La Clínica

De marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... Mai multe

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 17

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De marlysaba2


Natalia y Alba se situaron en la puerta de la primera chabola, al hacerlo un olor nauseabundo llegó hasta ellas. La pediatra no pudo evitar hacer un gesto de desagrado.

¿A qué olía allí! no quería ni imaginarlo.

- ¡Buenas tardes! – gritó Alba asomando la cabeza - ¿podemos pasar? – preguntó.

Una mujer bajita y regordeta salió a su encuentro. Al ver a Natalia sonrió afable y empezó a limpiarse las manos ennegrecidas en una especie de delantal que llevaba puesto.

- Ay, señora – dijo tendiéndole una mano que Natalia estrechó reticente – la Sonia me dijo que vendrían hoy y estaba aljofifando todo.

- No hacía falta – dijo Natalia devolviéndole la sonrisa y con una tentación enorme de taparse la nariz – solo venimos para vacunar a los niños.

- Un momento que voy a tirar las cubas – dijo y cogiendo dos cubos llenos de excrementos salió corriendo de la vivienda.

- ¿Eso es...? – le preguntó Natalia a Alba levantando las cejas sin dar crédito.

- Sí, Nat, es eso – le susurró.

Alba sonrió, al ver la cara de espanto de la pediatra, con complicidad le hizo una graciosa seña con los ojos sin pronunciar palabra, para que no las escuchasen desde el interior, pero Natalia estaba ya concentrada en contener su estómago y tratando de centrarse en disimular con el objeto de no ofender a aquella mujer cuando volviese. Y lo cierto es que le estaba costando mucho trabajo. La enfermera puso un gesto burlón, estaba claro que por mucho que Natalia hubiese intentado cambiar, que por mucho que se hubiese movido por el poblado, había cosas a las que nunca se acostumbraría. La idea de Natalia en Jinja cruzó por su mente y no pudo evitar sonreír imaginándola allí.

- ¿Se puede saber de qué te ríes? – le preguntó en un susurro.

- De ti y de la cara que tienes puesta – se sinceró.

- No lo soporto – confesó angustiada - Vamos a terminar pronto porque si no...

- Voy a ir preparando las cosas y así terminaremos antes – le dijo colocando la mochila encima de la mesa y preparándolo todo - ¿Vas a examinarlos?

- ¡Qué remedio! – exclamó suspirando – aunque... te juro que estoy tentada a no hacerlo.

- Nat... - la recriminó burlona.

- ¡Dios! Alba, no aguanto esto – reconoció - ¿tú no...?

- ¿Yo? si supieras lo que he aguantado yo en Jinja, no preguntarías – bromeó - ¿quieres que te saque un rato mientras vuelve? – le preguntó al verla cada vez más pálida.

- No, yo también puedo aguantar – se negó pensando en que ella no iba a ser menos. Alba que le captó el gesto, torció la boca en una mueca burlona y, conociéndola, se decidió a comenzar con uno de aquellos juegos que tanto añoraba.

- Hay un truco para no notar tanto el olor – le susurró al oído con la intención de que nadie pudiese escuchar lo que le decía, estaba claro que en el interior había más gente que permanecía escondida.

- ¿Si! ¿cuál? – preguntó esperanzada.

- Respira por la boca – rio – claro que así te la vas a tragar toda, porque esto se masca – le sonrió moviendo la mano de arriba abajo, indicándole que "vaya tela".

Natalia solo con imaginarlo no pudo contener una arcada y la miró furiosa. La enfermera sonreía burlona lo que molestó aún más.

- Alba... - protestó – si lo que pretendes es hacerme vomitar lo vas a conseguir.

- Era broma – sonrió - ¿en serio no quieres tomar un poco el aire? – se ofreció de nuevo.

- No, pero deja el temita – le pidió enfadada, reconociendo que en esas situaciones no tenía nada que hacer frente a la enfermera.

Un par de chiquillos asomaron la nariz por el pasillo que se perdía hacia el interior, Alba los llamó y los niños huyeron. Al cabo de un par de minutos la mujer regresó.

- Ya estoy aquí – asomó la mujer por la puerta con los cubos vacíos, pero con el mismo olor que antes – suelto esto y preparo un café.

- No, no – se apresuró a decir Natalia, temerosa. La sola idea de tener que tomar algo de aquella mujer le revolvía aún más el estómago – muchas gracias Mirti, pero tenemos mucha prisa... y...

- Si – intervino Alba para echarle un cable admirada de cómo Natalia conocía el nombre de casi todos los habitantes del poblado – tenemos que terminar esta tarde toda la calle.

- Pero... si preparé un bizcocho – dijo quejosa, sabía que la tarde de antes habían estado con la vecina mucho tiempo y que les había obsequiado con un café, ella no quería ser menos, nunca se sabía lo que podían llegar a necesitar de aquella lisiada que todos empezaban a reconocer como una benefactora a pesar de los recelos iniciales - me dio la receta la "Josepine" ¿Sabe quién es? – le preguntó a Natalia.

- Sí, se quién es – dijo – la chica que vive justo en la calle de atrás, ¿no?

- La misma, "la camesa" – indicó – voy a por los críos y ahora le doy el bizcocho – se marchó hacia el interior y Natalia miró a Alba con desesperación.

- ¿Qué es camesa? – le preguntó la enfermera ignorando aquella mirada.

- Camerunesa, la chica es de Camerún – le explicó – Alba...

- Ya están aquí – regresó la mujer con tres niños que parecían de la misma edad – aquí quietos que sos pinche la doctora.

Los niños contrariados obedecieron. Alba que llevaba unos caramelos se los repartió consiguiendo que se distrajeran. Natalia comenzó su trabajo, mucho más decidida que el día anterior. Puso las vacunas con presteza y examinó a los niños. Al terminar un gesto de preocupación se reflejaba en su rostro. Alba la miró interrogadora, pero la pediatra le negó con la cabeza indicando que no pasaba nada.

- Bueno Mirti, hemos terminado – le dijo – los niños están bien, pero debería llevar al menor al campamento. Sería bueno que...

- ¿A mi niño! ¿al Joselín! no, no, mi niño no va a ningún sitio.

- No se preocupe, es solo para hacerle una revisión más completa.

- Que no, que mi niño no va allí sin estar malo – se negó en redondo – tome – le tendió a Natalia un trozo de bizcocho con las manos completamente negras. Alba al ver el tipo de bizcocho recordó uno muy parecido que se hacía en Jinja y no pudo evitar preguntar.

- Mirti, este bizcocho ¿se amasa con los pies? – la mujer la miró sonriente y la cara de Natalia palideció aún más solo de pensarlo.

- Eso me dijo la camesa, pero donde se pongan unas buenas manos – dijo despectiva por la costumbre africana, mostrando sus manos, completamente negras, lo que no contribuyó a que Natalia se sintiese aliviada - Tenga – le tendió de nuevo el trozo a Natalia, que aún no lo había cogido.

- La doctora no puede tomar azúcar – saltó Alba con prontitud – por su enfermedad – dijo colocando su mano sobre el hombro de Natalia en ademán protector - porqué lleva azúcar ¿verdad?

- Si – respondió contrariada – claro es un bizcocho.

- Yo lo probaré – dijo Alba llevándoselo a la boca y haciendo un gesto de placer dijo - ¡está buenísimo, Mirti! Tiene que escribirme la receta.

- No se escribir, pero yo te la digo, niña, cuando quieras – respondió con una sonrisa de agrado. "Vaya feo que le había hecho la lisiada"

- Tenemos que irnos – dijo Alba apurando su trozo y recogiéndolo todo – un día de estos me paso por aquí para que me la de. Y si quiere vamos las dos con el niño al campamento para que Don Fernando le eche un vistazo.

- Lo de mi Joselín ya veremos, pero "pasate" cuando quieras, guapa – se despidió satisfecha por el halago, mirando a Natalia con una mueca de desagrado, dijeran lo que dijeran algunos esa lisiada era una estirada.

Alba empujó la silla y salieron de allí, en el exterior Natalia respiró hondo y se pasó la mano por la frente, mientras Alba se paraba un momento en el centro de la calle para sacar un cigarrillo. Le ofreció con un gesto a Natalia que negó con la cabeza. La enfermera lo encendió y aspiró hondo clavando sus ojos en ella.

- Gracias – rompió el silencio Natalia – pero eso de la enfermedad...

- Lo primero que se me ha ocurrido – se disculpó con una sonrisa encogiéndose de hombros.

- Gracias, de verdad que no hubiera sido capaz de probarlo.

- Ya lo sé – rio – en eso no has cambiado nada.

- Uf – exclamó volviendo a tomar aire.

- ¿Estás bien? – le preguntó viendo su palidez.

- Sí, un poco mareada, pero es que no soportaba más ese olor – admitió – ¿sabes! te admiro, no sé cómo has podido....

- Bueno, se puede decir que en estos cinco años no he tomado muchas copas de mil euros la botella – respondió sarcástica, recordando los excesos de la noche anterior.

- Yo tampoco, Alba, no vayas a creer que yo sí, porque te equivocas – respondió con énfasis dándole a Alba la sensación de que temía que pensara mal de ella.

- Nat, ¿te puedo hacer una pregunta? – dijo Alba de pronto – si no quieres no me respondas.

Natalia la miró con cierto temor, pero como muy bien decía la enfermera nadie podía obligarla a responder.

- Dime.

- ¿Por qué con Ana y no conmigo? – Natalia frunció el ceño sin entender a qué se refería y mostró su contrariedad, ya sí que estaba convencida de que Sonia le había dicho algo a Alba, si no a ver porqué ahora le hablaba de su mujer sin venir a cuento – quiero decir que ¿por qué te casaste con ella y nunca pensaste en hacerlo conmigo?

Natalia la miró y guardó silencio. Alba terminó su cigarro, bajó la vista entendiendo que había metido la pata y que Natalia no pensaba responder, se situó tras ella, dispuesta a empujar la silla hacia la siguiente chabola. Siete niños las aguardaban en el interior, dos de ellos, ya adolescentes, se mostraron muy reacios y les resultó complicado convencerlos, finalmente, vacunaron a todos y salieron. La pediatra hizo un gesto de cansancio que no pasó inadvertido a Alba, que se quedó observándola, parecía más ojerosa que antes.

- ¿Quieres que regresemos ya? – le preguntó al verla meter la mano en el bolsillo, coger su botella de agua de la bolsa lateral y tomarse una pastilla – a estas horas casi es mejor volver, en la última hay doce niños, según nos tiene apuntado Sonia – comentó mirando la lista - y... pareces cansada.

- No, no te preocupes, estoy bien, vamos a terminar – dijo mirando el reloj.

- ¿Qué te has tomado?

- Nada... - respondió, pero Alba enarcó las cejas indicándole que no le valía la respuesta y que pensaba seguir insistiendo - un relajante, me duele un poco el costado – respondió quitándole importancia - ¿te molesta si nos esperamos cinco minutos aquí?

- No, claro que no, pero ¿seguro que no quieres volver? – Natalia negó con la cabeza y la miró fijamente a los ojos mientras Alba aprovechaba para fumarse otro cigarrillo, no dejaba de darle vueltas a la pregunta que le había formulado la enfermera momentos antes de entrar en la chabola. Tras unos instantes en los que la enfermera no dejaba de mirar de un lado a otro distraída y expectante ante cualquiera que se les aproximaba demasiado, Natalia, rompió el silencio.

- ¿Por qué crees que contigo no quería casarme? – fue ahora la pediatra la que sorprendió a Alba con aquella repentina pregunta.

- ¿Querías? – inquirió a su vez perpleja – nunca me dijiste nada.

Natalia se encogió de hombros, ¿qué más daba ya, ¿qué importaba lo que hubiese querido que fuera de sus vidas, lo que hubiese deseado? Todo lo estropeó aquella noche, y eso sí que no había forma de arreglarlo, por mucho que las dos hicieran esfuerzos por aparentar cordialidad y normalidad, por mucho que ella pretendiese recuperar su amistad y por mucho que todas le dijeran que Alba parecía sentir algo por ella, lo único cierto es que aquella noche pesaba sobre ambas más de lo que ninguna estaba dispuesta a reconocer.

- ¿Por qué no me lo dijiste? – insistió la enfermera.

- ¿Qué más da ya, Alba? – murmuró con tristeza.

- A mí sí me da, yo... -

- Ana me aceptó como era – la interrumpió con rapidez clavando sus ojos en los de la enfermera – me apoyó en uno de los peores momentos de mi vida y, te lo aseguro, que no se lo puse nada fácil – confesó con voz ronca perdiendo ahora la vista en el infinito – aún así, no salió huyendo – continuó, transmitiéndole a Alba la sensación de que acababa de hacerle un reproche – me ayudó a crecer, a salir de donde me había metido, se preocupó por mí, porque recuperase mi autoestima, me...

- ¡Vaya! – exclamó la enfermera incapaz de seguir escuchándola, no quería saber más de aquella mujer, no quería oír más a Natalia hablarle de ella y de sus virtudes – debe ser una chica excepcional – comentó situándose tras la silla, con la intención de proseguir la marcha y que Natalia no notase el nudo que tenía en la garganta. Eso le pasaba por preguntar.

- Si – susurró Natalia, sin hacer más comentarios – lo es.

La pediatra se mantuvo taciturna, no debía haberle hablado de Ana, nunca lo había hecho con nadie, ni siquiera con Vero o Claudia. No entendía como había sentido de pronto ese impulso de hacerlo con ella, y más viendo la cara que había puesto. Recordó las palabras de Sonia y se sintió culpable de nuevo, estaba claro que siempre iba a terminar haciéndole daño y eso era algo que estaba dispuesta a evitar a toda costa. "¿Por qué le has tenido que contar nada?", se dijo enfadada, pero en el fondo sí que entendía el porqué. Con ella seguía teniendo la sensación de poder abrirle su corazón. A veces, a su lado, parecía que el tiempo no había pasado y seguía sintiéndose segura y confiada. Tenía que reconocer que estos días, trabajando junto a ella habían conseguido lo que no lograba desde hacía algún tiempo y era confiar en alguien plenamente, como antes de las amenazas, con tranquilidad, sin miedo, sin sospechar continuamente de todo y todos, temiendo un ataque que nunca llegaba.

En todo ese tiempo había tenido que aprender a establecer un nuevo equilibrio entre el dar y el recibir, había tenido que aprender a quererse a sí misma, a aceptar su nueva situación, había aprendido a responsabilizarse de sus decisiones, a cultivar la amistad como nunca lo había hecho hasta entonces, como un tesoro incalculable, a comprometerse con su trabajo, y todo ello la había convertido en lo que ahora era. Pero ¿qué era! según Vero, alguien quien tenía mucho para dar. Ella no estaba tan segura, pero de lo que sí lo estaba era de haber aprendido a disfrutar de la vida sin esperar nada a cambio y, sobre todo, sin esperarla a ella. Y ahora, a su lado, todo eso había cambiado. Se sentía de nuevo insegura, se sentía débil y culpable, culpable porque Alba había despertado en ella sentimientos olvidados. Suspiró, quizás no debía dejar la terapia, necesitaba a Vero y hablar con ella. Necesitaba que Vero la ayudase, otra vez, a volver a la paz interior que había perdido. ¡Qué irónico! Alba tenía la habilidad de desestabilizarla cuando la tenía lejos y al mismo tiempo de hacerla sentir segura, protegida, confiada y en paz cuando la tenía a su lado. Pero por encima de todo aquello estaba Ana, Sonia tenía razón, y debía tener cuidado de no hacerle daño a Alba, porque había cosas que nunca podrían ser.

La enfermera, que empujaba lentamente la silla hasta la última chabola, caminaba en silencio, con una sola idea en la cabeza, pensando en las palabras de Natalia, se había percatado de que la pediatra en ningún momento había dicho que amase a su mujer, es más, aunque no lo dijera podría habérsele notado, pero Alba tenía la sensación de que no era así. Su mente no dejaba de repasar toda la información que había obtenido desde su vuelta. Por lo que sabía, Natalia se había casado con Ana casi al año de que ella se marchase, no podía creer que en tan poco tiempo la pediatra se hubiese enamorado perdidamente de alguien hasta el punto de contraer matrimonio, no podía ni quería creerlo, ¿dónde quedaba ella! ¿tan fácil le había sido olvidarla! quería pensar que no, y era lo que creía tras su pregunta. Le parecía que Natalia había sido sincera en su respuesta, pero por lo que le había contado, tenía la sensación de que necesitaba a Ana más que amarla, y luego, estaba esa expresión de profunda tristeza cada vez que hablaba de ella. Quizás no le iban tan bien las cosas como suponía, quizás el vivir separadas les estaba pasando factura, y si así era, ella podía tener su oportunidad.

- Alba – dijo Natalia de pronto, interrumpiendo sus pensamientos - ¿puedo preguntarte yo algo?

- Claro...

- Verás, no sé cómo decirte esto... - comenzó dubitativa, dispuesta a dejarle las cosas claras a la enfermera, pero para ello necesitaba saber si era verdad lo que todos le decían y Alba sentía algo por ella, pero ¿cómo preguntárselo directamente! Alba se paró y se situó frente a ella, reconoció al instante aquel tono y no le gustó lo más mínimo, nunca había presagiado nada bueno – pero yo creo que ... que sé lo que sientes – Alba abrió los ojos de par en par, aquello sí que no se lo esperaba – y... no creas que no me pasó a mí también, ¿eh! porque me pasó. Cuando te fuiste yo no podía dejar de imaginarte, por ahí, feliz, sin acordarte de mí y... me sentía tan culpable... - confesó bajando la vista para que la enfermera no percibiese la emoción que aún la embargaba con solo recordarlo.

- Sí me acordaba – murmuró casi para sí, interrumpiéndola. Natalia levantó la vista, ya rehecha y siguió, como si no hubiese escuchado el comentario, aunque no pudo evitar sentirse satisfecha "se acordaba", se dijo.

- Pero... ya ha pasado mucho tiempo y... muchas cosas.

- ¿Qué es lo que quieres decirme Nat? – preguntó con temor, segura de que no le gustaría nada aquella respuesta.

- Quiero decirte que me gustaría que... aunque recuerdes con nostalgia nuestros buenos momentos, también recuerdes los malos y no pretendas... - se interrumpió sin saber muy bien cómo decirle que las cosas tenían que permanecer como estaban que no quería volver a hacerle daño – bueno que, si alguna vez has pensado... vamos que... que te mereces a alguien mucho mejor que yo...

- Nat... - protestó.

- Quizás me esté equivocando y te parezca una presuntuosa – se corrigió con rapidez entendiendo que la protesta de Alba iba en ese sentido - pero...

- Claro que te equivocas – saltó mintiendo herida en su orgullo, "para qué se me habrá ocurrido preguntarle nada de su mujer", se recriminó, "ya está a la defensiva" – Nat, yo te tengo cariño y me gusta charlar contigo.... Como amigas.... Solo eso.

- Es un alivio – le sonrió, "¿Te tengo cariño! ¿solo cariño?", pensó con decepción.

- Bueno, pues aclarado todo ¿seguimos con el trabajo? – preguntó – ¡qué nos van a dar las uvas! ¡nada menos que doce!

- Espera – pidió – quería decirte otra cosa.

- ¿El qué?

- Quería... darte las gracias – dijo con sinceridad.

- ¿Gracias?

- Sí, Alba, gracias por no guardarme rencor – insistió enrojeciendo solo de recordar los motivos por los que sí podía tenérselo – tenía que habértelo dicho antes, pero....

- Chist – la silenció sonriéndole y acariciándole la mejilla con el exterior del dedo índice.

Natalia sintió un escalofrío ante aquel contacto y Alba se dio cuenta de ello, sonriendo para sus adentros, se colocó tras ella. ¡Qué equivocada estaba Natalia! lástima que quizás no tuviese tiempo para hacérselo ver.

- Anda vamos que terminemos pronto.

- Si – suspiró Natalia – vamos.

Cuando llegaron a la altura de la chabola pudieron comprobar que las estaban esperando. Rosario, "la manti", apodo que se ganó en su juventud trabajando una fábrica de mantequillas, estaba en la puerta y pareció alegrarse de veras, al verlas llegar.

- Ay, señora – exclamó acercándose a Natalia - ¡qué buena es usted! – la halagó – tengo a los niños preparados como me dijo la señorita Sonia. Ay señora ¡qué alegría! verla otra vez aquí – siguió con su parloteo mientras entraban.

Alba se sorprendió de ver que aquella chabola, en contraposición a la que acababan de dejar atrás, estaba completamente ordenada, y limpia, incluso podría jurar que olía bien.

- Ea, pues aquí están – le dijo mientras retiraba un par de sillas para facilitar la entrada a Natalia.

- ¿Dónde están los demás? – preguntó extrañada la pediatra al contar con rapidez solo nueve de los doce.

- Mi Salva estará por ahí, ay señora, que se me va a "escarriar". Que se me junta con malas compañías y su padre, ¿qué cree que hace! ¡nada! no hace nada.

- ¿Cómo está Salvador? – le preguntó mientras empezaba a vacunar al primero de los niños.

- No levanta cabeza, señora. Si hace un rato estaba ahí sentado, en la puerta. Dice que le han hecho un encargo, pero...

- Rosario, sabes que yo lo intenté, pero con su problema...

- Lo sé, señora, no le estoy pidiendo nada – la interrumpió.

Alba escuchaba la conversación y miraba a una y otra, mientras asistía a Natalia con las vacunas. La pediatra parecía cada vez más cansada y Alba se dio cuenta que le costaba trabajo poner las inyecciones.

- Rosario – dijo la enfermera – ¿le importa si pongo una silla aquí delante? – preguntó – a la doctora le será más fácil pincharles si los mayores se sientan aquí.

- Ay, no niña, tu aquí como en tu casa, coge lo que quieras.

- Gracias, Alba – le dijo Natalia con una sonrisa – Rosario, veré si puedo hacer algo por Salvador, pero me temo que hasta que no deje de beber...

- Está cada vez peor y...

- Puedes ir al campamento cuando quieras, y llevarte a los niños – le dijo terminando con el último de ellos.

- Nat... - la recriminó Alba, no le parecía bien que hablasen así delante de ellos. Natalia la miró sin entender qué ocurría.

- ¿Esto qué es? – entró Salvador dando voces seguido de su hijo mayor – Rosario te dije que cuando volviese no quería ver aquí a la lisiá.

- Tranquilo que ya nos vamos – le dijo Natalia haciéndole una seña a Alba para que recogiese.

- Tú, puta, fuera de aquí – le gritó a Natalia amenazadoramente, empujándole en la silla. La pediatra hizo ademán de coger las ruedas para obedecer sin recordar, que tenía la otra silla, miró hacia Alba impotente, que paralizada había dejado de recoger las cosas y en su cara reflejaba el pánico que sentía. Los niños que se habían mantenido pululando en torno a ellas mientras Natalia los vacunaba, corrieron a esconderse en el interior de la chabola - ¡Fuera! - vociferó.

- ¡Manuel! – gritó Rosario poniéndose en jarras delante de él dejando a Natalia tras ella en señal de protección - ¡sal! – le indicó levantando el brazo y señalándole la puerta - ¡vamos! – los ojos del hombre echaron chispas, levantó igualmente su brazo y le cruzó la cara con una sonora bofetada.

- ¡Aquí mando yo! – gritó. Alba se agachó refugiándose junto a Natalia atemorizada, la pediatra la miró preocupada y pasó su brazo sobre ella susurrándole "tranquila".

Rosario, le devolvió el golpe y le propinó tal empujón que lo tiró al suelo ayudada por los efectos del alcohol. Su hijo se acercó a ayudarlo y Rosario lo cogió por una oreja y lo separó de su padre.

- Salva, venga "pa" dentro – le gritó al joven que entró furibundo mientras su padre casi a rastras salía de la chabola, humillado. Rosario sabía que cuando regresase le esperaba una paliza, pero a eso ya estaba acostumbrada.

El joven lanzó una mirada de odio a Natalia, por culpa de esa lisiá su padre... pero eso se iba a terminar, y él lo sabía muy bien. Y con un poco de suerte, si el estudiante lo dejaba, sería él quien lo lograse.

Alba permanecía agazapada junto a Natalia, con ambos brazos protegiéndose la cabeza como si temiese algún golpe. Su mente empezó barajando opciones, salir corriendo, llamar a los agentes, sacar a Natalia... pero su cuerpo optó por la de siempre, la inmovilidad. No podía hacer nada, no podía. Las imágenes del horror volvían a su mente y la paralizaban.

- Alba – le susurró Natalia al oído con cariño – levántate.

Pero la enfermera que parecía no escucharla, mantenía los ojos perdidos en el infinito. Natalia tiró un poco de ella y Alba se encogió aún más.

- Pues no es exagerá ni na la niña – exclamó Rosario mirándola despectivamente – mujer levanta que no pasa na.

- Alba – insistió Natalia, con tranquilidad, en tono más alto, dándole un beso en la mejilla – recoge que nos vamos.

Esta vez la enfermera, al sentir el beso parecía reaccionar y sí la miró. Tras unos instantes, asintió sin decir nada y aún temblorosa comenzó a guardar las cosas en la mochila.

- Rosario me gustaría que cogieras a los niños y...

- Señora, esta es mi casa y va a seguir siéndolo – la interrumpió sabiendo lo que iba a proponerle. No era la primera vez que Natalia le insistía para que se marchase de allí - No voy a dejar a mi marido. Si cuando no bebe es más bueno que el pan.

- ¿Y cuándo es eso, Rosario? – preguntó Natalia cansada, conocedora también, de la respuesta – cualquier día...

- No llegará ese día, mi Manuel no, lo que pasa es que no tenemos na pa comé y se me desespera.

- Toma – dijo Natalia buscando unos billetes en su bolso.

- Ay, señora, muchas gracias, pero si mi Manuel se entera... no quiere que le coja nada. ¡Es tan orgulloso!

- Con el orgullo no se come – respondió Natalia tendiéndoselos – y los niños tienen que comer.

En ese momento Salva volvió a salir del interior de la chabola, la pediatra cruzó la vista con el joven y notó aquella mirada de resentimiento. Tenía que ayudarles, pero no se le ocurría nada. El chico cogió de la mano de Natalia el dinero con un gesto violento y se lo tiró a la cara.

- Mi padre no quiere – dijo mirando desafiante a su madre, que le propinó otro golpe.

- Coge eso y da las gracias – le ordenó con genio.

- Rosario no pasa nada – intervino la pediatra, viendo el odio reflejado en la cara del chico y mirando de reojo a Alba que de nuevo se había quedado parada – Alba, ¿terminas de recoger?

- Eh, si, si – dijo distraída observaba a aquel chico, no se fiaba de él ni de sus reacciones.

Natalia volvió la cara hacia el joven que seguía con la vista puesta en ella, pensativo, calibrando sus posibilidades, sería presa fácil. Se sentía humillado y en su propia casa.

¿Quién se creía que era esa tía que era, para llegar a su casa humillándolos a su padre y a él? La odiaba, y eso odio se reflejó en su expresión. La pediatra se percató de ello, "es aún muy joven, y el ejemplo de su padre y la vida que lleva van a terminar por conseguir que se convierta en un delincuente", pensó. Rosario no se merecía aquella vida, había hablado con ella tantas veces para que dejase todo aquello, pero quería a su Manuel, a pesar de todo, y lo justificaba continuamente, creía que todo era culpa de la falta de trabajo, pero Natalia sabía que se engañaba, aquel círculo vicioso no tenía fácil solución.

- Salva – se dirigió a él Natalia, una idea había cruzado por su mente, su padre no tenía remedio, pero aquel chico, con un poco de ayuda, quizás sí – me dijo tu madre que se te da muy bien arreglar aparatos y motos, ¿no es cierto? – le preguntó, obteniendo como única respuesta una hosca mirada.

- Contesta a la señora – le golpeó en la cabeza.

- Si – gruñó con desgana.

- Yo estoy buscando a alguien para trabajar en el campamento – le dijo con un esbozo de sonrisa – puedes pasarte por allí, solo tendrías que arreglar lo que se rompa, poner alguna bombilla, barrer el patio, sería un trabajo de mantenimiento.

- Ay señora, señora – exclamó Rosario abalanzándose sobre ella - ¡cómo podría darle las gracias!

- No tiene importancia – le sonrió - Si te pasas por allí mañana mismo, te doy un adelanto y puedes empezar a trabajar.

- ¿Limpiando su mierda! no, no - respondió con desprecio haciendo que Natalia enrojeciese.

- Calla la boca – le golpeó de nuevo – mañana mismo estará allí, señora. Y tú ve a buscar a tu padre. Ya hablaremos luego – le empujó para que saliera – Señora – se volvió hacia Natalia – es mejor que se marche ya.

- Si, ya nos vamos – afirmó mirando el reloj – pero, ¿puedo pasar antes al baño? – preguntó. Era lo último que deseaba, pero se les había hecho demasiado tarde y no iba a poder esperar a llegar al campamento. Alba la miró extrañada. ¿Natalia entrando en un baño de una chabola! ¡sí que había cambiado!

- Claro, señora – respondió Rosario orgullosa de que aquella mujer con su clase reconociese que su casa estaba tan limpia, como para usar su baño.

Rosario abrió camino empujando la silla de Natalia, que se perdió en las profundidades de la chabola. Alba, permaneció allí, en pie, con su mochila colgada y mirando temerosa hacia la puerta, esperando ver aparecer de un momento a otro a Manuel y su hijo. ¿Por qué tardaba tanto, Natalia? Estaba empezando a impacientarse cuando, repentinamente, recordó las palabras de Isabel, "en las chabolas no entrarán, no te separes de ella ni un instante", sintió que la invadía un nerviosismo especial, aquella chabola impoluta, aquel hombre y su hijo, y aquella mujer que parecía demasiado servil, demasiado sumisa con Natalia. ¿A dónde se la había llevado?

- Nat – gritó sin moverse de donde estaba.

Prestó atención esperando una respuesta. Escuchaba a los niños pelearse, escuchaba ruidos que no era capaz de identificar y algún que otro golpe que no sabía si provenía del interior de la chabola o del exterior, pero no distinguía la voz de Natalia. El pánico volvía a atenazarla, sentía el deseo de correr hacia el interior, en su busca, pero no podía, no podía moverse. Su mente le repetía "huye, huye". Recordó a Germán, "respira Alba, respira hondo", y así lo hizo, intentado recuperar la calma.

- Nat, Nat – logró correr hacia el interior de la chabola, desesperada, gritando – ¡Nat!

- ¿Qué pasa? – salió empujada por Rosario, de una especie de patio lleno de cajas bombonas de butano, sillas de plástico, y todo tipo de objetos - ¿qué pasa, Alba? – repitió asustada viendo el miedo en sus ojos.

- ¿Estás bien! tardabas tanto – respondió temblando.

- Si, tranquila – le pidió viendo su nerviosismo – Rosario, muchas gracias, nos marchamos ya.

- Gracias a usted, señora – se despidió mirando a Alba y moviendo la cabeza de un lado a otro, "¡qué chica más rara!".

Ya en la calle y cuando Alba había tomado dirección al campamento Natalia levantó la cabeza girándose todo lo que le permitía el dolor del costado.

- Alba ¿qué te pasa? – le preguntó al ver que se mantenía muy silenciosa.

La enfermera se detuvo un momento, molesta por la pregunta, aunque llevaba unos minutos esperándola. No podía contarle lo que pasaba por su cabeza, hacerlo implicaría hablarle de Jinja y no podía, no estaba preparada para contárselo a nadie y mucho menos a Natalia, si había alguien en el mundo que quisiera que desconociese ese horror, esa era Natalia.

- Nada – mintió – me he puesto algo nerviosa. No me esperaba que le pegara y ...

- Si – dijo Natalia – debí hablarte de ellos antes de entrar, pero... estaba segura de que Manuel no estaría. Antes, siempre se marchaba cuando sabía que iba a venir.

- ¿Por qué te odia?

- No me odia.

- Por su mirada, yo diría que sí, y mucho. Y su hijo también.

- No es odio, Alba, es desesperación, como dice Rosario. Y Salva... es muy joven. Imita a su padre.

- Pero tú... ¿qué culpa tienes?

Natalia la miró un instante, a Alba le pareció que sí que se sentía culpable por algo y no acababa de entenderlo. Finalmente, Natalia se decidió

- Le busqué un trabajo. Y... hablé con el dueño, yo... le dije que él tenía problemas con el alcohol y... le pedí que si aparecía borracho... lo despidiese – confesó.

- Ya... ¿y se puede saber por qué haces siempre las cosas así?

- ¿Así como?

- Pues, no entiendo que te molestes en buscarle trabajo para luego pedir que lo despidan.

- Solo quería ayudarle, hacerle ver que beber no es la solución, que es el problema, que cuando bebe se le va la cabeza.... Que...

- ¿Y eso lo dices tú? – preguntó de sopetón dejando a Natalia tan cortada que bajó la vista avergonzada y llena de culpa, ¿le estaba reprochando Alba lo que ocurrió hacía cinco años o le estaba echando encara el par de copas que se tomó la noche anterior? – podías ser un poco más comprensiva y entender que no es tan fácil.

- Ya sé que no es fácil – dijo con voz ronca, "¡ya lo creo que lo sé!", pensó.

Alba la miró y le pareció tan abatida y derrotada que volvió a sentir una oleada de ternura hacia ella, el deseo de protegerla, de ayudarla...

- Perdona Nat, no tengo derecho a cuestionarte, ni a juzgarte. No he debido decir eso.

- No, si, tienes razón – respondió con ese aire de resignación que tanto molestaba a Alba - Mi obsesión era evitar que pegara a Rosario y demostrarle a ella que el problema no era el que ella creía. Y fracasé.

- Bueno, no te preocupes – le dijo pasando con suavidad su mano por la cabeza de la pediatra, acariciándola, y provocándole otro escalofrío, al no esperar aquel contacto - No puedes ayudar a todo el mundo – sentenció sonriendo de nuevo para sus adentros.

- Ya lo sé – suspiró cabizbaja.

Alba la observó y decidió cambiar el tono de la conversación.

- Nat y este hombre... ¿en realidad como se llama! porque al entrar, cuando preguntaste por él creí entender que....

- Salvador Manuel – sonrió por primera vez desde que salieran de la chabola – también debí decírtelo. ¡Nombre de telenovela! – bromeó.

- ¿Estás muy cansada? – le preguntó de pronto cambiando de tema.

- Un poco, ¿por qué?

- Por nada, por nada... - dijo pensativa

- No, dime, por qué – insistió curiosa.

- Porque ... como se nos ha hecho tarde, y me dijiste que tenías trabajo, pues he pensado que... si te acerco en la moto a la clínica... llegarías antes y...

- No vas a parar hasta que monte en esa moto ¿no? – preguntó con una sonrisa de satisfacción.

- Si, y ya sabes que puedo ser muy persuasiva – sonrió insinuante.

- Lo recuerdo – la miró con tal intensidad que Alba tuvo que retirar la vista nerviosa -... pero hoy necesito el coche. No puedo dejármelo aquí.

- Ya... has quedado esta noche – dijo haciendo como que recordaba con un gesto que hizo gracia Natalia. ¡Alba seguía siendo tan transparente para ella!

- Exacto, he quedado – sonrió con la sensación de que la enfermera intentaba sonsacarle con quien.

- Pues, deberías descansar, después de la fiesta, de la noche en vela y del día que llevas hoy...

- Ya descansaré mañana. Hoy quiero salir a cenar y divertirme un rato – mintió, lo que le apetecía era una cena tranquila en casa, pero conociéndola sabía que con aquella frase la provocaría – me apetece tomarme unas cervezas y...

- Nat... - la recriminó.

- Sin alcohol, Alba, que no soy imbécil – frunció ligeramente el ceño.

- ¿Y bailar? – le sonrió conciliadora, no quería que pensara que ella era igual que los demás - ¿también vas a ir a bailar?

- Mira, no es mala idea – le devolvió la sonrisa con picardía – te podías apuntar.

No se nos dio mal la otra noche...

- No creo que a Verónica le haga gracia – respondió en un tono que Natalia recordó como aquel que empleaba cuando se ponía celosa.

- Y... ¿a ti quien te ha dicho que voy a salir con Vero? – le espetó burlona.

- No... claro... yo... - balbuceó cortada.

Natalia soltó una carcajada, que alivió a la enfermera.

- No tienes remedio, Alba, por mucho tiempo que pase, no cambiarás nunca.

- Porque tú lo digas – se molestó.

- Y me encanta – susurró con aquella mirada burlona que derretía a Alba.

- ¿En serio me estás invitando a salir con vosotras?

- ¿Tú qué crees? – preguntó cruzando sus miradas y sosteniéndolas un instante.

- No puedo, Nat – suspiró – he quedado con Laura para hacer la mudanza.

- Retrásala – le pidió bajando el tono, insistente.

- No puedo, de verdad. Ya la retrasé la última vez, y... me va a hacer un favor.

- Que te lo haga mañana, yo hablo con ella. O mejor, mañana os ayudo yo con el coche.

- No puedo – repitió – tiene que ser hoy, además, sin falta.

- Como quieras, no insisto – dijo ligeramente decepcionada – anda vamos, que ya nos estarán esperando y aún nos queda un rato hasta allí.

- Si, vamos.

Emprendieron la marcha seguidas en la distancia por los dos jóvenes agentes y tras ellos, Mara, no les quitaba ojo. La niña estaba deseando saltar sobre Natalia y corrió dando la vuelta y tomando un atajo, las interceptaría antes de que llegaran al campamento.

- Habrás visto que te he hecho caso – dijo Alba rompiendo el silencio.

- ¿A qué te refieres? – preguntó desconcertada.

- A lo que me dijiste ayer.

- ¿Ayer? – repitió haciendo memoria – ayer hablamos de muchas cosas.

- A lo de que bajase la guardia contigo.

- ¿Yo te dije eso?

- Exactamente así, no. Pero... se entendía.

Natalia sonrió sin que la enfermera pudiese percibirlo.

- Y... a cambio, quiero pedirte yo a ti algo.

- A ver lo que me vas a pedir que no estoy para muchos trotes... - bromeó.

- Quiero que, conmigo, no te avergüences de tus limitaciones.

- No me avergüenzo, ¿por qué me dices eso? – preguntó sabiendo que en el fondo, aunque no se avergonzara sí que se sentía muy incómoda con ella. Y estaba claro que Alba se había dado cuenta.

- ¿Por qué no me has pedido que te llevara yo al baño en la chabola? - le respondió con otra pregunta.

Natalia enrojeció, Alba acababa de darle donde más le dolía, debía reconocer que la enfermera tenía razón, aunque ella intentase disimular, no soportaba la idea de que la viese así, no podía evitarlo, no podía mandar sobre sus sentimientos.

- Eh... no sé – intentó salirse por la tangente – no se me ocurrió.

- Ya... pues de aquí en adelante, espero que se te ocurra, ¿de acuerdo? - le dijo en tono cariñoso.

Natalia no respondió. No quería mentir y sabía que si se comprometía a ello estaría mintiéndole.

- Nat... ¿de acuerdo? – insistió.

- Lo intentaré – respondió sin convencimiento – si... intentas tú salir esta noche con nosotras – sonrió, desviando el tema con la intención de distender la conversación.

- Ya te he dicho que no puedo – rio – pero te tomo la palabra, ¿qué te parece si el jueves nos vamos a cenar?

- ¿El jueves? – pensó que era el día de los derribos y que sería un día complicado en el campamento – vale, me parece bien, siempre que no tengamos que pasar la noche aquí.

- ¿Quedarnos aquí por qué?

- Por los derribos, tendremos que realojar a algunas familias, no todas tienen derecho a los pisos del ayuntamiento. Ya sabes la demagogia que hay con estos temas.

- La imagino. ¿Y mañana! podíamos quedar mañana.

- No, mañana también tengo planes.

- Pero... ¿no decías que mañana ibas a descansar! podíamos salir temprano y tomarnos algo rapidito.

- No, lo siento, mañana... - se detuvo un instante y la miró – estaré... ocupada.

Alba enarcó las cejas con gesto interrogador, pero no le preguntó nada. Fuera lo que fuese que Natalia iba a hacer al día siguiente estaba claro que no quería que se supiese, o al menos que lo supiese ella y conociéndola era mejor no insistirle. Pero la enfermera no pudo evitar que Natalia leyera la desilusión en sus ojos.

- Bueno, pues... si todo va bien... el jueves te invito a cenar y a bailar – sonrió Natalia y Alba asintió emprendiendo de nuevo el camino.

Alba no dejaba de darle vueltas a aquella invitación imaginando todo tipo de situaciones con la pediatra. Natalia se giró de nuevo intentando ver su cara, pero no lo consiguió. De pronto la enfermera volvió a romper el silencio.

- Nat... ¿te conté alguna vez que tuve un novio parapléjico?

- Pues... - intentó recordar – creo que me hablaste de que te había ido mal con los hombres, que el que no había tenido problemas con las drogas quería que fueras su madre, pero no recuerdo...

- Pues si... - la interrumpió – y estos días me he estado acordando de él y de... - se calló de pronto no sabía cómo preguntarle aquello, la verdad es que no sabía ni porqué se le había ocurrido, bueno eso sí que lo sabía, imaginando una cena con ella, una cosa había llevado a la otra, lo que no sabía era como se atrevía a sacarle el tema, estaba segura de que Natalia la iba a mandar a paseo.

- ¿De qué? – preguntó al ver que Alba no seguía - ¿de qué te has estado acordando? – preguntó divertida.

- De nuestra relación, de la de él y yo, quiero decir – respondió.

- ¡Ah! – exclamó sin entender a donde quería ir a parar la enfermera.

- Quiero decir que tengo experiencia en el tema y... - volvió a callarse.

- Alba, dime ya lo que me quieras decir que me estás poniendo nerviosa – le dijo con impaciencia.

- Nada. Perdona. Es algo que... nada, nada, una tontería – se apresuró a responder, pero tras un segundo se lanzó - que me acuerdo de cuando él y yo estábamos... juntos – hizo un gracioso gesto con la cara – ya me entiendes... y... me preguntaba si sería muy diferente a... - de nuevo se detuvo dubitativa - Nada. No he dicho nada. Olvídalo

- A ver ¿Qué quieres saber? – dijo con condescendencia empezando a imaginar por dónde iban los tiros – ¿si Ana y yo...? Vamos que, ¿si puedo tener relaciones sexuales? – le soltó con una sonrisilla que Alba no pudo ver al ir empujando su silla – ya sabes que...

- ¡Nat! por dios – respondió interrumpiéndola con rapidez poniéndose tan colorada como el jersey que llevaba puesto – yo no he dicho nada de eso.

- Ya... pero es lo que estás pensando – adivinó – la respuesta es sí, claro que puedo tenerlas – respondió abiertamente y adoptando el tono profesional que usaba con los pacientes continuó – técnicamente, no tengo conciencia orgásmica genital, pero siempre quedan los pseudorgasmos, si de verdad has tenido un novio parapléjico deberías saberlo – respondió pensando en que, aunque sabía que no mentía en su respuesta, jamás había vuelto a estar con nadie desde el accidente, no podía.

- Ya lo sabía – dijo aún azorada - ¿tienes que ser siempre tan explícita? – protestó

– Yo no te estaba preguntando eso. No te preguntaba por tu vida íntima.

- Ya... - musitó más para sí y volviendo a poner aquella sonrisa, que tanto le gustaba a la enfermera y que no podía ver se lanzó susurrando - aunque ya no podría hacerte eso que tanto te gustaba, pero... hay muchas otras cosas – terminó con una mueca burlona, arrepintiéndose en el mismo momento de haberlo dicho, no debía entrar en esos juegos con ella, pero no podía evitarlo, intentaba no hacerlo, pero cuando Alba se lo servía en bandeja, ella no era capaz de contenerse.

Alba no respondió, se había quedado sin palabras, "ya no podría hacerte, ya no podría hacerte", lo decía como si pudiera pasar en un futuro, como si se lo hubiese planteado, "Alba no te montes películas, que ya sabes lo que te pasa cuando lo haces", se dijo, intentando convencerse de que eran imaginaciones suyas.

De pronto, al pasar entre dos chabolas, Mara saltó con tal agilidad sobre Natalia que ninguna de las dos pudo hacer nada por evitarlo. Los dos agentes corrieron hacia ellas, pero se detuvieron, ante una seña de Alba, y comprobar que se trataba de una niña.

- ¡Nat! – gritó Mara subiendo encima de la pediatra.

- ¡Mara! – intentó frenarla Alba demasiado tarde.

- No pasa nada – dijo Natalia mostrando en su rostro y en su tono que sí que pasaba, inclinándose ligeramente por el dolor.

- ¿Te ha hecho daño? – le preguntó la enfermera preocupada.

- No, no, estoy bien – intentó disimular.

- ¿Qué te pasa? – preguntó Mara extrañada porque Natalia no la cogiese, ni la abrazase, ni le hiciese cosquillas - ¿te he asustado mucho?

- No, cariño – respondió – me encanta que...

- Bájate de ahí - le ordenó Alba enfadada por el susto que se había llevado - Nat está malita y no puedes subirte así encima de ella que le haces daño – la reprendió con autoridad. Mara se puso seria y miró a la pediatra con un puchero, bajándose inmediatamente.

- ¡Alba, no seas exagerada! – le protestó aún con el gesto de dolor en la cara – no pasa nada cariño.

- ¿Te he hecho daño? – balbuceo llorosa.

- Claro que no – respondió – anda ve aquí – le dijo colocándola, con dificultad, sobre sus rodillas y haciéndole cosquillas.

- Nat... - intentó reconvenirla Alba, pero la pediatra le lanzó tal mirada que decidió guardar silencio, "allá ella", pensó la enfermera.

Estaba claro que aquella niña era su debilidad, siempre había visto que a Natalia le encantaban los niños, por algo era pediatra, pero ese instinto maternal que desarrollaba con ella era diferente y Alba lo percibió. Natalia se aferraba a aquella niña, quizás porque temía que nunca sería madre.

- ¿Y esas ojeras? – le preguntó Natalia a la niña - ¿tu abuela está bien? – intentó adivinar si se debían a falta de sueño por atenderla, como ya había sucedido en otras ocasiones.

- Sí.

- A ver – dijo tocándole la frente y palpándole el cuello – ¿te duele algo?

- No – rio.

- ¿Y por qué no has dormido, bichito! sabes que no me gusta que estés dando paseos por las noches.

- No los doy – dijo poniéndose seria.

- ¿Seguro? – le preguntó arrastrando la "o", con una sonrisa – mira que te conozco... no me estarás engañando, ¿eh?

- Que no – rio otra vez, mirando de reojo a Alba que permanecía junto a ellas con gesto de contrariedad.

- Entonces ¿por qué no has dormido? – insistió preocupada. La niña miró hacia Alba y abrazándose a Natalia se acercó a su oído.

- ¿Qué es un barrio?

- ¿Un barrio? – repitió esbozando una sonrisa – Alba, explícale a Mara qué es un barrio – metió a la enfermera en la conversación haciéndole una seña burlona con los ojos.

- Un barrio... pues... es un sitio donde vive mucha gente.

- ¿Cómo aquí?

- Bueno, como aquí exactamente no, un barrio...

- Sí, cariño, como aquí – saltó Natalia interrumpiendo a Alba que arrugó la frente en señal de contrariedad, ¿para qué le decía que lo explicase si pensaba cortarla a las primeras de cambio?

- Y ¿por qué no te gusta este barrio? – le preguntó la niña a Natalia.

- Claro que me gusta – sonrió extrañada por aquellas preguntas.

- Pero... cuando te vayas, ¿puedo irme contigo? – le dijo. Natalia abrió la boca sorprendida, ¿cómo conocía Mara su decisión de marcharse! ni siquiera se la había comunicado a sus compañeros, era imposible que se hubiese extendido por el poblado.

- Cariño, ¿quién te ha dicho a ti que yo me vaya a ir? – preguntó con interés.

- Nadie. Lo he oído.

- ¿Cómo que lo has oído! ¿a quién se lo has oído?

- A ellos.

- Mara...

La niña bajó los ojos con culpabilidad, Natalia se dio cuenta.

- A ver, cariño, ¿qué pasa?

- Esos..., los que no son tus amigos... – empezó a decirle con miedo en los ojos – dicen que te vas a ir a otro barrio. Yo no quiero que te vayas – empezó a hacer pucheros de nuevo.

Alba apoyó su mano en el hombro de Natalia y lo apretó con suavidad, en señal de apoyo, estaba claro lo que pasaba allí, aunque la niña en su inocencia lo había interpretado todo literalmente.

- No me voy a ir a ningún sitio – respondió abrazándola pensativa y levantando la vista hacia Alba, era ahora ella la que mostraba el miedo en su mirada – te dije que te alejaras de ellos.

- Pero... es que van por las casas – protestó – y me da miedo.

- ¿Cómo que van por las casas? – preguntó en un tono de impaciencia que sobresaltó a la niña.

- Buscan gente – dijo con inocencia.

- Gente ¿para qué? – inquirió secamente, sujetándola por ambos brazos, nerviosa.

- Nat... - la recriminó Alba. Estaba asustando a la niña.

- No sé – confesó con las lágrimas saltadas. No estaba acostumbrada a que Natalia le hablase así.

- No llores, cariño – volvió a abrazarla – no pasa nada.

- Pero te vas a ir...

- Ya te he dicho que no me voy a ir – afirmó, aunque luego recordó que sí que estaría fuera una larga temporada – pero si algún día me voy, te prometo que vendré a verte mucho, mucho en cuanto pueda – le sonrió. Mara suspiró.

- ¿Me lo prometes de verdad?

- De verdad – le dijo dándole un beso – anda, cariño, vete a casa, que se está haciendo tarde.

- No puedo, tengo que ir a donde María José.

- ¿A estas horas?

- Sí, es un secreto.

- ¿Un secreto!

- Si – sonrió – pero mañana te lo va a decir.

- Bueno, pero luego, a casa de la abuela ¿entendido?

La niña asintió obediente y se bajó de sus rodillas. Miró a Alba y luego otra vez a Natalia.

- Adiós – sonrió y salió corriendo.

Natalia se quedó observándola hasta que desapareció al final de la calle. ¡María José! Con ella sí que tenía un problema, pero hasta el día siguiente no podría hacer nada.

- Alba, ¿seguimos! estoy deseando llegar al campamento, aún me quedan muchas cosas que hacer y es tardísimo – le dijo mirando el reloj con cierto nerviosismo.

- Espera, Nat.

- ¿Qué pasa?

- Lo que te ha contado Mara.... ¿significa lo que creo? – le preguntó alterada.

- Sabes que sí – respondió con un suspiro.

- Pues... creo que te debes tomar en serio todo lo que ha dicho.

- Te aseguro que me lo tomo muy en serio. Anda... vamos – le pidió de nuevo impaciente.

- No lo parece – le recriminó sin moverse - ¿por qué no te quedas en la Clínica! no entiendo qué haces por aquí, exponiéndote, sabiendo lo que sabes.

- No te preocupes, porque Isabel lo tiene todo controlado – intentó tranquilizarla, cuando ella misma no lo estaba. "Y tú no sabes ni la mitad", pensó.

- ¿Controlado! no será con estos dos que nos siguen – dijo sarcástica, "ni conmigo", pensó a su vez "¡valiente equipo de protección estamos hechos! a mí me puede el miedo y a estos... mejor dejarlo", pensó, decidida a hablar con Isabel en cuanto llegase al campamento.

- Alba, están en prácticas y, además, no ha pasado nada. Ha sido un día tranquilo, ¿no?

- Bueno...

- Lo de Salvador es algo más común de lo que crees y no tiene nada que ver con el tema – saltó conocedora de lo que pasaba por la mente de la enfermera.

- Si tú lo dices... A mí no me gusta ese hombre ni cómo te mira.

- Anda, vamos – le pidió de nuevo, con suavidad, bajando la vista. Se sentía impotente al no tener ni siquiera la posibilidad de moverse si Alba no la empujaba.

- Te he dicho que esperes – respondió con brusquedad. Natalia levantó la vista sin comprender qué pasaba – no vas a hacer nada ¿verdad?

- Vamos a ver, Alba, Mara habrá escuchado cualquier conversación. Es normal no caerle bien a todo el mundo..., y desde que estamos aquí, la presencia de la policía es perenne y eso molesta a unos cuantos. Pero... eso ya lo sabíamos, cuando pusimos en marcha el proyecto.

- No ha pasado nada porque era Mara, pero... ¿y si hubiera sido cualquier loco? No habrían evitado que te atacase y yo tampoco – elevó la voz ligeramente alterada.

- Tranquila que no ha pasado nada – repitió – además, ¿qué quieres que haga?

- No deberías venir al campamento es peligroso – insistió.

- ¿Ya te has hartado de aguantarme? – le preguntó irónica. ¡Si supiera, que si estaba en el campamento era por su trato con Fernando! y que al final iba a tener que darle a él la razón sobre los cambios de humor y las reacciones de la enfermera.

- No digas tonterías, Nat. Solo pienso en tu seguridad.

- Mira, Alba, el día que quieran hacerlo, lo harán – reconoció con tal resignación que a Alba le dio miedo – tenga a mi lado al agente más experimentado o esté completamente sola. Es algo que tengo asumido – reconoció con la voz quebrada.

- Nat... - se le saltaron las lágrimas también a ella, pero disimuló situándose detrás e iniciando la marcha – deberías contarle todo a Isabel en cuanto lleguemos.

- Te aseguro que Isabel está al día de todo. Además, en cuanto lleguemos lo que tienes es que firmar tu contrato – respondió con autoridad mostrándose ligeramente molesta y cambiando de tema – no puedes darme más largas. Lo he mandado redactar como tú querías en contra de toda la normativa de la Clínica y en contra de la Asesoría de Administración...

- Vale... lo firmaré – consintió con una sonrisa de satisfacción que Natalia no pudo ver. La pediatra había hecho todo lo posible porque se quedará y esa idea la llenaba de alegría.

- ¿En serio?

- En cuanto lleguemos, y luego, hablas con Isabel, y mañana te quedas en la Clínica. No debes estar aquí.

- ¿Tú también?

- Yo también ¿qué?

- Organizándome la vida – murmuró cansada.

- ¿Qué? No te he oído – dijo agachándose un poco.

- Nada – suspiró resignada y decepcionada, había tenido la sensación de que con ella todo era diferente, pero estaba claro que no era así.

- Nat... yo... lo único que quiero es que... no te pase nada – confesó imaginando lo que le había dicho entre dientes - y aquí... puede pasar cualquier cosa.

- Aquí, en mi despacho, en la calle... donde sea Alba – dijo con tono de hastío – ¡si hasta me dejan notas en el coche! – confesó arrepintiéndose al instante.

- ¿Te han dejado una nota en el coche? Nat...

- Estoy tan harta... que... hay días... que desearía que todo terminase de una vez – dijo con sinceridad – total....

- No quiero que pienses eso. No debes pensarlo y menos desearlo.

- Se vaya a cumplir ¿no? – preguntó con ironía.

- ¿Conoces la leyenda del pájaro dziú?

- ¡No lo he oído en mi vida!

- Es una leyenda africana – le contó – pero hemos llegado y es muy larga. Ya te la contaré otro día.

- ¿Y me dejas así! dime al menos de qué va.

- Otro día, Nat. Mira, ahí tienes a Isabel. ¿Vas a hablar con ella o lo hago yo?

- ¡Si supieras el coraje que me daba cada vez que me hacías esto! – protestó enfadada, recordando su vida en común y la cantidad de veces que la enfermera le empezaba a decir algo para luego no terminar de contárselo.

Alba lanzó una carcajada.

- Siempre lo he sabido – dijo y agachándose le susurró al oído - ¿por qué te crees que lo hago? Anda, vamos – dijo sonriendo para sus adentros.

Natalia se quedó boquiabierta, ¿Y luego le decían a ella que no jugase con Alba! ¿Quién jugaba con quién?

La enfermera la condujo hacia donde Sonia e Isabel discutían visiblemente alteradas. Al verlas acercarse ambas guardaron silencio.

- ¿Ocurre algo? – preguntó Natalia.

- No, nada – se apresuró a responder la socióloga – Nat, ¿vas ya para la Clínica?

- Si, en unos minutos primero me gustaría comentarte una cosa, Isabel – se dirigió a la detective.

- De acuerdo, espérame un segundo en mi despacho que ahora mismo voy – aceptó acercándose a los dos jóvenes que habían entrado tras ellas.

- Te espero allí, Nat – le dijo Sonia – y... por favor... no tardes.

- Ya sé que tienes prisa, tranquila, que no tardo – la miró preocupada - ¿seguro que no me ocultáis nada?

- Seguro, Nat.

- De acuerdo – aceptó su palabra sin convencimiento – Sonia, dile a Mónica que me espere, quiero que se venga conmigo en el coche.

- Vale – respondió arrastrando la palabra y alejándose hacia el pabellón central donde se encontraban los demás.

- ¿Te llevo al despacho de Isabel? – le preguntó Alba una vez solas.

- Sí, por favor.

La enfermera la subió por la rampa, abrió la puerta y la introdujo en el despacho, acomodándola frente al sillón vacío de la detective.

- Si no quieres nada más, me voy, Nat, Laura me está esperando para hacer la mudanza.

- Claro, vete... - le sonrió – ¡ah! espera, pásate por el pabellón y firma el contrato, por favor.

Alba suspiró.

- Nat... tengo prisa – protestó – ¿no te da igual mañana a primera hora antes de salir?

- No, quiero dejarlo esta misma tarde en administración – respondió frunciendo el ceño.

- Bueno... - aceptó – no te enfades, ahora voy a firmarlo.

- Gracias... - esbozó una leve sonrisa de alivio y la miró fijamente a los ojos, la enfermera le sostuvo la mirada un instante –... por todo.

- De nada – respondió dudando si marcharse o permanecer con ella hasta que llegase Isabel. Cuando Natalia la miraba de aquella forma se sentía tan aturdida que no era capaz de articular palabra.

- ¿No tenías prisa? – le dijo Natalia burlona – anda ve a firmar y corre a hacer tu mudanza – continuó con un retintín que Alba interpretó como reproche por no salir con ellas – hasta mañana.

- Hasta mañana, Nat.

Alba se dirigió hacia la puerta y cuando ya estaba a punto de cerrarla dejándola dentro asomó la cabeza.

- Eres como ese pájaro.

- ¿Qué?

- El Dziú, eres como él.

- ¿Ayer un león y hoy un pájaro? – sonrió burlona – muy salvaje has vuelto tú.

- ¿Salvaje? – la miró con picardía – no sabes tú lo salvaje que me he vuelto... - bajó el tono insinuante. Natalia enrojeció levemente y poniéndose seria cambió de tema.

- Ya quisiera yo poder salir volando como el pájaro ese – suspiró.

- Todo se "andará" – respondió haciendo hincapié en la palabra. Salió y la dejó allí, sola y pensativa. ¿Qué le había querido decir con eso? Esta vez sí que la había dejado tan fuera de juego que ni siquiera recordaba qué hacía en el despacho de Isabel ni lo que quería ver con ella.

Cuando Alba salía del barracón, Isabel estaba a punto de entrar en él.

- Isabel, ¿puedo hablar contigo un segundo? – le dijo sujetándola por el brazo.

- Nat me está esperando – respondió intentando excusarse.

- Un segundo, por favor – le pidió tan angustiada que la detective se detuvo alertada.

- ¿Qué pasa?

- No puedo hacer lo que me pediste.

- No te entiendo.

- No puedo estar pendiente de Nat. No puedo hacerlo.

- Vale – asintió pensativa, pensando qué habría ocurrido – no te preocupes, hablaré con Fernando y le diré a Mónica que vaya con ella – dijo girándose para subir a su despacho.

- ¡No! – la frenó – no me entiendes.

- Pues... explícate.

- Hoy, he visto... no sé cómo calificarlo.... He visto que a Nat... no la quieren por aquí.

- Eso ya lo sabemos, Alba – respondió clavando sus ojos en los de la enfermera estaba segura de que había algo más – a ver... habéis estado en las casas de la manti, ¿no? – la enfermera asintió - Imagino que te has encontrado con Salvador, y que te ha dado miedo, su mirada, sus formas, su agresividad....

- Si – murmuró bajando la vista avergonzada.

- No te preocupes que Natalia siempre ha sabido mantenerlo a raya. Es un hombre que da repelucos. Pero... no se atreverá a hacer nada contra ella. Le debe demasiado. No es él quien me preocupa.

- ¿Su hijo? – levantó la vista creyendo dar en el clavo – porque el chico es evidente que la odia.

- No, su hijo tampoco – sonrió – no tiene lo que hay que tener.

- ¿Cómo puedes estar tan segura! ¿cómo puedes dejarla moverse por el campamento de esa manera? ¡hasta Mara salta sobre ella sin que esos dos inútiles hayan reaccionado!

- Tranquilízate, Alba – pidió molesta por el comentario sobre sus hombres – Nat está aquí porque es su deseo y porque yo le aconsejé que lo estuviera.

- ¡Vaya consejo! ahí fuera no está segura.

- Ahí fuera, puede que sea uno de los pocos sitios en los que más segura esté – confesó dejando a Alba perpleja – mira Alba, en este poblado se mueven muchos, vamos a llamarlos "negocios" al margen de la ley. Y no me refiero solo a la droga. Este campamento y la presencia continua de la policía es un estorbo y un inconveniente, pero nunca harían nada drástico para evitarlo. Ellos no. A pesar de lo que has visto y de lo que crees, a Natalia aquí la respeta y la quiere mucha gente, y esa misma gente no dejará que le pase nada. Un ataque fortuito es inevitable en cualquier lugar. Natalia lo sabe y lo asume. Todos lo asumimos.

- Pero tiene miedo.

- Claro que tiene miedo, todos lo tenemos. Pero no puede dejar que esto afecte a su vida.

- Pero es que le afecta – saltó preocupada – mucho más de lo que podáis imaginar – reveló alterada – mucho más de lo que os dice.

- Y tú ¿cómo sabes lo que nos dice? – preguntó con calma intentando adivinar qué era lo que le ocurría a la enfermera, tenía la sensación de que su estado de alteración no se debía tanto al peligro que rodeaba a Natalia como a algo que rondaba en su cabeza.

- Tienes que ayudarla, tienes que encontrar ya a quien....

- Alba, nadie te obliga a nada – le dijo con calma molesta por aquellas palabras, ¡qué más quisiera ella que detener al acosador de Natalia! tres años llevaba tras él, pero las cosas no eran tan fáciles – Nat me espera y tiene prisa. Si no quieres salir con ella ahí fuera, estás en tu derecho. Ahora se lo digo yo, lo entenderá.

- No le digas nada. No... no es eso... es – dudó, no podía decirle que se quedaba paralizada cada vez que veía peligro cerca, pero era así, y si Natalia alguna vez la necesitaba no iba a estar a su lado para ayudarla y era consciente de ello. No podía dejar que pensaran que Natalia iba acompañada cuando su compañía no le valía para nada.

- Entonces ¿qué es lo que quieres?

- No sé, me dijiste que te contase cualquier cosa rara que viese y es lo que he hecho. No me gusta ese hombre y no me gusta su hijo. Y... yo... yo no podré evitar que le pase algo.

- Tú no tienes que evitar nada. Ese es mi trabajo. Tú solo tienes que mantener los ojos bien abiertos y usar la radio que te he dado cuando sea necesario. Pero si no te ves capaz...

- De acuerdo – suspiró – pero hay más... Mara le ha contado algo ... sobre unos hombres que van buscando gente por las casas...

- Mara tiene mucha imaginación, es una niña y Nat la escucha demasiado. Quiere llamar su atención.

- Yo creo que no es eso, yo creo que tiene miedo de verdad.

- ¿Mara? – Isabel rio – Mara es un bicho, y sabe cuidarse sola. Aunque te resulte difícil creerlo. Todos los chicos de por aquí lo saben.

- No lo dudo, pero creo que no miente. Creo que va a pasar algo, lo noto en las miradas de la gente, va a pasar algo y hay muchos que lo saben.

- Bueno... tú no te preocupes – le dijo con tranquilidad pensando en su conversación con Sonia, la socióloga le había dicho algo parecido, de hecho le había pedido que consiguiese como fuese aumentar la protección a Natalia y que evitase su visita a la casa de Elton.

- ¿Y la nota del coche! ¿qué me dices de eso? ¿tampoco debemos preocuparnos? – intentó Alba conseguir algo de la detective recurriendo a todas sus posibilidades.

- ¿Te ha hablado Nat de eso? – preguntó a su vez sorprendida y extrañada.

- Si.

- No debía haberlo hecho y... no voy a darte explicaciones.

- Encuentra al que sea y hazlo pronto – le dijo bajando la voz y mirando hacia la ventana de su despacho – Nat no va a aguantar mucho más esta situación.

- Nat aguantará... - afirmó con seguridad - aunque la veas así, es más fuerte de lo que crees. Hace mucho que no la ves. Y no es la persona que recuerdas – le dijo provocando una sensación de inseguridad en la enfermera – además, ya te he dicho que no voy a darte explicaciones, Alba.

- Si, tú lo dices.... Pero creo que os equivocáis todos con ella.

- Entonces ¿qué! ¿lo harás o le digo a Nat...? – dijo mirando el reloj

- ¡No! No le digas nada. Iré con ella – cambió de opinión.

- Gracias, Alba – le dijo apretándole el brazo – muchas gracias, por todo.

Alba no entendió aquel efusivo agradecimiento. Isabel parecía querer decirle mucho más con aquellas palabras que con toda la conversación que habían mantenido, pero ella no era capaz de comprender el que.

Isabel entró en su despacho con prisa y disculpándose.

- Perdona Nat por hacerte esperar – le dijo sentándose frente a ella - ¿qué es eso que querías decirme?

- ¿Eh? – la miró despistada enarcando las cejas sin comprender su pregunta.

- Nat... ¿qué querías decirme? – repitió con una medio sonrisa, pocas veces veía a Natalia tan desconcentrada.

- ¿Yo! nada... - respondió distraída aún con la mente puesta en las palabras de Alba.

- Nat... ¿estás bien? – preguntó ahora preocupada.

- Si, si – dijo esbozando una sonrisa en respuesta a la de Isabel.

La detective esperó a que Natalia le dijese alguna cosa, pero permanecía en silencio. Finalmente, la pediatra pareció volver a la realidad.

- Isabel ¿te importa acercarme al coche? – le pidió – no sé qué le ha pasado al motor de la silla....

- Claro – se levantó perpleja, estaba claro que Natalia se había arrepentido y había decidido no contarle aquello que le preocupaba.

Isabel empezaba a pensar que quizás Alba no estuviese tan descaminada y Natalia, estuviese llegando a su límite, la idea le preocupó y la llenó de angustia. Se situó tras ella y la condujo al exterior esperando que Natalia le contase algo de lo que ya le había avanzado la enfermera, pero no lo hacía y eso no dejaba de inquietarla. ¿Cuántas cosas guardaría Natalia! ¿tendría Josema razón y la pediatra estaba engañándola o al menos ocultándole cosas que podían ser claves para resolver el caso?

- Entonces... ¿no querías nada? – volvió a la carga buscando que la pediatra se sincerase.

- No – respondió mecánicamente, no podía dejar de pensar en Alba y en todo lo que habían hablado a lo largo del día.

- Bueno, pues... yo sí – necesitaba saber el motivo por el cual Alba se mostraba tan alterada - ¿ha pasado algo hoy que debas contarme?

- No, nada, ha sido un día tranquilo.

- Alba no dice lo mismo.

- ¿Alba? – preguntó frunciendo el ceño prestándole atención por primera vez - ¿has hablado con ella? Te dije que quiero que la dejéis al margen de todo esto – dijo enfadada, Alba tenía un problema y no iba a poder superarlo si le llenaban la cabeza de historias.

- ¿Y tú! ¿por qué no la dejas tú?

- ¿Qué quieres decir?

- ¿Por qué le has contado lo de la nota del coche? Te parece que es esa una forma de mantenerla al margen.

- Tienes razón... - asintió pensativa - no volveré a hacerlo – giró la cabeza y clavó sus ojos en ella "¡Vaya con Alba!", no esperaba que le contase a Isabel todas sus conversaciones, – estábamos hablando y.... se me escapó.

- Pues has conseguido meterle el miedo en el cuerpo – dijo en tono de reproche – No solo está asustada, está acojonada.

- Hablaré con ella – respondió reflejando en sus ojos la preocupación que sentía, no debía haber involucrado a Alba en nada, no estaba preparada y ella no estaba contribuyendo a ayudarla – Isabel, crees que hay gente en el poblado que...

- Vaya, creí que no tenías nada que decirme.

- Bueno... siempre me dices que exagero y que le doy demasiado crédito a Mara, y lo único que podía contarte me lo ha dicho ella – confesó – y... ni siquiera eso, lo he deducido de sus palabras.

- Bueno... quizás esta vez sí que debamos hacerle caso – reconoció - Nat... Sonia cree que no debéis ir mañana a casa de Elton, cree que puede ser peligroso para ti.

- ¿Y tú que crees? – le preguntó conocedora de que opinaría lo contrario. Ya imaginaba por qué las había visto discutiendo.

- Creo que puede que sea peligroso, pero ... que sí debes ir – aconsejó midiendo sus palabras – eso... siempre que quieras que el proyecto salga adelante. Sabes que sin la confianza del patriarca del poblado, más del setenta por ciento de la gente no te apoyaría, y sabes que la mayoría son gitanos y que harán lo que él diga. Del resto, no tienes que preocuparte, o al menos, no en ese sentido.

- Entonces... está decidido, iremos. El proyecto es lo primero – respondió decidida.

- Yo iré con vosotras – le dijo poniéndole una mano en el hombro – no voy a dejar que te pase nada ¿me oyes? – le dijo recordando las palabras de Alba - No quiero que tengas miedo.

Natalia la miró con las lágrimas saltadas. No se esperaba aquella muestra de afecto por parte de la detective que siempre se solía mostrar inflexible y profesional.

- Gracias Isabel – sonrió con un nudo en la garganta y mirando hacia Mónica que charlaba con Laura levantó el brazo y la llamó – ¡Mónica!

- Tú tranquila que yo me encargo de todo ¡sí hasta he conseguido más efectivos para el jueves! – le sonrió intentando animarla.

- ¿En serio! ¿cómo no me lo has dicho antes? – suspiró aliviada – todo no iban a ser problemas ¿no?

- Claro que no. Verás como todo sale bien. Elton entenderá tus razones. Es un hombre cabal.

- Ya estoy aquí – dijo Mónica - ¿nos vamos?

- Si, vamos – dijo abriendo el coche – hasta mañana Isabel, y... gracias.

- Hasta mañana.

La detective se mantuvo allí viéndola maniobrar y desaparecer. Sus hombres iban tras ella. Miró el reloj, era tarde y le había prometido a Josema encargarse de la cena. Pero antes tenía que terminar los cuadrantes de los turnos de sus hombres. Los próximos días iban a ser moviditos y no quería cometer errores en la asignación de los puestos.





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