La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 33

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By marlysaba2


Tras la cena, Alba permaneció unos minutos sentada a la mesa con Germán y Sara. Habían sido solo cinco días, pero tenía la sensación de no haberse ido nunca y de que al día siguiente tendría que separarse de ellos por primera vez. Sara la acompañaría en el viaje hasta Nairobi, donde se encontraría con Laura, por eso la joven tras apurar su café, se levantó.

- Alba, yo me voy ya a la cama. ¿Te vienes?

- No, Alba se queda conmigo un momento – intervino Germán - vamos a tomar otro café ¿verdad?

- Si – confirmó la enfermera - ¿te apetece otro, Sara?

- No, yo estoy muerta, prefiero acostarme ya, que mañana nos espera un día completito – les dijo con una sonrisa – tú también deberías descansar, Alba.

- Sí, voy en un momento.

- Bueno... pues... buenas noches.

- Buenas noches – respondieron al unísono.

Alba permaneció en silencio hasta que Sara salió del comedor, Germán hizo lo mismo, a la enfermera le parecía pensativo e incluso preocupado y no alcanzaba a comprender el porqué.

- ¿Quieres que tomemos el café en el porche de tu cabaña? – le preguntó el médico seguro de que sería así.

- Sí, me gustaría pasar a ver a Nat – le sonrió, Germán la conocía perfectamente y había adivinado sus deseos - no estoy tranquila sabiendo que va a estar toda la noche sola.

- No va a estar sola - respondió el médico - pensaba quedarme con ella.

Alba lo miró agradecida, por mucho que Germán se pasase el día pinchándole a Natalia y riéndose de ella, en el fondo demostraba estar más preocupado de lo que aparentaba. Ambos llenaron sus tazas y salieron del comedor camino de la cabaña. Entraron en ella y comprobaron que la pediatra estaba dormida, seguía sin fiebre y parecía tranquila. Se había quedado dormida recostada en las almohadas y el sueño la había hecho inclinar la cabeza hacia un lado, Germán la sujetó con suavidad y le retiró una de las almohadas, dejándola tumbada. La pediatra se removió un poco pero no despertó.

- Esta Lacunza, mañana tendrá un dolor de cuello que le hará olvidar el de cabeza – intentó susurrar saliendo de la cabaña.

- Deberías sacar más esta cara con ella y no estar todo el día picándola.

- De eso nada, ¿con Lacunza! ¿qué quieres, qué luego mi ex no pare de cachondearse de mí? – le preguntó retóricamente - ¡con Lacunza mano dura! que forma filas con el enemigo - bromeó.

Alba negó con la cabeza poniendo una expresión burlona, ¡este Germán no tenía remedio!

- Estoy segura de que Nat fue una idiota al perderte como amigo – le dijo sentándose a su lado en el escalón - se equivocó al escoger Adela.

- No te confundas, será mi ex, pero Adela quiere a Nat de verdad y me consta que es capaz de cualquier cosa por ella.

- Seguro... - dijo pensativa y con cierto retintín.

- ¿Sabes que desde que está aquí me ha llamado todos los días?

- ¿En serio?

- Sí, todos los días sin falta, mañana y tarde, tengo que darle el parte de cómo sigue su amiga – sonrió - por cierto, que me ha dicho hoy, que te alegrará saber que una tal Mara ha vuelto.

- ¡Joder! eso sí que es una buena noticia! – exclamó la enfermera alegre y aliviada, había estado tan preocupada por Natalia que se había olvidado completamente de la niña - ¿cómo no me lo has dicho antes?

- Yo que sé, se me ha olvidado, estaba más preocupado con Lacunza, por cierto ¿cómo has conseguido que se tome el caldo?

- ¡Ah! ya sabes...

- Ya, ya, enfermera milagro.

- Y no solo que se lo tome, si no que no vomite, que ya la conoces, empieza a pensar y a pensar y al final...

- Lo recuerdo – rió el médico – los nervios siempre en el estómago. ¡La de veces que salía corriendo justo antes de entrar a un examen!

- Nunca me lo había contado.

El médico se encogió de hombros recordando los años de facultad y los momentos compartidos con la pediatra. Guardó silencio y Alba lo observó detenidamente, parecía más cansado que de costumbre.

- Germán, ¿estás bien?

- Sí, ¿por qué?

- Pareces cansado y... preocupado.

- Bueno... un poco sí que lo estoy.

- Y... ¿se puede saber por qué?

- Me preocupan estos días... ya sabes cómo estamos de personal y... Nat... necesita ayuda y... en fin, no me eches cuentas, que ya nos apañaremos – sonrió haciendo un gesto con la mano de despreocupación.

- Yo esperaba que Nat me hubiese pedido que me quedase con ella, pero ... no lo ha hecho.

- Nat es orgullosa y aunque ha cambiado algo, si se le pincha un poco sale la Nat que yo recuerdo y esa Nat nunca te va a pedir que dejes de cumplir con tu obligación y menos por su culpa.

- Tienes razón. Pero a veces, me parece tan diferente, tan... vulnerable.... Que espero cosas que... - se detuvo mirándolo fijamente, él le sonrió cariñoso, la abrazó y la atrajo hacia él pasándole un brazo por encima y recostándola en su hombro. Alba continuó - a veces me parece una extraña y creo que quizás me equivoco con ella.

- Puede ser, aunque yo creo que no. Yo creo que eres de las pocas personas con las que la he visto ceder sin más – le dijo y la enfermera sonrió satisfecha con aquel comentario – pero también creo que debes tener cuidado...

- ¿Qué quieres decir? – le preguntó separándose de él y encarándolo con interés.

- Nat tiene su vida y... ya sé que la quieres y... que querrías recuperarla, pero... ¿estás segura de que ella también lo quiere?

- No, no lo estoy ¿se puede estar seguro de algo así?

- Imagino que no – suspiró – solo te digo que... os podéis hacer mucho daño de nuevo y... no me gustaría verte sufrir.

- Lo sé, no te preocupes que estaré bien. Ya sé que Nat tiene otra vida. Yo... solo pretendo estar ahí... por si... por si ella ...

- Tampoco me gustaría verla sufrir a ella.

- Lo último que yo deseo es que Nat sufra – le dijo con tanta intensidad que Germán sintió una ternura inmensa por ella - lo único que quiero es verla feliz.

- Y si puede ser contigo mejor ¿no? – bromeó.

- ¡Claro! – sonrió la enfermera

- Pero eso... no depende de ti, al menos, ahora no.

- Ya dependerá – sonrió misteriosa, levantándose y entrando de nuevo en la cabaña.

Germán la siguió, observó cómo se acercaba a la pediatra, le acariciaba la cara y rozaba sus labios. Natalia masculló algo inteligible y siguió durmiendo. Alba se giró hacia él, le dio un beso en la mejilla y salió dándole las buenas noches. El médico se sentó en la hamaca dispuesto a permanecer allí toda la noche. No quería dejar a la pediatra sola, aún debería estar en el hospital y no quería dar lugar a que volviera a darles un susto.

Natalia percibió que la oscura mancha se escurría bajo la puerta avanzando lentamente como una sombra que vagase libremente sin someterse a la esclavitud de seguir a su dueño. Estaba segura de que no era un sueño, había hecho esfuerzos para no dormir desde que Alba se marchó a cenar. No quería estar sola, y aunque se había adormilado un par de veces, otras tantas había vuelto a abrir los ojos sobresaltada. Estaba segura de no haberse dejado vencer por ese maldito demonio del sueño que la arrastraba a los peores momentos del día. ¿Qué era aquello? No lograba adivinar a qué pertenecía, de pronto lo supo ¡un gato! tiene que ser un gato, sus ojos brillantes en la oscuridad la observaban atentamente. "Parecen casi humanos", pensó comenzando a sentir pánico, "y... ¿si no es un gato?", se dijo asustada, mirando aquellos ojos profundos que parecían esconder tras de sí una verdad que ella desconocía.

Su pánico creció cuando aquella sombra, aquellos ojos comenzaron a deslizarse hacia ella, emitiendo una especie de gruñido ensordecedor, un gruñido que parecía cobrar sentido, ¿le estaba hablando! "no te dejaré morir", le pareció escuchar, "aún no, deje que la ayude". Escuchó aquellas palabras con un alivio que disipó el miedo que sentía, aunque aún sin dar fe a lo que acababa de escuchar. Sí, aquel ser desconocido, escondido en las sombras, poseedor de unos ojos que parecían encarnar la maldad, le estaba asegurando que la libraría de la muerte, ¿debía creerlo! no estaba segura, lo notaba cada vez más cerca, aunque no era capaz de distinguirlo en la oscuridad, ni siquiera lo oía moverse, el silencio la sacaba de quicio, necesitaba oír algo.

De pronto, de nuevo aquellos ojos clavando su inquietante mirada sobre ella. Su corazón se aceleró. Sintió que la habitación era cada vez más pequeña y que se ahogaba en ella, lo buscó con la mira y allí estaba, delante de ella, sentía su aliento, el calor de su cuerpo, ¡es él! ¡es él! pero su rostro era otro, era el rostro de una mujer, no distinguía sus facciones, pero aquella silueta era una mujer que le tendía la mano, "vamos, Nat, ayúdame", le dijo en un susurro lleno de apremio, "no puedo", pensó la pediatra, "no puedo", su cuerpo paralizado le impedía moverse, estaba a merced que aquella figura. "¿No puedes?", gruñó lleno de ira, ¡era él de nuevo! Sus ojos se tornaron más macabros que antes. En su mirada no había nada más que maldad y odio. "Es él, es él", se repitió desesperada. "Vamos a divertirnos, doctora", gruñó.

Su mente no alcanzaba a vislumbrar lo que ese bestia quería de ella. Lo tenía encima, la agarró de los brazos con una sola mano, su fuerza era descomunal, mientras con la otra, apretó sus costillas con tanta fuerza que la dejó sin respiración. "¿Qué hace! ¿qué hace?", se repetía aterrorizada sintiendo que su mano penetraba en su cuerpo y de un tirón arrancaba una de sus costillas, un dolor insoportable la hizo abrir los ojos con un grito.

- ¡Lacunza! – saltó Germán de la hamaca corriendo hacia ella.

- Es él, es él – murmuraba mirándolo con unos ojos muy abiertos, llenos de temor.

- ¿Qué dices, Lacunza! ¿quién era? – le sonrió dándole un suave golpecito en el brazo – vamos despierta, qué estas soñando.

- ¿Germán?

- Sí – volvió a sonreír - ¿se puede saber qué soñabas?

- El costado me...

- ¿Te duele? – le preguntó preocupado yendo hacia la mesa para coger su maletín.

- Si – murmuró de nuevo – la costilla.

- ¿Qué dices! ¡espabila, que sigues dormida! – le dijo intentando incorporarla - ¿te duele mucho?

- ¿Qué? – preguntó desorientada.

- El costado ¿qué si te duele mucho?

- No...– dijo mirándolo extrañada.

- Aún así voy a buscar ayuda, vamos al hospital, si vuelves a tener líquido habrá que intervenir de nuevo.

- No....

- Ya lo creo que sí.

- Que no me duele – le dijo sin entender por qué insistía en ello.

- Pero no decías que... - se interrumpió comprendiendo lo que ocurría, Natalia le había respondido adormilada, sin saber el qué - ¡menudo susto me has dado! Entonces... ¿no te duele? – repitió sin estar muy convencido.

- No – le respondió mirándolo fijamente aún asustada.

- ¿Tienes frío! estás temblando – le dijo cubriéndola con la sábana, y comprobando su temperatura.

- No... y...

- Fiebre no tienes – la interrumpió – perdona ¿y qué?

- ¿Qué?

- ¿Qué me ibas a decir?

- ¿Y Alba? – preguntó extrañada de no verla allí.

- Duerme con Sara, creí que te lo había dicho.

- Si... si, lo hizo – respondió acordándose repentinamente - No hace falta que te quedes aquí, estoy bien.

- Bueno... eso lo decido yo ¿de acuerdo? – volvió a sonreírle - ¿quieres agua?

- No – dijo suspirando y cerrando los ojos.

- Duérmete – le dijo acomodándose de nuevo en la hamaca, tranquilo al ver que solo había sido una pesadilla.

¿Dormir! pensó la pediatra, no volvería a dormir, odiaba aquellos sueños, le dejaban una sensación de desasosiego y malestar. Al cabo de un instante abrió los ojos. Germán había dejado encendida la luz de la mesilla, seguro que Alba ya se había ido de la lengua. El médico parecía dormir y Natalia se quedó observándolo, de pronto lanzó un ronquido que la sobresaltó. "Joder", pensó, "ahora sí que no voy a ser capaz de dormir", se dijo, luego volvió a mirarlo y sonrió, allí sentado tenía aquel gato que la observaba en la oscuridad y que rugía, porque aquello era algo más que roncar. Suspiró y cerró de nuevo los ojos ¡vaya días que le esperaban! lo que daría porque Alba estuviera allí junto a ella.

Al amanecer, Germán salió sigiloso de la cabaña. Alba y Sara ya estaban terminando el desayuno y la mayoría de los niños habían sido acomodados en los camiones, dispuestos para el traslado. El médico se marchó con Sara para echar un último vistazo a Clarise. Mientras, Alba que permanecía recogiendo algunas cosas de comer para el camino, no pudo evitar dar una carrera e ir a despedirse otra vez de la pediatra. Entró sin hacer ruido y se acercó a la cama, parecía dormir tranquilamente, la besó con cuidado y Natalia abrió los ojos.

- ¿Ya te vas? - le preguntó somnolienta, sobresaltando a la enfermera.

- Si, solo quería ver si estabas bien – le respondió en voz baja.

- Si – murmuró.

- ¿Te duele la cabeza? – aventuró al ver sus ojeras más marcadas que la noche anterior.

- Sí – reconoció y frunció el ceño, "Germán no me ha dejado dormir en toda la noche con sus ronquidos", pensó malhumorada, pero no dijo nada más.

- ¿Quieres que le diga a Germán que venga y te ponga un calmante? – le preguntó frunciendo el ceño, le parecía que estaba peor.

- No... no te preocupes – la miró y suspiró, sintió que se le saltaban las lágrimas, quería que se quedase con ella, necesitaba tenerla a su lado, "no te vayas", pensó. Alba creyó entender aquella mirada.

- Nat quieres que...

- No quiero nada – la interrumpió esbozando una sonrisa, no quería que Alba volviese a quejarse de ella o decirle que parecía una cría, como la noche anterior, estaba dispuesta a demostrarle a todos que no era como creían - vete, te estarán esperando.

- Sí, tienes razón – le devolvió la sonrisa con un rictus de decepción que Natalia no supo interpretar – a ver – le dijo acariciándole la mejilla, pensativa, y poniéndole la mano en la frente, la acuosidad de sus ojos le hizo creer que la fiebre había vuelto – no, no parece que tengas fiebre.

- Estoy bien.

- Pues... tienes mala cara.

- ¿Qué cara quieres que tenga? – preguntó con una mueca irónica – debo estar espantosa.

- Tú nunca estás así – le sonrió – pero... anoche – se interrumpió al escuchar el ruido de los motores, los camiones estaban arrancando.

- Anda, vete, y ... ten cuidado – le pidió preocupada.

- Lo tendré – la besó en la mejilla con suavidad – descansa y duerme un poco – le dijo mirándola con preocupación, la pediatra parecía más agotada que antes y hablaba con más lentitud, y eso no le gustaba nada, debía dolerle mucho la cabeza.

- No... - murmuró – no quiero dormir...

- Chist, calla – le dijo con una sonrisa, acariciándole el pelo – cierra los ojos.

Natalia obedeció, "no te vayas", pensó de nuevo, sintiendo una congoja enorme. Alba permaneció unos instantes acariciándole la mejilla con suavidad, con su mano posada sobre su cara y moviendo ligeramente sus dedos masajeándola como a ella le gustaba en la base de la nuca, la pediatra dejó caer, poco a poco, la cabeza hacia ese lado, reconfortada con aquel masaje, al cabo de unos instantes Natalia respiraba pausadamente, se había dormido. Alba salió de la cabaña, no sin echarle un último vistazo, "adiós, mi amor", pensó sintiendo que algo se desgarraba en su interior, quería permanecer allí y estaba segura de que Natalia lo deseaba también.

Un par de horas después Natalia permanecía en la cama con los ojos abiertos, clavados en la puerta de entrada, con la secreta esperanza de que Alba entrase a verla, pero nadie había aparecido por la cabaña desde que oyó marcharse los camiones. La sensación de soledad que tenía siempre, se había acrecentado de tal forma que empezaba a hacérsele insoportable. Por eso, cuando Margot entró en la cabaña, a llevarle un zumo, la pediatra la recibió con una sonrisa. La chica le insistió en que se lo tomase para llevarse el vaso, pero Natalia se negó, sin ganas de tomar nada, y la convenció para que se lo dejase allí, en contra de las indicaciones de Germán que le había ordenado que no se marchase sin ver que Natalia se lo bebía todo.

Margot la incorporó y le colocó las almohadas, luego se marchó dejándola de nuevo sola. Pensó en hacer todo lo posible porque Germán la dejase llamar a Madrid, quería volver como fuese. Costase lo que costase. La idea de permanecer allí un día más la estaba volviendo loca. Se sentía cada vez peor, tenía la sensación de que le había subido la fiebre de nuevo, pero recordó las palabras de Alba, "Germán no te va a dejar salir hasta que no comas", suspiró y cogió el vaso de zumo, era la única forma de no empeorar, ni deshidratarse. Además, no tenía ninguna gana de escuchar una bronca de Germán.

Haciendo un esfuerzo se tomó parte del zumo y cerró los ojos somnolienta, bajo los efectos del sopor que le provoca la fiebre. De pronto sintió en su pelo una mano que la acariciaba, y unos labios que rozaban su cuello con un dulce beso, lleno de ternura. Sin poder evitarlo, a pesar de su malestar, sus labios dibujaron una sonrisa, "¡ha vuelto!", pensó, "Alba", murmuró.

- No, soy yo – escuchó la voz de Germán y abrió los ojos sobresaltada, "¿Germán la había besado?", el médico le sonrió desde la ventana – te la he abierto, hace calor.

- Gracias – respondió con un aire de decepción que captó el médico, y comprobando que aquello que creyó un beso no era más que la ligera brisa que había producido la corriente al abrir la ventana.

- Serán solo unos días. Volverá pronto – la consoló imaginando el porqué de aquella expresión – la conozco, no dejará que vuelvas sola. Vendrá a por ti.

- ¿Por qué me dices eso?

- Porque veo tu cara y porque a ti también te conozco – sonrió – o te conocía, pero esa cara de cordero degollado, esa cara no cambia. La echas de menos y solo hace unas horas que se ha marchado – torció la boca en una mueca burlona - Te dejo que tengo trabajo. Luego me paso a darte un poco de charla. Si te apetece claro – le dijo con una sonrisa. Natalia lo miró agradecida, tenía que reconocer que se estaba portando con ella de una forma que no había esperado.

- Germán.

- ¿Qué?

- ¿Por qué nos peleamos tú y yo?

- Vete a saber – sonrió malicioso - ¿no te has terminado el zumo?

- No puedo con más – reconoció arrugando la nariz en señal de desagrado.

- Lacunza... si no pones de tu parte... - intentó reprenderla cariñosamente.

- Pondré, te lo prometo, pero... poco a poco. No puedo con más, de verdad – respondió con ojos de súplica.

- A ver – dijo acercándose a tocarla – vuelves a tener fiebre.

- Estoy cansada...

- Lo sé, he visto tu analítica – le sonrió en tono de broma – además, entre los antibióticos y lo baja que estás de defensas....

- ¡No! yo también sé que es por eso... me refería a que... estoy cansada de estar aquí encerrada, no he salido desde el día que llegamos – protestó preparando el terreno para pedirle que la dejara salir a llamar.

- Y vas a seguir sin salir – la avisó señalándola con un dedo amenazante.

- Pero... tengo ganas de darme una ducha... y... que me de un rato el aire.

- Eso es buena señal – le sonrió – en un día o dos ya veremos. De momento, no te voy a dejar salir.

- Pero... ¡Germán! aquí sola todo el día... ¡me aburro!

- Aquí, sola, aquí sola – la remedó – no te quejes que estamos todos pendientes de la señorita. Que te tenía muy mimada tu Alba y te ha mal acostumbrado – bromeó echándole en cara los cuidados de la enfermera. Natalia suspiró con nostalgia - ¿Te duele la cabeza?

- Menos que estos días.

- ¿Quieres que te traiga un libro o una revista! así por lo menos te entretendrás un rato. Aunque te advierto que casi todo lo que tengo es de medicina.

- Sí, gracias, pero.... tendrás que hacerme un favor.

- Dime, ¿qué favor?

- Me tendrás que buscar las gafas, deben estar en la bolsa de... - se detuvo al ver la cara burlona de él.

- ¿Gafas! ¡cómo hemos envejecido! – la provocó.

- Ya ves... y no solo eso... - respondió con desgana aceptando que él tenía razón, estaba echa una auténtica pena.

- Yo te veo muy bien – intentó animarla desdiciéndose al ver aquella expresión.

- Claro... - dijo con retintín – no te esfuerces... sé muy bien que...

- Que sigues teniendo ese atractivo que nos traía de cabeza a todos y... a todas – la interrumpió socarrón. Natalia sonrió valorando su intención.

- No seas adulador – le respondió mostrando el agradecimiento en su mirada – no te pega nada. Prefiero tu vena de sinceridad.

- Bueno... si es así – se detuvo sonriendo maliciosamente – Lacunza, ¡estás hecha una auténtica piltrafa! pero... ya me encargaré yo de recuperarte, para que cuando vuelva "mi" enfermera milagro – le dijo recalcando el "mi" - me gane algo más que un besito.

- A Alba ni me la toques – saltó molesta mostrando una energía que esos días parecía haber perdido.

- Lacunza, Lacunza, no cambiarás nunca – soltó una carcajada dirigiéndose a la puerta - ¿cómo vas a impedírmelo? – se burló – además... ¿tú no estás felizmente casada?

- Ni tocarla, Germán – le gritó al ver que salía.

- Tarde doctora – le dijo ya casi en el porche, dejándola completamente desconcertada y con unos celos que se moría.

Hacía horas que Alba se marchó y la echaba tanto de menos que no estaba dispuesta a permanecer allí dos semanas, como mucho unos días y luego ya se las arreglaría para volver como fuese, aunque tuviese que fletar un avión para ella sola.

Alba, permanecía mirando por la ventanilla del camión. Las primeras chabolas de la entrada a Nairobi ya se distinguían a lo lejos. Habían tenido un buen viaje, sin interrupciones ni demoras. Sara había intentado establecer varias veces una conversación larga con ella, pero al final había desistido. La enfermera no tenía ganas de charla. No podía dejar de pensar en Natalia y en que la dejaba allí, sola y enferma, no olvidaba aquella última mirada de tristeza y, aunque sabía que la cuidarían, no podía dejar de imaginarla discutiendo con Germán, negándose a comer, avergonzada por no poder valerse sola, por necesitar ayuda hasta para lo más básico e íntimo, imaginaba, conociéndola cómo se sentiría y eso la hacía desesperarse.

- No le des más vueltas – le dijo Sara dándole unos golpecitos en la rodilla viendo la expresión que estaba poniendo la enfermera - ¡y anima esa cara, mujer!

- Sí – murmuró con un suspiro.

- Va a estar bien, ya lo verás. Germán no va a dejar que le pase nada.

- Ya lo sé, es solo que...

- A todos nos cuesta separarnos de las personas que queremos, pero a veces, no hay más remedio.

- También lo sé – dijo mirando el reloj – Laura ya debe estar en el aeropuerto.

- Tengo ganas de conocer a esa Laura – le sonrió - ¿es muy amiga tuya?

- Pues... se puede decir que sí, en estos meses hemos vuelto a intimar – le confesó pensando por primera vez en la relación que mantenía con ella.

Volvió a mirar el reloj y sacó el móvil, quizás ya tuviese cobertura. Lo abrió y buscó el número, se quedó contemplándolo por un par de segundos con el dedo sobre la tecla marcar..., pensó un par de excusas que la avisaran de sus intenciones, no quería que la hiciera desistir de su decisión, pero en el último instante dudó de nuevo.

- ¿A quién vas a llamar? – le preguntó Sara sorprendida.

- A Laura, necesito... necesito decirle una cosa.

- ¡Pero si la vas a ver en veinte minutos! – rió – ¡qué impaciente eres!

- Eh..., tienes razón, mejor me espero.

- Claro, mujer, si ya estamos llegando.

Minutos después, los camiones entraban en el aeropuerto y tras detenerse en los pertinentes controles, se encaminaron por la pista camino del avión. Laura las estaba ya esperando y al parecer, los cuatro niños que ella transportaba habían sido ya embarcados. Tras los saludos y presentaciones, Sara permaneció abajo del avión organizándolo todo, había que tener mucho cuidado con Clarise, mientras, Alba y Laura subían para instalar a cada uno en su sitio.

- ¿Cómo está Nat? – le preguntó Laura, aprovechando una pausa en la que esperaban que subieran al siguiente.

- Algo mejor.

- Pues... por tu cara nadie lo diría.

- Todavía está muy débil y... no puedo evitar preocuparme.

- Pero está en buenas manos, me dijiste eso, ¿no?

- Ya lo sé, no me lo repitáis más – respondió molesta.

- Bueno, bueno, no te enfades conmigo – le sonrió conciliadora, Alba estaba peor de lo que se había imaginado, y ya se la había imaginado mal, sobre todo, conociendo todas las esperanzas que había puesto en aquel viaje.

- Pero...

- Pero nada. Nat quiere que las cosas se hagan como se están haciendo.

- ¿Y tú no?

- Yo tengo la sensación de que le estoy fallando de nuevo – reconoció bajando la vista – de que nunca llego a entenderla de verdad, de que me voy a arrepentir de haberme ido dejándola allí.

- Todavía no te has ido.

- ¿Ah, no?

- No – le sonrió enarcando las cejas.

Alba la miró perpleja y cuando estaba a punto de preguntarle qué quería decirle, subieron al último de los niños. Sara llegaba con él. Lo instalaron y la joven se despidió de ellas y bajó las escalerillas. Alba se quedó observándola solo podía pensar en una cosa, esa noche, Sara estaría con Nat y ella... ella estaría volando rumbo a Madrid. "es lo que debes hacer", escuchó la voz de Natalia.

- Espera – gritó al miembro de la tripulación que estaba cerrando la escotilla de entrada. El chico se detuvo sorprendido. La enfermera se volvió hacia Laura – no puedo irme Laura, no puedo.

- Pero... ¡Alba!

- No puedo... no puedo dejarla aquí... está... está tan ... tan... lo siento, lo siento – balbuceaba buscando una justificación para lo que iba a hacer pero solo se le ocurría una, amaba a Natalia y quería estar con ella, aunque eso significase llevarle la contraria a la pediatra. Es lo que debía hacer.

- Joder – protestó – venga, vete – la besó con rapidez – ¡corre! ya me apañaré sola – le dijo - ¡venga! que se te va a escapar Sara.

- ¡Gracias, Laura! – la abrazó y bajó corriendo las escalerillas.

Los camiones ya se alejaban del avión y la enfermera tuvo que emplearse a fondo para conseguir situarse en una posición en que pudieran verla. Por suerte tenían que pararse en el mismo control que antes y allí logró alcanzarlos.



........................



En el campamento, Natalia ojeaba la revista que le había llevado Germán. Le seguía doliendo la cabeza y la lectura no ayudaba a que se sintiera mejor. Tenía sueño, pero no quería dejarse vencer por él, no quería dormir para volver a tener esas pesadillas angustiosas que la atormentaban. Sin embargo, no pudo evitarlo por más tiempo, y al cabo de unos minutos, los renglones se le juntaban y no se enteraba de nada de lo que leía, con los ojos clavados en el mismo sitio del papel desde hacía un rato, la mente voló a otro lado, imaginó a Alba y el viaje que estaba haciendo y deseó ir con ella en el avión, porque ya debían haber despegado. Movió la cabeza y se frotó los ojos para ahuyentar esa somnolencia, pero unos segundos después daba la primera cabezada y Alba volvía a aparecer frente a ella, sonriente y obligándola a beber un líquido que no identificaba, "vamos Nat, bebe" y ella no podía negarse, rendida ante el poder de aquella sonrisa. Reacia a caer en el sopor se obligó a abrir los ojos y a clavarlos de nuevo en la página, con un suspiro, tenía que reconocer que la echaba mucho de menos.

Si Vero la viese luchar contra el sueño le echaría una buena bronca. Siempre le costaba mucho conciliarlo, el miedo y el estrés se lo impedían, tenía verdadero pánico a quedarse dormida y era el cansancio lo que terminaba por vencerla. Padecía de insomnio desde hacía tanto tiempo que ya ni se acordaba de cuando empezó, descansaba poco, pero llegaba un momento cada noche en que el cansancio podía con ella. Recordó las palabras de Vero "Nat, debido a la falta de sueño y a la angustia que acumulas durante el día, no puedes dormir", "tienes que relajarte, tienes que dejar de evitar dormir", y había días que lo conseguía y el agotamiento la hacía cerrar los ojos, aunque siempre volvía a despertarse al poco de hacerlo, siempre sobresaltada con horribles pesadillas, acumulando más fatiga y temor.

Alargó el brazo y bebió un sorbo de agua intentando espabilarse, pero era en vano, momentos después su cabeza caía, definitivamente, sobre el pecho, dormida. Pero esta vez no eran esas oscuras figuras las que llegaban hasta ella tendiéndole la mano, no eran esas voces que quería identificar pero que no lograba recordar, no eran esos ojos fríos y llenos de odio que la acechaban en la oscuridad, esta vez, fue Alba la que volvía con fuerza y se sentaba junto a ella, le sonreía y le hablaba con decisión "¿sabes Nat! digas lo que digas, no me marcho, me quedo aquí contigo".

En el exterior, los ruidos de los camiones que regresaban alertaron Germán que salió a su encuentro. El médico estaba ya preocupado por ellos, habían tardado demasiado en volver. Fue en busca de Sara deseoso de conocer el motivo del retraso cuando sus ojos se abrieron de par en par, sorprendido al ver bajar a Alba del camión. La enfermera se acercó a él con una tímida sonrisa esperando una reprimenda por su parte.

- Hola – lo saludó enarcando las cejas y apretando los labios en una mueca de circunstancias – antes de que me digas nada...

- ¡Alba! – exclamó manifestando una alegría que la sorprendió, parecía aliviado de tenerla allí, corrió hacia ella, abrazándola con fuerza.

- Muy bonito – dijo Sara llegando hasta ellos burlona – y para mí no hay achuchón, ni besito, ni nada de nada, pues que sepas....

- Anda tonta, ven aquí – le sonrió estrujándola aún más fuerte y riendo ante las protestas de la joven.

- ¡Suelta! que me ahogas – sonrió – ¡voy al baño que no aguanto más! – les dijo dándose la vuelta.

- ¿Por qué habéis tardado tanto? – preguntó el médico – me teníais muy preocupado.

- Luego te cuento – le gritó alejándose.

Germán miró a Alba con una sonrisa en la cara. Era evidente que le gustaba tenerla de vuelta.

- ¡No sabes lo que me alegro de que estés aquí! – exclamó pasándole el brazo por los hombros atrayéndola hacia él como solía hacer cuando está contento.

- Vaya... - dijo separándose de él con suavidad – no sé por qué...pero, creí que me echarías una bronca.

- Yo no soy nadie para hacer eso. Ahí tienes a tu jefa – le sonrió - ¡qué te la eche ella!

- Yo también me alegro de haberme decidido – le dijo con sinceridad – aunque... no sé cómo se lo va a tomar.

- Te regruñirá un poco, pero... no le hagas mucho caso. Se alegrará de verte.

- Eso espero.

- Hazme caso. Yo estaba preocupado, lleva todo el día con algo de fiebre y muy apagada. Apenas ha tomado nada.

- ¿No estará peor?

- No, yo creo que está triste – le dijo en tono confidencial – te echa de menos. Seguro que se anima al tenerte aquí.

- Voy a verla – dijo la enfermera iniciando la marcha con una enorme sonrisa de satisfacción.

- ¡Espera! voy contigo – le dijo alcanzándola – no me pierdo la cara de Lacunza por nada del mundo – rio divertido.

Alba lo miró contenta, ella también estaba deseando ver la cara de Natalia, aunque fuera para enfadarse con ella por desobedecerla. Ya se encargaría ella de que se le pasase el enfado.

Alba abrió la puerta de la cabaña impaciente por encontrarse con Natalia, pero la pediatra dormía profundamente, tenía la cabeza inclinada hacia el lado izquierdo, las gafas puestas y caídas hasta la punta de la nariz, las manos cruzadas sobre la revista que le llevó Germán y los labios fruncidos en un esbozo de sonrisa.

- Mira que cara – le susurró Germán – viéndola así... ¡quién diría las malas pulgas que tiene!

- No tiene malas pulgas – protestó la enfermera mirándolo enfadada y comprobando que se burlaba de ella - ¡Germán! – lo recriminó dándole un golpe en el brazo.

- ¿La vas a despertar?

- No – respondió mirándola con ternura y suspirando.

- ¿Qué estará soñando para tener esa cara de boba? – bromeó – recuérdame cuando despierte que le diga...

- ¡Germán! – volvió a recriminarle - ¿quieres largarte ya?

- De eso nada, que me merezco una compensación por aguantarla todo el día.

Alba negó con la cabeza resignada a sus payasadas y se acercó sigilosa hasta ella, le quitó las gafas con delicadeza y le retiró la revista con sumo cuidado para no despertarla. Natalia, sumida en un agradable sueño en el que la enfermera regresaba a su lado, sintió aquellas maniobras y las introdujo en el mismo, Alba la cogía de las manos, luego le acariciaba las mejillas y se quedaba allí observándola, Natalia no pudo aguantar más su mirada y levantó un brazo, atrayendo a la enfermera hacia ella y haciendo aquello que deseaba hacer desde la tarde que la vio aparecer en su despacho, besarla.

Germán abrió los ojos sorprendido y divertido con el cuadro.

- Coño, Lacunza, ¡qué recibimiento! – exclamó despertándola y haciendo que la pediatra abriese los ojos, sobresaltada, sin saber qué ocurría y viendo a una Alba que la miraba perpleja, de todas las reacciones que había imaginado en la pediatra esa era la única que no había contemplado y no porque no quisiera, sino porque le había parecido absolutamente imposible que se produjese – yo aquí todo el día bailándote el agua y ni un triste besito y ahora...

- ¿Alba? – murmuró somnolienta la pediatra - ¡Alba! pero... ¿qué haces? – preguntó Natalia cuando fue consciente de lo que había ocurrido.

- ¿Yo? – preguntó la enfermera aún descolocada – pero... ¡si has sido tú! – se defendió con una mueca burlona llena de alegría.

- Bueno, bueno... yo... ahora sí que me voy... - dijo Germán viendo como estaba el patio - luego vengo a examinarte Lacunza, que ahora eres capaz de romperme el termómetro – bromeó al ver lo roja que se había puesto.

El médico cerró la puerta y las dejó solas. "Cobarde", pensó la enfermera, mirando a Natalia que la observaba, con una expresión mezcla de alegría, de alivio, de vergüenza por lo que acababa de hacer y de incredulidad, aún sin asimilar que Alba estuviese allí sentada en la cama, junto a ella.

- Pero... - balbuceo la pediatra - ¿cómo? ¿ha pasado algo! ¿os han asaltado?

- No ha pasado nada – sonrió cogiéndola de la mano – todo ha ido muy bien, Laura se ha marchado con los niños y yo... me he vuelto para... estar contigo – se decidió a decirle la verdad, Natalia no dejaba de mirarla de una forma tan penetrante que Alba cada vez se estaba poniendo más nerviosa, había esperado una protesta, una bronca, un "no tenías que haberlo hecho", pero no se esperaba nada de lo que había sucedido y menos aquel silencio - ¿no me dices nada?

- Sí – respondió clavando sus ojos en ella – que... que... lo siento... estaba dormida y... no sé... estaba soñando... y...

- No me refiero al beso Nat – le dijo con una sonrisa burlona "ya me contarás tú qué estabas soñando", pensó – me refiero a... a que si te molesta que haya vuelto.

- No – sonrió – me alegro mucho de verte – reconoció estrechando la mano de la enfermera entre la suyas y clavando sus ojos en ella - ¡mucho! – enfatizó y Alba sonrió abiertamente.

- ¿Sabes? Tenía un poco de miedo – le confesó retirando la vista de aquellos ojos que parecían adentrarse en su mente.

- ¿Miedo por qué? – preguntó con inocencia.

- Pues... - se detuvo, no quería que la malinterpretase y decidió bromear – porque tengo una jefa, que... ¡es una siesa que no veas! y tengo miedo de que me eche como poco una bronca, si es que no me echa del trabajo, porque me ordenó que hiciese todo lo contrario.

- Tu jefa es imbécil – sonrió – y haces muy bien en no obedecerla. Tú siempre has tenido muy buen criterio en el trabajo. Y debes seguir guiándote por él. ¿Sabes lo que te digo? – le preguntó burlona.

- ¿El qué?

- No la escuches – le susurró de una forma que Alba no supo qué quería decirle.

La enfermera se quedó mirándola intentando adivinar lo que estaba pasando por su mente y no respondió segura de que le estaba insinuando algo. Natalia seguía mirándola de aquella forma que la inquietaba y la ponía nerviosa.

- Voy a buscarte algo de comer – se levantó con rapidez librando su mano de las de la pediatra – Germán me ha dicho que no has querido tomar nada y eso no puede ser, Nat.

- Vale – aceptó sin protestar mirándola embelesada.

- ¿Vale? – repitió sin creerlo - ¿qué te apetece! ¿un caldo? – propuso irónica.

- Bueno – siguió con la vista fija en ella.

- ¿De corteza de cerdo? – volvió a preguntarle.

- Vale – repitió.

- ¡Nat! ¿me estás escuchando? – le preguntó preocupada creyendo que podía tener una crisis de las que le habló Cruz.

- Si.

- Esta noche ¿quieres que duerma aquí o prefieres que lo haga Germán? – le preguntó burlona para probar si era cierto que estaba atenta a sus palabras.

- ¿Germán? – repitió - ¿bromeas? ¡ronca como un cerdo! – exclamó de buen humor y Alba soltó una carcajada.

- Ahora vuelvo – le dijo inclinándose y besándola ligeramente en la mejilla, momento que la pediatra aprovechó para aferrarla y abrazarse a ella.

- ¡Gracias! – le susurró al oído y Alba sintió que se le erizaba todo el vello del cuerpo.

Los dos días siguientes, Alba se dedicó en cuerpo y alma a cuidar de ella. Natalia, después de verla aparecer, se relajó de tal manera que pasaba casi todo el día durmiendo y la enfermera estaba preocupada. Habló con Germán al respecto y le recordó las recomendaciones de Claudia, Natalia no debía dormir mucho, era necesario que su cerebro tuviese actividad, pero el médico le insistía en que Natalia necesitaba descanso, que estaba muy débil y que debía recuperar fuerzas. Alba se resignó a que fuera así y se acostumbró a verla dormir con la esperanza en que al día siguiente lo hiciera durante menos horas.

Cuando despertaba, la pediatra se mostraba aturdida, cansada y desorientada y en raras ocasiones conseguía mantener una conversación larga y coherente con ella. Alba se esforzaba en entretenerla, le leía, le contaba las novedades del poblado y sus charlas con Cruz, Teresa y Adela, pero la pediatra no parecía interesada en nada, solo en cerrar los ojos y dormir. Alba se desesperaba y por mucho que Germán le dijese que era normal a ella le parecía que Natalia estaba especialmente confusa, que después de la operación no lo había estado tanto y no dejaba de tener fiebre y la cabeza le seguía doliendo. Le contó al médico que en Madrid Natalia no paraba, hacía cientos de cosas al día y padecía de insomnio. Tanto le insistió que la tarde anterior la hizo sentarse delante de él y le tendió la analítica de la pediatra. Serio y en tono ligeramente molesto, le preguntó "¿tú que ves ahí?", Alba hubo de reconocer que Natalia aún estaba muy débil, y que su organismo reaccionaba descansando. Germán le dijo que de ahora en adelante tenía prohibidos todos los excitantes, Natalia se había estado manteniendo gracias a ellos, "¿Sabes lo que necesita tu Nat! ¡una cura de descanso! se acabó el café, se acabó el estar todo el día preocupada con el trabajo y se acabaron las llamadas de teléfono, aquí va a descansar y solo descansar. Cuando se marche que vuelva a hacer lo que quiera, pero a mí no me da más sustos. ¡Ah! y se terminaron las pastillas para la taquicardia". Alba asintió y le prometió que la ayudaría a recuperarse y lo ayudaría a él a que Natalia consintiese. Pero a pesar de sus propósitos, la enfermera esa noche volvió al ataque y Germán, cansado de escucharla, le repitió todas las pruebas a Natalia.

Al día siguiente, cuando Alba se dirigía al comedor en busca de su desayuno. El médico estaba sentado ya en los escalones de su cabaña, fumando un cigarrillo, contemplando el amanecer.

- ¡Alba! – le gritó Germán al verla salir de la cabaña. La enfermera se acercó hasta él - ¿cómo ha amanecido? – le preguntó interesado.

- Parece que tiene menos ojeras, pero ¿no crees que sigue durmiendo demasiado?

- ¿Otra vez con eso?

- Es que es muy raro, ya debería estar saliendo un poco, y viendo todo esto – le dijo con la ilusión reflejada en su cara solo de imaginarlo.

- Ven – le dijo – entra un momento – le pidió subiendo los escalones de su cabaña

- Siéntate – le indicó una vez dentro.

- ¿Qué ocurre?

- Nada, que... ayer ingresó un joven del campo de desplazados y... me acordé de ti.

- ¿De mi por qué? – preguntó sintiendo de pronto un temor inexplicable, que Germán captó al instante.

- Por nada, una tontería – se apresuró a decirle dándose cuenta que su comentario la había hecho pensar en lo que no era – vi su analítica y me acordé de las tardes que echábamos tu y yo analizando cuadros de pacientes. Aprendiste mucho – le sonrió.

- ¿Tú crees? – le dijo devolviéndole la sonrisa halagada con sus palabras.

- Si, y me preguntaba si te seguirías acordando y si serías capaz de decirme, qué ves aquí – le dijo poniéndole delante una analítica.

La enfermera la cogió y la miró detenidamente, tras unos minutos levantó la vista del papel.

- ¿Y bien? – le preguntó él – ¿recuerdas algo o tengo que recetarte rabitos de pasas? – bromeó.

- Yo creo que el chico lo que tiene es agotamiento puro y duro, algo de anemia, las defensas bajitas, algo de deshidratación en esta primera, pero en la siguiente está mejor y el electro está bien y... lo demás también, bueno... ¿la fiebre a qué se debe?

- ¿Qué harías entonces?

- Yo, le ordenaría descansar, mucho líquido, lo tendría en reposo unos días, hasta que recuperase fuerzas e intentaría que comiese bien. Con estas defensas tan bajas puede pillar cualquier cosa. Vigilaría esa fiebre. Nada de ir por ahí con las vacas, ni de salir a pescar o a... - se calló mirando la cara burlona del médico ¿qué pasaba! ¿había metido la pata! cogió de nuevo los papeles creyendo que se le había pasado algo importante cuando él se levantó, y dio una palmada en la mesa.

- ¡Muy bien, futura doctora! – exclamó – pues... ya sabes lo que tienes que hacer con tu pediatra – soltó una carcajada.

- ¿Qué...?

- Es su última analítica – le confesó – así es que deja de insistir en que quieres darle paseitos. No saldrá de ahí hasta que yo no lo diga. Y no es raro que duerma, ¡está agotada! aunque reconozco que sería conveniente que lo haga menos, así es que a partir de hoy, te permito que no la dejes dormir tanto. Pero seguirá en reposo hasta que suban esos índices ¿está claro?

- Si – murmuró enrojeciendo, Germán no solo la había pillado si no que se burlaba de ella.

- Y no me pongas esa cara. Seguro que en un par de días, podrás empezar a enseñarle algunas cosas – le dijo conciliador.

Alba pasó ese par de días intentando conseguir lo que le había dicho Germán, pero fue tarea inútil porque Natalia cerraba los ojos y se dormía hasta con la palabra en la boca. Por eso, al tercer día se levantó de la cama con la intención de pedirle al médico que hiciese algo, que comprobase si no era que Natalia estaba experimentando algún retroceso en su recuperación, y si él no podía allí hacerle las pruebas que necesitaba, quería trasladarla a Jinja o Kampala, porque estaba completamente segura de que le ocurría algo. Sin embargo, cuando entró en la cabaña con el zumo, dispuesta a obligarla a abrir los ojos y a que se lo tomara, su sorpresa fue mayúscula al verla despierta.

- Buenos días – le dijo alegre - ¿ya te has despertado?

- Si – sonrió intentando incorporarse.

- ¡Espera! – le pidió soltando el zumo en la mesilla – yo te ayudo, aún debes tener cuidado y no hacer movimientos bruscos.

- Estoy cansada de estar aquí tumbada, ¿Cuándo me vais a dejar salir? – preguntó en tono de hastío.

- ¿Lo dices en serio? – le preguntó sin dar crédito a aquellas palabras.

- ¡Claro! estoy mejor y me gustaría llamar por teléfono.

- Ya... - dijo con un tono de ligera decepción – quieres hablar con Vero ¿no?

- Pues sí, con ella y con los demás – respondió extrañada por aquel tono.

- Anda, desayuna y luego, si Germán me deja, te sacaré un rato a dar una vuelta.

- ¿De verdad! ¡gracias! – exclamó ilusionada.

- Hoy pareces mucho más... mucho mejor.

- Lo estoy, me siento mucho mejor – reconoció – Alba...

- ¿Qué?

- ¿Me he portado muy mal? – preguntó mostrando preocupación.

- ¿A qué te refieres?

- Pues.. si te he dado mucha guerra o si...

- ¿No te acuerdas?

- De algunas cosas, pero... otras las tengo borrosas.

- Te has portado muy bien, aunque llevas cuatro días durmiendo como una marmota.

- Lo dudo, porque aquí hay mucho ruido.

- ¿Mucho ruido? – sonrió - ¿qué quieres decir?

- Que para ser un hospital ¿por qué chilla tanto la gente? – preguntó extrañada – me estallaba la cabeza.

- No chillan, Nat, aquí... esto es así – le dijo adoptando una actitud mohína que no sentía, debía estar mejor porque ya estaba quejándose – y digas lo que digas pareces una marmota.

- ¿Yo una marmota? – sonrió conciliadora, intentado hacer desaparecer ese gesto de desagrado de la enfermera - ¡mira la que fue a hablar! que yo recuerde era a ti a quien no había quien sacara de la cama – le dijo intentando bromear - ¿En serio, cuatro días?

- Sí, cuatro - Alba sonrió, recordando los días compartidos. Natalia siempre se levantaba a hacerle el desayuno – y tienes razón, siempre he sido una dormilona – la miró con cariño aceptando su protesta.

- Alba...

- ¿Qué?

- ¿Vendrás luego?

- ¿Hoy no quieres dormir?

- No, hoy no.

- Claro que vendré, termínate el zumo que me lo lleve – le dijo – y ahora viene Germán, quiere volver a examinarte. Además, hoy tengo que sacarte sangre.

- Vale – dijo sin dejar de mirarla – Alba...

- ¿Qué?

- ¡Gracias!

La enfermera sonrió. Natalia parecía más centrada y eso la había tranquilizado. Su mente comenzó a hacer planes con una velocidad de vértigo. Deseaba enseñarle a Natalia la vida de allí, deseaba hacerla disfrutar, compensarla por los días que llevaba pasados y, sobre todo, deseaba compartir con ella muchas más horas.

Esa noche Alba volvió a quedar con Germán para tomarse un café en la entrada de la cabaña, el médico se retrasaba y la enfermera, que estaba contenta por la mejoría que le había visto a Natalia a lo largo de todo el día, saboreaba su taza, mirando nostálgica a la luna, mientras lo esperaba.

Germán llegó minutos después y se situó delante de ella.

- Perdona, no creí que tardaría tanto.

- Ya no recordaba lo que me gustaba hacer esto – le confesó la enfermera con una sonrisa.

- Me gusta verte disfrutar de nuevo de las cosas.

- Si – murmuró pensativa.

- Te han venido bien estos meses fuera de aquí.

- ¿Tú crees! porque yo pienso que lo que me ha venido bien es volver.

- ¿Volver aquí o volver con ella? – le preguntó burlón señalando con una inclinación de cabeza el interior de la cabaña.

- Con ella no he vuelto – lo miró fijamente.

- Ya... - aceptó sin convencimiento - ¿qué, estás ya más tranquila? – le preguntó sentándose en el escalón junto a ella y tendiéndole un cigarrillo.

- La verdad es que sí. Hoy la he visto mucho mejor.

- Eres una impaciente. Necesita mucho descanso y será una recuperación lenta.

- Lo sé, pero no puedo evitarlo, no soporto verla así.

- Bueno, si mañana no tiene fiebre en toda la mañana te dejo que al caer la tarde, cuando refresque, le des un paseo.

- ¿De verdad?

- Sí, pero con una condición.

- ¡Lo que quieras!

- Si ves que se marea, que le empieza el dolor de cabeza o la fiebre la quiero aquí de vuelta al instante.

- Por supuesto – sonrió agradecida.

- Ni la más mínima tontería ¿entendido?

- Que sí – protestó esbozando una sonrisa.

- Y ahora... dime... ¿cuándo te vas a decidir?

- ¿A qué te refieres?

- ¡A qué va a ser! – exclamó tan alto que Alba un tuvo más remedio que silenciarlo.

- Chist, qué la vas a despertar, y luego se queja de que aquí hay mucho ruido.

- ¿Se queja! pues ahora verá – dijo levantándose con rapidez haciendo como el que iba a golpear con el puño en la puerta – que se va a quejar con razón.

- ¡Germán! – protestó la enfermera temiendo que fuera capaz de hacerlo. Pero el médico se sentó con una sonrisa burlona - ¿por qué eres siempre tan payaso?

- Te tiene bien pillada, ¿eh? – bromeó pasándole el brazo por los hombros y atrayéndola hacia él.

- ¡No lo sabes tú bien! – suspiró.

- ¿Y ese suspiro? – le preguntó interesado – ¿no te estará haciendo sufrir, la Lacunza! ¿eh?

- No – respondió con una sonrisa – al menos, no conscientemente.

En el interior de la cabaña, Natalia abrió los ojos alertada por las voces que le llegaban del exterior. Se mantuvo escuchando y rápidamente comprendió de quienes se trataba. Esta vez, los escuchaba perfectamente. Parecía que ninguno de los dos ponía demasiado empeño en no molestarla.

- Ya le diré yo mañana cuatro cosas a esa quejica – le dijo Germán en tono burlón.

"Quejica", pensó la pediatra, "¿están hablando de mí?", se incorporó un poco con la intención de escucharlos mejor.

- ¡Ni se te ocurra! – pidió la enfermera temerosa, apresurándose a cambiar de tema - ¿a qué te referías antes?

- Antes ¿cuándo?

- Cuando me has preguntado que si me iba a decidir.

- Ah, me refería a tu evaluación – respondió mirándola fijamente - ¿Cuándo has pensado en solicitarla?

- En cuanto vuelva a Madrid – sonrió – estoy deseando pasarla y que me dejen regresar – confesó ilusionada.

- ¡Eso es estupendo! – exclamó, alzando de nuevo la voz y abrazándose a ella – no sabes lo feliz que me haces.

- Chist – volvió a chistarle - ¿no eres capaz de dejar de gritar? – le preguntó con una sonrisa, contenta de su reacción.

- Vale, vale, hablo bajito – aceptó la reprimenda – mañana mismo empiezo a mover los papeles para reclamarte.

- ¡Gracias! aunque primero habrá que esperar a que la supervisora me de la cita.

- Hay rumores de que la van a cambiar.

- ¿Y a Oscar también?

- No, a Oscar seguiremos aguantándolo.

- Es un niñato, enchufado, que no sabe lo que es estar en el campo.

- Ya... pero es nuestro inspector – le recordó el médico – y, por la cuenta que nos trae, será mejor que no vuelvas a discutir con él – le recomendó con una sonrisa de comprensión viendo que la enfermera sentía al tiempo que enarcaba las cejas y apretaba los labios en señal de que si no lo hacía era precisamente por eso.

En el interior de la cabaña Natalia escuchó las intenciones de la enfermera con pesadumbre, era algo que ya sabía, Alba nunca le había ocultado su deseo de volver a su antiguo trabajo, pero no pudo evitar sentir una profunda tristeza, un vacío interior y un deseo cada vez más fuerte de que todo cambiase, de que nada fuera como era, de que su vida fuese más simple, le gustaría despertarse y que todo aquello fuese un mal sueño, como los que solía tener y que la enfermera y ella... "Deja de pensar tonterías, que ya no puedes echarle la culpa a la fiebre", se dijo esbozando una sonrisa nostálgica, "¿quién será ese Oscar?", no recordaba que Alba le hubiese hablado de él.

- ¿Y... qué vas a hacer con ella? – preguntó Germán volviendo a señalar hacia la cabaña con la cabeza.

Natalia volvió a prestar atención a la conversación. "¿Quién sería esa ella! ¿de quién hablaban ahora! quizás la tal Margarette", pensó, estaba deseando conocerla, pero Alba se mostraba reacia cada vez que le mencionaba algo al respecto y eso hacía que su recelo aumentase y sus sospechas de que había, o había habido, algo entre ellas, eran ciertas.

- No sé – la enfermera se encogió de hombros – imagino que... nada – respondió y Natalia sonrió para sus adentros, estaba claro que la enfermera había roto con quien fuese y que no estaba muy convencida de intentar un acercamiento, aquella idea la alegró, a pesar de saber que cuando Alba dejase la Clínica y regresase, definitivamente, a Jinja no tendrían muchas ocasiones de volver a verse.

- Puedes aprovechar estos días que estás aquí para hablar con ella y... decirle lo que sientes – le aconsejó Germán apretándole el brazo con cariño. "Sí, hombre, tú dale ideas", pensó Natalia molesta, "¿por qué no cierras la boca y la dejas en paz?".

- No sé – repitió – no creo que sea buena idea... ella...

- Ella te necesita, eso es evidente – le dijo seguro de sus palabras. "Joder, Germán, ¡cállate ya!", murmuró la pediatra barajando la posibilidad de interrumpir aquella conversación, segura de que el médico iba a hacerle alguna confidencia a la enfermera de parte de quien quiera que fuese esa chica.

- ¿Tú crees? – le preguntó esperanzada – la verdad es que a veces tengo la sensación de que... de que... todo puede volver a ser como antes.

- Estoy seguro – le dijo con complicidad.

- ¿Te ha dicho algo? – le preguntó con ilusión imaginando que aquella afirmación significaba que había hablado al respecto con la pediatra.

Natalia sintió que los celos hacían mella en ella y lo cierto es que no tenía ningún derecho a sentirse así, pero no podía evitarlo. Por mucho años que pasasen siempre reconocería ese tono de voz de Alba y cuando hablaba así.. cuando preguntaba con ese interés lleno de ilusión.... solo quería decir una cosa, que estaba coladita hasta los huesos por la chica de la que estaban hablando. Deseaba que la enfermera no siguiese aquel consejo y no mantuviese aquella conversación, no quería que fuese en su busca y la dejase allí sin acordarse de ella, era egoísta, lo sabía, pero no podía evitar sentirse así. Deseaba que siguiese entrando en la cabaña con aquella sonrisa, que la despertase con un beso, que le llevase la comida y le leyese o le contase aquellas historias de gentes que no conocía, pero que ella escuchaba con avidez, con el deseo de saber más de ella, de su vida, de...

- ¿Sabes lo que te digo? – escuchó Natalia la voz de Germán más alto que antes sacándola de sus cavilaciones – que no lo pienses más y mañana mismo intentes hablar con ella. ¿Qué puedes perder? – le preguntó retóricamente. "Este tío es imbécil, ¿quién se cree qué es para darle consejos! ¡si su vida amorosa siempre fue un desastre!", pensó molesta no sólo por los consejos que le escuchaba si no por el grado de amistad que indicaba aquella charla.

- Chist – le reprendió de nuevo – al final vas a despertarla – le dijo bajando también ella la voz. "¿ahora te preocupas por si me despertáis! si lleváis dando voces desde hace un buen rato", pensó malhumorada.

- Y... ¿acaso no es lo que tú quieres! que duerma menos – bromeó mucho más bajo, hasta el punto de que Natalia ya no distinguió lo que decía - ¿qué? ¿vas a hablar con ella o no?

- Bueno... ya veremos... no quiero meter la pata.

Natalia intentó seguir escuchando, pero los dos habían bajado el tono y aunque los oía hablar, no distinguía más que un murmullo ininteligible. Cerró los ojos, cansada y desilusionada, Alba no solo se iba a quedar en África, si no que iba a intentar arreglar lo que fuera que tuviese con aquella chica y Germán podía estarse calladito y dejarla tranquila.

Se sintió culpable por escuchar, culpable por sentir lo que sentía, culpable por lo que significaba. La cabeza comenzaba a dolerle y no dejaba de darle vueltas a todo lo que había oído. En su fuero interno albergaba la esperanza de que la enfermera no escuchase al médico, aunque en el fondo sabía que todos aquellos sentimientos eran absurdos y que debía alegrarse porque Alba fuera feliz. Allí, tumbada en aquella cama, lejos de Madrid, de todo lo que tenía, de su vida diaria, lejos de Ana, de Vero, de todos y enfrentándose a sus miedos, a sus necesidades, a una vida que era tan diferente a todo lo que ella había visto jamás, sintió que, como siempre, estaba sola, y que las absurdas ilusiones que habían ido cobrando fuerza en su interior en esos días que la enfermera la había estado cuidando, tenía que olvidarlas y seguir como siempre, sola. Había sido bonito imaginar que podría tener otra vida, pero ahora, estaba segura de que no iba a ser así, tendría que seguir dejando esa otra vida, para sus sueños.

Al cabo de unos instantes el dolor de cabeza y el cansancio volvió a vencerla.





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