La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 29

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By marlysaba2


Alba salió de las duchas camino de la cabaña. Esperaba que Natalia estuviese despierta, había hablado con Francesco y si querían hablar con España debían hacerlo ya porque estaba teniendo algunos problemas con la radio y cuando se ponía así ya sabían lo que ocurría, tendrían que esperar hasta el día siguiente o con suerte unas horas, hasta que volviesen a poder establecer contacto con la central.

Cuando Alba entró en la cabaña pudo comprobar que la pediatra dormía profundamente. Estuvo tentada a despertarla, pero en el último momento se contuvo, le acarició con suavidad la mejilla, sería mejor que descansase un rato y salió en busca del italiano, ya le diría ella a Teresa que todo estaba bien para que la recepcionista hablase con las demás. Sonrió pensando en Vero, tendría que esperar hasta el día siguiente para saber de primera mano algo de Natalia. La psiquiatra siempre se había portado bien con ella, pero no podía evitar sentir celos cada vez que Natalia le hablaba de ella.



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A kilómetros de allí, en la clínica, Cruz y Claudia salieron del ascensor y se dirigieron con rapidez hacia el mostrador de recepción donde Teresa miraba expectante a Adela que paseaba de arriba abajo con el móvil en la oreja.

- ¿Qué? – preguntó Claudia - ¿alguna novedad?

- Nada – negó Teresa con la cabeza y apretando los labios.

- Ya deberían estar allí – murmuró Cruz pensativa.

- Sí – ratificó Claudia – hace un par de horas que deberían haber llamado.

- ¿Y Adela? – preguntó Cruz - ¿ha logrado contactar con su ex?

- Aún no – respondió Teresa – dice que le pasan la llamada pero que nadie recepciona.

- Ha pasado algo – afirmó Cruz – estoy segura de que ha pasado algo. Por eso no tenemos noticias.

- No tiene por qué haber pasado nada – intervino Adela que llegaba junto a ellas – a veces, he llegado a tardar hasta un par de días en contactar con él.

- Pero eso es normal... es tu ex – dijo Cruz secamente arrepintiéndose al momento al ver la cara de Adela.

- Ya sé que lo es, pero Germán siempre que lo llamó hace todo lo que está en su mano por contactar conmigo – respondió molesta – aunque sea por su hija.

- Disculpa – dijo Cruz más suave – estoy... nerviosa, os dije que Natalia no estaba bien, que no debía hacer este viaje y... me temo que le haya podido pasar algo.

- ¿Algo como qué? – dijo Teresa comenzando a asustarse.

- Una recaída Teresa, ¿qué va a ser? – respondió Cruz airada.

- No tiene por qué haberle pasado nada a Nat – dijo Adela – allí las comunicaciones no son tan fáciles. Es suficiente una simple tormenta para que estén varios días aislados.

- Pero tú estás hablando del campamento – dijo Claudia comenzando a ponerse nerviosa también - ¿qué pasa con Nairobi! y ¿qué pasa con Laura! tampoco ha llamado.

Teresa dirigió la vista hacia la puerta, Vero entraba en ese momento y se acercó hasta ellas.

- ¿Te ha llamado Nat? – le preguntó Claudia cuando estaba lo suficientemente cerca.

- A mí no – respondió mudando la sonrisa por un gesto de preocupación - ¿qué pasa! ¿a vosotras tampoco?

- No. Y ya deberían estar allí.

- Quedó en llamarme al llegar al aeropuerto, pero no lo ha hecho.

- Accidentes no ha habido, he visto las noticias – dijo Teresa.

- Eso no quiere decir nada – intervino Adela – hace un par de años se estrelló un avión que iba precisamente a Nairobi y no nos enteramos hasta un par de días después.

- ¡Venga ya!

- Lo digo en serio, iba en él un... amigo mío – cambió el tono y la expresión, pero se repuso rápidamente - ¿no lo recordáis! un vuelo desde Sevilla.

- Creo que sí – respondió Vero – hubo supervivientes ¿verdad?

- Si – fue la escueta respuesta de Adela que se giró hacia Teresa, el teléfono estaba sonando.

Todas la miraron esperando que respondiese.



----------



En el campamento estaban preparando los últimos detalles para la cena. Poco a poco habían ido apareciendo todos en el patio central, unos habían tomado ya asiento y otros permanecían en pequeños grupos charlando, los menos se movían de aquí allá, colocando terminando de colocar platos y vasos. Todos estaban ya allí, todos excepto Natalia. Alba, ocupada en saludar a unos y otros, no encontraba la oportunidad para ir a buscarla. Germán se acercó a ella y tras cruzar unas palabras desapareció camino de las cabañas.

- ¡Lacunza! – gritó Germán abriendo la puerta con ímpetu y entrando en la estancia.

Natalia despertó sobresaltada con la sensación de que acababa de cerrar los ojos. Se incorporó casi sin saber dónde estaba y un fuerte dolor le recorrió la cabeza desde la base de la nuca hasta el ojo izquierdo alojándose definitivamente en forma de intensas punzadas en ambas sienes.

- ¿Te he despertado? – le preguntó divertido al ver su cara de perplejidad.

- Eh... si – admitió aún desconcertada sintiendo que el fuerte dolor de cabeza le levantaba de nuevo el estómago. ¿Es que allí nadie sabía llamar a la puerta! primero Sara con el agua y luego Germán que entraba y salía como si tal cosa - ¿Y Alba? – preguntó extrañada.

- Te vio dormida y no quiso despertarte. Está ayudando a poner las mesas.

- Ya – respondió mirándolo distraída.

- Ya estamos todos, solo falta la invitada de honor – le dijo sonriente señalándola a ella – Alba dice que ... - se interrumpió, iba a decirle que la enfermera quería que fuese ya, pero le vio la cara y estuvo tentado a decirle que se metiese en la cama de verdad, no tenía buen aspecto.

- Dile que ya voy – le sonrió sentándose en el borde y cogiendo la silla.

- Si estás muy cansada... - empezó con la idea de decirle que no estaba obligada a ir, pero se calló temeroso de que la pediatra lo malinterpretase y creyese que no quería tenerla allí.

- No, no..., voy ahora mismo – repitió - perdona, pero me he quedado...

- ¿Traspuesta! ¡Estás ya vieja Lacunza! – se mofó de ella.

- Tanto como tú – respondió con rapidez – recuerda que somos de la misma quinta.

- Al menos yo no dormito como las abuelas.

- Bueno... eso habría que verlo, y al menos - le dijo con el mismo tono que había empleado él levantando los ojos y clavándolos en su cabeza – yo estoy menos calva.

- Veo que a pesar de los años la paleta la sigues teniendo en forma – bromeó provocando una sonrisa en Natalia, que recordó como siempre que discutían y ella conseguía dejarlo sin argumentos, él se enfadaba y le gritaba "Lacunza tú en vez de lengua tienes una paleta y que sepas que duelen los golpes que das con ella".

- ¿Vamos? – le preguntó sentada ya en la silla.

- Si – le dijo sin perder la sonrisa, en el fondo le gustaba volver a verla, le había preguntado con regularidad a Adela por ella, pero su ex nunca le respondía, solo le decía que Natalia seguía teniendo el mismo número, y que la llamase. Y ahora, al verla allí, al hablar con ella y entablar las mismas discusiones absurdas se arrepentía de no haberle hecho caso. La miró de reojo y sonrió.

- Tendrás que ayudarme a salir de aquí – le pidió enrojeciendo esperando que le devolviese la de antes con creces.

- Claro – le dijo sin más, situándose a su espalda y bajando el escalón con delicadeza. Natalia le agradeció mentalmente el detalle que había tenido y se propuso no entrarle más al trapo – ven, es por aquí – le indicó dando la vuelta a la esquina y llegando al patio central.

Natalia abrió la boca al ver todo lo que habían montado. Aquello prometía ser una fiesta por todo lo alto y lo que era peor, duraría de seguro, varias horas. Suspiró y tomando aire siguió al médico dispuesta a pasar por aquel suplicio.

Minutos después estaban ya casi todos, sentados entorno a aquella enorme mesa, improvisada en la explanada frente al edificio, en pleno aire libre. Natalia observaba como disponían todo tipo de alimentos que no acababa de identificar, Alba se movía de un lado a otro junto a aquella gente que no solo parecían conocerla muy bien, sino tenerla integrada en sus costumbres y vidas. Germán se había situado a su lado, pero conversaba con otra joven que no le habían presentado aún, a su izquierda permanecían vacíos un par de asientos. En secreto, albergaba la esperanza de que Alba, si se estaba quieta alguna vez, ocupase el hueco de al lado, aunque se temía que se sentaría junto a Sara con la que ya se había detenido en un par de ocasiones a susurrarle algo al oído. Claro que a ella también se lo había hecho. Se había agachado a su lado y le había dicho en voz baja "me alegro de verte, me tenías preocupada". Sara estaba sentada al otro extremo de la mesa, junto a un chico que tampoco conocía. Estaba tan cansada y le dolía tanto la cabeza que solo podía pensar en que empezase cuanto antes para que terminase pronto.

Germán le había contado que era una cena de bienvenida. Todos se habían alegrado del regreso de la "enfermera milagro" y la agasajaban con lo mejor que tenían. La mayoría eran personas que trabajaban de una u otra forma en el campamento o colaboraban con él. Natalia se sorprendió de ver tanto movimiento, no se esperaba que aquello fuese así. Aunque lo peor es que Germán le había comunicado que sería la invitada de honor, y le había prevenido sobre la costumbre al respecto, hasta que Natalia no probase del plato nadie podría hacerlo. Por eso sus ojos no dejaban de pasar de uno a otro, intentando adivinar qué eran aquellas cosas, algunas de las cuales, solo la sospecha, le provocaban arcadas. Y es que desde el viaje, su estómago no había terminado de asentarse.

Empezaba a barajar seriamente la opción de excusarse, diciendo que estaba muy cansada del viaje, pero la furibunda mirada de la enfermera y la rotundidad al decirle "ni se te ocurra", en el momento en que se lo insinuó, cuando se agachó por segunda vez junto a ella para susurrarle "¿qué te parece?", la hicieron desistir de su idea. Y allí estaba, sentada a aquella mesa, con el deseo cada vez más acuciante de que se hiciera el silencio, de cerrar los ojos y descansar y con la certeza de que, con suerte aún le quedaban dos o tres horas, como mínimo, de estar allí.

- Bueno, bueno, ¡Natalia Lacunza! – le llamó la atención Germán volviéndose hacia ella - ¡quien me lo iba a decir!

- Pues... ya ves.

- ¿Qué? ¿te diviertes? – le preguntó haciendo de anfitrión.

- ¡Mucho! – dijo con cierto aire socarrón.

- No te lo vas a creer, pero... todos estos años he echado de menos tu ironía – confesó con una sonrisa afable haciendo ver a Natalia que no mentía - ¿me sigues guardando rencor?

- Claro – sonrió también, mirando de reojo el plato que le habían puesto delante ¿qué era aquello! parecían... ¿tripas! prefería no pensarlo.

- Míralo por el lado bueno...

- ¡Ah! Pero... ¿tenía un lado bueno?

- Todo tiene un lado bueno, doctora – afirmó irónico también – no me creo que a estas alturas de la vida aún no te hayas dado cuenta.

- Y... según tú... ¿cual fue ese lado bueno?

- ¿Cuál va a ser? – preguntó retóricamente – te dejé sin novia, pero gracias a eso, conociste a "mi enfermera milagro".

- Eso fue mucho después – sonrió – y... no es "tu" enfermera – respondió recalcando el tu, lo que provocó que él soltara una enorme carcajada. Alba los miró de lejos y se preguntó de qué estarían hablando, no parecía que se llevasen demasiado mal, a pesar de lo que había escuchado de ambos.

- Además, consuélate pensando que a mi también me dejó – rió – por otro más listo, más rico, más alto....

- ¿Más alto? – preguntó Natalia irónicamente, torciendo la boca en un gracioso gesto de burla.

- O sea, que más rico y más listo sí puede ser, pero te sorprende más alto – rió él iniciando una de aquellas disputas verbales a las que eran tan aficionados en el bar de la facultad.

Natalia se encogió de hombros enarcando las cejas.

- Me alegra volver a verte, Germán – le dijo de pronto.

- A mi también, doctora. A estas alturas ya puedo decírtelo – dijo en tono confidencial, acercándose a su oído.

- ¿El qué?

- En el fondo la que me gustabas eras tú. Me tenías loco.

- Ya...

- En serio, ya sabes... el viejo truco de acercarse a la mejor amiga.

- Claro, lo que pasa es que no era mi mejor amiga, y que te acercaste demasiado.

- Riesgos que se corren en el arte del amor... - rió poniendo gesto de suficiencia.

De pronto, el tam-tam de los tambores se recrudeció y, todos los que pululaban de un lado a otro, terminaron por ocupar sus puestos en torno a la mesa, incluida Alba que, por suerte, se sentó junto a ella con una sonrisa, parecía que el mal humor que había mostrado durante el camino se había esfumado. "Está preciosa", no pudo evitar pensar la pediatra, "y aquí es feliz".

- ¿Preparada? – le preguntó Alba apretándole ligeramente la mano, en un gesto reconfortante que Natalia recibió con alivio de verla junto a ella.

- No... - dijo con temor la pediatra, recibiendo con agrado ese roce de su mano que permaneció un instante acariciándola bajo la mesa – pero... - se encogió de hombros indicándole que no le quedaba otra.

- Bueno... tú... déjate llevar y haz lo que yo te diga – le sonrió clavando en ella sus ojos, lanzándole una intensa mirada.

Natalia asintió nerviosa e incómoda sin poder quitar la vista de aquel plato de bolitas redondas, que su cuerpo ya estaba rechazando aún cuando no sabía lo que eran. Alba que adivinó sus pensamientos sonrió para si, satisfecha y divertida, y decidió reírse de ella, un poco más.

- Son lo que crees – le susurro de nuevo – y ni se te ocurra rechazarlos, son el plato estrella.

Una mueca entre terror y asco se reflejó en la cara de la pediatra.

- Y quita esa cara que vas a ofenderlos – le aconsejo.

- No puedo, Alba... - casi suplicó - no voy a poder ...

- Nat... tendrás que poder.

- No me encuentro bien... creo que... - intentó zafarse.

- Ya... - sonrió burlona – a mi no me la das.

- Te lo digo en serio, me duele la cabeza y...

- ¡Chist! ¡Calla que empieza! – le chistó con autoridad – no me seas pija.

Natalia permaneció expectante esperando lo que tanto temía. Un par de jóvenes se introdujeron en el espacio creado por el círculo que formaban las mesas y comenzaron a danzar al ritmo de los tambores. Se acercaban y se alejaban de ellas, haciéndoles gestos y rozándolas con los adornos de sus trajes. Natalia reconoció que le agradaba el espectáculo si no fuera porque estaba tan cansada que lo único en que pensaba era en echarse un rato y cerrar los ojos.

- Nos dan la bienvenida – le susurró Alba al oído, poniéndose en pie, haciendo una reverencia – tu deberías haber hecho lo mismo – le dijo al sentarse de nuevo.

- No sé cómo – respondió sonriéndole a los jóvenes, que se acercaron a ella.

- Esta es una danza que usaban para competir los hombres jóvenes – se acercó al oído de nuevo, al ver que cambiaban el ritmo – te la ofrecen como exhibición.

- ¿Qué es ese cacharro? – preguntó despectivamente al ver que además de los tambores introducían un nuevo instrumento.

- Es el kenkeni, nos están agasajando por todo lo alto.

- Será a ti. A mí no me esperaban – le dijo maldiciendo mentalmente aquel instrumento cuyo sonido retumbaba en su cabeza.

- Prepárate ahora – la previno – coge lo que te ofrezcan y no pienses, ¡trágatelo!

La pediatra vio con estupor que uno de los jóvenes se acercaba portando el plato de aquellas bolillas, y se lo situaba frente a ellas con una enorme sonrisa. Se sintió incapaz de comerse aquello y permaneció sin moverse, Alba tendió la mano y cogió uno, se lo metió en la boca y se lo tragó. Natalia notó que se le revolvía el estómago solo al verla, no iba a ser capaz de comerse aquello, no podía.

- ¡Cógelo! – le ordenó la enfermera. Natalia permaneció paralizada - ¡qué lo cojas! – le repitió con autoridad.

Natalia alargó el brazo y con una tímida sonrisa tomó uno del plato, con mano tan temblorosa que se le cayó al suelo, Alba soltó una carcajada mirando a Germán y la pediatra entre molesta por ser objeto de las burlas y abochornada, sonrió con timidez y tomó otro, sintiendo el tacto de aquello, viscoso y peguntoso. El asco que sentía se acrecentó.

- ¡Vamos! – la impelió Alba – no lo muerdas ¡trágatelo!

La pediatra respiró hondo e hizo lo que le indicaba. Alba le sirvió un líquido denso en el cuenco que tenía delante e hizo lo propio con el suyo.

- Bebe un poco, es vino de palmera – le dijo con una sonrisa – ¿sabes que se usaba el vino de palma y a veces el de palmera para lavar los cadáveres? – le dijo con una sonrisa al fijarse en la cara que le estaba poniendo – anda bebe, no pienses solo disfruta.

"¿Disfrutar?", "¿vino?", "¿cómo se le ocurre darme vino!" "para lavar cadáveres", pensó cada vez más angustiada. Imaginaba aquel ojo en su estómago, como si fuera una canica que acababa de caer al suelo, pero al revés de lo que establecían las reglas de la gravedad, en su caso los botes cada vez eran mayores, empezó a sentir que una oleada de calor le subía con fuerza y que se le aceleraba el pulso. Se sentía mareada, casi ni escuchaba lo que ocurría a su alrededor. Aquél ojo saltaba cada vez con más fuerza, estaba segura de que en el siguiente bote le llegaría a la garganta, estaba segura de que iba a vomitar.

- Alba – le llamó la atención mirándola con desesperación, pero la enfermera no la escuchó – Alba – repitió tocándola en el brazo.

- Dime – se giró sonriente - ¿qué ocurre? – preguntó al ver su cara.

- Necesito ir al baño.

- ¿Ya? – preguntó mirando el reloj – pero si no has bebido casi nada.

- No es por eso – respondió tragando saliva.

- Entiendo – dijo con una sonrisa - ¿sabes llegar o te acompaño?

- ¡Por favor! - suplicó.

- Venga, ¡vamos! – dijo levantándose y cogiendo su silla le hizo una indicación a Germán que soltó una carcajada, recordando el primer día de Alba entre ellos, estaba claro que la enfermera había encontrado en quien vengarse.

- ¡Corre! – le pidió.

Natalia intentaba controlarse, pero cada vez se encontraba peor. Alba reía para sus adentros imaginando la cara de la pediatra cuando supiera que, aquello que se había tragado, no eran más que bolitas de maní a imitación de los ojos de cordero asados que se comían en las antiguas ceremonias. Había asistido a uno de los rituales de agasaja a reyes más antiguos de la zona. A ella le habían hecho esa misma novatada, Germán la hizo creer que comía ojos, gusanos y varias delicatessen más, pero a su favor había que decir que aguantó estoicamente toda la noche. Llegaron a la puerta del baño y se la sujetó a la pediatra que entró con precipitación.

- Te espero en la mesa – le gritó, escuchándola vomitar.

La enfermera regresó a la cena y cogió su silla situándola al lado de Germán ocupando el hueco de Natalia. El médico la miró sonriente.

- No me digas que has sido capaz ...

- Si – soltó una carcajada – todos hemos tenido novatada.

- Se va a enfadar. Te has pasado – la recriminó de palabra, aunque sus ojos bailaban divertidos.

- Ya lo sé – volvió a reír – pero... merece la pena – dijo poniendo su mejor cara de niña inocente que está gastando una broma – quiero que se acostumbre a todo esto.

- ¿Por qué? – preguntó entre curioso y extrañado – os vais en unos días.

- Cosas mías – sonrió misteriosa.

- Ya... entiendo ... - le devolvió la sonrisa pensativo – pues... no sé yo si esta será la mejor manera...

- Quizás me he excedido – respondió frunciendo el ceño con un gesto de ligera preocupación.

- ¿Y te la has dejado allí?

- Si – dijo bebiendo un sorbo de su vaso – por la cara que tenía tardará un rato en volver.

- Creo que deberías ir a ver como está. No tenía buen aspecto.

- Es demasiado sibarita, pero la conozco y se acostumbrará – le dijo con un brillo especial en los ojos y una pícara sonrisa.

- No lo dudo, pero ten paciencia, todo esto es nuevo para ella y... puede resultarle muy duro.

- Lo sé – fue su escueta respuesta. Germán la miró de reojo no entendía muy bien cuáles eran sus intenciones, pero estaba seguro que la enfermera tenía planes, solo esperaba que no se estuviese equivocando con la pediatra.

- No la presiones, a la Lacunza que yo conocía no le gustaba – le aconsejó.

- Ese es uno de sus problemas todo el mundo está demasiado pendiente de ella y se ha acostumbrado a eso. Pero en la vida las cosas no son tan fáciles.

- Tú sabrás – le respondió sin darle su opinión, había pasado mucho tiempo desde que él compartiera amistad con Natalia y no se creía con derecho a opinar, aunque estaba seguro de que Natalia sí que sabía que la vida no era fácil - Bueno, bueno... - se interrumpió al ver que los jóvenes se colocaban de nuevo en el centro para iniciar otro de sus bailes – me alegra que estés de vuelta – le dijo al oído - esto no ha sido lo mismo sin ti.

- Yo también me alegro de estar aquí – reconoció posando su mano sobre la de él – y pronto... lo estaré para siempre.

- No tengas prisa – le dijo mirándola con seriedad – lo importante es que te encuentres bien.

Alba asintió. Los jóvenes terminaron su danza y les siguieron las chicas que acudieron a por la enfermera y la sacaron al centro, la enfermera bailó con ellas echando un ojo de vez en cuando a la mesa, en busca de la pediatra, pero Natalia no aparecía, y la enfermera comenzó a ponerse nerviosa. Cuando terminó el baile, se sentó de nuevo junto a Germán, que la felicitó.

- ¡Qué diferencia! – exclamó, divertido – te has convertido en toda una experta.

Por cierto, ¿no te parece que Nat tarda mucho?

- Si. Voy a tener que ir a buscarla - sonrió.

- ¿Tener? Ya...

- Ya ¿qué? – preguntó torciendo la boca en una mueca y levantando las cejas en señal de interrogación.

- Nada, nada, que ya me contarás.

- No hay nada que contar – dijo levantándose y marchándose en busca de Natalia.

- Ya lo creo que lo hay – musitó observando cómo se alejaba camino de los baños.

La encontró en la puerta del baño, su palidez le indicó que aún se encontraba mareada.

- ¿Qué haces ahí? – le preguntó con una sonrisa burlona - ¿no vienes?

- No me encuentro bien, Alba... creo... creo que me voy a ir a la cama.

- ¿A la cama? – preguntó – de eso nada, eres la invitada de honor, tienes que volver a la mesa.

- Hablo en serio – insistió viendo como la enfermera se colocaba en jarras delante de ella – me encuentro fatal – dijo poniendo una mano en el estómago.

- No me seas quejica, Nat – rio – ¡qué era broma! – confesó finalmente ablandada por su aspecto indefenso y abatido.

- ¿Qué dices de bromas? – preguntó con desgana, "¡para bromas estoy yo!", pensó.

- Los ojos no son ojos – le dijo observando como a la simple mención de la palabra Natalia controlaba otra arcada – son bolas de maní machacado, envueltas y bañadas en zumo de frutas, porqué crees que...

- ¡Calla! No mencio... – no pudo terminar, giró la silla y se metió de nuevo en el baño, ante la carcajada de Alba, que permaneció esperándola en la puerta.

- ¿Qué! ¿mejor? – le preguntó burlona al verla salir.

- No – respondió con la respiración agitada aún y más demacrada que antes.

- Vamos, no seas pija, que al final vas a conseguir que se ofendan – le dijo con condescendencia, girándose con la intención de colocarse tras ella y empujar la silla. Pero Natalia la frenó levantando la mano en una seña de que se detuviese.

- Alba, por favor, no... no sé qué me pasa....

- ¡Qué te va a pasar! ¡qué eres una pija! – la acusó, sin escucharla, moviéndose para colocarse a su espalda - ¿ya no recuerdas la que liaste en la chabola?

- No puedo... de verdad – le suplicó cogiéndola de la mano – te juro que no intento llamar la atención – le dijo recordando las palabras con que la acusó la enfermera en el despacho de Fernando. Estaba comenzando a desesperarse de que Alba no quisiera escucharla.

- ¡Nat! – exclamó al notar el contacto de su piel – pero... ¡sí estás ardiendo! – dijo frunciendo el ceño y tocándole la frente, ahora sí preocupada.

- Estoy fatal – repitió – ya te lo he dicho.

- Vamos, te acompaño a la cabaña – se ofreció sintiendo que se le aceleraba el pulso por el nerviosismo, Cruz ya la había avisado antes de salir que Natalia no estaba bien y ella no le había prestado atención en todo el día, habían sido muchas horas de vuelo, el viaje en camión y luego conocer el campamento, no la había dejado descansar ni media hora.

- ¡No! prefiero quedarme aquí – le pidió angustiada – sigo teniendo nauseas.

- Voy a buscar a Germán – dijo dándose la vuelta.

No hizo falta que se marchara porque al girarse lo vio aparecer.

- ¿Se puede saber qué hacéis? - preguntó con una sonrisa.

- Germán, ¿puedes echarle un vistazo? – le pidió la enfermera arrepentida de haberse tomado a broma las quejas de Natalia – creo que tiene bastante fiebre.

- ¿Qué pasa Lacunza! tú dando la nota como siempre ¿no?

- Ya ves – respondió casi sin fuerza – genio y figura – intentó bromear con un deje de dolor en la voz.

- Esperemos que no hasta la sepultura – bromeó agachándose a su lado - A ver, ¿qué te pasa? – preguntó examinándola.

- Me duele mucho el estómago y la cabeza, y... y no puedo dejar de temblar – explicó levantando una mano para que lo notaran.

- ¿Has comido o bebido algo en el avión, o en el aeropuerto?

- No, solo lo que yo le he dado – intervino la enfermera.

- Le he preguntado a ella – dijo con seriedad, olvidando el tono burlón con el que llegó.

- No, nada – dijo Natalia.

- ¿No se te habrá ocurrido beber agua en la ducha?

- ¡Claro que no! no soy imbécil.

- Bien... ¿has vomitado! ¿diarrea? – continuó con su interrogatorio. Natalia miró hacia Alba con desesperación y luego miró hacia sus piernas.

- He vomitado, pero... diarrea... creo que no...

- Tranquila que yo también creo que no – le dijo con dulzura el médico comprendiendo rápidamente cuál era el motivo de su angustia - ¿cuántas veces has vomitado?

- Dos – saltó Alba rápidamente, ganándose una mirada recriminatoria del médico.

- Le pregunto a ella, Alba – le repitió.

- Cuatro – reconoció Natalia bajando la vista.

- ¡Cuatro! – exclamó la enfermera – pero Nat.... – protestó casi sin fuerza mirándola con reproche, ¿por qué no le había dicho nada?

- ¿Desde cuando llevas así?

- Mareada, con dolor de cabeza y con nauseas desde hace unas seis horas - reconoció.

- ¡Nat! ¿cómo no me lo has dicho antes? – protestó Alba, sin poder aguantarse.

Natalia apretó los labios y levantó las cejas sin responder "¡cualquiera te lo decía si a la más mínima insinuación me has tachado de estirada, pija, quejica y dios sabe que más lindezas", pensó, pero solo se encogió de hombros.

- No quería estropearte tu fiesta – reconoció cabizbaja. La enfermera enrojeció percibiendo un ligero tono de reproche, había estado tan preocupada por que todo saliera bien, tan preocupada porque Natalia se divirtiese y viese lo que había sido su mundo que se había olvidado de lo más importante, de que era Natalia la que no estaba bien, de que aún estaba convaleciente.

- ¿Cuándo te has puesto las vacunas? – preguntó de nuevo Germán - porque... ¿te las habrás puesto! ¿no?

- Claro que me las he puesto – respondió molesta – ¡ay! – exclamó ante el pellizco que el médico acababa de darle en el dorso de la mano comprobando que el pliegue de piel persistía - ¿qué haces?

- Lacunza, Lacunza esa clínica de lujo ha hecho que se te olvide lo más simple – bromeó - ¿Cuándo te pusiste las vacunas?

- Se las puso antes de ayer – informó Alba.

- ¿Antes de ayer? – casi gritó – pero si....

- Ya lo sabemos Germán, ya te contaré... - dijo Alba impaciente.

- Llévala a la cabaña – dijo Germán levantándose, con el ceño fruncido y voz grave – ahora voy yo.

- Prefiero quedarme aquí – dijo Natalia – creo que... - hizo una seña con la mano – otra vez... voy a... – intentó decir, pero hubo de interrumpirse entrando de nuevo en el baño.

- Germán – lo llamó Alba - ¿qué pasa?

- Espero que nada – respondió preocupado – voy a por mi maletín.

- ¿No será mejor llevarla al hospital? – preguntó viendo la cara del médico. Lo conocía y sabía que esa expresión y ese tono solo indicaba una cosa, había visto algo que no le gustaba nada.

- No, de momento, no, ya sabes cómo es el hospital, estará más cómoda en la cabaña, ayer ingresaron cuatro niños y ya puedes imaginar lo que hay montado... – le dijo - no te pongas nerviosa – le sonrió – solo quiero asegurarme de que... todo está bien.

- ¿No me mientes?

- Claro que no. Lo más seguro es que no sea nada. Voy a decirle a Sara que no nos esperen y os veo en la cabaña.

- Pero... tú estás preocupado, a mí no me engañas.

Germán la miró fijamente a los ojos, Alba lo conocía y sabía lo que significaba aquella mirada, el médico abrió la boca para responder, pero en ese mismo momento, la pediatra salió del baño. Alba no pudo evitar sentirse asustada al ver su aspecto, cada vez tenía peor cara y parecía más decaída.

- Ahora hablamos – le dijo Germán con un gesto de confidencialidad – haz lo que te he dicho - le ordenó dejando a la enfermera sin respuesta. No quería decir nada delante de Natalia aunque si la pediatra no estaba tan mal debía estar dándose cuenta de lo que le ocurría.

- Vamos, Nat – le dijo colocándose tras ella.

- Alba... - intentó oponerse sin fuerza para ello – prefiero seguir aquí.

- Órdenes del médico – respondió con autoridad.

Alba cogió la silla y la empujó hasta la puerta trasera de la cabaña, para evitar pasar por delante de todos. Por el camino se detuvo un momento y entró en un pequeño cuarto.

- Es el almacén – le explicó con rapidez – toma, si necesitas vomitar hazlo aquí – dijo tendiéndole un bacín.

- Lo siento – se disculpó, Natalia, abatida- ¡vaya compañera de viaje te has buscado!

- No tienes que disculparte. Nos puede pasar a cualquiera – respondió tirando de la silla, con esfuerzo, para subir el pequeño escalón trasero. Entró en la cabaña y encendió la luz.

- ¡Uf! – se quejó Natalia al notar la calidez del interior – ¿aquí no refresca nunca?

- Esto es así, pero no creas que hoy hace tanto calor – le comentó poniendo su mano sobre el lateral de cuello de la pediatra – lo que te pasa es que tienes bastante fiebre. Ven que te voy a meter en la cama.

- No. Prefiero estar así. En la cama me voy a asfixiar. Además... tumbada...

- Nat... no protestes. Es mejor que te eches un rato.

- Lo siento, os he estropeado la noche – volvió a pedir perdón, la enfermera, esta vez, no respondió y Natalia interpretó que estaba molesta - ¿Por qué no te vas tú a la cena? No los dejes sin su invitada de honor.

- La invitada de honor eres tú – sonrió.

- De verdad, vete – insistió - Yo ya estoy mejor.

- ¿Estás mejor? – preguntó, incrédula, con cara de burla.

- Si.

- Ya... - sonrió con dulzura - Mi jefe me ha dicho que te vigile hasta que él llegue.

- Tu Jefa soy yo. Y te digo que estoy bien.

- Aquí no lo eres. Así es que no me rechistes y vamos – dijo cogiéndola por debajo de los brazos.

- Aquí también – protestó casi entre dientes.

- ¡Agárrate Nat! – le pidió con autoridad al ver que la pediatra no hacía fuerza.

- Eso hago – dijo débilmente, intentándolo de nuevo.

- Bueno... espera un momento – se había dado cuenta de que la falta de fuerzas de la pediatra iba a impedirle moverla desde donde se encontraba sin hacerle daño – vamos a hacer otra cosa – propuso cambiando de postura, colocándose en el lateral, bajó el brazo de la silla, la situó paralela a la cama y la izó desde atrás – mejor así – dijo sentándola, no sin esfuerzo, en el borde de la cama – estupendo, ya está, ahora échate y...

- Prefiero no estar tumbada – dijo intentado colocar la almohada hacia arriba.

- Espera, no seas bruta. Ya te lo hago yo.

Alba le colocó la almohada de forma que quedase recostada. Le puso el bacín a su lado y volvió a pasarle la mano por la frente. Natalia seguía ardiendo. "¿Dónde se ha metido Germán?", pensó Alba nerviosa por saber que pasaba.

- En serio – empezó Natalia – estoy mejor, vete con ellos.

- Nat, no insistas, que no me voy a ir a ninguna parte – le dijo malhumorada.

- ¿Qué he hecho? – le preguntó directamente. Llevaba horas queriendo saber qué le pasaba con ella y no se había atrevido. Alba la miró fijamente, le pareció que estaba triste.

- ¿Cómo que qué has hecho? – preguntó a su vez sin saber a qué se refería.

- No sé. Algo he debido hacer o decir que te ha molestado. En Madrid te las ingeniaste para convencernos a todas de que venir aquí era la mejor opción y... estos días, cuando estaba ingresada me has tratado tan... - se interrumpió sin saber muy bien cómo definir lo que le había hecho sentir la enfermera, sin saber realmente por qué se había decidido a volar hasta allí con ella – bueno... que... llevas todo el día que.... no sé.... ahora me tratas..., diferente.

- No has hecho nada, Nat – le sonrió con tristeza, bajando la vista con culpabilidad y acariciándole el antebrazo suavemente – Soy yo – levantó los ojos y los clavó en ella con una mirada extraña que Natalia no supo interpretar – y, es... todo esto. Perdona, sé que no he estado muy... agradable.

- Vale... - volvió a tragar saliva aguantando otra punzada en el estómago – anda vete y disfruta. Yo estoy bien.

- No lo estás – le dijo preocupada por ella.

- Pero si ya llevo un rato sin... - mientras antes lo dijo, antes tuvo que frenar una nueva arcada – uhh..., de verdad, Alba, ¿no ves que ya no tengo nada que...! - otra arcada en seco hizo que se le saltaran las lágrimas - ay... - suspiró haciendo un gesto de dolor y cerrando los ojos, el estómago la estaba matando.

- Si, ya veo, lo mejor que estás – respondió sentándose a su lado en el borde de la cama, clavando sus ojos en ella y sin poder evitar el gesto de colocarle un mechón de pelo tras la oreja. Natalia se sorprendió tras el trato distante y casi frío que había tenido con ella desde que salieran de Madrid - ¿dónde se habrá metido éste? – preguntó más para sí que para ella, estaba empezando a impacientarse.

Tras unos golpecitos en la puerta escucharon la voz de Germán.

- Lacunza... ¿estás visible? – bromeó abriendo la puerta, pero sin aparecer.

- ¡Germán! deja de hacer el payaso – le reprendió Alba nerviosa. El joven entró en la cabaña, maletín en mano y con una sonrisa, que a Alba le pareció completamente ficticia.

- Niña – dijo dirigiéndose a Alba – ven un momento – le pidió.

La enfermera se levantó, le acarició la mejilla a Natalia y le dijo en un susurro "tranquila, ahora vuelvo", dejándola allí con la sensación de que la conocía demasiado bien y había sabido ver que la necesitaba a su lado, que no soportaba que la dejase sola, que estaba asustada. Alba llegó junto a Germán y Natalia intentó escuchar lo que hablaban, pero ambos bajaron la voz, lo que no contribuyó a que se sintiera mejor. "¿Niña?", "¿la ha llamado niña? o ¿es la fiebre que me hace delirar?" pensó, "¿por qué la ha llamado niña! ¿de qué coño están hablando?".

- Bueno, bueno, Lacunza, a ver que tenemos aquí – dijo entrando mientras Alba salía de la cabaña - ¿Quién me iba a decir a mí que al final íbamos a acabar así, juntitos en la cama? – bromeó sentándose a su lado y colocándole un termómetro bajo el brazo.

- No me toques las narices que...

- Tranquila – sonrió – ven aquí - dijo cogiéndole una mano y tomándole el pulso.

- ¿Qué le has dicho a Alba? – le preguntó observándolo detenidamente.

- Naaada.

- ¡Joder! ¡que no soy imbécil! – exclamó malhumorada - ¿Qué crees que me pasa?

- ¿Te quieres callar? – regruñó – ahora tengo que empezar otra vez.

- Lo siento – dijo más suave – perdóname – se disculpó guardando silencio durante unos instantes. Germán le quitó el termómetro, lo miró y frunció el ceño, volviendo a colocárselo.

- ¿Es muy alta? – le preguntó temerosa.

- ¿Tú que crees? – respondió burlón.

- Que sí.

- Premio para la señorita, ¿qué quieres chupón o piruleta? – sonrió recordando una de las bromas que siempre le gastaba en la facultad, intentando mostrarse despreocupado para no alarmarla.

- Estos termómetros están prohibidos – murmuró cansada, sin ganas de juegos.

- ¿No me digas? – sonrió burlón – ya te irás enterando de que aquí no hay nada prohibido, todo está permitido, ¡hasta palmarla de un resfriado! – bromeó, pero Natalia se puso seria sin responder a la broma y Germán recordó esa expresión de la pediatra, era la misma que tenía antes de los exámenes, interpretó que estaba nerviosa y algo asustada – voy a auscultarte – le dijo levantándole la camiseta con una delicadeza que Natalia no recordaba en él - ¡dios! Lacunza, ¿se puede saber qué coño te ha pasado? – exclamó al ver los moratones que aún tenía por todo el cuerpo.

- Nada... un... accidente – respondió distraída sin ganas de dar explicaciones – eso que has dicho antes...

- ¿El qué? – la interrumpió con esa sonrisa burlona que tanto exasperaba a Natalia – ¿que no hay nada prohibido o qué la vas a palmar? – le dijo intuyendo lo que le preocupaba y dispuesto a seguir provocándola, tenía la fiebre bastante alta y se temía que de un momento a otro comenzase a dar muestras de desorientación, y quería conseguir que se mantuviese espabilada un rato más, necesitaba preguntarle algunas cosas.

- ¿Te digo dónde tienes la gracia! porque estás empezando a...

- Vale, vale... doctora, ¿qué quieres saber! ¿si la vas a palmar! pues... - sonrió – para mi desgracia tendré que aguantar tu buen humor unos días más.

- Vete a la mierda – le espetó cansada.

- ¿Te quieres callar ya? No hay forma de escuchar nada – le dijo incorporándola un poco y poniéndole el fonendoscopio en la espalda – a ver toma aire y suéltalo. Otra vez.

Natalia obedeció y no volvió a pronunciar palabra mientras la auscultaba.

- A ver, tose un poco – le dijo y Natalia al hacerlo se provocó uno de sus ataques de tos.

- ¡Exagerada! No tanto.

- Ya lo sé – dijo casi sin respiración, intentando controlarse para no vomitar de nuevo – me ocurre... a... veces.

- ¿Desde cuando tienes esta tos? – le preguntó preocupado.

- No me acuerdo – emitió un ligero quejido al recostase que no pasó desapercibido al médico, que tiró de ella y volvió a sentarla.

- Uf – se quejó.

- ¿No te acuerdas! ¿así estamos ya? ¿con fallos de memoria? – se rio pero esta vez Natalia ya no le respondió y suspiró cansada, él la miró preocupado y la recostó de nuevo, comenzando a palparla.

- Ay, ¿qué haces? - se quejó.

- ¿Te duele aquí? – preguntó enarcando las cejas.

- ¡Cómo para que no me duela! "tu niña" me ha pegado un codazo en el camión que casi me rompe una costilla – se quejó de nuevo sarcástica.

- En serio, Lacunza, ¿te duele? – volvió a preguntarle mucho más suave e interesado.

- Un poco – confesó mientras él seguía explorándola, volvió a apretarle cuando no se lo esperaba.

- ¡Auh! – exclamó otra vez palideciendo – buff, ¡no me vuelvas a hacer eso!

- ¡Quejica! – rio para disimular su preocupación - Bueno, parece que está todo medio en orden – mintió, no le gustaba nada aquel ritmo cardiaco ni aquellos ronquidos de sus pulmones por no hablar de la tensión demasiado alta - En Madrid, tienes tu médico, ¿verdad?

- Si, ¿por qué? – preguntó con temor.

- Y ¿le dijiste que ibas a hacer este viaje?

- Si – respondió mirándolo fijamente en espera de que le dijese a qué venían aquellas preguntas.

- Ya... - murmuró pensativo.

- ¿Me puedes decir qué pasa? – preguntó con un deje de temor.

- Y ¿estaba de acuerdo? – le preguntó frunciendo el ceño.

- ¿De qué me hablas? – dijo a su vez cerrando los ojos sin entender qué le estaba preguntando.

- Lacunza – gritó provocando que Natalia los abriese asustada – te pregunto por tu médico... ¿qué si estaba de acuerdo en que viajaras hasta aquí?

- No – suspiró – de hecho fue la única persona que se opuso. Pero ¿qué pasa?

- Nada importante – la tranquilizó – solo... que... esto no es tierra para damiselas.

- Muy gracioso.... No te rías de mi – pidió cansada, entornó los ojos y balbuceó – además eso... creo que ya... me lo has dicho... ¿no?

- ¿Cómo se llama tu médico?

- ¿Qué médico? – preguntó aturdida sin saber de qué le hablaba ahora.

- ¡Lacunza! ¡céntrate! que estás en las nubes – alzó la voz sobresaltándola y comprobando que cada vez resultaba más difícil conseguir que prestara atención – tu médico de Madrid, ¿cómo se llama? – le repitió.

- Eh... ¿mi médico?. – dijo pensativa, deseando que se callase y la dejase descansar - ... Cruz – musitó.

- Muy bien Cruz, ¿Cruz qué más? – insistió.

- Gándara – respondió con un suspiro cerrando los ojos, cada vez sentía más pesadez en los párpados.

- Lacunza – la zarandeó consiguiendo que lo mirase - ¡qué te duermes!

- Eso... quisiera yo – masculló enfadada - ¿dónde está Alba? .... ¿nos vamos? ... – preguntó empezando a dar muestras de desorientación.

- ¡Lacunza! – volvió a zarandearla - ¿quieres saber dónde está Alba?

- Si – murmuró volviendo a la realidad.

- La he mandado a hacerte un bebedizo... - se interrumpió al ver la cara de asco que estaba poniendo y soltó una carcajada – te lo vas a tomar quieras o no.

- Yo... - se interrumpió al ver entrar a la enfermera que llegaba con una taza en la mano – no puedo.... No... no quiero nada.

- ¿Qué? ¿Cómo está? – preguntó Alba llegando hasta ellos y tendiéndosela a Natalia le dijo – bébete esto – Natalia la miró sin moverse – toma Nat – insistió y finalmente la pediatra cogió la taza con el firme propósito de no probar su contenido.

Le temblaban tanto las manos que Germán se la quitó y la puso en la mesilla, Natalia se quedó con la vista puesta en ella unos segundos y luego cerró los ojos. El médico la observo pensativo, si no se le hablaba empezaba a dar muestras de una preocupante falta de atención.

- Bueno... lo primero... vamos a bajarle esta fiebre – dijo mirando el termómetro de nuevo – Alba quédate con ella y que se lo tome todo.

- Estos termómetros están fuera de servicio – dijo Natalia con desgana mirando a Germán - ¿Dónde están los otros? – preguntó recostando la cabeza y cerrando los ojos de nuevo.

- ¿Otra vez con eso, doctora! ¿no tienes ninguna queja más? – se burló y la miró sonriente.

- ¡Germán! – lo recriminó Alba en voz baja.

- ¿Qué Lacunza? ¿nos damos una duchita juntos? – le preguntó el médico sin prestar atención a la protesta de su amiga.

- ¿Qué? – preguntó Natalia aturdida volviendo a abrir los ojos.

- Voy a ir preparando la ducha – dijo preocupado mirando a Alba, mala señal que Natalia no fuese ya capaz de responderle a sus bromas.

- ¿Tan alta la tiene?

- Cuarenta y uno y medio – respondió bajando la voz mirando de reojo a la pediatra – pero no tenemos ningún antitérmico, aunque si es lo que creo tampoco serviría de nada tenerlo.

- ¿Hielo! podemos usar hielo. Ya sé que no es lo más...

- No hay, Alba, ni hielo ni nada, solo agua y ... ya sabes cómo sale aquí después de estar dándole el sol todo el día al depósito, con suerte que a estas horas esté tibia, pero me temo que, o hacemos algo o con este calor le va a seguir subiendo, así es que ¡a la ducha! – dijo levantándose de la cama.

- ¿Así estamos? – le preguntó al médico acercándose a la cama y mirando a Natalia con preocupación.

- El cargamento tenía que haber llegado hoy pero ya sabes cómo es esto. Estamos bajo mínimos – la informó de la situación procurando que Natalia no lo escuchase - pero, ¡qué te voy a contar que no sepas!

- Nosotras podíamos haber traído de Nairobi algunas cosas.

- ¿Y en la frontera qué? – le preguntó retóricamente – además ya sabes que no es el cauce normal..

- ¿Y en el Hospital de Jinja! puedo coger el jeep e ir yo. En dos o tres horas puedo estar de vuelta.

- ¡Ni lo sueñes! Hasta mañana, nada. Ya lo sabes.

- Toma – le dijo la enfermera entregándole un papel.

- ¿Qué es esto? – le preguntó extrañado.

- Tenía que habértelo dado antes – reconoció bajando la vista – es... es un informe médico... de... de Nat.

- Bien – dijo con seriedad clavando sus ojos en él y después en ella sin comprender que estaba pasando - Haz lo que te he dicho – ordenó secamente saliendo de la cabaña.

Alba sabía que se había enfadado con ella y le agradeció que no le echara una bronca. Se acercó a la cama y ocupó el lugar que antes tenía el médico junto a Natalia que seguía con la cabeza ladeada, mirando a la taza ahora con los ojos abiertos.

- Ven, Nat, voy a sacarte sangre – le dijo preparando todo para hacerlo.

- ¿Por qué? – la miró desconcertada.

- Germán me lo ha pedido.

- Pero... ¿para qué? – preguntó mirándola aturdida.

- No te preocupes – le sonrió – es simple rutina. Tu mejor que nadie sabes cómo sois los médicos – bromeó intentando no alarmarla, pero la pediatra casi ni la escuchaba, sumida de nuevo en la somnolencia que le provocaba la fiebre.

Alba guardó silencio mientras tomaba las muestras. Natalia ni siquiera pareció notarlo y eso tenía muy preocupada a la enfermera, que la observaba acongojada.

- ¿Qué haces? – le preguntó abriendo los ojos y observándola recoger todo.

- Nada – respondió con calma - a ver, Nat, tienes que beberte esto, venga, un sorbito – le pidió tomando la taza de la mesilla e incorporándola un poco para que le fuese más fácil tragar – vamos, Nat, bebe un poco – le pidió de nuevo al ver que no la obedecía.

Natalia tardó unos segundos en comprender lo que le pedía y se dejó hacer sin protestar, lo que preocupó aún más a Alba. "Bebe un poco", repitió su mente, "un sorbito, venga Nat, bebe", escuchó de nuevo y de pronto se vio en otro lugar otra voz repetía aquellas mismas palabras, escuchaba llorar a un niño, la voz insistía "bebe Nat, bebe, puta", "no puedo", pensó, el niño no dejaba de llorar.

- No puedo – murmuró.

- Claro que puedes – le dijo con dulzura consiguiendo con su voz que Natalia saliese de su ensoñación y clavase sus ojos en ella.

- ¿Alba? – preguntó desconcertada.

- Si – sonrió – venga, un poco más.

- ¿Qué es? – preguntó con desgana.

- Una infusión.

- No me gustan las infusiones... - murmuró sin fuerza - quiero café... - dijo al mismo tiempo que otro fogonazo la llevaba a un lugar oscuro, Ana le tendía la mano "levántate, Nat, vamos levántate", "no puedo" pensó, pero de sus labios solo se escapó un nombre - ...Ana... - mecánicamente cerró los ojos, ¿qué era aquél olor! aturdida su mente la llevó años atrás cuando en su luna de miel Ana se empeñó en hacerla beber algo a lo que llamaba café.

- ¿Quieres café? – sonrió por la inesperada respuesta, pero empezó a preocuparse ante el grado de aturdimiento de la pediatra, "¿Ana?", pensó Alba – esto es café – mintió haciéndola beber.

- ¿Sí?. – dijo bebiendo un sorbo - ... cariño... sabe... raro... - murmuró ante la sorpresa de Alba "¿cariño?" - te ha salido aguado – dijo dándole otro pequeño sorbo a aquello que le acercaban a los labios – uff – se quejó.

- Mañana lo haré mejor – le siguió la corriente, cada vez más angustiada por su estado – pero hoy te tienes que beber éste.

- Uff – volvió a quejarse poniendo cara de asco – Ana... - murmuró entre dientes con los ojos cerrados - ... me duele...

"Ana", repitió Alba mentalmente, "se acuerda de ella", pensó notando que se ponía celosa y cayendo en la cuenta de que aún no había hablado con Madrid, a esas alturas debían estar muy preocupadas, aunque Laura ya habría contactado con ellas.

- ¿Qué te duele? – preguntó sin obtener respuesta - ¿qué te duele, Nat? - repitió.

Al cabo de unos segundos, como si tardara en procesar la información dijo

- El estómago.

- Bebe más... - le habló con dulzura - un poco más, Nat, con esto se te pasará el dolor.

Alba logró que se bebiese casi todo el contenido, así conseguiría aplacar su estómago, era una infusión de aloe y juncia que hacían los nativos y que no solo calmaba el dolor si no que paliaba los efectos de la acidez, frenando en la mayoría de los casos los vómitos, hubiera sido mejor usar jengibre pero tampoco había. Al parecer a Natalia le había hecho efecto, y no había vuelto a tener nauseas, pero la fiebre no parecía bajar y el temblor de las manos se le estaba extendiendo al resto del cuerpo. La enfermera la desnudó como le había pedido Germán y la cubrió con la sábana. Natalia permanecía en silencio, de vez en cuando abría los ojos y la miraba fijamente, pero parecía no verla.

- Nunca aprendiste a hacer un buen café – dijo al cabo de unos minutos abriendo los ojos, la enfermera le sonrió, aunque estaba segura que la confundía, en su delirio, con su mujer – Alba...

- ¿Qué? – preguntó con paciencia, sorprendida de que ahora sí parecía reconocerla.

- ¿Nos vamos?

- ¿A dónde quieres irte? – le sonrió cogiéndola de la mano.

- A casa. Estoy cansada – respondió con voz débil.

- Si, ahora vamos – le dijo mirando hacia la puerta, que acababa de abrirse.

Germán entró sonriente.

- ¿Qué! ¿cómo va?

- Le ha subido la fiebre. Pero se ha tomado casi todo ¿crees que le servirá? – le contó con un nudo en la garganta.

- Espero que ayude. Debería bajársela un poco.

- Germán, ¿qué le pasa? – preguntó con temor.

- ¿Germán? – musitó abriendo los ojos – ¡Germán!... - exclamó sorprendida de verlo - ¿qué haces aquí! y... ¿y Adela? – le preguntó perpleja sin consciencia de donde estaba.

- Lacunza, Lacunza... tu Adelita te está esperando en el jacuzzi – le sonrió – Vamos a darnos un bañito – se agachó y la levantó en sus brazos, casi sin esfuerzo, en esos años la pediatra había adelgazado mucho.

- ¡Suéltame!. ¿qué haces? – protestó sin fuerzas para resistirse.

- Alba, cuando terminemos quiero que le cojas una vía.

- ¿Me vas a decir qué pasa? – le preguntó la enfermera.

- No lo sé – mintió, estaba casi seguro de que era una insolación, pero tenía que comprobar un par de cosas primero para descartar otras opciones, aunque rezaba para que no fuera una mezcla de cosas porque en ese caso iban a tener muchos problemas - Espero que nada.

Alba lo siguió, Germán había preparado el barreño grande de la ropa, y lo había llenado de agua. Ahora entendía por qué había tardado tanto. Natalia estaría más cómoda ahí, que en la ducha. Sara los esperaba junto al barreño. El médico la introdujo en él, y permanecieron a su lado unos instantes. Luego Alba tiró del brazo de Germán y se retiraron un poco.

- Vale que no lo sepas – le dijo Alba en un susurro – pero qué crees que...

- Espero que sea solo agotamiento y deshidratación. Me dijiste que se negó a tomar nada en el viaje ¿no?

- Si. No quería.

- No debiste consentírselo – le reprochó.

- Lo sé – reconoció al tiempo que le invadía un sentimiento de culpabilidad. Había estado más preocupada pensando en la guerrilla, inmersa en sus recuerdos que prestando atención a Natalia. Por muy cabezona que se ponía ella siempre había sabido hacerla dar su brazo a torcer y a poco que le hubiese presionado Natalia hubiese cedido.

- ¿Le ha dado mucho el sol? – preguntó preocupado.

- Bueno... me esperó más de media hora junto a los soldados y luego sí, le fue dando en el camión, pero... ella prefería la ventanilla y, ... luego aquí... – se detuvo - ¿no creerás que..? no puede ser... no ha estado tanto tiempo al sol...

- No hace falta estarlo y lo sabes, ¿en qué coño estabas pensando? – le preguntó abiertamente interrumpiéndola. Alba bajó la vista avergonzada – he estado hablando con Adela y con Gándara. ¡Joder, Alba! ¡qué hace diez días estaba en coma! – exclamó sin dar crédito – te juro que no te entiendo.

Alba mantuvo la vista baja.

- ¿No dices nada! se supone que la quieres ¿no?

- ¡Claro que la quiero! – saltó desafiante – solo que...

- Solo que no has hecho nada ¿me equivoco? – le preguntó temiendo que así fuera.

- Sí que he hecho – protestó clavando sus suplicantes ojos en él, no era el momento de hablar de ella – pero ese no es el tema.

- Bien, cambiando de tema, ya te vale no haber insistido con Francesco – continuó con unos ojos que echaban chispas – en vuestra clínica estaban histéricas, si no llamo yo a mi ex....

- Pensaba llamar en un rato, cuando Nat estuviese mejor. Además, hablé con Laura y ella quedó en decirles que estábamos bien – se justificó.

- Pero no es cierto – continuó con la bronca – Nat no lo está. ¿Cuándo tenías pensado contármelo! ¿sabes lo que le podía haber pasado! ¿sabes lo que puede provocarle una fiebre así de alta?

- Lo siento – murmuró con la vista en el suelo.

- ¿Lo sientes? – le preguntó en voz baja mirando hacia el barreño donde Sara sujetaba a Natalia y la refrescaba - ¿cómo se te ocurre traerla aquí en esas condiciones? – le recriminó con dureza – tenías que habérmelo dicho nada más llegar, tenía que haberse metido directamente en la cama – le dijo más suave al ver la expresión de angustia que estaba poniendo la enfermera.

- Ya te he dicho que lo siento – repitió a punto de echarse a llorar.

- Alba no me lo trago, tú no has hecho nada en estos dos meses. Sigues igual ¿no es cierto?

La enfermera no respondió y volvió a bajar los ojos al suelo.

- Nat está enferma. No está en condiciones para estar aquí, y porque mires a otro lado o la obligues a estar de fiesta no va a desaparecer lo que tiene – le dijo agarrándola por el brazo – tienes que poner de tu parte, tienes que reaccionar. Lo que pasa, pasa, y la realidad no desaparece porque la ignores. ¿Has pedido ayuda? – le preguntó en un susurro mirando hacia el barreño.

- No – reconoció – pero ya estoy bien. He estado trabajando y... todo ha ido bien.

- Bueno... ya hablaremos tú y yo – le dijo acariciándole la mejilla y mucho más suave – no te preocupes – esbozó una sonrisa que intentaba ser tranquilizadora. Al cabo de unos segundos, cambió de tono y dijo, pensativo mirando hacia Natalia - Lo que me mosquea son los temblores.

- Entonces... ¿se pondrá bien?

- En un par de horas tendré el resultado del análisis. Está claro que no ha podido pillar nada en estas horas. Nada que le de a la cara, eso lo sabemos, pero...

- Pero que... -dijo con miedo.

- Coño Alba, que parece mentira que hayas estado aquí cinco años. ¿A quién se le ocurre ponerse cuarenta y ocho horas antes las vacunas?

- Ya... ya lo sé. Pero estamos en Uganda y aquí.

- Si, aquí solo se exigen un par el resto solo se recomiendan y también sé que no vais a estar más de una semana, pero mínimo diez días antes, lo sabes ¡Ostias!

- Es largo de explicar.

- Bueno... solo espero que no sea una reacción a ninguna – contó preocupado – porque... ya lo estoy viendo, le pondríais el pack de las fiebres, la rabia y pastillitas para la malaria, ¿me equivoco?

Alba asintió y permaneció cabizbaja ante el rapapolvo. Germán tenía razón. En su afán por proteger la vida de Natalia la habían arriesgado. Laura y ella tenían todas las vacunas puestas, pero Natalia...

- ¿Se pondrá bien? – repitió.

- Eso seguro – afirmó - Una cosa te digo, aquí, en mi hospital no la palma la Lacunza. Bastante mal me llevo ya con mi ex como para devolverle a su amiga con los pies por delante.

- No seas animal – le reprendió con una media sonrisa de alivio. Si Germán bromeaba es que no veía la cosa tan seria.

Al cabo de unos minutos, Natalia tiritaba, pero habían conseguido el objetivo, la fiebre remitía y la pediatra empezaba a ser consciente de nuevo de dónde estaba. Al verla mejor una sonriente Sara se acercó a la enfermera y le dio un beso acariciándole la mejilla.

- Me voy con ellos que se van a extrañar – le dijo – vente cuando puedas guapa.

- Sí en un rato estoy allí – le respondió devolviéndole la sonrisa. Natalia que no se había perdido detalle volvió a sentir los celos que ya experimentara esa misma tarde, "mucha confianza tienes tú con esta niñata, y encima pediatra...", pensó arrugando el ceño en su característico gesto de malhumor.

Sara volvió a la fiesta y Germán, tras unos minutos insistió en que se marchara Alba también, a fin de cuentas era la homenajeada y todos querían pasar un rato con ella, pero la enfermera se negó, no quería separarse de Natalia.

- ¿Cuándo me vais a sacar de aquí? – preguntó con resignación – o es otra novatada como la del ojo.

- Cuando te baje la fiebre – le dijo Germán.

- Ya no tengo fiebre, te lo aseguro – respondió malhumorada – ¡vais a conseguir que pille un pasmazo! – dijo castañeteando los dientes y comenzando a toser.

- No seas exagerada. A ver, abre la boca – dijo Alba con la intención de ponerle el termómetro – y no protestes más.

- Claro, graciosa, eso lo dices tú ahí fuera tan calentita. Además, esos termómetros ...

- Calla – le dijo la enfermera metiéndoselo de golpe sin que Natalia lo esperase.

- Lacunza, Lacunza, ...

- Joder deja de llamarme así – masculló mordiendo el termómetro que le habían colocado bajo la lengua.

- Si no recuerdo mal, la última vez que te vi me dijiste que ni se me ocurriese pronunciar tu nombre – rio – y no me lo muerdas que si te lo cargas te voy a hacer que me mandes una caja de esos que según tú no están prohibidos.

- Según yo, no – protestó – lo están.

- ¿Queréis parar ya? – intervino Alba – ¡vaya días que me vais a dar!

- Es la última vez que te hago caso, Alba – anunció la pediatra molesta por su comentario - ¿me sacáis o me salgo yo? – dijo apoyando las manos en el borde haciendo fuerza para levantar el cuerpo, sin ningún éxito.

- Quieta que te vas a hacer daño – la paró Alba – a ver que fiebre tienes – dijo cogiendo el termómetro – treinta y siete, ocho. Uhm todavía tienes unas décimas – dijo al tiempo que miraba hacia el médico.

- Anda vamos – dijo Germán.

La sacó del barreño, mientras Alba la cubría con una toalla y con ella en brazos se dirigieron a la cabaña.

- Ahora te vas a meter en la cama – le dijo llevándola hasta ella y recostándola con delicadeza.

- ¿Le cojo la vía?

- ¿Una vía! pero... ¿para qué? – se sorprendió Natalia – estoy bien.

- Sí, cógesela – ordenó Germán y dirigiéndose a Natalia le explicó la situación – Nat – le dijo en tono cariñoso y serio al mismo tiempo, llamándola por su nombre por primera vez – eres médico, y sabes lo que te ha pasado ¿verdad? No solo te has deshidratado por el camino si no que tienes todos los síntomas de una insolación, de momento, parece que leve.

- Pero los temblores no te cuadran ... - continuó ella, haciendo su propio cuadro clínico.

- Tú lo has dicho – afirmó – cosa distinta serian convulsiones o calambres, pero esos temblores...

- Y crees qué...

- Creo que puede haberte hecho reacción alguna de las vacunas.

- En ese caso sabes que la fiebre no me hubiese bajado con un simple baño, ni... - se interrumpió tosiendo de nuevo, inclinándose con un gesto de dolor.

- Sí, lo sé – dijo pensativo, aquella tos no le gustaba ni un pelo, ni el dolor del costado tampoco y la fiebre no había desaparecido del todo, ni con la infusión ni con el baño – pero prefiero estar preparado. Quiero ponerte una unidad de suero y ver si todo queda en eso, ¿de acuerdo?

- Vale... - aceptó sin rechistar, ligeramente asustada, dejando que Alba hiciera su trabajo. Sabía lo que implicaba todo lo que le había dicho Germán y aunque pareciese más grave la posibilidad de una reacción a las vacunas era mucho peor la insolación, y tal y como se sentía, estaba segura de que iban por ahí los tiros – Alba ¿has terminado? – le preguntó mirándola fijamente.

- Sí, ya está. Ya tienes el gotero puesto.

- Bueno... pues, ahora quiero que os vayáis los dos a la cena. Es tontería que estéis aquí. En serio, estoy mejor.

- Eso ya lo vemos – dijo Germán - ¿vienes, Alba? – preguntó y sin esperar respuesta se dirigió a Natalia – y tú, descansa, ¡qué vaya cara tienes!

- Prefiero quedarme aquí – intervino Alba.

- Por favor, Alba, que estoy bien – protestó – no me hagas sentirme más culpable de lo que ya me siento.

- No insistas, Nat, voy a quedarme, al menos, hasta que te duermas.

- Alba – le dijo Germán – si puedes, deberías pasarte un rato.

- Lo sé – asintió – iré luego.

- Entonces, aquí os quedáis – sonrió dirigiéndose a la puerta – y tú, Lacunza, hazle caso en todo lo que te diga.

- Estoy aquí por hacerle caso – respondió ladeando la cabeza, poniendo una graciosa mueca que provocó la risa en el médico – ya ves si le hago caso...

El médico se marchó con una sensación de alivio, parecía que la pediatra volvía a ser la misma de siempre.





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