La obra de un artista fugitiv...

By AnnieTokee

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Joshua es señalado por culpa de su origen y vida familiar, mientras Charly se siente asfixiado en la falsa pe... More

Antes de empezar
Primera parte: Comenzó con una cuenta regresiva
Capítulo 1: Aceite de oliva
Capítulo 2: De cinco a diez minutos
Capítulo 3: Arboleda de la soledad
Capítulo 4: Un poco de perfección
Capítulo 5: Obsesión visual
Capítulo 6: Los muñecos de la pizarra
Capítulo 7: El azul es su color favorito
Capítulo 8: Primeras veces
Capítulo 9: De verdad
Capítulo 10: Diferente NO es igual a malo
Capítulo 11: Solo amigos
Capítulo 12: Extranjero inoportuno
Capítulo 13: El momento
Capítulo 14: Vagabundo en la nada
Capítulo 15: Una primera Navidad
Capítulo 16: El poder del amor
Capítulo 17: Hechizado en cuerpo y alma
Capítulo 18: Almas en pena y autopsia alienígena
Capítulo 19: Entre delirios febriles
Capítulo 20: Fugitivo emocional
Capítulo 21: Sorpresas de cumpleaños
Capítulo 22: Los jueces de todos
Capítulo 23: Se supone que es lo justo
Capítulo 24: El primer fugitivo
Capítulo 25: Hasta pronto
Segunda parte: Me volví un forastero
Capítulo 26: No tan mal comienzo
Capítulo 27: Bajo el mismo cielo
Capítulo 28: Un esperado regreso a casa
Capítulo 29: No es igual
Capítulo 30: Nadie sabe despedirse
Capítulo 31: Como punto en la nada
Capítulo 32: Black Sunrise
Capítulo 33: Memorias de papel
Capítulo 34: Por un camino infinito
Capítulo 35: Dentro de Mordor
Capítulo 36: No somos emos
Capítulo 38: El futuro que nos acecha
Capítulo 39: El cambio puede hacernos bien
Capítulo 40: Bueno, pero no perfecto
Última parte: Aún brilla el mismo sol
Todavía no se vayan

Capítulo 37: No digas esa palabra

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By AnnieTokee

 No sé cómo, pero me las ingenié para llegar corriendo a la casa de Scott Brown.

Fui afortunado, porque todos se encontraban enfiestados y eso hizo que nadie se diera cuenta de que jadeaba, con los ojos aguados de tanto llorar y en completa soledad. Todavía seguía ebrio y con necesidad de más, así que sonreí al ver que, junto a la piscina, había una mesa repleta de bebidas alcohólicas. Me hice el loco, saludé a quienes reconocí en el camino y, una vez ahí, tomé un vaso cualquiera y me serví sin fijarme en qué le había puesto.

Mi urgencia de integrarme a un grupo era tal que me aproximé a la primera persona que identifiqué, y me le pegué como una sanguijuela. No sé si fue la ebriedad o algo así, pero ese chico disfrazado de momia se mostró entusiasta al integrarme al resto de sus amistades, que eran los del equipo de baloncesto, y no tardamos en meternos en la improvisada pista a bailar junto con un trío de chicas una repetitiva música electrónica.

Bajo mi ofuscada perspectiva, cada cosa se veía surrealista. Entre los disfraces de todo tipo, la decoración hecha de cartón y las luces neón. Me movía al ritmo de la música, fusionando mi cuerpo con una masa de personas que aún consideraba desconocidos y me permitía hipnotizarme con el espectáculo de luminaria. Era tanta mi enajenación y el ruido, que ignoré que mi teléfono vibraba en los bolsillos de mis vaqueros.

No obstante, jugar a hacerse el divertido y fingir que algo nunca pasó cuando por dentro estás roto es una maniobra efímera. La noche comenzaba a envejecer, y con eso las reservas de alcohol se agotaban, lo que implicaba que mi estado mental pronto volvería al usual y sería de nuevo consciente de mis actos.

Como una bala en la cabeza, el peso de todo lo que había hecho se estampó en mi sien, y pronto tuve una necesidad enfermiza de soltarme a llorar. Sin avisarle a nadie, me escabullí en medio de la multitud atarantada y entré en la casa. Lo primero que me encontré fue a Megan comiéndose a besos con un tipo que en mi vida había visto.

De ser menos sentimental, me hubiese interpuesto entre los dos, haciendo el papel de hermano celoso; no obstante, pasé de ellos y busqué con urgencia un baño. Di con este gracias a una joven disfrazada de pirata que salió de una puerta en la esquina; tenía empapado el rostro y se limpiaba la boca, clara señal de que había vomitado. Importándome poco lo que podría encontrar, entré en el servicio y abrí la llave para mojarme la cara, con la intención de ocultar mis lágrimas.

Solté un grito silencioso, me di un par de palmadas en el rostro y casi me ahogué con el líquido que salía del lavabo. Cuando no pude más, alcé la cabeza, miré mi reflejo en el cristal del espejo y me encontré con que el maquillaje emo había desaparecido; solo quedaba un poco de delineador negro, que hacía ver mis ojos azules como los de un ojeroso vagabundo.

Tomé una gran bocanada de aire y me obligué a detener mi llanto. Un poco más y casi le grité a mi reflejo para que lo hiciera.

Un fuerte golpeteo me sacó del trance en el que estaba. No quería causar problemas, así que salí con celeridad del baño, permitiéndole la entrada a la próxima persona que quería vomitar.

Era momento de marcharme; no sabía a dónde, pero necesitaba irme a un sitio en el que les fuera difícil encontrarme. Era una estupidez; sin embargo, lo que menos deseaba era que me hallaran Mich y Edward. No quería hablar, que él me expresara de nuevo sus sentimientos y que ella me obligara a confesar lo que me había pasado.

Pasé por donde Megan y el tipejo se estaban besando, pero no los encontré. Lancé un suspiro y preferí seguir con mi camino a la salida; a la que no fue muy difícil llegar, ya que la mayoría de las personas se habían marchado.

Era de madrugada, las nubes y la ausencia de luces prendidas en el vecindario me lo decían. Metí las manos dentro de mis bolsillos; me estaba congelando. Avancé por la acera sin saber a dónde ir, por lo que me mantuve absorto en mis pensamientos intentando averiguarlo.

Fue un sollozo lastimero lo que me sacó de mis cavilaciones, y es que, fue sencillo reconocer de quién se trataba. Megan lloraba en una esquina. Sola. A la intemperie con esa minifalda y aguardando por algo o alguien.

—¿Qué pasa? —le pregunté. Me aproximé a ella y me tomé la libertad de tocarle el hombro.

—¡Me botó! —vociferó, y zapateó, golpeando sus tacones con el concreto—. ¡Me dejó aquí cuando me prometió llevarme a casa! ¡Y es que no me quise ir con él a un cuarto!

Su aliento apestaba a alcohol y tenía todo el labial corrido en las comisuras de la boca.

—Ese tipejo no me daba buenas vibras —pensé en voz alta.

—¡Ahora no sé cómo mierda voy a regresar! —Agachó la cabeza y se abrazó a sí misma—. ¡Me escapé de la otra fiesta para venir acá!

Me di una palmada en el rostro, exasperado. De haber tenido al tipo enfrente, le habría estampado un puñetazo en la cara.

—Llama a Caroline o a tu padre —sugerí.

Hice lo impensable: la abracé. Creo que ambos lo necesitábamos.

—¡Se me acabó mi puta batería! —Se encontraba tan ebria que me correspondió el abrazo y recargó la barbilla en mi hombro—. ¡No me importa que mis padres me puteen, quiero ir a casa!

Me separé de ella. Había tenido una idea que solucionaría todo este problema.

La verdad es que me importaba más ayudarla que toparme con llamadas y mensajes de Mich y Edward. Saqué mi teléfono, lo prendí, e ignorando el resto de los pendientes, busqué el número de mi padre.

—Joshua, ¿por qué me llamas a esta hora? Pensé que te regresarías solo —dijo él del otro lado del teléfono. No se hallaba de buenas.

Tapé mi oído para escuchar mejor. Mi hermana se recargó en mi hombro.

—Encontré a Megan en una fiesta. Está borracha y no sabe cómo regresar. Me pellizqué el tabique de la nariz.

—¡¿Y Caroline?! —preguntó, alarmado.

—En la fiesta a la que sí les diste permiso de estar. Megan fue la que escapó a escondidas de ella a otra fiesta, en un vecindario distinto, y la persona que se la llevó se marchó, así que está aquí. ¿Puedes venir por nosotros?

—¡Mándame la dirección por mensaje!

Y me colgó.

Mi padre podría ser lo que quieran, pero al menos le importaban sus hijas lo suficiente como para ir a otro vecindario a las tres de la mañana por una de ellas.

Mientras trataba de escribirle con coherencia el mensaje a mi padre, sentí como Megan se abrazaba a mi cintura. Pronto llegaría nuestro padre por ella, así que ya no había problemas. No obstante, luego de pensarlo un poco, concluí que no deseaba volver a casa, ya que ese sería el sitio en donde me buscarían Mich y Edward. Ellos tenían que ir, pues él llevaba consigo el cargo de entregar a Caroline en la puerta de la casa y Mich había dejado sus cosas en mi habitación.

—Megan —dije cerca de su oído, y la empujé un poco para espabilarla.

Ella sacudió la cabeza, abrió los ojos y moqueó para evitar un derrame nasal.

—Ya le hablé a tu padre. Vendrá por ti en unos minutos —informé.

—¿No vas a venir?

Negué con la cabeza.

—Tengo algo que hacer, pero, por cualquier cosa, te entrego mi teléfono. —Lo coloqué en la palma de su mano—. Si alguien que no es tu padre llama, diles que no estoy.

Di un par de pasos hacia atrás, preparándome para marcharme. Ya sabía a donde iría.

—¿Por qué me ayudas si he sido una pesada contigo? —Se balanceaba sobre sus talones. Si seguía haciendo eso se iba a caer, porque llevaba zapatos de plataforma.

«Tal vez sea cierto eso de que la sangre es más espesa que el agua», pensé.

Me limité a encoger los hombros y después di media vuelta. Debía iniciar una nueva fuga.

Tenía que seguir haciéndolo, deseaba sobrevivir a esa noche caótica. Y a la vida en general. 

Era la primera vez que veía un amanecer en la playa, y debo decir que no fue ni de cerca romántico.

El sol bajaba, el cielo se volvía de un matiz más cálido y de a poco pude ver con más claridad el manto de agua que tenía enfrente. Tenía casi medio cuerpo dentro del mar, importándome una mierda el frío que hacía o mojarme la ropa y los zapatos.

No tenía idea de por qué había decidido que sería bueno observar el amanecer desde ahí dentro.

Estar ebrio ya no era un pretexto; llevaba casi tres horas sin beber algo. Creo que más bien había llegado a un nuevo nivel de desesperación, ese que enloquece y nos hace actuar de la manera más irracional posible. Es la única explicación coherente que encuentro a lo que hice esa noche de Halloween. Nadie en su sano juicio caminaría kilómetros en la madrugada para llegar al muelle a ver el amanecer. Si hacerlo en bicicleta me cansó, a pie fue mucho más tortuoso; no obstante, mi mente no procesaba otra emoción más que la nostalgia.

—Charles, ¿también estás viendo el amanecer? —le pregunté a la nada.

Respiré profundo. El aroma del océano era exquisito y me destapaba las fosas nasales. Escuché cómo las gaviotas surcaban los cielos junto con los urgentes pasos de alguien por la arena y, tras esto, su entrada en el agua. Cerré los ojos. Sabía que tarde o temprano me hallarían, pero no me había preparado para ese momento.

Volteé y me encontré con Edward, quien ya no traía su improvisado disfraz, sino una chaqueta de cuero encima de un suéter gris. Sus cabellos se encontraban húmedos y sus ojos con un par de ojeras enormes; no había pasado una buena noche.

—Joshua, no entiendo qué estás haciendo, pero vámonos de aquí —apremió.

Se estiró para tomar mi muñeca, pero me hice a un lado.

Volví a mirar al frente, al mar que brillaba gracias al sol. Sería más fácil confesar si no lo observaba a los ojos.

—Charly murió hace unos meses —mencioné de la nada. Tenía un nudo enorme en la garganta, pero ya no podía llorar.

Hubo unos segundos de silencio. Lo esperaba, nadie está listo para escuchar ese tipo de cosas.

—Joshua, no tienes que explicarlo ahora —suplicó Edward. Lo hacía más por mí que por él.

Negué con la cabeza.

—Me odio. Perdí mucho tiempo pensando en si podíamos o no amarnos, y cuando apenas lo estaba disfrutando, todo se fue a la mierda. —Agaché la cabeza y me perdí en las aguas revueltas—. Tuvimos la oportunidad de huir juntos a Londres, pero fuimos un par de cobardes y preferimos enfrentar la situación.

—Deja de torturarte con eso, no es necesario que me lo digas.

—¡Fue una tontería! ¿De verdad que nos expulsaran por besarnos siendo dos chicos fue correcto? —Subí la voz. Supongo que ya no hablaba para él, sino para mí.

—Es una estupidez por culpa de prejuicios absurdos. —Puso ambas manos en mi espalda—. Por desgracia, la gente aún no entiende los distintos modos de amar.

—¡No digas esa palabra! —ordené con rapidez—. Tú no me amas, Edward. Al menos no como yo sé amar. —La inercia me llevó a dar media vuelta y a verlo a la cara. Tal vez mi subconsciente sabía que era necesario—. Lamento no poder corresponderte, y la verdad es que deseo que nunca te enamores como yo lo hice de Charles Stonem.

»Ojalá tú sí puedas soltar con ligereza. Espero que tengas la posibilidad de amar y dejarte amar por más personas. Deseo que no estés todo el tiempo pensando en lo que fue y pudo ser. Espero que nunca te veas en la necesidad de rechazar cada nueva oportunidad solo porque el gran amor que tuviste y su partida te quebraron.

Antes de que pudiera decir algo más, Edward abrazó mi cabeza.

Ya no podía llorar, ni tenía fuerzas para protestar o seguir hablando. Me había agotado en todo sentido. Entré en un vahído y solo me dejé arrastrar por sus brazos. Supe que él se quitó la chaqueta y me la puso encima, también que salimos del agua y atravesamos un corto camino de arena para llegar a su coche.

Una vez que me pude acomodar en el asiento del copiloto, cerré los ojos. Me encontraba tan cansado que ni siquiera fui capaz de soñar durante el tiempo que duró el camino a la casa de mi padre. No pensé en nada; las consecuencias de mis actos dejaron de importarme, junto con el gran regaño que me darían y todo lo que tendría que explicarle a los demás.

Escondí el rostro en el cuello de la chaqueta de Edward, permitiendo que esta funcionara como una especie de burbuja de seguridad.

Cuando el coche se detuvo, abrí los ojos de golpe, lo que causó que me los lastimara con la fuerte luz solar.

—Mi papá me va a matar —balbuceé. Me recargué bien el asiento y coloqué una mano en la puerta para abrir.

—Josh, tus padres no vinieron desde Inglaterra —profirió con estupor, y acercó su mano a mi frente, comprobando que no estuviese delirando por fiebre.

—Arthur Sawyer, el padre de Caroline y Megan, y también nuestro director, es el mío. —Sonreí con amargura tras hacer esa confesión.

Le devolví la chaqueta a Edward, abrí la puerta y puse un pie afuera.

—¡Me estás jodiendo! ¡Eso no puede ser verdad! —dijo de repente.

—¿Crees que mentiría con algo así luego de todo lo que pasó? —Me sostuve la cabeza con la mano, pesaba como la mierda, y usé la otra para apoyarme del coche.

—No puede ser...

—Pregúntale a Michelle.

Y, tras decir eso, cerré la puerta.

Caminé a pasos torpes por el pasto para llegar a la casa. Mi padre me esperaba en el pórtico con una expresión que surcaba entre lo afligido y lo exasperado. Me ayudó a subir por las escaleras. Comenzó a regañarme por haberme comportado como un loco y me sirvió de apoyo para que pudiese entrar en la casa.

Antes de cruzar la puerta, volteé hacia atrás, a donde se encontraba el coche de Edward. Pude ver cómo lo ponía en marcha. Aquello me hizo sentir extraño, porque se lo agradecía en lo más profundo de mi ser.

Es un buen sujeto cuyo único error fue desear tener una relación intensa. Él no se merecía mi rechazo y menos que lo ilusionara nada más por mi afán de no sentirme solo.

Hasta la fecha continúo recordándolo, y es imposible que no me sienta miserable por lo que le hice. Es más, creo que el sentimiento es peor porque caigo en la cuenta de que Edward fue la primera persona de una lista corta de individuos que intentaron amarme y fracasaron de la peor manera luego de que les hiciera daño.

Todo es culpa de esta incapacidad mía de poder vivir sin necesitar con urgencia de afecto, y de dejar mis memorias atrás. 

Mich y Joshua disfrazados de Emos xd 

¡Hola, conspiranoicos! Espero hayan sufrido con el capítulo de hoy. 

¿Sabían que la historia ya casi termina? 

¿Cómo creen que sea el final?


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