La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 37

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By marlysaba2


Mientras Alba entraba en el comedor mucho más tranquila. Germán había reservado dos asientos junto a él y se sorprendió al ver que la pediatra no la acompañaba.

- ¿Y Lacunza?

- No sé, en la cabaña supongo.

- ¿Cómo que no sabes?

- No sé, Germán – repitió molesta.

- Pero... ¿está bien! no he querido decirle nada, pero no tenía buen aspecto.

- Creo que sí.

- Ay, Albita, ¿qué ha pasado ya! ¿habéis discutido?

- No. Quería hablar por teléfono y Margot la ha llevado.

- Pero... ¿viene ahora?

- No sé – respondió.

- Y me tengo que creer que no habéis discutido – le dijo moviendo la cabeza con un esbozo de sonrisa condescendiente.

- Cree lo que quieras.

- Vamos a ver ¿qué ha pasado? – se interesó de nuevo.

- No ha pasado nada – le dijo haciéndole una seña de que no era ni el momento ni el lugar.

- De acuerdo – sonrió comprendiéndola - ¿hace un café después de cenar?

- No – se negó con rapidez, pero al ver el ceño fruncido del médico intentó justificarse - He estado hablando con Sara, y... me voy a quedar en el hospital, me ha dicho que tenéis mucho lío.

- Sí, hay nuevos ingresos – suspiró – y me toca estar de guardia toda la noche.

- Yo os hecho una mano.

- No hace falta, además...

- ¿Qué? ¿temes que nos pillen? – lo interrumpió molesta, no quería volver a la cabaña con Natalia y pasar la noche en el hospital era la mejor opción que se le ocurría.

- Sabes que no es eso – respondió – no me gusta que Lacunza se pase sola toda la noche, aún no está bien y...

- Ya iremos a echarle un vistazo, no te preocupes que está mejor – saltó con rapidez manifestando una indiferencia que no sentía.

- Entonces, ¿ni un café rapidito?

- Bueno, uno – sonrió, no sabía como pero cuando Germán la miraba de aquella manera, al final, siempre terminaba convenciéndola.

- Hoy lo preparas tú que yo voy a llevarle algo de cena a esa cabezona.

- Tenía el estómago revuelto no creo que cene.

- Ya me encargaré yo de que no sea así – murmuró dando buena cuenta de su plato.

Alba lo miró y sonrió para sus adentros, Germán cada día se mostraba más interesado en Natalia y no solo en su salud física. Le agradaba la idea de que recuperaran su amistad, eso podría beneficiar sus planes, porque estaba segura de que Natalia le había mentido, después de pensar en sus palabras y en la expresión de sus ojos, tenía clara una cosa, Natalia acababa de hacer lo que ya le había dicho, intentar alejarla de ella, pero no lo iba a conseguir tan fácilmente, aunque quizás no estaría mal que tomase un poco de su propia medicina. De momento, estaba muy enfadada porque la hubiese tratado de ese modo, ¿quería tenerla lejos! pues iba a darle lo que deseaba, "ya me llamarás y me pedirás que me quede a tu lado, hasta que no lo hagas, tendrás lo que quieres", pensó terminando su cena sin escuchar el parloteo de sus compañeros.

En la cabaña, tras casi dos horas sola, Natalia no dejaba de darle vueltas a lo que había hecho y dicho. La enfermera no había vuelto a aparecer por allí y ella estaba comenzando a desesperarse. La puerta se abrió y Natalia miró esperanzada en que fuese Alba, pero era Germán.

- Buenas noches Lacunza – sonrió y cambió rápidamente la expresión, frunciendo el ceño - ¿se puede saber qué haces ahí sentada todavía?

- ¿Qué es eso? – inquirió obviando su pregunta.

- Tu cena – respondió – no me pongas esa cara que debes comer algo.

- Buf – resopló, ¡lo que le faltaba a la noche! discutir con Germán.

- Comes muy poco y como sigas así vas a tener una recaída.

- Ya como más - protestó.

- Sí, pero que yo te vea – le dijo colocándosela delante en la pequeña mesita auxiliar.

- No tengo ganas – le dijo arrugando la nariz - ¿y Alba! ¿dónde está?

- En el hospital – respondió y viendo que Natalia se sobresaltaba se apresuró a explicarse – echándonos una mano, hoy ha sido un día complicado y hay varios ingresados, Alba se ha ofrecido para quedarse con ellos por la noche.

- Ya...

- Hará un turno de cinco horas y luego la relevará Maika, la otra enfermera, ¿la recuerdas?

- Si – murmuró.

- Anda come.

- ¿No va a dormir aquí?

- Ya te he dicho que va a estar en el hospital.

- Vale – aceptó cabizbaja.

- Como no te tomes esto, se acabaron los paseos – la amenazó al ver que seguía sin probar bocado – empiezo a pensar que no te sientan nada bien.

- Sí que me sientan – protestó – me abren el apetito.

- Ya lo veo – sonrió burlón.

- Déjame respirar un poco, por favor – le pidió cansada de su insistencia – me duele la cabeza y la leche no me gusta, si me obligas me va a sentar mal.

- ¿Otra vez te duele la cabeza?

- Si – suspiró.

- ¿Te has tomado algo?

- No.

- Bueno – dijo levantándose – métete en la cama que ahora te traigo un analgésico - se dirigió hacia la puerta.

- Germán – lo llamó con timidez.

- ¿Qué pasa Lacunza? – se volvió extrañado de aquel tono.

- No puedo sola – reconoció bajando los ojos avergonzada y enrojeciendo levemente por tener que pedírselo a él.

- Eh... perdona – acudió con presteza a su lado y sin esfuerzo la levantó y la sentó en la cama – ya está – le sonrió cariñoso – no pongas esa cara de angustia que no pasa nada por pedir ayuda, ¿necesitas algo más?

- No, no, lo demás ya puedo yo, ¡gracias!

- De nada, mujer – respondió con ternura – ahora vuelvo.

Natalia se quedó mirándolo, se sentía triste, muy triste. No tenía motivo porque era ella la que había querido que las cosas fueran así, la que había movido sus piezas para que Alba no siguiese por el camino que iba, y no hacía ni un par de horas que se había alejado cuando ya sabía que no podía estar sin ella, que se desesperaba solo de pensar que estaba enfadada o lo que era peor, que pensase que no la necesitaba, porque no era así, la necesitaba a su lado y mucho. Las lágrimas pugnaban por salir de nuevo, pero esta vez Natalia intentó controlarse, Germán regresaría en unos minutos y no quería que se burlase de ella.

Alba esperaba que Germán regresara de la cabaña, estaba deseando saber cómo se encontraba Natalia. Por eso, cuando lo vio llegar del lado opuesto procedente del hospital y pasar de largo, se sorprendió y lo llamó extrañada.

- ¡Germán! ¡ya está el café! – gritó por encima del sonido que producía el viento en la copa de los árboles y que cada vez era más fuerte. El médico volvió sobre sus pasos.

- Ahora mismo vengo, voy a la farmacia a por unos analgésicos.

- ¿Para Nat? – preguntó preocupada.

- Si – respondió con seriedad siguiendo su camino.

- ¡Germán! – lo llamó alertada por la expresión de su rostro - ¿pasa algo?

- Ahora hablamos – respondió – le llevo los analgésicos y vuelvo en un minuto.

- ¡Germán! – lo retuvo – dile... dile que no... voy a dormir esta noche.

- De acuerdo – aceptó sonriendo "ya se lo he dicho", pensó emprendiendo la marcha.

- ¡Germán! – lo llamó de nuevo.

- ¿Qué? – se giró impaciente.

- Eh... dale las buenas noches de mi parte.

- Y... ¿por qué no se las das tú? – le preguntó con retintín.

- No. Hoy no – respondió mohína.

- ¿Se puede saber qué ha pasado?

- Nada – respondió secamente.

- La dejo salir un día más, si vuelve como hoy se queda aquí hasta que esté en plenas condiciones – la amenazó con el dedo – os lo aviso para que no vuelva a pasar "nada" – le dijo con retintín.

- Germán... - lo fulminó con la mirada.

- ¡Vaya dos! – exclamó resignado dándole la espalda y mirando al cielo, comenzaban a caer gruesas gotas.

Aceleró el paso y entró en la cabaña a toda prisa. Natalia estaba en la cama, recostada y con los ojos como platos mirando hacia el exterior por la ventana.

- ¿Va a haber tormenta? – le preguntó con un deje de temor, al verlo llegar.

- No me digas que te asustan – le dijo burlón.

- No – murmuró mintiendo, le daba pánico la idea de estar allí sola y la idea de que la tormenta los dejase sin luz.

- Bueno... vamos a ver qué tal tienes la tensión – le dijo sentándose a su lado tendiéndole un vaso de agua con los analgésicos – tómate esto.

- ¿La tensión por qué?

- Ya me ha contado Alba lo que te ha pasado por el camino y quiero ver qué tal está – le explicó.

- No hace falta que...

- Te quieres callar – le ordenó volviendo a empezar, Natalia lo miró pensativa mientras se la tomaba, parecía cansado - ¡joder, Lacunza! la tienes altísima, no me extraña que te duela la cabeza – le dijo barajando la posibilidad de preguntarle qué le había pasado con Alba, seguro de que su estado se debía a aquella discusión, pero finalmente decidió no alterarla más.

- Sí, a veces me sube un poco – le comentó sin darle importancia.

- Esto no es un poco – le dijo frunciendo el ceño – te vas a tomar esto también.

- Germán... - protestó – estoy harta de pastillas.

- Y yo de tonterías y no me quejo – soltó con rapidez esperando una respuesta airada por su parte, pero Natalia desvió la vista y apretó los labios, tomando de su mano lo que le daba y tragándosela sin rechistar – Alba me ha dado las buenas noches para ti – le confesó esbozando una sonrisa y con los ojos bailando divertidos.

- Vale – le dijo con aire de decepción.

- ¿Tú no quieres que le diga nada de tu parte?

- No – respondió secamente.

- Pues... si no quieres nada.... descansa – le dijo levantándose de la cama - buenas noches – le deseó apagándole la luz y saliendo de la cabaña con un portazo.

- ¡Germán! ¡no apagues la luz! – gritó, pero el viento impidió que el médico la escuchase.

Natalia se quedó completamente a oscuras, sintiéndose más sola y vacía que nunca. Se dispuso a conciliar el sueño, pero sabía de antemano que le iba a resultar muy difícil, no dejaba de darle vueltas a las palabras de Alba "¿de quién crees que sigo enamorada yo?", ¡si le hubiese visto la cara! sabría si lo había dicho de verdad o solo por animarla. Cerró los ojos deseando quedarse dormida pero no había forma de lograrlo y para colmo la cabeza le daba vueltas, mareada, hastiada, y con un dolor de cabeza que lejos de disminuir parecía ir aumentando.

No sabía cuántas horas llevaba así, con los ojos cerrados, escuchando tronar a lo lejos, con el miedo metido en el cuerpo y cada vez más cansada y nerviosa, cuando súbitamente, escuchó abrir la puerta. Entornó los ojos con temor, y vislumbro una figura conocida, Alba estaba entrando con sigilo, no pudo evitar sonreír, contenta y aliviada de tenerla allí, seguro que venía a ver cómo estaba y seguro que ya sí que podría conciliar el sueño.

La enfermera se detuvo un instante junto al armario escuchando, tentada a acercarse a Natalia, pero, incapaz de oír su respiración pausada, se cercioró de que no dormía, "con que estás aún despierta", pensó con una sonrisa, "es lo que querías, es lo que tienes", se repitió satisfecha de ver que no se había equivocado en sus apreciaciones, "venga pídeme que me quede, vamos Nat, pídemelo, si ni siquiera puedes dormir con la tormenta y encima Germán te ha apagado la luz, venga, no seas orgullosa, pídemelo", repetía mentalmente. Natalia esperaba impaciente que la enfermera acudiese a su lado, sin embargo, Alba cogió algo de ropa, y la pediatra comprobó con angustia como ni siquiera se acercaba a la cama y después se marchaba. Natalia no se atrevió a decirle nada y volvió cerrar los ojos, decepcionada, asustada y con un nudo en la garganta. La enfermera se detuvo en el exterior, empapándose con la lluvia y dudando un instante, incómoda con la situación y calibrando si estaba obrando bien. Natalia le había confesado sus miedos y ella, al dejarla allí le estaba fallando, pero "si es lo que quieres..." murmuró para convencerse. Dio una carrera y, chorreando, entró en el hospital.

Un par de horas después, en plena madrugada Natalia se removía inquieta, una figura estaba frente a ella, sus profundos ojos negros le decían que se le había terminado el tiempo, "ya no puedes esconderte más", le dijo con voz ronca, "has sido tú, tú y solo tú eres la culpable", le dijo zarandeándola con fuerza por ambos brazos. Despertó sobresaltada. Y sintió un profundo alivio, esa figura ya no la podía retener más, "es una pesadilla", respiró aliviada, había despertado.

Miró a su lado y una mujer yacía junto a ella, ¡Alba! estaba allí, había vuelto a dormir. La tocó y su cuerpo inerte se giró hacia ella, ¡muerta! Sus ojos en blanco y el tajo, de lado a lado de su garganta, le indicaban que así era. Intentó gritar, intentó levantarse y salir corriendo de allí pero no podía, algo la retenía y la mantenía sujeta a la cama, junto a aquella mujer que... ¿ya no era Alba! ¡era una desconocida! Miró sus piernas, estaban libres de sujeción sin embargo no podía moverlas, ¿por qué no podía moverlas! ¿qué le estaba pasando! no podía huir de allí, estaba atada a aquella mujer. Aterrada dirigió sus ojos de nuevo hacia aquel rostro desconocido, ¡nooo! era ella, era Alba, su corazón se desbocó, trató de tranquilizarse, respiró hondo, intentó relajar su cuerpo, pero con ella allí al lado, rozándola, notando su frialdad, era imposible. Sentía unos escalofríos profundos por todo su cuerpo. Estaba paralizada, no podía pensar, sentía que la sangre corría muy rápido, su corazón a punto de estallar...

Abrió los ojos, su respiración se relajó, miró a su izquierda, seguía sola en la cama. "Al fin", pensó, "necesito ir al baño, seguro que Evelyn está aquí al lado", se dijo intentando calmarse, pero al sentarse en la cama comprendió que todo era diferente, "¿dónde estoy y que hago aquí?", se preguntó aturdida. Rápidamente cayó en la cuenta, suspiró agotada, echándose otra vez en la cama. Tenía que hablar con Vero, no era capaz de recordar qué era lo que le decía sobre los sueños dentro de sueños, tenía que preguntarle por aquella pesadilla.

A la mañana siguiente Natalia despertó y comprobó que seguía sola, la enfermera no solo no había vuelto si no que ni siquiera había ido a llevarle el desayuno. Alargó la mano y miró el reloj, era demasiado tarde, ¿por qué la habían dejado dormir tanto? Se incorporó y el leve dolor de cabeza que sentía se acrecentó hasta el punto de hacerla tumbarse otra vez y cerrar los ojos llevándose la mano hasta ellos en un gesto instintivo de taparse la luz que le molestaba.

De pronto, la puerta se abrió y Germán entró en la cabaña, dispuesto a averiguar qué había ocurrido entre ellas. ¡Vaya noche que le había dado la enfermera!

- ¡Lacunza! ¿piensas quedarte en la cama todo el día? – dijo entrando con decisión y comprobando que Natalia aún permanecía allí tumbada, aunque ya debía hacer rato que había despertado.

- ¿Nadie te ha dicho que es de mala educación entrar sin ser invitado?

- Vamos, vamos, Lacunza, hace unos días no estabas tan remilgosa, anoche mismo – le recordó y se arrepintió e hacerlo al ver la expresión de la pediatra - además, ya casi somos como de la familia... te he visto... todo - se burló de ella y se sentó en la hamaca que Alba mantenía junto a la cama - ¿Y ahora qué?

- ¿Qué de qué?

- Mujer, ya sabes..., ¿qué vamos a hacer ahora?

- ¿Vamos? – preguntó desconcertada y él asintió – mira Germán, hoy especialmente, me duele mucho la cabeza y estoy de un humor de perros – lo avisó exasperándose ante la sonrisa burlona de él.

- ¿No se te ha pasado en toda la noche? – le preguntó frunciendo el ceño, empezaba a no parecerle normal que le durasen tantas horas aún tomando los analgésicos.

- No – respondió mohína - ¿me vas a decir a que te refieres o no?

- Bueeeeno – dijo burlón - ¿qué piensas hacer tú?

- ¿Yo? ¿qué pienso hacer con respecto a qué?

- A Alba – le soltó dejando a Natalia perpleja, rápidamente pensó que la enfermera le había ido con el cuento y le había hablado de la discusión de la noche anterior.

- Nada.

- ¿Nada! ¿cómo que nada?

- Esperar.

- ¿Esperar?

- Sí, esperar a que se le pase el mosqueo. No tengo por qué darle explicaciones de a quién llamo o dejo de llamar – lo miró haciendo un gesto de hastío.

- ¿Eso es todo? Quizás se merezca una explicación o...

- No pienso hacer otra cosa – le respondió molesta, "¡hasta ahí podía llegar! no pienso disculparme por desear hablar con Vero", pensó - Además, no sé por qué tengo la sensación de que ésta es una conversación estúpida... - dijo Natalia, haciendo un intento de incorporarse para levantarse de la cama sin importarle en lo más mínimo su desnudez – ¿me alcanzas la ropa?

- Coño Lacunza – protestó levantándose y dándose la vuelta con pudor.

- ¿No dices que somos de la familia?

- Si... pero... no me hagas estas cosas que uno no es de piedra y... - respondió consiguiendo arrancarle una sonrisa.

- No seas payaso – le dijo comenzando a vestirse – y no te metas en mi vida, que ya te metiste bastante hace años.

- No debías dormir desnuda, puedes coger frió y...

- No lo hago, esto... es... ha sido solo esta noche – respondió sin querer decirle la verdad, Alba se fue sin sacarle su ropa y luego ella echó a Margot sin acordarse de pedirle que lo hiciera, cuando apareció Germán tampoco se acordó de ello y luego, no tuvo más remedio que meterse en la cama así, sin nada, no se atrevió a bajar a la silla e intentar buscarla ella porque ya había comprobado que no tenía fuerzas para izarse después.

Germán se giró para evitar mirarla y que ella notase cómo se había sonrojado, no quería darle ningún arma para que Natalia comenzase a burlase de él porque en sus años de disputas con ella, tenía más que asumido que en esas lides siempre terminaba perdiendo y como ella le decía "con el rabo entre las patas".

- Tal vez sea porque no me dejas otra opción, Lacunza. Vienes aquí y revolucionas a mi enfermera milagro y ¿pretendes que me quede de brazos cruzados?

- Puede que sea eso, sí... – respondió sarcástica - ¡venga ya! que nos conocemos. Tu enfermera ya te ha ido a llorarte.

- Alba no necesita contarme nada para que yo sepa cuando no se encuentra bien – le dijo muy serio – y no me gusta, no me gusta verla así.

- ¿No se encuentra bien! ¿qué le pasa? – preguntó con rapidez y un deje de temor en sus palabras malinterpretando lo que él quería decirle y borrando inmediatamente aquel aire de indiferencia que había mantenido en toda la conversación, el médico no pudo evitar sonreír para sus adentros - Germán... ayer... parecía cansada y distraída y... va mucho a Jinja... y... - la preocupación que sentía la hizo hablar con precipitación y sin sentido, balbuceando las ideas que le pasaban por la mente.

- A ver, Lacunza – volvió con el tono burlón – céntrate que no me entero de nada.

- Quiero decir que... ¿No habrá pillado algo?

- No se trata de eso, Lacunza, y lo sabes, conmigo no te hagas la tonta.

- Germán, no voy a hablar contigo del tema – gruñó enfadada por la cara socarrona que le tenía puesta el médico.

- Luego.. hay un tema – la pilló desprevenida – Mira..., Lacunza.... ni quiero meterme en tu vida, ni pretendo que me cuentes tus cosas, pero... hazlo con ella. Habla con Alba.

- Me da la sensación de que estás tú muy interesado en esto y me pregunto ¿por qué? – le respondió molesta y con cierta maldad que él captó rápidamente.

- Ya que hablamos de sensaciones, te voy a decir las mías – respondió mohíno.

- No tengo ningún interés en saberlas. Ya te he dicho que me duele la cabeza y que...

- Lacunza empiezo a hartarme de tus esquivas respuestas y mucho más de tus desplantes... Yo lo único que te digo es que no seas tan burra con Alba. No se lo merece.

- Ya... - bajó los ojos – y... yo si me merezco todo lo que me pasa, ¿no es eso?

- No. Yo no he dicho nada de eso.

- Pero lo has insinuado – espetó casi gritando, mostrando lo incómoda que le resultaba aquella conversación – que ya nos conocemos... Germán.

- Yo no he insinuado nada – respondió poniéndose serio.

- No, tú nunca haces nada. Te limitas a joderle la vida a los demás y...

- No te entiendo Lacunza, ¿se puede saber qué coño te pasa hoy! ¿te ha sentado mal el desayuno? – alzó la voz enfadado y Natalia hizo un gesto de molestia, le retumbaba la cabeza.

- No me grites – protestó – que me va a estallar la cabeza. Y... no me puede sentar mal, algo que ni siquiera he tomado.

- Pues... primero, no digas tonterías – replicó más bajo – y segundo, tú has sido la primera en gritar, que yo lo único que quiero es que dejes de hacer sufrir a Alba – le dijo mostrándose igualmente molesto - ¿No has desayunado aún? – le preguntó más afable, pensando en dónde tenía la cabeza la enfermera, no podía dejar a Natalia allí sola hasta esas horas, sin llevarle nada para desayunar, sin darle la medicación, sin que ella pudiera salir y sin avisar de que debían ocuparse de ella.

- ¿Yo la hago sufrir? – preguntó más para sí, apretando los labios y asintiendo, decepcionada por aquel comentario – ya... y me tengo que tragar que no ha ido a lloriquear a tu hombro.

- Cree lo que quieras. No ha abierto el pico en toda la noche.

- Eso sí que no me lo trago – respondió con ironía.

- Solo para insistirme en que la reclame - le confesó sabedor de que eso podía despertar la alerta en la pediatra – quiere volver.

- Ya lo sé – respondió con abatimiento masajeándose la sien y entornando los ojos.

- ¿Tanto te duele? – le preguntó preocupado y haciendo una pausa en la que Natalia mantuvo la mano apretándose la nariz a la altura de los ojos sin responderle – Lacunza, quiero repetirte los análisis y creo que deberíamos ir a Kampala ...

- Déjame en paz – le soltó de peor humor, pensando aún en la revelación que acababa de escuchar, "¿la hago sufrir! lo último que deseo es hacerla sufrir", pensó enfadada con Alba por haberle contado su discusión a Germán – y no me vengas ahora con un aire de falsa preocupación. Vete a consolar a tu enfermera.

- Eres insoportable, Lacunza, no me extraña que Alba se largara dejándote con dos.... – se interrumpió al ver la cara de Natalia, acababa de darle un golpe bajo y lo supo inmediatamente.

- Fuera – le dijo con voz ronca señalando la puerta – déjame tranquila.

- Este es mi campamento y ésta la cabaña de Alba y tú aquí no eres nadie, no puedes echarme, así como así – le dijo en voz baja acercándose a ella, Natalia lo miró desconcertada y apretó los labios – perdóname, Lacunza, me he pasado – se disculpó al verla con las lágrimas saltadas, hablándole mucho más suave - y... ahora vamos a ver qué es lo que te pasa.

- Es normal que me duela la cabeza. Ya me lo dijo Claudia – respondió con un hilo de voz.

- Pero no lo es que solo sea esa la secuela que te queda, si es por los golpes, deberías tener más síntomas, como lagunas mentales, desorientación, vértigos, mareos...

- ¿Y quién te dice que no los tengo? – le respondió dejándolo perplejo – aunque penséis lo contrario no es mi estilo estar todo el día quejándome. Y ahora.., ¿te importa cerrar un poco la ventana y dejarme sola! por favor.

- Cierro la ventana, pero no me voy – le amenazó con el dedo dirigiéndose a bajar el estor – tu y yo tenemos que charlar muy seriamente.

Natalia abrió la boca para responderle, pero en ese instante entró Alba. Los dos guardaron silencio conocedores de lo poco que le gustaba a la enfermera que discutieran. Se dirigió directamente hacia la pediatra y le tendió un vaso, parecía no darse cuenta que Germán estaba junto a la ventana. Solo tenía ojos para Natalia, a la que miraba con el ceño fruncido y un aire de enfado, que estuvo a punto de borrar cuando la vio con aquel brillo en los ojos.

La pediatra se olvidó de lo que estaba hablando con Germán, se olvidó de su enfado al creer que Alba le había contado sus penas y de todo lo que la hacía sentir cuando se empeñaba en interrogarla, incluso se olvidó de su dolor de cabeza, solo podía pensar en que Alba había vuelto, a pesar de estar enfadada, con la excusa de llevarle un zumo, para preocuparse por ella, la hizo abandonar su rictus adusto y esbozar una sonrisa de agradecimiento, no podía evitarlo, la volvía loca con ese gesto y esa altanería, orgullosa y más guapa que nunca, "te amo", pensó, "no quiero hacerte sufrir", la miró intentando que la entendiera, "te amo, te amo, pero no puede ser, no puede ser Alba, no puede", "perdóname", le suplicó con los ojos.

- Toma, ¡cógelo! – le ordenó impaciente, mostrando que aún seguía enfadada, al ver que Natalia permanecía inmóvil con la vista puesta en ella.

- Gracias – respondió con timidez, cogiéndolo.

Ninguna podía dejar de mirar a la otra. "Dios, no me mires así que no voy a ser capaz de mantener esta pose", pensó la enfermera, que sintió un pellizco en el estómago al ver las profundas ojeras que tenía y lo pálida que estaba. "Alba, por favor, no me castigues más, prometo que hoy no llamo a Vero", pensó la pediatra.

- ¿Vendrás a comer conmigo? – le preguntó Natalia, melosa, obviando el gesto burlón de Germán que permanecía en silencio divertido con la escena.

- No, comeré fuera – le dijo secamente - Si me da tiempo regresaré para el paseo.

- Vale – asintió apretando los labios intentando disimular la desilusión que sentía ante la idea de quedarse sin paseo y de no verla en todo el día – te estaré esperando – esbozó una sonrisa conciliadora y levantó el vaso - Gracias.... por el zumo.

- De nada – respondió con frialdad sin responder a su gesto.

La enfermera se giró para marcharse y entonces vio a Germán allí plantado, que observaba con detenimiento a ambas, frunció el ceño, y salió disparada. El médico abrió la boca para decir algo, pero Natalia levantó un dedo amenazante.

- Ni una palabra – le dijo.

Germán sonrió.

- Lo siento, pero reviento si no lo digo ¡vaya par de idiotas! – soltó una carcajada – por favor Lacunza, ¡si hubieras visto tu cara!

- Por favor, Germán, déjame en paz.

- Vale, vale ya me voy – rio de nuevo – pero tu... descansa.

- No hago otra cosa.

- Hazme caso, tienes mala cara. Y lo quieras o no, si en dos días no mejoras, vamos a Kampala.

- Sabes que estas cosas son lentas.

- Lo sé, pero así nos quedamos más tranquilos, aquí no puedo hacerte todas las pruebas que me gustaría.

Germán se dirigió a la puerta y salió, pero al cabo de un segundo asomó la cabeza.

- ¿Vendrás para comer! ¿vendrás para comer! te estaré esperando – la remedó afectando la voz - ¡por dios Lacunza! ¡contrólate, qué se te cae la baba!

- Vete a tomar... - la dejó con la palabra en la boca desapareciendo de su vista, pero escuchando sus carcajadas.

Natalia tampoco pudo evitar sonreír. Luego lo buscaría para disculparse, se había pasado con él. Y.. en cuanto a Alba... lo había estropeado todo, suspiró pensando en cómo disculparse sin que pareciese que daba marcha atrás, no quería darle pie, pero tampoco soportaba verla así, enfadada y distante. Suspiró y sin ganas, comenzó a tomarse el zumo.

Germán, a pesar de sus bromas, abandonó la cabaña con una sensación desagradable, algo no iba bien, estaba seguro de ello. Movió la cabeza de un lado a otro y se detuvo en mitad del camino que llevaba al hospital, dudando si volver a ver a la pediatra. Vio salir a Alba del comedor y dirigirse a los barracones de los soldados, una idea cruzó por su mente, le iba a dar un día más a Natalia, si en ese día no la veía mejorar de verdad, pensaba llevársela a Kampala, pero antes tenía que dejarle las cosas claras a la enfermera. Corrió tras ella llamándola. Alba se giró y se detuvo, no tenía ganas de escucharlo porque imaginaba lo que iba a decirle, sabía que se había pasado dejando a Natalia sola toda la noche y parte de la mañana.

- Germán... Sé lo que quieres, pero... no te metas – le dijo antes de que pudiese abrir la boca sin ganas de discusiones.

- Eso haberlo pensado antes de estar toda la noche de mal humor y calentándome la cabeza – le respondió con seriedad.

- Lo siento – se disculpó más suave - ¿he estado muy pesada? – preguntó sin esperarse aquel reproche por su parte, era su amigo y siempre la había escuchado con gusto.

- No, sabes que no es eso. Somos amigos ¿no? – le sonrió levemente – pero eso no quita para que... te diga lo que pienso sobre Lacunza.

- Yo sé cómo tratarla, Nat es orgullosa y... hay veces ... que es mejor demostrarle que no puede tener lo que quiere cuando quiere y no puede ...

- Niña – la interrumpió - Me puede llegar a dar igual lo que os traigáis entre manos. En eso no voy a meterme, pero sí me voy a meter en tú trabajo como enfermera.

- No te entiendo – preguntó con temor repasando rápidamente todo lo que habían hecho a lo largo de la noche.

- No te asustes que no me refiero en el hospital – la tranquilizó – me refiero a Nat.

Alba suspiró y adoptó un aire defensivo.

- Antes de que digas nada...

- Mira Alba, anoche pensé en decírtelo, pero te vi tan enfadada que creí que no era el momento. Pero... después de lo de esta mañana.... Me lo he pensado mejor.

- No hace falta que me digas nada... ya sé por dónde vas.

- Aún así me vas a escuchar – respondió frunciendo el ceño - Hay cosas que no pueden ser. Nat no está bien aún, anoche cuando la vi todavía estaba sentada en la silla...

- Le mandé a Margot – lo interrumpió justificándose.

- El caso es que lo estaba, con la ventana abierta, sin la ropa de cama y... no puede ser. No puede ser que duerma desnuda, no puede ser que tenga esa tensión y ese dolor de cabeza y que la dejes allí sola dos horas... Sin decirme nada... sin ayudarla - la miró adoptando un aire autoritario – si yo no llego a ir a verla... ¿qué pasa! ¿toda la noche sentada?

Alba bajó la vista, pensativa, sintiéndose culpable, solo quería que Natalia reconociese que sentía algo por ella y dejase de comportarse como una cría, pero lo último que quería es que recayese o algo peor.

- Ni puede ser que la tengas sin desayunar hasta estas horas – continuó - Me parece muy bien que estéis enfadadas pero que eso no afecte a tus obligaciones y si te has arrepentido de cuidarla y no quieres hacerlo, me lo dices y ya me encargo yo de ella.

- Tienes razón... no volverá a pasar.

- Eso espero... porque cualquier día Nat nos da un susto y... no quiero que luego vengan las lamentaciones... que ya nos conocemos.

- No exageres que está mucho mejor – protestó levantando los ojos hacia él con miedo de que no fuera así.

- ¿Mejor? No te referirás a cuando vuelve de los famosos paseitos, porque no sé qué leches hacéis en ellos, pero procura quede aquí en adelante no se altere tanto.

- No se altera, le gustan.

- Ya sé que le gustan, pero ¡joder, Alba! que tengo que estar recordándotelo cada dos por tres, no hace ni tres semanas que salió de un coma, ya no sé cómo decírtelo. Y no puede ser que vuelva de un paseo, que se supone que es para relajarla y distraerla con la tensión por las nubes.

- Eso sí es culpa mía – reconoció – pero tranquilo que no va a volver a pasar.

- ¿Me vas a contar por qué habéis discutido! porque no me puedo creer que sea por una llamada de teléfono.

- ¿Eso te ha dicho?

- Algo así...

- Pues... no exactamente.

- No seas muy dura con ella... seguro que ha estado toda la noche sin pegar ojo, no hay más que ver la cara que tiene.

- Ya... - murmuró pensativa, recordando el mal aspecto que tenía.

- Además, ¿no te ha dado penita con la cara que te ha mirado? – le dijo esbozando una sonrisa burlona.

- No me seas liante... que yo sé lo que me hago – respondió molesta y divertida al mismo tiempo.

- Vale, pero... intenta volver para el paseo.

- Que sí, pesado.

- Es que... no quiero ni imaginarme el humor de perros que puede tener esta tarde, como la dejes encerrada todo el día – sonrió.

- Serás... o sea que todo es por tu interés.

- Pues claro, a ver si crees que lo que a mí me importa es que tú seas feliz y que esa cabezona deje de lloriquear por las esquinas. Yo lo único que quiero es estar tranquilito – sonrió posando su mano en la mejilla de la enfermera.

- ¿Te he dicho que te quiero? – le preguntó abrazándose a él.

- Alguna vez – sonrió – pero deberías hacerlo más a menudo, que a uno también le gustan los mimitos.

- Gracias – lo besó con cariño – me voy a Jinja, he hablado con André y estarán de vuelta después de comer.

- Deberías llevarte el jeep y volver antes, ¿por qué no comes con ella! está sensiblona y...

- No. Necesita estar sola – lo interrumpió sonriendo picarona y segura de lo que hacía – y... necesita pensar....

- Pero... es que antes...creo que me he pasado un poco.

- ¿Cómo que te has pasado? ¿a qué te refieres?

- Pues... que ha conseguido sacarme de mis casillas y le he dicho un par de verdades y... se ha puesto... vamos que parecía afectada y...

- Pero ¿qué le has dicho?

- Nada, una tontería.

- Germán...

- Pues que ella no puede darme órdenes, que no es nadie aquí y que...

- ¿Y tú por qué tienes que decirle nada? – le preguntó enfadada - ¿no dices que no hay que alterarla?

- ¡Me vais a volver loco! – suspiró.

- Lo que tienes que hacer es ir a disculparte – le aconsejó sabedora de que no lo haría.

- Y tú, en vez de ir a Jinja, deberías dormir un rato – le devolvió el consejo con un gesto travieso indicándole que no pensaba seguirlo.

- Ya dormiré esta noche, pero tú sí deberías echarte, pareces cansado.

- Lo estoy. No tardes, por favor – le pidió señalándola con el dedo conocedor de cómo acababan sus viajes a Jinja.

- Tranquilo que no he quedado con nadie, solo voy a comprar algunas cosas – le dijo misteriosa.

- Ten cuidado, niña.

Alba asintió, suspiró y se fue con una sonrisa en los labios en busca de André, Germán tenía razón quizás fuera mejor irse en el jeep. Así podría regresar cuando quisiese.

Alba se sentó en el borde de la cama, le había dicho que no volvería para comer, pero no había podido tener corazón y menos después de su charla con Germán, si ya tenía dudas sobre si estaría siendo demasiado radical, el médico había terminado por minar su seguridad en su plan y sembrarle el desasosiego. Y allí estaba dispuesta a almorzar en la cabaña y hacerle compañía.

Sin embargo, la pediatra estaba acostada y dormida. Germán le había dicho que le dolía mucho la cabeza, había insistido en hablar por teléfono, necesitaba hablar con Vero, pero no lo había conseguido y al final había tenido que inyectarle un calmante, porque los analgésicos no le hacían nada. Alba se preguntó si sería ella la culpable de que no se le pasaran esos dolores. Quizás Germán no se equivocaba y lo único que estaba consiguiendo en los paseos era ponerla nerviosa y alterada.

La observó con detenimiento y movió la cabeza de un lado a otro, no se le ocurría nada más que pudiera hacer para que Natalia se abriese a ella. Se dejó caer de espaldas sobre el colchón, a su lado, y cerró los ojos intentando concentrarse, intentando mantener la cabeza despejada para pensar, ¿qué podía inventarse ahora para conseguir que Natalia rompiese esa maldita coraza? "Nada", se repitió de nuevo, "asúmelo, no hay nada que puedas hacer, ya es hora que empieces a pensar en ti, en la vida que quieres llevar de aquí en adelante y hazte a la idea de que será sin ella".

Abrió los ojos un instante y la miró, la pediatra descansaba, últimamente dormía mucho, eso era bueno, pero también le preocupaba ese cansancio que parecía arrastrar y ese dolor de cabeza que la martilleaba continuamente. Cerró los ojos e hizo un nuevo intento de concentrarse, pero como siempre, sólo una cosa se atrevía a asomarse al caos de sus pensamientos, Nat, siempre Nat. Sus labios se unieron para articular su nombre, quería despertarla, quería charlar con ella aunque fuera un rato, pero evitó pronunciarlo. De pronto una idea iluminó su rostro, ¡sí! ¡eso podía ser perfecto!

Un intenso ataque de tos la sacó de sus pensamientos y la hizo girarse de costado, Natalia se intentaba incorporar, parecía no sentirse bien e, incluso, le costaba respirar.

- ¡Nat! – se sentó con agilidad y la incorporó, la pediatra no dejaba de toser – vamos respira, respira.

- Eso es... lo... que... quisiera – jadeó cuando ya se encontraba mejor.

- No hables, no seas burra – la regañó.

- ¡Joder! – suspiró al fin – me has hecho daño – le recriminó con el ceño fruncido.

- Perdona – respondió molesta – si lo prefieres la próxima vez dejo que te ahogues.

Natalia la miró y, superado el susto inicial, le sonrió agradecida.

- Tienes razón, perdona. ¿Qué hora es? – le preguntó aturdida - ¿ya es la hora del paseo! ¿tanto he dormido?

- No – le respondió mirándola fijamente – la verdad es que he regresado para comer contigo, pero... he preferido no despertarte, ya me ha dicho Germán que no estabas bien, ¿te duele mucho? – se interesó, pidiéndole perdón con la mirada.

- No – respondió observándola absorta, lo cierto es que estaba mucho mejor, "¡has vuelto para comer!", sonrió distraída.

- Pero... ¿estás bien? – le preguntó al verla con aquella expresión ausente.

Natalia no respondió, solo asintió sin quitar los ojos de ella, no podía creer que hubiese vuelto tan temprano, solo para estar allí sentada, haciéndole compañía mientras dormía. "Ha vuelto para comer, ha vuelto para comer", repetía su mente sin borrar la sonrisa de sus labios.

- ¿Dónde te he hecho daño? – le preguntó más suave ante aquella sonrisa, lo cierto es que le había dado tal tirón para sentarla que tenía que reconocer que sí que podía haberla lastimado.

- Se me ha montado aquí un... - le señaló el hombro a la altura de la espalda. Alba sonrió pensando en lo bien que le venía aquello para sus planes - ¿No me crees? – le preguntó al ver su gesto burlón - Te lo digo en serio, se me ha montado...

- Que sí, que te creo, es más, tengo el remedio perfecto.

- Ah, ¿si?

- Sí, pero me tienes que dejar hacer sin protestas.

- Uy, Uy, eso no me suena nada bien... - contestó temerosa de lo que estuviese planeando la enfermera.

- Tu escoges – le dijo burlona - o te quedas con ese nudo o te vienes conmigo.

- ¿Irme! ¿adónde? – preguntó recordando el sueño que tuvo hacía días y sintiendo un cosquilleo fruto de la inquietud que empezaba a experimentar – estoy muy cansada y...

- Sin excusas y sin protestas.

- ¿Ya no estás enfadada? – inquirió temerosa.

- No estaba enfadada, Nat – respondió con tal mirada que la pediatra no se atrevió a decir nada más sobre el tema.

- Pero... ¿adónde quieres llevarme? – le preguntó con cierto interés no exento de reservas, tras el paseo del día anterior y la revelación de la enfermera no quería darle pie a más confesiones.

- Ahora verás. ¡Vamos!

Se levantó de un salto y corrió a por la silla de Natalia.

- ¿Qué haces?. – preguntó al verla rebuscar en el armario - Alba yo....

- Busco tu ropa – respondió colocándosela encima de la cama - ¿te ayudo o puedes sola? – le preguntó al ver la lentitud con que se movía.

- Puedo sola – la miró sin entender aquella prisa – pero... Alba... yo...

- ¿Tú qué? – le dijo con genio.

- ¿No hace demasiado calor aún? – preguntó intentando que la enfermera se diera cuenta de que no le apetecía salir, estaba atontada por el calmante y aunque ya no le dolía la cabeza seguía teniendo una sensación de mareo que le provocaba ligeras náuseas.

- Vamos vístete – la instó.

- Pero...

- Pero nada – la cortó con autoridad ayudándola a vestirse y a sentarse en la silla.

Natalia se dejó hacer sin rechistar, lo último que deseaba era que Alba volviera a enfadarse con ella, había aprendido la lección, y Germán se lo había recordado aquella misma mañana, "aquí no eres nadie", cuando ya estaba lista la enfermera se situó tras ella y salió de la cabaña a toda prisa.

- ¡Por favor, Alba! – exclamó Natalia agarrándose instintivamente a los brazos de la silla ante la velocidad de la enfermera – estás consiguiendo marearme más de lo que ya estoy.

- Sin protestas, ¿recuerdas?

- No me está gustando, nada de nada, todo esto, ¿eh! es mejor que me lleves a la cabaña y que... ¿se puede saber a dónde vamos? – insistió.

- No, no se puede saber – le dijo y se paró repentinamente, se situó frente a ella, se agachó y la cogió de las manos – es el momento.

- ¿El momento de qué? – preguntó mostrándole en su mirada el miedo que sentía.

- De que te decidas – respondió levantándose y tendiéndole una mano le dijo - vienes conmigo sin preguntas o te devuelvo a la cabaña, tú escoges.

Natalia la miró en silencio, deseaba ir con ella, deseaba darle la mano y dejarse llevar a donde quiera que fuese, le daba igual siempre que fuera junto a ella, como en aquel sueño, dejarse arrastrar, olvidarse de todo y seguirla hasta el fin del mundo. Pero su sentido común le decía que se estaba metiendo de nuevo en la boca del lobo, que era una encerrona y que no iba a poder salir de ella. Dudó, sin saber qué hacer.

- ¿Y bien! ¿te decides o no? – le sonrió manifestándole que no habría represalias en caso de que diese marcha atrás.

Natalia levantó la mano y cogió la de la enfermera.

- Vamos – dijo devolviéndole la sonrisa – pero sin trampas.

- ¿Trampas yo? – preguntó misteriosa.

Natalia la miró de soslayo y se le aceleró el corazón, estaba hecho, no sabía a donde la llevaba, pero estaba segura de que podría alegrarse o arrepentirse toda la vida de lo que se avecinada porque esa cara de la enfermera se lo decía todo y de pronto sintió un grado de excitación desmedida algo que creyó no poder volver a sentir nunca más, y deseó con todas sus fuerzas llegar cuanto antes a donde quiera fuesen.

Alba desapareció camino de las cabañas de los cooperantes y colaboradores del campamento, al rato volvió satisfecha.

- Vamos – le dijo – no sé cómo apañaremos esto, pero... tienes que ayudarme a subirte al jeep.

- Ah, no, de eso nada – se negó asustada – si no sabes ni llevar la silla con calma ¿pretendes que me monte contigo en el jeep y que...?

Alba giró la silla sin mediar palabra y se encamino hacia la cabaña.

- ¿Qué es lo que se te ha olvidado? – le preguntó Natalia extrañada de aquel viraje.

- ¿Olvidarme! nada, te quedas aquí - le comunicó – ya iré yo sola o ... quizás... le pida a Sara que me acompañe – sonrió para sus adentros.

- Pero... pero... ¡para un momento! ¡Alba!

- ¿Sin protestas?- repitió.

- De acuerdo, cierro el pico, pero... no corras – le indicó con el dedo.

- Prometido – sonrió – no corro.

Minutos después, Natalia mantenía los ojos cerrados con una expresión de placer en su rostro.

- Alba... - murmuró – esto es... ¡estupendo!. - dejó escapar un ligero ronroneo de gusto - ¡más fuerte, Alba! – instó - dame más fuerte.

La enfermera continuó paseando sus manos por la espalda de la pediatra que aún no entendía como aquello estaba siendo real. Alba la había llevado a una especie de pequeña ensenada, con una arena finísima en la orilla de un pequeño riachuelo, afluente del Nilo, que pasaba justo por detrás del campamento. Se trataba de un recoveco alejado de todo, con el sonido de la cascada del lago Victoria al fondo y un agua templada que era toda una gozada.

La había desnudado asegurándole que a ese lugar jamás iba nadie, la había tumbado en el agua boca abajo, sobre una especie de colchoneta que ni flotaba ni dejaba de hacerlo de forma que estaba metida en el agua unos centímetros y al mismo tiempo podía rozar con sus manos la orilla. El vaivén del agua y aquél masaje la estaba dejando nueva. La enfermera deslizaba sus manos con delicadeza por su cuerpo sin poder evitar una sensación de ternura mezclada con angustia cuando comprobaba aún las señales de la paliza que le habían dado.

- ¿No te duele? – le preguntó rozando ligeramente uno de los moratones más visibles.

- Hummm – respondió sin ganas de hablar.

- Eso es que sí o que no – preguntó sonriendo.

- No – suspiró.

- No te vayas a dormir – la avisó – la primera vez que vine aquí yo estuve a punto.

- ¿A punto de qué? – preguntó interesada de pronto en la conversación.

- De dormirme.

- ¿Quién te enseñó este sitio? – se atrevió a preguntar con curiosidad.

- Germán – respondió pensativa – al principio me costó adaptarme a todo esto y... bueno... un día que fue especialmente duro... Germán me montó en el jeep y me trajo aquí, nos sentamos allí, en aquella roca – señaló con el dedo y la pediatra se incorporó apoyándose en el codo para ver el lugar que le indicaba - metimos los pies en el agua y... en fin – se cortó – que desde entonces he vuelto con frecuencia.

- ¿Con Germán?

- No – sonrió – la verdad es que desde que llegó Sara ha sido con ella con la que me he venido siempre, nos gusta nadar... desnudas – le contó dibujando una maliciosa sonrisa, al ver el ceño de la pediatra que se había quedado seria de pronto, sonriendo para sus adentros continuó – no imaginas el gusto que...

- Ya... ya... puedo imaginarlo – respondió cortándola con cierto malhumor que divirtió a Alba "está celosa", pensó satisfecha de su pequeña mentira.

Continuó con el masaje y guardaron silencio unos minutos, Alba disfrutando de aquellos momentos de intimidad y Natalia, al principio molesta por cómo se había sentido ante aquella confesión y lo que le hacía pensar de ellas dos allí desnudas y nadando y luego, dejándose llevar por aquellas manos que estaban logrando milagros en su espalda, hacía mucho tiempo que no tenía la sensación de relajación y falta de dolor que estaba experimentando.

- ¿Cuánto hace que no te daban un buen masaje! tienes esto fatal – le dijo cambiando de tema.

- Ummm – gruño adormilada – mucho – musitó de nuevo sin ganas de charla solo concentrada en el placer que le hacía sentir aquellas manos recorriendo su cuerpo.

Alba continuaba frotándole la espalda, de pronto se detuvo.

- ¿Está bien así o la señoritinga prefiere que siga? - le dijo irónica al ver que era capaz de quedarse dormida y de eso nada.

- Mmm.... sigue - contestó ignorando por completo su tono - está muy... pero que muy bien... así...

- De acuerdo – dijo dedicándole unos minutos más al término de los cuales le comunicó - mi turno...

- Eh? – preguntó creyendo no haber escuchado bien.

- Mi turno – repitió con una sonrisa de satisfacción al comprobar cómo estaba disfrutando la pediatra.

- ¿Tu turno? - protestó Natalia - ¿cómo que tu turno? ¡Yo soy la enfermita!

- Tú lo que eres es una caradura – rio – enfermita, ni enfermita. Mi turno – repitió.

- ¡Pero si no llevarás ni cinco minutos!

- ¿Cinco minutos? Pero si llevo más de cuarenta – rio – además te dije sin protestas, ¿ya lo has olvidado?

Natalia suspiró y se sentó con la ayuda de Alba.

- ¿Y cómo pretendes que pueda yo...?

- No me valen excusas – enarcó las cejas burlona, al tiempo que se tumbaba en la orilla junto a ella – que ya he comprobado que te las apañas muy bien cuando quieres. Tú verás cómo ingeniártelas pero... es mi turno.

- Tu turno, tu turno – rezongó sin ver la sonrisa burlona de la enfermera que estaba disfrutando de lo lindo.

Alba se situó boca abajo recostando la cabeza sobre los brazos, cerrando los ojos y ofreciendo su espalda desnuda a la pediatra. Suspiró y se relajó esperando el tan ansiado contacto de sus manos. Pero no se produjo y Alba, impaciente la instó a ello.

- Ahora eres tú la que tienes que estar pendiente de los cocodrilos – le dijo como si tal cosa.

- ¿Qué? – casi gritó asustada, mirando de un lado a otro, pero la carcajada que soltó la enfermera la hizo enmudecer. De nuevo se había burlado de ella.

- Vamos, Nat, empieza de una vez... - dijo descubriendo el deseo en su tono.

Natalia, apartó con suavidad el pelo húmedo que caía sobre su espalda y obedeció sin rechistar. Comenzó a masajear los hombros de la enfermera con parsimonia y firmeza, deslizando con suavidad las yemas de sus dedos, Alba no pudo evitar que un gemido escapase de sus labios y Natalia se detuvo un instante, aquello se estaba convirtiendo en un juego peligroso y no estaba segura de querer seguir jugando. Alba abrió los ojos y la miró.

- Debo admitir que tienes manos mágicas... - murmuró extasiada - ¡Sigue, por dios...!

Natalia obedeció intentando masajear sin acariciarla, pero no podía, la tenía allí junto a ella, desnuda, en aquel paraje paradisíaco y su mente se olvidada de todo. De todo menos de una cosa, la deseaba y ese deseo se acrecentaba con cada caricia, con cada gemido de ella provocado por sus manos. Tenía que romper aquel encanto, no podía dejarse llevar por él, no podía, "no puede ser, no puede ser", repetía su mente, mientras sus manos y su cuerpo le decían todo lo contrario.

- Tienes aquí un buen nudo – le dijo en tono profesional en un intento de romper aquel silencio embriagador - ¿no te dolía?

- No – susurró.

- Esto va a ser de esa maldita cama en la que me haces dormir todas las noches – continuó al tiempo que se le escapaba un suspiro que sí respondía a los pensamientos que estaba teniendo y que a Alba no le pasó desapercibido.

- Eres una pija... - murmuró con una lentitud que indicaba el grado de relajación y gusto que estaba experimentando.

- ¿Ahora te das cuenta! siempre lo he sido, pero eso no quita para que a ti tampoco te guste dormir en ese colchón, te conozco y mira como tienes la espalda.

- Te reconozco que en ocasiones he echado de menos una buena cama y una almohada blandita y esponjosa, como me gustan a mí – murmuró suspirando.

- Y yo te reconozco que, desde que estoy aquí, intento no pensar en ello... – le confesó continuando con el masaje, distraída, bajó unos centímetros las yemas de sus dedos, justo debajo de los omóplatos – vaya diítas que he pasado sin poder moverme de ahí. No sabía que era peor, si el dolor de cabeza, el del costado o el de la espalda.

- ¡Pobrecita ella! – se burló la enfermera perdida en el placer que le provocaba ese masaje - Mmmm... – emitió un sonido de gusto – dios Nat, ¡qué manos! ya no las recordaba.

- ¿Sabes lo que más echo de menos? – preguntó la pediatra continuando con su parloteo en un intento de desviar su atención - el olor a un buen suavizante.

- En serio te supone tanto problema dormir aquí – preguntó molesta sin ver la sonrisa de triunfo de la pediatra que había logrado que la enfermera no se dejase arrastrar por el masaje.

- No es eso, simplemente creo que deberíamos darle un respiro a nuestras respectivas espaldas y permitir que descansaran en una buena cama.

- Ya... y... ¿qué propones! ¿qué en el próximo viaje vengamos con un cargamento de colchones? – preguntó entre molesta y resignada.

- No – dijo con un esbozo de sonrisa que la enfermera no pudo ver - propongo que dejemos este campamento y pasemos unos días en Jinja, en un buen hotel, yo invito, estoy mucho mejor y estoy harta de ...

- ..de todo esto, estás harta del hospital, de Germán, de mis amigos y de mí ¿no es así? – saltó molesta sentándose de pronto y encarándola malhumorada – la niña rica no soporta esta miseria.

- Que no mujer, no te pongas así, que no es eso – sonrió de nuevo y la empujó levemente, recostándola con suavidad, Alba ante aquella sonrisa misteriosa se dejó hacer "no es mala idea", pensó, pero luego la desestimó, "no, no y no, tienes que disfrutar de esto, conocerlo y valorarlo".

Natalia lanzó un suspiro de incomprensión, había logrado lo contrario de lo que pretendía, solo deseaba corresponder a todas sus atenciones.

- Perdona si te he ofendido – le dijo sumisa, "no ves que si tengo que dormir en el suelo...dormiré... con tal de hacerlo a tu lado", pensó.

Alba también suspiró, pero ahora divertida por su tono y rendida ante aquellas manos.

- Míralo por el lado bueno – dijo Alba usando la frase preferida de Germán, sin rastro del enfado que había mostrado tener y entornando los ojos con otro gemido, ante esas manos no tenía fuerza de voluntad alguna - Si tuvieras un buen sitio para dormir sería mucho más difícil, aunque de por sí ya lo es, lograr sacarte de la cama.

Natalia sonrió, la enfermera tenía razón, sus problemas de insomnio se habían esfumado y, aunque seguía costándole un poco conciliar el sueño, cuando lo hacía era capaz de estar doce horas seguidas durmiendo, a pesar de la cama. Hacía años que no descansaba tanto y tan bien. Aunque de vez en cuando, siempre que discutía con ella, volviesen las pesadillas. Tenía que reconocer que la enfermera había acertado y el llevarla allí, le estaba sentando muy bien.

Abstraída en esa idea sus dedos dejaron de recorrer los hombros de Alba y casi sin darse cuenta comenzaron a deslizarse por toda su espalda, como solía hacer antes, los mantuvo ejerciendo una ligera presión a la altura de la cintura de la enfermera. Alba no rechistó, no sabía si era intencionado o no, pero lo cierto fue que Natalia dejó de pasar con suavidad las yemas de los dedos por su espalda y comenzó a recorrerla con sus palmas, incluso a coger un poco de carne en la palma de su mano, Alba sonrió "esto es un magreo en toda regla como dirían en el pueblo", "salvo que sea un nuevo método de masajear y yo, después de cinco años aquí, me haya quedado anticuada", "no, no, nada de masaje, ¡esto es un magreo!", sonrió.

Natalia continuó ahora con una suavidad y una ternura que ratificó en la enfermera que aquello nada tenía que ver con un masaje, Natalia la estaba acariciando, primero con parsimonia, suavidad y ternura y luego acelerando un poco el ritmo, Alba recordaba lo que venía detrás y sintió un grado de excitación extremo, sin poder evitarlo de sus labios se escapó un leve gemido. De pronto Alba notó que el cuerpo de Natalia se estremecía, notó cómo se crispaban sus manos y cómo se erizaba toda su piel.

La pediatra se apartó con rapidez, volviendo a la realidad de lo que acababa de hacer, algo avergonzada por ello. "Serás imbécil, ¿qué coño has hecho! a ver ahora como le explicas...", se dijo alterada, no entendía cómo se había dejado llevar así.

- Necesito salir del agua, empiezo a tener frío – le dijo súbitamente a la enfermera.

Alba la miró sonriendo.

- ¿Seguro que es frío? – preguntó burlona tumbándose boca arriba y clavando sus ojos en ella, Natalia no pudo evitar mirar su pecho y luego sus labios – yo te noto... muy...

- Por favor, ayúdame a salir – le pidió alterada, comenzando a temblar.

- Nat... – intentó tranquilizarla – no pasa nada. Es normal que te hayas... excitado.

- ¿Qué? – casi gritó – yo no me he excitado, no... no es eso... tengo frío – repitió presa del nerviosismo.

- Si te has excitado – le dijo divertida por su azoramiento, incorporándose y sentándose junto a ella – vamos Nat, que pareces una quinceañera, no va a pasar nada que no quieras o no desees que pase.

Natalia la miró con el ceño fruncido y apretó los labios en una mueca, cruzando los brazos sobre el pecho y castañeteando los dientes.

- Alba, por favor, no te montes películas... – se defendió atacando – además yo no....

- Vale, perdona, me he equivocado – se disculpó - anda venga, vamos a secarnos que no quiero que cojas frío – le dijo admitiendo su justificación.

"¿Frío?", pensó Natalia sin recordar su excusa, "te aseguro que tengo de todo menos frío, si tiemblo no es por eso". Alba le sonrió mientras la ayudaba a secarse, "tú dirás lo que quieras, pero lo he notado, te has excitado", pensó la enfermera.

- ¿Qué dices? – preguntó Natalia.

- No he dicho nada – respondió la enfermera temiendo haber expresado sus pensamientos.

Natalia negó con la cabeza incrédula, estaba segura de que Alba había dicho algo entre dientes.

- No me gusta que me sigas la corriente y luego murmures por debajo.

- Que no he murmurado nada – protestó – ¿tanto te molesta reconocer que aún puedes excitarte por... alguien... alguien que no es tu mujer?

- Si fuera así no tendría problema en reconocerlo – respondió malhumorada – pero no lo es. Que te quede muy claro que no me he excitado. A lo mejor has sido tú – la acusó.

- ¿Yo? – soltó una carcajada con gesto despectivo – ¡por favor, Nat! ¡excitarme yo!

Entonces ocurrió algo que dejó a la enfermera descolocada, los ojos de la pediatra se anegaron de lágrimas y con pudor bajó la vista para no descubrirle el daño que le había hecho aquella risa, aquel gesto de desprecio y aquellas palabras, sintiendo que Alba se burlaba de ella y de la idea de que pudiese sentirse atraía por alguien en su situación.

- ¿Qué pasa, Nat?

- Nada.

- Ya estamos con el nada. Primera regla de los paseos, se acabó responder nada. ¿qué pasa?

- Una tontería, no tenía que haberte dicho eso, es... absurdo.

- ¿El qué es absurdo, que yo me excite contigo? – le preguntó comprendiendo por dónde podían ir los tiros.

- Si – reconoció con un hilo de voz y la esperanza en sus ojos de que la enfermera la desdijese.

- ¿He hecho o dicho yo algo que te haya hecho sentir así? – preguntó molesta - porque yo creo que no, más bien todo lo contrario.

Natalia no levantó la vista y permaneció en silencio.

- Lo que es absurdo es que tú pienses eso, aunque sea por un instante. Siento haberme reído – le sonrió levantándole la cara y clavando sus ojos en ella con dulzura – pero hay veces, Nat, cuando no quieres reconocer las cosas, que me exasperas.

- Te aseguro - dijo con aparente calma - que nada de lo que dices me ha pasado. Solo tenía frío – mintió de nuevo.

- Y yo me lo hubiese creído si no fuera porque te has puesto roja como un tomate y, además, a la defensiva.

- Eso es mentira.

- No lo es, Nat – sonrió – pero mejor lo dejamos y volvemos, que no quiero recordar este paseo como un fiasco. He disfrutado mucho con tu masaje y espero que quieras repetirlo.

Natalia emitió un gruñido de protesta, pero no replicó y Alba soltó otra carcajada. Miró a Natalia y le acarició la mejilla.

- No seas boba – le dijo – que te va a volver el dolor de cabeza.

Entonces Natalia hizo algo inesperado, levantó su mano buscando la de la enfermera y entrelazó los dedos con ella.

- Me encantaría repetirlo – le confesó con sinceridad.

- ¿Si? – preguntó con gesto pícaro.

- Si – afirmó con un aire de timidez inusual en ella – mucho – susurró clavando sus ojos en los de la enfermera con una mirada tan profunda que Alba se estremeció y sintió que la sangre le hervía, ¡cuánto había deseado volver a escuchar aquél tono de voz insinuante mezcla de timidez y atrevimiento!

Tuvo la sensación de que la pediatra estaba pidiendo que la besara, pero no se atrevía a dar el paso temiendo errar en su apreciación y estropearlo todo y más después de la retirada que espantada que acababa de realizar la pediatra.

- Nat... si yo... un día... te besara, ¿tú qué harías?





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