Dolce Inferno

Galing kay LuxMatnfica

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El encargado de entrenar este siglo a los ángeles novatos es Gabriel, un joven que ostenta el título de arcán... Higit pa

Prefacio 2019
Prólogo
1. La rosa de Zeus
2. Ojos grises
3. La reunión
4.La flecha
5. Lágrimas de Selene
6. Semiángel
7. Citas
8. Sospechando
9. Un nuevo Rey Oscuro
10. Comienza el entrenamiento
11. Lluvia de sangre
12. El baile de cristal
13. El ángel blanco
14. Monstruo
15. La calma que precede a la tempestad
16. Prisionera
17. El alquimista
18. El violinista infernal
19. Marionetista
20. Los militares infernales
21. Luna azul
22. Cadenas de Leteo
23. Sangre y traición
24.Salamandra
25.Autodestrucción
26.Fuego
27.Compasión por el diablo
28.Virtud
Relato especial de Navidad: Nieve cálida
29.Transmutación
31.Ascensión
32.Reencuentro
33.Alma
34.Diosa
35.Polvo de estrellas
36.Los demonios sí pueden llorar
Epílogo
Especial Halloween: Primera parte
Especial Halloween: Segunda parte
Especial San Valentín (Primera Parte)
Especial San Valentín (Segunda Parte)
Una pequeña sorpresa

30.Cuenta atrás

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Galing kay LuxMatnfica

La reluciente armadura reflejaba los primeros rayos matutinos cuando el alba rayaba el horizonte. Amara terminaba de ajustarse los protectores a la vez que trataba de concentrarse y de librarse de los tortuosos pensamientos que la habían impedido conciliar algo de sueño. Extrajo de la vaina una espada de akasha que Raphael había mandado forjar a escondidas de Serafiel para ella. Se vio tentada en rechazarla, pero después reparó en su cometido y la aceptó. La hoja parecía estar hecha de cuarzo transparente y en su interior brillaban pequeñas estelas como luciérnagas. La empuñadura, también transparente con motas de oro y amatistas incrustadas se ajustaba perfectamente a su mano. Dos alas de mariposa sobresalían abiertas justo por debajo de donde quedaban sus dedos. A pesar del cargado ambiente senpalpaba un silencio más denso en el campamento que durante los días anteriores. La mayoría prefería meditar para alinear su energía sagrada. Debido a su estado de concentración no sintió la llegada de Evanth hasta que la voz de ésta la sobresaltó.

—¿Estás nerviosa? —le preguntó el elemental del hielo.

—No tengo miedo —respondió con un tono impersonal más atenta por volver a guardar su espada. Se agachó y comenzó a apretar más fuertemente la hebilla de su bota. Cuando terminó, elevó la cabeza y contempló el atuendo de su compañera. Evanth se veía espectacular enfundada en hielo y cristal.

—¿Te gusta? —presumió ella encantada, girando su cuerpo para que uno de los rayos se fragmentara en pequeños arco-iris—. Es cristal de Miranda. Mi familia se la encargó a la de Nathan para que me la fabricase. Me hubiese gustado que me viera con ella puesta, pero la llama se extinguió antes de que el hielo se derritiese.

Para su sorpresa, Amara se incorporó y volviéndose calmadamente hacia ella abofeteó su mejilla. Evanth se llevó las manos a la zona afectada, con los ojos incrédulos e indignados ante tal atrevimiento y exclamando un gemido.

—La llama sigue latiendo en nuestros corazones —proclamó la joven Amarael con total seriedad. Dicho esto se alejó de allí con paso firme.

Amara buscó a Ancel y a Yael que se encontraban algo apartados. Ellos tampoco lucían muy animados. Destacaban sobre el blanco y el marrón el pañuelo de seda roja que habían atado en torno a sus brazos en señal de luto hacia su infortunado amigo.

Como a Nathan no le gustaba el negro habían optado por el color del fuego para recordarle. Ellos la advirtieron y saludaron con un gesto, pero Amara los ignoró y se apartó de allí. A pesar de las palabras de Caín todavía se sentía culpable.

A los dos jóvenes ángeles les sorprendió esta actitud y tras intercambiar sendas miradas interrogativas se encogieron de hombros. Aquella chica era demasiado extraña como para comprenderla y se había vuelto más intratable desde la muerte de su amigo.

—No deberíamos dejarla sola —expuso Yael.

—Es ella la que ha pasado de nosotros. No podemos hacer nada si nos evita todo el tiempo.

En esto, su conversación fue interrumpida por la incómoda presencia de Haziel quien portaba su armadura verde y azul derrochando presunción.

—Me habían dicho que habías liberado tu esencia, pero ya veo que estaban equivocados —le dijo a Ancel mientras le examinaba de arriba a bajo sin ningún escrúpulo—. Ya me parecía a mí demasiado improbable.

Las imprevisibles plumas de Ancel descansaban como siempre cayendo hacia abajo en una cascada nacarada.

—Conseguí liberarla una vez y puedo volver a hacerlo cuando quiera, pero estoy reservando el espectáculo para el mejor momento —se defendió.

—Lisiel me contó que te veías espectacular —añadió Evanth uniéndose a la conversación con una encantadora sonrisa. Este gesto puso a Yael en sobre alerta.

—Estoy seguro de que si me hubieras visto desearías ser mi pareja del baile —expuso Ancel pasándose el brazo por detrás de la cabeza fingiendo una falsa modestia.

—Bueno, eso tendría que verlo.

—¿¡Qué!? Ancel, hazte un favor y suspende el examen para ahorrarte la vergüenza de quedarte sin pareja —aseveró Haziel.

—La verdad es que alguien como yo sólo puede ir con el que mejor lo haga durante el examen —anunció Evanth mirando de reojo a un picado Haziel.

—¿Entonces si lo hago mejor que este engreído serás mi pareja? —preguntó un iluminado Ancel. Yael negó con la cabeza, pero su amigo le ignoró.

—Si eres mejor que él muy probablemente sí —asintió Evanth con convicción.

—En el fondo lo estás deseando y no sabes como pedírmelo —se vanaglorió él.

—Será eso —respondió la aludida irónicamente.

—Yo que tú me preocuparía por sobrevivir. No eres más que un vencejo con pretensiones de halcón —masculló el ángel de oscuros y lacios cabellos.

—Lo has dicho —insistió Ancel señalando a Evanth —y tengo testigos. Si lo hago mejor que el idiota de Haziel serás mi pareja del baile de ascensión.

—Eso no lo dudes —confirmó la joven.

Haziel la dedicó una taladradora mirada inquisitiva y ella respondió con una sonrisa ladina. Así se aseguraba que Haziel se esforzaría por hacerlo bien.

—Quiero ir a ver a Lisiel —le dijo Yael a su amigo.

—De acuerdo.

Se adentraron en el bosque y se detuvieron para contemplar a un grupo de ángeles intentando controlar a un enorme dragón de escamas doradas. La luz solar arrancaba destellos flamígeros y Ancel no pudo evitar acordarse de la armadura de Nathan. Los alargados iris del reptil se posaron en el pañuelo rojo y de sus alargadas fauces escupió una llamarada. Antes de que les diese tiempo a reaccionar un ala blanca se interpuso entre el fuego y un despistado Yael. Su salvador se trataba de un espectacular pegaso tan blanco como las algodonadas nubes con las crines trenzadas y relampagueantes rubíes alrededor de su esbelto cuerpo. Tenía tatuada una flor en sus cuartos traseros.

Lisiel apareció inmediatamente detrás de Saeta; llevaba las puntas de sus plumas jaspeadas del mismo rojo escarlata que adornaba su fiera mirada y del corpiño que protegía su pecho. Sus piernas, brazos y cuello se hallaban cubiertos con unos protectores plateados con grabados de caballos. De las fosas nasales del dragón seguían

saliendo hilos de humo y un ángel con un tocado de púas doradas sobre la cabeza se abalanzó en contra de él para apaciguarlo.

—Bien hecho, Saeta —la elogió Lisiel acariciando su lomo—. Los dragones dorados son más indómitos —les explicó inmediatamente a los dos muchachos—. Por eso yo prefiero una cría plateada, son más tímidos y esquivos al principio, pero más fieles y obedientes cuando cogen confianza a su amo.

—Vaya, sí que va a ser importante esta batalla para que participen incluso los dragones —exclamó Ancel impresionado.

—¿Verdad? Estoy algo nerviosa.

—Todo saldrá bien —la animó Yael—. Estás muy guapa.

—Tú también —le devolvió una amplia sonrisa.

—¿Sabes que tu amiga me ha pedido que la acompañe al baile? —soltó un jovial Ancel.

—¿Quién? ¿Evanth? Mira que lo dudo…

—Ha asegurado que irá con el mejor.

—No me extraña, no merece menos. Evanth es tan increíble… Estoy segura que hará algo espectacular —aseguró la chica.

—Eso habrá que verlo.

—Yael, tengo una cosa para ti —le informó algo ruborizada. Rebuscó dentro de un pequeño bolso que llevaba colgando de un costado y sus dedos rodearon un colgante con dos dragones entrelazados. Los separó y pasó a través de la cabeza de él uno de ellos. El aurífero dragón lucía muy bien volando sobre el torso de Yael—. Está hecho de un material especial. Mantenlo cerca del corazón y sabrás qué tal está el otro portador.

Así, aunque durante el examen estemos separados podremos sentirnos —concluyó con

una tímida mirada.

—Gracias, aunque no deberías estar muy preocupada por mí, esos diablos no serán ningún peligro.

El chico extendió una mano y acarició el colgante plateado que portaba ella. Ancel extendió sus alas y les cubrió disimuladamente para que los demás no les vieran. Aprovecharon para despedirse con un afectuoso abrazo.

Cuando por fin les informaron de que ya podían ir dirigiéndose a la zona del examen, Ancel y Yael se dirigieron allí en silencio. Tenían muy claro a lo que iban: a por venganza. Unos diablos fueron los que asesinaron a Nathan, así que ellos se llevarían por delante a todas aquellas malditas criaturas.

—Quizás debería quitármelo —pensó Yael en voz alta contemplando el colgante que le habían regalado—. No quiero preocuparla.

—Mientras no nos falle la invisibilidad no deberíamos preocuparnos mucho. Además siempre podemos decirles a los diablos que es un colgante mágico y que si te tocan aparecerá el rey de los dragones y los carbonizará.

Ambos se rieron por la ocurrencia de Ancel, pero un crujido entre los arbustos puso en sobre aviso a Yael.

—¿Has oído eso? —le preguntó.

—¿El qué?

Se acercaron al arbusto en cuestión para investigar. Antes de que pudiesen siquiera reaccionar, un gran peso se abalanzó contra ellos, inmovilizándolos y oprimiéndoles contra el grueso tronco de un árbol enorme. Sus facciones se alzaron sorprendidas cuando reconocieron a su atacante.

—¡Gabriel!

—¡Has venido a vengarte de lo del otro día! —gritó Ancel.

A Gabriel no le quedó más remedio que silenciarles tapando sus bocas.

—¡No voy a haceros daño! —trató de tranquilizarles.

—Y nosotros vamos y nos los creemos —logró decir Ancel cuando la presión disminuyó.

—Atacándonos por la retaguardia no suenas muy convincente —le acusó Yael.

Los dos no cesaban de forcejear, pero Gabriel era mucho más corpulento que ellos.

—El otro día perdí el control. No sabéis cuanto me alegro de que estéis bien —les dijo completamente serio.

Los dos muchachos seguían recelosos de sus palabras.

—De acuerdo —Gabriel les liberó mientras él mismo se apoyaba contra el tronco ocupando el lugar de ellos con las manos en alto—. Comprendo perfectamente vuestra postura, pero necesito que por lo menos me escuchéis un momento.

—¿Mataste a Nathan? —le preguntó Ancel sin ningún miramiento.

—¡No! Además, de haber sido yo, los inquisidores no tendrían por qué haber mentido.

—Dejemos que diga lo que tenga que decir —accedió Yael—. Pero que sea rápido, el examen está a punto de comenzar.

—Necesito que me ayudéis a llegar arriba del todo de la sede de los Cazadores sin ser visto.

—¿Nos estás pidiendo ayuda?

—¡Van a ejecutar a mi hermana! Tengo que salvarla.

—¿Tu hermana no estaba muerta? Además dicen los rumores que tú mismo la mataste

—apuntó Ancel.

El semblante de Gabriel cambió y sus párpados se arquearon con convexidad.

—Ella murió en frente de mis ojos, pero también es cierto que ahora está viva. Serafiel la quiere porque es la única que puede producir akasha de la nada, y por eso mismo los demonios la quieren matar en público, es una provocación directa hacia el Cielo.

—Tú tampoco eres un ángel. No creo que el Cielo te importe mucho.

—¡Claro que me importa! Pero me importa aún más Selene. Tendría que ser yo el que hubiese muerto en vez de ella. Si no la salvo no me lo perdonaré nunca. Después me entregaré, lo prometo, pero primero quiero salvarla —Los dos aprendices le escuchaban en silencio. Gabriel aprovechó para alargar la palma de su mano. Los otros dos se pusieron en alerta, pero solamente se materializaron dos pequeñas y redondas gemas.

Una era completamente transparente y la otra, verdosa y opaca—. Son ópalos —les explicó—. Son muy preciados y difíciles de adquirir porque potencian las verdaderas esencias. En otras palabras, os ayudarán a desarrollar vuestra verdadera esencia y además amplificará su poder.

Las hermosas gemas se reflejaban en las pupilas de Yael quien deseaba sostenerlas entre sus dedos. Estaba a punto de extender el brazo aceptando la oferta cuando Ancel se lo llevó algo más alejado.

—Nos vamos a meter en un lío —le reprendió—. Además que seguramente todo sea una trampa.

—Que yo sepa en ningún lado pone que no se puedan utilizar ópalos.

—Tampoco hay ninguna norma que nos prohíba copiar en los exámenes y sin embargo NO está permitido.

—Y aún así lo hacemos.

Ambos intercambiaron miradas evaluadoras sopesando las posibilidades.

—Pero este examen es mucho más importante y va más allá que resolver unos cuantos jeroglíficos.

—Por eso mismo. Este es el examen que cuenta. Si no lo superamos pasaremos el resto de nuestra existencia en Vilon.

—Pensé que ya habíamos hablado sobre esto: matar a cuantos más diablos aunque para ello quebrantemos las normas.

Yael se llevó la mano al colgante del dragón dorado y se lo mostró.

—Tenemos motivos para regresar a Shejakim. Lisiel me está esperando, nuestra familia también y tú tienes que asistir al baile con Evanth.

—Desobedeciendo las normas no conseguiremos nada.

—¿Desde cuando te importan las normas? Claro, como tú ya conseguiste liberar tu esencia lo ves más fácil, pero yo aún no, Ancel.

—Sí, lo conseguí, pero una vez, nada más. Eso fue suerte. Desde entonces por más que lo he intentado no ha habido manera. Antes simplemente estaba fardando.

—¡Pues cojamos los ópalos! Gabriel sólo quiere que le llevemos hasta el último piso siendo invisibles. Allí estará la líder de los Cazadores, Agneta. Es nuestra oportunidad de vengarnos y de quedar mejor que nadie. ¿No lo ves? Matamos dos pájaros de un tiro.

—Lo veo —cedió Ancel desviando la mirada al suelo y frotándose la nuca. Seguía sin fiarse de Gabriel, pero aquel ópalo se le hacía demasiado tentador.

—De acuerdo —le comunicó Yael su decisión a su ex-profesor.

Éste respiró aliviado y les tendió la mano abierta con los ópalos. Yael trató de encontrar alguna pista de que mentía en su rostro, pero la expresión alicaída de sus cuencas oculares, sus hundidos párpados, el brillo desesperado de sus pupilas y la fruncida comisura de sus labios tan sólo le decían que estaba siendo sincero, podía palparse su desesperación perfectamente.

—El verde es para Ancel ya que sabemos que él pertenece a este Rayo —les explicó

—. Sin embargo, como todavía no se sabe tu esencia, Yael, tendrás que conformarte con uno transparente.

—Hoy parece mi cumpleaños —clamó Yael recibiendo gustosamente la gema.

—¿Y cuál es el plan? —preguntó un contentísimo Ancel examinando su verdosa piedra.

Gabriel les mostró una pequeña llave de cobre, la misma llave que Caín le había dado meses atrás.

—Es la llave del depósito de los Cazadores, donde torturan a los ángeles que hacen prisioneros. Se encuentra bajo tierra, pero comunica con el primer nivel de la gran torre. Puedo apañármelas para pasar desapercibido hasta la entrada a los calabozos, pero una vez dentro los infinitos ojos de Metatrón estarán apuntando hacia la torre. Es entonces cuando necesitaré vuestra ayuda. Prometo no interferir, tan sólo os ayudaré discretamente hasta llegar al último piso. Una vez allí salvaré a Selene y nos las apañaremos para que parezca que el mérito es vuestro y dejaré que me capturéis y entreguéis. Me avergüenzo de todo lo que he hecho y no pienso huir del castigo que me merezco.

Aquello sonaba demasiado bonito para ser cierto, pero Gabriel exponía sus palabras de forma que si les hubiese dicho que tres más dos son cuarenta, ellos habrían asentido igualmente.

Repiquetearon las trompetas anunciando a los aprendices que había llegado el momento de acudir a formación. Amara se bajó el protector facial, una máscara con forma de mariposa que cubría la parte superior de su cara, desde la frente hasta el tabique nasal. Localizó a Ancel y a Yael que se habían colocado al final prácticamente.

Ella decidió ponerse al frente, en primera línea de combate. Al pasar cerca de Evanth se sintió observada, pero mantuvo su postura erguida y alzó la vista hacia la enorme torre que se hallaba frente a sus ojos. El examen consistía en tomarla. Allí estaba la sede de los Cazadores, los diablos e infectados que por resentimiento se dedicaban a atrapar ángeles e inquisidores. La torre se erguía en medio de una yerma extensión de tierra putrefacta. Nada crecía allí salvo oscuridad y desesperación y aquella espiral que constituía el primer nivel. Sobre él se alzaban desafiando al Cielo otros doce pisos más.

Una grieta portadora de un líquido verdoso y humeante cruzaba por debajo de aquella espiral como una cicatriz. A lo largo de la escalofriante construcción centelleaban pequeñas ventanas con una luz mortecina y verde dando la sensación de que centenares de ojos les observaban, vigilantes. Focos de luz roja iluminaban al azar aquel terreno y el gélido viento arrastraba granitos de arena estéril entremezclados con una humareda translúcida que apestaba a sangre ácida. El suelo vibraba bajo sus pies, Amara podía sentirlos, los lamentos de los prisioneros que agonizaban varios metros bajo tierra y hacían estremecer los cimientos. El corazón se le afligió y elevó la mirada en un acto reflejo, buscando huir de aquel terror amparándose en los rayos de sol, pero no le sirvió de nada pues una espesa capa de negros nubarrones giraban lentamente sobre las cabezas de todos ellos, como si algo invisible las estuviese removiendo concéntricamente. Dos dragones, uno blanco y el otro dorado, revoloteaban alrededor inspeccionando el terreno. Parecía ser que los diablos habían creado una barrera protectora alrededor de todo el perímetro en un radio de diez kilómetros, por eso estaban en guardia, esperando a la mínima posibilidad de abalanzarse sobre sus enemigos.

Todos enfocaron su atención hacia arriba de la torre y Amara los imitó. Tres siluetas habían aparecido entre la cortina de niebla. Amara agradeció tener los ojos tapados cuando divisó la inconfundible figura de Caín y la plata de sus iris. Aún desde aquella distancia podía sentir su intensidad, siempre mirándola como si estuvieran haciendo el amor. Una ondulante capa negra pendía de sus hombros. Al lado suyo se distinguían dos mujeres. Una de ellas estaba atada a una cruz de san Andrés. Sus brazos se sujetaban con clavos a las aspas que formaban los trazos de la A invertida y sus muñecas presentaban marcas de violencia. Amara se preguntaba quién sería aquella mujer cuyos cobrizos cabellos caían desfiladamente sobre su rostro abatido. Tan sólo les habían dicho que tenían que salvarla porque era muy importante para el Cielo. La otra mujer iba imbuida en un traje de cuero con partes metálicas. El viento manipulaba caprichosamente sus finos y casi transparentes cabellos violetas. Sus cuencas oculares estaban ocupadas por dos pedazos de carbón perfectamente pulidos que les observaban desde allí arriba burlonamente. Ella debía de ser Agneta, la líder de los Cazadores y si Caín no la había mentido, su tía.

Agneta sujetó el mentón de la prisionera con sus resecos dedos y tras apretar fuertemente su mandíbula, la abofeteó con crueldad en el lado izquierdo. Caín mantuvo su semblante sereno, pero Amara pudo apreciar que aquello no le había hecho gracia alguna. Iraia se hallaba en el frente para dirigir a sus alumnas. Los últimos acontecimientos no la habían sentado nada bien. Gabriel era la mejor persona que jamás había conocido, no podía creerse que todo eso estuviese pasando de verdad. No cesaba de preguntarse entre llantos cuándo acabaría aquella pesadilla. A pesar de estar perfectamente ataviada y armada hasta los dientes para aniquilar diablos, no podía disimular del todo los ojerosos ojos que trataba de ocultar tras la protección que le brindaba su yelmo. A su lado destacaba la figura imponente de un ángel con zafiros incrustados en su armadura y alas del mismo color. Se trataba de Ruhiel, uno de los mejores guerreros de Dios al que se le había encargado que sustituyese a Gabriel. Siete campanillas plateadas prendían de su trenzadaza y larga melena castaña, titilando animadamente junto al sonido de su espada.

Iraia le miró esperando a que él dijese algunas palabras de aliento, como solía hacer Gabriel, pero permanecía impertérrito con las pupilas clavadas en los espesos nubarrones, más atento por lo que tuviese que ordenarle su superior. El comandante inquisidor Drake Drummond también estaba allí presente con un pequeño escuadrón y portando curiosas armas.

Agneta era consciente de que estaba recibiendo toda la atención por lo que rió de manera bastante molesta enseñando todos los dientes y aclaró su garganta para hablar

con una voz inquietante y cargada de socarronería.

—Malditos idiotas imprudentes y temerarios. ¿Así que osáis desafiarme? Pues no tengo otra cosa que daros que humillación y sufrimiento, que es lo único que me disteis a mí. Serafiel, perro cobarde, que envías contra a mí a los niños de guardería y a los inútiles humanos.

Amara comenzaba a preguntarse qué estaba haciendo allí. Si la hubiesen dado a elegir preferiría hallarse bien lejos, en un lugar frondoso y agradable disfrutando de la compañía de su amado. En vez de eso tendría que mancharse su traje blanco de sangre y tripas, todo para convertirse en diosa, como un diablo le había pedido. Caín no despegaba la vista de ella y Amara se la devolvió, desafiante, aunque él no podía verla.

Estaba dispuesta a dar lo mejor de sí y hacer una actuación estelar, pero no por Caín, ni por Raphael, ni por un ser que se hacía llamar su madre, ni siquiera ya por la humanidad, sino para demostrarles a todos de lo que era capaz. Estaba cansada de que se pensasen que resultaba fácil de manipular y débil. ¡Cuán equivocados estaban!

Ruhiel le dijo algo mentalmente a Iraia, y ésta transmitió una orden a los jinetes. Éstos asintieron y tras arrear las espuelas de los magníficos corceles alados que montaban, se elevaron en las alturas. Yael distinguió a Lisiel entre los que despegaron. Aunque a simple vista estaban volando en círculos, en realidad tenían una coreografía muy estudiada. Los pegasos portaban en sus bocas los extremos de unas cintas plateadas y mientras los diablos infectaban la tierra, los jinetes entretejían una enorme red que rozaba el manto de nubes. Los ángeles no se molestaron en despejar el cielo, pues no había manto alguno lo suficientemente grueso para esconder algo de la poderosa mirada de Metatrón.

—Con que esas tenemos —siguió hablando Agneta—. Lamento comunicaros que no podéis llegar hasta aquí por el aire. Esta torre esconde un gran enigma y sólo aquellos lo suficientemente buenos para descifrarlo podrán optar por derrotarme.

—¿Qué ha dicho de un enigma? —le preguntó un distraído Yael a su amigo.

—¡Y yo que sé! Oye, la hermana de Gabriel está buena. ¿Crees que después de salvarla nos lo querrá recompensar?

Agneta jugueteó con los flecos de una de las hombreras de Caín y tras acicalarse el pelo, volvió a hacer resonar su garganta. Sus cetrinos labios comenzaron a canturrear una inquietante melodía en un susurro apenas audible desde tan lejos:

En tiempos inmemoriales existía el Valle Feliz,

Y en aquel hermoso lugar vivían dos hermanas: Cástor y Pólux.

La primera era osada y presuntuosa

Y la segunda, inocente y afectuosa.

Un día estaba Pólux recogiendo un ramo de flores,

Mientras Cástor bailaba y jugaba con los hombres.

El Dioscuro se quedó prendido de la candidez que desprendía la joven Pólux

Y por eso la raptó y la encerró en la más alta torre.

DO RE MI FA RE MI FA SOL

Lloraba la desdichada joven.

DO RE MI FA RE MI FA SOL

Lloraban los habitantes del Valle Feliz.

Once valientes jóvenes prometieron rescatarla

Pues la muchacha era muy apreciada en sus corazones.

Cástor trató de persuadirles ya que ahora su belleza no tenía rival,

Pero los valientes héroes insistieron.

DO RE MI FA RE MI FA SOL

El primero en intentarlo fue Aries,

Quien llegó hasta el noveno piso

Mas no supo comprender las baladas del viento

Y en los cuernos del carnero halló el sufrimiento.

DO RE MI FA RE MI FA SOL

Le siguió el fortachón de Tauro,

Que tan sólo pudo subir hasta el tercero,

Mas no fue capaz de partir la dura roca

Y con su asta el toro perforó su nuca.

DO RE MI FA RE MI FA SOL

La propia Cástor decidió acompañar al atractivo Cáncer.

Juntos llegaron hasta el sexto nivel, donde ella trató de seducirlo,

pero Cástor tenía muy claros sus sentimientos,

y sus propios celos la atraparon en su reflejo.

DO RE MI FA RE MI FA SOL

Cáncer no se detuvo, pues amaba a Pólux más que a cualquier otra cosa,

Y llegó hasta el penúltimo piso.

Su impaciencia por verla le distrajo

Y de los misterios del agua surgió un cangrejo gigante.

DO RE MI FA RE MI FA SOL

El impetuoso Leo se lanzó a la aventura

Y en tiempo récord al segundo piso llegó.

Allí menospreció el poder de las llamas

Y el fuego su cuerpo consumió.

DO RE MI FA RE MI FA SOL

Le llegó el turno a su mejor amiga Virgo,

Quien llegó al onceavo gracias a su puro corazón,

Mas al intentar cruzar las arenas movedizas sucumbió

Y la tierra que tanto veneraba la tragó.

DO RE MI FA RE MI FA SOL

El sabio Libra pensó que podría llegar lejos

Y hasta el séptimo subió.

Mas no supo equilibrar su peso

Y contra el vacío se precipitó.

DO RE MI FA RE MI FA SOL

Reía el malicioso Escorpio por la suerte de sus rivales

Y más rieron sus espíritus cuando en el primero se quedó

Pues no supo leer las dunas de arena

Y el veneno del escorpión le destruyó.

DO RE MI FA RE MI FA SOL

Sagitario cargó su carcaj

Pues poseía una puntería sin igual.

Mas en el cuarto, las flechas se agotaron

Y los despiadados centinelas su cuerpo destriparon.

DO RE MI FA RE MI FA SOL

Se empeñó el pequeño Capricornio

Y gracias a su cabezonería hasta el décimo llegó

Mas del fruto maldito comió

Y en cabra se transformó.

DO RE MI FA RE MI FA SOL

Ya sólo quedaban dos.

Eso pensaba un asustadizo Acuario

Pero cuanto llegó al octavo su miedo se disipó y al mismo viento desafió.

Su cadáver a cincuenta kilómetros apareció.

DO RE MI FA RE MI FA SOL

Piscis se convirtió en la última esperanza

Y hasta el quinto ascendió sin tardanza

Mas se acercó demasiado a la orilla

Y acabó en una panza.

DO RE MI FA RE MI FA SOL

Lloraba la desdichada joven.

DO RE MI FA RE MI FA SOL

Lloraban los habitantes del Valle Infeliz.

El Dioscuro reía y reía

Y lágrimas negras de los ojos de la pobre caían.

Cuanto más lloraba más alta se volvía la torre

Y ahí ha permanecido hasta nuestros días.

Agneta cesó de cantar pero el eco seguía arrastrando sus palabras contra las rocosas

formas que crecían retorcidas del suelo. Los presentes trataban de asimilar lo que había

querido decir con todo ello. Sus palabras no parecían guardar mucho sentido.

- 322 -

—No vais a tener todo el tiempo del mundo —habló esta vez Caín.

Les enseñó a todos un pequeño reloj de arena que sujetaba entre sus dedos y ante todos

ellos le dio la vuelta. Los pequeños granos de ónix comenzaron a caer lentamente. Caín dejó el reloj a la vista de todos.

—Tenéis para salvarla antes de que caiga el último grano. Después, yo mismo la ejecutaré.

En medio de las filas de aprendices algo sucedió pues se estaba levantando un pequeño alboroto. Una chica ángel gritaba como poseída mientras se arrodillaba en el suelo y se aferraba con las manos a la cabeza sin cesar de convulsionar. Rápidamente comprendieron lo que acontecía: ella siempre había sido un ángel muy sensible. Su especialidad consistía en detectar señales malignas antes que nadie, pero aquella habilidad se trataba de una debilidad al mismo tiempo, pues la oscuridad le afectaba más que a nadie. Los ángeles eran seres de máxima pureza, no podían dejarse corromper por la oscuridad y rápidamente todos lo comprendieron. Se miraban los unos a los otros esperando a que alguien diese el paso. Al final un joven de cabellos pelirrojos y tez trigueña decidió dar el paso, desenfundado su sable. Se encargó de darle una muerte rápida y sin sufrimiento a su compañera.

***

Agneta no poseía ningún interés por ver cómo los ángeles eran aniquilados por su séquito, ese espectáculo ya se lo tenía muy visto, por lo que entró dentro de la torre.

Caín la siguió. Al hacerlo los numerosos ojos de los cuerpos que colgaban de la pared se clavaron en él. La habitación era circular y la pared estaba construida en su totalidad por bloques pedregosos adornados por numerosas argollas. De ellas colgaban los mutilados y disecados cuerpos de ángeles de todo tipo: cuerpos femeninos, masculinos e incluso niños. Sus pupilas se movían de un lado a otro por lo que todavía estaban vivos. Caín desconocía el método que Agneta usaba, pero le parecía de mal gusto. Trató de imaginarse a Serafiel colgado en frente de su cama, observándole durante toda la eternidad cambiándose y desvistiéndose, escalofriante. O mejor aún, a Mikael, y le obligaría a mirar cómo se tiraba a Amara todas las noches. Salió de su ensimismamiento al sentir un aliento rancio intentando abrirse paso entre sus labios. Agneta le estaba

besando y no tuvo más remedio que apartarla secamente de él reprimiendo el impulso de limpiarse la saliva.

—¿No es emocionante? —le dijo la líder de los cazadores aún relamiéndose.

Caín pensó para sí mismo que ver cómo se desmoronaba ese gran montón de piedras sí que resultaría entretenido.

—No deberías confiarte tanto.

—¡Venga ya! No van a llegar a tiempo, estoy deseando rajarle el cuello a esa puta. No la conozco pero me cae realmente mal —pronunció Agneta refiriéndose a Ireth.

Caín se giró para poder ver a la pobre semiángel que yacía cabizbaja, prisionera a la vista de todo el mundo, en el gran mirador que hacía de terraza exterior. Caín anhelaba besarla y por lo menos hacer que sus últimos momentos de vida fuesen placenteros,

Pero sabía que aquello no podía ser así pues acabaría rindiéndose.

No tenía más remedio que hacer lo que estaba haciendo, ya era demasiado tarde para echarse atrás.

—Está demasiado inmóvil, ¿no crees? —preguntó Caín.

—Tuve que drogarla.

—¿Que hiciste qué?

—No tuve más remedio. Su irritante bocaza me estaba taladrando la cabeza. No paraba de decir falacias, que si tú no eras capaz de hacerlo porque solamente la amabas a ella y otras cosas horrendas.

Las cejas de Caín se arquearon notablemente. Después de cerrar fuertemente los puños y de clavarse sus propias uñas, se acercó a la cazadora.

—La desesperación hace desvariar a uno, tú lo deberías saber mejor que nadie —le dijo a la vez que retiraba con delicadeza unos mechones de la amplia frente de ella, despejándola, y depositó allí un suave beso.

—¡Eres tan caballeroso! —exclamó Agneta entre suspiros.

Caín se recostó sobre el alargado chase longue que ocupaba un lugar privilegiado en la estancia y se acomodó cruzando las piernas y apoyándose en el brazo que sobresalía mientras sus dedos acariciaban el suave pelaje negro con el que estaba forrado. Llevaba el cabello más liso de lo normal y menos rebelde, adquiriendo un gesto más aseverado.

A Agneta le parecía tremendamente atractivo.

—… ¿Pero no crees que después de lo que pasó en tu habitación podríamos ahorrarnos estas formalidades? —siguió hablando ella.

Caminó hacia él moviendo sinuosamente las caderas, pero no logró captar toda la atención por parte de él como le habría gustado. En lugar de eso el diablo cogió una copa de cristal que estaba apoyada sobre un pequeño aparador situado junto al reposabrazos.

—Relléname la copa —ordenó Caín mientras que hacía que ésta oscilase apoyada sobre su palma abierta.

—¡Pero…!

—¿Estás desobedeciendo una orden? —tensó el tono de su voz.

—Lo siento, ahora mismo se la lleno, mi amado Señor.

Caín pareció complacido. A Agneta le gustaba hablar mucho, pero en realidad no era

más que una gatita asustada, capaz de cualquier cosa por recibir su cuenco de leche.

—Llevas bebiendo todo el tiempo, Caín —alegó recuperando de nuevo la confianza—. No sé si será bueno…

Se vio interrumpida por dos golpes secos que resonaron en la gran puerta doble. Agneta buscó los ojos de Caín, interrogante.

—Abre —fue lo único que dijo él.

Agneta extendió su brazo y colocó la mano en vertical. El plomo y el hierro rechinaron, pero se abrieron rápidamente a pesar de su gran tamaño. Al otro lado les estaba esperando Zadquiel.

<<Y aquí está la otra gata>>

—¿Qué hace ésta aquí? —saltó la cazadora, enojada.

—Le he liberado —le informó el arcángel a Caín.

—Bien, aunque no hacía falta que vinieras personalmente a comunicármelo.

—¡Has venido a quitármelo! —gritó histérica Agneta—. ¡No tuviste suficiente con Mikael y vienes a arrebatármelo a él también para amargarme mi condena!

Zadquiel se forzó a aparentar que la ignoraba y permaneció centrada en Caín.

—No puedo fiarme de ti, Caín. No me gusta como manipulas ni a Amara, ni a mi hermana… ¡Me prometiste que a ninguna de las dos les ocurriría nada!

—¿Acaso les ha pasado algo? —respondió el diablo calmadamente.

—¡Planeas hacer que Lucifer destruya toda esta torre! ¿Qué tiene que ver eso con los objetos sagrados?

Que ella conociera esa información le sorprendió.

—Sí, el mismo Adramelech me lo ha contado —le confesó Zadquiel.

<<Maldito idiota>> Se lo habría esperado de cualquier otro, pero de su intendente, jamás.

—No deberías hablar tan a la ligera de estas cosas delante los demás —la reprendió. No quería que Agneta supiese nada de los susodichos objetos sagrados.

Los dos la buscaron con la mirada. Un alarido procedente de Ireth les mostró su posición y a Caín el corazón casi le da un vuelco. Agneta sostenía una vara de hierro puntiaguda que goteaba pequeñas lágrimas carmesí. La cazadora jugueteaba con el rojo fluido mientras se miraba las tiznadas yemas de sus dedos. Cuando consiguió la atención del diablo sonrió satisfecha.

—Me temo que soy una impaciente. Voy a adelantar su ejecución.

<<Si lo haces, después la seguirás tú>>, pensó en amenazarla, pero se contuvo porque Agneta era celosa. Si mostraba más preocupación por otra mujer el resultado podría ser indeseado.

—Agneta, no hagas eso. Por mí —mencionó en su lugar. Zadquiel resopló un bufido cargado de desaprobación.

—Pues entonces hazme caso. ¡No escuches a esa ramera! Te infectará con sus falacias

como hace con todos —Parecía estar al borde de romper a llorar. Dejó caer la vara y se abalanzó contra Caín, abrazándole fuertemente.

—Agnis, Caín no me interesa lo más mínimo. Con mi marido estoy más que satisfecha —intentó calmarla sin lograr ninguna mejora.

—¡Mentira! ¡Eres una asquerosa mentirosa! He visto cómo le miras de reojo. Le miras de la misma forma que mirabas a Mikael —los alaridos histéricos de la Caída les martilleaba los oídos. Su voz nasal había sido sustituida por el tono más agudo que Caín había tenido la mala suerte de escuchar. Agneta, completamente desquiciada, se resguardaba en el torso de Caín, golpeándole incesantemente y atragantándose por sus propias lágrimas—. Díselo, Caín. ¡Dila que no has amado ni amas a ninguna otra mujer más de lo que me amas a mí! ¡Dila que es una zorra estúpida! ¡Cuéntale que nos vamos a casar para restregarle a Metatrón nuestros sentimientos!

Caín deseaba largarse de allí pues todo estaba comenzando a darle vueltas, pero si lo hacía lo más seguro era que esas dos se acabaran matando entre ellas, o más bien que Agneta mataría a Zadquiel, pues si el arcángel tenía un punto débil ése era su hermana.

El diablo elevó lentamente el mentón de Agneta y miró muy fijamente sus grandes

pupilas que no cesaban de llorar. Le habría gustado poseer aquella aparente serenidad cuando Claudia, siglos atrás, le había montado un espectáculo similar. Caín secó con falsa ternura sus húmedos párpados sin dejar de susurrarla al oído.

—Tranquila, preciosa. Todos acaban obteniendo lo que se merecen.

Aquellas palabras bastaron para calmarla, ¿pues acaso no era ella quien más se merecía que Caín la amase? Caín volvió a dirigirse a Zadquiel.

—Si quieres estar junto a tu hermana…

—¡No! —le cortó la susodicha—. ¡No quiere estar cerca de mí! ¡Y yo no quiero que ella esté aquí!

—Me da igual lo que quiera una simple Caída como tú —contraatacó Zadquiel—. Yo soy la esposa de un príncipe infernal y todo el Gehena está bajo mi mando. Tú no tienes más que una torreta y cuatro peones, así que no me digas lo que tengo que hacer.

Agneta no supo qué responder. Su hermana nunca la había hablado así.

—Voy a quedarme aquí hasta que finalice todo —sentenció el arcángel al tiempo que sus celestes cabellos vibraban en el aire. Se dirigió al extremo opuesto de la habitación y se apoyó sobre la fría pared con los brazos cruzados.

—No tienes nada que reprocharme. Tú también me prometiste que no me pasaría nada y esos vampiros casi me matan —le murmuró Caín a Zadquiel cuando el silencio volvía a reinar entre ellos.

Zadquiel parecía que iba a iniciar otra discusión, pero lo único que estalló en sus labios fue el silencio. Decidió abstenerse de soltar lo que iba a decir. En lugar de ello volvió a repetir la misma frase con que le había saludado:

—Le he liberado.

“Pero…” parecía que iba a añadir, sin embargo las comisuras de sus labios permanecieron selladas. Por la forma en que temblaban y la expresión misteriosa de sus ojos, Caín sospechó que le estaba ocultando algo. Trató de leerle la mente, pero sólo consiguió deslumbrarse el tercer ojo. De pronto, los rasgos de Zadquiel se estiraron y colocó sus ojos en blanco. Cuando volvió en sí parecía que no daba crédito a lo que acababa de acontecer.

—¿Qué ocurre? —se interesó Caín.

—Es Serafiel —logró decir con un tembleque—. Ha enviado un mensaje a todos los ángeles.

—¿Y bien? —Caín se estaba comenzando a preocupar.

—Ha cambiado las condiciones del examen. Tan sólo va a aprobar uno, el que consiga rescatar a Selene.

Ambos sabían lo que aquello conllevaba: Amara tenía que llegar donde estaban ellos, donde iba a suceder todo.

Agneta pasó de ellos y se apoyó sobre la barandilla que separaba el balcón de la terraza, anclando su evasiva mirada en el horizonte. Tenía un humor muy cambiante, pero en realidad por dentro su retorcida mente ya estaba trabajando deprisa en busca de una venganza, Zadquiel lo sabía pues la conocía mejor que nadie. Sus pupilas todavía seguían vidriosas, brillando de forma especial y adquiriendo un aura inquietante. El reloj de arena seguía repiqueteando imperceptiblemente.

—Ya han llegado hasta el primer nivel —anunció al mismo tiempo que el símbolo de un carnero aparecía dibujado en el gran portón con tinta luminosa—. Pero no llegarán mucho más allá.

***

Las palabras del serafín provocaron un gran alboroto. Les habían preparado para que cada uno ocupase la posición que se les había asignado. Simplemente tendrían que resistir luchando hasta que les anunciasen que todo había acabado y lograr liberar en ese periodo de tiempo su verdadera esencia. Ahora les estaban diciendo que todo se había convertido en una carrera por llegar a la cima. Sus compañeros habían pasado de ser un apoyo a una molestia que era mejor eliminar. Mas las palabras de Serafiel eran la palabra de Dios, el tan sólo se limitaba a comunicárselas, no había nada que hacer contra eso.

Ruhiel les dio un discurso para infundirles ánimos en malaquim y tras ello ya podían lanzarse al ataque. El sonido de las espadas rozando su vaina retumbó por todo el valle.

Los inquisidores y ángeles más experimentados pasaron a ser la retaguardia y dejaron que fueran ellos los que se abalanzasen contra las hordas de diablos que comenzaron a emerger de entre los orificios de la torre y del propio suelo. La barrera había desaparecido.

El suelo no tardó en teñirse de sangre y la atmósfera se cargó de gritos y últimos alientos. Yael y Ancel consiguieron abrirse paso aprovechándose de la invisibilidad.

Localizaron el lugar que Gabriel les había indicado. El río humeante se hundía bajo tierra y una compuerta de oxidado hierro bloqueaba el camino. La llave abría aquella rejilla.

—¡Vamos, Yael! La idea de meterse en este agua verde es repugnante, pero hemos superado cosas peores —trató de animarle al ver su cara llena de preocupación.

—No es eso, es sobre las palabras de Serafiel. Sólo uno puede lograrlo…

—Los dos salvaremos a la chica a la vez, así aprobaremos los dos —añadió muy convencido.

Yael alzó la mirada al Cielo, en busca de Lisiel que estaría sobrevolando en algún lugar sobre sus cabezas, pero su amigo no advirtió este gesto.

—¿Y qué hacemos con Gabriel?

—Tenemos los ópalos. Pasemos de él y sigamos adelante —propuso Ancel.

Yael sacó la llave y la introdujo en la pequeña cerradura. Para hacerlo tuvo que meterse en el verdoso fluido y su armadura comenzó a derretirse. Gabriel ya les había advertido sobre eso, tendrían que darse prisa. Cedió con facilidad pues se notaba que había sido usada recientemente. Empujaron y la compuerta se abrió chirriando. El interior estaba muy oscuro, ni siquiera con su tercer ojo podían ver nada. Aquel lugar tenía que estar protegido con un hechizo de oscuridad. Tan pronto como pudieron abandonaron el río que en las penumbras brillaba fluorescente y era el único halo de luz del que disponían. El río se bifurcaba en surcos mucho más estrechos y se filtraban por debajo de unas puertas a ambos lados del habitáculo. Se oían gritos y susurros que les ponían la piel de gallina al otro lado. Sin duda se hallaban en las mazmorras. Los ángeles estaban atrapados al otro lado de las puertas de materia oscura. Sabían que estaban hechas de ese material por la sensación de vórtice que aspiraba cuando acercaban sus manos. El agua radioactiva se filtraba por debajo de las celdas por lo que supusieron horrorizados que a los prisioneros se les sumergía en ella. Casi pegaron un bote cuando sintieron unos brazos apoyándose en sus hombros.

—Soy yo —les susurró Gabriel—. Os he seguido.

El ángel llevaba sus cuatro alas extendidas y de ellas irradiaba una luz blanca que disipaba las densas tinieblas por lo que no tuvieron más remedio que pegarse a él. Muy pocas veces le habían visto con ellas desplegadas, pues Gabriel no era de los que le gustaba presumir. Gracias a la luz blanca de Gabriel consiguieron hacerse poco a poco a la oscuridad que les envolvía y pudieron distinguir diferentes signos satánicos grabados en las paredes de barro húmedo y mohoso con lo que muy posiblemente fuese sangre.

Hacía mucho frío allí abajo y su vaho se materializaba alrededor de sus fosas nasales y les dañaba la garganta. Los prisioneros no tardaron en notar su presencia y enseguida se levantaron y abalanzaron contra las puertas, aferrándose a los barrotes y agitándolos desesperados.

—¡Sal…vad…meeee! —gritaban unas arrolladas voces. Unos ojos rojos asomaban de entre las rejas.

Ancel tragó pesadamente.

—Ignorarles, ya no tienen salvación —les dijo Gabriel.

—¡Quizás todavía están a tiempo! —insistió Yael.

Gabriel negó con la cabeza muy a su pesar.

—No hay nada que podamos hacer. Aunque ellos todavía no se habrán dado cuenta ya no son ángeles.

Los hilos de voz seguían rogándoles, exasperados y atormentados, y huesudas manos intentaban introducirse a través de las rejas para agarrarles. Se separaron lo máximo que pudieron de las paredes ignorándoles como podían.

—¿No deberíamos hacernos invisibles? —preguntó Yael.

—Ahorrároslo para más adelante, cuando estemos en el primer nivel. Aquí Metatrón no nos está viendo.

—¿Y no hay centinelas?

—Parce ser que están muy ocupados con la batalla que se está dando.

Eso les tranquilizó a la vez que les decepcionó. También se sintieron aliviados de comprobar que ninguno de los que estaban allí encerrados era Nathan, cosa lógica pues los inquisidores habían encontrado su cadáver, pero aún así se sentían mejor. Un zumbido se aproximaba hacia ellos y Gabriel fue el único en reaccionar lo suficientemente rápido. Les empujó contra las losas del suelo a tiempo para esquivar un objeto cortante que iba directo hacia ellos. Ancel y Yael se salvaron gracias a Gabriel, pero el objeto le rozó el hombro a este último. A diferencia de ellos no llevaba ninguna armadura y su piel se resquebrajó. Gabriel se llevó su otra mano a la reciente herida y comprobó horrorizado que la carne se le había vuelto negruzca. Su akasha se le había descascarillado. Un latigazo le asoló cuando sus ojos se clavaron en una delgada mano que asomaba a través de las rejas. Estaba llena de ampollas y presentaba trozos de uñas incrustados, pero al fin y al cabo seguía siendo una mano de akasha.

<<No>>, se negó a sí mismo. No tenía tiempo para eso, primero tenía que salvar a Selene.

De pronto una mole de carne terriblemente fuerte y resistente se arrojó contra él.

Gabriel forcejeó pero el diablo le aprisionaba con seis cortos brazos que le salían del vientre. En vez de dedos tenía cuchillos giratorios que emitían un estruendoso chirrido mecánico.

—¿Qué está pasando? —se intentó hacer oír Ancel. Gabriel había dejado de emitir luz por lo que volvían a encontrarse perdidos en las penumbras.

Avanzó a tientas hasta toparse con una especie de palanca que sobresalía del suelo. Se aferró a ella y sin quererlo, la accionó. Tras un chasquido que reverberó, el aire se tiñó del arrullo de las puertas de las celdas que se estaban elevando. Los prisioneros aprovecharon para salir y se abalanzaron contra ellos, descontrolados.

—¡Sal…vad…meeee! —gritaban mientras no cesaban de golpear con sus nuevas garras.

—La salida está por allí —exclamó Yael tomando del brazo a su amigo y señalando al frente. La había localizado nada más llegar allí por si pasaba algo como eso.

Se volvieron hacia Gabriel que seguía peleando contra la terrorífica criatura, después sus cabezas se voltearon rápidamente hacia la salida. No tuvieron que pensárselo dos veces para salir corriendo de allí. Gabriel no podía creerse que le estuvieran traicionando. Consiguió desprenderse de su enemigo el tiempo suficiente para desenvainar su espada y blandiéndola con vigor, atravesó de arriba a bajo a la bestia.

Las entrañas le salpicaron, pero no le importó. La puerta que comunicaba con el primer piso se hallaba situada sobre unos peldaños resbaladizos. Los dos aprendices estaban a punto de alcanzarla cuando se interpuso ante ellos la figura de Gabriel. No sabían que fuese tan rápido.

—¿A dónde pensabais ir sin esto? —les dijo mostrándoles el brazalete con la gema de Yael.

Yael se volvió hacia el brazo donde tenía que estar el brazalete y comprobó que efectivamente, lo había perdido, preguntándose cuando había sido posible. Extendió los dedos para recuperarlo, pero Gabriel les empujó sobre la horda de ángeles agonizantes que les perseguía.

—Esto se viene conmigo —les anunció con una sonrisa burlesca. Lo ajustó a su antebrazo y le dio unos ligeros golpecitos. Los aprendices vieron como se desvanecía frente a sus ojos y le escucharon alejarse. La puerta se abrió para volver a cerrase y los brazos mutantes seguían aprisionándolos y asfixiándoles. Les agarraban con mucha presión. Esa sensación le resultaba muy familiar a Ancel. Ya se había sentido igual entre las ruinas del volcán. Se esforzó por evocar aquel sentimiento de desesperación e impotencia que se había apoderado de él, y consiguió volver a liberar su esencia. Sus alas emitieron una brillante luz de un verde precioso y sus plumas se recubrieron de jade y esmeraldas. Podía sentir el ópalo vibrando bajo su armadura. Volvió a concentrar su energía y la condujo a través de los plumíferos raíles. El resplandor verde que irradió petrificó a todos sus enemigos. Yael le observaba entre agradecido y con algo de envidia. Tuvieron que romper las manos que se cernían en torno a ellos, pero era lo mejor incluso para los pobres ángeles. Gabriel estaba en lo cierto sobre que ya no tenían remedio, por lo que seguro que preferían acabar convirtiéndose en un montón de piedras que padecer los tormentos que les aguardaba.

Ya más recuperados avanzaron de nuevo hacia la salida y la cruzaron con determinación. Comparado con la oscuridad de allí abajo las llamas de las antorchas casi les deslumbran. Dieron unos pasos que retumbaron como pisadas de gigantes y todo a su alrededor se estremeció. Un fuerte temblor se apoderó de toda la torre. Los que estaban peleando desde afuera también lo sintieron. El vapor pestilente que emanaba del suelo se condensaba en pequeñas burbujas de oscuridad. Las piedras con las que estaba recubierta la torre también se estaban desprendiendo y derritiéndose en más burbujas negras. Todas aquellas burbujas ascendían en espiral a lo largo de la alta construcción, y la propia torre giraba también. Se estaba transformando. Llegó un momento que tuvieron la impresión de que toda la sede se fundía en aquel extraño líquido magnético y se hundía en el suelo para volver a emerger adquiriendo otra estructura. La torre ya no consistía en trece pisos uno encima del otro, sino que se habían abierto y agrupado de forma que los que estaban volando pudieron apreciar que adoptaba la forma de un carnero.

DO RE MI FA RE MI FA SOL

Pólux se cansó de llorar y de esperar.

Al primero que logre llegar su cuerpo estrangulará

DO RE MI FA RE MI FA

CONTINURÁ

...el martes xD cn la parte final del examen chaaan. ¿Os ha gustado? Espero que sí :)

....

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