La Clínica

By marlysaba2

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 10

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By marlysaba2


En la clínica todas seguían con interés las palabras de Claudia. Natalia estaba cada vez más nerviosa. Por lo que escuchaba parecía que el incendio se había extendido y lo que era peor, que la prensa había llegado antes que los hombres de Isabel. Tenía que hablar seriamente con ella, "¿qué hacía pensando en eso ahora?", "¿cómo se le ocurría pensar en la prensa antes que en la gente?", se reprendió a sí misma, ya habría tiempo de declaraciones, lo importante es que todos estuviesen bien. Su móvil empezó a vibrar y antes de que diera la primera llamada ya lo había cogido.

- ¡Sonia! – exclamó - ¿qué ha pasado?

- ¡Nat! Hay un incendio... la chabola de Socorro... Alba está dentro – explicaba entrecortada al tiempo que miraba hacia las llamas y veía a sus compañeros correr hacia la chabola - la explosión..., no la vemos...

- ¿Cómo que está dentro? – dijo con voz ronca - ¡Sonia! ¡tranquilízate! – dijo en tono casi de súplica - dime qué está pasando.

- Tenedlo todo preparado – gritó como si Natalia no pudiese oírla – ¡dios! – exclamó asustada al ver que Sacha y Fernando levantaban unas chapas bajo las cuales apareció tumbada la enfermera.

- ¡Luego te llamo! – volvió a gritarle, y salió disparada hacia ellos.

- ¡Sonia! ¡Sonia! - llamó Natalia con desesperación, mirando el teléfono que había perdido la conexión. Levantó la vista, Claudia seguía hablando con Isabel, miró a Cruz y Teresa, ambas vieron el pánico reflejado en su rostro.

- ¿Qué pasa? – preguntó Teresa.

- Un incendio – dijo con rapidez – no me he enterado bien – continuó - ¡Claudia! – exclamó al verla colgar - ¿qué pasa?

- Isabel acaba de llegar al incendio, te llamará cuando sepa algo.

- Pero ¿qué te ha dicho de Alba? – preguntó sin disimular su angustia.

- ¿De Alba! nada – dijo con tranquilidad – me ha dicho que no te preocupes que ya estaban allí los bomberos y las ambulancias, que sus hombres habían acordonado la zona y que ella acababa de llegar, que te llamaría con la versión oficial para la prensa porque habían llegado antes que nadie.

- Pero Sonia dice que Alba... - empezó a hablar y se le quebró la voz, tenía que dominarse, notaba que el nudo que sentía en la garganta empezaba a provocarle un intenso dolor en el pecho, "respira", "respira", se dijo. Vio que Cruz se levantaba y se acercaba a ella – estoy bien Cruz – dijo con más aplomo – al parecer Alba estaba dentro de la chabola y ha habido una explosión – contó con agitación.

- ¡Ay, mi Alba! – exclamó Teresa, llevándose las manos a la cara.

- ¡Teresa! – le llamó la atención Cruz indicándole con los ojos que se controlase - Nat... - empezó Cruz preocupada por ella, se estaba poniendo pálida y la respiración empezaba a alterársele – tranquila.

- Si, si – dijo – estoy tranquila – tomó aire – estoy tranquila – volvió a inspirar con profundidad.

- Nat, no te preocupes – intervino Claudia, miró el reloj – vete a casa, que tienes que coger el avión.

- ¿Qué avión? – preguntó distraída.

- ¡Nat! – se extrañó Claudia.

- ¡Zurich! – cayó en la cuenta – no puedo ir, no puedo, la prensa se nos va a echar encima – respondió evasiva, necesitaba quedarse, no podía marcharse sin saber cómo estaba Alba, no podía – Cruz – miró a la cardióloga suplicante – ¿sigue en pie tu ofrecimiento?

- Eh... claro... - dijo sin mucho convencimiento – pero...

- Ven a mi despacho – casi le ordenó – te pongo al día en unos minutos.

- Espera Nat – le pidió – primero debo hablar con mi hermana, tendría que quedarse con María.

- Por la niña no te preocupes – saltó Teresa, que la puedes dejar en mi casa sin problema.

- Gracias, Teresa, pero prefiero hablar con mi hermana – respondió con tranquilidad – ve subiendo Nat, que ahora te pillo yo.

La pediatra giró la silla sin despedirse, pero Claudia la interceptó.

- ¿Qué significa esto Nat? – le preguntó ligeramente molesta.

- ¡Déjame en paz, Claudia! – le espetó con malos modos. Sabía lo que quería decirle y no estaba dispuesta a escucharlo. Ya hablaría con ella y le explicaría que las cosas no eran como ella creía.

- Muy bien..., muy bien – dijo apartándose.

Natalia se marchó camino de su despacho, la cabeza no paraba de darle vueltas "no se hacen así las cosas", "¿cómo metes a Cruz en este marrón! tengo que ir yo, tengo que ir, pero... no puedo, no puedo irme sin ver como está", "¿cómo coño se le ocurre meterse en un chabola en llamas?", "si ya me lo dijo Fernando"...

- ¡Nat! – la llamó Cruz – espera que subo contigo.

- ¿Has hablado con tu hermana?

- Sí, no te preocupes que ya está todo organizado – le dijo observándola - ¿estás mejor?

- ¿Yo? Sí, estoy bien – mintió.

- Pues antes creía que estaba a punto de darte algo.

Natalia le sonrió, pero no dijo nada más. Cruz la conocía demasiado bien como para mentirle. Ambas entraron en el despacho. Tenían pocos minutos para que Natalia le explicase antes de que Cruz cogiese ese avión.



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En el campamento, Alba presentaba todos los síntomas de intoxicación por inhalación de humo.

- Rápido - gritó Fernando, subiéndola a la cuchara y llevándola a la ambulancia que había llegado antes de que consiguieran quitarle todas aquellas chapas de encima – Mónica, oxígeno al 100 %, mascarilla con reservorio y 5 gramos de hidroxicobalamina.

- No llevamos en la ambulancia – dijo Mónica preocupada – aún no han llegado los kits.

- ¡Mierda! corre, pregunta a los bomberos, suelen llevar ellos.

- Pero ... ¿estás seguro? – preguntó Laura – ¿no es mejor esperar a la analítica?

- No. Estamos dentro del protocolo.

- ¿Cómo está? – preguntó Sonia asustada.

- Es pronto para decirlo – le explicó Laura con el miedo reflejado en el rostro – la intoxicación por humo es muy peligrosa.

- ¡No tienen! – llegó Mónica corriendo.

- Cógele una vía y ponle suero – ordenó el médico, Mónica se movía con habilidad y se adelantaba a casi todas sus peticiones.

- ¿Está inconsciente? – preguntó de nuevo Sonia.

- No – dijo Fernando administrándole y poniéndole el oxígeno. Mientras Mónica la enchufaba a los monitores.

- Entonces porque... -

- La ves como obnubilada por la intoxicación – respondió Laura observando el proceder de su compañero – provoca confusión mental y...

- Pero estáis seguros que...

- Por dios Sonia – protestó Laura – Fernando mira la presión arterial 95/50, y el ritmo cardiaco es de 101 pulsaciones.

- Venga, arriba – gritó el médico – nos vamos de aquí cagando leches. Sonia llama a Nat, dile lo que hay, ¡que tengan todo preparado! – repitió a gritos – necesitamos la hidroxicobalamina.

- Ya la he llamado – respondió casi en un murmullo - ¿la qué?

- Ya llamo yo – respondió Fernando.

Laura dio un ágil salto y subió a la ambulancia, Sonia se quedó allí parada y finalmente corrió hacia la otra ambulancia. Iría con la abuela de Mara y con la niña, que estaba muy asustada.



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En la clínica, Cruz se despidió de Natalia con la promesa de tenerla informada de todo. La pediatra se quedó unos instantes en el despacho, necesitaba llamar a su madre. María, insistió de nuevo en que no hacía falta que fuese y empezó a sospechar de la insistencia de su hija. Era lógico que estuviese preocupada, pero notaba en su voz que algo no estaba bien, le daba la sensación de que quería hablar con ella y que no acababa de decidirse. Tras hablar con su madre, Natalia tuvo la convicción de que María no le decía la verdad, pero no podía pararse a pensar en ello, tenía que bajar a urgencias.

En la puerta del despacho, Cruz se había detenido con Claudia que llegaba en busca de Natalia.

- ¿Te vas ya? – le preguntó la neuróloga.

- Si – dijo preocupada – deséame suerte porque menuda papeleta me espera.

- Lo harás muy bien – le sonrió transmitiéndole seguridad – si prácticamente eres la directora de esta clínica.

- Mujer, no seas exagerada.

- No lo soy... es lo que Nat dice.

- ¿Qué es lo que digo? – preguntó la pediatra saliendo de su despacho.

- Nada, ¿bajas? – le preguntó Claudia mirándola con detenimiento, parecía algo más tranquila pero el ligero temblor de sus manos le descubrió que no era así.

- Si.

- Nat, me voy en cinco minutos, ¿seguro que me has dado todo?

- Que sí, Cruz. No se te olvide llamar a Isabel, quiere hablar contigo.

- Vale – respondió ligeramente nerviosa.

- Suerte Cruz – le dijo Claudia viéndola alejarse - ¡Nat! ¡espera! – gritó al verla alejarse con rapidez pasillo adelante.

- ¡Están a punto de llegar! – le gritó.

- Lo sé, eso venía a decirte, llegan en diez minutos, ¿te parece bien que nos encarguemos de Alba, Gimeno y yo?

- Si ... muy bien – dijo distraída.

- Bien, bajo por el otro ascensor, voy al box y luego salgo.

- Claudia ...

- ¿Qué? – se volvió.

- Nada... Ahora nos vemos.

- ¡Venga, Nat! No te preocupes – le dijo apretándole con suavidad en el hombro

- Ahora voy yo.

Natalia asintió, notaba la tirantez de la neuróloga con ella y sabía a qué se debía. La estaba juzgando, y sentía la necesidad de explicarle, de justificar su decisión. Pero no había tiempo de charlas.

En la ambulancia, Alba se removía inquieta, intentando quitarse la mascarilla y repitiendo sin cesar el nombre de Nat, Laura estaba preocupada por ella, Fernando no quería sedarla, pero Laura no estaba de acuerdo, parecía cada vez más alterada y el ritmo cardiaco se le estaba disparando.

- Alba, tranquila, no te quites eso, tranquila – insistía Laura con calma intentando transmitírsela a la enfermera y sujetándole la mano para que no se quitase la mascarilla.

- Nat... - parecía decir casi ininteligiblemente – Nat... cuento...

- Aquí tengo el cuento – le decía Laura – tranquila.

- Alba, si no te estás quieta, te voy a dormir y no vas a poder decirle nada a Nat – la amenazó con tal genio Fernando que la enfermera se estuvo quieta unos segundos, pero aturdida y nerviosa no tardó nada en volver a la carga.

- ... el cuento... Nat... mariposas – dijo con más claridad, pero inmediatamente comenzó a toser.

Laura miró a Fernando desesperada, Alba parecía delirar.

- Creo que es mejor que la sedemos – volvió a insistir.

- No. Sabes que con ese golpe en la cabeza es mejor que permanezca consciente. Cuando Claudia la examine ya decidirá ella.

- Pero se va a ahogar y mira el ritmo cardiaco.

- Ponle dos miligramos de diazepan eso la calmará un poco – consintió Fernando - ¿estás bien? – le preguntó a Laura, acababa de caer en la cuenta que la joven tenía un corte en la frente.

- Si – sonrió – no es nada. Solo un arañazo.

- Tendrás puesto el tétanos.

- ¡Fernando! – exclamó burlona – de donde vengo tengo puesto de todo.

- Perdona... - dijo, volviendo a sujetarle la mano a Alba.

- Nat... - balbuceaba la enfermera.

- Le ha dado fuerte con Natalia – comentó - ¿sabes tú que le pasa con ella?

- ¿Yo? No, no tengo ni idea –mintió, ¡ya lo creo que lo sé! rio para sí – creo que entró a por un cuento pero pregúntale a Sonia, creo que se lo regaló Nat a la niña.

- Eso será – respondió convencido - ¡por fin! ya estamos entrando – dijo aliviado.

- Nat... - dijo de nuevo Alba agarrando la mascarilla y volviendo a toser.

- ¡Ya vale Alba! – protestó Laura – como no te estés quieta te voy a tener que atar.

Natalia y Teresa aguardaban nerviosas la llegada de los heridos en la puerta de urgencias. Junto a ellas acudieron Claudia y Gimeno, que se encargarían de Alba. La neuróloga miró a Natalia preocupada por lo que pudiera estar pasando por su cabeza. La notaba muy extraña, y no sabía si es que estaba asustada por lo de Ana, preocupada por el incendio y las consecuencias de la noticia que, seguro saldría en la prensa al día siguiente, o por el estado de Alba. Fernando había llamado desde la ambulancia y había pedido expresamente que la pediatra estuviese allí. No sabían qué ocurría realmente, pero todos temían que la gravedad de Alba fuese mayor de lo que les dijeron en un principio. Las heridas del resto de afectados no tenían relevancia. Por suerte, tan solo habían tenido que atender algunos golpes que se resolvieron con un par de puntos y, Socorro, la abuela de Mara, que tenía una leve quemadura en una pierna, por suerte, entre Sacha y Fernando habían conseguido sacar a tiempo a la anciana. Mara estaba ilesa gracias a Alba, que como todos sabían ya, había tenido peor suerte. Isabel se había quedado allí organizando a los afectados dentro del campamento e investigando las causas del incendio.

Teresa miró de nuevo hacia la pediatra y se asió a su mano, los nervios de Natalia eran patentes, y la recepcionista la observaba con preocupación. Hacía mucho tiempo que no la veía tan fuera de sí. No solo estaba acelerada, si no que parecía desconcertada, sin capacidad casi de decisión. Su móvil volvió a sonar, era la llamada que esperaba,

¡Isabel! por fin le contaría los hechos, necesitaba conocerlos para enfrentarse a la prensa a la que ya no sabía cómo darle largas, y que hacía rato que estaba apostada frente a la Clínica. Isabel, notó a Natalia tan despistada que, prácticamente, le dictó lo que debía decir: el suceso había ocurrido sobre las cinco de la tarde, en una de las infraviviendas de manzana D, la de Socorro, que se encontraba allí junto a su nieta. Al parecer, el origen del siniestro había sido un cortocircuito. Varias dotaciones de bomberos del Ayuntamiento de Madrid y de la Comunidad de Madrid habían acudido al lugar consiguiendo extinguir las llamas antes de que se extendiesen a más chabolas, siendo tan solo ocho las afectadas. Había habido suerte a pesar de todo. Gracias a la presencia de la policía y los médicos en la zona, la intervención había sido inmediata.

La ambulancia paró delante de la puerta y con rapidez descendieron todos. Natalia literalmente le colgó el teléfono a la detective, reflejando en su rostro el miedo que tenía. Fernando llegaba con el expediente en la mano y se lo tendió a Gimeno.

- Desorientación, disnea con trabajo respiratorio, satura al 98 % y lleva perfusión de salino y dos de diazepan.

- ¿Diazepan? – preguntó Claudia.

- No hemos tenido más remedio – dijo Laura separándose de la camilla.

- Nat, Nat... - murmuraba Alba.

- Ya hablarás con ella – dijo Claudia empujando la camilla.

- No... - Alba volvió a quitarse la mascarilla – Nat... - repitió intentando incorporarse, pero la tos no la dejaba hablar.

- ¡Espera! – pidió la pediatra acercándose a la camilla todo lo que pudo. Alba giró la cabeza al escuchar su voz y pareció tranquilizarse. Intentó decirle algo levantándose de nuevo la mascarilla.

- Nat...

- No hables, Alba – le pidió inclinándose hacia delante todo lo que le permitía su posición para poder rozar su mano – no te esfuerces. Todo va a ir bien.

- He cumplido... - murmuró la enfermera con un hilo de voz apenas perceptible, tosiendo de nuevo - ... he cumplido....

- No hables, por favor – le ordenó Natalia nerviosa de verla así - ¡vamos! Llevadla dentro.

- No – insistió la enfermera sin parar de toser – Nat yo... - no pudo terminar, cerró los ojos perdiendo la consciencia.

- Vamos, vamos – gritó Gimeno – perdiéndose camino del box.

Claudia entró con él mirando de reojo a su amiga que se quedaba allí con cara de espanto. Natalia había visto a Alba peor de lo que se esperaba. La cara y los brazos ennegrecidos por el hollín, le indicaban que había estado demasiado tiempo dentro. Habría que esperar a la gasometría, pero no le gustaban nada aquellos sonidos que había podido escuchar cuando se esforzaba por hablar, y encima había perdido la consciencia, no quería ni pensar que entrase en una insuficiencia respiratoria irreversible. El pánico se apoderó de ella. Tenía que controlarse, pensó que algo bueno había y es que, aunque Claudia tendría que valorar el deterioro neurológico, ella no la había visto tan confusa como esperaba.

- Toma – le dijo Laura tendiéndole la caja que había sacado la enfermera – entró a por esto.

Natalia la miró desconcertada, cogiendo lo que le tendía, inmediatamente reconoció la caja, abrió la tapa y junto al cuento vio el caza mariposas y cayó en la cuenta de lo que había ocurrido, un sentimiento de culpabilidad se apoderó de ella. Miró la caja y volvió a mirar a Laura.

- Nat ¿estás bien? – le preguntó la joven.

Pero no tuvo tiempo de responder. Sonia acababa de llegar en la otra ambulancia, con Socorro y Mara. Laura se llevó a la anciana a la sala de curas y Mara corrió a abrazarse a la pediatra llorando. Natalia intentó controlar sus sentimientos y tranquilizar a la pequeña que, finalmente, consintió en marcharse con Mónica. De pronto se vio allí sola, sin saber qué hacer, permaneció en la entrada de bóxer completamente parada, la vista puesta en aquellas puertas, con el corazón en un puño, esperando ver salir en cualquier momento a alguien que le explicase qué ocurría.

- Nat ¿qué haces ahí parada? – le preguntó Teresa.

- Voy a entrar – decidió.

- Ni se te ocurra. Tú te esperas aquí, conmigo – dijo sujetándole la silla.

- Teresa, necesito entrar – le gritó mirándola con furia - ¡suelta!

- Ahí dentro lo único que vas a hacer es estorbar – le gritó enfadada y nerviosa también.

La pediatra escuchó aquella frase como un mazazo. Ya sabía que no podía hacer mucho, en realidad, nada, pero escucharlo así, y de boca de una de las personas en las que más confiaba y en las que más se había apoyado en esos años, provocó que perdiese el poco control que le quedaba y se echase a llorar.

- Nat... cariño... no te pongas así – dijo Teresa asustada, agachándose a abrazarla. La pediatra hizo un ademán de zafarse de ella, dolida por sus palabras, pero Teresa no se lo permitió y fue Natalia la que se abrazó sollozando.

- Teresa... es culpa mía... es culpa mía – repetía entrecortadamente.

- Pero criatura, ¿tú qué culpa vas a tener? – dijo besándola – es Alba que no está bien, si te lo avisé, le pasa algo.

- ¡No! Soy yo. La he provocado – confesó - te prometí no jugar con ella, pero... me divierte picarla, siempre lo hice y... no medí mis palabras.

- Tranquila, Nat, que te va a dar algo. Verás como no es nada.

- Teresa... - dijo negando con la cabeza – soy... un desastre... mi... mi vida es un desastre – sollozó de nuevo.

- ¡Chist! ¡no digas tonterías! – la consoló – ¿qué va a ser un desastre! estás asustada y estás cansada.

- No es eso... no lo entiendes...

- Ay, ¡entiendo más de lo que tú te crees! si lo veía venir – respondió abrazándola de nuevo comprobando que estaba empezando a calmarse - Anda, ven conmigo, vamos a llamar a Rafi.

- ¿Rafi? – preguntó temerosa, ahora sí que estaba asustada – no, yo no voy – dijo – yo voy a dentro, necesito saber cómo está.

- Nat, lo que debes hacer es irte a casa a descansar – le aconsejo viendo su aspecto.

- No puedo – respondió dueña de sí de nuevo – hazme un favor, llama tú a Rafi ¿quieres? – dijo mientras se frotaba los ojos para disimular los efectos del llanto - yo... voy a ver si me entero de algo.

- Tienes que salir a hablar con la prensa.

- Lo sé, pero... en unos minutos ¿de acuerdo! tendré que decirles el estado de los heridos.

- Pasa por el baño y ¡arréglate esa cara!

- ¡Teresa! - protestó camino del box, esbozando una triste sonrisa.



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El joven entregó su tarjeta de embarque con cierto nerviosismo. Al hacerlo la azafata lo miró extrañada pero no le dijo nada. Era la primera vez que viajaba en primera clase y estaba deseando ver las diferencias con la clase turista. No sabía cómo, pero aquellos que les habían encargado el trabajo, lograron un billete sin problema y, por lo que tenía entendido su padre, al lado mismo de la doctora Lacunza.

Llevaba casi una hora en el aeropuerto esperando verla aparecer, pero no fue capaz de localizarla. Seguro que embarcaba por otro lado debido a su estado. Esa idea lo tranquilizó, lo último que deseaba era fallarle a su padre en aquel encargo.

Escuchó la última llamada para su vuelo y notó la excitación del encuentro. En unos minutos estaría sentado junto a ella. Tenía todo pensado. Se comportaría como solo él sabía hacerlo, seguro de que su educación y caballerosidad lograrían despertar la confianza en la doctora. Así, cuando descubriese que se alojarían en el mismo hotel, lo tendría todo más fácil.

Cruz llegó al parking con el tiempo justo. Casi no le había dado tiempo de meter en la maleta cuatro cosas y dejar a María en casa de su hermana. Natalia le había explicado todo el procedimiento de primera clase, no tendría que esperar colas, ni facturar, ni nada de nada, la recogerían en el mismo aparcamiento. La pediatra había hecho las llamadas pertinentes para informar del cambio de usuario en el billete y ya habían dispuesto una tarjeta de embarque a su nombre. ¡Primera clase! pero no una primera clase cualquiera, como la única vez que había hecho uso de ella cuando Vilches la invitó a aquél fin de semana en Lisboa, sino una primera clase de lujo.

El trato preferente con el cliente empezó en el parking, donde un servicio específico la recibió, encargado de aparcar el coche y llevar su equipaje. La acompañaron a la entrada y allí un asistente personal la recibió y la guio haciéndose cargo de la facturación y del control de seguridad, "más rápido y discreto que el del resto de pasajeros" pensó,. Conociendo a Natalia no le extrañaba que viajase así, sonrió al pensar que en el día a día, no se le notaba lo pija que podía llegar a ser ... La condujeron a una sala vip a pesar de que faltaban pocos minutos para el despegue, aunque también le informaron que, si era su deseo, podía descansar en una habitación independiente. Finalmente, para llegar al avión, un Porsche Cayenne la trasladó directamente hasta las escalerillas. Una vez arriba la condujeron a una inmensa cabina, donde solo había cabida para doce pasajeros, dispuestos de dos en dos, en cómodos y amplios sofás. Se recostó en el que le indicaron, sin poder evitar pensar "¡vaya diferencia!".

Observó con agrado que el servicio era impecable pero no pudo evitar sentirse algo incómoda, por las miradas que le lanzaba su compañero de asiento, y eso que estaba a más de un metro de distancia. La observaba con descaro, rayando la falta de educación, "mucho traje y poco seso", pensó Cruz, "si lo que pretende es entablar charla lo lleva claro", sacó el dossier que le había entregado Natalia y se dispuso a estudiarlo con detenimiento. ¡Menudo marrón! y, ¡menuda responsabilidad", pero quizás fuese lo mejor, Natalia empezaba a tenerla preocupada, a su vuelta hablaría con ella y le insistiría en que se marchase unos días de vacaciones, últimamente no tenía buen aspecto y lo que era peor, la veía perder los nervios con demasiada frecuencia. "Pero... ¿qué coño me mira este tío?", volvió a pensar.

- Disculpe señora – se decidió el joven dirigiéndose a ella.

- ¿Si?

- Creo que se ha equivocado usted de asiento – Cruz lo miró de arriba abajo con un gesto despectivo, estaba claro que no se había equivocado en su primera impresión.

- No lo creo – sonrió continuando con su lectura.

- Ese asiento es para minusválidos – se aventuró el joven en un torpe intento de averiguar por qué no estaba allí sentada quien él esperaba.

- ¿No me diga! creo que ese lo ocupa usted – respondió irónica consciente de que jamás captaría lo que le había querido decir.

El joven guardó silencio, ya se levantaría cuando llegase la Lacunza. Cinco minutos después, los motores empezaron a rugir. Cruz observó que el chico se frotaba las manos, nervioso. "¡Lo que me faltaba! este es capaz de mearse en los pantalones o lo que es peor, dar un salto, sentarse a mi lado y darme un pellizco de órdago", pensó interpretando que aquellos gestos del chico indicaban su miedo a volar.

El avión despegó sin problemas. Cruz se enfrascó en la lectura de la memoria que había hecho Natalia, la verdad es que tenía una capacidad de síntesis y una claridad en sus exposiciones que la dejaba sorprendida.

El joven no entendía qué ocurría. Estaba claro que la doctora no se encontraba en aquel vuelo. Empezó a pensar con temor que se había equivocado de avión.

- Discúlpeme señora.

- ¿Si? – dijo Cruz con un ligero deje de impaciencia que el chico no fue capaz de captar.

- Este avión... va a Zurich, ¿verdad?

Cruz lo miró sin dar crédito a lo que escuchaba, o era imbécil, o se reía de ella o tenía la forma de ligar más ridícula que había visto en su vida.

- No sé – respondió con sorna – yo es que solo me concentro en los aviones y me paso el día subiendo y bajando de ellos.

- Disculpe si la molesto – dijo. "¡Vaya hombre! ¡qué avispado!" – permita que me presente – continuó tendiéndole la mano – Eduardo Canales, Director General de Marketing y Recursos Humanos de Assistance Global.

- Encantada, Cruz Gándara – estrechó su mano "como siempre mucho cargo para poca cabeza, seguro que es un niño de papá enchufado", pensó volviendo a la lectura.

- ¿A qué se dedica usted? – preguntó el joven. "¡Nada! que no hay manera", pensó Cruz.

- Soy médico.

- ¡Ah! ¡qué interesante! – dijo mirándola fijamente.

- Sí, mucho.

- Yo tengo una amiga médico – siguió con su estrategia, pero Cruz no hizo comentario alguno – quizá la conozca.

- No creo, somos muchos.

- Se llama Natalia Lacunza.

Cruz levantó la vista, ahora sí, interesada. Recordó las palabras de Isabel justo antes de salir para el aeropuerto, la detective le había prevenido sobre cualquier persona, hombre o mujer, que se le acercase en busca de Natalia. Su mente ató cabos con rapidez. Imposible que aquél mamarracho fuera amigo de Natalia. Se la imaginaba dándole un bufido a la primera frase. Sonrió solo de pensarlo y el joven interpretó que sabía a quién se refería.

- ¿La conoce?

- No – respondió – no me suena – "a ver si así me dejas tranquila ¡pelmazo!".

- Pues... es famosa.

- Si me permite, tengo una conferencia y necesito repasar unas notas – mintió con descaro.

- Sí, claro, disculpe.

El joven guardó silencio, "¡mierda! ¡mierda! ¡mierda! ¿qué pasa aquí?", pensó preocupado. Quizás la Lacunza no iba en primera, aunque... eso era imposible, a su padre le habían asegurado que su billete era el del asiendo de al lado. Claro que hay en esos sofás, lo mismo estaba en otro. Se levantó y repasó con la vista a todos los ocupantes. No estaba. Tenía que hablar con su padre, el sabría qué hacer. Por el momento, recorrería el avión en su busca.



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En la Clínica, Natalia salió del box con cara de preocupación, tan nerviosa estaba que no reparó en la señora situada a la derecha de Teresa y ligeramente tapada por esta. Natalia vio a todos acercarse a ella, desde un lateral del pasillo Sonia, Mónica y Fernando, desde el otro Teresa, Laura y ¡Rafi! Las miradas de Natalia y Rafi se cruzaron. Los nervios de la pediatra aumentaron y todos notaron que palidecía, achacándolo a la posible gravedad de Alba. Natalia bajó la vista incapaz de sostenerle esa mirada, Rafi se dirigió a ella manifestándole toda su rabia.

- ¿Cómo está mi hija? – preguntó sin rodeos ni saludos.

- Hola, Rafi – dijo con un hilo de voz - Siguen examinándola. Aún faltan los resultados de un par de pruebas, pero – tragó saliva intentando disimular el miedo que sentía, no quería ni imaginar que le ocurriese algo – ha estado demasiado tiempo dentro y... ha inhalado mucho humo y... y sigue inconsciente – explicó con los ojos clavados en Encarna, unos ojos que le estaban pidiendo perdón y clemencia.

- ¿Qué tipo de sitio es este? – gritó encarándose con ella – lleva mucho ahí dentro, faltan pruebas, no sabes nada, ¡me llevo a mi hija de aquí!

- Rafi no puedes... - empezó a decir Natalia, pero rápidamente se arrepintió al ver la cara que le estaba poniendo la madre de Alba.

- ¿Tú! ¿tú me vas a decir a mi lo que puedo o no puedo hacer...? – le gritó con furia.

- Vamos a tranquilizarnos un poco señora – intervino Fernando cogiéndola de un brazo con cariño, pero cortándola con autoridad. Miró a Natalia con aire interrogador, no entendía qué estaba pasando allí, pero la pediatra bajó la vista a punto de echarse a llorar.

- ¿Qué me tranquilice! ¿Qué me tranquilice? – se volvió hacia él con furia.

- Si, señora, así no arreglamos nada.

- Rafi... - dijo Natalia recuperando la compostura y dominando sus nervios – Alba está en buenas manos.

- ¡No serán las tuyas! – le gritó – ¡que tú a mí no me engañas!

- Señora, por favor – pidió ahora Sonia – la doctora Lacunza no tiene la culpa de ...

- ¿Qué no tiene la culpa? – la interrumpió - ¡ya lo creo que la tiene! – volvió a elevar el tono – preparad ahora mismo a mi niña que me la llevo de aquí.

- Rafi, piensa un poco, sé razonable – intervino Teresa, sorprendida de aquella rabia. Conocía a Rafi, es verdad que llevaba años sin verla, pero siempre le había hecho gracia y se entendía bien con ella.

- He dicho que me la llevo, y me la llevo – insistió zafándose de la recepcionista que la había cogido por el brazo.

- Alba no debe ser trasladada en su estado – puntualizó Natalia en tono profesional, mirando fijamente a Rafi – sería muy peligroso para ella, primero hay que estabilizarla.

- No quiero que permanezca ni un segundo más bajo el mismo techo que tú, ¡me das asco! Si mi hija es imbécil, yo no voy a dejar que te rías de ella – respondió con tanta rabia que nadie supo qué decir, conscientes todos de que allí pasaba algo que se les escapaba. Teresa y Laura cruzaron las miradas, preocupadas.

- Rafi, por favor... - pidió Natalia cogiéndole una mano – sé cómo te sientes, pero lo mejor para Alba ahora...

- ¡No vuelvas a ponerme la mano encima! – gritó retirando con brusquedad la suya golpeando sin querer a la pediatra que ni siquiera notó el dolor que sintió, de nuevo, en el hombro – y ni se te ocurra insinuar ni lo más mínimo, que una persona normal como yo, puede sentir lo mismo que tú, lo mismo que una... una... asesina.

- ¡Ya está bien! – dijo Fernando con autoridad, elevando también el tono – Nat, creo que es mejor que salgamos de aquí – continuó haciéndole una seña a la pediatra para que diese su brazo a torcer, permaneciendo ahí lo único que iba a conseguir era caldear más los ánimos, y aquella señora, fuera por los motivos que fuese, estaba tan alterada que era imposible razonar con ella.

- Rafi, Alba tiene que quedarse – insistió Natalia obviando las palabras de Fernando y de la propia Rafi y solo preocupada por las consecuencias que podía acarrearle a la enfermera un traslado – si el problema soy yo, no te preocupes que me marcho ahora mismo. Mónica es mi socia - dijo señalando a la joven que se acercó – ella se encargará de que no os falte nada – giró su silla para marcharse, pero antes de seguir pasillo adelante se volvió – aunque... no me creas, me alegra que sigas bien.

- A mí también me alegra... - empezó con furia, quería gritarle que se alegraba de ver como estaba, de que la vida hubiese sido justa y la hiciese pagar por todo el daño que hacía, pero algo en su interior se lo impidió, ella no era así, podía odiarla, podía querer defender a su hija, pero nunca había sido cruel con nadie, nunca hasta el extremo de desear un daño como aquél - ¡vah! – soltó dándole la espalda despectivamente como si no mereciese la pena dirigirle la palabra.

Natalia recibió ese gesto con más dolor que cualquier palabra que pusiera haberle dicho y no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas, entendía perfectamente lo que había querido decirle, aunque no lo hubiese llegado a hacer, y se le hizo un nudo en la garganta. Rafi la odiaba, sentía un rencor tan profundo que no dudó un segundo en comprender que Alba debía haberle contado todo lo que ocurrió entre ellas aquella noche.

Cuando estaba a punto de coger el ascensor escuchó como se abrían las puertas del box, y se volvió permaneciendo en la distancia. Había prometido marcharse, pero... necesitaba saber cómo estaba Alba. Vio como todos se arremolinaban en torno a Claudia y Gimeno. Intentó escuchar lo que decían, pero desde allí era imposible. Respiró hondo, dominando el nerviosismo que sentía y se dispuso a esperar.

- Está bien – dijo la neuróloga dirigiéndose al grupo que tenía a su alrededor ignorando quien era Rafi – tranquilos que saldrá de esta – bromeó sin dar más explicaciones - ¿Y Nat? – preguntó apartando a Sonia al ver que la pediatra estaba al final del pasillo, junto al ascensor - ¡Nat! – salió tras ella.

- Pero... bueno... ¡niña! – saltó Rafi con una mezcla de desconcierto y enfado por el trato de Claudia - ¿me vas a decir que le pasa a mi hija? ¿o en este hospital nadie sabe nada?

Claudia se paró en seco y se volvió sorprendida.

- Discúlpeme señora, no sabía que... no la había visto.

- ¿Cómo está? – insistió Rafi.

- Está estable y descansando. El TAC no muestra daño cerebral alguno y va recuperando la normalidad respiratoria – le dijo con sencillez para no perderla en tecnicismos.

- ¿Y la gasometría? – preguntó Laura, preocupada.

- Mejor de lo que esperábamos – sonrió y volviéndose a Rafi continuó - Ahora la llevaremos a la UCI, la mantendremos en observación 24 horas y si todo va bien, luego la subiremos a planta. De todas formas, hay que ser prudentes. Le repetiremos el TAC dentro de unas horas. Mientras ¿por qué no se va a casa a descansar! yo la llamo si hay alguna novedad – le dijo con tanta dulzura, que Rafi rápidamente pensó que le caía bien aquella chica, "qué profesional y qué amable" – y vosotros – dijo dirigiéndose a los demás – deberíais hacer lo mismo.

- Yo prefiero quedarme aquí con mi hija – dijo convencida.

- Rafi, en la UCI no puedes estar, ¿por qué no te acompaño a casa! mañana tendrás tiempo de estar aquí cuando ya esté en la habitación – le propuso Teresa.

- ¿No puedo verla? – insistió Rafi.

- No, hoy no – intervino Gimeno – pero no se preocupe que yo me quedo con ella toda la noche. Su hija es amiga mía ¿sabe? – sonrió pasando su brazo por los hombros de Rafi conduciéndola, con disimulo, hacia el ascensor.

- ¿Si? - dijo con agrado, ya más tranquila, le gustaba ese médico para su hija, parecía agradable, un poco mayor para ella, pero ¡bueno!

- Claro, yo la llamo, anda vaya... vaya con Teresa – dijo haciéndole con la mano una seña a la recepcionista.

- Muchas gracias, doctor – dijo con una sonrisa, que borró al cruzarse con Natalia que volvía al grupo. La pediatra la miró de reojo, bajó la vista, y no dijo nada.

Claudia, la vio acercarse a ellos, le sonrió de lejos y le hizo una seña de que todo estaba bien. Cuando estuvo a su altura repitió lo que había dicho anteriormente, Natalia respiró más tranquila, no eran malas noticias y, Rafi se marchaba.

- ¿De qué conoces a esa mujer? – preguntó Sonia, de pronto. La pediatra la miró y comprobó que parecía molesta.

- Es la madre de Alba – respondió.

- Eso ya lo sabemos, pero ella parece conocerte a ti – insistió.

- Me habrá visto en la prensa – dijo esquiva, hizo una pausa y se lo pensó mejor – salí con Alba hace años - confesó.

Sonia no pudo evitar un gesto de sorpresa, ahora entendía algunos comportamientos de la enfermera. Clavó sus ojos en Natalia con reproche.

- No me mires así Sonia. Entre Alba y yo terminó todo hace mucho tiempo. No he vuelto a verla en años, desde que se fue... - sintió la necesidad de justificarse, aunque en realidad, no sabía por qué, ni tenía porqué hacerlo – y... que esté aquí, es una coincidencia que ninguna de las dos hemos buscado – explicó con sinceridad, hizo otra pausa que Claudia aprovechó para intervenir.

- Yo creo que ya es hora de que os marchéis a casa, parecéis cansados, además, Nat, vas a perder el avión – le hizo un gesto de complicidad, se había dado cuenta de lo incómoda que estaba la pediatra con aquella situación, bastante tenía ya encima como para tener que aguantar reproches que no venían a cuento, Claudia se preocupó por ella.

- Sí, es cierto – confirmó Natalia mirando el reloj - ¡mirad que caras tenéis! – intentó bromear - Claudia tiene razón marchaos a descansar.

- Si – intervino Gimeno – daos una ducha que ... vamos no quiero decir que oláis ni nada de eso, pero... un asquito sí que estáis hechos... todos chamuscadillos...

- Vale, vale, te hemos entendido – rio Fernando.

- Menos mal – rio Gimeno - tienen razón es mejor que marchéis a casa. Ya nos quedamos nosotros aquí.

Los tres se marcharon y Gimeno entró en el pasillo hacia el interior de bóxer para desde allí ir a la UCI, donde ya había sido trasladada Alba. Una vez solas Claudia miró a Natalia, y esta vez era ella la que tiñó su mirada de reproches.

- ¿Me vas a contar qué pasa entre Alba y tú?

- ¡Nada! – se apresuró a responder con demasiado énfasis para el gusto de Claudia - ¿qué quieres que pase?

- No sé. Eso me lo debes decir tú, si es que lo sabes, claro.

- No te entiendo Claudia y te aseguro que no estoy para acertijos.

- Esta tarde, no querías ni oír hablar de no ir a Zurich, ni siquiera por tu mujer, y horas después, resulta que ese viaje ya no es tan importante y que tú puedes ser sustituida. Y yo me pregunto, ¿qué es lo que ha cambiado! ¡ah! que la enfermera nueva ha tenido un accidente, pero mira tú por donde que la enfermera nueva...

- Claudia... - hizo un gesto de estar harta – por favor.

- De acuerdo, pero no me digas qué es normal.

- No. No te lo digo. Pero... - dudó un instante, y finalmente se decidió a sincerarse – Alba está ahí dentro por mi culpa.

- Nat ... - fue ella ahora la que le puso tono de estar cansada de que siempre se sintiese culpable o responsable de todo lo que le ocurría a quienes la rodeaban - no empieces.

- En serio, antes de venirme esta mañana, la llamé para decirle que no quería empleados enfermos, que quería que hiciera bien su trabajo y si no era capaz... - se le quebró un poco la voz - ¿sabes lo que me dijo antes de perder el conocimiento?

- A ver ¿qué te dijo? – preguntó con el mismo tono anterior, Natalia le estaba dando demasiada importancia a una tontería, cualquier jefe le echa una bronca a un empleado, eso no significa que sea responsable de las locuras que se le ocurran hacer.

- Me dijo, "he cumplido", "he cumplido" – confesó – le gasté una broma de mal gusto, ni siquiera pensaba lo que le dije y creo que ha intentado demostrar algo.

- A ti no tiene que demostrarte nada. Ya la conoces trabajando. En todo caso, se lo estará demostrando a sí misma – le respondió con genio.

Natalia la observó pensativa, estaba tan agobiada y preocupada por lo sucedido que no se le había ocurrido pensar en esa posibilidad, y eso que Teresa ya le había insinuado lo mismo. Desechó la idea, Alba intentaba demostrarle que podía ser la persona que necesitaban, aunque fuera para después marcharse.

- No. Intentaba demostrarme algo a mí – sentenció – por eso se metió en esa chabola, por eso está ahí dentro.

- Ya se lo preguntarás cuando la veas – la cortó cansada del asunto.

- Su madre tiene razón – continuó, sin escucharla, murmurando más para sí que para Claudia – no hago más que hacerle daño a su hija.

- Y..., todo esto, ¿crees que justifica que anules el viaje a Zurich y que no vayas a ver a tu mujer?

Natalia la miró, molesta, metió la mano en el bolso y sacó el móvil, buscó un mensaje y se lo enseñó.

- ¡Me voy en cuatro horas! ¡bocazas! – dijo enfadada y cansada también de que siempre la estuviese cuestionando, le mostró el localizador, y sin decirle nada más giró su silla. Ni Claudia parecía comprenderla, a veces no sabía para qué hablaba con ella, en el fondo sí lo sabía, siempre le había gustado su sinceridad, aunque le dolieran las cosas que le decía.

- ¡Nat! – la llamó - ¡espera! perdona... perdóname, no tengo derecho a decirte lo que tienes que hacer – la miró esbozando un sonrisa - ¿quieres entrar a verla?

La pediatra, volvió a girar la silla y sonrió.

- No – dijo negando al mismo tiempo con la cabeza - Me fío de ti. Pero... tenme informada, por favor.

- Tranquila, que te voy a estar llamando a cada momento y no solo para tenerte informada. También quiero que me tengas tú. ¿De acuerdo?

Natalia asintió y sonrió agradecida, Claudia se agachó a besarla, despidiéndose de ella, diciéndole al oído un cariñoso, "¡cuídate!".

La pediatra se marchó con un pellizco en el estómago, ¡claro que quería entrar a verla! Necesitaba estar junto a ella cuando despertase, necesitaba decirle que la perdonase, que no necesitaba que le demostrase nada. Y, sobre todo, necesitaba comprobar por sí misma que estaba bien. Sí, hubiera dado cualquier cosa por entrar y quedarse allí mirándola, intentando que Alba escuchase sus silencios como hacía antes, pero no estaba segura de que ya fuese capaz de oírla. Llevaba tanto tiempo sin hablarle, sin hablarle de verdad, que quizá se le habían olvidado las palabras, que quizá ya no había nada qué decirle.



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En el vuelo a Zurich Cruz había terminado de leerse por segunda vez la Memoria que había redactado Natalia. Creía tener todo claro, pero aun así la llamaría al aterrizar para hacerle un par de preguntas y preguntar qué tal estaba Alba. Miró de reojo al joven que por fin se había sentado, le pareció que estaba cansado y que sus nervios iban en aumento. Estaba segura de que tenía pánico a volar. El joven llamó a la azafata y le preguntó si podía usar su móvil, la respuesta afirmativa de la chica pareció aliviarlo. Cruz, prestó a tención a la conversación, total no tenía otra cosa que hacer y además, desde que el chico le preguntara por Natalia, no le había quitado ojo, sabía lo que debía hacer porque Isabel había sido muy clara al respecto.

- Papá soy yo – dijo el joven disparando rápidamente la mente de Cruz "¿Papá! lo que yo decía, este se mea en los pantalones".

- ¿Qué ocurre?

- Nada – dijo en tal tono que su padre adivinó que sí que pasaba algo.

- ¿No puedes hablar?

- No.

- Pero... ¿ocurre algo?

- Si.

- Deja que adivine, ¿Has hablado con ella y has metido la pata?

- No.

- ¿Va en compañía?

- No.

- Va sola entonces.

- No – dijo con deje de impaciencia.

- Vamos a ver hijo o va sola o va acompañada.

- No va.

- ¿Cómo que no va?

- Eso.

- ¿Alguien está en su asiento?

- Si.

- ¿Has averiguado su nombre?

- Si.

- ¿Es médico?

- Si – "pues vaya pensó Cruz" y yo que pensaba entretenerme escuchando a este, ¡vaya don de palabra! ¿director de marketing! ¡un enchufado!".

- ¿La conoce?

- No.

- ¿No! lo dudo. Espera que te doy nombres.

- Vale.

- David Gimeno

- No.

- Fernando Mora.

- No.

- Cruz Gándara.

- ¡Si! – "hombre que alegrón se ha llevado el muchacho seguro que papaíto le ha comprado un juguetito nuevo".

- ¿Qué hago?

- Sigue con lo previsto. Esto ha sido cosa de Martínez. Está claro que tendremos que encargarnos de eso también.

- Entonces...

- Salvo que te diga lo contrario. Actúa según el plan.

- Bien. Hasta luego, papá.

- No me falles hijo.

- No papá – dijo con un suspiro cortando la conversación y mirando directamente a Cruz, que sintió un escalofrío ante aquella mirada.



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Tras pasar por su despacho y recoger algunos documentos, Natalia llegó a recepción, giró su silla para despedirse con la mano de Teresa, que conociéndola, pasaría toda la noche allí, esperando que Alba se despertase. Sabía que al final entre Mónica y Gimeno habían convencido a Encarna que, finalmente, se había negado a marcharse, para que durmiese en una de las habitaciones vacías. Solo deseaba que la madre de Alba se sintiese cómoda y permitiese que su hija permaneciese ingresada. En el mostrador, aún estaba Sonia, una idea cruzó por la mente de Natalia.

- Sonia – llamó a la joven que se giró al momento, comprobando que Natalia se acercaba a ella.

- ¿Qué? – respondió huraña.

- Salgo para Sevilla en el último AVE de esta noche – le dijo mirándola fijamente a los ojos - ¿te quieres venir?

- Pero... ¿y Zurich?

- Cruz ha ido en mi lugar – dijo provocando una expresión de sorpresa que dio paso a otra de angustia.

- ¿Ana está peor? – preguntó preocupada – Natalia me dijo....

- No – la interrumpió – bueno, espero que no..., mi madre dice que... no.

- Nat... pero ¿y el trabajo?

- Te lo está diciendo tu Jefa.

- Ya... pero... mañana... Alba no estará y...

- ¿Te quieres venir, sí o no?

- No tengo billete.

- Yo tengo dos. Evelyn me acompañaba, pero si quieres es tuyo.

- No puedes ir sin seguridad.

- Voy contigo.

- Pero yo no... no sabría protegerte.

Natalia le sonrió con ternura.

- Anda vete a casa, dúchate y prepárate, te recojo a las nueve.

- Gracias – respondió casi con lágrimas en los ojos y agachándose a abrazarla le susurró al oído - ¡te quiero!

- Yo también a ti – dijo manteniendo un segundo la mano de la joven entre las suyas. Teresa que las observaba desde el mostrador sonrió satisfecha.

A pesar de aquella "reconciliación" Natalia se dirigió a su coche abatida, tras hacer unas breves declaraciones a la prensa, que estaba apostada en la puerta de la Clínica, intentó acceder al parking, pero a duras penas consiguió llegar al vehículo, lo consiguió gracias a la ayuda de Alberto, que solícito se había prestado a facilitarle el camino. Sus pensamientos volaban de una cosa a otra, quedaba un rato hasta que saliese el tren, pero antes pasaría por casa a hablar con Evelyn y recoger algunas cosas, además tendría que hablar con Isabel y ya sabía que le iba a echar la bronca. Esperaba que le fuese bien a Cruz. Sentada al volante, y tras comprobar que tras ella iniciaba su marcha la patrulla de agentes, volvió a darle vueltas al accidente y a las consecuencias del incendio, sin percibir que Teresa había salido corriendo tras ella, llevaba un sobre en la mano, ¡muy urgente! un mensajero lo acababa de llevar, Natalia se había cruzado con él en la puerta, sin saber que el informe sobre Alba de Médicos sin fronteras que tanto deseaba leer había estado a menos de medio metro de ella.



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El comandante anunció que el vuelo tomaría tierra en media hora. Cruz guardó en una carpeta la Memoria y apuró el café que tenía entre las manos. Su compañero de asiento, la miró de arriba abajo y finalmente se decidió.

- Cruz – dijo - ¿puedo llamarla así! si me permite una indiscreción, ¿en qué hotel se aloja usted?

Lo miró sin sorprenderse por la pregunta, de hecho le extrañaba que aún no se la hubiese formulado, estaba claro que Isabel no se equivocaba, y estaba claro lo que debía contestar.

- Alden Spluegen – dijo con una sonrisa - ¿y usted?

- ¡Por dios! ¡qué coincidencia! En el mismo que usted – exclamó haciéndose el sorprendido cuando sabía que tenían el mismo hotel. "Y ahora me dirá que podemos compartir el taxi", pensó Cruz.

- Se me está ocurriendo, que... ya que vamos al mismo hotel... podíamos compartir el taxi.

- Muchas gracias, una idea excelente – sonrió al joven que se mostró satisfecho por su éxito – si no fuera porque vienen a recogerme.

- ¡Ah! – exclamó decepcionado - y... ¿sería abusar de su amabilidad... pedirle... acompañarla?

- No, claro que no, en absoluto – le respondió sonriendo abiertamente, no daba crédito a que Isabel conociese tan bien lo que iba a ocurrir – me encantaría llevarlo al hotel.

- ¡Muchas gracias! – dijo haciendo una leve inclinación – es usted un encanto – sonrió de nuevo mostrando todo su atractivo, "¿un encanto! pero de donde han sacado a este tío?".

- Si no fuera, porque quien me recoge es mi marido – mintió - y como usted comprenderá... - hizo una pausa poniendo una sonrisa burlona.

- Claro, claro – la interrumpió el joven entre azorado y decepcionado.

- Si me disculpa – dijo Cruz levantándose – voy al baño.

La cardióloga se alejó de allí, tenía pocos minutos para hacer lo que ya había planeado con Isabel. Se acercó a la azafata y habló con ella. Luego volvió a su asiento. En todo ese tiempo el joven no apartó la vista de ella. Tomaron tierra sin problema. El chico se levantó dispuesto a descender y la miró de reojo, Cruz permaneció en su asiento.

- Bueno pues... ya hemos llegado – dijo el joven intentando provocar que se levantase y saliese al menos junto a él.

- Si – dijo y tendiéndole la mano añadió – encantada de haberle conocido ¿Canales! ¿no?

- Si, si, igualmente.

- Ya nos veremos por el hotel.

- Claro, claro, en el hotel – respondió distraído "¿a qué esperaba allí sentada?" - ¿no baja usted?

- Señora – llegó la azafata – ya puede pasar a la cabina.

- ¡Muchas gracias! – exclamó Cruz mostrándose ilusionada "¡Lo que había que hacer por salvar el pellejo! ahora que esta... ¡Natalia se la pagaba! sonrió para sí" – no se imagina lo feliz que me hace – dijo poniendo voz de tonta, desapareciendo de la vista del joven que se quedó allí parado sin saber qué hacer.

- ¿Está usted bien, señor? – le preguntó la azafata.

- Sí, sí.

- Por aquí – le indicó la salida y sin otra opción tuvo que descender dejando a su presa allí arriba. Montó en el minibús en dirección a la Terminal.

Minutos después Cruz descendía del avión, y como había solicitado un vehículo de lujo la esperaba al pie de la escalerilla con su maleta ya en el interior. Satisfecha le dio al joven la dirección de su hotel.

- Park Inn Zurich Airport – dijo ante la sorpresa del joven, ¿una señora que viajaba en primera y reservaba el hotel del aeropuerto! ¡dios como estaba el mundo! todo apariencias.

Cruz respiró aliviada, gracias a las indicaciones de Isabel le habían dado esquinazo a aquel chico, ahora solo faltaba esperar y cambiar el lugar de la reunión. Pero como ya tenían pensado eso no sería hasta el día siguiente.



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En el coche Natalia seguía dándole vueltas a la cabeza. Se ponían mal las cosas, sobre todo teniendo en cuenta que a la semana siguiente comenzarían los primeros desalojos y derribos de chabolas. Suspiró, pensando en Alba, había estado a punto de perder la vida, Claudia tenía razón, una cosa era preocuparse por Alba y otra era que, quien la conocía sospechase que su mujer no era importante para ella, ¡si supieran que a Ana le debía todo! todo lo que ahora era.

Pero no podía obviar el hecho de que Alba había vuelto, el hecho de que su regreso la había afectado y más de lo que le gustaría... "Supongo que todo se reduce a que, a pesar de todo, no he conseguido olvidarte, pero ya te dije una vez que no quería que llorases por mí y ¡mira que bien lo hice! así es que ahora voy a hacerle caso a Teresa y voy a dejar que te vayas, con tranquilidad, sin dolor, no voy a volver a hacerte daño", murmuró como si la enfermera estuviese allí delante, junto a ella.

Alba, Alba, ¡menuda bronca pensaba echarle cuando estuviese en condiciones de escucharla! Imaginó que, de verdad, pudiese hablar con ella, y sonrió, ¿qué le diría! hacía mucho que no pensaba en ello, que no imaginaba conversaciones con ella. Desde luego sabía lo que nunca le diría, esbozó una nostálgica sonrisa, nunca le confesaría, que durante meses fue un alma en pena, que la buscó hasta la extenuación, que llegaba todos los días con agujetas en las piernas de tanto correr detrás de mujeres en las que creía reconocerla, que durante meses llevó un pañuelo en el bolsillo por si lloraba, que lo hacía continua y constantemente, sin motivo alguno, y que aún lo llevaba, pero que hacía mucho que no lo usaba y, si alguna vez lo había hecho, ya no era por ella; que a medida que pasaba más minutos a su lado, se daba cuenta que ya no se entendían como antes, y aun así sería capaz de contarle que había noches que se despertaba asustada, con la sensación de seguir teniendo el corazón roto, que aprendió a vivir con esa sensación, que cuando la vio el viernes creyó que todo estaba bien, pero que no podía dejar de pensar que ahora, que por fin había vuelto, era su alma la que estaba rota y que por ese agujero se escapaba su memoria, y que no estaba dispuesta a hacer nada por cerrarlo, ¿para qué! ¿para volver a lo de antes! ¿para hacerle daño de nuevo! ¿para acabar siendo igual que los demás! "Tú y yo sabemos que jamás quisimos eso", pensó, "quizás ese fue nuestro gran error, al menos el mío", "escogí un camino, un camino que cada día se me hacía más difícil, y cuando deseé agarrarme a tu mano, fracasé".

¿Y ahora! ahora seguía otro camino, si no fuera por eso, por el camino que había dibujado en los últimos años, si no fuera porque le debía tanto a tanta gente... la cogería de la mano y se la llevaría lejos. Muy lejos. Sin saber si ese nuevo camino tendría fin, pero sentía que le resultaría más corto si ella aceptaba tomar su mano. Sonrió pensando en los paseos juntas por el retiro, esos paseos que jamás volvería a dar, ni con ella ni con nadie, esos paseos en los que la enfermera siempre luchaba por salirse del camino, por meter las manos en el estanque, por tocar los árboles, por esperar paciente a que bajase alguna ardilla, por dejar una firma en el barro. "Sólo sé que hace días, desde que llegaste, que tengo ganas de llorar". Suspiró. Recordó las palabras que se dijeron aquella misma mañana, hablando de Mara, y que ahora le parecían tan lejanas. Alba había arriesgado su vida por un caza mariposas y un cuento de hadas. Sonrió pensativa, ¡un atrapa sueños! lo que daría por tener uno de verdad, uno que le permitiese alcanzar esos sueños que sabía que jamás se cumplirían.



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Horas después, en la clínica, Alba había recobrado el conocimiento, seguía teniendo muchas dificultades para respirar y le dolía el pecho. Sabía que estaba en la UCI, notaba el parloteo de las enfermeras que la vigilaban a ella y a los dos pequeños que habían operado esa mañana. Aturdida, y sin abrir aún los ojos, no dejaba de pensar qué estaría haciendo Natalia, ¿estaría preocupada por ella! tenía un vago recuerdo de haberle cogido la mano, pero no sabía si había sido un sueño.

- ¿Alba? – escuchó que la llamaban - ¿Alba? – volvió a oír, sí, ahora distinguía mejor, era la voz de Claudia, se esforzó por abrir los ojos – Alba, estás bien, no te preocupes que te vas a poner bien, aunque te duela al respirar, ya te has estabilizado, pero intenta no hablar – le explicó al ver que la enfermera no solo abría los ojos si no que la enfocaba – en dos horas te voy a repetir el TAC, y si todo sigue igual, mañana, te subiremos a planta.

- Na... - intentó decir a pesar de la recomendación de Claudia.

- No hables – le insistió – tienes los pulmones congestionados, pero ha sido una intoxicación leve.

- Na... - volvió a intentarlo.

- ¡Alba, por favor! – le pidió de nuevo – ¿preguntas por tu madre! sabes que no puede entrar aquí, al menos hasta mañana, le hemos dicho que se marche a casa, pero ha preferido quedarse en una de las habitaciones – le contó con rapidez – tranquila que está todo bien.

- Nat... - dijo por fin. Claudia la miró fijamente y dudó un instante antes de responder.

- En Sevilla, con su mujer – le dijo con seriedad. A la neuróloga le pareció que aquellos ojos desconocidos para ella se entristecían. Laura entró en ese momento y viendo a Alba consciente, se acercó, la cogió de la mano y le dio un beso, pidiéndole lo mismo que Claudia, que no hablase y descansase.

Claudia, se retiró un poco, sentándose en una de las sillas, las observaba en la distancia y no pudo evitar preocuparse ante aquella expresión que había visto en los ojos de la enfermera, se parecía bastante a la angustia que ya viera en los de Natalia esa misma tarde cuando recibieron la noticia del incendio. Natalia podía decir lo que quisiera, pero su interés por Alba iba más allá que el tenido por una vieja amiga. Miró de nuevo hacia Alba que escuchaba atenta el relato de Laura. Era buena señal que fuese capaz de prestar atención y no caer en el sopor de la semiinconsciencia. Pero también era necesario que descansase y así se lo indicó a Laura.

- Laura, será mejor que la dejemos un rato.

- Sí, perdona, tienes razón – dijo con una sonrisa – hasta mañana guapa. Y no te preocupes por nada, que ya hablo yo con tu "abusador" – bromeó haciendo alusión al casero de la enfermera con el que había quedado para iniciar la mudanza. Alba esbozó una sonrisa y asintió sin pronunciar palabra, le dolía el pecho solo de intentarlo.

La enfermera cerró los ojos cansada. Suspiró resignada a pasar allí las próximas horas. En la puerta Claudia miró hacia atrás y volvió sobre sus pasos. Se acercó al oído de Alba.

- Estaba muy preocupada por ti – le dijo sobresaltándola – no se fue hasta que no se aseguró que estabas bien.

La enfermera abrió los ojos sorprendida y sin entender muy bien qué quería decirle. Claudia captó aquella mirada de desconcierto.

- Nat no se fue hasta que se aseguró que estabas bien – le repitió. Alba esbozó una sonrisa de agradecimiento y Claudia notó un suspiro de alivio – ahora descansa – dijo apretándole el brazo y marchándose.

No sabía por qué había sentido la necesidad de darle aquella información. Quizás por la tristeza de aquella mirada que le recordó tanto a la mirada de la Natalia de hacía años. Tampoco sabía si eso influiría en la futura relación con la pediatra, ni si Natalia se molestaría con ella por haberlo hecho, pero ya no había marcha atrás. Salió de la UCI, dejándola allí tumbada, pensando en el cazamariposas, y en lo bien que le vendría a ella un atrapasueños.








Natalia llegó a la Clínica muy temprano había vuelto de Sevilla solo por dos motivos, dejar todo el papeleo listo para que Mónica no tuviese problemas durante la semana siguiente y para recoger aquel paquete. Teresa la había llamado para preguntar por Ana, durante la conversación le confesó que un paquete urgente de Médicos sin Fronteras llegó el mismo día que ella se fue. Natalia, tras asegurarse que Ana se encontraba estable, decidió volver a Madrid, aunque fuera por unas horas, necesita conocer su contenido y necesitaba ver a Alba, había intentado hablar con ella en varias ocasiones, pero Rafi no le había dejado, cada vez que llamó a la habitación o colgaba directamente o le decía que su hija descansaba. Claudia le había ido poniendo al día de la evolución de la enfermera, le había contado al detalle todo el proceso, Alba estaba ya en planta, y tenía tal capacidad de recuperación que ya estaba queriendo pedir el alta voluntaria, sin embargo, Claudia se había negado a dársela, y le había dicho a Natalia que no la veía en condiciones de volver al trabajo. La pediatra fue entonces cuando decidió ir a Madrid, necesitaba estar en Sevilla al menos una semana, pero no podía permitir que Alba trabajase si no estaba en condiciones, deseaba verla, aunque creía que sería imposible, no podía romper la promesa hecha a Rafi de ser ella la que se marchaba, pero tenía que hablar con Claudia y, sobre todo, con Fernando y Mónica porque ella no iba a poder encargarse de seleccionar otra enfermera.



Y allí estaba, subiendo en el ascensor camino de su despacho, con un montón de papeleo atrasado tras su ausencia y la necesidad de dejarlo todo a punto para Mónica. Aún no eran ni las seis y media de la mañana, el silencio era casi absoluto. ¡Qué diferencia con el hospital! de pronto una idea cruzó por su mente. A esas horas Rafi estaría aún dormida, sintió la tentación de acercarse a ver a Alba, solo verla, sin entrar en la habitación, tan solo se asomaría. Se puso en marcha y llegó a la puerta de la habitación que permanecía entreabierta, solo tenía que empujarla un poquito más y podría ver a la enfermera, cuando estaba a punto de hacerlo escuchó una voz susurrante a su espalda.



- ¿Qué haces aquí? – le dijo con tal genio que Natalia se quedó paralizada sin saber qué responder - No pienses que vas a entrar – dijo dando un tirón de la puerta cerrándola en sus narices.


- Rafi, yo... solo quería... - "ver a su hija", no, no podía decirle eso porque sabía cuál sería su reacción - hablar con usted.


- Ya veo que además no tienes palabra – la fulminó con la mirada.


- Lo siento. Sé lo que le prometí. Pero necesito...


- ¿Necesitas? Y... ¿qué pasa con lo que necesitan los demás? Anda, márchate que no quiero que la niña me oiga discutir.


- Mire.. - bajó la vista - ... sé que no tengo disculpa y no pretendo que me perdone.


- Mira tú, mejor dejas de intentarlo, porque nunca voy a entenderte ni a perdonarte.


- ¿Ni siquiera por Alba? – se aventuró sabiendo que su hija era su punto débil.


- ¿Qué me estás queriendo decir? ¿qué mi hija y tú... otra vez...? – puso tal cara de asco que Natalia notó como se le encendía el rostro.


- ¡No! no, no – se apresuró a sacarla de su error - pero sé que Alba, se sentiría mejor si supiera que... que la he llamado.


- ¡Tú que vas a saber!

- Rafi, escúcheme un momento, por favor, no he venido a discutir.

- No mereces que te escuche ¿Que yo recuerde perdiste ese derecho el día que...?

- Lo sé, lo sé – la interrumpió con voz baja no quería escucharlo de su boca, solo el pensarlo le provocaba un sentimiento de culpa y vergüenza que no la dejaba respirar, levantó la vista de nuevo – pero ..., aún así, quiero que sepa que desde ese día no hay noche que no me arrepienta de ello, que... el dolor, que me produce lo que hice, nunca se ha calmado... que aunque nunca lo demuestre, y me esconda detrás de la máscara que usted ve en la prensa, jamás he vuelto a ser la misma,... que si le doy asco, más asco me doy yo.

- Mira niña, ¡déjalo!

- No, por favor, escúcheme. Rafi yo sé que quizás nunca me vio llorar porque mi orgullo me impedía mostrar lo que sentía, pero que no he dejado de llorar desde entonces. Sé que no debí ir al pueblo, ni hacer lo que hice allí, pero quiero que sepa que llevo todos estos años con la sensación de que mi vida se mueve entre dos colores el rojo de mi pasado y el negro de mi futuro, que cuando creo que voy a superarlo siempre vuelve. Y que, si a usted le parece que he triunfado, no es así. Y también sé que usted no es así, sé que es incapaz de odiar. Y que yo estoy acostumbrada a vivir entre disfraces, a vivir con el asco, con el odio de la gente, y, sobre todo, con el miedo. Y que por mucho que usted me diga, yo ya me lo he dicho antes. Yo también estoy convencida de que me merezco todo lo que me pasa y que su hija se merece mucho, muchísimo más que alguien como yo. Solo quería decirle eso, que no se preocupe, que no voy a... – había hablado atropelladamente, nerviosa y finalmente se le quebró la voz.

- Bien, pues ya lo has dicho. Vete antes de que se despierte.

- Rafi...

- Vete o, si lo prefieres, me voy yo y me la llevo conmigo.

- No. Ya me voy yo – dijo girándose - ¿le dirá que he pasado a verla?

- Sabes que no.

- De acuerdo, pues... gracias... gracias por escucharme.

Rafi se quedó allí con el ceño fruncido y la mirada puesta en aquella silla y no pudo evitar sentir algo de vergüenza. Estaba segura de que ese aspecto digno que había adoptado la pediatra no era más que uno de esos disfraces de los que había hablado. Pero, por otro lado, le había dado la sensación de que no mentía, salvo que se estuviese mintiendo a sí misma que era lo que se temía.

Natalia desapareció en el interior del ascensor y marcó la planta de su despacho. Tenía un informe que leer.



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