiro – pero llámame.

- Que sí, pesada.

La enfermera cerró la puerta de las duchas y permaneció apoyada en la pared junto a ella prestando atención a todos los sonidos. La escuchó desvestirse, la escuchó hacer esfuerzos para sentarse en la plataforma, la escuchó empujar la silla y luego, oyó correr el agua. Una sonrisa se dibujó en su rostro, contenta de que estuviese mucho mejor. De pronto, toda aquella tranquilidad se alteró con un chillido procedente del interior. Alba dio un brinco sobresaltada y se precipitó hacia el interior.

- ¡Nat! – exclamó entrando despavorida imaginando lo peor.

La pediatra estaba sentada en la plataforma, chorreando y aún completamente desnuda. Parecía petrificada y, horrorizada, señalaba hacia la puerta por donde había entrado la enfermera.

- ¡Nat!., ¡Nat! ¿qué pasa? – preguntó asustada.

- ¡Un bicho! ¡un bicho repugnante! – dijo temblando con cara de espanto y asco.

- ¡Joder! ¡qué susto me has dado, Nat! – protestó aliviada mirando hacia donde le señalaba con el dedo extendido – solo es una cucaracha – respondió como si tal cosa.

- ¿Una cucaracha? – su cara cambió a peor - ¡no puede ser una cucaracha! – la miró con estupor.

- Que sí Nat, que es una cucaracha – le dijo con tranquilidad y una mueca burlona.

- Échala, mátala o lo que sea – casi gritó - ¡por favor! – dijo dando un retemblido.

- Pero Nat... - rio divertida volviéndose hacia la cucaracha y pasando la vista por la ducha pensando en qué coger para echarla, nunca le había gustado matar nada, no era capaz, ni siquiera las cucarachas, no podía evitar sentir lástima por todos los animales, aunque fueran insectos repugnantes como decía Natalia.

- Por favor Alba, por favor... - le pidió con apremio al ver que no se movía – ¡no las soporto!

- Ya me acuerdo – mantuvo la sonrisa en los labios – pero tranquilízate y sécate que te vas a enfriar. Espera que voy a buscar...

- ¡No! no te vayas – le suplicó – no me dejes con... con eso – la señaló de nuevo y Alba ya no pudo evitar soltar una carcajada - ¡es gigante!

- ¡Qué exagerada eres! Solo son un poco más grandes – dijo dando un golpe en la pared y consiguiendo que el animal cayese al suelo corriendo en dirección hacia la pediatra que soltó otro grito espantada. Alba no paraba de reír, tuvo la sensación de que Natalia se encogía y le pareció a punto de levantarse, pero en realidad no se había movido. El animal pasó bajo la plataforma y se perdió por el desagüe del suelo. Natalia no podía dejar de temblar, asustada y helada - Ya está – dijo la enfermera aún riendo – anda sécate, que estás temblando – se acercó hacia ella con los ojos burlones intentando controlar la risa para evitar que la pediatra terminara por enfadarse.

- ¿Un... un... poco? – preguntó castañeteando los dientes aún pensando en la cucaracha y su tamaño – eso debe tener veinte centímetros.

- No llega ni a diez – sonrió – venga coge la toalla.

- ¡No! mira la toalla primero – le dijo con temor – mírala que no haya ninguna ahí.

- A ver, Nat, que en la toalla no hay nada – respondió con paciencia.

- Mírala, ¡por favor! – insistió desesperada.

- Desde luego, eres un caso – se burló de ella – toma, ¿ves! ¡nada!

- ¿Estás segura?

- Que sí, que no tiene nada – se la tendió y la pediatra la cogió con prevención, comenzando a secarse.

- Por favor, mira la ropa – le pidió sin dejar de observar el desagüe.

- La ropa no tiene nada, Nat – la miró, y observando que no dejaba de temblar, cogió su toalla y se la puso por la cabeza y los hombros – anda, ven aquí que te ayude – comenzando a secarla con fuerza intentando que entrase en calor – deja de temblar que ya se ha ido.

- No puedo – respondió con un escalofrío – ¡me repugnan!

- ¡Ay, mi niña! que se la iba a comer un bicho inmundo – bromeó divertida – y ¡qué pijita que es ella! – exclamó frotándole los brazos con rapidez y clavando sus ojos en los de la pediatra.

Natalia le devolvió la mirada y la sonrisa, tremendamente agradecida y aliviada con su ayuda, permanecieron así, en silencio y sin moverse unos segundos, ambas notaron la magia del momento. Alba sintió un deseo desmedido de besarla y Natalia lo notó al instante. Cogió las manos de la enfermera y con delicadeza las separó de su cuerpo, donde habían permanecido inmóviles.

- ¡Gracias! Ya puedo yo sola – rompió el momento temiendo que la enfermera se lanzase.

- Tranquila – respondió Alba mirándola con ternura "no temas, aunque lo desee no voy a hacerlo hasta que tú no lo desees también" – deja que te ayude – le pidió sonriente transmitiéndole calma y haciéndole entender que podía confiar en ella.

- Alba... - la llamó en un susurro que conmocionó el interior de la enfermera - ¡gracias! ¡qué haría yo sin ti!

- ¡Tonta! – respondió con unos ojos llenos de amor que Natalia leyó al instante, le acarició la mejilla con suavidad – venga, vamos a vestirte que todavía me tengo que duchar yo.

Natalia permaneció observándola mientras la ayudaba. No dijeron nada más. No hacía falta. Cada vez se sentían más cómodas en aquellos silencios, llenos de palabras no pronunciadas, pero que ambas comenzaban a escuchar llenas de esperanza e ilusión.

Hora y media después, Germán miraba satisfecho hacia la pediatra que mantenía una conversación con Sara mientras cenaban. La joven había insistido en hacerle los honores y sentarse junto a ella en el primer día que acudía al comedor, Natalia no había tenido más remedio que sonreír y aceptar, con educación, sentarse junto a ella, por eso el médico la observaba divertido.

- Deja ya de cachondearte de ella que la vas a cabrear – le susurró Alba al oído.

- No puedo evitarlo – respondió burlón – conociéndola no quiero ni imaginar lo que está pasando por su mente.

- Pues nada, Sara es muy simpática y las dos son pediatras y...

- Y Lacunza está hasta los cojones de parloteo y daría cualquier cosa por estar aquí, sentada a tu lado.

- A mí me tiene ya muy vista – sonrió contenta de que fuera así.

- Puede ser, pero hay cosas de las que no se cansa uno – bromeó con picardía – además, no deja de mirarte – le dijo al oído.

- ¡Germán! No digas tonterías.

- No son tonterías son hechos – sonrió de nuevo – y tú a ella, podíais disimular un poquito, ¿no?

- ¿No te parece que está un poco alicaída? – le preguntó cambiando de tema sin intención de seguirle la burla - no debía haber venido a cenar, ya le dije que....

- Yo la veo mejor que ningún día...

- Sí, pero esta tarde estaba muy animada, ¡si la hubieras visto! ¡hasta se ha duchado sola! – le contó orgullosa de ella - y ahora.... ¡parece tan cansada!

- ¿Se ha duchado sola?

- Sí – le dijo bajando la voz temiendo que no le pareciera bien – insistió y... no supe negarme – se justificó.

- Has hecho bien, aunque con precauciones, es bueno que empiece a hacer sola las cosas.

- Entonces, ¿no te parece cansada! no sé si soy yo, pero... la veo... - se interrumpió mirándolo dubitativa - ¿crees que es mejor que me la lleve ya a la cabaña?

- Sí, pero espera a que termine de cenar y, luego os vais – le aconsejó – Y... no te preocupes, es normal que esté cansada, es el primer día que sale tanto rato seguido. Por cierto, tengo que felicitarte.

- ¿A mí, por qué? – preguntó con curiosidad.

- No sé lo que habrás hecho, pero has conseguido que, en unas horas, parezca otra.

- No he hecho nada, me diste tú la idea cuando me echaste la bronca esta mañana.

- ¿Yo?

- Sí, tú – sonrió burlona – me dijiste que volvía alterada de nuestros paseos y me puse a pensar en cosas que pudieran relajarla y... - enarcó los ojos misteriosa – ¡a ver si adivinas donde hemos pasado la tarde!

- No sé, conociéndote se te puede haber ocurrido cualquier cosa.

- La he llevado a la ensenada – le contó bajando la voz para que Natalia no pudiera oírla al otro lado de la mesa.

- ¿Y qué tal! ¿le ha gustado el sitio?

- ¡Le ha encantado! – exclamó aún eufórica de la tarde que habían compartido sin acordarse lo más mínimo del bloqueo que había vuelto a repetirse – nos hemos bañado y...

- ¿Qué! ¿bañarse en el río? – preguntó alzando la voz provocando que los demás se girasen hacia ellos.

Natalia también levantó la vista y las miradas de ambas se cruzaron, Natalia frunció el ceño y Alba le dio un puntapié por debajo de la mesa al médico.

- ¡Ya la has liado! – exclamó – después de la bronca que le eché por contarle a Vero nuestros paseos.... ¡verás la que me espera!... y con razón – protestó mirando a la pediatra con temor de que se molestase al darse cuenta que le estaba contando a Germán lo que habían estado haciendo toda la tarde.

- Me da tres leches la tal Vero, los paseos y las tonterías que os traéis, ¡ostias! – respondió enfadado - ¿dónde coño tenéis la cabeza las dos? ¡Joder!

- Pero Germán... tampoco es para ponerse así – protestó levemente comenzando a asustarse de su exagerada reacción - ¿qué pasa! ¿no me estarás ocultando algo de Nat que deba saber? – inquirió recordando repentinamente la pregunta que le había hecho la pediatra hacía unas horas acerca de su salud.

- No te oculto nada, pero ya no sé cómo decirte que hay que tener mucho cuidado con ella...

- No creí que fuera para tanto... hace calor y..., te juro que no ha pasado frío ni...

- ¡Estás loca! aún no sabemos a qué se debe ese líquido en el pulmón. Ya sé que quieres que disfrute, pero piensa un poco, joder.

- Ya está mejor y... mira qué bien está cenando hoy.

- ¡Claro que está cenando! si te las has llevado por ahí sin comer – le reprochó mostrándole su enfado.

- ¿Cómo que sin comer? – preguntó abriendo los ojos manifestando que desconocía que fuera así.

- Ya te dije que le dolía mucho la cabeza, y ya sabes que cuando se pone así... no hay manera de que tome algo.

- No me ha dicho nada... – comentó pensativa mirando hacia ella, Natalia se sintió observada y levantó la vista, sonriéndole desde lejos, Alba le devolvió la sonrisa – creí que habría tomado algo...

- Pues no.

- Bueno... pero antes me has dicho que no me preocupe – lo miró enarcando las cejas inquisitivamente - ¿tú la ves mejor o no! porque si lo que quieres es preocuparme otra vez, lo estás consiguiendo.

- Sí – reconoció - Ya sé que está mucho mejor, y que come más, y hasta está más animada..., cuando no discute contigo, claro – le dijo volviendo a su habitual tono burlón consiguiendo que Alba se sintiera ligeramente aliviada - Pero no puede excederse, Alba, te lo pido por favor. Hasta que no tengamos los resultados no quiero que corra riesgos. Siguen dándole esos ataques de tos, la tensión se le sube cada dos por tres, por no hablar de esos dolores de cabeza.... Y... no me gusta.

- Tienes razón – dijo cabizbaja – lo siento.

- Si no se trata de que lo sientas o te disculpes, solo de que tengáis más cuidado – le recomendó enarcando las cejas – parece mentira que sea médico – comentó mirando hacia la pediatra, frunciendo de nuevo el ceño - Mañana no sale.

- ¿Qué?

- Que mañana se queda aquí el día entero. Quiero hacerle más pruebas y controlar esa tensión. Le ha subido demasiado.

- Pero Germán... no creo que sea necesario... puedes hacerle las pruebas por la mañana y luego dejar que salgamos ...

- ¿Me contestas a una pregunta? – la interrumpió con genio frunciendo el ceño nuevamente.

- Si – murmuró mirando de reojo hacia Natalia que otra vez había vuelto a levantar la cabeza observándolos ante el tono del médico – pero no hables tan alto.

- ¿Tú quieres de verdad a Nat? – le dijo con gravedad.

- ¿A qué viene eso! ya sabes que sí – susurró molesta por su tono - ¿por qué me lo preguntas?

- Porque empiezo a creer que lo que te pasa es que tienes un calentón de cojones y que te importa un carajo lo que le pase.

- Germán no tienes derecho a... - dijo con voz ronca enfadada - ¡eso es mentira! - fue ahora ella la que elevó el tono y se interrumpió al ver que todos la miraban.

- ¿Ocurre algo? – preguntó Jesús interrumpiendo su charla con Maika.

- No – sonrió el médico hablando para la mesa – ya sabes... a la señorita le ha sentado mal una de mis bromas – la estrechó contra él.

Alba lo empujó levemente separándose de él, molesta, pero sonrió con cara de circunstancias y Natalia la miró segura de que no se trataba de eso, "¿Qué coño pasa?", se preguntó alertada. Sara se dio cuenta de su expresión e interpretó que le preocupaba que estuviesen discutiendo.

- No se preocupe, siempre están igual – le explicó Sara a Natalia bajando el tono con complicidad – no hay que escucharlos, nunca llega la sangre al río - la pediatra asintió, sin quitar ojo a la enfermera que había enrojecido completamente.

El silencio se hizo en la mesa, hasta que Maika se levantó y preguntó cuántos querían café. Natalia miró hacia Alba y Germán con ojos suplicantes, ¡deseaba tanto tomarse uno! estaba comenzado a convertirse en una auténtica obsesión, pero el médico negó con la cabeza y la pediatra suspiró y decidió obedecer, aunque estaba segura de que era lo que necesitaba, porque estaba empezando a notar que le pesaban los ojos, había comido más de lo que debía y la voz monótona de Sara le estaban provocando una somnolencia que pronto no iba a ser capaz de disimular. Cuando la chica se marchó hacia la cocina Sara continuó con su parloteo y Natalia intentó prestarle atención a lo que le contaba. Los demás hicieron lo propio y continuaron con sus conversaciones.

- Entonces ¿queda claro que mañana no sale de aquí y que se acabaron las locuras como la de hoy? - le preguntó Germán a Alba bajando la voz para que no le reprendiera.

- De acuerdo, te prometo que no volverá a pasar. Pero me parece exagerado, hoy mismo querías a toda costa que la sacase y ahora... - se interrumpió al ver la cara del médico – vale, haré lo que tú digas.

- Bien – dijo enfadado.

- ¿Puedo pedirte un favor?

- Claro – respondió más suave - ¿qué pasa?

- No le digas nada a Nat. Está mucho más animada y no quiero que se preocupe. Tiene miedo de lo que pueda tener. La has asustado al decirle que quieres llevarla a Kampala.

- ¿Y qué le vas a decir entonces?

- Ya pensaré algo – sonrió – pero tú no le digas nada.

- De acuerdo – suspiró ladeando la cabeza, pensativo. Y clavó sus ojos en la pediatra que continuaba escuchando a Sara, tenía la sensación de que cada vez parecía más cansada.

Efectivamente, Germán no se equivocaba, al otro lado de la mesa, Sara no dejaba de hacerle preguntas a Natalia sobre su investigación del aneurisma congénito.

- No puede imaginarse la ilusión que me hace tenerla aquí – exclamó con sinceridad.

- Sara ya te dije que me tuteases.

- Claro, perdón.

- Alba me comentó que estuviste trabajando en el norte del país – intentó cambiar de tema harta de hablar de su trabajo.

- Sí, pero mi vida no es interesante, en cambio ¡la suya! – volvió a exclamar volviendo al tratamiento de usted.

- La mía es como la de cualquiera.

- Pero ¡qué dice! antes de venirme aquí la vi en todas las revistas y en la prensa. Su proyecto es interesantísimo y... a cualquiera le encantaría colaborar en algo así. Imagino que no le quedará mucho tiempo para su vida privada.

- Sara, espero que no te moleste – la miró con seriedad – prefiero no hablar de mi vida.

- Disculpe, no era una pregunta.... – se apresuró a decir enrojeciendo.

- ¡Por favor! tutéame – insistió molesta.

- La costumbre – sonrió enrojeciendo un poco.

- ¿Mucho trabajo hoy? – intentó probar con otro tema para distender la tensión que se había creado y que dejara de interrogarla sobre su vida y sus investigaciones.

Sara captó, finalmente, que Natalia no estaba dispuesta a seguir con aquella conversación y aceptó con gusto el giro de la charla.

- Sí, mucho – reconoció – si le apetece mañana puede venirse conmigo y le explico cómo funciona todo esto.

- Claro, me encantaría – respondió cansada, la chica estaba consiguiendo marearla, miró hacia Alba en un intento de que la enfermera reconociera en su gesto que estaba deseando que la rescatase, pero Alba seguía hablando con Germán y no se percató de su súplica.

- Hoy ha entrado un joven que le habían dado una paliza tremenda, han debido golpearlo con estacas, lo han pateado y...

Natalia estaba con la vista fija en ella, su voz comenzó a resultarle monótona y se alejaba cada vez más, recordó los chicos del camino e intentó prestar de nuevo atención de nuevo. Quizás tuviera algo que ver con aquel ingreso.

- Debieron saltarle encima porque tenía un gran hematoma en el pecho, imaginamos que cogerían y desde arriba.... Además estaba asustadísimo, levanté los brazos así...

Aquellas palabras sumadas al gesto de la joven y a las imágenes que producía en su cabeza, en un intento de recrear lo que le había sucedido al chico, le provocaron un fogonazo y..., ya no estaba allí, sintió un escalofrío, una sucesión rápida y confusa de imágenes se agolparon en su mente, los golpes, las patadas, la angustia de no poder respirar, y aquellos ojos fríos como el hielo, los zapatos impolutos, el sol cegándola y aquella voz "antes habrá un día en que nos divirtamos... tu y yo", "nos vemos, doctora". Se llevó una mano a la cabeza que había empezado a dolerle intensamente, la otra la dejó caer en el lateral de la silla, inclinó la cabeza cerrando los ojos y exhaló un leve gemido...

- ¿Se encuentra bien? – le preguntó Sara poniéndole una mano en el hombro intentando sujetarla, temiendo que cayese hacia adelante.

- ¡Nat! – saltó Alba con rapidez de su asiento seguida de Germán.

- Lacunza ¿qué ocurre? – le preguntó el médico al ver que permanecía con los ojos cerrados, respirando entrecortadamente – vamos a tumbarla – ordenó cogiéndola y echándola en el suelo – Sara levántale las... - se interrumpió al ver que la chica ya estaba en ello.

- Nat ... - le dijo Alba cogiéndola de la mano

- Lacunza, ¿me oyes! Lacunza – repitió Germán intentando que reaccionara.

La pediatra abrió los ojos desconcertada, le dolía el pecho, estaba mareada,... ¿qué había pasado? Alba le sonrió.

- Nat ...

- La cabeza – murmuró – me duele mucho – levantó los ojos intentando enfocarlos, pero no podía – Alba... - la llamó asustada.

- Nat, tranquila – le dijo cogiéndola de la mano manteniendo la sonrisa en sus labios, Natalia consiguió fijar los ojos en ella y esa sonrisa disipó la sensación de miedo profundo que sentía y que la hacía temblar – estoy aquí.

- A ver, Lacunza, mírame – le ordenó el médico y Natalia obedeció, girando la cabeza hacia él con lentitud – sigue mi dedo con los ojos – le ordenó y Natalia frunció los labios en una leve sonrisa, obedeciendo

- Estoy bien, Germán – dijo intentando incorporarse – estoy bien.

- ¡Joder! Espera un poco – exclamó el médico tumbándola de nuevo y tomándole el pulso – espera un momento – respiró, aliviado, al verla consciente y orientada.

- Estoy bien – repitió mirando a la enfermera que estaba más pálida que ella debido al susto que se había llevado.

- Vamos al hospital – ordenó Germán.

- ¡No! no hace falta – se opuso con rotundidad Natalia – ya se me pasa, solo necesito tumbarme un rato.

- Estás tumbada, Lacunza.

- Quiero decir en la cabaña – se corrigió, "ya sé que estoy tumbada", pensó – ayúdame a levantarme. Estoy bien – repitió abochornada – vamos a terminar de cenar.

- De eso nada, vamos al hospital – le dijo autoritario, cogió la silla, la incorporó con delicadeza ayudado por Jesús y la sentaron en ella.

- Lo siento... - murmuró Natalia mirando a todos, a la mayoría no los recordaba y solo podía pensar en el ridículo que acababa de hacer. El primer día que acudía al comedor y ya había tenido que dar la nota.

- Tranquila – le sonrió Alba al verla alterada – no pasa nada.

Germán salió con rapidez del comedor y tomó la dirección del hospital.

- Germán, ¿a dónde vamos! te digo que estoy bien - protestó.

- Me da igual lo que digas.

- Alba... por favor – pidió Natalia con voz débil en un intento de buscar la ayuda de la enfermera.

- Germán, escúchala un momento – le suplicó Alba, cuando ya estaban en la puerta del edificio.

- Muy bien, Lacunza, te escucho – se detuvo situándose frente a ella con los brazos cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido.

- No hace falta ir al hospital, solo me he acordado de algo y... me he puesto tan nerviosa que... me ha empezado a doler la cabeza.

- Has perdido el conocimiento unos segundos y no me gusta nada.

- Te digo que no, no lo he perdido, solo... me he acordado de algo. Ha sido como un flash.

- ¿Algo de qué? – le preguntó con seriedad, incrédulo.

Natalia miró hacia Alba angustiada. No quería hablar de aquello. Solo de rememorar esas imágenes el pánico se apoderaba de ella y la sensación de angustia crecía, provocándole un dolor muy intenso en el pecho, hasta el punto de dejarla sin respiración.

- Germán, yo creo que lo mejor es que Nat se vaya a descansar – le dijo haciéndole una seña con los ojos, que él captó con rapidez – y se tranquilice.

- A ver, ¿qué te pasa, Lacunza? – se agachó a su lado, la pediatra había recuperado el color rápidamente y parecía segura de lo que decía, aunque seguía estando alterada – si quieres ir a la cabaña vas a tener que convencerme con algo más que eso de los recuerdos y el flash ese.

- Sé que estás pensando y te aseguro que te equivocas. No quiero ir otra vez ahí dentro, me... me... no quiero – repitió sin ser capaz de expresar lo que sentía dentro de aquella sala inmensa, rodeada de gente que la miraba sin cesar, de pacientes que necesitaban la cama mucho más que ella, de aquel olor... - Me asaltaron y he recordado algo... imágenes sueltas de ese día – le explicó, finalmente, con voz temblorosa.

- Bien, no te angusties, vamos a hacer una cosa, te echas un rato y ahora voy a verte – posó su mano en las de la pediatra que no dejaban de temblar - ¿Tienes frío? – le preguntó preocupado.

- Sí, un poco.

- El dolor de cabeza, ¿ha disminuido?

- Si, solo ha sido como... un pinchazo intenso, pero ahora casi no me duele.

- Lacunza... vamos al hospital... por favor – le pidió, por primera vez, intentando no imponerse y desdiciéndose de sus palabras.

- Germán, soy médico y te digo que vas a perder el tiempo. Estoy bien – insistió con tal seguridad que el médico terminó por ceder.

- Bueno... vamos a la cabaña... - aceptó con seriedad – Alba, métela en la cama y tómale la temperatura. Creo que te va a subir la fiebre – dijo poniéndole una mano en la frente - Yo voy en un momento, quiero tomarte la tensión y sacarte sangre, y... te voy a monitorizar un rato, me da igual que quieras o no – le dijo alejándose en dirección al hospital.

Alba permaneció en pie junto a ella, mirando hacia su amigo y con una expresión extraña, Natalia giró la cabeza y la observó, preguntándose en qué estaría pensando. La pediatra notó lo pálida que estaba y sintió un pellizco de preocupación.

- Alba... ¿estás bien? - le preguntó con el ceño fruncido ante la sorpresa de la enfermera.

- ¿Yo! si, si claro - respondió distraída – solo estaba pensando en... en Germán y... en algo que me dijo antes.

- No te preocupes, en serio que estoy bien, Germán exagera – le comentó imaginando lo que le ocurría.

- Puede ser, pero... tiene razón, es mejor no correr riesgos.

- Solo ha sido eso...., de verdad – dijo con voz apagada – me he asustado.

- Ya... - la miró apretando los labios, no quería discutir con ella - no lo creo nat, hacía rato que tenías mala cara – le confesó clavando sus ojos en los de ella – si estabas mal... ¿por qué no le has dicho nada a Sara?

- Porque estaba bien – insistió – solo estaba un poco mareada.

- ¿Y por qué no lo dices? – le preguntó enfadada.

- ¡Claro! El primer día que salgo y le digo "chica cierra el pico que me estás poniendo la cabeza como un bombo" – respondió molesta.

- Bueno no te alteres más – le pidió con una sonrisa - ¿sigues mareada?

- Un poco... - reconoció – pero ya se me está pasando.

- ¿De qué es de lo que te has acordado? – le preguntó con curiosidad

- Creo que... conozco su voz – le dijo abrazándose a sí misma, no podía dejar de temblar.

- ¡Vamos! tienes frío, será del shock.

- ¿Qué shock, Alba? – preguntó con sorna - ¿por qué sois tan exagerados?

- Porque aún no estás bien. Y no es exageración, estás temblando y debemos estar a unos treinta y cinco grados.

- Vale, pero... te repito que sé lo que digo, en todo caso solo ha sido una bajada de tensión sumada a las alteraciones térmicas que me quedan de la insolación.

- Nat, aunque seas médico hay cosas que no puedes asegurar. Hace nada que saliste del coma y las secuelas....

- Las secuelas de un golpe en la cabeza me las conozco al dedillo – respondió cansada de la conversación - ¡es la tercera vez que me pasa! y te aseguro que no es eso.

- ¿La tercera? – preguntó sorprendida parándose frente a la cabaña y situándose delante de ella – yo creía que... ¿cuál es la tercera? – dijo mirándola interesada.

- No tengo ganas de hablar de ello – respondió mohína, desviando la vista y provocando que la enfermera apretara los labios decepcionada.

- Perdona, no quería... anda, vamos a acostarte.

- Perdona tú – se disculpó por el tono anterior – mañana te lo cuento ¿vale? – le sonrió conciliadora.

Alba asintió devolviéndole la sonrisa, no debía ni cansarla ni alterarla más de lo que ya estaba, pero no había podido evitar sentir curiosidad y desear saber qué le había ocurrido, sobre todo, después de esa expresión hermética que había ensombrecido su rostro.

- ¿Estás mejor?

- Alba ya os he dicho que estoy bien - suspiró vencida – créeme, por favor – le pidió mostrándole su hastío, no podía con los dos. Si no querían escucharla que no lo hicieran, ya comprobarían que ella tenía razón.

Alba volvió a asentir sin tenerlas todas consigo, sabía lo cabezona que era Natalia y se temía que lo único que pretendiera con esa insistencia, fuera no molestar más. Pero decidió no perseverar y optó por cambiar de tema.

- Antes... me has dicho que te sonaba su voz, ¿lo has reconocido! ¿sabes quién era? – le preguntó – porque si es así, tendrías que llamar a... - guardó silencio al ver la cara que le estaba poniendo.

Natalia había fijado unos espantados ojos en ella, había palidecido y, de nuevo, parecía angustiada, sus manos comenzaron otra vez a temblar solo de pensar en aquellas imágenes.

- ¿Qué te pasa? – le preguntó inclinándose hacia ella. Natalia negó con la cabeza – Nat dime qué te pasa - insistió.

Tras un par de segundos la pediatra, respondió.

- Eran... eran sensaciones, no sé... veo... cosas sueltas, sin sentido - se interrumpió y su respiración se aceleró de nuevo – no estoy segura, pero...

- Tranquila, Nat, ya te acordarás – la acarició con ternura al ver que se alteraba de nuevo, arrepintiéndose de haberle preguntado.

- Creo que eran tres o.... dos... no sé, pero no era la misma voz... quería ayudarme y luego... se rio de mí – exhaló un suspiro y miró hacia sus manos que jugueteaban nerviosas con la cinta del pantalón.

- ¿Quería ayudarte? – se sorprendió y se preocupó a un tiempo, Natalia parecía decir incoherencias - ¿cómo iba a querer ayudarte?

- Sí, me decía que le diera la mano, pero luego... no sé, era como un sueño que... no sé... - se detuvo mirándola con desesperación - ¿Alba, si... si lo conozco..., lo intentará de nuevo, verdad?

- No te preocupes ahora por eso, aquí no puede hacerte daño – le sonrió – además, Isabel ha hecho muchos avances.

- ¿Isabel? – preguntó como si no supiera de quien hablaba, pero luego abrió los ojos desmesuradamente - ¿qué avances! ¿has hablado con ella! ¿ha detenido a alguien? – preguntó con precipitación – ¡dime! ¿qué avances?

- Nat, tranquilízate, por favor – le pidió llevándola hasta la cama y situándose frente a ella.

- Pero ¿qué te ha dicho? – la apremió.

- No me ha dicho nada, porque no he hablado con ella – le dijo con lentitud intentando transmitirle serenidad.

- No me mientas Alba – le pidió con la desesperación escrita en la mirada.

- Te quieres calmar – le ordenó, cogiéndola por debajo de los brazos y sentándola en la cama – ahora te vas a echar y te vas a tomar esto.

- ¿Qué es eso? – preguntó sin hacerle el menor caso mirándola asustada.

- Tus pastillas – respondió con paciencia.

- ¡No! No quiero nada... no quiero nada... - repitió casi histérica.

- Pero Nat... - la miró extrañada - ¿me estás escuchando! son tus medicinas, las que tomas siempre. A ver – dijo colocándole la almohada – así, primero, échate

- Pero no me tumbes, he comido demasiado y ahora...

- Ahora vas a respirar hondo un par de veces, vas a dejar de darle vueltas a la cabeza y... vas a tranquilizarte – habló con autoridad y calma, sorprendida por su reacción.

- Pero... ¡contéstame! – la instó - ¿qué sabes de Isabel?

- Nat.. no te voy a contestar hasta que no te calmes – la chantajeó – al final, con los nervios, vas a acabar vomitando.

- Vale – respiró hondo sin apartar la vista de ella, imitándola e inspirando con lentitud varias veces, hasta que se sintió mejor.

- Así, muy bien – le sonrió la enfermera levantándose de su lado – tienes que aprender a controlar esos nervios, antes no eras así.

- Antes no tenía a nadie acosándome día y noche.

- Tienes razón debe ser desquiciante.

- ¡Ya me ves! – suspiró y en un tono más suave – ha habido temporadas en las que me he acostumbrado tanto que ni me acordaba de guardar precauciones y otras... que no soy capaz de pegar ojo.

- La verdad es que no puedo imaginar... - se giró hacia ella desde el armario – bueno... quizás si... - murmuró pensando en que debía ser parecido a lo que ella sintió cuando llegaron a Nairobi, la sensación perenne de que esos guerrilleros estaban acechándola en cualquier recodo del camino. No se había parado a pensar en ello, la miró con ternura y se acercó a la cama.

- Te vas a reír pero... no sé por qué, antes.. cuando... cuando dejé de recordar, lo primero que se me ha venido a la cabeza es el novio de Sonia.

Alba que estaba poniéndole una manta encima levantó los ojos hacia ella mostrando su sorpresa y su interés.

- ¿Qué quieres decir?

- No sé, que después de ver esas imágenes, cuando me tumbasteis en el suelo, pensé en él. Es como si... - se detuvo sin encontrar las palabras que explicasen lo que sentía - me da escalofríos ese chico – reconoció dando un retemblido.

- Lo que te da escalofríos es la fiebre, creo que te ha subido de nuevo – le sonrió buscando el termómetro, distraída, sin dejar de darle vueltas a lo que acababa de escuchar. Esa asociación de imágenes de la pediatra era más que significativa.

- ¿A ti no te pasa lo mismo con él?

- ¿Me estás diciendo que has recordado que fue él quién te atacó?

- No, no, yo... recuerdo otra voz y... creo que era rubio... no sé – dijo dejando que la enfermera le pusiera el termómetro.

- Nat... estás helada... ¿no habrás cogido frío en el río? – preguntó con temor recordando la conversación que mantuvieron.

- No, seguro que no – la miró y esbozó una sonrisa – tengo un poco de frío, pero estoy bien.

- Deja de decir que estás bien porque no lo estás – le dijo con genio harta de que Natalia no terminase de recuperarse y asustada por lo que pudiese significar – y deja de ser tan cabezona y de hacer lo que te da la gana y hazle caso a Germán. Estoy harta de que cada vez que parece que mejoras...

Natalia desvió la vista con las lágrimas saltadas, ¿por qué le hablaba así! llevaba días haciendo todo lo que le decían, y si esa tarde había consentido en salir tanto rato era solo por agradarla, y lo cierto es que se lo había pasado tan bien que se olvidó de todo y se sintió mucho mejor, pero no creía que se mereciera ese tono, alguna vez protestaba por algo, pero les había obedecido siempre a los dos. Alba se arrepintió inmediatamente de haberle hablado así al ver cómo le afectaban sus palabras.

- Perdóname, no quería ser tan brusca... Nat... - la llamó girándole la cara hacia ella, pero la pediatra la volvió de nuevo molesta y entristecida – Nat... mírame, ¿me perdonas?

Natalia asintió sin ser capaz de pronunciar palabra, el nudo que tenía en la garganta se lo impedía. Estaba nerviosa, estaba triste, se sentía sin fuerzas y tenía miedo, mucho miedo.

- Solo estoy nerviosa porque me has dado un susto de muerte. Germán estaba calentándome la cabeza con que debemos tener cuidado y justo en ese momento vas y te desmayas – se explicó pasando su mano con delicadeza arriba y debajo del lateral de su cuerpo, acariciándola e intentando darle calor – no tenía que haberte hablado así, pero, no llores, por favor.

- No me he desmayado. Me daba cuenta de todo – protestó - Y... no lloro – dijo con un hilo de voz.

- Entonces... ¿qué te pasa?

- No sé... que estoy muy cansada – respondió con tanta intensidad que Alba se aproximó aún más a ella y la abrazó – muy cansada, Alba.

- Lo siento, la culpa es mía, por querer forzarte... - continuó abrazándola – si ya te vi esta tarde que no tenías muchas ganas de salir tan temprano, pero creí que te vendría bien y que te animarías..., pero... no teníamos que habernos bañado en el río, deberíamos haber vuelto antes y no deberías haber ido a cenar al comedor.

- No es eso... ¡me lo he pasado tan bien contigo! – suspiró y la miró con tal brillo en los ojos, tanto énfasis en sus palabras y una expresión soñadora que la enfermera no pudo evitar sentir un cosquilleo en el estómago.

- Entonces... ¿de qué estás cansada?

- De... de todo... de sentir miedo... de no recordar... de lo que me espera cuando volvamos, de... de todo – murmuró separándose de ella – Alba... yo....

- Chist, vale, ya está. Ahora vas a dormir, y descansar, ¿de acuerdo? Y yo voy a estar aquí, contigo, toda la noche. Aquí no tienes que tener miedo de nada.

Natalia asintió y la miró agradecida, estaba más tranquila. Alba se dio cuenta de ello, sonrió aliviada de que fuera así, miró el reloj, Germán estaba tardando demasiado y decidió ir en su busca.

- Voy a ir un momento fuera, pero vuelvo enseguida – le dijo soltándole la mano.

- Lo siento, te he dejado sin tu café.

- No es eso, boba, me extraña que Germán tarde tanto – le explicó – conociéndolo ya se habrá parado en el hospital a cualquier cosa.

- Déjalo, si tarda es porque estará ocupado – le sonrió afable – ya vendrá.

- No. Voy a buscarlo. Necesitas dormir y no quiero que llegue dentro de un rato, despertándote.

- ¡Gracias!

- Sigues helada y tienes fiebre – le dijo mirando el termómetro – por eso tiemblas.

- Ya lo sé, no es nada, Alba, es una reacción física normal – respondió con autoridad – verás como con la manta entro en calor en unos minutos y se me pasa.

- Lo que vas a conseguir es que te suba más, sería mejor que te taparas solo con las sábanas.

- Ahora me la quito – respondió arrastrando las palabras cansada de que nada le pareciera bien.

- Bueno..., tú tranquila, vengo en un momento.

- Déjame el bacín a mano, por favor – le pidió y al ver la expresión enfadada que le estaba poniendo la enfermera añadió – solo por si acaso.

- Nat...

- Lo siento, no puedo evitarlo.

- Intenta controlarte, Nat – la regañó – sabes que son los nervios.

- Vaaale... - respondió sin ganas de discutir, no eran solo los nervios, tenía el cuerpo cortado y Alba debía saberlo – es normal sentir náuseas después de lo que me ha pasado – murmuró para sus adentros cuando Alba ya se iba.

- Te he oído – le dijo casi en la puerta – y ya lo sé – sonrió – pero intenta controlarte.

La enfermera abrió la puerta, pero Natalia lo último que deseaba era quedarse allí sola.

- Alba – la llamó.

- ¿Qué? – se detuvo ya con la mano en el picaporte.

- ¿Puedes venir un momento?

- Claro – llegó junto a la cama con rapidez - ¿qué te pasa! ¿quieres que te ponga mejor la almohada?

- No. No me pasa nada... es solo que... – la miró y guardó silencio no sabía qué decirle para que no saliera de allí.

- No tardo ni un minuto Nat – le dijo sentándose en el borde de la cama y colocándole el pelo tras la oreja descubriendo lo que le ocurría – no tengas miedo que aquí estás a salvo.

- Ya lo sé – respondió esbozando una tímida sonrisa que mostraba lo avergonzada que le hacía sentirse el comportarse de aquella forma, pero no podía evitar esa sensación de angustia y temor – pero... no tardes.

Alba se agachó y la besó en la mejilla, dedicándole una dulce caricia. "Te quiero", le dijo mentalmente, reflejando ese sentimiento en su mirada y consiguiendo que la pediatra se estremeciese al adivinarlo.

- Vengo en un segundo – intentó marcharse de nuevo, sin embargo, Natalia la cogió de la mano y la retuvo.

- ¿Por qué discutías con Germán? – le preguntó repentinamente, buscando que la enfermera no se marchara de su lado.

- No discutía – respondió molesta, mucho había tardado en echarle en cara que le hubiese contado al médico su paseo.

- Pues él parecía enfadado y tú... - la miró en silencio, no quería que creyese que le estaba reprochando nada y por su gesto adivinó que eso era precisamente lo que estaba ocurriendo.

- ¿Yo qué? – la instó a que terminase.

- Avergonzada y... enfadada también.

- No te preocupes que Germán y yo siempre estamos discutiendo, pero nos queremos muchísimo – le dijo con tal intensidad en el "muchísimo" que Natalia sintió que se despertaban todas sus alertas. Notó una oleada de injustificados celos y frunció el ceño, molesta, pensando en lo que significaba aquello, pero optó por no decirle nada al respecto.

- Pero... ¿no era por mí?

- No entiendo... por ti ¿qué! ¿la discusión?

- Si – admitió – me daba la sensación de que me mirabais y... yo no quiero molestar, Alba..., ya estoy mucho mejor... y... entiendo que Germán pierde mucho tiempo conmigo - se detuvo y calibró como decírselo sin que pareciese que no estaba a gusto allí – es normal que se impaciente.

- Nat... - intentó interrumpirla.

- No, Alba, espera. Sara me ha estado contando los problemas que tenéis en el hospital. Y los pocos medios que hay, os faltan medicamentos, os faltan camas y...

- Nat eso no tiene nada que ver contigo, Germán...

- Alba, por favor, escúchame – le pidió y la enfermera asintió dispuesta a hacerlo - Mañana vamos a ver cuáles son los próximos vuelos y... nos vamos cuanto antes, ¿de acuerdo? En Madrid, Cruz puede hacerme todas las pruebas que hagan falta – terminó enarcando las cejas esperando una respuesta afirmativa de la enfermera que se había quedado escuchándola pacientemente sorprendida de que Maca siempre le hablase como si no trabajase para ella y siguiese perteneciendo a todo aquello.

- Nat, primero, aquí tú no molestas, segundo, mañana no vamos a buscar ningún vuelo salvo que quieras estar escuchando a Germán el resto del día y, tercero, yo ya he hablado con Laura, nos iremos en el próximo vuelo de la clínica.

- ¡Ah! – la observó sorprendida - no lo sabía... ¿cuándo será eso?

- En unos días.

- ¿Cuántos? – preguntó con un deje de impaciencia.

- ¿De verdad te quieres ir ya? – le preguntó con un aire de decepción y tristeza, estaba claro que a pesar de todos sus intentos porque la pediatra conociese todo aquello, Natalia no lo estaba pasando nada bien.

- Si – mintió, solo de imaginar el viaje en camión se ponía enferma de nuevo, pero empezaba a pensar que sería lo mejor para todos. Alba leyó en sus ojos la angustia y la mentira y se sintió aliviada, quizás se equivocaba en sus apreciaciones y lo que Natalia buscaba era huir de lo que comenzaba a sentir allí.

- Ya... - se agachó y la besó con dulzura – vas a tener que aprender a mentir mejor – sonrió - ¡te apetece muchísimo hacer un viajecito de cuatro horas en camión!

- Alba... yo... - no encontraba las palabras para justificarse después de verse descubierta y enrojeció levemente.

- ¿Sabes, Nat! tenías razón el día que me dijiste que no eras la misma, que habías cambiado – le dijo clavando sus ojos en ella y manteniendo su mano entre las suyas, la pediatra se temió escuchar algo que no quería – eres aún más cabezona que antes, aún más reservada y sigues ocultándome lo que sientes y lo que te ocurre.

Natalia apretó los labios y oscureció la mirada. Estaba cansada de luchar contra todo y allí en Jinja, estaba experimentando una sensación de libertad y tranquilidad que no sentía desde hacía mucho tiempo, siempre encerrada, siempre mirando por encima del hombro cuando salía, siempre temiendo. 





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